II
Es lo único que recuerda como real en una pesadilla sin sentido, aunque eso sí, de una vivacidad espeluznante. Su memoria no registra si finalmente consigue bajar de la cumbre o permanece allí la noche entera. Lo curioso es la sensación de frío que aún le estremece. Caso de haberlo conseguido el descenso debió que ser muy lento, extremadamente arriesgado. No es posible que una experiencia así se le borre a uno completamente de la memoria.
Duerme pero al mismo tiempo controla los detalles del sueño con lucidez. De pronto comienza la pesadilla. La luz vuelve a parpadear de nuevo y sin poder controlarse sus ojos se desvían hacia la derecha donde otra estrella, antes inadvertida, responde a la primera. Otras estrellas responden a esa especie de clave. Todas ellas parecen formar una figura geométrica aunque no le resulte conocida, tal vez varias formas piramidales o pentagonales superpuestas. Su mirada está clavada en aquel punto del cielo y su cuello no se desvía ni un milímetro.
En su cráneo resuena una voz desconocida. Debe tumbarse en el suelo y relajarse porque el contacto será más doloroso si opone resistencia. Obedece preguntándose con temor si la autosugestión que sufre no le llevará demasiado lejos; la soledad y el miedo generan fácilmente alucinaciones. No obstante el temor a obviar la realidad, por dura que sea, le lleva a una conducta inusual en una persona razonable.
La voz se adueña de su persona, asume suavemente el control. A pesar de la postura percibe un rayo de luz en el cielo. Parece llegar hasta su cuerpo y calentarlo de forma muy, muy agradable. La sensación es placentera, si su cuerpo estuviera unido al de una mujer diría que se trata de un orgasmo, el más delicioso que su fantasía nunca imaginó. Aunque la comparación no es del todo exacta, un éxtasis místico sería más apropiado si supiera qué es tal cosa.
Cierra los ojos y se deja conducir hasta el climax. Algo muy cercano a la muerte. Si eso es morir bien pudieran matarlo una y otra vez. Su cuerpo, su mente son incapaces de soportar más intensidad en el placer. Abre los ojos. No puede ser cierto pero ha visto cómo su cuerpo flota en el aire ya muy cercano a la luz. Aunque la sensación es muy breve no existen ya dudas al respecto. La luz brota de una nave, una inmensa nave circular y le están embarcando en ella utilizando una tecnología casi milagrosa. El rayo de luz le mantiene en el aire atrayéndole hacia su destino como si un potentísimo imán atrajera un montón de chatarra.
El miedo se intensifica aún más, su boca se abre buscando el grito, descontrolado, casi demente; solo la voz, casi maternal le calma, como una nana lo haría con un bebé. Es muy importante que permanezca relajado o el rayo perdería el contacto, La caída sería desde varios kilómetros de altura. Hasta sus huesos se reducirían a pulpa. Al cabo de unos minutos, que se le hacen eternos, nota un pinchazo en el brazo derecho y la placidez que recordaba con nostalgia regresa a él, atenuando el miedo.
Desea abrir los ojos pero los párpados pesan tanto que el esfuerzo necesario para conseguirlo no merece la pena. Aunque no puede ver su entorno se imagina en una especie de quirófano donde se le está manipulando, con extraños instrumentos médicos, cuya visión no habría podido soportar, de hecho solo imaginarlos paraliza el plácido discurrir de su mente que seguramente está siendo guiada por la voz aunque ahora no es consciente de ella. Un metal puntiagudo roza su espalda, a la altura de la columna vertebral. Sea lo que sea penetra el hueso, hasta llegar a la médula, el dolor se hace de todo punto insoportable y apenas puede ser atenuado por la voz que le sigue calmando desde el interior, en el centro de su cerebro. Precisamente es en la parte superior de su cráneo donde empieza a sentir la gélida punta de otro trozo de metal que penetra muy hondo, hasta el centro del cerebro, allí donde cree estar escuchando la voz. La sensación de que su cerebro está siendo manipulado por extraños es la que le lleva definitivamente al pánico. Gime, suplica, grita, amenaza, blasfema y les conmina a que le dejen en paz, en nombre de Dios. Solo cuando el dolor se calma comprende que su boca no ha pronunciado ni una sola palabra, es su mente la que se comunica con mayor contundencia de la que su voz hubiera alcanzado nunca.
Es consciente de que durante toda la escena ha sido su mente, no sus oídos, la que percibe los murmullos de conversaciones; aunque le resulta muy sorprendente deduce que todas las comunicaciones se estaban produciendo telepáticamente, de manera perfecta, con claridad matizada, que permite percibir toda la profundidad, tanto en la expresión como en el sentimiento, de quien se están comunicando.
No puede ni siquiera hacerse una idea del tiempo que dura aquel análisis o experimento o lo que sea a que está siendo sometido porque la percepción del tiempo ha desaparecido por completo. Escucha en su cabeza una amable invitación a levantarse. En respuesta emite un sentimiento de impotencia que es respondido con otro que le transmite seguridad en sus fuerzas. Consigue ponerse en pie, se siente muy ligero, como vacío; no es que carezca de cuerpo porque puede sentirlo en todas sus partes, pero es como si este hubiera sido vaciado por dentro, su peso ha disminuido tanto que se imagina con fuerzas para volar por el recinto. Lo intentaría, de no ser por una sensación tan sorprendente que no le aterroriza hasta llegar a entenderla por completo. A pesar de que sus piernas apenas le sostienen le basta con crear una imagen clara en la pantalla de su mente para que el deseo que genera la imagen se realice de forma instantanea, convirtiéndose en actualidad para su consciencia.
Cuando comprende lo que le está ocurriendo y consigue superar el miedo, gracias a la voz amable que aún continúa en su mente, explicándole todo lo que está sucediendo, comienza a practicar con la nueva técnica. Es fácil, solo se precisa dejar de lado la voluntad, cualquier atisbo de personalidad, esa personalidad que es el conjunto de emociones, ideas y sensaciones con que se ha percibido siempre a sí mismo, para que pueda moverse, siguiendo la cadencia de los cuadros formados por su imaginación. Los resultados son tan espectaculares que la euforia descontrola sus sensaciones durante unos segundos, suficientes para verse obligado a recurrir a una imagen tranquilizadora para recobrar el equilibrio. Lo que más le sorprende es la posibilidad de abandonar por completo su percepción de sí mismo, como persona, como individuo con voluntad, capaz de decidir entre varias opciones. Esta posibilidad no se la ha planteado nunca, salvo al pensar en la muerte, la absoluta dejación de la voluntad y la libertad. Es un mundo nuevo, mágico, el que acaba de descubrir.
Comunica el hallazgo con entusiasmo desbordante, con alegría infinita, a las figuras gigantescas que no ha dejado de percibir, de forma fantasmal, a su alrededor, pero que ahora nota con más nitidez. Recibe su aprobación conjunta, con tal simpatía y sentido del humor, que su entusiasmo fraternal descontrola todos sus sentimientos, tiene que ser calmado y advertido por la voz guía que no ha cesado en el contacto ni un solo instante.
Es en ese momento cuando comprende todo el proceso que acaba de sufrir. En realidad es el miedo el que causa el malestar que ha sufrido antes con tanta intensidad, lo mismo que la incapacidad para moverse y comunicarse, una incapacidad paralizante que llega a aterrorizarle. Solicita el perdón a las figuras gigantescas –ahora las percibe aún con mayor claridad dándose cuenta que su estatura es tal vez el doble que la suya o puede que incluso el triple- y la respuesta es como una energía alegre, amorosa, cosquilleante. La dicha le invade completamente, abriéndose a nuevos sentimientos de fraternidad hacia todas las criaturas del universo que nunca hasta entonces había experimentado. Su respeto hacia sus captores se parece mucho al que sentiría hacia un maestro espiritual, un Jesucristo, un Buda. Al principio era rabia, odio, temor, hacia unos secuestradores que amparados en una tecnología incomprensible, le obligan a someterse a sus deseos contra su voluntad. Casi no ha llegado a advertir ese cambio, porque la voz ha tenido el control en todo momento. Le gustaría pedir perdón por sus sentimientos negativos descontrolados, pero sabe que cualquier emoción intensa por la que se deje llevar solo conseguiría hacerle perder la ecuanimidad y relajación necesarias para relacionarse con ellos y permitir que lo que está ocurriendo, sea lo que sea, pueda continuar su proceso.
La voz guía le insta cariñosamente a seguirle. Flotando –no podría ser de otra forma- se acerca hacia el lugar que se le indica. Se trata de una pantalla parecida a la de un televisor gigante pero con sorprendentes características que no puede percibir en su integridad, aunque sí de forma suficiente para comprender que la tecnología de aquellos seres no tiene nada que ver con la humana. Uno de los hermosos gigantes señala con un ademán, sencillo y encantador, el centro de la pantalla. Es la primera vez que está viendo a alguno de aquellos gigantes con total realismo, es una presencia física indubitable, no solo una voz, una presencia invisible. Se detiene un buen rato, mientras lo contempla con admiración y enorme felicidad. Es alto, muy alto, de unos dos metros, o tal vez mucho más no podría hacerse una idea exacta de su altura; esbelto, el cabello rubio en suave melena le llega hasta el comienzo del cuello, cayendo sobre el borde de una capa, de un gris luminoso, que se extiende en suaves pliegues sobre su espalda hasta el suelo. Los rasgos de su cara son dulces y hermosos, pero indudablemente masculinos, varoniles, denotando un fuerte carácter y una resolución inquebrantable. El traje parece hecho de una sola pieza, haciendo juego con la capa y cubriendo todo su cuerpo con delicadeza, ajustándose como una piel. Lo más impresionante de su figura son sus ojos, azul claro, magnéticos, irradiando fuerza y equilibrio, que hechizan y seducen, como un reflejo de luz en una noche cerrada.
A pesar de su sentimiento de pequeñez algo le impele a preguntarle su nombre, tal vez es un deseo del gigante ya que tiene serias dificultades para diferenciar entre sus sentimientos y pensamientos y los de quienes se comunican con él de forma telepática. Lo hace mentalmente con una facilidad que le sorprende ya que no se considera capaz de haber aprendido a comunicarse telepáticamente tan pronto y con tanta facilidad. Se expresa en su idioma o al menos así lo cree, porque él continúa pensando en todo momento en la única lengua que conoce. Intuye que su guía debe conocer perfectamente su idioma, así como otros muchos o casi todos los hablados por las naciones y tribus del planeta. No puede recordar su nombre, en este momento, mientras repasa sus recuerdos, en un estado de duermevela, pero sí la resonancia que se produce en su mente, como a dios mitológico, a héroe de saga cósmica, que reverbera en su subconsciente.
El gigante rubio acentúa el gesto, indicándole que se acerque a la pantalla. Ahora es consciente de que se encuentra en la proa de la nave, ya que puede percibir el ligero movimiento hacia delante, con una aceleración muy suave. En realidad comprende que la pantalla es al mismo tiempo una enorme ventana, a cuyo través se puede contemplar una gran extensión del cielo nocturno.