LAS MELODÍAS QUE ME CONQUISTARON
Tras descubrir a los grandes monstruos de la música clásica, tales como Beethoven, Bach o Wagner, a los que seguirían otros muchos, atravesé una etapa fácil, digámoslo así. Aquel verano fantástico acabó y al iniciarse el nuevo curso se produjeron un montón de cambios en mi vida. Me encontraba en Fuenterrabía, hoy Ondarribia, en el país vasco, muy cerca de Irán y de San Sebastián. Allí tenía la orden religiosa un colegio que era la antesala del noviciado. Llegué con quince años y terminé sexto de bachillerato, los dos años siguientes serían una preparación para el noviciado, estudiando un montón de asignaturas que luego no me las convalidarían oficialmente aunque fueron muy instructivas. Estudié filosofía, clásica y moderna, psicología, sociología y… otras muchas que ahora no recuerdo.
Éramos muy pocos por lo que en el colegio estábamos como en familia y cada uno tenía amplio campo para desarrollar sus pasiones, ya que los estudios no eran muy estrictos y los horarios tampoco. Recuerdo un compañero, navarro, que sabía música y se convirtió en el organista del colegio. Otros tenían otras aficiones. Lo lógico hubiera sido que el navarro se encargara de la discoteca del colegio, de elegir la música que se escuchaba por los altavoces en diferentes dependencias, incluido el patio donde estaba el campo de fútbol y el frontón. Pero no quiso hacerlo y yo, que ya me encargaba de elegir las películas semanales que veríamos en la televisión (una o dos noches nos dejaban ver alguna película clásica en la 2 de tve) de bajar los cien escalones hasta la carretera, donde estaba el buzón y recoger la correspondencia y los periódicos y revistas, de servir café y una copichuela a los frailes en su salón de estar, de cuidar de los canarios del profesor de filosofía, un abuelito simpático aunque muy carca en sus ideas, de la biblioteca, de hacer de defensa central o libre en uno de los dos equipos del colegio, de… Pues también asumí la gratísima tarea de elegir la música.
En el salón de la televisión existía un mueble con discos de vinilo y un tocadiscos. Me dieron la llave y los sábados, domingos y festivos despertaba a mis compañeros poniendo la música que me apetecía para escuchar en los dormitorios. También ponía música cuando se jugaba algún partido en el patio, si yo jugaba el partido ponía varios discos en un curioso artilugio del tocadiscos e iban cayendo conforme terminaban. También ponía música en Semana Santa, en las fiestas del colegio, etc.
Como bastantes de mis compañeros no eran muy melómanos y algunos odiaban directamente la música clásica, recibía constantes reprimendas por la música elegida, razón por la que fui escogiendo piezas cortas y con melodías fáciles, para que al menos no me protestaran mucho. De esta forma descubrí una serie de melodías sencillas y pegadizas que me entusiasmaron y que por lo menos no desagradaron en exceso a mis compañeros.
Entre aquellas piezas recuerdo algunas: En un mercado persa de Ketelby; algo de Von Suppé; el Moldava de Smétana, Orfeo en los infiernos de Offenbach, algunos fragmentos concretos de Tchaicovsky, del Lago de los cisnes o Cascanueces, etc etc.
Todas estas melodías formaron parte de mi vida cotidiana durante aquellos años y me ayudaron mucho a cimentar mi amor por la música clásica, incluso algunos compañeros comenzaron a apreciarla y esa fue una gran recompensa. Ahora mismo recuerdo Carmina Burana que también tuvo algún éxito, pero no voy a ilustrar este capítulo con ella sino con El mercado persa de Ketelby, si la encuentro en Youtube, sino buscaré otra pieza.