PERDIDO EN EL TIEMPO XXII


 

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PERDIDO EN EL TIEMPO

MÚSICA BIZANTINA

Me rindo y abro los ojos. Con mucha suavidad, esperando que todo haya cambiado. Me gustaría estar en el cielo, en el purgatorio, en el infierno. Me da igual. En el infinito vacío, en el nirvana, en el samahdi, en la budeidad. En cualquier parte menos aquí, donde sea aquí, cuando sea aquí. No quiero estar vivo, no quiero seguir dando vueltas a esta autovía infernal, no quiero mis recuerdos, aunque estos sean yo, prefiero la aniquilación. Pero por la rendija de los párpados la luz mortecina, rojiza, nocturna, me dice que sigo donde estaba y que estoy vivo.

Los ojos están abiertos. Puedo ver el el cuadro de mandos, las luces, el depósito de gasolina lleno, la velocidad a cero, el reloj parado. Todo sigue igual. Para estar muerto esto se parece demasiado a cuando estaba vivo, hace… No lo sé, puede que hayan pasado minutos, horas, meses, años, siglos… ¡Qué importa! El volante no está quebrado, sigue íntegro. Bajo la mirada hasta mi barriga, nada, ni una mancha de sangre, ni una herida, la ropa intacta. Muevo las manos remisamente y me palpo. No siento dolor, ningún agujero en mi cuerpo. Levanto la ropa y toco mi carne. Nada, la piel tiene la misma temperatura, la misma textura, está intacta. El recuerdo es claro. Suena la marcha al suplicio de Berlioz, el pie oprime el acelerador, el cuenta kilómetros avanza inexorablemente, aprieto los dientes, una curva, el coche se va, vueltas de campana, salto la mediana, salto el quitamiedos, caigo al otro lado y el coche voltea cuesta abajo. El volante se rompe. Noto cómo un trozo de plástico endurecido se clava en mi vientre. Un dolor intensísimo. Intento arrancarme el volante, el dolor es infernal y entonces… Nada.

Debería estar muerto. Debería estar al otro lado, si lo hay, en cualquier otro lugar, en cualquier otro tiempo… en la nada, debería estar en la nada y mis ojos no verían, mis oídos no escucharían esta música mística. El señor es mi pastor, nada me faltará…

«Salmo de David El Señor es mi pastor, nada me falta: 2.en verdes praderas me hace reposar, me conduce hacia las aguas del remanso 3.y conforta mi alma; me guía por los senderos de justicia, por amor a su nombre; 4.aunque vaya por un valle tenebroso, no tengo miedo a nada, porque tú estás conmigo, tu voz y tu cayado me sostienen. 5.Me preparas una mesa ante mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y me llenas la copa a rebosar. 6.Lealtad y dicha me acompañan todos los días de mi vida; habitaré en la casa del Señor por siempre jamás.»

Estoy vivo, aleluya, aleluya. Es un milagro. Aleluya. Debería sentirme feliz, soy inmortal, nada puede destruirme. Las luces del coche siguen encendidas. Miro hacia fuera. Hay asfalto y no tierra. A mi izquierda el quitamiedos, a mi derecha la mediana. Siento la tentación de bajar del coche y comprobar si éste ha sufrido daños, pero sé que es así, no necesito comprobarlo. La materia no está sometida a las leyes físicas que conocí, puede deteriorarse un tiempo, si es que el tiempo sigue existiendo, pero luego vuelve a su ser, al menos es lo que parece. Curiosamente el dolor continúa siendo la cruz en la carne del ser humano, de los animales, de todo ser vivo. Pero no parece afectarme como antes. No podré dormir pero sí desmayarme. Es bueno saberlo, aunque si para acceder a la inconsciencia hay que sufrir tanto, mejor olvidarlo.

Permanezco tranquilo, intento no moverme, no pensar, no recordar. Los milagros son muy bonitos, pero luego hay que seguir viviendo. No sé por qué pienso que debería haber metido una botella de alcohol en el maletero, la borrachera es una especie de sueño, así podría sugestionarme con el sueño y como nada aquí parece agotarse, podría beber y beber y beber… Al menos podría haberme olvidado del miedo a perder el libro electrónico y haberlo traído. Miles de libros para entretenerme durante la eternidad. Un ordenador portatil para escribir novelas y novelas, como aquí nada se agota la batería podría durar para siempre, y sino podría cargarla al coche, que éste sí que no se agota. Pues no, solo tengo música. Me encanta la música, adoro la música, pero solo música…

Debería salir del coche y ponerme a bailar como los derviches o ponerme a caminar, tal vez me cansaría, me agotaría, dejaría el coche atrás y la música y obligaría a mi cuerpo a sufrir con el esfuerzo, aunque tal como están las cosas dudo que llegara a cansarme, aunque me pusiera a correr. Sería interesante saber si puedo correr la gran maratón y luego otra y otra y otra, hasta que me fallara el corazón. Pero seguro que no me fallaba. Lo haré, haré muchas cosas, debo experimentarlo todo, saber dónde están los límites, tal vez hasta pueda volar si me lo propongo. Debería estar exultante. Ha ocurrido un milagro. Estoy vivo. Aleluya, aleluya.

Al final me puede la curiosidad, salgo del coche, camino a su alrededor intentando observar el menor rasguño, nada. Ha ocurrido un milagro. Aleluya. Y me pongo a danzar como los derviches, imitando las danzas que he visto tantas veces en vídeos, cuando estaba en la otra dimensión. Curiosamente es como si hubiera perdido parte de mi peso, todo mi peso, siento la atracción de la gravedad, una gravedad ligera, sutil. He perdido peso sin dieta, sin hacer deporte. Aleluya. Esto también debería alegrarme. Me muevo cada vez más rápido, poniendo los pies tal como los ponen los auténticos derviches. Lo hago con una facilidad asombrosa, como si yo mismo fuera un derviche. Giro y giro y giro. No me mareo, es una sensación agradable, un dulce vértigo.

Y así permanezco, puede que haya descubierto otra forma de dormir sin dormir. Recuerdo mi aprendizaje en las técnicas de yoga, otro tema a experimentar, hasta es posible que llegue al samadhi sin el menor esfuerzo. Todo esto es un sin sentido. Tendría que estar muerto y estoy vivo. Aleluya. Debería regresar al coche y poner la radio, a ver qué pasa por el mundo. Pero estoy así tan bien, girando y girando y girando…

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