Se aclara la garganta e intenta gritar con fuerza. Apenas un chillido roto atenuado por el viento. Así no podrán oírle ni a dos pasos. Tiene que conseguir sacar un grito fuerte como el de Tarzán o estará perdido. Se imagina a su mujer caliente entre las mantas maldiciendo de él, deseando su muerte. Es difícil que se imagine la situación, no puede haber algo más ridículo; sería dramático en un telefilme de televisión, pero esto es la vida real, no pasan cosas tan estúpidas. Siente la cabeza caliente, dolorida por el licor ingerido, un ligero mareo le atonta brevemente llevándole a un agradable sopor. Le gustaría ceder y sumergirse en el sueño para evitar el agudo dolor en las manos, en la cara, en el cuero cabelludo donde una cuchilla de hielo penetra en la carne quemándola de frio. Siente pinchazos de un dolor agudo y persistente en otras partes del cuerpo, excepto en los pies y piernas hasta casi los muslos, donde no siente nada como si se los hubieran cortado. Aprieta los dientes, hace ejercicios con las manos mueve la cabeza buscando preservar del entumecimiento la parte superior de su cuerpo. Ha llegado el momento de confiar su salvación a la potencia de su garganta, inspira y un frio cortante llega hasta sus pulmones obligándole a toser. Grita con todas sus fuerzas.
-Mary, Mary… ayúdame… por favor, no es una broma…Socorro… Socorro…Ah…
La tormenta sigue acumulando nieve sobre su cuerpo y a su alrededor, el viento se enrosca en torbellinos gimiendo un dolor incomprensible. A lo lejos la casa permanece en la oscuridad, la puerta enmarca su rectángulo de luz sobre el suelo, no ha sido cerrada. Eso la da una esperanza, la nieve y el viento entraran en el salón, acabaran por apagar el fuego; Mary sentirá el frio y se levantará a ver qué pasa. En el momento de verla enmarcada deberá gritar con todas sus fuerzas, no puede dormirse, aún no. Si no lo encuentra en la casa sospechará que algo malo ha ocurrido, pero ¿mirará en su habitación a ver si está? Es posible que lo crea en la cama, cierre la puerta, atice el fuego y se vuelva a dormir. Entonces todo estará perdido, ya no volverá a ver a sus hijas a besar sus suaves mejillas, a acariciar su pelo sedoso, a oír sus tiernas vocecitas. No quiere morir, no han podido marcar su final en ese momento como quien traza una raya en el suelo. Dios no puede ser tan cruel. Su impotencia estalla en una cólera sorda, blasfema en su interior, maldice a todo y a todos. No puede ser cierto, hace un momento estaba en el porche borracho con la botella en la mano y un cigarrillo en la boca. Si eso es ¿cómo no se le había ocurrido antes?, tenía la cajetilla en el bolso de la cazadora junto con el mechero. Un cigarro podría calentarle un poco, al menos una quemadura en la mano le despertará cuando esté a punto de dormirse. Además la luz de la brasa en la noche llamará la atención de su mujer. ¡Qué gran idea!
Con terrible esfuerzo consigue introducir la mano derecha en el bolso de la cazadora; sí allí está el paquete pero sus dedos resbalaban sobre el cartón, están entumecidos. Una y otra vez; ahora, por fin. Al sacarlo cae sobre la nieve a la altura de su estómago. No importa, ahora el mechero, esto es más fácil. Consigue encenderlo después de repetidos esfuerzos y se calienta las manos, finalmente puede saca un cigarrillo de la cajetilla y encenderlo. ¡Qué agradable el calorcito de la brasa cerca de su cara!
En la casa nada se mueve, la nieve entra por la puerta mansamente, el viento ha atenuado su fuerza. Claro, por eso ha podido encender el cigarrillo con tanta facilidad, con la ventolera que soplaba antes hubiera sido imposible. Aspira con fuerza, la brasa es un punto de luz en la oscuridad, ahora solo tiene que esperar a que su mujer salga al porche: un milagro. Intenta moverse un poco pero sigue anclado en la nieve como un poste de cemento. Antes de terminar el cigarro logra encender otro con dificultad, los dedos están cada vez más helados, se frota las manos fuertemente sujetando el cigarro en la boca. Se ve ridículo pero allí no hay nadie para reírse de él, en todo caso algún duende saltarín dando invisibles brincos a su alrededor. No tiene ninguna gracia, ni siquiera un fantasma o vampiro le habría asustado, al contrario, hubiera pedido ayuda al conde Drácula de haber aparecido por allí. Lo único que puede aterrorizarle es la muerte y no anda muy lejos, siente su frío aliento en el cogote y eso no le hace ninguna gracia.
De repente, como una inspiración recuerda que no ha intentado usar las manos para librarse de aquella capa de cemento blanco. “Elemental, querido Watson”, se dice, intentando animarse. Calienta las manos con el cigarro, primero la izquierda, luego la derecha. Se lo coloca en la boca y empieza a cavar con fuerza. Arriba la nieve está muy blanda, la va arrojando lo más lejos posible a su derecha, es preciso despejar el camino hasta la casa por si vuelve a atollarse.
Al cabo de un rato deja de tener sensibilidad en sus manos, se han convertido en gelatina colgando de sus codos, la única parte del brazo en que aún nota alguna sensibilidad. Para e intenta moverse sin éxito, aún no ha conseguido llegar a sus muslos. No tiene que perder la calma, es esencial seguir un plan si quiere sobrevivir. Conservar el calor el mayor tiempo posible, calentar las manos con el cigarro para seguir trabajando. Siempre ha imaginado la muerte como el más grande acontecimiento de la vida, digno de anunciarse con el toque de difuntos de las campanas de una iglesia. Uno no puede morir sin un terrible aviso previo, tal como una profecía, un accidente serio antes del definitivo o simplemente un sueño premonitorio, pero él no ha recibido ningún aviso antes, al menos que él lo haya notado. Quizás éste sea el aviso esperado, si sale de este embarrancamiento se promete vivir como si la muerte le acechara detrás de cada esquina.
Bruscamente se echa a reír a carcajadas histéricas. Aquello no está sucediendo, es una pesadilla producida por el vodka, acabará despertándose y podrá celebrarlo comiendo las últimas chuletas que quedan junto al fuego de la chimenea. Por si acaso no es un sueño- ahora puede pensar cualquier cosa porque a pesar del frio existente nota los claros efectos de la borrachera- enciende como puede otro pitillo y para hacer volver la vida a las manos heladas se quema una primero y luego la otra. El dolor terrible es como un alivio, al menos no ha perdido la sensibilidad. Con el cigarro en la boca, chupando desaforadamente, mete las manos como puede bajo de la zamarra y espera un rato. La nieve sigue cayendo, aunque el viento se ha calmado bastante. Es el momento, chilla con todas sus fuerzas pero en la casa no se ve movimiento alguno. Al menos la puerta continúa abierta a pesar del viento; bendice su inconsciencia de borracho, la luz del rectángulo es como una esperanza en la negra noche. ¿Oirá su mujer los gritos? No es probable aunque sí posible que lleguen hasta su habitación, tal vez muy atenuados. Si es así el sentimiento de venganza de su mujer podría llevarle a la muerte. No es que piense que su mujer pueda saber lo que está ocurriendo, no es una asesina. Aunque bien mirado cualquiera podría llegar a serlo en unas determinadas circunstancias.
Cuando nota un poco de calor en sus manos las utiliza para excavar en la nieve, lo hace con rabia, casi con desesperación, pronto la carne junto a las uñas recibe tal intensidad de frio que el dolor se hace insoportable. Ha conseguido llegar a la altura de las rodillas y ello con mucha dificultad, ahora por debajo todo es duro hielo. Fuerza el movimiento con ambas piernas sin resultado, sus pies permanecen clavados. Intenta deshacerse de las botas, pero sin éxito; será difícil llegar hasta la casa en calcetines pero al menos tendría una oportunidad.
Vuelve el viento con más fuerza y la nieve se arremolina a su alrededor. El gemido del viento se hace angustioso, a lo lejos le parece escuchar otra vez el aullido del lobo. Aquello sí es terror y no las tonterías del conde Drácula. Quiere animarse riendo pero la risa se paraliza en su boca casi helada. El frio ahora es tan intenso que parece como si una docena de cuchillos se fueran clavando rítmicamente en cada parte de su cuerpo. Se mueve todo lo que puede, con desesperación, intentando entrar en calor. Quiere encender otro cigarro con la colilla moribunda que aún tiene en la boca, pero sólo consigue que todo caiga a la nieve. Un dulce sopor le va amodorrando. Intenta despejarse, pero es tan dulce dejarse llevar por el sueño hacia el país de la inconsciencia…
Se despierta al dar una cabezada, tiene que mantenerse despierto a toda costa. No lo consigue. Sueña con su mujer y las niñas. Todos corretean por la montaña. Hace un espléndido día de sol, incluso puede notar el calor en su cara, en sus manos, en todo su cuerpo. Curiosamente el silencio lo llena todo, no se oye ni el piar de los pájaros ni las voces de sus niñas, nada, pero todo era tan, tan agradable…
FIN
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