ULTIMA NOCHE
Ella preparaba la cena, en su casita, situada en un perdido lugar de cualquier parte. El veía la televisión, como un zombi. Habían transcurrido muchos días, él no sabía muy bien cuántos. Ella era consciente de que las noticias eran buenas: la policía había cerrado el caso. La chica había matado al jefe y a los dos secuaces, los compinches habían matado a la chica. Ajuste de cuentas. Caso cerrado. Al menos eso decían los telediarios. No podía fiarse, tal vez todo fuera una trampa de la policía. Le buscaban a él para interrogarle, le consideraban un testigo. La hipótesis era que ella le había secuestrado, luego matado a los otros y ahí se perdía el hilo. Tal vez él lograra huir o tal vez estuviera muerto. Eso solucionaba todo a plena satisfacción. Le buscaré una nueva personalidad. No necesitaban de su dinero, que sus sicarios se quedaran con la empresa; ella tenía mucho dinero en cuentas secretas, en Suiza. Podría ir retirando lo que necesitara, utilizando cualquiera de sus múltiples personalidades. El reaccionaría, acabaría por hacerlo. Fin de la historia.
Terminó de preparar la cena y le sirvió a él una cerveza fría. Ella se sentó en el sofá a su lado, le besó y acarició su pelo revuelto. El se disculpó, levantándose para ir al servicio. Ella se quedó mirando un programa estúpido en la televisión. Como una auténtica ama de casa, pensó.
El regresó, pero llevaba algo en su mano derecha, era una pistola. La encañonó apuntándola al pecho. No tenía ninguna duda. Ella le miró fríamente a los ojos y dijo:
-Mátame, pichoncito. No tenemos futuro. Me consideras una asesina, una psicópata y el amor de una asesina no dura para siempre. Aprieta el gatillo y acabemos de una vez.
-Yo te quería, aún sabiendo que habías matado a un hombre. No lo conocí, aunque estoy seguro de que era un canalla desalmado y no merecía otro destino. Te amé con pasión cuando te enfrentaste a dos matones sin temblar. Era su vida o la tuya, no podías hacer otra cosa. Pero aquella mujer no merecía la muerte, era una prostituta, vendía su cuerpo por dinero; no merecía morir, no hacía daño a nadie. Entonces comprendí que eres una asesina fría, una profesional. ¿A cuántos has matado? Todo lo que me has dicho sobre tu vida es una mentira. Dime ahora la verdad. ¿A cuántos has matado?
-No lo sé pichoncito, puede que pasen de los cien. Tienes razón, soy una profesional. Mato por dinero. Aquel mamón no me había hecho nada. Te mentí. Me contrataron para liquidarlo. Mucho dinero. Lo seduje y lo aguanté durante unos meses, el tiempo suficiente para encontrar una oportunidad. Era un tipo muy bien protegido. Siempre estaba rodeado de matones, protegido por medidas de seguridad casi perfectas. Pero existía un agujero en la coraza. El mamón tenía gustos muy extraños en lo referente al sexo. Tal vez el menos extraño fuera que le gustaba follar en un coche en pleno campo, solo, sin guardaespaldas. Supe enseguida que esa era mi oportunidad pero había un pero; antes de quedarnos solos siempre me cacheaba Pulgarcito y no se andaba con remilgos, metía la mano hasta debajo de las bragas. Era imposible ocultar nada, ni una pistola diminuta, ni siquiera una navaja. El muy cabrón me cacheaba a fondo y disfrutaba con ello, vaya si disfrutaba. Se lo tomaba con calma, me manoseaba como una babosa. Y el jefe miraba, lo dejaba hacer. Eso le ponía cachondo. Lo hizo dos veces pero a la tercera descubrí la forma de engañar a Pulgarcito. El cabroncete tenía una debilidad, era maricón y no soportaba tocarle el culo a una mujer. A los hombres sí, se moría por tocar culos masculinos, en cambio del cuerpo de las mujeres le repugnaba. Había notado que podía desnudarme con la mirada por delante pero en cuanto movía el culo delante de él se ponía nervioso y buscaba cualquier excusa para irse. Se lo sonsaqué a Frankestein, me costó un polvete, un polvete miserable, porque al capullo no se le ponía tiesa y tuve que mamársela. Eso fue todo lo que conseguí de aquel gorila. Así que aproveché esa debilidad de Pulgarcito, escondí en el culo una pistolita que casi podía sujetar entre mis nalgas. Cuando me quedé a solas con el mamón saqué la pistolita y me apoderé de la suya. Lo demás fue fácil. Por cierto, ya que quieres saberlo todo. El mamón era un amante genial, la tenía grande y aguantaba minutos y minutos sin correrse. Le gustaba hacerlo por delante, por detrás, de rodillas, de pie, en los ascensores, que se la mamasen por debajo de la mesa, en el cuarto de baño, se lo hacía con dos a la vez, con tres, con cuatro, con las que fuera. Era un semental, un toro insaciable. Nunca he disfrutado tanto, tu eres un pardillo a su lado, tu…
-Cállate de una puta vez, zorra.
El sentía ansias de descuartizar su cuerpo, la mano le temblaba de tal forma que tuvo que quitar el dedo del gatillo.
-Lo que dices es mentira. Me provocas para que te mate. Eres una profesional pero no una pervertida. Me lo has demostrado en la cama, eres dulce, cariñosa, apasionada, romántica…
-Para el carro, pichoncito. Sabes que me he acostado con todos los hombres que maté, incluso con las mujeres. Hubo de todo, como en botica. Pichas grandes, medianas, diminutas. Amantes cariñosos, brutales, impotentes, fetichistas, pervertidos, hasta sadomasoquistas. Y qué decir de las mujeres, monjitas, ninfómanas, viejas, jovencitas, hasta una colegiala. ¿No me crees?
-Lo haces porque supones que no voy a poder matarte, pero lo haré. Eres un demonio, una zorra sin entrañas.
-Aún me quieres pichoncito. Tú aún me quieres, mi amor.
-Sí, sí, es verdad. Aún te quiero y te querré siempre.
-Si es verdad, dame un beso de despedida. Deja la pistola y bésame, luego podrás matarme, moriré a gusto.
El dejó la pistola sobre la mesa y la besó como nunca nadie había besado. Así pasaron los minutos. Ella respondió con pasión, estremecida. El se desprendió de su boca y entonces ella saltó como una pantera y se apoderó de la pistola. Le encañonó y chasqueó la lengua.
-Ahora qué pichoncito. Tú eres el que va a morir. Antes quiero que me cuentes a cuántas te has follado. No te des prisa, tómatelo con calma.
-He tenido mis aventurillas pero los hombres siempre exageramos. Una aquí, otra allá, pero no demasiadas. Si es cierto que me han visto con muchas mujeres, pero no todos se derriten por mis huesos…
-No me mientas, pichoncito, no lo hagas o será lo último que digas…
-Está bien, está bien. Siempre tuve éxito con las mujeres, no sé porqué, no soy feo, pero otros son más atractivos y no se comen una rosca. Debe ser un don, como memorizar números de teléfono…
-No te enrolles pichoncito, al grano.
-En el instituto las chicas me perseguían y yo nunca decía que no, gordas, delgadas, feas, guapas, pecosas, rubias, morenas. Todas caían de rodillas y me la mamaban. Todas… ¿me has entendido?
-Claro, cariño, sigue.
-Cuando fui mayor de edad las casadas que antes se resistían, por miedo a pervertir a un menor, cayeron de rodillas ante mí y me la chuparon. Me has oído. Todas… Todas… Focas, mujeres despampanantes, ricas, pobres, recién casadas, maduritas fondonas. Todas…Todas….
-Te he oído cariño. Sigue.
-Me pagaban, algunas mucho. Así monté mi negocio. Soy un buen programador, el mejor si quieres, pero sin su dinero nunca hubiera salido adelante. Entonces contraté a las mujeres más guapas, aunque fueran unas inútiles. No me importaba, porque me las tiraba a todas…todas… ¿Me has oído? A todas….
-Claro, pichoncito. Y eran grandes, delgadas, feas, rubias, morenas…
-Sí, sí, eran gordas, delgadas, unas tenían el chocho grande, otras estrecho. ¡Pero qué me haces decir! Todas eran guapas, me oyes, todas….
-Claro, mi amor, sigue.
-Con dinero todo es más fácil. Iba por ahí de caza y caían todas… todas… ¿me oyes?…
-Claro pichoncito. Y eran gordas, delgadas….
-No te rías de mí, zorra. Mátame y acabemos de una vez, no me gusta este juego sadomasoquista. Mátame puta, mátame…
-Luego, mi vida, ahora dime la verdad. ¿Cuánto de lo que has contado es cierto?
El se echó a llorar. A ella no le temblaba el pulso.
-Vamos, deja de lloriquear como un niño y dime la verdad.
-No es cierto, nunca me vendí. El negocio lo he sacado adelante yo solito. Tampoco es cierto que contratara chicas para tirármelas. En mi empresa están los mejores, sean hombres o mujeres, no tengo preferencia. Sí, es cierto que tengo éxito con las mujeres. Todos los veranos me acompaña una mujer a la casa donde estuviste. Y lo pasamos bien, a veces muy bien, otras regular. A veces ligo en la playa o en la discoteca o por ahí. Las llevo a caso y hacemos un “menage a trois”, si la otra quiere, sino la echo, pagándole el viaje y gastos, claro, no soy un miserable.
-¿Y el Sida? ¿No tienes miedo del Sida?
-Lo tenía, pero me cuido mucho, me hago análisis todos los meses y tomo precauciones. Es un riesgo mínimo y muy calculado.
-¿Tú crees? ¿Y estas últimas noches? Me has hecho cunnilingus y no he dejado que te pusieras preservativos.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir, pichoncito, que tengo el Sida y ahora seguro que tú también.
-Me estás engañando otra vez, maldita zorra.
-No, no lo estoy haciendo. Y ahora te voy a dar la pistola y me vas a matar. ¿Verdad que sí pichoncito?
Ella le entregó la pistola sin que su mano temblara, él la tomó entre las suyas temblorosas y la encañonó.
-Ahora me vas a decir la verdad. Quiero la verdad, ¿me oyes?
-Claro, cariñito. Es cierto que soy una profesional pero no he matado a tantos. No me he acostado con todos, solo con quienes me gustaban. Te he tomado el pelo. Es cierto que el mamón era un buen amante, pero nunca me dio el cariño que me has dado tú. El muy cabrón acabó por contagiarse el Sida, tomaba precauciones, pero a veces se las saltaba cuando estaba muy bebido y en plena orgía. Me lo dijo antes de matarle.
“También me dijo que había descubierto que era una profesional, pero que quería que yo le matara, no quería sufrir. Lo de Pulgarcito es cierto, a Mamón no le importaba que escondiera una pistola en el coño si quería, pero le daba instrucciones a Pulgarcito porque quería humillarme. Ahora que sabes que te he contagiado el Sida mátame.
-Aún no has dicho toda la verdad. ¿Me quieres? ¿Estás enamorada de mí?
-Claro, pichoncito por eso quiero que me mates. No Tenemos ningún futuro. ¡Mátame de una puta vez!
-No te creo, zorrita. ¿Cómo sé que no me estás mintiendo ahora?
-No lo sabes. Pero puedes hacerte un análisis de sangre. Tal vez descubras que ya tienes el Sida.
-No entiendo nada del Sida. ¿Puede saberse tan pronto que estoy contagiado?
-Podemos esperar. Y mientras tanto seguir follando sin preservativos. ¡Qué importa ya! Si no te has contagiado aún no creo que unos polvos más te sienten peor de lo que te han sentado hasta ahora.
Èl comenzó a calmarse. A ver las cosas con la frialdad con que las observan los que van a morir. Se sentó tranquilamente y le pidió a ella que le sirviera un buen trago. Estaba dispuesto a llegar al final de todo, aunque para ello tuvieran que pasar la noche enzarzados en insultos y peleas.
Ella se levantó, pizpireta, moviendo el culo con delectación. Parecía creer que echarían un último polvo antes de morir. Lo que no sabía era cómo sucedería. ¿Se atrevería él a disparar? ¿Tendría que matarle ella y luego dispararse en la sien? ¿Estaba él convencido de que realmente ella tenía el Sida y le había contagiado?
¿Cómo podía estar segura ella de que le había transmitido la enfermedad mortal?
-Sírvete tú otro. Tenemos toda la noche por delante. No me creo ni una palabra de lo que has dicho. Así que comenzaremos por el principio, desde que nos conocimos en la carretera. No quiero que me mientas. Lo sabré.
-¿Es un interrogatorio? Tú quién eres, ¿el poli malo o el poli bueno?
No me importa que me interrogues toda la noche y luego me dispares, pero yo pondré las condiciones.
-¿Qué condiciones? Me acabas de dar la pistola y ahora mando yo.
-¿Tú crees? ¿Entonces por qué no disparas de una vez?
-Está bien. ¿Qué condiciones?
-Por cada pregunta que me hagas deberás darme un largo beso y quitarme una prenda. Si al final decides matarme al menos me permitirás disfrutar del último polvo. ¿Hecho?
-Hecho. Pero no entiendo nada, absolutamente nada de lo que está pasando. Si eres una fría asesina profesional, a qué viene darme la pistola y pedirme que te mate… Y si me quieres, ¿a qué viene esta escena?
-Eres tú el que lo has empezado todo, el que me ha encañonado con la pistola.
-Está bien. Ya no aguanto más, quiero saberlo todo.
-Entonces pregunta.
-No entiendo tu aparición en la carretera. ¿Qué necesidad tenías de simular que te habían violado? Podrías haberte largado en el coche del Mamón, luego robar otro y desaparecer del mapa.
-¿Es una pregunta?
-¿Me estás tomando el pelo?
-Si es una pregunta tienes que pagar prenda y besarme.
Él volvió a dejar la pistola sobre la mesa camilla. Ya no le importaba que ella le encañonara y le disparara. Ya no le importaba morir. Ya no le importaba nada. Tuvo que arrebatarle una prenda a ella y besarla hasta que su mano en su nuca aflojó la presión. Luego ella le arrebató una prenda a él, besándole con una dulzura, impropia de la situación que estaban viviendo.
-Sí, suena raro. Yo no sabía que ibas a ser tú quien me encontrara. Tal vez hubiera sido mejor dejar allí el cadáver del mamón y escapar con el coche. Pero
Pulgarcito y Frankestein muy bien podían estar cerca. Entonces estaría perdida. Así que decidí dejar el cadáver en el coche, atarle con el cinturón y simular que nos trasladábamos los dos a otro lugar. Si ellos estaban cerca darían señales de vida. Y si no lo estaban podría dejar el coche cerca de la carretera, arrastrar el cadáver y simular que me había violado.
Me haría con el coche de quien parara y él tendría bastante confusión durante un buen rato para que la policía y mis “amiguitos” me dieran unas horas de ventaja. Era todo lo que necesitaba.
-¿Por qué no hiciste eso conmigo? ¿Por qué no me robaste el coche y me dejaste allí, para que me las arreglara yo solito?
-¿Es otra pregunta? Entonces necesito prenda y beso.
-¡Por Dios! ¿Crees que tengo ganas de juerga cuando nos estamos jugando la vida?
-Te la juegas tú. A mí me queda más bien poco.
-Eso es una sucia mentira. ¿Cuánto tiempo llevas con el SIDA? ¿Te estás medicando?
-Esa es una nueva pregunta.
Èl aceptó sumiso que ella le desnudara a su gusto y le besara. No estaba de humor, pero sus labios eran cálidos y su saliva le inoculó el elixir del deseo. Quiso acelerar los preliminares. Ella fue inflexible.
-Tú has elegido el juego, ahora debes aceptar las reglas…¿Tengo que responderte a la primera pregunta?… Me gustaste desde el principio. No me pidas ahora que desmenuce mis sentimientos. A las mujeres nos gusta más vivirlos que analizarlos. Lo sabes.
-¿Te estás medicando? ¿Cuánto tiempo hace que sabes que tienes el SIDA?
-¡Qué importa! Si no me crees deberías hacerte un análisis.
-¿Quieres decirme que no llevas encima tus análisis? ¿No puedes mostrarme alguna prueba?
-Esa es otra pregunta. No, no llevo nada encima. ¿Lo llevarías tú si hubieras decidido cargarte al mamón y salir huyendo hasta que la muerte te alcanzara?
-¡Dios mío! No puedo entenderte. No entiendo nada.
Se levantó con brusquedad y haciéndose de nuevo con la pistola la encañonó.
-¡Maldita zorra! Vas a decírmelo todo de una vez.
-Lo estoy haciendo.
-Y me vas a enseñar los análisis de sangre. No te creeré hasta que los vea.
-Pues no los llevo encima.
-¡Maldita hija de puta! ¡Te voy a matar, te voy a matar ahora mismo!
Èl quitó el seguro y dejó el dedo en el gatillo. Ella no parecía tener miedo.
-¡Hazlo! Pero antes me prometiste un buen polvete.
-No puedo. No puedo contigo.
De nuevo puso el seguro y dejó la pistola en su sitio. Se dejó hacer por ella.
Estaba deseando poseerla una vez más, sentir su cuerpo desnudo entre sus brazos, pero antes él quería saber. Necesitaba respuestas a unas cuentas preguntas fundamentales. ¿Ella le había contagiado el Sida conscientemente o solo estaba jugando con él, como una gatita resabiada con el ratoncito que acababa de caer entre sus garras? ¿Su naturaleza era ya la de una fría asesina o existía una veta humana en su interior, que podría ser despertada en algún momento? ¿Era posible que ella le quisiera realmente? ¿En realidad había querido a alguien en su vida? ¿Unos cuantos días eran suficientes para que el deseo y el amor brotaran como un geyser inextinguible y poderoso?
Le urgía encontrar respuestas a aquellas preguntas, pero ¿cómo lograr que ella dejar de jugar y se sincerara plenamente, por primera vez en su vida? El ya no era el mismo joven despreocupado que conducía su deportivo a través de una noche apacible, escuchando la música cosquilleante de George Winston y deseando llegar a casita, para descansar del viaje y quedarse dormido imaginando cómo serían las mujeres con las que se acostaría los próximos días.
Él era un hombre distinto, con la vida rota, deseando librarse de aquella mujer y recuperar lo que estaba a punto de perder para siempre. Pero no conseguiría hacerlo mientras viera en ella a la mujer y a la persona y no a la asesina en serie que le utilizara en un momento determinado para librarse de sus perseguidores.
Ella continuaba jugando a las prendas, cariñosa, lujuriosa, como si el pasado no existiera y se acabaran de conocer en una discoteca. Él decidió cambiar de estrategia, debería aprovechar el momento o no habría otra oportunidad. Intentó mostrarse todo lo tierno que le permitía la situación dramática que estaba viviendo.
-¿Sabes que te quiero?
Ella permanecía impasible, como si hubiera visto el futuro y supiera que siempre le sería favorable.
-¿De verdad me quieres, pichoncito?
-Sí, ¡maldita sea! Te quiero y te deseo. Pero necesito saber la verdad, toda la verdad.
-¿Qué verdad, pichón?
-Dejémonos de juegos. Cuéntame tu vida. Necesito saber cómo eres en realidad.
-Eso nos llevaría muchos días.
-Tenemos todo el tiempo del mundo.
-¿Tú crees? Me da en la nariz que ésta será nuestra última noche.
-Al menos dime la verdad sobre cómo te convertiste en una asesina profesional.
-Ya te lo he contado.
-No te creo.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Tan difícil te resulta aceptar que alguien desee solucionar sus problemas económicos para siempre? ¿No lo intentan los demás?
-Pero no matando.
-¿Tú crees? Algunos no aprietan el gatillo, pero son tan asesinos como yo.
-No lo niego. Pero no se puede matar como quien se bebe un vaso de agua.
-Es más fácil de lo que crees.
-¿Y el remordimiento
-Si tienes claro lo que deseas que sea tu vida apenas dura unos días. El tiempo suficiente para quitarte la venda de los ojos. La vida no es como nos la han pintado, pichoncito.
-¿A eso llamas vida? Caminar sobre el alambre, siempre a punto de dar un traspiés, huyendo y escondiéndose.
-Todo tiene su riesgo, pero si eres listo no es tan complicado salir bien librado.
-Al menos dime la verdad sobre el mafioso que te cargaste.
-Ya te lo he contado.
-No te creo. Hay cosas que no encajan.
-¿Cómo cuales?
-Simular una violación y salir a la carretera a buscar ayuda no tiene el menor sentido.
-Funcionó. ¿No crees?
-No tiene sentido. Prefiero pensar que el mafioso te secuestró, te violó y tú encontraste la forma de acabar con él.
-Eso calmaría tu conciencia. ¡Una pobre chica que cae en las garras de un desalmado y luego tiene los ovarios de librarse de él para siempre! ¿Qué me dices de mi puntería? ¿Crees que me entrenaba en un club de tiro para damas aburridas? ¿Y Pulgarcito y Frankestein? ¿Me transformé de repente en la ayudante de James Bond? ¿Y la puta?
-Sí, eso es lo que no entiendo. ¿Cómo pudiste matarla tan fríamente?
-¿Existía otra opción? Esa nos libraría de la policía para siempre. Estoy convencida.
-¿A cambio de quitarle la vida a una pobre mujer?
–Ella eligió un camino arriesgado y se topó conmigo. ¡Mala suerte.
-¿Eso es todo lo que se te ocurre decir? ¿Mala suerte? Solo tenía una vida y aunque no fuera precisamente un camino de rosas, no tenía otra. Ya nunca volverá a tener otra. Solo se resucita en las películas.
-Mala suerte. No te hagas mala sangre. Nadie la echará de menos.
-Yo la echaré de menos.
-¿Te gustaba? ¡Habérmelo dicho! Unos cuantos polvos y habría perdido interés en ella.
-No es eso. Se cruzó en mi camino, la conocí, hablamos… ¡No puedo hacer como si nunca hubiera existido!
-Todos los días muere gente a la que no conoces de nada. A tu alrededor muere gente a la que solo conoces de vista, con la que solo has intercambiado cuatro «horas» y cuatro «hasta luego». Seguro que no has pensado en su muerte más de dos segundos.
-Es cierto. Pero ellos no han muerto de un tiro en la nuca.
-Deja de darle vueltas. Lo hecho, hecho está. Dentro de un mes ni te acordarás de ella. Yo me ocuparé de que así sea.
-¡Eres tan fría como un témpano!
-A ti te gustaría que yo fuera otra. Pero eso no tiene remedio. Soy como soy.
-¿Por qué me necesitas tanto?
-Porque te quiero y porque la soledad no es agradable.
-Podrás encontrar a otros, a quien tú quieras.
-Ellos no serán tú.
-¡No puedo! ¡No puedo hacer como si nada hubiera ocurrido!
-Puedes, si quieres. Aún estamos a tiempo. Ven conmigo. Nadie nos perseguirá. Dentro de un año estaremos lejos, al otro lado del mundo, con otras identidades y dinero suficiente para no preocuparnos por nada.
-¿Y si no lo hago? ¿Me matarás?
-No es necesario. Tú no hablarás.
-¿Por qué estás tan segura?
-O vienes conmigo o serás tú quien me mate. Ya no puedes volverte atrás. Te tengo cogido por los cojones.
-¡Oh Dios mío! Es cierto. No podría vivir sin ti. ¿Qué me has dado?
-Un poco de sexo.
-Otras me lo dieron antes.
-No como éste.
-Cierto. No como éste.
-¡Vamos! No perdamos más tiempo. La noche se mueve.
Ella se acercó hasta él, con una sonrisa. Le tomó de la mano, llevándole hasta el dormitorio, como si fuera un manso corderito. La pistola quedó sobre la mesa camilla.
Ambos sabían que aquella sería su última noche, que las cartas estaban echadas. Pero siempre existe una esperanza. El milagro se puede producir.
Ambos esperaban que el sexo fuera el milagro. Ambos deseaban al menos una noche de pasión antes de morir. Porque no ha nada como el sexo, cuando uno va a despedirse de la vida.
Ambos esperaban que el sexo fuera el milagro. Ambos deseaban al menos una noche de pasión antes de morir. Porque no ha nada como el sexo, cuando uno va a despedirse de la vida.