Categoría: EL BUFÓN DEL UNIVERSO

EL BUFÓN DEL UNIVERSO III


EL BUFÓN DEL UNIVERSO III

 No puedo saber el tiempo que permanecí allí. No debieron alimentarme, ni por sonda, porque no encontré ninguna señal en mi cuerpo. Algo me despertó de mi estado catatónico y fui consciente de lo que había pasado y de dónde me encontraba. Continuaba atado a la silla. El cuerpo debería dolerme mucho por la postura que había mantenido durante todo ese tiempo, pero no sentía nada, ni siquiera hubiera sido consciente de tener un cuerpo de no haberlo visto con mis propios ojos. El ruido se repitió y entonces fui consciente de lo que me había despertado. Era como si alguien estuviera intentando abrir la puerta del contenedor. No sabía hacerlo o no le habían dado la contraseña de la cerradura. Por eso golpeaban la estructura metálica. Luego escuché lo que me pareció el sonido de un soplete. Me hubiera gustado gritar pidiendo auxilio o hacer ruido para que supieran que yo estaba dentro. Lo pensé mejor. No sabía quién estaba fuera ni lo que deseaba de mí. Era lógico pensar que si se tratara de los tripulantes de mi nave se hubieran limitado a abrir la puerta con la contraseña. Decidí esperar y ver qué me deparaban los acontecimientos.

No tardaron mucho, o al menos eso me pareció a mí. De pronto un rectángulo metálico cayó en el interior, produciendo un ruido ensordecedor que golpeó mis oídos como dos puñetazos bien dados, uno en cada oreja y los dos a la vez. Mi cuerpo parecía vibrar como si fuera un gong al que acabaran de golpear como una maza. Lo que sucedió a continuación ocurrió muy rápido. Un gran robot muy tosco entró pisoteando la chapa de metal con sus ruedas y enfocó por el interior del bunker sus ojos enormes que no eran otra cosa que dos tubos de metal que proyectaban unos haces luminosos. Exploraron con lentitud todo el recinto y se detuvieron en mí durante unos segundos. Debió de emitir algún tipo de señal porque enseguida entraron varios humanos enfundados en una especie de trajes espaciales tan toscos como el robot. Se acercaron con precaución y pude ver cómo uno de ellos movía la boca. Parecía estar hablando, aunque yo no escuchaba. Una especie de camilla volante, mucho más sofisticada que el tosco robot que permanecía de pie, sin moverse del lugar donde estaba cuando entraron los humanos, hizo su aparición. Se mantenía a poco más de un metro del suelo. Los astronautas me desataron con facilidad y rapidez. Dos de ellos me levantaron de la silla y me tumbaron en la camilla. Un brazo robótico surgió de alguna parte y me inyectó algo en el cuello. Perdí la consciencia.

Cuando desperté me hallaba sobre la misma camilla en una especie de laboratorio o enfermería muy amplio. Frente a mí varias figuras humanoides me contemplaban desde una plataforma acristalada. Una de ellas me llamó la atención porque era una mujer. Muy alta, fornida, hombruna, pero con unos ojos dulces y acariciadores. Se movió y salió de la plataforma. La vi acercarse a mí caminando con lentitud. Vestía una túnica blanca que escondía su cuerpo. Cuando estuvo a mi lado me habló con una voz tan dulce como sus ojos.

-No tengas miedo. No vamos a hacerte daño. Estás en el planeta Alienón. Y ésta es la enfermería de la residencia Armanas para mutantes. Armanas soy yo. La tripulación de tu nave te trajo aquí, nos entregó el contenedor y no se detuvieron mucho tiempo. Nos dijeron que eras un mutante peligroso, que no querían saber nada de ti. Ni siquiera pusieron precio a tu cabeza. No quisieron decirnos nada más y se marcharon como si les persiguieran los mutantes más peligrosos de la galaxia. Te hemos analizado a fondo, pero no encontramos nada que nos indique qué tipo de mutación sufres. Ni siquiera los análisis genéticos han sido concluyentes. Ninguna de las pruebas para detectar posibles mutaciones peligrosas ha dado positivo. Así que de momento te vamos a considerar inofensivo. Ya habrá más tiempo para hacerte otras pruebas. Y ahora intenta bajar de la camilla por tu propio pie. Yo te ayudaré si lo necesitas. Iremos al comedor. Necesitas comer algo. No sabemos el tiempo que has estado sin alimentarte. Nuestra IA nos dice que has sufrido una catatonia bastante rara. Eso explicaría que pudieras sobrevivir sin comer ni beber.

Hice un esfuerzo por bajarme de la camilla y lo conseguí, pero mi cuerpo me parecía raro. Aceptaba las órdenes de mi cerebro, aunque con retraso. Pensaba en hacer algo y reaccionaba, siempre existía una demora de unos segundos, algo que distorsionaba mi percepción. Me sentía como un duplicado de mí mismo que funcionara a diferentes velocidades. Aquella mujer debió darse cuenta de que algo no iba bien porque me sostuvo con sus fuertes brazos. De esta forma fuimos caminando hacia la salida, atravesando todo el laboratorio. Desde la plataforma nos observaban con mucha atención. Cuando llegamos a la puerta y ésta se abrió ante nuestra presencia me sentí mucho mejor. Casi no percibía el retraso entre mi pensamiento y la acción. Tal vez se debiera a que había dejado de dar órdenes a mi cuerpo, todo se producía de forma automática.

Ante nosotros se extendía un largo pasillo. Era amplio, punteado a los lados por macetas de diferentes tamaños y separadas entre sí por distancias que variaban siguiendo un criterio que se me escapaba. Una planta llamó especialmente mi atención, por el extraño diseño de sus ramas, el vivo color variado de sus flores y sobre todo porque me pareció que una rama se alargaba buscándome. Pudo ser solo un quiebro de mi percepción, porque continuaba sintiéndome muy raro. Me detuve ante ella.

-Son plantas mutantes. También cuidamos de plantas y animales mutantes. Algunas se comunican, como acabarás observando con el tiempo.

Me tomó del brazo, se acomodó a mi paso y así llegamos al final del pasillo, donde una puerta de cristal se abrió ante nosotros, como si nos percibiera. Estábamos en un salón enorme, repleto de mesas y sillas, una especie de comedor, pero muy raro.

-Cuando puedas comer con todos encontrarás la explicación a esta rareza. Cada mesa, cada silla, cada cubierto, está diseñado para que pueda ser utilizado por las diferentes especies de mutantes. Tu físico es normal. Otros no lo son, dependiendo de cada especie y de cada mutación. La fama de esta fundación ha corrido por la galaxia y aquí llegan, desde todos los rincones, especímenes mutantes, tanto de animales, plantas u homínidos. Cada uno tiene su sitio. Ya te enseñaré nuestro zoológico donde todos los animales viven en libertad, salvo los depredadores más peligrosos, que tienen su propio territorio separado del de los demás. También conocerás nuestro jardín botánico, donde cada planta mutante tiene su sitio, salvo las plantas que se mueven, para las que hemos acotado una parcela especial. Aquí estarás muy a gusto. Si llega el momento en el que prefieres la libertad de vagabundear por la galaxia, sufriendo imprevistos, como el que te ha traído hasta aquí, solo tienes que decirlo.

Me quedé ensimismado, tratando de asimilar mis nuevas circunstancias. Armanas debió interpretarlo mal.

-Pero te estoy entreteniendo cuando lo que necesitas es reponer fuerzas. Sentémonos a esta mesa, yo te acompañaré en el desayuno, porque aún no he probado bocado.

Nos sentamos y ella pareció darse cuenta de mi joroba por primera vez.

-Intenta sentarte como puedas. Mañana tendrás una silla a tu medida. Hoy no podrás pedir un menú acorde con los gustos de tu planeta, pero mañana subsanaremos ese error, salvo que tengamos ya a un compatriota tuyo. ¿De qué planeta procedes?

-Soy del planeta Woon.

-No me suena. Bueno, no importa. Te pediré lo mismo que voy a desayunar yo. Una mezcla de zumo de frutas exquisito, que obtenemos de alguna de nuestras plantas mutantes. Son muy variadas. Entre ellas las hay que han adquirido un nivel de consciencia o de inteligencia semejante a la de ciertos animales más evolucionados. Tienen su propio lenguaje y se enfadan si te diriges a ellas en una lengua que no sea la suya. Por cierto. como has llegado tan de improviso no hemos podido preparar nada para ti. Mañana tendrás un traductor de pulsera que te servirá para hablar con todo el mundo. Espero que no te ofendas si te pregunto en qué consiste tu mutación.

Pensé en mentir, en obviar el tema con subterfugios y así darme tiempo para hacerme una idea de dónde había caído para diseñar una estrategia. Comprendí que sería inútil. Allí iba a estar mucho tiempo, si es que lograba salir alguna vez. La verdad me ahorraría sinsabores y puede que me granjeara simpatías, algo que supuse necesitaría cuanto antes. Le conté lo sucedido en la nave sin suavizar ningún detalle. Tan pronto como acabé ella me miró de una forma extraña, que no pude desentrañar.

-Gracias por tu sinceridad, nos has ahorrado mucho tiempo. Eres un caso único. Aquí tenemos muchos mutantes mentales, telépatas y toda clase de mutaciones basadas en facultades mentales llevadas a extremos patológicos. Hay un gran abanico, como irás comprobando por ti mismo, pero nada parecido a lo tuyo. Los test genéticos no han indicado nada y hubiéramos pasado mucho tiempo dando palos de ciego sin conseguir nada. Antes o después se hubiera manifestado de alguna manera, aunque teniendo en cuenta el trato cariñoso que reciben todos los mutantes en esta fundación, es posible que tardara mucho en ocurrir algo que disparara tu facultad mutante. Porque al parecer solo se dispara ante acontecimientos que afectan a tu supervivencia. ¿No es así?

-No lo sé, es la primera vez que me ocurre y no sé cómo evolucionará.

-Bueno, ya habrá tiempo de hablar de ello. Ahora disfruta del desayuno que nos están sirviendo.

EL BUFÓN DEL UNIVERSO II


De una manera tan peculiar se iniciaría mi vida como bufón de corte. La desgracia quiso que en pleno vuelo el comandante decidiera inventariar toda la bodega de carga, buscando dar un escarmiento a la tripulación, de la que se había quejado un jerarca a quien habían arrebatado una de sus jovencitas recientemente adquiridas. El comandante negó que su tripulación estuviera implicada y a cambio de que su nave no fuera puesta patas arriba por la guardia personal del jerarca entregó una buena provisión de películas históricas que reservaba para la burguesía de otro planeta más rico. El enfadado jerarca se dejó convencer ante la perspectiva de que su esposa le dejara en paz por una larga temporada con sus quejas sobre el excesivo número de sus concubinas. El comandante quiso cerciorarse de que la jovencita, objeto del litigio estaba en la bodega, escondida por algún grupo de tripulantes rijosos y desvergonzados. No la encontraron, a cambio yo tuve que sufrir un severo castigo como polizón. El frustrado y encolerizado comandante no me ahorró tortura alguna, incluso decidió utilizar conmigo una extraña sonda psíquica que había adquirido en un planeta tecnológico, donde le prometieron que hasta las mentes más rebeldes se convertirían en mansos corderitos tras pasar por la sonda. No encontró mejor ocasión para probarla y aquel desatino descubriría una faceta tan escondida en mi mente que nunca supe de su existencia. De pronto me convertí en el “bufón del universo” como sería presentado en las grandes mansiones por pomposos mayordomos, deseosos de agradar a sus señores hasta el vómito.

Aquel hombre era un sádico redomado y su tripulación la hez de los planetas por donde pasaba. La reclutaba en los bajos fondos de las capitales planetarias. Con el tiempo llegaría a saber que la nave no era en realidad una de las numerosas naves comerciales que suelen hacer los mismos trayectos, consiguiendo mercancía aquí, vendiéndola acullá, aceptando pedidos, trapicheando con todo, sino una peligrosa nave pirata que había adoptado la fachada de una inocua nave comercial para pasar desapercibida. El comandante sólo buscaba conseguir la mayor riqueza posible en el menor tiempo y luego retirarse a un planeta desconocido donde sería amo y señor. Es posible que esta mezquina meta transformara su carácter o tal vez fuera precisamente ese carácter frío y mezquino el que le llevó a una profesión donde solo medran los malos y sobreviven los peores.  No podía haber elegido una nave peor. Yo iba a ser el entretenimiento de aquellos sádicos sin entrañas durante el tiempo que durara el viaje. Iba a morir, o si lograba sobrevivir, me venderían a cualquiera en cualquier parte por el dinero que quisieran darle.

El comandante se dirigió a su camarote, donde al parecer guardaba la sonda en su caja fuerte particular. Regresó con una pequeña caja como las que suelen vender en los bazares para regalos entre los más desfavorecidos. Pero aquel artilugio no era precisamente un regalo. Sin duda debió de formar parte del botín de algún abordaje, o comprada a un alto precio en un planeta de tecnología muy avanzada. Me ataron a un sillón y el comandante oprimió una serie de botones que se pusieron en rojo. Había colocado la sonda sobre mi regazo y de ella comenzaron a brotar numerosos tentáculos. En un principio pensé que se limitarían a pegarse a mi cuerpo con ventosas. No fue así. Cada tentáculo escogió una parte de mi cuerpo y penetró hasta mis órganos vitales. Todo ello sin anestesia. El dolor me hizo gritar como si me estuvieran destripando. Se apresuraron a colocarme una mordaza sobre la boca y a comprobar las ataduras. Unos cuantos tentáculos penetraron en mi cabeza, horadaron mi cráneo y allí se pusieron a buscar determinadas terminaciones nerviosas siguiendo un programa que solo su inventor podía conocer. Observé cómo se hacía un gran silencio y todas las miradas convergían en mi persona. Estaba seguro de no ser el primero que probaba aquel espantoso artilugio. ¡A saber cuántas víctimas inocentes lo habían experimentado antes y qué fenómenos extraños se habían producido! En cada víctima el efecto debía ser diferente y en muchos casos, con seguridad, se generarían espectáculos entretenidos y graciosos o al menos las muertes serían tan variadas como placenteras para aquella tropa de brutos. Un tentáculo de la cabeza dejó de hurgar por haber encontrado lo que buscaba. De pronto caí en una especie de catalepsia onírica muy extraña. Ante mí comenzaron a desfilar imágenes de una pesadilla sin sentido y angustiosa de la que intentaba salir haciendo esfuerzos sobrehumanos. Todos los habitantes del universo parecían haberse reunido en un salón sin paredes que se extendía por el espacio infinito. Todos se reían de mí, señalándome con el dedo y haciendo todo tipo de visajes. Sin saber cómo podía leer las mentes de los más cercanos, con una claridad y complejidad que me producía un asco infinito. Quise bloquear aquella lectura de pensamientos que tanto daño me estaba haciendo, pero, al contrario, aquel don o castigo demoniaco se intensificaba más cuanto mayor era mi odio y mi rabia. Cuando el número de mentes que podía leer se hizo tan numeroso que creí volverme loco, sentí una náusea infinita y sin poder evitarlo comencé a vomitar.

Desperté con brusquedad, sin transición. Alguien debió haberme quitado la mordaza de la boca durante la tortura, porque en efecto, estaba vomitando. Era un vómito extraño. De mi boca salía una sustancia lechosa, grisácea, que permanecía en el aire, como si pudiera flotar, y poco a poco se iba transformando en caras y cuerpos, como hologramas manejados por un ordenador completo y potentísimo. Por toda la habitación se movían en el aire cuerpos ya completos con unos rostros deformados, de una fealdad terrorífica. Asombrado comprobé que algunos rostros tenían un parecido feroz con los tripulantes que estaban más cerca, desde el comandante al resto de los cargos de la nave, que eran los que habían tomado las mejores y más cercanas posiciones. Cualquiera podía ver que eran sus rostros, si bien habían adquirido formas demoniacas que sin duda correspondían a sus pensamientos y emociones más íntimas. Los demonios que aquella tripulación llevaba en su interior, bajo sus rostros de carne que habían sido aceptables hasta aquel momento a pesar de los rictus que los desfiguraban, habían salido al exterior, bajo algún hechizo inexplicable y se movían en el aire, con un movimiento pausado, casi una danza. Cada uno de aquellos cuerpos se había acercado a su sosias como impelido por una atracción irresistible. Permanecía a su lado, de pie, como un gemelo respetuoso. Mis vómitos seguían un curioso proceso. Notaba en mi interior como un cosquilleo que se intensificaba hasta llegar a la náusea, algo repugnante, feroz, como un monstruo recién despertado que anhelaba salir fuera, para lo que hubiera llegado a trepanar mi carne, pero encontraba un camino ya hecho, mucho más sencillo y por él se dirigía hacia la superficie, hacia mi boca. Antes de que llegara a salir mi cuerpo se doblaba en dos, estremecido por el asco. Mi laringe y boca se taponaban, lo mismo que mis fosas nasales. Quedaba sin respiración y cuando creía que la muerte era inevitable sufría unas sacudidas epilépticas que arrojaban fuera de mí esa sustancia demoniaca. Sentía un infinito alivio mientras esa especie de ectoplasma lechoso y casi transparente levitaba en el aire, como tomando consciencia de quién era y de que ya estaba fuera de su prisión. Entonces parecía reorganizarse, buscando su esencia más profunda. Comenzaba a formarse un cuerpo, bien por los pies o por la cabeza y no paraba hasta conseguirlo. Su última fase la dedicaba a moldear el rostro, buscando la expresión exacta de un modelo que solo él podía percibir. Era como contemplar el trabajo de un artista, de un escultor, que moldeara con aire pintado el semblante del arquetipo monstruoso que estaba posando para él. Esta tarea llevaba su tiempo, porque era muy meticulosa. Una vez terminado el trabajo el monstruo etéreo levitaba por la sala hasta encontrar el tripulante que más se le pareciera, hacía una reverencia grotesca, esbozaba una sonrisa estereotipada y se situaba a su lado, a su izquierda o derecha, dejando que en su rostro inmaterial se fueran reflejando los pensamientos de su doble como en una película de holovisión creada solo por emociones. Era algo tan repugnante que observé, entre vómito y vómito, cómo los tripulantes de carne habían vomitado frente a sí. El suelo era un lodazal de vómitos, una pista resbaladiza donde cualquiera que se hubiera movido habría aterrizado dando volteretas. Tal vez por eso nadie se movía, aunque el aspecto cadavérico de sus semblantes me indicaba que tampoco lo hubieran podido hacer de haberlo intentado. Semejaban cadáveres petrificados, el museo de un perverso coleccionista que se deleitara con la muerte y sus formas.

Cuando cada tripulante tuvo su sosias, sentí en mi interior un vacío maravilloso, ya nada pugnaba por salir. Ni siquiera sentía mis órganos internos, era como uno de esos globos con los que juegan los niños en las ferias. Estaba agotado por el esfuerzo, deseoso de dormir horas y horas, días y días. Me sorprendió que mi cuerpo no levitara también y por el aire se dirigiera a mi camarote, con silla y todo. Durante mucho tiempo nadie se movió, nada rompió el silencio. Finalmente escuché un grito inhumano que solo al cabo de unos segundos comprendí que era mío. Eso hizo reaccionar a uno de los tripulantes, el más bestia, el más sádico, al que yo más odiaba. Sacó de su cartuchera una pistola desintegradora y me apuntó mientras gritaba que me iba a matar. Concretamente dijo: Te voy a matar, maldito bufón. Y lo hubiera hecho de no haber observado cómo sus compañeros le miraban, con miedo, con repugnancia. Debo decir que más bien miraban a su sosias, con tal fijeza que hasta él mismo volvió la cabeza intrigado. El rostro de su doble era tan espantoso que nadie que lo contemplara podría permanecer en su juicio. Un demonio, su propio demonio, expresaba con total claridad los pensamientos y emociones que sin duda albergaba aquella bestia sin entrañas. La impresión fue tal que dejó caer el arma, que rebotó en el suelo metálico produciendo un sonido que ayudó a que los demás fueran reaccionando. Mientras el modelo de aquel monstruo ectoplasmático salía corriendo y chillando de la sala, los demás se miraron y miraron al capitán.

-No os quedéis ahí, como estatuas. Quiero que lo amordacéis, que lo sujetéis con más ligaduras y que unos cuantos vayan a la bodega y traigan el contenedor vacío que utilizamos para enjaular a los animales más feroces que cazamos para el zoo de Ixirion. Rápido. No sabemos lo que será capaz de hacer este monstruo.

Todos se apresuraron a ponerse en pie y moverse, pero los vómitos que enlodazaban el suelo les hicieron resbalar y caer en las posturas más extravagantes que uno hubiera podido imaginar. El comandante maldijo a voz en grito y tecleó en el artilugio que siempre llevaba en su muñeca izquierda. Como salidos de la nada un rebaño de robots domésticos se dispersó por el salón limpiando en un santiamén el suelo de aquel fango repugnante, incluso limpiaron también las botas y ropas de los tripulantes. Solo la mordaza me impidió expresar el regocijo que sentía. Con el tiempo aquella escena formaría parte de uno de mis shows más famosos. Me vi asaltado y sujetado aún con más fuerza por ligaduras electrónicas. Al cabo de un tiempo otros tripulantes entraron manejando una plataforma donde venía el famoso contenedor para animales exóticos y peligrosos. La situaron frente a mí y se abrió la parte delantera con gran rapidez. Entre varios me levantaron con silla y todo, introduciéndome en su interior. La puerta se cerró y yo permanecí aterrorizado sin poder ver nada del exterior. Imaginé que me llevaban a la bodega de carga, donde me dejaron a buen recaudo. Dejé de escuchar voces y el silencio cayó sobre mí como la oscuridad materializada. Por suerte caí en un estado catatónico que me impidió pensar.

EL BUFÓN DEL UNIVERSO I


EL BUFÓN DEL UNIVERSO

NOVELA DE CIENCIA-FICCIÓN

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NOTA INTRODUCTORIA

Esta novela se basa en un sueño, muy largo y extraño, que tuve una noche de verano mientras acampaba en un valle de montaña. Sin duda se trata de uno de mis sueños más extraordinarios por su longitud y su temática. Al despertar en la tienda de campaña me asombré de haber tenido semejante sueño y decidí que no se perdiera, poniéndome de inmediato a escribirlo en un cuaderno. Me pasé varias horas recordando cada uno de los detalles y escribiéndolos como si de una novela se tratara. La historia onírica es muy aprovechable, aunque necesita atemperar todos sus aspectos oníricos para ser transformada en una novela de cienciaficción con un mínimo de verosimilitud y lógica narrativa.

Puedo rastrear en ella los problemas que sufría en aquel momento, fobia social, desconfianza absoluta en la naturaleza humana y en toda la humanidad y una crisis grave y profunda en mi enfermedad mental. Aunque no lo recuerdo es bastante verosímil que por aquella época estuviera leyendo Dune, la saga de Frank Herbert, puesto que la escena en la mansión de los duques, gobernantes del planeta, se parece bastante a escenas de la novela. Tampoco recuerdo si había visto ya la película de David Lynch basada en las novelas de Herbet o la vería con posterioridad.

Voy a copiar la nota que puse al terminar de pasar al ordenador el manuscrito del sueño, creo que tiene cierto interés.

“Al despertar tuve la sensación de haber soñado una auténtica novela. La hipótesis de haber visto una novela que escribiría en el futuro fue la primera que me planteé. No obstante el sueño fue pura imagen, una auténtica película.

 

La primera parte fue muy vívida y muy detallista. La segunda adquirió las tonalidades neblinosas y distorsionadas propias del sueño. Existía un hilo conductor en la historia, pero las escenas no eran muy claras. Excepto la escena final, en la que puedo ver con total claridad la sala de control de la nave.

 

Ha sido el primer sueño de una duración desorbitada. Normalmente ahora tengo varios sueños a lo largo de la noche. Algunos no tienen la menor relación con los otros.  A veces hay una especie de primera parte, me despierto y la segunda es completamente diferente. Con el tiempo he logrado un gran dominio sobre los sueños. Cuando quiero imaginar una historia que pueda servirme para algún relato, de alguna manera en sueños se produce la visualización de esa historia. Al despertar solo tengo que escribir un breve esbozo y luego ir adornando la narración con los detalles más oportunos y podando los que no sirven porque están demasiado distorsionados por el sueño.

 

Para un escritor esta facultad de soñar, programándose, es una maravillosa herramienta. Les sugiero que lo intenten. No desesperen si tardan en conseguirlo. Los sueños parecen moverse en otro tiempo distinto al nuestro”.

 

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EL BUFÓN DEL UNIVERSO

 

CAPÍTULO I

 

INTENTANDO OLVIDAR

 

Me muevo por la ciudad como un perro sarnoso. No he cobrado mi estipendio y he sido arrojado del palacio de la forma más vil. Puede que haya desperdiciado mi gran ocasión. Por mucho que viaje a planetas lejanos, mi fama me precederá.

 

Sin ser consciente he llegado a los suburbios, donde suelen habitar las gentes más pobres. Todos los planetas habitados se parecen, todas las ciudades parecen haber sido diseñadas de acuerdo al dinero que posean sus habitantes. Todos los planetas son para mí el mismo planeta, todas las ciudades una única ciudad. Me llaman de todas partes, mi fama vuela más rápido que las naves. Los bufones son una antigualla, un icono de un pasado remoto, por suerte ahora está de moda todo lo antiguo, resucitan las antiguallas para convertirse en lo más “chic”. Creo que la imaginación ha muerto, ha sido desterrada a lo más recóndito del universo, un lugar que algún día espero encontrar. Se ha agotado la fuente de la creatividad, por eso todo el mundo recurre al pasado, y cuanto más alejado en el tiempo, mejor.

 

Nací en un planeta perdido de la mano de Dios –una expresión tan antigua que necesariamente acabó poniéndose de moda- y en un continente abandonado por la civilización, gobernado por una aristocracia más ocupada en seguir las modas copiadas de las películas históricas de holovisión que en hacer algo productivo por la sociedad. Podría definir mi infancia con dos palabras: hambre y belleza. Hambre, porque porque los jerarcas solo se ocupaban de vestir a la moda y de divertirse según los patrones de las películas que veían en sus mansiones, importadas por naves espaciales fletadas por mercaderes o mercachifles que traficaban con lo que se les pedía en cada planeta, en el mío solo películas históricas y ropas y artilugios de un pasado remoto. El resto de nosotros subsistíamos como podíamos, cultivando trabajósamente huertos improductivos, explotando a brazo desnudo minas que nadie quería y transportando el mineral en carretas de madera tiradas por viejos animales moribundos hasta el espacio-puerto más cercano, donde los mercachifles intercambiaban valiosos minerales que en otros planetas más avanzados les arrebataban de las manos, por unos cuantos cajones frigoríficos repletos de alimentos desechados por la tripulación. Belleza, porque por fortuna nací en las Montañas blancas, cubiertas todo el año de nieves perpetuas, con hermosos valles repletos de bosques y horadados por bellísimos lagos de aguas cristalinas. Allí nacían las mujeres más hermosas y blancas, de piel como la leche, ojos azules como el cielo y rostros tan delicados como los bordados de nuestras abuelas.

 

Con esa belleza era suficiente para mí, paisajes solitarios y olvidados por el frío glacial que bajaba desde los glaciares, y las más bellas mujeres del planeta, de la galaxia decían los mercachifles. Los jerarcas acudían a los lugares de esparcimiento, buscando carne fresca para sus harenes de amantes, y los mercachifles las intercambiaban por juguetitos divertidos e inútiles. Lo sé porque acostumbraba a estar por allí cerca, tanto para ver la belleza de las jovencitas como para alimentarme de las sobras que todas las noches dejaban en callejones traseros, al alcance de animales carroñeros y de pilluelos como yo.

 

Por desgracia había nacido con una pequeña deformidad en la espalda, que llamaban joroba, y que bien hubiera podido disimular caminando más erguido con las ropas adecuadas, pero ni tenía ganas de caminar erguido ni hubiera conseguido las ropas adecuadas aunque se me permitiera trabajar en las minas, algo impensable para un adolescente enclenque y además jorobado. Mis padres maldijeron de su suerte al ver mi deformidad que les impediría venderme como servidor a los jerarcas o como esclavo a los mercachifles. Por aquel entonces no se habían puesto de moda los bufones, algo que les habría permitido sacar un buen pellizco vendiéndome como bufón a cualquier jerarca extravagante. Me abandonaron a la puerta de la iglesia de una de las numerosas confesiones religiosas que intentaban llevar una pizca de consuelo a tanto desheredado, a cambio de las preceptivas limosnas. Allí me cuidaron y alimentaron hasta que crecí lo suficiente para que pudieran darse cuenta de que nunca sería un devoto, la religión era algo incomprensible para mí y no procuraba disimularlo.

 

Siendo aún un niño me vi obligado a pelear con otros pilluelos y con animales carroñeros por las sobras. Con un buen machete, que logré robar a un borracho, me trasladé durante un tiempo a la naturaleza, y en pleno bosque me construí una cabaña de ramas y logré construirme un buen arco, tras experimentar una y otra vez. Así comenzó mi vida de trapero, matando animales para comer y para intercambiar sus pieles en la ciudad por pequeños utensilios que me sirvieron de gran ayuda. Algunos traperos y cazadores quisieron tomarme a su cargo, de ellos aprendí muchos trucos, pero nunca permanecí mucho tiempo con ninguno de ellos, empecinados en convertirme en un esclavo barato.

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Con el tiempo conseguiría un buen hacha, un excelente mechero, alimentado con una batería que parecía inagotable y algunos utensilios que intercambiaba con los padres de las jovencitas que eran vendidas a los mercachifles. Me construí una buena cabaña de troncos y pasaba largas temporadas en el bosque, pero el frío y la necesidad de contemplar la belleza de las jovencitas me hacía regresar a temporadas a la ciudad. Así hubiera transcurrido buena parte de mi vida de no ser por aquella estúpida curiosidad que me llevó a entrar en un barucho para tomar aguardiente barato, como hacían todos los adultos. Allí escuché la conversación de dos tripulantes de una nave que habían acudido para gastarse sus soldadas en aguardiente y putas baratas. Descubrí la forma de subirme como polizón a la nave, sin que nadie se enterara, y salir de una vez para siempre de aquel apestoso planeta. Tal como estaba me escondí en el compartimento de carga del pequeño vehículo volador que habían alquilado para llegar hasta allí y sin demasiados tropiezos pude acceder a la bodega de la nave y buscar el mejor refugio, el que nunca era inspeccionado, según aquellos cochambrosos tripulantes.

 

De una manera tan peculiar se iniciaría mi vida como bufón de corte. La desgracia quiso que en pleno vuelo el comandante decidiera inventariar toda la bodega de carga, buscando dar un escarmiento a la tripulación, de la que se había quejado un jerarca a quien habían arrebatado una de sus jovencitas recientemente adquiridas. El comandante negó que su tripulación estuviera implicada y a cambio de que su nave no fuera puesta patas arriba por la guardia personal del jerarca entregó una buena provisión de películas históricas que reservaba para la burguesía de otro planeta más rico. El enfadado jerarca se dejó convencer ante la perspectiva de que su esposa le dejara en paz por una larga temporada con sus quejas sobre el excesivo número de sus concubinas. El comandante quiso cerciorarse de que la jovencita objeto del litigio estaba en la bodega, escondida por algún grupo de tripulantes rijosos y desvergonzados. No la encontraron, a cambio yo tuve que sufrir un severo castigo como polizón. El frustrado y encolerizado comandante no me ahorró tortura alguna, incluso decidió utilizar conmigo una extraña sonda psíquica que había adquirido en un planeta tecnológico, donde le prometieron que hasta las mentes más rebeldes se convertirían en mansos corderitos tras pasar por la sonda. No encontró mejor ocasión para probarla y aquel desatino descubriría una faceta tan escondida en mi mente que nunca supe de su existencia. De pronto me convertí en el “bufón del universo” como sería presentado en las grandes mansiones por pomposos mayordomos, deseosos de agradar a sus señores hasta el vómito.