Categoría: Relatos virtuales

METRÓPOLIS VIRTUAL III


 

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METRÓPOLIS VIRTUAL III

METRÓPOLIS VIRTUAL III

EL PUB DE MARTINA LA DIVINA

Viejos-verdes City es una de las ciudades piratas más caóticas que conozco y tan peligrosa como Las Vegas City. Los muñequitos no tienen el menor control, pueden arrojarse bajo tu coche con total desvergüenza y no sirve frenar porque se ríen en tus narices. Si alguna vez llegan a ella les aconsejo que pisen el acelerador de su coche a fondo y se olviden de las consecuencias. Los corchos de champán francés rebotaban en los cristales, en la carrocería y armaban un ruido de mil demonios al caer sobre el techo. Era una tormenta de granizo, pero de granizo francés del caro. Me encomendé a Santernete, nombrado recientemente patrón de los internautas, y aceleré todo lo que pude, procurando mantenerme en el centro de la calle porque nunca sabes lo que puedes encontrarte en sus orillas. Si tenía suerte podría llegar sin más tropiezos al pub de Martina, la divina, justo al final de la calle, en un callejón mugriento y oscuro, según se mira a la izquierda. Allí me esperaban los coleguillas de siempre, aquellos viejos verdes con los que había vivido y revivido tantas aventuras.

En el mundo virtual todo es tan fugaz como la propia vida, solo que la aceleración es mucho mayor, debemos estar en un tris de alcanzar la velocidad de la luz. Con lo que todo se ralentizaría, se producirían extraños fenómenos temporales y puede que los viejos verdes alcanzásemos una segunda juventud que nos vendría muy bien. Las amistades son fugaces. Los muñequitos que te encuentras hoy por la calle y con los que trabas amistad eterna mañana ni te conocerán. Así es la vida virtual y hay que aceptarla como es o dejarla. No hay término medio. Por eso tengo suerte de haber conservado durante tantos años a mis viejos amigos del club de la comedia. Nos conocímos hace muchos  en una de aquellas páginas antiguas donde era preciso registrarse, luego pasabas al foro e intentabas hacer reír al personal con alguna gansada. Allí fue donde conocí a Slictik, a Smyte04, a Smart 25, a Lunaroja01 y tantos otros. Mientras los demás se enzarzaban en insultos y recriminaciones sin fin, nosotros íbamos a nuestra bola y bien que lo pasábamos. Decidimos crear una sociedad secreta y hasta prestamos juramento: Uno para todos y todos contra todos.

Hemos aguantado carros y carretas mientras el universo virtual evolucionaba. Nada ni nadie pudo separarnos. Muchos han caído por el camino. Llevamos tatuados en nuestros pechos, a la altura del corazón, sus nombres sobre una crucecita. Nunca los olvidaremos. Ahora nos reunimos en el pub de Martina, un delicioso lugar donde nos podemos poner de buena cerveza hasta la nariz y fijarnos en la bulla que montan un grupito de jóvenes que caen por allí de vez en cuando. La cerveza, en realidad, se la toma Martina. En cuanto recibe la correspondiente trasferencia de créditos se sirve unas cuantas cervecitas, las que sean, y se las bebe al ritmo que le vamos marcando los muñequitos. Como estamos conectados virtualmente con ella los efectos de las cervecitas los repartimos entre todos. Menos mal porque de otra forma Martina no hubiera podido sobrevivir ni mantenerse tan joven, atractiva y dicharachera. ¿Se imaginan a Martina bebiéndose unos doscientos tanques de cerveza todos los días sin el derivador electrónico que nos hace llegar la euforía del alcohol y las ganas de hacer pis, con perdón?. Martina evacua la cerveza por un tubito que le han acoplado al riñón. Es molesto pero compensan los créditos que se ingresan en este negocio.

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No pude llegar hasta el final de la calle. Hoy Viejos-verdes está más congestionada que nunca. Se celebra el milenio-nuevo. Estaremos en el año 3000 a las doce y un segundo de esta noche. Ahora son las 22,10 por lo que espero llegar al pub de Martina a tiempo. Encontré un huequecito en el arcén derecho. Cinco metros libres, con tan solo dos filas de coches, unos encima de otros. Esta es la mía, me dije. Paré el vehículo, tomé lo necesario, casi todo, porque los cacos suelen dejarte hasta sin frenos si ven algo en el interior que pueda interesarles, e insertando mi tarjeta de créditos en el buzón más cercano contemplé el espectáculo siempre divertido de ver salir del pavimento una grua enorme que se apoderó de  mi vehículo colocándolo en tercera fila, en el huequecito que había visto. Recibí el correspondiente ticket que guardé en la cartera y me dispuse a seguir andando hasta el pub de Martina. Junto a una farola observé a un inconfundible empleado del ayuntamiento pirata con su mono azul celeste de los aparca-coches, fumándose tranquilamente un pitillito. Me acerqué hasta él y le solté una propinilla.

-Vaya. Creí que hoy no llegaba. He tenido cuatro peleas y dos heridos por reservarle el sitio de costumbre.

Le entregué las llaves del vehículo por si surgia algún problema y dándole una palmadita en el hombro le deseé un buen milenio entrante. Antes de dar un paso más introduje todo aquello de valor que encontré en mi persona en el bolsillo oblongo de la camisa que sellé con la contraseña para hoy: «Soy un viejo verde, no me rasques que hoy no me pica». Caminé por la acera con agilidad impropia de mi edad, me deslicé a través de los grupos como un fantasma y en pocos minutos me encontré a la entrada del oscuro callejón donde Martina ha situado su pub.

 

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METRÓPOLIS VIRTUAL II


METRÓPOLIS VIRTUAL II

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LA CIUDAD PIRATA

Desde luego las ciudades piratas son actualmente lo más divertido de la Red. Todo lo marginal, lo pirata, ha sido lo más divertido a lo largo de la historia. Lo establecido, el stablishmen, el statu quo, será lo que sea, que no me voy a meter en juicios de valor, pero de divertido tiene poco.  Con la seriedad de entierro que acostumbran a exhibir los que van montados en ese burro, con perdón, no es extraño que todo el mundo se lance de cabeza a lo prohibido. Que no digo yo que no sea algo serio mantener a la bendita sociedad al margen de piratas y macarras pero una cosa es una cosa y otra ir por la vida con cara de entierro. Que ya sabemos que todos nos vamos a morir pero tampoco es cuestión de recordarlo todos los días y a todas horas. Vamos, digo yo.

La ciudad a la que me dirijo en mi cochecito virtual tiene el atrevido nombre de Viejos-verdes-City. Allí he quedado con el resto de la pandilla. Los que quedamos de aquellos heroicos tiempos de chats, foros, correos electrónicos y tortugas en la Red. Que no exagero nada con lo de tortugas porque simplemente en encender el ordenador y buscar una página te tirabas medio fin de semana. Algunos de ellos se han encontrado con la Parca virtual en cualquier esquina y se han colado por el agujero del cementerio de internautas donde recibes un entierro de primera si has cotizado la mitad de tu sueldo a las Cias de seguros virtuales que son unas verdaderas lobas. He tenido la desgracia de asistir a varios de estos sepelios con música de banda y muñequito orador con disfraz del Ejército de Salvación que está en todas partes, lo mismito que la divinidad. Otros colegas están demasiado doloridos ya para permitir que les trasladen del lecho del dolor al casco virtual del sudor. Ni siquiera las dulces y potentes enfermeras que nos ha puesto la S.S. consiguen animarles para este viaje infernal. ¡Quién nos iba a decir a nosotros, los jóvenes carrozas, que la S.S. no solo aguantaría el tirón del futuro sino que incluso llegaría a ser la multinacional por excelencia, más sólida que Fort Knox donde los yanquis siguen teniendo sus cuantiosas reservas de oro!

A mi me duelen todos los músculos -suponiendo que me quede alguno- y todos los huesos, que me quedan muchos,  de este cuerpo serrano que aún conservo, por llamarle de alguna manera. Pero os aseguro que nada ni nadie podrá evitar que moribundie bajo este casco virtual de nuestros dolores, que es un verdadero engorro, creánme. Sudaba como un bendito cuando a la entrada de la ciudad un muñequito vestido de policía federal me dio el alto. No me sorprendió lo más mínimo puesto que las autoridades de Metrópolis velan con ahinco por que se cumplan las normas. Una de las más importantes es no llevar nunca droga debajo de la ropa interior. Ya sé que les puede extrañar que unos simpáticos muñequitos actúen de manera tan incorrecta pero las drogas de diseño continúan haciendo furor y algún listillo ha inventado una droga-virus que oculta bajo la ropa interior y activada en el momento adecuado contamina el casco virtual del internauta real llevándole a curiosos mundos encuadrados dentro de un universo de saga de ciencia-ficción donde todos acaban perdiéndose en fantasías futuristas sin pies ni cabeza. Nadie que se sepa ha vuelto nunca de esos mundos por lo que las autoridades están aterrorizadas por el bajón de natalidad en Metrópolis, los internautas cada vez son menos y más viejos.

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Dejé que el policía hurgara en mi ropa interior sin ningún miedo. Acostumbro a llevar siempre unos marianos viejos y remendados que antes utilizaba solo en invierno pero con los años uno va sintiendo más y más frío, incluso cuando suda. Le bastó el tacto de la vieja prenda de lana y un rápido vistazo para darse cuenta de que un servidor era inocuo por naturaleza. Son los jóvenes con su manía de llevar ropa interior de colorines y de andar probando siempre cualquier novedad que se les ponga al alcance los que más les preocupan. Alcé mi gorra en un saludo amistoso y puse el cochecito en marcha adentrándome por la calle principal de «Viejos-verdes-city».

Suena raro que justo a la entrada de una ciudad pirata nos espere un policía federal de Metrópolis. Es como si en un puti-club de los de antes un policía de uniforme vendiera entradas pero es que los tiempos han cambiado mucho y la tecnología ha avanzado tanto que cualquiera puede hoy construirse una ciudad pirata en el primer arrabal o desierto que se encuentre al paso y hay muchos. La posibilidad de controlar estas ciudades piratas es una entelequia a la que las autoridades renunciaron hace tiempo, incluso las más recalcitrantes. De esta manera se conforman con poner un miembro de las fuerzas del orden a la entrada de cada ciudad pirata para que se cumplan las normas más elementales. La principal es no llevar droga-virus que pueda acabar con la mínima tasa de natalidad capaz de mantener Metrópolis dentro de unos límites aceptables. Se dice que apenas nace un internauta por cada uno que muere. Un verdadero desastre que nadie sabe cómo remediar.

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La ciudad pirata más famosa es «Las-Vegas-sueño-de-ludópatas», en inglés «Dream-ludopatín». Está controlada por las diferentes mafias piratas que se mueven por Metrópolis como Pedro por su casa. Cada una de ellas tiene su trozo de pastel muy bien delimitado y a nadie se le ocurriría comerse algo ajeno o sufriría una terrible indigestión virtual. Se la distingue muy fácilmente de las otras porque las fuerzas del orden son muñequitos de anchos hombros, sombrero caído sobre los ojos y trajes a la vieja moda de los años veinte del siglo del mismo guarismo. La moda retro sigue haciendo estragos y cada vez son más los que buscan en un pasado remoto la pátina de individualidad que todos hemos perdido en numerosas hemorragias virtuales.

Hace algún tiempo que no voy a Las Vegas porque el juego no ha sido nunca una de mis adicciones. De vez en cuando junto con la pandilla hacemos una escapada porque las muñequitas de los espectáculos musicales están de toma pan y moja. Alguna que otra vez merece la pena escuchar a un viejo cantante, de los de antes, que nos deleita con los viejos éxitos. La música de ahora es una especie de machaqueo insufrible a base de los más modernos instrumentos, sintetizadores de ensueño, que sólo se utilizan para encontrar el vellocino de oro del ritmo supermachacante. Tiene algunas otras atracciones divertidas que algún día les contaré.

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Estaba deseando llegar al pub de Martina «La divina», una portorriqueña que quita el hipo a pesar de su edad provecta. Allí me estaría esperando toda la panda a la que tanto quiero y tanto me quiere. ¡Oh Dios mío qué recuerdos más deliciosos cada vez que veo sus viejas y feas caras!. Seguramente faltaría alguno ya demasiado dolorido para ser trasladado desde su lecho hasta el sillón superanatómico. Cada vez somos menos y es que ni en Metrópolis uno se libra de empalmar el cochecito al carro fúnebre de la Parca virtual que aún utiliza el viejo medio de transporte de la carroza tirada por caballos. ¡Pero vaya lo que corren los viejos percherones!. Me puse triste pensando que a mí también me llegaría la hora y gruesas gotas de sudor perlaron mi casta frente de viejo verde. Y eso que ya era de noche en «Viejos-verdes-City» porque aquí puedes salir de casa con un sol espléndido y pillarte una granizada en mitad de la autopista o hacerse de noche justo en lo que tardas en echar un pis ecológico en el arcén.

Estaba a punto de llegar al pub de Martina cuando apenas tuve tiempo de frenar para no cargarme a un muñequito que estaba gesticulando como un loco en medio del asfalto. Observé su uniforme y me puse a temblar. Se trata de un guardia de seguridad de la ciudad pirata. Son los peores, los más meticulosos y los más cencerros. No hay quien les aguante en cuanto se ponen a hacer tolón-tolón. No me atreví a bajar el cristal de la ventanilla, no me fío de que se acabe calentando y me suelte un sopapo. Di orden a mi casco virtual de que encendiera los altavoces exteriores del cochecito. El guardia gritaba como un energúmeno sin lograr hacerse entender y es que los cristales están hechos a prueba de bombas virtuales y de estrépitos no deseados. Los altavoces no solo me sirven para comunicarme con el exterior sino que recogen todos los sonidos del entorno hasta el límite que tú quieras, incluso la raspadura de un fósforo contra la cajetilla de tabaco de los fumadores empedernidos que no han sido capaces de dejarlo ni a tiros y las autoridades han tenido el detalle de permitirles fumar en público.

>>Pare el motor, amigo, tengo que registrar el coche.

Me había olvidado de advertirles que otra de las normas esenciales es llevar programas de contrabando en el maletero. Los hackers siguen haciendo de las suyas y no resulta especialmente gracioso quedarte paralizado en cualquier parte incluso en mitad de un beso a tornillo con una muñequita de las Vegas. Siguen pretendiendo apoderarse de Metrópolis y de todas las ciudades piratas que encuentren a su paso. Son como los caballos de Atila donde pisan ellos no vuelve a crecer el chip. Lo cierto es que llevan un tiempo tranquilos porque las autoridades de Metrópolis han decidido pagarles un canon por cada visitante. Guardan sus créditos en las cuentas cifradas de la banca-suiza-virtual (B.S.V.) que sigue siendo el inconmovible paraíso fiscal de la historia. Algunos rumores pretenden que los gobiernos virtuales empiezan a tener miedo de un golpe de estado virtual de los hackers pero es solo un rumor porque qué haría un hacker en el gobierno si precisamente lo suyo es hacer la puñeta al statu quo a cualquier precio.

A todos nos gustaría que se acabara de una vez el paraíso fiscal del B.S.V. porque cualquier tipo de guerra virtual termina siempre con las armas nucleares-víricas escondidas en sus cajas fuertes. Así no hay manera de acabar de una vez por todas con el armamento. Estas guerras son como ciclos climatológicos a los que uno se acaba acostumbrando. Que toca lluvia, pues lluvia, que toca guerra de hackers, pues qué le vamos a hacer. En este momento nadie sabe si estamos en primavera o en otoño y ¡maldito lo que nos importa!

A la orden del guardia respondí con una sacada de lengua de  total desvergüenza. A lo que respondió aquel con otra sacada de lengua mucho más larga y de color verde, supongo que ya había descubierto que se trataba de un viejo verde aunque no crean que algunos jóvenes y sobre todo jovencitas se dejan caer por aquí. Supongo que es el morbo que nunca muere. Mano de santo, pueden creerme, el guardia pasó de registrarme el coche y es que para mi suerte aún seguían conservando la contraseña de mi última visita. El guardia bajó la mano, esbozo una sonrisa de oreja a oreja y me hizo señas de que podía continuar mi accidentado camino.

La ciudad bulle de muñequitos que saltan como cabritillas locas y descorchan botellitas de champagne francés con un entusiasmo digno de la celebración de un nacimiento. Los viejos verdes somos así, alocados, llenos de vitalidad, todo lo queremos celebrar, sea lo que sea, y con champagne del bueno. Un corcho rebotó en el parabrisas y me preparé para lo peor porque nadie escapa indemne a estas celebraciones.

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LOS HACKERS MATES


LOS HACKERS MATES I

LOS HACKERS MATES

CAPÍTULO I

CÓMO TRABÉ AMISTAD CON LOS HACKERS MATES

Desde la primera vez que oyera hablar de ellos confieso que me tiemblan los dedos cada vez que los coloco sobre el teclado. Para mí son unos seres legendarios, una especie de piratas de la nueva era. Podrían fácilmente atracar mi galeón cargado de valiosos tesoros al menor descuido, en cuanto deje el timón de la nave.

Claro que mis tesoros no son gran cosa, tan solo algunos programas comprados en las rebajas y un par de cosillas que me han pasado de contrabando. Su pérdida no pondría en movimiento ni al famoso inspector que se atrevió a enfrentarse a la Pantera Rosa, ¿cómo se llamaba?, creo que era el inspector Clouzot, el legendario Clouzot.

Confieso con humildad que el valor de todo mi shoftware haría reír al mismísimo rey Lear. ¡Menudo galeón cargado de tesoros! Pero su pérdida me haría la puñeta –sin perdón- dejándome a dos velas durante una buena temporada. A pesar de ello no me duelen prendas en decir que les tengo miedo, a veces diría que pánico, aunque me consta que en el fondo son buenos chicos. Eso sí, mucho más listillos que este narrador. El pobre se cree capitán de un galeón español cargado hasta arriba de oro y piedras preciosas. Es capaz de aferrarse al timón con uñas y dientes para defender su barquito de la tempestad, aunque sabe muy bien que hasta una mísera borrasquilla de tres al cuarto podría fácilmente desviar su rumbo y hasta hundirlo en las profundidades oceánicas.

Dicen que odio y amor son dos caras de la misma moneda. Mi temor hacia los hackers tiene mucho de envidia, en el fondo creo que deseo formar parte de su tropa, más que deseo es un ansia de personaje hitconiano. Confieso sin vergüenza este extremo porque sé que a todo internauta le hacen cosquillitas estas fantasías.

La primera noche que dormí con el ordenador al lado de mi cama tuve un sueño muy vívido. Era un pirata informático, tenía un ojo tapado por un parche negro –no recuerdo cuál de ellos- y navegaba por la Red en un acorazado. Estaba en la proa arrullado por el suave canto de una vela mecida por la brisa de los mares del Sur, ahora en completa calma. Ya sé que esto es una incongruencia, pero a un sueño no se le puede pedir coherencia; diversión o terror sí, pero la lógica no es precisamente una de las mejores cualidades del sueño. En mi mano apretaba con fuerza el ratón como si fuera un florete que blandía con mayor maestría que Errol Flyn, el héroe de mi infancia aunque creo recordar que siempre estuvo al lado de los buenos. Craso error porque para mí los buenos eran los piratas.

Debí estremecerme de placer imaginando las más locas aventuras porque al despertarme por la mañana tenía toda la ropa en el suelo. Lo que sí recuerdo es cómo me introduje en los ordenadores de la C.I.A. en Langley para buscar la ficha de Jodie Foster –a la que adoro- quien trabajaba por aquel entonces para la “Gran Madraza” en aquella película que estaba de moda en los cines de todo el país. ¿O era para el F.B.I.?, tal vez incluso la academia no era Langley, ¿dónde se entrenan los del F.B.I.? Lo importante es que conseguí acceso a su terminal y pude espiarla a placer en su casa mientras se desvestía para darse una ducha. ¡Qué gozada, mi brigada!

En aquel sueño llevaba a cabo otras muchas piraterías que me callo por vergonzoso pudor. Pero a lo que vamos, ayer mi chaval me comentó el rumor que por lo visto circulaba entre los expertos: unos terribles hackers pensaban atacar en la Red, por sorpresa, y utilizando los ordenadores de incautos como quien les habla, vengarse de Microsoft y del señor Gates ese, que debe haber hecho algo para que casi todo el mundo le odie.

Estuve reflexionando largo rato sobre el plan a seguir. Finalmente me dije muy bajito, para que nadie en la casa me oyera: ¡Eureka!, esta es la mía, menuda ocasión para lograr hacerme amigo de un hacker y poco a poco, pasito a pasito, entrar en su pandilla. Encendí el ordenador y me planté delante de la pantalla dispuesto a pasarme el día entero, escondido detrás del escritorio, hasta pillar a un hacker in fraganti. Ni siquiera me dio tiempo a acabar el primer cigarrillo, de repente el ordenador se puso boca abajo y yo me vi obligado a hacer lo mismo para poder seguir leyendo las letritas de los accesos directos. Tate, me dije, aquí hay un hacker.

Abrí el correo electrónico, así boca abajo como estaba, y mandé un “Emilio” al hacker. Es decir me lo mandé a mí mismo porque el pirata estaba allí, escondido en las entrañas del ordenador de mis entretelas. No estaba nervioso, ni poco ni mucho, de hecho mientras esperaba su respuesta encendí un pitillo -seguía cabeza abajo- pero me llevé la gran sorpresa porque el humo en lugar de ir para arriba como van todos los humos, me entró por las fosas nasales haciéndome estornudar como a un principiante. ¡Estos hackers!, pensé, son unos genios, hasta consiguen que el humo de mi cigarrillo busque mis narices que casi tocan el suelo en lugar de ensuciar el techo de mi cuarto. ¡Cómo los adoro!

Hubo respuesta. Decía: Chaval, eres un cachondo mental, pero también un pobre iluso. A nadie se le ocurriría enfrentarse a los piratas más terribles de la Red, a los Hackers mates. Somos capaces de darte un jaque pastor en dos jugadas, y así, tal como estás ahora, boca abajo. Firmaba el Rey Negro, la rúbrica era una banderita negra con dos huesos en forma de figuras de ajedrez cruzados en su centro.

En lugar de asustarme dejé el cigarrillo en el cenicero que había colocado en el suelo –observé que el humo curiosamente iba ahora para arriba, con toda normalidad- y tecleé de corrido una respuesta irónica. Era un desafío inverosímil que debió dejarles sin resuello porque contemplé, asombrado, cómo en la pantalla fueron montando de la nada un bonito chat. En él iniciaron una asamblea todos los hackers, eran muchos, los conté y coincidían con las fichas blancas y negras de un tablero de ajedrez.

>>¿Porqué me haces esa pregunta, peón negro? ¿No comprendes que solo se trata de un farol?

>>Habla tú, Reina Blanca, creo que peón negro de Rey tiene razón, la estrategia a seguir es hacerse su amigo para poder sacarle toda la información que podamos. Cuantos más datos, más fácil será deshacernos de ese payaso. Con suficientes datos hasta podríamos volar todo el planeta.

>>Tenéis toda la razón. Te facultamos a ti, Reina Blanca, como nuestra mensajera. Sino hay oposición ya puedes empezar tu misión.

En la pantalla se empezaron a cruzar respuestas afirmativas: peón-alfil blanco de Rey dice sí, torre negra de Reina dice sí… Decían sí o yes según su nacionalidad y cada uno firmaba con la figurita ajedrecistica correspondiente.

Ya me estaba felicitando cordialmente por la suerte de conocer a Reina Blanca a la que en aquel momento estaba imaginando de todas las formas posibles, hasta en ropita interior. ¿Se imaginan a una figura de ajedrez en ropa interior? Yo sí, siempre que sea femenina, claro, la reina, la torre… Si es masculina se me quitan las ganas de imaginar nada en paños menores, pueden creerme.

Volví a chupar del pitillo y me regodeé, utilizando mi desbocada imaginación, cuando hete aquí que en la pantalla aparecen cuatro respuestas negativas. Eran los cuatro caballos.

>>Ya están los de siempre dando saltitos y jorobando al personal. Aquí hay mayoría, por lo tanto la moción queda aprobada. Reina Blanca quedas nombrada embajadora plenipotenciaria.

Me estaba pasando la lengua por los labios. La Reina Blanca era plena y potente al máximo, plenipotenciaria decían ellos. De repente caballo negro de Rey habló.

>>Queremos un debate. Esto es un barco pirata y no un parlamento. Que decida el jefe, pero después de oír todas las razones.

Y se pusieran a danzar verbalmente en el chat. Me puse de pie, terminé el cigarrillo y me dije: este es el mejor momento para dar fin a este primer episodio, ahora precisamente cuando el suspense está en todo lo alto, como el humo de mis cigarrillos.

El segundo comenzará después de la publicidad. Tengo tiempo de acercarme a la cocina y prepararme unas aceitunitas rellenas, unos berberechitos en su salsa y todo ello acompañado de una cervecita bien fría. Y a la cocina que me fui dejando a los hackers dueños de mi ordenador y discutiendo la propuesta…

Continuará….

Metrópolis Virtual I


METRÓPOLIS VIRTUAL I

 Han pasado los años, mis articulaciones ya no son lo que eran. Ahora se resienten, se quejan como viejas bisagras oxidadas. Las rodillas rechinan tanto y tiemblan de tal forma que sentarme o levantarme de mi viejo sillón se ha convertido en un tormento que cada vez sufro menos porque ya no soporto que me trasladen del lecho de enfermo hasta el viejo cuartito donde hace ya tantos años que casi no me quedan recuerdos de ello instalé mi primer ordenador.

Ahora parece la cueva de un viejo dinosaurio que no se ha dado cuenta de que la raza humana lleva milenios sobre la corteza de este planeta tras su noble meta de convertir las viejas piedras en microchips. A veces pienso en el exterior como en un mundo de microchips, el cielo está dividido en infinitas particiones pegadas una a otra con estos minúsculos artefactos y el suelo da calambre al ser pisado. En realidad no sé muy bien cómo andan las cosas ahí fuera porque hace años que no salgo de casa. A pesar de todo de vez en cuando no puedo reprimir la nostalgia y pido a mis enfermeros de la Seguridad Social que me trasladen al sillón, frente al ordenador para así poder visitar a mis viejos amigos como Smart 25 o Rey negro o Reina blanca o princesa Almarina o Angel poéticus o Sofía milenaria o Alas de Condor. Todos ellos siguen aún correteando por la Red aunque ésta o aquella enfermedad o achaque les impidan hacerlo todos los días. Nos vemos obligados a concertar citas y citas suplentes por si fallamos a las primeras como enamorados encarcelados por verdugos crueles de cuyo humor dependemos para salir un rato a estirar las piernas.

Mi enfermero me ha colocado el cinturón de seguridad que hace algunos años acoplé al sillón por si las moscas. Es una medida de seguridad elemental para que no me caiga como consecuencia de cualquier movimiento imprevisto. Me he colocado las gafas virtuales y le he pedido que se vaya, lo que ha hecho discretamente, cerrando la puerta tras de sí. Sabe que no me gusta nada su presencia cuando hablo con mis viejos amigos.

Con un parpadeo del ojo derecho he encendido el ordenador. Las pantallas ahora ya no son planas sino que tienen forma de huevo de dinosaurio que resplandece al encenderse. En su interior alguien parece haber encendido una hoguera que no acaba de coger fuelle; las llamas suben y bajan buscando el lugar justo en el aire. Dicen que su diseño es imprescindible para que las gafas virtuales funcionen y uno logre sentirse dentro de Metrópolis, la gran ciudad virtual donde miles de millones de humanos habitan, al menos durante unas horas al día.

Inmediatamente bajo por el ascensor a la cochera de mi casa virtual y escojo un mercedes con interior muellemente acolchado y me pongo al volante revestido con cuerdo artificial. En realidad no soy yo quien lo hace sino el muñequito virtual que me representa. Abre la puerta con el mando a distancia y sale al exterior. Hoy he dejado a un lado al anciano marchoso que me representa habitualmente y he escogido la piel de un Adonis con gafas de sol, gorrita verde y vaqueros agujereados por todas partes. El muñequito conduce con gran pericia mientras no cesa de guiñar el ojo a todo muñequito que aparece en su radio de visión.

En el radiocassette pongo música de los Beattles, una antigualla que me devuelve a mi época de adolescente saltarín, cuando aún no sabía lo que era un ordenador, ¡si seré viejo!. Vivo en una casita baja en las afueras de Metrópolis, rodeada de grandes árboles y con un cesped esponjoso en el que me hundo cada vez que se me ocurre entrar o salir a pie de casa. Soy soltero. He elegido esta vida virtual porque en este mundo nadie tiene tiempo para nada, menos aún para cuidar retoños.

Las calles de la urbanización están casi vacías, es un día de verano, el sol virtual en lo alto es enorme y parece calentar tanto que mi muñequito empieza a sudar como si lo estuvieran asando a la parrilla. Miro el termómetro del coche que marca cuarenta grados y yo mismo comienzo a sudar bajo el casco virtual. Supongo que con este calor la mayoría de los muñequitos se están echando la siesta como sus dueños. De no ser así las fachadas de sus casas virtuales estarían encendidas con un letrerito verde invitando a pasar y echar un trago con el dueño. La mayoría tienen un inmenso stop rojo en la fachada lo que indica que su dueño está roncando a pierna suelta.

Metrópolis está diseñada de tal forma que nadie siente necesidad de ir al centro o a un punto concreto de su perímetro ya que en todas partes hay los mismos supermercados del sexo o centros multiculturales o lo que sea, porque la realidad es que no falta de nada. Sus habitantes se van distribuyendo al azar y si por casualidad alguna vía de comunicación tiene excesivo tráfico a una hora punta se habilita otra inmediatamente. Los vehículos son cambiados de vía por una gigantesca mano artificial que sale del cielo color azul oscuro –dicen que el claro era difícil de conseguir para los diseñadores- como un sorprendente “deus ex machina” un tanto cutre, lo reconozco, pero muy práctico.

Aquella tarde las vías de comunicación estaban muy despejadas por lo que mi cochecito se movía a gran velocidad sin encontrar mas que alguno que otro coche de diseño estrambótico y matrícula extranjera –aquí es lo que se lleva aunque todos vivamos en Metrópolis- que se deslizaba sin prisas como viendo el paisaje. La Red ha avanzado tanto que recordar los viejos tiempos de los “alias” – tenían que ir de puerta en puerta echando su nombre ficticio con su correspondiente contraseña en los buzones- da la risa. Ahora cada uno tiene su cochecito por modesto que sea, con su correspondiente matrícula “ad libitum” para poder ser identificados, controlados y hasta detenidos por la policía de la Red que ha hecho de Metrópolis un lugar tan seguro que solo viejos chochos como mis amigos y yo nos atrevemos a salir de su seguridad y adentrarnos en las ciudades piratas, los barrios bajos de la Red, que cada día pululan más, lo que no es de extrañar ya que las autoridades de Metrópolis intentan controlar hasta la marca de ropilla interior de los muñequitos. Nosotros no llevamos ropa interior, un escándalo para los muñequitos policías que nos cachean al detenernos por exceso de velocidad o cualquier otro motivo tan nimio como este.

La tecnología está tan avanzada que cualquiera puede fundar su ciudad donde le plazca. Las Vegas virtual es la ciudad del juego, controlada por diferentes mafias que no cesan de pulular en la Red. Uno las puede distinguir fácilmente por sus muñequitos de anchos hombros, sombrero calado sobre los ojos y trajes a la vieja moda de los años cuarenta del siglo XX. La moda retro sigue haciendo estragos y cada vez son más los que buscan en un pasado remoto la pátina de individualidad que todos pierden, incluso los muñequitos más rebeldes, en cuanto se mueven un par de días por Metrópolis.

No existe indicador alguno para llegar a estas ciudades piratas pero los viejos internautas sabemos muy bien dónde encontrarlas. Basta con acercarse por las proximidades para que un muñequito con pinta de vagabundo salga a la carretera moviendo las manos como un muñequito loco. Paras el coche y él te indica una dirección extendiendo la manita roja. No importa que la carretera no esté señalizada, tu metes el coche entre los arbustos de un campo semidesértico y a los pocos metros surge de la nada una amplia carretera, recién asfaltada, que te atrapa con sus luces multicolores y su musiquilla marchosa.