Categoría: DESDE MI OBSERVATORIO EN EL PARQUE DEL ESTE

DESDE MI OBSERVATORIO EN EL PARQUE DEL ESTE


DESDE MI OBSERVATORIO EN EL PARQUE DEL ESTE ( NOVELA SOBRE LA VEJEZ)

parque-del-este

 

NOTA INTRODUCTORIA DEL AUTOR: Cuando hace ya muchos años me puse a esbozar una novela sobre la vejez imaginé que no me resultaría complicado verme con unos cuantos años más encima. Me equivoqué, ahora que los tengo es mucho peor de lo que había supuesto, por lo que me veré obligado a modificar el manuscrito, dándole un tono aún más dramático, aunque enmascarado con una buena dosis de humor. La soledad del anciano puede ser muy productiva, como la de los antiguos ancianos-sabios de antes, aunque lo más probable es que sea una soledad muy sola, sin más. Estoy procurando que la mía sea sabia y productiva, aunque me temo que es más bien sola-sola-sola. Lo bueno de haberla dejado tanto tiempo fermentando en los manuscritos es que ahora se ha convertido en alcohol de muchos grados. Me temo que solo borracho uno puede afrontar la última parte de su vida, justo cuando se está a las puertas de encerrarse en una residencia de ancianos para siempre.

DESDE MI OBSERVATORIO EN EL PARQUE DEL ESTE

UN VIEJO MUY VIEJO

Cuando llegamos a cierta edad –no voy a decir cuál- uno siente como si el impulso que le ha arrastrado a lo largo de la vida se ralentizara. A su alrededor todo parece seguir el mismo ritmo frenético de siempre pero no se sabe si es que no se percibe como antes o es que se ha formado un extraño círculo invisible rodeándole donde todo sucede en otro tiempo, en otra dimensión. Como dice Graham Greene en una frase magistral que describe a uno de sus personajes, “ cuando se llega a la edad provecta se empieza a vivir en la hora cero”, esto es así porque para el anciano todos los relojes se han estropeado en esa hora, cualquiera que sea. Se camina sin prisas porque cuanto más se corre más cercana aparece la muerte que nos vigila con ojos anónimos desde cualquier esquina. Ciertamente tampoco puede uno apresurarse porque la maquinaria se resiente quejándose de mil formas diferentes y todas dolorosas, así que se decide caminar a cámara lenta; se da un paso, luego se piensa si la otra pierna está preparada y se da otro. Esto hace que el mundo se estire hasta el infinito, la tienda de la esquina ya no está en la esquina sino a media hora los días reumáticos y a algo menos los restantes; el parque es un nuevo planeta en nuestro sistema solar, para viajar hasta él es preciso aprender a ser astronauta y encerrarse en una nave espacial, léase autobús o metro.Mis males son muchos y sólo hablo de ellos a quienes me resultan tan simpáticos como un gran pedazo de plomo colgado de mi cuello: es una forma rápida de deshacerme de su presencia. Tan solo un achaque me molesta seriamente: mi vista ya no es lo que era por lo que me he tenido que  renunciar a la lectura – el único consuelo que me quedaba a mi declinante edad -. Hace tiempo que he cambiado el tiempo de lectura por un largo paseo al parque del Este, el más cercano a mi hogar –esta palabra me pone los pelos de punta- una media hora  los días reumáticos. Allí me dedico a observar gentes o árboles si por casualidad mi rincón se encuentra desierto.

La observación de los demás es el consuelo que le queda a mi soledad; a veces, raras veces, algún buen samaritano se deja agobiar por un anciano pelma y me concede un rato de conversación.He decidido grabar en un cassette un diario de mis visitas al parque, tal vez algún día sirva de testamento. Me duele pensar que me iré como una ráfaga de viento: rompe alguna rama, altera el humor de una o dos personas y al cabo de unos minutos nadie recuerda ya aquella ventolera que se perdió en el vacío. De vez en cuando pongo una cinta en el cassette y recuerdo viejos tiempos, mi memoria se va diluyendo como un terrón de azúcar en el café. Cuando me tomo uno en cualquier cafetería de camino diluyo  en él uno de los terrones que almacené hace algunos años y que llevo siempre en el bolsillo del abrigo –al morir mi mujer me dediqué a coleccionar todo lo que encontraba a mano como fórmula contra el pensamiento percutiente – y observo el proceso con la sorpresa de un niño que acaba de descubrir la fugacidad del tiempo. Intento leer la prensa del día  pero no alcanzo mucho más allá de los titulares, al menos me entero del equipo que encabeza la liga o la última matanza en algún lugar del mundo, noticias ambas muy reconfortantes cuando nada nos importa más de unos segundos.

parque-del-este-2

UN LUNES DE OTOÑO

Esta mañana me he levantado tarde como acostumbro últimamente aunque duerma mal y me vea obligado a permanecer en la cama recordando el pasado, en el futuro ya no puedo pensar. Se estaba calentito oyendo la lluvia golpear contra los cristales. De camino al parque he entrado a tomar un café en un local frecuentado por la juventud; me gusta codearme con ellos, sobre todo con ellas, a ver si me contagia medio centímetro cúbico de exuberancia y vitalidad. Allí aproveché para que mi brazo derecho descansara de sujetar el paraguas, son estos pequeños detalles los que hacen la vida de un anciano tan miserable. Al remitir la lluvia me acerqué con paso cansino hasta el parque, los coches salpicaban al pisar los charcos con sus piernas redondas, poca gente en las aceras, los que pasaban lo hacían con prisa como si la vida se les fuera a escapar entre los dedos, no eran conscientes del único enemigo que agujereando su piel producía una hemorragia invisible, mi mirada avisada percibía la esencia vital gota a gota.Ya en el parque busqué un banco cercano al charco de los patos donde puse el periódico viejo que llevaba en el bolsillo. La zona estaba desierta así que me dediqué a contemplar cómo los patos se balanceaban indolentes en el agua. El sol asomó su morro entre las nubes como buscando a alguien imposible de encontrar entre la multitud hormigueante de la ciudad. Una joven madre con una encantadora pequeñuela se ha acercado al estanque, la niña me ha visto y con el desparpajo de los niños que no conocen la distancia que les separa de los otros se ha acercado a mí. Me ha preguntado por qué era tan viejo, he respondido que había vivido mucho. Quería seguir preguntando pero su madre malhumorada la ha llamado. No molestes al abuelo le ha dicho mientras se la llevaba a rastras hasta los columpios.La mañana ha sido triste y vacía, he vuelto a casa para alentar una lata de comida precocinada. La tarde ha transcurrido en la cocina oyendo parlotear por la radio a personas a las que todo les parece importante porque aún no han vivido lo suficiente.