Categoría: El Silencio-novela

EL SILENCIO XIV


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Se aclara la garganta e intenta gritar con fuerza. Apenas un chillido roto atenuado por el viento. Así no podrán oírle ni a dos pasos. Tiene que conseguir sacar un grito fuerte como el de Tarzán o estará perdido. Se imagina a su mujer caliente entre las mantas maldiciendo de él, deseando su muerte. Es difícil que se imagine la situación, no puede haber algo más ridículo; sería dramático en un telefilme de televisión, pero esto es la vida real, no pasan cosas tan estúpidas. Siente la cabeza caliente, dolorida por el licor ingerido, un ligero mareo le atonta brevemente llevándole a un agradable sopor. Le gustaría ceder y sumergirse en el sueño para evitar el agudo dolor en las manos, en la cara, en el cuero cabelludo donde una cuchilla de hielo penetra en la carne quemándola de frio. Siente pinchazos de un dolor agudo y persistente en otras partes del cuerpo, excepto en los pies y piernas hasta casi los muslos, donde no siente nada como si se los hubieran cortado. Aprieta los dientes, hace ejercicios con las manos mueve la cabeza buscando preservar del entumecimiento la parte superior de su cuerpo. Ha llegado el momento de confiar su salvación a la potencia de su garganta, inspira y un frio cortante llega hasta sus pulmones obligándole a toser. Grita con todas sus fuerzas.

-Mary, Mary… ayúdame… por favor, no es una broma…Socorro… Socorro…Ah…

La tormenta sigue acumulando nieve sobre su cuerpo y a su alrededor, el viento se enrosca en torbellinos gimiendo un dolor incomprensible. A lo lejos la casa permanece en la oscuridad, la puerta enmarca su rectángulo de luz sobre el suelo, no ha sido cerrada. Eso la da una esperanza, la nieve y el viento entraran en el salón, acabaran por apagar el fuego; Mary sentirá el frio y se levantará a ver qué pasa. En el momento de verla enmarcada deberá gritar con todas sus fuerzas, no puede dormirse, aún no. Si no lo encuentra en la casa sospechará que algo malo ha ocurrido, pero ¿mirará en su habitación a ver si está? Es posible que lo crea en la cama, cierre la puerta, atice el fuego y se vuelva a dormir. Entonces todo estará perdido, ya no volverá a ver a sus hijas a besar sus suaves mejillas, a acariciar su pelo sedoso, a oír sus tiernas vocecitas. No quiere morir, no han podido marcar su final en ese momento como quien traza una raya en el suelo. Dios no puede ser tan cruel. Su impotencia estalla en una cólera sorda, blasfema en su interior, maldice a todo y a todos. No puede ser cierto, hace un momento estaba en el porche borracho con la botella en la mano y un cigarrillo en la boca. Si eso es ¿cómo no se le había ocurrido antes?, tenía la cajetilla en el bolso de la cazadora junto con el mechero. Un cigarro podría calentarle un poco, al menos una quemadura en la mano le despertará cuando esté a punto de dormirse. Además la luz de la brasa en la noche llamará la atención de su mujer. ¡Qué gran idea!

Con terrible esfuerzo consigue introducir la mano derecha en el bolso de la cazadora; sí allí está el paquete pero sus dedos resbalaban sobre el cartón, están entumecidos. Una y otra vez; ahora, por fin. Al sacarlo cae sobre la nieve a la altura de su estómago. No importa, ahora el mechero, esto es más fácil. Consigue encenderlo después de repetidos esfuerzos y se calienta las manos, finalmente puede saca un cigarrillo de la cajetilla y encenderlo. ¡Qué agradable el calorcito de la brasa cerca de su cara!

En la casa nada se mueve, la nieve entra por la puerta mansamente, el viento ha atenuado su fuerza. Claro, por eso ha podido encender el cigarrillo con tanta facilidad, con la ventolera que soplaba antes hubiera sido imposible. Aspira con fuerza, la brasa es un punto de luz en la oscuridad, ahora solo tiene que esperar a que su mujer salga al porche: un milagro. Intenta moverse un poco pero sigue anclado en la nieve como un poste de cemento. Antes de terminar el cigarro logra encender otro con dificultad, los dedos están cada vez más helados, se frota las manos fuertemente sujetando el cigarro en la boca. Se ve ridículo pero allí no hay nadie para reírse de él, en todo caso algún duende saltarín dando invisibles brincos a su alrededor. No tiene ninguna gracia, ni siquiera un fantasma o vampiro le habría asustado, al contrario, hubiera pedido ayuda al conde Drácula de haber aparecido por allí. Lo único que puede aterrorizarle es la muerte y no anda muy lejos, siente su frío aliento en el cogote y eso no le hace ninguna gracia.

De repente, como una inspiración recuerda que no ha intentado usar las manos para librarse de aquella capa de cemento blanco. “Elemental, querido Watson”, se dice, intentando animarse. Calienta las manos con el cigarro, primero la izquierda, luego la derecha. Se lo coloca en la boca y empieza a cavar con fuerza. Arriba la nieve está muy blanda, la va arrojando lo más lejos posible a su derecha, es preciso despejar el camino hasta la casa por si vuelve a atollarse.

Al cabo de un rato deja de tener sensibilidad en sus manos, se han convertido en gelatina colgando de sus codos, la única parte del brazo en que aún nota alguna sensibilidad. Para e intenta moverse sin éxito, aún no ha conseguido llegar a sus muslos. No tiene que perder la calma, es esencial seguir un plan si quiere sobrevivir. Conservar el calor el mayor tiempo posible, calentar las manos con el cigarro para seguir trabajando. Siempre ha imaginado la muerte como el más grande acontecimiento de la vida, digno de anunciarse con el toque de difuntos de las campanas de una iglesia. Uno no puede morir sin un terrible aviso previo, tal como una profecía, un accidente serio antes del definitivo o simplemente un sueño premonitorio, pero él no ha recibido ningún aviso antes, al menos que él lo haya notado. Quizás éste sea el aviso esperado, si sale de este embarrancamiento se promete vivir como si la muerte le acechara detrás de cada esquina.

Bruscamente se echa a reír a carcajadas histéricas. Aquello no está sucediendo, es una pesadilla producida por el vodka, acabará despertándose y podrá celebrarlo comiendo las últimas chuletas que quedan junto al fuego de la chimenea. Por si acaso no es un sueño- ahora puede pensar cualquier cosa porque a pesar del frio existente nota los claros efectos de la borrachera- enciende como puede otro pitillo y para hacer volver la vida  a las manos heladas se quema una primero y luego la otra. El dolor terrible es como un alivio, al menos no ha perdido la sensibilidad. Con el cigarro en la boca, chupando desaforadamente, mete las manos como puede bajo de la zamarra y espera un rato. La nieve sigue cayendo, aunque el viento se ha calmado bastante. Es el momento, chilla con todas sus fuerzas pero en la casa no se ve movimiento alguno. Al menos la puerta continúa abierta a pesar del viento; bendice su inconsciencia de borracho, la luz del rectángulo es como una esperanza en la negra noche. ¿Oirá su mujer los gritos? No es probable aunque sí posible que lleguen hasta su habitación, tal vez muy atenuados. Si es así el sentimiento de venganza de su mujer podría llevarle a la muerte. No es que piense que su mujer pueda saber lo que está ocurriendo, no es una asesina. Aunque bien mirado cualquiera podría llegar a serlo en unas determinadas circunstancias.

Cuando nota un poco de calor en sus manos las utiliza para excavar en la nieve, lo hace con rabia, casi con desesperación, pronto la carne junto a las uñas recibe tal intensidad de frio que el dolor se hace insoportable. Ha conseguido llegar a la altura de las rodillas y ello con mucha dificultad, ahora por debajo todo es duro hielo. Fuerza el movimiento con ambas piernas sin resultado, sus pies permanecen clavados. Intenta deshacerse de las botas, pero sin éxito; será difícil llegar hasta la casa en calcetines pero al menos tendría una oportunidad.

Vuelve el viento con más fuerza y la nieve se arremolina a su alrededor. El gemido del viento se hace angustioso, a lo lejos le parece escuchar otra vez el aullido del lobo. Aquello sí es terror y no las tonterías del conde Drácula. Quiere animarse riendo pero la risa se paraliza en su boca casi helada. El frio ahora es tan intenso que parece como si una docena de cuchillos se fueran clavando rítmicamente en cada parte de su cuerpo. Se mueve todo lo que puede, con desesperación, intentando entrar en calor. Quiere encender otro cigarro con la colilla moribunda que aún tiene en la boca, pero sólo consigue que todo caiga a la nieve. Un dulce sopor le va amodorrando. Intenta despejarse, pero es tan dulce dejarse llevar por el sueño hacia el país de la inconsciencia…

Se despierta al dar una cabezada, tiene que mantenerse despierto a toda costa. No lo consigue. Sueña con su mujer y las niñas. Todos corretean por la montaña. Hace un espléndido día de sol, incluso puede notar el calor en su cara, en sus manos, en todo su cuerpo. Curiosamente el silencio lo llena todo, no se oye ni el piar de los pájaros ni las voces de sus niñas, nada, pero todo era tan, tan agradable…

FIN

 

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EL SILENCIO XIII


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Su mente se va nublando, su lengua se convierte en estropajo mientras intenta gritar todos los insultos que se le ocurren. Apenas balbucea frases inconexas.En el interior el silencio no se rompe, un silencio sólido, opaco, cargado de amenazas y terribles presagios. Odia ese silencio, esa guerra soterrada e inútil; la crispación de todo su ser. Preferiría mil veces los más groseros insultos, que ella se levantara colérica y quemara la casa, desearía morir con ella, carbonizados entre el fuego, antes que en el frío gélido de ese silencio, un enemigo invisible que acecha por todas partes.

No puede soportarlo más, termina la botella en un largo trago que está a punto de quemarle las entrañas. Arroja la colilla, la botella vacía y se lanza a la nieve, pisando con fuerza, enterándose hasta las rodillas,los muslos. Intenta caminar en linea recta, haciendo ímprobos esfuerzos por no quedarse atollado a cada paso.

El viento gime a su alrededor como una mujer sollozante. A pesar del calor del vodka el frío le quema la cara, las orejas, se introduce por las mangas, le corta los pies. Camina sin pensar en nada, solo quiere alejarse de la casa, no piensa en lo inútil del esfuerzo, en que puede quedarse atollado sin poder volver atrás.

Esta reflexión le hace volver la cabeza, ha caminado más de lo que hubiera esperado. La casa está allá atrás, quizás a unos doscientos metros, una figura oscura desangrada de luz tenue a través de las rendijas de las ventanas y de la puerta abierta. Sin darse cuenta está avanzando por el camino de tierra que siguió el coche dos días antes. Algo dentro de él quiere llegar a la carretera comarcal, pero para qué. Estará cerrada al tráfico y si no lo está sería un milagro que pasara algún coche con lo que está cayendo. La nieve le cubre la cabeza, se derrite sobre su cara.Tiene las manos heladas, recuerda que no ha cogido los guantes, y apenas nota los dedos mientras intenta moverlos. Se detiene, no puede seguir con aquella locura. Intenta dar la vuelta pero no puede mover la pierna derecha aprisionada entre la nieve. Lo intenta con la izquierda que saca de las profundidades de aquella capa blanca que le llega hasta los muslos. Se retuerce como puede hasta quedar mirando a la cabaña. Ahora intenta mover otra vez la pierna derecha que permanece aprisionada como sujeta por una tonelada de acero. Es inútil, mejor descansar un rato.El sudor del esfuerzo le empapa la frente, lo nota en la espalda debajo de la cazadora y la camisa.

Apenas nota los pies helados, se le ocurre que bien ha podido quedar aprisionado por una rama oculta entre la nieve. Remueve los pies en todas las direcciones, quizás lo esté pensando pero no cree estarlo haciendo porque no nota nada por debajo de las rodillas, como si se las hubieran cortado. Hace un terrible esfuerzo para sacar la pierna derecha del cepo blando y frío donde se encuentra aprisionada pero es inutil.

Sería ridículo, no puede morir allí a doscientos metros de una casa caldeada por el fuego de la chimenea. En caso extremo gritará, su mujer no puede dejar de oírle desde esa distancia, aunque quizás el viento que le azota con fuerza pueda ahogar hasta sus mayores gritos, pero eso no puede durar toda la noche, en algún momento se calmará. Se da cuenta de que lleva un largo rato sin moverse y lo intenta, no puede darse por vencido tan pronto. Se sacude hacia uno y otro lado como un tronco clavado en la nieve, apenas puede mover el tronco ligeramente. Ya no siente nada de cintura para abajo. Es inútil. tendrá que empezar a gritar. Ha oído que la muerte por congelación es muy dulce, una de las muertes más dulces, pero no quiere morir, no ahora aunque su matrimonio no pueda rehacerse, aunque pierda a las niñas, la vida siempre merecerá la pena. La muerte es una barrera oscura detrás de la cual solo está el vacío de la inconsciencia.

EL SILENCIO XII


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*                      *                      *

Llegó la noche y cenó con enorme apetito disfrutando de todo. Se preparó una buena tortilla de patata, hizo un par de chorizos entrecallados, asó las últimas costillas y bajó a la bodega buscando un vino de primera. Fue una cena pantagruélica bien libada mientras en la radio con las noticias del mundo: muchos morían atravesados por balas disparadas con más rabia que sentido; otros se ahogaban en el mar buscando unas migajas en las mesas de los ricos que se movían en sus lujosos coches por las autopistas de todo el mundo, borrachos, drogados, hastiados de la vida, imprudentes aventureros.

Mientras afuera seguía nevando él comía grandes trozos de tortilla, bebía un vaso de vino tras otro, probaba el chorizo, doraba la costilla, olvidado de cuidar su físico que ya no le preocupaba. Cuando necesitara mujeres las encontraría, el olor del dinero es un poderoso afrodisiaco. Antes de acabar la cena afuera arreció la tormenta, un fuerte viento empezó a rugir chocando contra la casa con aquellos gemidos que pocas veces había oído fuera de los cuentos de brujas que le habían contado sus abuelos una navidad en que sus padres se vieron obligados a dejar la ciudad y acudir al pueblecito de montaña donde trabajaban el campo con medios escandalosamente rústicos en la era del tractor y la ordeñadora eléctrica. Había muerto un tío, hermano de su madre que permanecía con ellos reacio a buscar un trabajito en la ciudad monstruo que odiaba y temía. En medio de una gran nevada llegaron al pueblo en el coche y tuvieron que pasar allí una semana inmovilizados por la nieve.

Aún recordaba con placer los cuentos del abuelo mientras afuera gemía el viento, era un placer sentir el miedo al lado del fogón bien alimentado con grandes troncos. Un fuerte golpe de viento abrió una de las ventanas en el salón, la nieve entró como una lengua curiosa lamiendo el fuego en la chimenea. La cerró echando todos los cerrojos, seguramente se había olvidado de hacerlo aquella mañana. Repentinamente oyó el aullido de un lobo que permaneció en el aire largo tiempo, parecía cercano, seguramente se había acercado atraído por las luces de la casa.

Intentó sentir aquel dulce temor que tanto le había agradado de niño, pero no fue capaz de sentir nada. La casa estaba bien protegida, ningún lobo podría entrar en ella; en el sótano existía bastante leña para combatir el fuego por mucho que la temperatura bajase y la despensa daba para un par de semanas sin escatimar ni racionar nada, antes la nieve se habría derretido no en vano la primavera estaba avanzada.

Se sirvió un largo trago de whisky con unas gotas de agua y encendió un cigarrillo, a través de la ventana podía atisbar la tormenta, el viento arreciaba creando remolinos de nieve. Se dijo que aquella noche bien podía jugar a sentir miedo como los niños arropados en su cama y con la luz apagada quienes después de imaginar monstruos en cada rincón de la habitación acaban por sentir su vida presencia con tal intensidad que se ven obligados a encender la luz y llamar a sus padres para conjurar a los fantasmas.

Se imaginó al lobo del aullido bajando entre la nieve hasta la casa, dando vueltas alrededor de ella buscando un lugar por donde colarse, encuentra un pequeño agujero en la pared de la bodega y allí espera a que él abra la trampilla, cuando lo hace salta sobre él dispuesto a clavarle los dientes en el cuello. De repente se ríe, aquella fantasía no le produce ningún miedo. La modifica, su mujer sale de la habitación, el lobo se lanza sobre ella y la va devorando… Asqueroso, él no es un sádico. Poniéndose la cazadora y las botas sale al porche. La noche es oscura solo la luz de las ventanas iluminan trozos sobre la nieve. Allí permanece fumando, mirando la noche punteada de copos, rumiando una y otra vez la situación. No pueden seguir actuando como dos niños cabezotas y malcriados, si no hay solución no la hay pero al menos el tiempo que tengan que pasar en la cabaña rodeados de nieve deberían comportarse como dos adultos, sino como amigos.

Por fin se decide, entra al salón y despojándose de la ropa de abrigo se dirige a la habitación de su mujer. Sigue en la cama arrebujada entre las mantas sentándose al borde la llama cariñosamente:

-Mary, por favor, no es necesario que actuemos como lobos, si no hay remedio para nuestra relación no lo hay, pero al menos siempre podremos seguir siendo amigos. Levántate y come algo, no has probado bocado en todo el dia. Si no quieres hablar no lo hagas pero al menos mírame. Me siento como un tronco más de la casa.

Ella no se mueve, un bulto muerto bajo las mantas. El la toca con suavidad casi acariciante.

-Vamos, reacciona. Si no quieres levantarte te traeré algo. ¿Te apetece una sopa?

Ella no contesta. Se decide y ya en la cocina prepara una sopa de sobre y una tortilla francesa, busca una bandeja y lo lleva todo a la habitación.

-Te he traído algo de cena, incorpórate. Vamos, no seas niña. Tendremos que estar aquí al menos una semana, comportémonos como adultos.

El silencio no se rompe, nota el viento ululando con más fuerza aún. No es momento para juegos de terror. Tiene que hacer algo y lo va a hacer. Pone la bandeja sobre el bulto informe. De repente ella se incorpora bruscamente arrojando todo sobre la cama. La sopa empapa la manta.

-Payaso. Déjame en paz. Cacho cabrón, poco pensaste en mí mientras disfrutabas de esa marrana como un cerdo.

La cólera sube en oleadas, no puede contener el oleaje que como un maremoto arrasa todos sus buenos sentimientos.

-Zorra. Te importaba más tu trabajo que yo. ¿Crees que soy un eunuco? ¿Qué puedo pasarme meses sin tocarte, sin sentir nada? Bien que te vengaste con ese mierda de Luis, un macho sin principios al que solo le interesa coleccionar conejos como un cazador de pacotilla. Vete a la mierda.

Abandona la habitación dando un portazo. En el salón busca más bebida rebuscando por todas partes, destrozando la vajilla, todo lo que encuentra. Escondida en un rincón encuentra una botella de vodka sin abrir. Bebe a morro hasta que la tos le interrumpe, el fuego le quema la boca, el esófago, el estómago. se pone otra vez la cazadora y sala al porche con la botella. Enciendo un cigarro y sigue bebiendo a cortos tragos.

EL SILENCIO XI


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*                        *                      *

Ella no se había movido de la cama, se despertó aún más deprimida que el día anterior sin dejar de repetirse una y otra vez que todo había sido un error. Por la ventana comprobó que continuaba nevando y la altura de la nieve creciendo, se dijo que algún día terminaría todo, podría coger el coche y marcharse. Aún tenía su trabajo, sus niñas y una vida por delante.

Buscó en los armarios y puso sobre la cama todas las mantas que encontró el calor del fuego en el salón apenas se notaba en el cuarto frigorífico en que se había convertido la habitación.Se introdujo entre las sábanas y permaneció allí toda la mañana. Se sentía más cómoda y tranquila que el día anterior; pensando que no hay pena que cien años dure había decidido esperar calmadamente a que la nieve cesara y pudiera volver a casa. Si su voluntad triunfaba sobre sus emociones internas todo volvería a la normalidad, sino era así más se había perdido en Cuba, volvería al camino sin un marido al que ya no quería. No… no era así, en realidad sería difícil encontrar otro tan cariñoso y hogareño, su experiencia en el trabajo había abierto mucho sus ojos.La  mayoría de ejecutivos que conocía vivían a tope la vida como solían decir: copas, juergas, amantes, lo que apeteciera en un momento dado, no en vano manejaban dinero. Su familia quedaba para la imagen de la respetabilidad, para celebraciones y el reposo del guerrero cuando la vida les hastiaba.

Recordó su noviazgo siendo ellos dos ingenuos estudiantes universitarios deseosos de comerse el mundo al tiempo que se juraban amor eterno. Fueron tiempos difíciles, el dinero escaseaba y las diversiones se subordinaban a la carrera. Tardaron en casarse ya que el mercado de trabajo estaba difícil y un título solo era un papel más; luego la boda con pocos invitados y muchas restricciones económicas, sus respectivas familias no estaban por tirar nada por la ventana, todo servía. Fueron retrasando la llegada del primer hijo, habían encontrado trabajo pero no era lo que esperaban, había que apretarse el cinturón, hacerse un nombre y seguir buscando algo mejor. Al final todo fue llegando, mejores puestos, mejores sueldos,Clara, la mayor, viajes a sitios exóticos, la parcelita y el chalet, un ritmo de vida boyante; Sara , la menor, agradables vacaciones en familia, momentos placenteros con los amigos. Si repasaba aquellos días en su memoria él siempre había estado cerca, cariñoso y atento, disfrutando de las niñas más que ella. Pero todo se venía abajo cuando se le representaba en slip a la puerta de la habitación del hotel. Espantaba el recuerdo para rememorar cosas más agradables, así estuvo todo el dia, sin atreverse a buscar algo de comida por miedo a ver su cara muda suplicando con el gesto.

EL SILENCIO X


 

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*                      *                      *

 

Durmió mal despertándose unas cuantas veces, como consecuencia de angustiosas peleas consigo misma sobre la decisión a tomar. Una parte de su consciencia quería perdonar, retomar un camino que había merecido la pena hasta aquel momento nefasto. Aún le amaba, era un hombre hogareño, el mejor padre que podía desear para sus hijas un cariñoso marido y un amante apasionado y tierno. A pesar de lo que le había dicho para desquitarse, su amigo no le llegaba a la suela del zapato, se había comportado como un atleta sexual dispuesto a batir el récord de la noche y puede que lo hubiera logrado, pero ella se había sentido utilizada, como la pista de tartán donde él pateaba con fuerza para llegar a su meta sin pensar en nada más. No había intentado consolarla en ningún momento, ni le interesaba su amistad, ni sentar ninguna base para el futuro, se había limitado a burlarse de su amigo, a recriminarla por haberse perdido sus dotes amatorias no haciéndole caso desde el principio, a prometer el consuelo de su pene cuando lo necesitara. Lo había pasado bien, no podía negarlo, él era un hombre experto con las mujeres y un buen atleta sexual pero nunca podría perdonarle su cinismo. Aún recordaba su comportamiento cuando en un momento de la noche no había podido contener su amargura y había soltado todo el dolor que llevaba dentro. Mientras ella sollozaba como una niña él se había limitado a sentirse ofendido por no disfrutar del momento cuando su marido se había estado tirando al bombón de su secretaria sin ninguna consideración hacia ella. Había tomado su cabeza para colocarla entre sus muslos mientras solicitaba que mamara de la fuente de la alegría que tenía entre sus piernas, esto le haría olvidar las lágrimas. Nunca se perdonaría no haberle mordido el miembro con rabia hasta arrancárselo, dejándolo desangrarse como un cerdo bajo el cuchillo del carnicero en aquella habitación lujosa de hotel que él había pagado dándoselas de generoso. En su lugar había chupado mientras imaginaba a su marido encima de aquella guarra, las lágrimas caían sobre su bajo vientre que se movía con espasmos, hasta sentir el líquido pegajoso y repugnante en su boca, después se fue al servicio para restregarse la boca con rabia. Allí había terminado la noche. ¡Ojala alguna de sus presas le hiciera lo que ella no había sido capaz de llevar a cabo!

En medio del silencio y la oscuridad, con el frío mordiendo la piel, pensó en su marido, dormido al otro lado del tabique ¡cómo le gustaría introducirse en su cama buscando su abrazo dulce y apasionado, sus delicadas caricias, hacer el amor con la pasión de dos adolescentes!, pero no podía, algo en su interior se rebelaba, algo que no podía definir, tal vez un resabio dela hembra primitiva abandonada por el macho prepotente. No quiso levantarse para buscar otra manta en el armario, quería  castigarse de alguna manera por su impotencia para hacer lo que en el fondo estaba deseando, se acurrucó como un feto buscando el calor del vientre materno hasta conseguir quedarse dormida.

Por la mañana permaneció acurrucada bajo las mantas sin atreverse a mover un dedo, deseando que todo fuera una pesadilla. Ahora se arrepentía de su cólera anterior, de aquellas palabras como cuchillos, al fin y al calor había aceptado aquel intento de reconciliación, pero la imagen de su marido en slip en la habitación del hotel permanecía en su mente como la escena de una película que algún sádico le obligara a contemplar una y otra vez con los ojos abiertos,  y después de la crisis histérica sufrida en el coche no pudo evitar desfogar los sentimientos pantanosos que enlodazaban su interior. Esperaría a que se acostara, luego buscaría algo que llevarse a la boca.Cuando él abrió la puerta invitándola a cenar estuvo en un tris de aceptar, solo se lo impidió la vergüenza de reconciliarse a los pocos minutos de haber desencadenado el apocalipsis.

Estuvo leyendo las revistas de moda y cotilleo que había comprado expresamente el día anterior, previendo que la reconciliación no sería nada fácil y habría tiempo sobrado para hacerlo, no se sentía capaz de leer otra cosa. Oyó el tintineo de la botella y el vaso; seguramente habría disimulado en el coche alguna botella de contenido etílico. El sabía que no le haría ninguna gracia enfrentarse a la reconciliación con un par de botellas de por medio. Le repugnaban los efectos del alcohol, tan solo mojaba los labios en una copa de vino en las cenas de negocios o hacía como que se bebía un cubata con medio dedo de ron cuando se veía obligada a acompañar a algún buen cliente a algún pub de moda. También sentía repugnancia por el tabaco, pero llevaba mejor que su marido fumara que bebiera, se había acostumbrado en el trabajo, donde mostrar un excesivo asco hacia un cigarro podía impedir una buena venta.

En la cama en camisón, sobre un pantalón de pijama que había traído por precaución ante el frío, que llevaba tan mal,  sentía auténtica hambre, apenas había comido dos madalenas con un vaso de leche en la comida y el día anterior apenas pudo calentar el estómago con una sopa de sobre. No era extraño que su cuerpo se quejara tan amargamente, aunque debería estar acostumbrado a que no le hiciera mucho caso, el cuidado del cuerpo para una mujer era tan importante como para un hombre tener una buena cuenta bancaria.  Ellos no vivían en un mundo donde una mujer fea o poco cuidada no significa mucho más que una señal de tráfico en el camino.

 

EL SILENCIO IX


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El calor agradable que se desprendía de la chimenea le obligó a tumbarse en la alfombra, una suave música celta acariciaba sus entrañas, sintió cómo su sexo revivía y su fantasía buscaba imágenes eróticas. Se imaginó allí con su mujer, ambos acostados sobre la alfombra, retozando desnudos con lujuria saltarina. Ella era muy hermosa, seguía teniendo un cuerpo espléndido que anhelaba con deseo doloroso, obsesivo. Soltó una retahíla de palabrotas en voz baja maldiciendo a su mujer, a aquella pija secretaria de cuerpo adorable y sobre todo se insultó a sí mismo, tenía que haber aguantado aquella larga y dura cuaresma de abstinencia sexual, no podía durar siempre, quizás una buena etapa en el trabajo de su mujer un corto viaje a alguna parte y todo hubiera vuelto a sus cauces. Pero ¿quién se resistía al cuerpo rotundo de su secretaría pidiendo guerra todos los dias cuando el suyo no cataba hembra desde hacía meses?…Claro que con un poco de lógica y frialdad hubiera podido salir del paso, le hubiera bastado con buscar la compañía de una prostituta. Un buen cuerpo, unos billetes que ella no hubiera echada en falta y sus necesidades no le habrían conducido a cometer semejante estupidez: encamarse con su secretaria que lógicamente buscaría algo más que un macho para darse calor, seguro que los tenía a racimos; se trataba siempre de la misma y vieja historia. Su venganza estaba cantada y las consecuencias eran más que evidentes. Pero ¿acaso era él un anacoreta como Simón el Estilita?, ¿ acaso su cuerpo no se retorcía de deseo cada vez que veía una buena hembra?, ¿por qué ella había decidido sacrificar tantas cosas a su trabajo sin pensar ni afrontar las consecuencias? y sobre todo ¿ no se había vengado suficientemente ya acostándose con aquel desgraciado que se llamaba su mejor amigo?

Apretó la mandíbula y sus dientes rechinaron. Siempre había sabido de su nula moralidad a la hora de respetar mujeres ajenas, incluso las de sus mejores amigos. Se jactaba de su irresistible encanto que las ponía entre sus brazos sin mover un dedo, de sus dotes de amante inagotable, de su voluminoso instrumento, de la cantidad de amantes que habían pasado por su lecho y seguían pasando. Debió haberle mandado a comer mierda hacía mucho tiempo, sobre todo cuando su mujer se quejó de haber sido requerida con insistencia. Pero tenía confianza en ella sobre todo desde que ya no quería ver a su amigo ni en pintura. El seguía relacionándose con él de vez en cuando, quizás le aguantaba porque era un hombre culto, lleno de encanto, un intelectual de prestigio, un conversador brillante e inagotable con un sentido del humor agudo, caustico, era como un bisturí haciendo cosquillas, te reías mucho esperando que algún día le temblara el pulso, que la herida fuera honda y sangrara, muchos de sus amigos esperaban con morbo ese momento que alguna vez había presenciado, la dignidad de alguna persona había dejado rastros de sangre por todas las revistas del corazón. El también había caído bajo ese encanto diabólico, claro que la venganza de su mujer no hubiera sido tan satisfactoria para ella si se hubiera costado con otro. El que aún hubiera una oportunidad, el hecho de estar allí juntos aunque fuera sin hablarse se lo debía al cabrón de su ex amigo.

Les imaginó en cama, sus cuerpos retorciéndose en la cópula, sus comentarios sobre el cornudo que se había acostado con su secretaria y tenía bien merecido todo lo que le pasara. Ella había ensalzado en su cara y con palabras hirientes aquella mierda humana, por supuesta era un amante más resistente y dotado, claro que esta afirmación no dejaba de ser la venganza de una mujer engañada que saboreaba su dolor como un depredador un trozo de carne cruda.

Se levantó, como empujado por un resorte, no soportaba seguir dándole vueltas a aquella escena; su mujer, suspirando con aquel desgarramiento tan atractivamente erótico con que había respondido en algunos coitos especialmente apasionados, debajo del cuerpo de aquel figurín, mordiéndole la oreja, arañando su espalda. Era insoportable, ni siquiera las noches inagotables de lujuria disfrutando del cuerpo de su secretaria en el que había saciado todas sus fantasías eróticas -hasta las más atrevidas, que su mujer no habría aceptado nunca- de hecho lo había intentado alguna vez. Ni siquiera el recuerdo de aquellas noches, de aquellas tardes o mañanas cuando habían utilizado subterfugios en el trabajo para escaparse al hotel más próximo, eran suficientes para acallar aquel desgarro de macho herido en sus entrañas, capado en sus genitales.

Se puso la cazadora, las botas, se calzó las raquetas y salió a la nieve con el ansia salvaje del lobo hambriento en busca de la presa, si hubiera encontrado a su amigo por allí cerca nada le habría impedido evitar convertirse en asesino, mucho menos cualquier consideración moral.

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EL SILENCIO VIII


 

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El día transcurrió en un silencio que habría calificado de dulce y acogedor sino fuera por el drama soterrado que su mujer y él estaban viviendo. Volvió a quedarse dormido y a despertarse en medio de una fuerte pesadilla que no quiso recordar. Hacía frío en la habitación; se levantó y a través de la rendija de la puerta pudo ver el fuego agonizante. No se oía nada, asomó la cabeza, sin ver a su mujer, estaría en la cama, puso la oreja en el tabique un momento, luego pensó en lo ridículo que resultaba y haciendo más ruido del necesario volvió al salón, atizó el fuego quedándose de pie muy cerca hasta entrar en calor. Miró el reloj de pulsera, eran casi las dos de la tarde, por la ventana pudo ver el cielo cerrado y la blancura del paisaje, había cesado de nevar. Sin saber lo que hacía empezó a rezar mecánicamente porque volviera a nevar. Deseaba ardientemente que su mujer no pudiera salir de allí en varios días. Entonces recordó el pequeño transistor encima de la repisa de la cocina, buscó una emisora donde estuvieran dando noticias y puso al máximo el volumen esperando que eso hiciera reaccionar a su mujer. Oyó el parte metereológico, nieve en las montañas. Dejó al fuego una gran lata de fabada y decidió dar una vuelta antes de comer, recordando que había visto unas raquetas para la nieve en el sótano bajó y las cogió quedándose un rato haciendo inventario de todo lo que había por allí por si necesitaba algo más adelante.

En el porche se calzó las raquetas y con mucho cuidado pisó la nieve hasta acostumbrarse a ellas, nunca había tenido que utilizarlas antes. Caminó por la nieve intentando disfrutar, recordó las alegrías infantiles, los días de nieve cuando su madre le ponía el abriguito, la bufanda y las botas de goma. En el parque se juntaba con otros niños lanzándose bolas y haciendo muñecos de nieve.Cogí un pedazo apretándolo hasta hacer una prieta pelota y la lanzó contra el columpio fallando por mucho. Las manos se pusieron rojas de frío y tuvo que meterlas en los bolsillos. Se quedó allí de pie, mirando el valle. A lo lejos el pueblo, en la falda de estribación montañosa, parecía dormido, observó largo rato hasta ver alguna chimenea humeando. Pensó en aquella gente refugiada junto al cálido fuego, la mujer preparando la comida, el marido arreglando algo que había dejado para el largo invierno, cuando el tiempo se estira como una goma y los recuerdos de toda una vida fluyen mansamente. Los niños estarían viendo la televisión- ¿habría escuela en el pueblo?- porque televisión sí tenían, ahora veía las antenas sobre los tejados.

Volvió a la casa notando que la tristeza  se apoderaba de él. Si todo se arreglaba se prometió volver con las niñas para que disfrutaran del paisaje, su amigo no le negaría otra visita. Su mujer seguía en la habitación mientras el transistor sonaba a todo volumen, se había olvidado de apagarlo o no había querido hacerlo, todo se confundía en su cabeza. Cuando se abandona la vieja y conocida rutina cotidiana la mente parece querer vengarse por verse obligada a dejar la comodidad del deslizamiento por el monorail de la conciencia y trastorna emociones, pensamiento, todo lo que encuentra a su paso. Uno acaba sintiéndose más perdido que un aldeano de la desértica meseta en la selva del Amazonas: teme a todo, se preocupa por las cosas más nimias, le angustia dar la vuelta a un árbol por si puede perderse, acaba subido a cualquier sitio temblando mientras espera un imposible y ridículo rescate.

Comprendiendo que sus pensamientos no conducían a nada se dispuso a comer. Se sentía tan enrabietado por la situación que no pensó para nada en su mujer. Se hizo una sopa, comió fabada hasta reventar y lo que sobró lo dejó en dos pequeños potes sobre la tarima, ni siquiera se tomó la molestia de poner los cacharros en el fregadero o limpiar la mesa. Se sirvió un whisky abundante y poniéndose su cazadora de invierno, de cuero forrada por dentro, salió hasta el porche, donde permaneció fumando y bebiendo hasta que el frío se hizo insoportable, había vuelto a nevar con fuerza y a pesar de la belleza del espectáculo decidió volver dentro, atizar la chimenea echando los restantes troncos que quedaban en el capazo y permanecer junto al fuego. Trajo el transistor desde la cocina y elevó el volumen al máximo. Su mujer no iba a salir de la habitación para comer. El silencio era absoluto, ni el más mínimo ruido.

La copiosa comida y el alcohol le habían abotargado pero como siempre que comía y bebía copiosamente los nervios se retorcían y una intensa cólera se apoderaba de él. Esta vez no tendría el detalle de refugiarse en su habitación para que ella pudiera comer a gusto sin ver su cara. Aún eran marido y mujer, estaban allí juntos, retenidos por la nieve y no iba a consentir que le ignorase como a un mueble viejo.

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EL SILENCIO VII


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*                        *                      *

Se despertó con los pies fríos, la cabeza retumbando como un tambor, la lengua estropajosa y la sensación de haber vivido espantosas pesadillas. Recordó con vaguedad la pesadilla que durante toda la noche había estado royendo las fibras más delicadas del interior de su ser. Intentó hacer presentes los aspectos más llamativos del sueño pero éste se diluía en la memoria como agua en la arena. Tan solo pudo retener la imagen de su mujer y sus hijas discutiendo con él, que acababa de tomar una decisión: iba a morir pero nunca sabría que los hechos se habían decidido en otra dimensión invisible. Aquello no tenía ningún sentido pero en el entramado del sueño era algo perfectamente lógico, era la renuncia definitiva a hacer daño a quienes más quería.

Se levantó tiritando,tocó el radiador que estaba completamente helado y se preguntó si la calefacción se habría estropeado. Levantó la persiana y lo que vio le despejó totalmente, haciéndole olvidar incluso la preocupación angustiosa que había dejado la pesadilla en su interior, como el  poso de un veneno amargo: en el exterior todo estaba blanco, la nieve había caído durante la noche y debió hacerlo constante y copiosamente porque calculó habría medio metro.

Ligeros copos caían oblicuos, debido a las rachas de viento, dejando en su mirada la dulzura navideña. Sintió una gran alegría, su mujer no podría salir de allí con el coche y hacerlo andando sería una locura. Habría tiempo para olvidar rencores y curar viejas heridas. Hasta era  posible que ese sabor navideño alegre volviera a sus labios, cálidos a pesar de estar degustando una bola de nieve hecha con la capa que cubría el alfeizar de la ventana.

Permaneció con la ventana abierta largo tiempo contemplando, a través del aire blanco, el valle allá abajo, dormido entre enormes sábanas blancas. Todo el verdor había desaparecido, hasta los árboles y arbustos parecían muñecos de nieve con brazos de pólipo, formaban un paisaje extasiante para ver en casa en gran pantalla como recordó haber visto aquella maravillosa película de nombre bíblico, Jeremias…,no pudo recordar el apellido del personaje que encarnaba Robert Redford. Pero aquello era real, el temblor de sus piernas, el rechinar de sus dientes dejaban bien claro que la belleza no tenía que reñir siempre con la dureza y la crueldad; en eso la naturaleza era como en tantas otras cosas la maestra de la vida.

Cerró la ventana mientras su mente, ya completamente despierta, se planteaba el día de forma tan pragmática como solía hacer en su trabajo. Lo primero era descubrir qué había pasado con la calefacción: una estancia en la montaña, entre la nieve, tiritando de frio no era precisamente una imagen agradable; pensó que su amigo tendría una provisión de leña y en algún sitio, a veces pasaba allí las navidades y una persona que conoce bien la montaña no puede fiar su supervivencia al azar de la tecnología.

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Bien abrigado salió al exterior hundiéndose en la nieve hasta las rodillas- tendría que buscar también una pala para abrir un sendero. Cuando llegó al depósito de gasoil tenía los vaqueros y los pies completamente empapados. Miró las agujas en los medidores, dos círculos acristalados, y sintió una ligera angustia, todos estaban a cero. Eso no tenía porque significar nada pero le dio mala espina; era posible que en el deposito solo hubieran quedado restos apenas suficientes para unas horas de calefacción. Cogió un palo que sobresalía entre la nieve y golpeó el metal, el sonido le pareció claramente el de un recipiente vacío.

Ya en la cocina buscó las llaves de la calefacción por todas partes, las encontró detrás de una puerta de madera que antes le había parecido un armario. Allí estaban las llaves del agua, el contador de la luz y un contador de gasoil, sobre él una pegatina lo indicaba claramente. Estaba claro que el depósito estaba vacío. Se pasó media hora buscando la leñera, hasta que descubrió una trampilla en el salón debajo debajo de la alfombra. Se trataba de un sótano dedicado a bodega, leñera y trastero.

Se trataba de un enorme cuarto, que ocupaba los bajos de toda la casa, estaba dividido por tabiques de madera en leñera a la izquierda,bodega a la derecha y cuarto para todo en el centro, donde guardaba juguetes viejos y todo tipo de cosas no usadas habitualmente, incluso pudo ver libros en cajas de cartón. Había encendido la luz según bajaba por la escalera de madera, el interruptor estaba encima de su cabeza, a la altura de los ojos, pisando el tercer escalón. Al fondo un par de ventanucos cerrados servían para dar un poco de luz en verano. Los abrió no sin esfuerzo, al otro lado del cristal tres barrotes de hierro parecían querer cerrar el paso a algún animal ya que era evidente ninguna persona podía pasar por allí. Su amigo había tomado precauciones para que ningún excursionista o aldeano tuviera tentaciones de entrar en la casa a la que había dotado de modernas medidas de seguridad.

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Antes de recoger leña en un capacho de mimbre, que tenían colgado de un clavo en la pared, estuvo hojeando los libros de las cajas sin encontrar nada que le llamara especialmente la atención; luego manipuló botellas hasta encontrar un tinto y un rosado de la casa que decidió probar en las comidas del día.

Subió todo hasta el salón, preparó la chimenea consiguiendo prender la leña no sin algunas dificultades. Entonces decidió atender a su estómago preparándose café, huevos revueltos con bacon y unas tostadas. Era hombre de buen apetito que se agudizaba cuando pisaba la montaña. Dejó preparadas raciones de todo para su mujer por si decidía levantarse, supuso que acabaría haciéndolo buscando el calor de la chimenea.

Desayunó con apetito y con el ánimo más tranquilo y alegre, la reacción de su mujer era normal pero ahora se verían obligados a pasar allí al menos una semana no tenía duda alguna sobre su comportamiento, se acabaría tranquilizando y entraría en razón. De vez en cuando levantaba la mirada del plato para contemplar por la ventana la nieve cayendo mansamente. Terminó, puso en el fregadero los cacharros y se acercó a vigilar el fuego. Solo entonces se dió cuenta de la mojadura pillada al salir, se quitó botas y calcetines poniéndolos junto al fuego, hizo lo mismo con los pantalones de pana, un par de calcetines fuertes y las playeras. Ya junto al fuego dejó que las prendas entraran en calor y se las puso con gran placer. Arrimó una silla y permaneció largo rato amodorrado por el dulce calor que se desprendía de la chimenea. Una cabezada le despertó, recordó a su mujer, y pensando que ella no se acercaría a la cocina mientras el estuviese allí, volvió a la habitación, antes echó varios leños más al fuego, y se introdujo en la cama después de cerrar la ventana que había quedado abierta, no sin antes dejar la puerta entornada, quería escuchar el ruido que haría si se levantaba.

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EL SILENCIO VI


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Hizo la cama rabiosamente, de cualquier manera, deshizo su maleta, sacando un pijama y los útiles de aseo .Se acercó a la cocina y colocó la comida en los estantes, si ella quería irse él se quedaría, que se llevara el coche, cuando necesitara marcharse llamaría a un taxi o se arreglaría de cualquier otra manera. Si todo había terminado no tenía gran interés en nada, ni siquiera en conservar su trabajo, se quedaría allí y pensaría en ello, si permanecía solo iba a tener mucho tiempo.

Oyó a su mujer moverse en su habitación, seguramente no saldría ni para cenar; nunca parecía disfrutar de mucho apetito y los disgustos lo hacían desaparecer por completo – luego se resarcía premiándose con un buen surtido de productos de repostería-;así que no esperaba nada de esa noche, mañana se vería, si había algo que ver.

Cuando terminó salió al porche. El ocaso iba cayendo sobre las cumbres de las montañas, no quedaba mucho para la noche; el sol ,como recién fregado, lanzaba sus últimos rayos antes de acostarse. Parte del cielo era de un hermoso azul brillante pero a su derecha, en dirección al centro de la cordillera se veían algunas nubes que no presagiaban nada bueno.

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Era una hermosa puesta de sol aunque por el norte podían verse  algunos retazos de nubes, de un color más bien negruzco. Permaneció de pie contemplando la montaña: los altos picachos graníticos, el estrecho valle allá abajo con praderas verdes donde pacían algunas vacas; el cielo como recién lavado y sintiendo en la cara la cortante brisa que anunciaba una noche fría. Dio una vuelta alrededor de la casa observándolo todo con interés y entusiasmo, a pesar de ser hombre de metrópoli, nacido y criado allí, y de donde apenas había salido, fuera de las vacaciones en la playa o alguna navidad a esquiar en la montaña, su entusiasmo por la montaña a veces resultaba gracioso, dado su escaso conocimiento del entorno.

Allá a lo lejos, al fondo del valle se podía ver un pequeño pueblo con casas de piedra y tejados rojizos, durante unos minutos lo observó atentamente deteniéndose especialmente en el detalle de que aparentemente parecía incomunicado, no se veía carretera o camino que llegara hasta él. Por fin pudo ver un trozo de asfalto donde reflejaba el sol, a la salida del pueblo, dirigiéndose hacia unas laderas que parecían juntarse allí. Seguramente se trataba de una falsa impresión puesto que si pasaba la carretera tenía que existir una garganta o algo parecido. Al otro lado del pueblo pudo observar varios caminos que salían del pueblo en diferentes direcciones. Uno bordeaba las laderas de varias montañas hacia donde él se encontraba, aunque en un primer momento no pudo ver ningún camino por allí cerca, luego observó detrás de la casa uno de cabras que se encontraba con otro de tierra que parecía venir de aquella dirección.

El frío se estaba haciendo más intenso, notaba una fuerte sensación de hambre en el estómago, pensó en algo para comer y los jugos gástricos empezaron a trabajar con entusiasmo. Entró en la casa y se dirigió a la pequeña cocina separada por un tabique de madera y cristal del salón. Revolvió entre las bolsas con comida que había dejado allí al entrar y sacó unas costillas de cerdo, un par de chorizos y una morcilla. Pensó en algo caliente para entonarse y se decidió por una sopa de fideos de sobre. Busco recipientes por los armarios y encontró lo que necesitaba, un pequeño cazo para la sopa y una parrilla para asar las costillas y el chorizo. Intentaría hacer la morcilla aunque la comía pocas veces y no sabía cómo prepararla. Le gustaba cocinar de vez en cuando, hacer algunos platos que le gustaban, especialmente los fines de semana cuando la empleada, que también hacía de cocinera, se toma su descanso.

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Preparó todo con calma, sobre la tarima de la cocina encontró un pequeño transistor, buscó una emisora que pudiera escucharse sin demasiadas interferencias y trató de hacerse la ilusión de estar pasando un día de agradable descanso. Su mujer permanecía en la habitación, donde no se oía ruido alguno. Se dijo que el detalle de preguntarle si quería comer podría ayudar un poco. Llamó a la puerta cerrada con los nudillos y espero, no recibió contestación. Abrió la puerta, su mujer se había acostado y estaba leyendo con la luz de la lámpara de la mesita encendida. La pregunto con dulzura si quería cenar y al no recibir contestación volvió a cerrar suavemente.

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Cenó con apetito voraz, le gustó especialmente la morcilla que preparó en la parrilla. Cuando terminó puso los platos sobre el fregadero, apagó la radio y poniéndose un jersey de invierno en su habitación salió al porche donde encendió un cigarrillo. Era ya de noche, las primeras estrellas asomaban sus cabecitas de alfiler sobre el oscuro tejo del cielo. De vez en cuando una nube ocultaba el pequeño trozo de luna que asomaba a su derecha como un gajo blanco de alguna fruta exótica.

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Terminó el cigarrillo y fue a sentarse en el columpio de madera. Después de la sustanciosa cena se sentía más animado, la actitud de su mujer ya no le parecía tan trágica e irremediable. Encendió otro pitillo, pensando en lo bien que le vendría algo de licor. Volvió a la cocina y buscó por los estantes y armarios, encontró una botella de whisky, se sirvió un vaso colmado y volvió a salir al porche. Empezaba a hacer verdadero frío, la temperatura estaba bajando bruscamente. Bebió un largo trago notando cómo  el líquido le quemaba la garganta, después un agradable calorcillo le reanimó.

Pensó en sus dos mujercitas, tenían dos hijas de diez y seis años, a las que quería con verdadera pasión. Se habían quedado con los abuelos maternos, las imaginó en la cama pegadas a sus ositos de peluche idénticos; los irremediables celos les obligaban a comprar todo por duplicado. Una lágrima furtiva corrió por su cara, se la secó rabioso con la palma de la mano y bebió dos tragos largos de licor. No utilizaría a sus pequeñas como chantaje si el matrimonio seguía adelante tendría que ser por sí mismo. Apuró el vaso notándose mareado. El alcohol siempre le afectaba más de lo normal por eso no le gustaba beber habitualmente. El frío era ahora cortante, tendría que ir a por la cazadora de piel si quería quedarse más tiempo. Caminó hacia la casa dando algún traspiés. Ya en la cocina se sirvió el resto de la botella y decidió acostarse. Buscó otra manta en el armario y la puso encima del edredón, sería una noche gélida. Antes de introducirse en el lecho recordó que su amigo le había dicho que la casa tenía calefacción de gasóleo, regresó a la cocina y buscó los mandos, puso el termostato a veinte grados y regresó a la habitación.

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Buscó en la maleta una novela de Jim Thompson, 1280 almas, que había escogido de su colección de novela negra, pensando que su historia armonizaría con la oscuridad de su alma;  se desvistió, poniéndose el pijama de invierno que había traído ex profeso. Sumergido bajo el peso de mantas y edredones apuró un nuevo trago de whisky y se dispuso a paladear la novela de Thompson como si de un añejo licor se tratara. Al principio no fue capaz de centrarse en la lectura, se veía obligado a  releer páginas enteras antes de captar el sentido. Su mente se empeñaba en poner ante sí  tétricos cuadros, en los que aparecían su mujer, en la habitación de al lado, y sus niñas, en la de sus abuelos, superponiéndose en diferentes planos espacio-temporales, cada vez más trágicos y angustiosos. Por fin se sumergió en la lectura con intenso apasionamiento, incluso se sorprendió riéndose silenciosamente de las peripecias de aquel divertido canalla. Al cabo de un tiempo tuvo que despojarse de la manta y el edredón, la calefacción debía de estar funcionando porque el calorcillo en el aire de la habitación era una sensación muy agradable. Al fin se quedó dormido, con la botella de whisky vacía sobre la mesilla de noche, la lámpara encendida y el libro en la mano.

*                          *                        *

 

Esperó hasta que en la habitación de al lado se hizo el silencio, luego se levantó con cuidado y antes de dirigirse a la cocina se acercó a la puerta de la habitación de su marido.  Estaba entornada, la ligera luz de la lamparilla de mesa dejaba una pequeña luminosidad en el oscuro suelo del salón. Con precaución para que no rechinara la corrió unos centímetros, así pudo verle con los ojos cerrados y el libro sobre su regazo. Su rostro presentaba el dulce aspecto de los cuerpos cuyo espíritu se encuentra viajando. Un sentimiento maternal pugnó por salir a la superficie pero lo rechazó con disgusto, aquel ya no era un niño indefenso ni siquiera el hombre con el que había compartido el amor en el lecho y tantos buenos momentos que ahora se le aparecían tan lejanos, tan diluidos en la memoria como el azúcar en el café caliente del desayuno, aquel era un hombre que pronto dejaría su vida para siempre.

Ya en la cocina encendió la lámpara situada debajo de la campana extractora- el amigo de su marido no podía prescindir de las comodidades modernas, ni en una cabaña perdida en la montaña, lo más cercano al fin del mundo para ella- rebuscó aquí y allá, encontró un cartón de leche sin abrir en el frigorífico desconectado y una bolsa de galletas, ya rancias, abierta. Comió sin ganas, deseosa de calmar su estómago quejoso, después apagó la luz, se dirigió a su habitación ayudada por la luz de su lámpara de mesita y se metió en la cama. Intentó leer las revistas pero se sintió incapaz. Finalmente apagó la luz e intentó dormir.

Las imágenes de su marido durmiendo en la habitación de al lado y las de su cuerpo bien cuidado, en eslip en la habitación del hotel, se superponían y entremezclaban dolorosamente. El calor agradable de la habitación le ayudó a pasar el umbral del sueño.

EL SILENCIO V


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Se despertó sobresaltada cuando el coche tomó una curva con demasiada brusquedad. Todavía no podía creer que se hubiera dormido después del shock histérico sufrido, pero gracias a Dios el cuerpo tiene más recursos de los que imaginamos, sino fuera así nadie sobreviviría al segundo o tercer disgusto serio que sufriera en la vida. Su marido contemplaba el hermoso paisaje montañoso mientras escuchaba la música country que ella detestaba. Era posible que la hubiera escogido para obligarla a hablar, al menos para pedirle que la quitara, pero no era probable ya que llevaba dormida un buen rato. Aquellos meses pasados como enemigos habían agudizado su susceptibilidad sobre el comportamiento de su marido, todo le parecía mal ,en cualquier detalle buscaba una pequeña venganza, cuando debía reconocer que su comportamiento era extremadamente delicado, necesitaba la reconciliación no lo ocultaba.

El sueño la había sentado bien, se notaba más relajada y tranquila; contempló el paisaje sin preocuparse de que su cuello se volviera hacia su marido, no se sentía con ánimos para charlar sobre ningún tema pero tampoco se iba a negar a hacerlo si él lo intentaba, aunque ahora estaba demasiado ocupado en contemplar el paisaje de su infancia, del que tanto le había hablado como para preocuparse de ella. La tormenta había pasado pero en el cielo, en dirección a la montaña a donde se dirigían, se estaban acumulando negras nubes que formaban un frente tormentoso, algo nada halagüeño sobre el tiempo que iban a encontrar. Al menos si se veían obligados a permanecer en la cabaña todo el tiempo esperaba limar asperezas, aunque no se sentía muy esperanzada al respecto después de su reacción al recordar los nefastos acontecimientos de unos meses atrás.

Ahora con los ojos abiertos contemplaba fijamente el asfalto. No se atrevía a moverse temerosa de que él la notara rebullir, le dolía todo el cuello, la espalda, hasta el trasero, pero siguió así, rígida, tensa como la cuerda de un arco presto al disparo. La negra nube que amenazaba lluvia desde hacía largo rato descargó por fin con aparato eléctrico. Una intensa cortina de lluvia ocultó todo alrededor del coche. Él dio las luces y bajó ostensiblemente la velocidad. Siempre la había gustado la lluvia, permaneció así largo tiempo, contemplando delante de ella y pensando, sin poder evitarlo, en su abuelo y sus extrañas teorías sobre el más allá.

 

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CAPITULO III

Llegaron a la cabaña,situada en lo alto de uno de los puertos de montaña del macizo montañoso,a una hora prudencial,tenían tiempo de instalarse y hacer la cena.Era un lugar demasiado aislado para su gusto;dejaron la carretera general para seguir un sinuoso camino de tierra durante un cuarto de hora hasta alcanzar una finca en la falda de una montaña.En el centro de lo que parecía un prado, allanado y apisonado con tierra, se veía una bonita cabaña de madera, no era muy grande pero sí lo suficiente para un salón con chimenea,una pequeña cocina y tres habitaciones, dos de ellas de pequeño tamaño.Las paredes hechas de troncos de madera sin desbastar encajaban perfectamente,los troncos estaban pintados de negro, seguramente con algún producto aislante,el tejado de teja roja sobre sólidas vigas parecía capaz de aguantar el peso de una buena nevada; la chimenea en ladrillo rojo estaba acompañada de un pararrayos y una antena de televisión. Detrás de la casa un trozo de terreno dedicado a huerta aparecía embarrado y descuidado.Delante habían instalado columpios de madera,una pequeña perrera,una mesa redonda de piedra con un banco circular del mismo material y unos metros más allá un cenador de madera podía servir de atalaya sobre la espléndida vista del valle.El sol luchaba a brazo partido con las nubes,dejándose ver a intervalos que calentaban la ligera brisa anunciadora de una noche fría y desapacible.

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Aquí tienes las sábanas y las mantas. ¿Quieres que te ayude a hacer la cama?

-Ya sé cómo ayudas tú a hacer las camas, cabrón –no esperaba respuesta por lo que aquella explosión de cólera le pilló por sorpresa, pero comprendió inmediatamente que era una buena señal, los psiquiatras saben muy bien que cuando se empieza a hablar de los problemas aunque sea de forma agresiva y violenta estamos en el camino de encontrar alguna solución-.

-Creí que habíamos venido a olvidar el pasado y buscar una reconciliación –habló en tono suave, casi cariñoso.

Ella se le quedó mirando fieramente con los puños apretados, caídos a los costados. Tenía la boca cerrada salvajamente como si pretendiera impedir a algún monstruo de su interior que asomara la cabeza al exterior. Así permaneció unos segundos que se le hicieron interminables, luego como si no pudiera impedir que explotara todo lo que llevaba dentro, su boca se abrió y un torrente de insultos y expresiones soeces le recordó que el pasado era mucho más que una categoría mental. Notó su cara ardiendo mientras la cólera pugnaba por salir al exterior, como un volcán a punto de reventar. De buena gana la hubiera pegado dos buenas bofetadas pero eso habría terminado definitivamente con el intento de reconciliación así que sin pensárselo dos veces dio media vuelta y salió corriendo de la casa.

Ya en el jardín recorrió a buen paso todo el perímetro de la valla hasta llegar a la puerta trasera, allí se detuvo junto al depósito de gasoil para recuperar el resuello. Apretó los dientes hasta hacerse daño luego maldijo de todo lo que se le ocurrió con palabras que salían de su boca como balas. Cuando se calmó se dio cuenta que ni siquiera había insultado a su mujer, en su subconsciente estaba clavada a sangre y fuego la orden de intentar la reconciliación a cualquier precio. Se  encontró detrás de la cabaña junto al depósito metálico, esa noche no pasarían frío, aunque si los sentimientos pudieran influir en el tiempo, la cabaña podría muy bien estar en el norte del Canadá, por poner el primer lugar gélido que se le venía a las mientes.Se entretuvo un rato contemplando el paisaje y luego volvió a la cabaña.

Al verla esforzarse bajo el peso de la caja llena de botes y latas de conserva, hizo un gesto para ayudarla, pero ella le ignoró siguiendo su camino hasta la cocina como si no hubiera nadie más en la casa. El salió hasta el jardincillo donde aún quedaban otras dos cajas y varias bolsas de plástico con comida y sacando un cigarrillo se dispuso a fumarlo mientras contemplaba más detenidamente el paisaje. A la izquierda mirando hacia la puerta de la cerca y el camino de tierra, la valla protegía de la caída por una ladera muy empinada con muchos matojos que terminaba en un amplio valle, encajonado entre dos laderas que iban ensanchándose hasta el fondo del valle, allá a lo lejos, podían apreciarse diminutas casa de teja, así como el cuerpo brillante de una carretera que travesaba el pueblo perdiéndose al otro lado de una estrecha garganta. Por el valle se oían esquilas de vacas y algunas manchas parduzcas moviéndose entre las escobas.

Terminó el cigarro sin que su mujer volviera a aparecer a recoger más bultos, supuso que estaría deshaciendo las maletas. En un par de viajes llevó todo a la cocina, su mujer estaba hurgando en la maleta en su habitación según atisbó a través de la puerta abierta. Empezó a colocar los comestibles en las estanterías y despensa, se dijo que debería hacer algo, mostrarle a su mujer que estaba dispuesto a ser un buen chico, ofrecerse a ayudarla a hacer su cama. Por cierto su amigo le había indicado dónde se encontraban las sábanas y mantas, en un arcón rústico en la habitación, a mano derecha según se entraba al salón; era pues su habitación puesto que su mujer acababa de elegir la otra. Aprovechó para llevar su maleta y echó un vistazo al arcón, no estaba cerrado con llave, en efecto, allí había mantas, eran gruesas y parecían muy cálidas. Cogió dos, un juego de sábanas y haciendo de tripas corazón se dirigió a la habitación de su mujer.

EL SILENCIO IV


SILENCIO

Le dolía el cuello, la espalda, el trasero, pero no se atrevía a moverse por miedo a que fuera interpretado por su marido como un gesto de comunicación, un permiso para iniciar el diálogo. Finalmente, agotada, se estiró, reclinó el asiento y cerró los ojos como si el sueño se estuviese apoderando de ella.

Pero eso era lo más lejano a la actividad desenfrenada de su fantasía, que le mostraba una y otra vez la misma escena. Su marido en la puerta de la habitación del hotel vestido tan solo con su slip, ni siquiera había tenido la decencia de vestirse para recibir a la presunta camarera que insistía en entregar un falso pedido. Seguramente no pensaba abrir la puerta del todo, su intención sería despedirla cuanto antes y volver a la cama donde le esperaba aquella repugnante mujer, su secretaria. Se quedó tan sorprendido que apenas protestó cuando la puerta, que ella abrió con brusquedad, le golpeó en la cara. Entró como una furia del averno hasta el fondo del cuarto donde estaba el lecho y apenas tapada por una sábana el cuerpo desnudo de la amante. Comprobar que era un hermoso cuerpo la enfureció aún más.

Paró el discurso del recuerdo, una intensa emoción la oprimía el pecho como una bola de fuego, quemando los pulmones e impidiéndole respirar. Abrió la boca intentando que el aire entrara a bocanadas; un intenso pánico se estaba apoderando de ella; tenía miedo de morir. Sabía lo que era una enfermedad psicosomática y su imaginación trabajaba a velocidad vertiginosa. Era como si se estuviera viendo muerta sobre el asiento del coche, de un ataque de asma. Quizás ya lo estaba porque por un momento se sintió elevada sobre el coche, contemplándolo todo desde lo alto. El terror la obligó a abrir los ojos, su marido se aferraba al volante con la vista fija en la carretera; una canción melancólica acompañaba el sonido de la lluvia repiqueteando sobre el metal de la carrocería y la luneta delantera. Quiso dar un grito pero nada salió de su garganta, intentó coger el brazo de su marido pero sus manos no se movieron.

Fue consciente de que volvía a respirar en cortos jadeos, poco a poco se calmó. Durante un tiempo permaneció con los ojos muy abiertos fijos en la cortina de agua que oscurecía la carretera delante del coche, sintiendo un miedo terrible a cerrar los ojos y revivir de nuevo la experiencia. Deseó que su marido hablara, la mirara un segundo, pero éste estaba muy ocupado vigilando la conducción, había encendido las luces y sus ojos escudriñaban frente a sí. Respiró profundamente buscando la calma, la respiración adquirió un ritmo lento y continuo, al cabo de un rato todo volvió a la normalidad.

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CAPITULO II

La tormenta se hizo tan intensa que le obligó a detenerse en el arcén y dar las luces de avería, por si a algún coche se le ocurría seguir circulando. Volvió la mirada hacia su mujer que tenía los ojos cerrados y respiraba suavemente, parecía dormida. Con la vista clavada frente a sí, en  la cortina de granizo que golpeaba el coche con un ruido fuerte que hacía temer por la integridad de los cristales, recordó lo sucedido aquella mañana.

Tan pronto su mujer aceptó la proposición llamó a su amigo al trabajo y quedaron en encontrarse en la placita situada frente al moderno edificio donde tenía su despacho. Sacó el coche del garaje  y tomó la carretera general hacia el centro de la ciudad con un temblor en las manos y en todo el cuerpo que le obligó a detenerse varias veces en el arcén para intentar calmarse. Al llegar aparcó donde pudo sin preocuparse de la posible multa, llegaba con cinco minutos de retraso y temía que su amigo no le hubiese esperado. Pero allí estaba él sentado en un banco del parque donde jugaban algunos niños bajo la atenta mirada de jóvenes mamás a quienes en otro momento sin duda hubiera contemplado con placer pero ahora hurtó la mirada como si su mujer estuviese vigilándole escondida detrás de cualquier seto.

El día era triste y no sólo por los negros nubarrones que oscurecían el cielo ocultando la primavera que aquel año se había exhibido, días atrás, con sus mejores galas. Su amigo, un hombre bajo, fuerte, con grandes entradas en la frente y rostro bonachón, pasaba de la cuarentena y ésta era la primera vez que se veían en meses. Su amistad se fue diluyendo poco a poco al preocuparse más de sus respectivos matrimonios que de conservar la vieja camaradería de compañeros de calaveradas en la universidad. A pesar de ello aquellos deliciosos años aún pesaban mucho en el recuerdo de cada uno lo que les llevaba a citarse de vez en cuando para tomar unas copas y rememorar viejos tiempos. Sus respectivas no se llevaban muy bien por lo que se veían a escondidas con cualquier disculpa.

Se estrecharon la mano y el amigo le recriminó cariñosamente la estúpida idea de ir a pasar unos días en la alta montaña en aquella época del año, perder más de tres horas en el viaje para encontrarse con el frío , la lluvia y tal vez la nieve, no era una idea muy  acertada. Se sentó a su lado –había permanecido en pie durante el sermón de su amigo- y apretándole el brazo le explicó entrecortadamente la situación. Su matrimonio se hundía irremisiblemente, como el Titanic, su mujer le había sorprendido con la secretaria y aquella era posiblemente la última oportunidad de salvar una relación que había durado quince años. Su amigo tardó un poco en hablar, sorprendido por la noticia. En sus años universitarios las habían armado pardas, su fama de mujeriegos y gamberros precedía sus pasos, pero el matrimonio les había calmado y ninguno conocía que el otro hubiera sido infiel.

-Espero que al menos lo hayas hecho por una mujer que mereciera la pena. Sería estúpido tirar a la basura tantos años por un loro, una cotorra o cualquier otro pajarraco –utilizaba el viejo lenguaje acuñado por ellos en la universidad al hablar de las mujeres-.

-Era un cisne desvergonzado, pero no puedo entretenerme más, necesito la llave, quiero salir cuanto antes.

-Toma. ¿Tan mal iban las cosas? La última vez que os vi juntos, parecíais muy cariñosos.

-Ya sabes cómo son estas cosas, la convivencia se va pudriendo en el subsuelo y cuando al final brotan las ortigas uno comienza a darse cuenta de que el jardín llevaba mucho tiempo sin recibir los oportunos cuidados.

-Bueno, suerte. Ya me las devolverás cuando te parezca, no corre prisa.

-Hasta pronto. Te llamare a la vuelta.

Se abrazaron con un ligero titubeo por parte de ambos y se alejaron sin volver la cabeza. Ya en el coche reclinó el asiento y permaneció unos minutos con la mirada extraviada  como un hombre que se está jugando todo, incluso la vida, a una sola carta. Cuando arrancó caían algunas gotas, condujo de vuelta imaginando a su mujer con las maletas hechas,  esperando cualquier disculpa para anular la oportunidad que tanto le había costado darle.

silencio3

La tormenta fue disminuyendo en intensidad, un pequeño claro iluminó el asfalto mojado. Apagó las luces dándose cuenta de la fuerza con que aferraba el volante. Se relajó un poco y miró a su mujer, tenía los ojos muy abiertos y respiraba con el ritmo del sueño. Esto lo dedujo de la suavidad con que se elevaba su pecho a intervalos porque el sonido de la radio le hubiera impedido apercibirse de cualquier otro ruido. ”Bien, si ella se negaba a hablar buscaría el sonido de otras voces”. Cambió de emisora hasta encontrar un magazine de la tarde en una cadena de emisoras, en ese momento entrevistaban a un escritor .Cuando terminó la entrevista las primeras estribaciones del macizo montañoso aparecían a lo lejos, en menos de diez minutos estarían trepando por la estrecha y ondulante carretera de montaña. El cielo se iba despejando poco a poco, algunos retazos de oscuras nubes parecían volar sobre las montañas. El sol primaveral calentaba agradablemente el rostro y allá sobre un pueblo de tejas rojas cercano a las primeras colinas un hermoso arco iris resplandecía aún mojado por las últimas gotas de la tormenta. Miró a su mujer, dormida, recostada sobre el asiento y la cabeza desmadejada entre el reposacabezas y la ventanilla. ”Mejor así, se dijo, no soporto su mirada de hierro clavada en ninguna parte”.

Buscó en el pequeño hueco debajo del volante, siempre guardaba allí algunas casetes, revolvió hasta encontrar la música country de un cantante que le gustaba, especialmente sus canciones sobre la montaña. La introdujo en el radiocasete y se dispuso a disfrutar de la última parte del viaje. Las peñas mojadas relucían al sol a uno y otro lado de la carretera, los árboles presentaban un fuerte color verde en sus hojas húmedas, la primavera era una hermosa estación por allí; bueno, todas lo eran… Durante su infancia había pasado muchos veranos con sus abuelos en un pueblecito cercano al lugar donde se dirigían.  A veces cuando cerraba los ojos por las noches y buscaba una imagen relajante podía ver las mariposas multicolores volando silenciosamente entre las flores del camino de tierra que conducía a las fincas; el color negro y sabor dulcísimo de los arándanos llamándole a un festín inacabable; el rojo de los agavanzos, el verde de la hierba, el amarillo de las flores de las escobas quedaría para siempre en su retina como los colores de la felicidad. Si se concentraba un poco aún podía sentir los fuertes olores del estiércol de vaca, la hierba recién cortada y las flores y frutos pudriéndose en el mantillo del bosque. Aquellas sensaciones siempre quedarían unidas en su recuerdo a los momentos más felices y placenteros de su vida.

La tormenta disminuyó poco a poco de intensidad hasta terminar en  un suave repiqueteo de gotas sobre el cristal, paró el limpiaparabrisas y apagó las luces. Un pequeño claro se iba aproximando a su izquierda. Se relajó un poco en la conducción y miró a su mujer, tenía los ojos fijos en el asfalto y respiraba con el ritmo suave de quien duerme con los ojos abiertos. “Bien, si quería hacerse la dormida allá ella, buscaría la compañía de otras voces. Buscó  otra emisora y se decidió por un programa de tarde donde en ese momento entrevistaban a un escritor conocido. Escuchó sus sesudas opiniones con la alegría de quien ha estado solo varios días en la naturaleza y de pronto encuentra un pastor con ganas de charlar. Cuando terminó la entrevista las primeras estribaciones del macizo montañoso al que se dirigían aparecieron después de una curva. En menos de diez minutos estarían trepando por la estrecha y ondulante carretera de alta montaña. El cielo iba despejando poco a poco, algunos retazos de nubes parecían volar sobre las montañas impulsadas por un fuerte viento. El sol primaveral enseñaba su cara recién lavada calentando agradablemente el cuerpo. Sobre los tejados rojos del pequeño pueblo encogido al pie del desfiladero un  hermoso arco iris resplandecía, parecía un puente de cristal rezumando agua.

 

*                     *                    *

EL SILENCIO III


sILENCIO

Pensó en lo tensa que estaría, con toda seguridad acabaría el viaje con (torticulis). No pudo evitar volver a mirarla, siempre fue una mujer hermosa y aún lo seguía siendo más en aquel momento a pesar de la tensión de su cuerpo y la rigidez de su postura. Llevaba unos pantalones negros muy ajustados que resaltaban la atractiva forma de sus largas piernas, la rotundidez de sus muslos, caderas y nalgas. Una ajustada blusa blanca resaltaba sus admirables pechos que había tenido tantas veces en sus manos y en su boca. El rostro ovalado terminaba en un mentón suave que engañaba a los desconocidos sobre su carácter, fuerte y duro como el acero cuando era preciso. Su nariz, ligeramente chata, daba a sus rasgos una expresión agradable que se acentuaba cuando uno contemplabla aquella sonrisa en su boca que enamoraba casi tanto como el azul de sus ojos. Su melena castaña se desparramaba sobre el reposacabezas como los suaves hilos de un exótico tejido refulgiendo cuando el sol asomaba su redonda cabeza entre las nubes. La miró con deseo, con aquel fuego que hinchaba sus venas cuando contemplaba su cuerpo desnudo. Ella tuvo que advertir su mirada pero no se movió parecía una estatua sedente. Le gustaría volver a tenerla en sus brazos pero no esperaba mucho de aquella semana, vista la actitud de ella empezaba a no esperar nada .movió el dial, en el camino de emisora en emisora encontró una balada country y allí lo dejó. Mientras una dulce voz femenina desgranaba su melodía él se concentró en la carretera, ahora mojada, empezaba a llover con fuerza.

*                  *                      *

Su marido contemplaba el paisaje, aparentemente tranquilo mientras conducía a poca velocidad, nunca le había visto conducir tan despacio, parecía no tener ninguna prisa para llegar a su destino. En el reproductor del coche una cinta de música country sonaba sin parar, él tenía que saber lo odiosa que le resultaba esa música y no obstante la había puesto. ¡Cómo le gustaría poder olvidarse de los últimos meses como si  nada hubiera pasado y rehacer aquella tranquila vida que llevaban antes de su ascenso a directora de relaciones públicas! Pensó en la posibilidad de que él estuviera haciendo todo lo posible por obligarla a reaccionar, a hablarle, pero eso no llegaba a su corazón, tenía que haberlo pensado antes de encamarse con su secretaria. Podría haberla cogido del cuello y hacerla ver que su matrimonio  iba bien, obligarla a quedarse enferme en la cama, a pedir unos días de vacaciones por agotamiento nervioso, cualquier cosa antes de follar con aquella guarra. Si pudiera cambiarlo rezaría porque la escena a la puerta de la habitación del hotel no hubiera sucedido, ahora podían perfectamente ir unos días de vacaciones a la montaña, se gastarían bromas y reirían como solían hacer, por la noche harían el amor con apasionamiento, ella disfrutaría de las caricias y la ternura que su marido la prodigaba en el acto del amor, después saldrían a fumar un cigarro y contemplar las estrellas. Pero no se podía volver atrás, era posible que fuera una categoría mental como pensaba Kant pero nadie había sido capaz de cambiar nunca su pasado, el pasado es algo irrevocable.

sILENCIO2

No había vuelto la cabeza ni movido un músculo en la hora que llevaban allí sentados en aquella especie de ataúd con ruedas;  al menos así lo veía ella cuando se imaginaba por encima, como suspendida en el aire como un espíritu fuera del tiempo y el espacio, miraba hacia abajo y a través del techo podía contemplar el interior de un féretro que aparentaba moverse pero solo era una ilusión de sus mentes, en su interior los cadáveres miraban por el cristal hacia la finta de asfalto, se hacían la ilusión de estar vivos viajando hacia alguna parte, la realidad es que pronto se pudrirían los últimos pedazos de carne pero aún siendo unos esqueletos esperpénticos seguirían sentados en aquel coche viajando hacia ninguna parte. La mente era incombustible creando ilusiones.

Se asustó de aquel pensamiento tal vez producto del terrible desfallecimiento sufrido hacía algunos minutos cuando recordando la escena del hotel había creído morirse y salir fuera del cuerpo. Aquellas extrañas experiencias le habían sucedido con cierta frecuencia siendo una adolescente pero no se habían vuelto a repetir desde la muerte de su abuelo, un hombre culto a quien ella quería con delirio pero que tenía la extraña manía espiritista. Leía libros y libros sobre el tema y en cuanto encontraba un par de cándidos palomos preparaba una sesión en su cuarto, cerraba las ventanas, corría las cortinas y tapaba hasta la más pequeña rendija por donde pudiera atravesar un rayo de luz y preparaba la mesa con la tabla de la Ouija.

SILENCIO 3

El más allá era su vida, y cuando sus padres le amenazaron con prohibirle volver a hablar con su nieta aprovechaba sus ausencias para pasarse horas y horas hablándole del mundo que hay al otro lado de la muerte. En una ocasión la había hecho participar en una sesión donde sucedieron tantas cosas raras o quizás sólo fuera la sugestión  que llegó a desmayarse de terror, luego su abuelo la hizo jurar que nunca hablaría  de aquello.

Contrató a un detective privado e hizo que le siguiera para confeccionar un informe completo de sus actividades. Había querido comprobarlo por sí misma, se enteró del número de su habitación y preparó la sorpresa. Sobre la cama estaba el cuerpo desnudo de una mujer que la miraba con sorna, el hecho de que aquel cuerpo fuera hermoso la enfureció aún más, se lanzó sobre la mujer tirándola de los pelos y arañándola como una vulgar verdulera en una discusión de mercado. Cuando su marido trató de apartarla de ella y calmarla le mordió la mano hasta el hueso. Quiso decirle todo lo que llevaba dentro pero apenas balbuceó un insulto y salió a la carrera del hotel llorando, sollozando entrecortadamente.

La viveza del recuerdo de una escena por la que había pasado ya más de un mes oprimió su pecho como tuviera en él una bola de fuego quemándole los pulmones e impidiéndola respirar. Había abierto la boca espasmódicamente, intentando que el aire entrara a bocanadas sin conseguirlo; un intenso pánico se apoderó de ella al ser consciente de que su cuerpo se quedaba rígido y su cabeza era incapaz de   procesar lo que le estaban mostrando los sentidos. Un pinchazo en el pecho la hizo pensar en un infarto. Su imaginación de desbocó y se vio muerta sobre el asiento del coche, desde muy alto contemplaba aquel cuerpo desmadejado, la cara pálida, los ojos fijos. El infinito terror que sintió la volvió a la realidad, una gran bocanada de aire penetró en sus pulmones como un golpe de viento a través de una ventana abierta y todo su cuerpo pareció revivir. Durante un rato una intensa vibración en la cabeza hizo que todo diera vueltas a su alrededor, luego un penetrante dolor en las sienes hizo que deseara gritar, hacer que él parara el coche, pero nada salió de su boca. Respirando a cortos jadeos se fue calmando. Permaneció largo rato con los ojos cerrados haciéndose la dormida. Finalmente, sin poder evitarlo, se quedó  realmente dormida.

EL SILENCIO II


Al principio él se lo había tomado con tranquila resignación pero viendo que la situación se prolongaba día tras día, comenzó a montar en sordas cóleras que intentó paliar primero con el deporte y luego saliendo de casa con una frecuencia rara en él, un hombre muy hogareño, para finalmente llegar a plantearse seriamente la infidelidad conyugal como única válvula de escape a la presión que en su interior iba creciendo día a día. Lo mismo que el sentimiento hogareño y paternal iba con su carácter, la fidelidad conyugal también era algo connatural con su lógica de las relaciones humanas; pensaba que un compromiso tan serio como la vida de pareja no podría resistir las infidelidades por mucho lo intentaran los progresistas y liberales de pico que nunca aguantaban en sus mujeres el comportamiento que a ellos les parecía tan razonable. Cuando se decidió a dar el paso pensó que sería una canita al aire sin más trascendencia, conocía muchos hombres que lo hacían de vez en cuando y nunca eran descubiertos. Sus matrimonios iban, no muy bien, eso es cierto, pero no peor de lo que iba el suyo ahora. Lo tenía muy fácil ya que su secretaria en la empresa donde llevaba la asesoría jurídica –conoció a su mujer y se hicieron novios en la facultad de derecho-, una rubia de cuerpo esplendoroso donde no se podría reclinar la cabeza sin perderse para siempre en alguna curva, le llevaba tirando los tejos desde que entró en la empresa, de eso hacía un par de años. Sus amigos le tomaron el pelo durante una buena temporada hasta que se cansaron, sus argumentos reincidían siempre en que no necesitaba buscar fuera lo que ya tenía en casa, aparte de que la “macizorra” señorita tenía un carácter cercano al de los reptiles, siempre pegada a la tierra, buscando su placer y un mejor futuro económico.

Cuando ésta volvió a insinuarse -lo que hacía con la periodicidad de un ciclo menstrual bastante bien regulado- él se lió la manta a la cabeza, disponiéndose a disfrutar de aquel hermoso cuerpo que se le ponía a tiro, dejando que el futuro decidiera por sí mismo lo que quería hacer con su vida cuando se convirtiera en presente. Se hicieron amantes y gozaron del sexo sin restricciones, a ambos les encantaba y aprovechaban la hora de comer para hacerlo en la cama de la habitación de un hotel cercano o por las tardes después del trabajo, al principio él llamaba para disculparse, luego dejó de hacerlo ya que ella no parecía inmutarse por nada. Algunos fines de semana en que ella tenía que asistir a cenas de trabajo aprovechaban toda la noche, las niñas empezaron a vivir habitualmente en casa de unos u otros abuelos sin que protestaran por ello, el hogar no resultaba muy agradable en aquel tiempo.

Al cabo de unos meses él trató de romper, ya se había saciado de aquel cuerpo, que durante tanto tiempo había excitado su deseo día tras día, ahora fue conociendo mejor a la persona que lo habitaba y no le gustó nada. Era una mujer promiscua, muchos días después de hacer el amor por primera vez le contaba para excitarle sus anteriores aventuras. Se había acostado con la mitad del personal de la empresa, con unos porque le parecieron atractivos, con otros porque ocupaban un puesto desde donde la podían ayudarla. Había conseguido un piso, un apartamento y un buen coche, regalos de ejecutivos con posibles pero no lo hacía por dinero; lo que a ella le gustaba más en la vida era el sexo, un buen macho satisfaciendo sus necesidades biológicas, pero al cabo de unas semanas empezó a hablarle de algún regalo, un recuerdo de su aventura, después de que se había enamorado de él y quería casarse, no tenía prisa pero esperaba que con el tiempo terminara rompiendo con su mujer que parecía no hacerle ningún caso.

Fue entonces cuando rememoró su obsesión de otro tiempo. Entonces se había sentido como vigilado por una especie de ángel exterminador, le perseguía la mala suerte, donde los demás pasaban sin un rasguño él recibía heridas sangrantes. Siempre que hacía una, en lenguaje coloquial, la acababa pagando. Aquello le llevó a pensar en la posibilidad de estar marcado por el destino de una manera que ahora no podía concretar pero que con el tiempo se acabaría haciendo tan visible como una pieza de caza largamente acechada. Sin ir más lejos su despedida de soltero estuvo a punto de costarle la boda. Recordando aquel episodio una idea se clavó en su cabeza como un dardo perdido, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Pensó que tal vez su mujer nunca le había perdonado aquello, que todos sus problemas matrimoniales nacían de aquel episodio como de una fuente ponzoñosa que envenenaba cíclicamente su convivencia sin que él pudiera hacer nada por evitarlo, de hecho a veces se lo recordaba con una ironía cercana al sarcasmo más desagradable. En realidad el episodio no hubiera debido tener ninguna trascendencia si no le hubiera perseguido la mala suerte.

Cenó con sus amigos o amigotes -ahora pensaba que más bien se trataba de lo segundo-con quienes no le unía mucho más que su afición por el fútbol, la buena mesa y la caza de la hembra. Con varias copas de más se acercaron a una discoteca haciendo tiempo para que la sorpresa estuviera preparada, luego se enteró de qué se trataba: una mulata de cuerpo escultural le esperaba en un motel cercano a un club nocturno donde sus amigos pensaban divertirse mientras él disfrutaba del regalo. Todo el tiempo en la discoteca estuvo imaginando una buena disculpa para largarse de allí sin ser importunado, cuanto más  pensaba en ello más bebía, finalmente terminó medio tumbado en un sofá mientras los demás intentaban ligar en la pista tambaleándose de un lado a otro entre las risas de los asistentes.

Ella se había sentado a su lado en el sofá y empezó a tomarle el pelo hasta la extenuación, después le picó en su amor propio diciéndole que estaba tan borracho que sería incapaz de bailar con ella una sola vez. Sin saber cómo se encontró en la pista moviéndose, o ese le pareció a él, al compás de un ritmo lento. Nunca supo muy bien si el recuerdo de sus manos acariciando descaradamente su trasero o hurgando en su bragueta fue  imaginación suya o por el contrario la realidad superó ampliamente su imaginación el caso es que se dejó llevar mansamente a un reservado donde ella comenzó a meterle mano con todo descaro, cuando él trató de pararla tuvo que soportar la más desagradable y rastrera de las confesiones. Aquella que se decía amiga de su mujer -una universitaria, que le había tirado los  tejos antes de formalizar su relación  con la que iba a ser su esposa- empezó a contarle tales historias sobre su novia que la borrachera empezó a desvanecerse. Si bien su rostro nunca le pareció atractivo su cuerpo le hacía cosquillas en los bajos cada vez que la veía. Recordó que no se había acostado con ella porque le pareció tan superficial y tonta como un globo de colorines en un funeral. Ella se explayó narrándole todas las supuestas o reales aventuras de la que iba a ser su mujer. En aquel momento su mente podía creer cualquier cosa, empapada de alcohol como estaba, y los celos fueron abriendo un enorme boquete en la imagen que tenía de su novia. No le costaba ningún trabajo aceptar que una hermosa mujer, de talante liberal, hubiera llevado de calle a todos los hombres que su ruin amiga decía. Lo peor fue la prolija descripción de una supuesta orgía llevada a cabo por las dos con un grupo de compañeros de universidad que formaban parte del equipo de baloncesto universitario.  En otro momento se hubiera dado cuenta de que el comportamiento en la cama que ella estaba atribuyendo a su novia no encajaba con la mujer, un tanto tímida y vergonzosa, que él conocía muy bien. Luego, cuando todo hubo pasado, se reprochó su estupidez, porque las mentiras de su amiga sobre la supuesta sexualidad desbocada de su esposa, no encajaban con la timidez de ella en los primeros meses de matrimonio; sin embargo el alcohol y el fuego de los celos corrían ya  por sus venas y un deseo brutal de venganza se apoderó de su mente extraviada. Cuando aquella mujer se estrechó contra su cuerpo y le pidió un beso, se dejó llevar por la libido. Allí le encontraron sus amigos que borrachos como cubas habían estado buscándole por toda la discoteca desde hacía largo rato, intentaron llevarle con ellos pero finalmente les hizo comprender que agradecía su regalo pero que le había caído otro del cielo. Cuando finalmente se marcharon todos sosteniéndose unos a otros y cantando a voz en grito por debajo de la música discotequera que ahogaba sus voces volvió a sentarse al lado de aquella chica que estaba cayendo en el lodazal no sabía si por venganza hacia su mujer o por un desesperado esfuerzo de atraparle. Se juró no oírla más y marcharse en cuanto pudiera sostenerse un poco mejor de pie. Aquella vacilación fue la que le perdió porque en cuanto escuchó su promesa de contarle una supuesta orgía en la que habían participado las dos, ya no pudo hacerlo.

Su mujer siempre había sido una hembra despampanante, en sus tiempos de universidad  había arrastrado tras de sí baboseándose a sus compañeros masculinos e incluso tenía fama en otras facultades. Liberal en sus ideas y sin prejuicios de ningún tipo le costaba que se había acostado con algunos hombres antes de casarse con él, lo mismo que había hecho él con alguna que otra chica, no muchas, pero lo que estaba oyendo superaba sus más perversas fantasías, de hacer caso a su amiga ambas eran unas pervertidas que se habían acostado con media universidad y participado en orgías dignas de una bacanal romana. A pesar de lo saturada de alcohol que notaba su cabeza su lógica le decía que su acompañante estaba mintiendo descaradamente. Oyó con los puños apretados la prolija descripción que le hacía su interlocutora de una supuesta orgía en la que ambas habían participado junto con otras chicas con el equipo de baloncesto universitario. Antes de que ella acabara el relato ya estaba vomitando en el servicio. Cuando volvió, de haber estado allí la mujer con la que se iba a casar dentro de unos días, no hubiera podido responder de sus actos pero en su lugar estaba aquella otra que le sonreía hipócritamente y  le ofrecía su cuerpo para lo que pudiera hacer con él, si es que podía hacer algo, como le dijo entre risitas. Terminaron en el piso de ella, la noche de sexo fue decepcionante, el alcohol le hizo explotar antes de penetrarla y el resto de la noche tuvo que soportar los desesperados esfuerzos de ella por revivir a su pajarito de todas las maneras imaginables. Cuando lo consiguió y pudo galopar como frenética amazona sobre su cuerpo derrengado él solo era capaz de maldecir en silencio para que todo acabara cuanto antes.

Mientras él mal dormía, entre pesadillas, su amante de una noche le contaba a su novia con pelos y señales la supuesta apoteosis dionisíaca que habían disfrutado. Por lo visto ella le consideraba un amante digno de Cleopatra. La ruptura definitiva estuvo en el alero hasta la víspera de la boda en el que algunos de sus amigos hablaron con ella y la convencieron de que estuvo toda la noche con ellos. Para terminar de rematarlo se vieron obligados a mentir como bellacos, describiendo la supuesta noche en el puticlub y la impotencia de su novio para hacer algo con la mulata, debido a su carga de alcohol. Curiosamente ella admitió de mucho mejor grado que hubiera podido acostarse con una prostituta que con su antigua amiga, ahora su más feroz enemiga

De alguna manera su acuciante necesidad de sexo le llevaba a situaciones gravemente problemáticas. Desde aquel episodio se juró no dejarse dominar nunca por aquel deseo que como un torrente intentaba arrastrarle cada vez que veía una hermosa hembra y lo había cumplido hasta entonces, su mujer no había sido consciente del sacrificio que le había costado o al menos eso pensaba él.

***

Desvió la mirada de la carretera por donde acababan de pasar aquellos recuerdos como secuencias en un cine al aire libre y durante un instante la miró. Seguía sentada, casi encogida sobre el asiento, con aquella mirada ferruginosa clavada en el asfalto, tuvo la impresión de que no había desviado el cuello ni un milímetro.

EL SILENCIO


                 

 

                      EL SILENCIO

 

                            NOVELA

 

 

                   CAPÍTULO I                                                                                        

 

 

Su mujer estaba en el porche. Podía verla desde el camino de tierra, que unía la carretera comarcal a su finca. Había encendido un cigarrillo, pero al verle intentó bajar las maletas hasta el camino de gravilla, aunque parecían pesar mucho, porque las dejó donde estaban, con un gesto brusco. Aparcó a su lado, bajó del coche, abrió el maletero y se dispuso a hacerse cargo de las maletas.

 

-¿Está todo? ¿Has apagado las luces?

 

No recibió respuesta. Ella ni siquiera le miró. Colocó las maletas en el maletero y ambos entraron en el coche. Arrancó  sin echar ni una mirada a la, aún sabiendo que muy bien podría no volver a ella, los jueces acostumbraban a dejar el domicilio conyugal a las esposas en los casos de separación. En aquel hogar fue muy feliz, allí nacieron sus dos hijas y transcurrieron los mejores años de su vida, pero, mientras aguardaba en el ceda el paso para salir a la carretera general, solo pensaba en las tres horas que tenían por delante, hasta llegar a la cabaña que su amigo les había prestado. Iban a ser muy duras si ella seguía negándose a hablarle.

 

-¿Te importa si pongo la radio?

 

Ella se encogió de hombros, sin volver la cabeza, tenía la vista fija delante de sí como si un imán hubiera sujetado su “mirada de hierro”. Una buena metáfora si fuera escritor – pensó con desesperación-. Movió el botón del dial buscando una emisora con un programa interesante, agradecería una voz amiga que le ayudara a pasar el mal trago. No la encontró, en todas hablaban de famosos y sus frívolos problemas sentimentales. Las vacaciones hacían aún más fútiles y vacíos los programas de entretenimiento. Se disponía a cambiar, cuando al mirarla le pareció notar en su rostro una cierta expresión de interés en lo que estaban diciendo. Dispuesto a hacer cuanto estuviera en su mano para tender un puente sobre el abismo, levantó la mano y la colocó sobre el volante, apretándolo con enorme fuerza como si pudiera romperlo. Los dolorosos recuerdos acudieron a su mente una vez más, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, como un difunto que rememorara su fallecimiento, incapaz de hallar nada interesante en el más allá, ahora que deja atrás todo lo que alguna vez le había interesado;  así él se sentía impotente para encontrar algo atractivo en el tiempo que se prolongaba hacia delante, con la misma indiferencia que la raya continua de la carretera.

 

 

 

Nunca se puede situar en un punto concreto el nacimiento de los grandes problemas de la vida, a no ser que lo hagamos en el momento del nacimiento, pero si uno se viera obligado a hacerlo, ante la insistente pregunta de un psiquiatra, lo colocaría en el verano anterior. Fue por entonces cuando su mujer se vió obligada a renunciar a las vacaciones, ya que la empresa para la que trabajaba como directora de relaciones públicas le exigió amablemente que se quedara puesto que su presencia era imprescindible para rematar una fusión muy importante, que les daría la supremacía en su sector comercial.

 

Cuando ella se lo contó, con rostro compungido, no pudo dejar de pensar que su inevitable presencia seguramente tendría relación con su gran atractivo físico, capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa. No podía entender que los acuerdos comerciales no pudieran firmarse sin su presencia, su mujer era licenciada en derecho y doctora en economía, una lumbrera, pero totalmente desaprovechada en la empresa, donde si bien era cierto que recibía un substancioso sueldo, mayor del que pudiera percibir en la enseñanza o en un bufete mediocre de abogados, era más por exhibir su cuerpo, su simpatía y labia, aparte de su dominio de los idiomas, que por sus innegables conocimientos en derecho o economía.

 

 Él había esperado para pedir las vacaciones, pero viendo que el humor de su esposa no era muy bueno, si lo calificaba generosamente, y detestable si uno se dejaba de remilgos, se decidió a tomar unos días de vacaciones, y con las niñas se había acercado a una zona costera. Agobiado de playa decidió llevarlas a un campamento de verano, en la montaña. El se hospedó en un parador cercano y se dedicó a ver paisajes o hacer rutas de senderismo. Cuando el director del campamento le rogó que no viera tan a menudo a las niñas, porque sobre todo la pequeña le echaba luego mucho de menos y se volvía insoportable, se compró una tienda de campaña y marchándose del parador pasó el resto de la quincena dándole vueltas a la cabeza, acampado en hermosos paisajes montañosos.

 

 

Por fin se acabaron las vacaciones y regresaron a casa. Su mujer, a la que había dejado de llamar por teléfono, ya que siempre terminaban discutiendo, se encontraba aún de peor humor, si ello era posible. Por lo visto algún directivo había pensado que en vez de relaciones públicas era una especie de fulana de lujo. Cuando le puso en su sitio, con la firmeza de carácter que él conocía bien, se vio obligada a facilitarles diversiones sexuales para lo que tuvo que contactar con gente muy poco recomendable. Las niñas huían de ella como de la peste y él tuvo que soportar su cólera cuando una noche se puso cariñoso. El resultado fueron habitaciones separadas durante todo el otoño e invierno. Ni siquiera el buen éxito de la fusión empresarial trajo la reconciliación.

EL SILENCIO-INTRODUCCIÓN


EL SILENCIO
       Tomé el título para esta novela de la conocida película de Bergman, uno de mis directores favoritos. En su tiempo me impactó mucho y me ha seguido impactando en las siguientes revisiones.
          El silencio es la única de mis novelas totalmente seria sobre el mundo de la pareja, el amor, el desamor y el abismo de la soledad. No hay en ella ni una pizca de humor o de ironía. La inicié antes de descubrir mi faceta de humorista y con ella traté de llevar a buen fin una historia con estructura y estilo clásico, sin experimentaciones ni originalidades. Lo importante era la historia en sí, los personajes, la intensidad de los sentimientos  y la tragedia sin esperanza que supone toda vida humana.
           Después de muchos años de trabajar en ella aún no he conseguido rematarla, razón por la que me propongo ir subiendo capítulos a plazo fijo, para obligarme a finalizarla de una vez por todas.