IN MEMORIAM 11-M 2019


15 ANIVERSARIO DEL 11-M

SIGO ESPERANDO QUE APAREZCA POR LA PUERTA

Me despierto sobresaltada. He escuchado un ruido. Alguien ha tropezado con algo. Me levanto de la cama y subo la persiana. Hoy es 11 de marzo. Hoy es el 15 aniversario de aquel terrible día. Sé que el ruido se ha producido en sueños, porque vivo sola, no tengo gato, ni perro, ni cualquier otra mascota. Aquel ruido que hizo mi marido aquel día fue algo insólito. Nunca me despertaba, era como un fantasma. A veces le tomaba el pelo. Cualquier día me va a dar algo, como se te vaya el pie, tropieces y me despiertes. Y aquel día ocurrió. Es un ruido que se repite todos los días al despertar. Aquel día me reí y le pedí un beso de despedida. El también se rió y me besó en la boca, alargando el beso más de la cuenta, como si esperara algo, como si temiera algo. Todas las mañanas al despertar espero que tras el ruido pueda sentir sus labios en mis labios. Pero nunca ocurre. Despierto, subo la persiana y es otro tiempo. Han pasado quince años y aún recuerdo lo detallista que era para los cumpleaños, no se le pasaba uno y siempre había un regalo especial para mí, también un desayuno especial o una cena especial, o una reserva especial en algún sitio. Han pasado quince años y mi vista se queda clavada en la puerta a la hora en que llegaba todas las tardes. Mi corazón se va a salir del pecho, oigo la llave en la cerradura y estoy a punto de levantarme para arrojarme en sus brazos. Entonces recuerdo. Han pasado quince años y sigo recordando. Se apellidaba y se llamaba igual que otro de los fallecidos, por eso a veces se olvidan de él, sólo lo recuerdan si suman las víctimas y falta una. Hasta en eso tuvo mala suerte. Pero yo no lo olvido. Yo nunca lo olvidaré.

HE PERDIDO MEMORIA

Los médicos me dicen que mi memoria ha perdido un setenta y cinco por ciento de su capacidad. Me han reconocido esa minusvalía. Pero hay algo que sigo recordando. Yo era guardia civil. Aquella mañana me había tomado solo un café porque no tenía tiempo. Sé que trabajaba en el SEPRONA y que iba en tren al trabajo como todos los días. Sí recuerdo que aquella mañana me cambié de vagón porque vi a un compañero. Fue un extraño toque del destino. Nunca veía a compañeros en otros vagones, pero aquella mañana sí vi a uno y eso me salvó la vida. Sé que me jubilaron a los 36 años. Y aunque he perdido un setenta y cinco por ciento de memoria todavía recuerdo cómo tras la explosión intenté sacar a gente del vagón. Cuatro se me murieron en los brazos. Pude recoger su último aliento, pero ni siquiera tuve tiempo para desearles un buen viaje al más allá. Ustedes no saben lo que es eso. No es lo mismo que tener un gatito muerto en los brazos, atropellado por un coche o mordido por un perro. No es lo mismo que recoger el último suspiro de un animal envenenado a disparado por un furtivo. Hay algo más. Arrancamos los asientos y los utilizamos de camilla. No saben lo que es contemplar los ojos abiertos de los muertos, el silencio de los heridos que trasportábamos, el sonido infernal de los móviles. Ustedes no pueden saber lo que es eso. Una semana más tarde me destinaron al País Vasco, luego me jubilaron. Hay mañanas en las que no quiero levantarme. No tengo nada que hacer y aunque he perdido la memoria siempre recordaré lo ocurrido aquel 15 de marzo, hace ya quince años. Por suerte tengo a mis perros. Me obligan a levantarme de la cama. No sé cómo lo saben, pero conocen la hora de levantarse. Me pueden dejar media hora, si me ven muy mal, pero luego comienzan a lamerme y a mordisquearme. Uno me lame la cara y la cabeza y el otro mordisquea los dedos de los pies. Me veo obligado a levantarme. Sobre todo si me hacen cosquillas. Me quieren mucho y yo les quiero a ellos. No hubiera podido soportarlo sin su cariño. He perdido mucha memoria, pero hay algo que siempre recordaré. Hoy se cumplen quince años. Lo peor de todo era sentirme culpable de seguir vivo. Hoy lo llevo mejor, aunque no dejo de preguntarme por qué me eligió el destino para cambiarme de vagón.

CREÍ QUE ESTABA MUERTO

Llevaba pocos meses en Madrid. Aquella mañana tenía mucho sueño. Me senté abrazado a mi mochila. Temía perderla. La explosión fue como si todo el universo reventara. También reventaron mis tímpanos. No sé cómo llegué al suelo. Creí que estaba muerto. Tenía que estarlo. No era capaz de levantarme y tras aquella explosión todos en el tren deberíamos estar muertos, incluso en la estación, en el país, en el universo. Tras una explosión así todos deben de estar muertos. Me toqué el pecho y noté mi corazón galopando. Estaba vivo. No podía creerlo pero estaba vivo. Durante meses tuve problemas con los vecinos porque según ellos ponía el televisor muy alto. Puede que fuera cierto pero a mí me costaba escuchar las noticias. Tardé tres meses en cobrar el paro y a mis hijos les he prohibido subir en tren. No puedo escuchar el pitido de un tren, me vuelvo loco, por eso me mantengo alejado de las estaciones y de las vías del tren. Pero lo más duro de todo, algo que nunca olvidaré, fue escuchar los gritos de algunos heridos que no conseguían encontrar sus piernas. Recuerdo que entonces me dije que así era la muerte y no sé si me pareció mejor o peor de lo que yo había imaginado.

EL ESCRITOR AFICIONADO

Aquel día se levantó de la cama con dificultad. Le costaba levantarse de la cama ahora que estaba jubilado y vivía solo tras el divorcio. Su gatito Zapi permanecía acurrucado sobre su mano extendida y no parecía tener prisa por saltar de la cama y maullar para que le abriera la puerta o la ventana. Los dos estaban tan a gusto que le costó levantarse. Debía de ser ya muy tarde. Y lo era, las once de la mañana. Le abrió la puerta y se fue al servicio. Encendió el móvil y pudo ver la fecha. Once de marzo. 11-M. Las noticias decían que hoy era el quince aniversario de aquel terrible día. Prometí escribir tantas historias como víctimas, incluso algunas más sobre supervivientes, pero han pasado quince años y he sido incapaz. Tengo recopilada bastante información sobre fallecidos y supervivientes, pero me cuesta ponerme a ello, es como si yo mismo hubiera estado en aquellos trenes. Pero esta mañana tengo que escribir alguna historia, aunque me cueste, aunque me queden mal, porque no se trata de quedar bien o mal, se trata de recordar a víctimas inocentes, elegidos como corderos propiciatorios ante el altar del terrorismo, sacrificados a dioses de sangre para conseguir cualquier fin. No hay buen fin cuando se sacrifica ante el altar de los dioses de sangre. Todos son fines abyectos. Han pasado quince años y los terroristas siguen matando y los políticos siguen utilizando a las víctimas para sus fines. No hay buen fin cuando se sacrifica a víctimas inocentes en el altar de los sacrificios de dioses sangrientos, ni cuando se recoge esa sangre y esa carne y se quiere utilizar para llenar urnas con nombres y siglas. El fin no justifica los medios. Maquiavelo no tenía razón, los políticos no tienen razón, los terroristas no tienen razón. Nadie que derrame la sangre de su hermano tiene razón. Pero eso no es suficiente. Quitarles la razón no es suficiente. Llorar por ellos después de quince años no es suficiente. Hay que hacer algo más. El escritor aficionado encendió el ordenador y se puso a escribir sobre aquellos hermanos sacrificados por nada. Notó sus ojos húmedos mientras observaba a su gatito jugar en el jardín. Todos sus problemas y sufrimientos se diluyeron. Estaba vivo y podía escribir. Hoy es el 11-M. Hoy es el quince aniversario del 11-M. No lo olvides. Aunque pases un mal día.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.