El hombre del extraño poder I


                   

 

 

 

 EL HOMBRE DEL EXTRAÑO PODER

 

CINTA PRIMERA

AÑO 2020, 7 DE JULIO. MEDIANOCHE

Una playita desierta de la costa cantábrica. Una visión extraña me ha puesto en alerta. Nada de nombres, nada de datos que puedan ayudar a alguien a localizarme. No entiendo la visión pero algo me dice que debo hacer caso a las visiones que me asaltan de modo intempestivo desde el accidente.

La idea de grabar este diario en cintas se me ocurrió de forma repentina esta mañana, en el supermercado. Entré para comprar un cartón de leche y una caja de galletas. En el monedero que pude rescatar de mis pertenencias en el hospital había doscientos euros en billetes de cincuenta. Era urgente encontrar un trabajo y lo encontré… esta mañana, en el supermercado. Un cartel pedía un mozo de reparto. “Se necesita…” Me dirigí a la cajera. Me miró con suspicacia. “Me temo que es usted un poco mayor, ¿qué edad tiene? Treinta años. Lo dije al azar. No recuerdo la edad, no recuerdo nada o casi nada. Me aconsejó que buscara a la encargada. La encontré en un despachito, al fondo, junto a la carnicería. Solo queremos un mozo para recados, pagamos poco. Habíamos pensado en alguien mucho más joven que usted. Me dijo la encargada, una chica joven y simpática.

Me miró el rostro con atención. ¿Qué le ha pasado? /Un accidente de coche. Se quemó. Sufrí quemaduras por todo el cuerpo. El rostro me quedó un poco desfigurado. Lo siento / ¿Por qué lo siente? No es culpa suya/ Lo sé, pero entiendo que no es agradable mirarme. Necesito trabajo. Es una pena que no sea más joven. Adiós.

La chica me retuvo. Me observó compasivamente/ Si necesita tanto este trabajo no importa que sea un poco mayor, siempre que acepté el sueldo/ Lo acepto/ ¿No quiere saber cuánto ofrecemos?/ Aceptaré lo que me den.

La chica se ablandó/ ¿Puede empezar mañana?/ Puedo. ¿A qué hora?/ A las nueve tiene que estar aquí, en la puerta. Abro yo, tendré tiempo para enseñarle lo que tiene que hacer. No es difícil/ Entonces hasta mañana y gracias.

La grabadora la encontré al pasar por un mostrador metálico donde anunciaban algunas ofertas. Era pequeña y las cintas diminutas. De pronto se me ocurrió la idea. Podría llevarla encima constantemente. Era estúpido pensar que alguien me estuviera persiguiendo y me viera obligado a huir con lo puesto, pero la visión me hizo pensar en que algo así podría ocurrir. No sé cuándo. Las visiones no tienen tiempo.

Quiero grabar todo lo que recuerde. Algo me dice que será importante cualquier dato. Me ayudará a reconstruir mi pasado. Me ayudará recordar las visiones y estas extrañas experiencias que me asaltan desde el accidente. Por eso estoy aquí, paseando por la arena en esta playita desierta. Es medianoche. Estoy solo. Las olas quedarán grabadas como ruido de fondo. Será relajante cuando vuelva a escucharla.

Necesito recapitular lo ocurrido. Solo los datos esenciales. Me desperté en un hospital. No voy a decir el nombre del hospital, ni siquiera el de la ciudad. Abrí los ojos y en la habitación no había nadie. Recordé la terrible pesadilla. Entró una enfermera. Se sorprendió. Regresó con el médico de guardia. Este me hizo algunas preguntas. Quise saber qué había ocurrido. Me lo explicó. Un accidente de coche. Estaba vivo de puro milagro. El vehículo se incendió. Un conductor que pasaba por allí pudo sacarme antes de que mi coche se incinerara.

El médico quiso saber mi nombre. No lo recuerdo, le dije. Me hizo más preguntas. Concluyó que sufría de amnesia. No habían encontrado documentación. Pensaban que se había incinerado con el coche. No importaba. Ya habría tiempo de saber quién era. Ahora lo importante era que me recuperara.

¿Cuánto tiempo llevaba allí? Quince días. Había estado en coma. Nadie daba un céntimo por mí. Habían radiado algunos mensajes buscando familiares o alguna persona que me conociera. Nadie había respondido.

Me dieron algo de beber y me dejaron dormir. Sufrí de nuevo terribles pesadillas. Al despertar creí ver puntitos de luz. Cerré los ojos y los puntitos permanecieron, brillantes, frente a mí. Luego me pareció ver el rostro de la enfermera. No era exactamente su rostro sino una imagen brillante, transparente. A través de ella pude ver a lo lejos a una joven que se cambiaba de ropa en lo que parecía un vestuario, delante de una taquilla. Pude ver sus bragas brillantes sobre un trasero que me quitó la respiración. No entendí lo que me ocurría, ni siquiera ahora tengo una idea aproximada de lo que significó aquella visión.

Al día siguiente vinieron muchos médicos que me hicieron muchas preguntas. No pude contestar a ninguna. Concluyeron que sufría amnesia postraumática pero que me pondría bien. Al menos eso me dijeron, tal vez para no desanimarme.

La enfermera me trajo un caldito. No puede comer sólido de momento, recuerde que ha estado en coma quince días. Se volvió y caminó hacia la puerta. Me fijé en su trasero. Aún bajo la bata era inconfundible. Era el que había visto en mi visión. Me dije que cuando estuviera mejor me gustaría conocerla a fondo. Esa idea se me quitó por la tarde, cuando otra enfermera, a mis ruegos, trajo un espejo y pude ver mi cabeza vendada. Me dijo que sufría quemaduras pero que ahora la cirugía estética estaba muy avanzada. Con unos injertos de piel quedaría como nuevo. Se marchó y yo miré mi cuerpo bajo la bata. Sufría quemaduras y parte de mi cuerpo estaba vendado.

El tiempo transcurrió muy despacio. Las visiones con los ojos cerrados continuaron. Pude ver a un médico joven, con gafas, el médico de guardia que me viera por primera vez, en un lugar que parecía su casa. Estaba viendo la televisión. Lo reconocí de inmediato, aunque la visión duró apenas unos segundos. Las otras visiones fueron peores. Los puntitos de luz permanecían constantemente frente a mí cuando cerraba los ojos. Se fueron haciendo más grandes y más brillantes. Hubo momentos en los que creí escuchar voces, pero en la habitación no había nadie. Hubo momentos en los que escuché golpes en las paredes del cuarto, pero nada podía producirlos. Empecé a sentirme aterrorizado.

Se lo comenté a una psiquiatra de hermosos pechos que me visitó una mañana. Lo achacó a delirios postraumáticos. Noté que se preocupaba mucho. Decidí no volver a comentar estas experiencias con nadie.

Mis quemaduras fueron mejorando. El especialista en quemaduras me dijo que no sería necesario injertarme piel en el cuerpo, pero que mi rostro sí iba a necesitar un injerto o quedaría marcado.

Comí sólido y me sentí mucho mejor. La enfermera del culo brillante era amable conmigo, pero no podía ocultarme lo mucho que le desagradaban las quemaduras en mi rostro.

Una visión hizo que tomara la decisión de fugarme. No la recuerdo bien. La policía interrogándome. Muchos problemas. No sé si por algo que había hecho o por algo que haría. Las complicaciones eran tantas que comencé a planear la fuga. No pude ni puedo entender cómo hice caso de algo que se parecía mucho a un delirio sin sentido.

Una noche me levanté, busqué por las habitaciones cercanas hasta que encontré en un armario ropa de mi talla. Me vestí y logré salir del hospital sin demasiadas dificultades, por urgencias. El guardia de seguridad estaba hablando con una enfermera y no había nadie más. Esperé el momento propicio. Ambos entraron en una habitación charlando animadamente. No sé qué iban a hacer allí, pero era mi momento y lo aproveché.

El resto fue fácil. Llevaba encima el monedero con los doscientos euros, pero no quise gastarlos en un viaje en autobús o en tren. Ni siquiera sabía a dónde deseaba ir. Salí de la ciudad siguiendo la carretera nacional. Hice autostops y me paró un camionero que deseaba un poco de cháchara. Ni siquiera le pregunté a dónde se dirigía. Me quedé dormido. Soñé con una casa con las paredes llenas de conchas marinas. Me desperté. Le pregunté al camionero dónde habría una casa así/ En cualquier pueblo costero/ Me dijo, pero eso no me ayudó.

Me dejó en una ciudad donde tenía que descargar. Esperé a que abrieran un cibercafé. Quise cambiar un billete de cincuenta, pero el encargado me dijo que no tenía cambio/ Si es solo para consultar el correo electrónico le daré una moneda/ Acepté y consulté en Internet casas con conchas en la fachada. Salieron varias. Una me recordaba a la del sueño. Tomé nota mental de la localidad.

Hice autostop. Otro camionero me aceptó. Me dejaría a apenas treinta kilómetros de mi destino. Bendije mi suerte. El camionero hizo muchas preguntas y yo me inventé una historia. Mi amnesia no era completa porque recordaba muchas cosas pero ninguna que hiciera referencia a mi pasado.

Conseguí llegar a este pueblo sin gastar un euro. Entré al supermercado para comprar algo para comer y allí encontré trabajo y esta grabadora.

He tenido suerte, pero ahora me queda lo peor. No he conseguido recordar nada. Al menos tengo dinero para comer y pagar la modesta pensión donde me alojo. Debo ser paciente. Con el tiempo las visiones y delirios desaparecerán y puede que recordar mi pasado no resulte tan malo. Tal vez me espere alguien, tal vez recupere mi vida. Tal vez, solo tal vez.

 

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