ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XL


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Mi estancia en Fuenlabrada, donde ocurrió un drama tan trágico como esperpéntico, será narrada en el tercer libro de estas historias. Así pues daré por bueno lo contado hasta este momento, a pesar de los grandes vacíos, y supondré que el episodio que estoy acabando de hilvanar transcurrió al fallecimiento de A. Me asombra comprobar que en un periodo de tiempo de poco más de cuatro años me sucedieron tantos dramas como a algunas personas, pocas –si descontamos el tercer mundo- le podrían haber ocurrido durante una larga vida. La sensación que tengo es la de que los hechos ocurrieron uno tras otro y a veces se simultanearon varios. Por supuesto que hubo muchas más cosas, fui muchas veces al cine, al teatro, compré y leí muchos libros, hubo momentos agradables, incluso muy agradables, pero mi memoria se ha empecinado en acumular todo lo malo, convirtiendo esta temporada que siempre he llamado desde entonces como “Mi temporada en el infierno”, parafraseando a Rimbaud, o mi etapa negra, en un continuum temporal en el que solo me ocupé en ir descendiendo de círculo en círculo dantesco. Hubo intervalos, eso está claro.

No recuerdo mucho más de mi etapa de famoso reciente. Recibí algunas llamadas en el trabajo de compañeros de otros juzgados, interesándose por mí, de maneras muy humanas y sensibles. No quise aceptar sus propuestas de vernos, tomar un café y charlar. Debí de estar muy mal para negarme a tomar café con algunas chicas o mujeres que estaban interesadas en conocerme y charlar. Ese debe corre de mi cuenta, porque no hubo desprecios, insultos o nada semejante. Sencillamente estaba tan mal, tan desesperado que ya no creía en nada ni en nadie. No esperaba nada, no buscaba nada, solo quería que pasara el tiempo de exposición mediática, que todo el mundo se olvidara y yo pudiera continuar con mi vida, fuera la que fuese. Resulta curioso que a pesar del tiempo transcurrido, cuando llegué a León, me encontré con un compañero de otro juzgado en el vestíbulo del palacio de Justicia y me preguntó asombrado, si yo era el que había salido en el programa de televisión. Lo negué, por supuesto, pero él siguió insistiendo y creo que nunca aceptó mi negativa. Si dentro de un tiempo leyera estas historias recordaría aquel episodio y se sentiría confirmado en algo de lo que estaba totalmente seguro. Cuando fui cambiando (bajé de peso, los treinta kilos que había subido, me vestí de otra manera, me olvidé de la mariconera que comprobé era objeto de burlas en una capital provinciana, y mi aspecto físico cambió mucho, hasta me deshice de la barba y me dejé un bigotillo) el que alguien pudiera reconocerme resultaba bastante inverosímil.

Los ejemplares del suplemento dominical de aquel periódico, puede que una docena, los quemé durante una crisis de mi enfermedad y tras una discusión con mi entonces pareja. Los metí en la caldera de la calefacción y tras ellos los cuadernos de un diario que había comenzado a escribir a mi llegada a Madrid. Es una pena porque ahora me servirían para colocar en su sitio todas las piezas del puzle y desbloquear un rincón de mi memoria que ha permanecido tapiado más de cuarenta años. Si bien durante los años siguientes hablé a algunas personas de mis intentos de suicidio, fueron muy pocas, y la versión de aquellos hechos estaba muy podada. No creo que diera ningún ejemplar del reportaje a nadie. No es algo que se regala a los amigos para que te quieran más. Los conservé todos porque el juramento que me hice de contar todo esto antes de morir ha permanecido presente toda mi vida. Comenzó en aquel sótano infecto, atado con cadenas, donde primero quise acabar con toda la humanidad y luego me conformé con la promesa de lanzar un grito de Munch defendiendo mi dignidad humana antes de morir y quedó incrustado en mi subconsciente en aquel comedor del psiquiátrico Alonso Vega de Madrid después de que el psiquiatra me dijera que iba a permanecer internado de por vida. Por suerte el bloqueo de la memoria ha sido casi total. No quiero decir que me volviera amnésico, simplemente fue enterrado a mucha profundidad, casi en el núcleo de la Tierra, de tal modo que al desenterrarlo ahora he tenido que cavar con uñas y dientes. Hay sangre entre mis uñas y hay putrefacción entre mis dientes. Ha sido una recapitulación infernal. He pasado algunas noches sin pegar ojo y he sentido temblar mis entrañas. Ha sido mi condición de novelista, capaz de escribir las historias más delirantes y de crear los personajes más alucinantes, la que me ha permitido verme como un personaje y distanciarme, escribir estas historias como si fueran relatos de terror y no una realidad que viví en mis propias carnes. Me cuesta aceptar que la persona que fui es la misma que la persona que soy. Y sin embargo cada episodio depresivo, desde hace muchos años, me recuerda un poco a lo que fui y a lo que hice entonces. Es el mismo veneno, solo que la dosis está muy rebajada. Ya no me comen por dentro los ácidos, pero el malestar estomacal de la digestión me obliga a dar vueltas en la cama, insomne, o a levantarme, como esta noche, que espero sea la última, para rematar estas historias de una vez por todas y olvidarme de ellas. La recapitulación está hecha, el desbloqueo me ha llevado hasta donde me ha permitido mi subconsciente, ahora solo queda subirlas a Internet y esperar que no pase nada. Porque nada debería pasar. Las historias humanas nunca se han llevado en esta sociedad, todo el mundo quiere pasar página, divertirse con lo que sea, fugarse de la realidad de la vida como sea y al precio que sea. Las historias humanas no interesan, porque se sufre demasiado, porque intensifican nuestra capacidad de empatía, muy dormida, y no merece la pena sufrir por algo que no nos ha ocurrido a nosotros. Soy consciente de que mi historia no deja de ser una de tantas.  La historia humana se compone de todos los círculos del infierno de Dante y de más, de muchos más, por ellos han pasado tantos seres humanos que la empatía hacia todos ellos nos volvería locos. La historia humana está repleta de genocidios, de campos de concentración, de muertos de hambre, por las guerras, torturados, despedazados, desmembrados. Las mujeres han sido violadas, los niños esclavizados, carne de cañón de pedófilos, tirados en las playas de los refugiados. Si por un milagro todas las víctimas en la historia humana aparecieran ahora ante nuestros ojos, en nuestros parques, en las plazas públicas, en nuestras calles, amontonados, sangrantes, con sus ojos abiertos mirándonos. Si las escenas de sus torturas, de sus muertos, se reprodujeran ante nuestros ojos, la humanidad se volvería loca, porque no hay mente que soporte algo así. Esta es la maldita y tenebrosa historia de la humanidad y aún no ha terminado. Ahora mismo siguen ocurriendo estas cosas. Ahora mismo la humanidad sigue mirando para otra parte, como si la depredación que está sucediendo ante nuestros ojos no fuera con nosotros. Es preciso bloquearse, es preciso anular nuestra capacidad de empatía para poder sobrevivir. Mi vida no es nada comparada con esta pirámide casi infinita de víctimas amontonadas de cualquier manera por el tiempo, la historia y los verdugos que han sido encargados de ahorrar un trabajo horrible al resto. Además, salvo las cadenas que me pusieron contra mi voluntad, las patadas, los puñetazos, los electroshocks, las reclusiones en manicomios, el resto lo hice yo, nadie intentó matarme, fui yo el que quiso hacerlo. No importan las razones, una sociedad apestosa, inhumana, la soledad, la falta de cariño, una enfermedad mental que sigue estigmatizada y que a nadie importa. Fui yo quien lo hizo y no puedo ni debo quejarme. Pero tal vez mi dignidad humana me impulse a cumplir el juramento que me hice. Por todas las víctimas amontonadas de cualquier manera a lo largo de la historia. Porque cuando la naturaleza mata, a veces para sobrevivir ella misma a la depredación humana, no se regodea en sus resultados, es objetiva e impersonal. ¿En qué infierno estamos? ¿Dónde están los verdugos? Y sobre todo, ¿dónde están las mentes asesinas que urdieron todo esto? Espero que nadie lea este testimonio, que me dejen en paz, solo quería cumplir un juramento, solo eso. Pero si todo se complica y muchos lo leen que no me llamen para entrevistas morbosas. Que cambien esta humanidad, que salgan a las calles y griten que señalen a los verdugos y a las mentes asesinas, que no tengan miedo a morir, la muerte puede ser un alivio cuando uno vive en el infierno.

Para quitar hierro debo darle a esta historia un final un tanto esperpéntico. A la muerte de A me trasladé a Fuenlabrada donde residí hasta mi traslado a León. Con el tiempo me olvidé de mi fama efímera y los demás se olvidaron antes. Seguí viendo a H, aunque no con mucha frecuencia. Mi salida de Madrid no acabó con nuestra relación. Debimos de escribirnos cada cierto tiempo, cartas, por supuesto, porque en aquellos tiempos no había correo electrónico. No recuerdo conversaciones telefónicas, aunque sí pudo haberlas. Lo cierto es que yo regresé a Madrid en alguna ocasión para verla, eso lo recuerdo. Y ella vino a León para verme. Lo sé porque tengo alguna foto que lo documenta. En ella está con la pareja de su padre, no recuerdo que viniera nadie más, aunque hay una foto en la que estamos los tres y que alguien debió hacerla, tal vez un transeúnte que pasaba por allí. Puede que insistiera un poco para tener relaciones sexuales con ella. Admito que aunque no insisto cuando me dicen que no, suelo dejar caer como quien no quiere la cosa que… Bueno, en realidad en aquellos tiempos me limitaba a hablar de mi soledad y la necesidad de cariño y de sexo. Si se lo dices a una mujer ésta puede pensar que le estás proponiendo algo. Debería callarme, ya que a nadie le importa mi soledad o mis necesidades sexuales, como a nadie importó mi trágica vida de enfermo mental. Pero no soy capaz de hacerlo, siempre se me escapa la verdad, porque no soy capaz de vivir en la mentira.

El recuerdo de lo que ocurrió en la casa de mis abuelos, entonces abandonada y a la venta, cuando ella accedió a venir a pasar unos días conmigo, sola, y en la montaña, es para mí bastante triste. Yo había comenzado a engordar de nuevo y supongo que estaba en un periodo depresivo, uno más. Ella no debía de sentirse muy atraída por mí, pero cedió por alguna razón. Además los efectos de la droga habían disminuido mucho su libido, como me había confesado estando en Madrid. Fue una experiencia muy triste. En buena parte fue culpa mía, por insistir y no ser capaz de dar lo mejor de mí, y en parte fue culpa de ella por su falta de libido. No volvimos a vernos. Creo recordar que yo aproveché el desastre que fue nuestro encuentro sexual para dejar de contestar a sus cartas. Es cierto que nunca le eché la culpa de lo ocurrido con la entrevista pero aquella experiencia fue tan brutalmente decepcionante que en algún momento pensé si no podría haber escogido otro periodista y si en realidad solo quería hacerle un favor. Puede que me comentara que se había acostado con él en un pasado no muy remoto. Nunca quise saber de aquel periodista y tal vez hubiera podido hacerlo ya que conservaba su nombre en el reportaje. Entonces no existía Google pero tampoco era tan complicado ir a una biblioteca y leerse los periódicos de Madrid. Desconozco si aquel número circense que fue la entrevista que me hizo le pudo servir para trepar y mejor su posición profesional. Por un lado no me importaría que aquella mierda que viví hubiera servido de algo a alguien, por otro lado pienso que quien desprecia la humanidad de una historia, buscando solo número de lectores, de oyentes, de televidentes, para conseguir una mejor posición, más dinero, más fama, más relevancia, lo que sea, no merece que se le desee suerte en su empeño.

Y aquí termina esta historia, aunque quedan algunas más, como la que vendrá a continuación, una tragedia esperpéntica en la transición española o la historia de una rubia con mala suerte. Lo dicho, a lo largo de mi vida no me han ocurrido tantas cosas y tan malas como en aquellos años, tal vez cuatro y unos meses. Creo que entonces era una especie de emisora de radio lanzando quejidos al aire y como es natural atraje a todo lo afín. Ahora, cuando todo el mundo vive una distopía que nadie es capaz de asimilar, cuando mi muerte no está lejana y la soledad es aliviada por mis queridos gatitos, ha llegado el momento de cumplir mi juramento y proclamar bien alto que merece la pena vivir a pesar de todo. Porque de otra forma no hubiera conocido el amor, ni tenido una maravillosa hija, ni un hijo afectivo que me sigue queriendo, ni a las buenas, personas, no demasiadas, eso es cierto que he llegado a conocer. Tampoco hubiera podido leer todo lo que he leído, ni la música que he escuchado, ni las películas y series que he visto, ni gozado de tantas puestas de sol, y tantos bellos paisajes y tantos momentos alegres y felices. A pesar de todos los pesares merece la pena seguir viviendo, aunque solo fuera para luchar por un mundo mejor. Porque este mundo, esta sociedad, tienen que ser mejoradas, mucho y en poco tiempo o todo se nos irá de las manos.

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