Categoría: PERDIDO EN EL TIEMPO (NOVELA MUSICAL)

PERDIDO EN EL TIEMPO XXV


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INTERMEZZO II

Antes de ponerme a explorar el entorno de la autovía, buscando algún indicio de vida humana o incluso animal- también me serviría- regreso al coche y enciendo la radio. No voy a recibir ninguna noticia del mundo que antes llamaba real porque las supuestas emisiones de radio son un batiburrillo confuso y sin sentido. No sé de qué tiempo vienen, ni tampoco de qué supuesta realidad. La hipótesis que barajo es que yo estoy fuera del tiempo y del espacio y las emisiones de radio que siguen llegando, no sé por qué milagro, parecen provenir de dimensiones paralelas, a veces complementarias, a menudo contradictorias. Supongo, es lo único que puedo hacer, que en algún lugar y tiempo continúa desarrollándose la realidad tal como la conocí, si bien por otros caminos paralelos. Hubo un tiempo en el que estuve de acuerdo con la teoría de que las posibles decisiones que nunca tomamos, al decidirnos por otras, no iban a la nada absoluta, se quedaban en mundos paralelos donde continuaban desarrollándose por caminos distintos. Para mí tenía sentido puesto que de otra forma no se podía explicar la libertad de nuestros actos. Suponiendo que un vidente viera nuestro futuro, éste no podría ser cambiado y nosotros no podríamos seguir actuando con libertad. En cambio si en cada decisión se crea un mundo paralelo donde nosotros seguimos caminando por otro camino los videntes pueden seguir viendo todos nuestros posibles futuros y nosotros continuar conservando nuestra libertad puesto que esos futuros no están escritos, dependerán de la decisión que tomemos a cada momento. Y el hecho de que un vidente vea un supuesto futuro nuestro no nos condiciona porque puede estar viendo cualquiera de nuestros futuros posibles, de nosotros dependerá escoger uno u otro. En realidad ahora todas estas cuestiones me importan un pito, porque tome la decisión que tome mi futuro será el mismo si no existe el tiempo. Nada va a cambiar, al menos sustancialmente. No va a cambiar el hecho de que estoy solo en el mundo, tal vez en el universo dimensional a donde he venido a caer, salvo que encuentre otros seres humanos o animales, entonces tendré que replantearme todo. Puedo elegir ahora escuchar la radio o irme a buscar otros seres humanos en la noche perpetua o seguir escuchando música aleatoria en el coche o apagarlo todo e intentar dormir sin conseguirlo, o dar vueltas y más vueltas a esta autovía infernal, a diferentes velocidades, hasta perder la lógica, la consciencia, la razón. Nada importará porque estas variantes son estúpidas y sin sentido.

Decido sentarme y encender la radio. Tal vez me divierta un poco con las noticias de posibles futuros en otras dimensiones, en otras realidades que al parecer ya nunca viviré, porque ésta es la única que me queda. Antes enciendo un pitillo, otro. De momento se siguen reproduciendo en la cajetilla, al menos tendré tabaco hasta que me muera, si es que muero, si es que el tabaco no me acaba matando, porque se supone que el humo es real y entra a mis pulmones y allí los convierte en fosfatina. Pero me temo que si no me maté en el accidente que yo mismo provoqué no me va a matar un simple pitillo. Fumo como si fuera un gran placer y enciendo la radio como si no me quedara otra opción.

Busco en el dial emisoras, programas. Ninguno me gusta, todos me parecen idiotas, sin sentido, ni siquiera me divierten, ni siquiera me río. Entonces escucho algo que me llama la atención. En una emisora están dando noticias y hablan de coronavirus, confinamiento, muertes diarias en mi país, en lo que fuera mi país, mejor dicho, en otros países, en el mundo. Se habla de que se busca la vacuna que no estará lista hasta dentro de un año, de dos, tal vez nunca. De que no hay medicación efectiva. De que esta pandemia ha venido para quedarse y las olas seguirán hasta que toda la población haya adquirido inmunidad, si es que se consigue, no se sabe cuántos muertos serán necesarios. Estados de alarma, de emergencia, todo el mundo confinado en sus casas. Solo pueden salir a comprar alimentos, normas estrictas. Solo trabajan los sanitarios, los servicios básicos. Se habla de que la economía se va a ir al garete. La mayor crisis económica de todos los tiempos. De momento lo importante es la salud, luego ya veremos.

Me quedo escuchando con la boca abierta. Esto no puede ser cierto, no al menos en la realidad que conocí. Pero parece que podría tratarse de una dimensión paralela, de un futuro muy, pero que muy improbable. He debido pillar una emisión en una dimensión tan poco probable que no entiendo cómo la radio sigue funcionando allí, si todo es tan inverosímil. Me planteo que tal vez algunas dimensiones deben estar tan alejadas de la realidad más probable que se pueden producir delirios como éste.  Bueno, no es que sea divertido, pero siento curiosidad cómo sería la vida, la realidad, en una dimensión tan alejada de la verdadera realidad.

Hablan de Trump y de sus increíbles tonterías. Parece que va a defender la economía por encima de todo, de la salud de sus ciudadanos, aunque todos acaben muertos y la economía ya no sirva ni para enterrar a los muertos. Escucho que algún político norteamericano sugiere que los abuelos, los viejos, deberían sacrificarse por la economía. ¡Esto es increíble! Parece que los viejos estamos siendo carne de cañón. Bueno, al menos aquí no hay viejos ni jóvenes, porque no pasa el tiempo, y solo estoy yo que no voy a morir aunque vinieran esos bichitos, los coronavirus, porque no sé quién me iba a contagiar si estoy solo. No necesitaré mascarilla, ni guantes, ni confinarme en el coche durante los estados de alarma. Tampoco voy a necesitar salir a comprar alimentos y llenar la casa, convertirla en un búnker, porque aquí no necesito comer, ni tengo casa, ni tiene sentido estar confinado, sin salir, para que otros no me contagien y yo contagie a otros y se rompa la cadena maldita. Tiene gracia, estar solo a veces no es tan malo. Tendría que ser terrorífico que en la auténtica realidad, de donde al parecer he venido, a ésta, que no sé ni siquiera si es realidad, hubiera ocurrido algo así. Ni siquiera yo hubiera podido imaginar algo tan delirante, ni siquiera para escribirlo en alguno de mis delirantes relatos. No tiene sentido. Esto no ha podido suceder. Es imposible.

En las noticias solo se habla del maldito coronavirus, no hay otro tema, es comprensible. Algunas noticias son bastante incomprensibles porque no he seguido la pandemia desde el principio y me pierdo cosas. Boris Johnson, el inglés, dijo que mejor que todo el mundo se contagiara, así conseguirían la inmunidad cuanto antes, pero por lo visto el precio iba a ser muy alto, demasiados muertos, incluso él podía morir. De hecho se ha contagiado y ha estado a punto de morir, eso ha debido cambiar sustancialmente su forma de pensar. Parece que ha salido adelante. Me alegro, me alegraría mucho más si no hubiera ningún muerto, pero los muertos siguen goteando en las estadísticas día a día y los contagiados subiendo. Pero hay esperanza, en otros países, con confinamiento los muertos han decrecido hasta desaparecer y los contagiados, aunque hay rebrotes. Sin vacuna esto va a ser como un círculo dantesco del infierno. El confinamiento se convertirá en una nueva normalidad, aunque habrá periodos de desconfinamiento o desescalamiento, como al parecer lo llaman. La economía se irá a la porra hasta llegar a una economía de supervivencia. Los más pobres tendrán más cartas para morir, bien por contagio o por pobreza extrema. Los más ricos aguantarán más, tienen ahorros y podrán confinarse en sus casoplones y esperar a ver si los científicos hacen el milagro. Esto es increíble. ¿A quién se le habrá ocurrido semejante delirio?

Al parecer la epidemia surgió en China y se dice que pasó de un animal, aún no se sabe con certeza, a un humano y éste fue contagiando a otros y así sucesivamente. Pudo haber surgido en otro país. Italia vivió un infierno, pero ya parece que está mejor. Pudo haber sido otro país. En el mío las cosas, que parecían ir hacia el apocalipsis, ahora van mejorando, pero no se sabe cómo y dónde acabará la economía. Mejor no pensar en ello hasta que la salud deje de ser una prioridad. Se escucha de todo. Increíblemente este ensayo de apocalipsis no parece haber cambiado nada, o no mucho. Los políticos y gobernantes siguen a lo suyo, a la greña entre partidos, ideologías, estrategias electorales, diciéndose barbaridades, tirándose los muertos a la cabeza. Esto es increíble. Ni en el peor de los futuros imaginables yo hubiera pensado que esos cabezas de chorlito no cambiarían. Desde luego tiene que ser el peor de los futuros posibles. Es agobiante.

Me planteo cómo sería mi vida si yo hubiera continuado en esa realidad. Bueno, tal vez estaría ya jubilado, viviendo en una casa en el campo, en un pueblecito. Es posible que tuviera un adorable gatito y un precioso perrito. Esa era mi idea, criar juntos a un cachorrito de gatito y otro de perrito, para que se llevaran bien desde el principio. Estaría confinado, buscando desesperadamente llenar la casa de alimentos, comprarme un arcón congelador y llenarlo. Por lo demás el cambio tampoco sería tan dramático. Aquí estoy solo y allí también. Allí estaría confinado y aquí también de alguna manera, puesto que no puedo salir de esta autovía infernal y siempre es de noche y no parece que haya nadie más, ni humanos, ni animales. Allí no podría abrazar ni besar, aquí tampoco. Allí no tendría sexo, ¿qué mujer querría tener sexo conmigo si antes del virus tampoco lo quería? Tiene gracia. Allí ya había renunciado al sexo para siempre y aquí también, por imposibilidad física, metafísica, diría más bien. Es que tiene mucha gracia, que venga el apocalipsis y para mí las cosas no cambiarían nada. Supongo que es triste, tristísimo, para que algo así no cambie drásticamente tu vida es que tienes que estar muy mal, peor que muy mal, tienes que estar en las últimas. Bueno, es verdad, que allí tendrías más posibilidades de morir, no practicando sexo, como siempre quise vivir mi muerte, con apocalipsis o no, pero muchas, desde luego más que aquí que no tienes ninguna. Me pregunto cómo hubiera reaccionado yo en esa realidad. Hasta es posible que de pronto quisiera vivir a toda costa, yo que siempre quise morir. Estas cosas pasan, son increíbles, pero pasan. Estaría aterrorizado por la posibilidad de morir en cualquier momento, no podría hacer de mi casa un búnker porque habría que salir a comprar alimentos. Estaría aterrorizado por los seres queridos. El divorcio me había dejado solo pero uno siempre ama a los que una vez amó. Tal vez incluso la relación mejoraría, volveríamos a querernos. ¡Uff! Tengo que dejar de darle vueltas a todo esto, me voy a deprimir mucho. Lo cierto es que cuando abandoné aquella realidad me acababa de divorciar, estaba muy hundido, había perdido todo, ni siquiera estaba jubilado y no tenía a mi gatito y a mi perrito ni vivía en una casa en plena naturaleza. ¿Cuánto tiempo habrá transcurrido desde aquel momento hasta éste de la pandemia? A saber, puede que unos meses, tal vez unos años, incluso décadas. Como aquí no pasa el tiempo es difícil hacer cuentas. ¡Menos mal que ese es el más improbable e inverosímil de los futuros! Me alegra que todos estén bien allí, en el continuo de la realidad que viví. Pero deberían plantearse cambiar para evitar que esa posibilidad se convierta en real.

Enciendo otro pitillo y apago la radio y pongo otra vez la música. ¡A ver con qué me sorprende el modo aleatorio musical!

PERDIDO EN EL TIEMPO XXIV


PERDIDO EN EL TIEMPO

FRANCO BATTIATO
YO QUIERO VERTE DANZAR
BUSCO UN CENTRO DE GRAVEDAD PERMANENTE

Hasta este momento había descubierto alguna de las extrañas leyes que gobiernan esta dimensión donde he venido a parar, tal vez el más allá después de la muerte o simplemente un delirio prolongado en el tiempo en el que ha caído mi mente por alguna razón que desconozco, tales como sobrevivir sin alimento, sin agua, sin necesidad de dormir, la curación automática de heridas o puede que incluso la resurrección. También parecen existir leyes físicas inexplicables en cualquier universo físico que se precie, que aspire a la lógica más elemental, como el hecho de que haya una noche permanente, lo que indicaría que no hay sol alrededor del cual giraría este planeta, suponiendo que esto sea un planeta, ni tampoco he visto luna y estrellas. No me canso con el ejercicio físico, lo que indicaría falta de gravedad, aunque no levito, me muevo como antes, pero eso no tiene repercusión en mi cuerpo físico. La percepción es diferente, he sentido que mi coche me seguía, como si no pudiera alejarme de él. Si es así, sería interesante para sentirme acompañado, al menos por la música, mientras me aventuro más allá del asfalto, buscando la existencia de otros habitantes, algo que había dado por supuesto, quiero decir su inexistencia. Ahora no lo tengo tan claro, lo mismo que la supuesta regeneración de los cigarrillos que se ha producido sin la menor duda. Me pregunto qué ocurriría si encontrara un supermercado y me trajera algunos alimentos, los más exquisitos, ¿se regenerarían también después de haberlos comido? ¿Y si encontrara agua o vino o licores etílicos? ¿Y si…? Estas reflexiones me inducen a llevar a cabo esa necesaria excursión para conocer algo tan básico como si estoy o no solo en esta dimensión, si es un reflejo de la otra de la que fui abducido y por lo tanto podría encontrar supermercados, edificios, gasolineras, y todo aquello existente en mi país de origen, digámoslo así. Suponiendo que estuviera solo y esto estuviera vacío, como aquí las leyes físicas son tan suyas bien podrían existir los edificios y la naturaleza, sin las personas, como si mi deseo se hubiera cumplido, quiero estar solo pero no he dicho nada de no tener libros, cuadernos y bolígrafos para escribir, películas y vídeos, camas donde dormir, aunque no duerma y la lista completa de aquellas cosas que me gustan y que procuraba tener para satisfacer mis gustos, deseos y placeres.

Necesito saber si he sido privado definitivamente de aquellos placeres que me permitían desear seguir vivo, aunque solo de vez en cuando. Me vendría muy bien, así mismo, saber la extensión de este lugar, si es una isla en el tiempo y en el espacio, o si es tan extenso como el planeta donde residí antes de ser jalado y en ese caso si esta no es una autopista infernal, circular, de la que no puedo salir, al menos con el coche. Puede, es posible, que haya salidas y no las haya visto debido a la oscuridad. Preguntas y más preguntas, ninguna respuesta, o casi ninguna. Antes de llegar aquí deseaba morir, me había divorciado, había perdido la familia, me encontraba agotado, desesperado, sin alicientes para vivir los pocos años que me quedaban, porque soy viejo, o al menos lo parezco. Pero puede que todo esto sean imaginaciones mías. ¿De verdad que tuve pareja, hijos, conocí el amor y tuve todas aquellas cosas que tiene el común de los mortales en aquel segmento del tiempo, hoy desaparecido? No sabría decir. Me estoy planteando revivir todos mis recuerdos como si volviera a vivir otra vez la vida que viví, suponiendo que fuera así y no escenas de un delirio que no entiendo. Sería entretenido. Aún no lo he decidido porque si esos recuerdos fueran falsos no me resultarían muy atractivos, casi mejor escribir una novela, dejar que la imaginación me lleve muy lejos, no tanto como al parecer ha ocurrido trayéndome aquí. Pero no tengo libretas ni cuadernos ni un portátil o una tablet. Ese fue un gran fallo, ¡pero quién iba a esperar que mi cansado viaje terminara así! Por otro lado escribir para mí solo tampoco tiene muchos alicientes, para eso me ahorro el trabajo y dejo que mi mente escriba las novelas.

Todo esto es repugnante, comenzar de cero, sin saber nada, intentando conocerlo todo, buscando lo que al parecer tuve y ya no tengo, haciendo una programación para mi nueva vida que podría ser eterna. Me gustaría dormir, horas, días, semanas…Aunque de poco me serviría si no tengo reloj para medir el tiempo. ¿Cómo sabría el tiempo transcurrido, las horas dormidas? Si no me canso, si mi cuerpo y mi mente están en perfecta forma, ¿para qué dormir? Aunque solo fuera para olvidar, me gustaría hacerlo. Me pregunto si el sueño aquí sería diferente a como era allí.

He decidido hacer un experimento, lo estoy realizando mientras hablo conmigo mismo. Me he puesto a caminar deprisa, incluso he corrido, alejándome del coche. Así parecía haber ocurrido, pero me ha bastado con volver la vista para apreciar que el vehículo sigue a una distancia parecida. Eso me ha vuelto loco. No puede ser, he gritado. Aprovechando la música de Battiato que ha comenzado a sonar he dado un gran salto hasta el techo del coche, como solo un gran gimnasta hubiera podido realizar. No solo no me he caído de culo, sino que he tenido la sensación de casi levitar. Y aquí estoy, danzando, como un cíngaro en el desierto, como un derviche girando sobre la espina dorsal, como bailarín búlgaro, bailando como gente anciana en Irlanda del Norte, y sigo danzando y danzando sin parar. Necesito un centro de gravedad permanente, no sé para qué, pero lo necesito.

Yo quiero verte danzar como cíngaros del desierto
con candelabros encima,
o como los parineses en días de fiesta.
Yo quiero verte danzar come derviche tourne que giran
sobre la espina dorsal al son de los cascabeles del catacari.
Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza, danza.
Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza.
Y radio tirana transmite mùsica balcànica
mientras bailarines bùlgaros,
descalzos sobre braseros ardientes.
En Irlanda del Norte, en verbenas de verano,
la gente anciana que baila a ritmo de siete octavas.
Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza, danza.
Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza.
En el ritmo obsesivo la clave de ritos tribales,
reinos de hechizos y de los mùsicos gitanos rebeldes.
En la baja Padana en verbenas de verano,
la gente anciana que baila, viejos bailes vieneses.

Centro de Gravedad permanente

Una vieja de Madrid con un sombrero,
un paraguas de papel de arroz y caña de bambú.
Capitanes valerosos, listos contrabandistas noctámbulos.
Jesuitas en acción, vestidos como unos bonzos
en antiguas cortes con emperadores de la dinastía Ming.

Busco un centro de gravedad permanente
que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente,
yo necesito un centro de gravedad permanente
que no me haga cambiar nunca de idea,
sobre las cosas, sobre la gente.

PERDIDO EN EL TIEMPO XXIII


PERDIDO EN EL TIEMPO (NOVELA MUSICAL)

LIBRO II

PEROTINUS MAGNUS
SEDERUNT PRINCIPES
SEDERUNT
VIDERUNT OMNES

Ha cambiado la música. Poco a poco he dejado de girar como una peonza. Es una pena porque estaba muy a gusto, era feliz. Sin saber cómo he puesto los pies como los derviches, los brazos hacia lo alto, la cabeza reposando sobre mi hombro, en unos segundos he tomado el ritmo y ya no lo he dejado. El movimiento perpetuo, la eternidad, la música de las esferas. El cuerpo ligero, sutil, un cuerpo de aire, de viento, una brisa refrescante, un cuerpo de energía flexible, todopoderoso. El silencio, el vacío, la nada. Un estado místico perfecto. Pero ha bastado un cambio de música para que todo se viniera abajo como un castillo de naipes al primer soplo. Así es la vida, en esta dimensión, en cualquier dimensión, una hoja a merced del viento. Una pena que nunca puedas hacer todo lo que quieras y solo lo que quieras, aquí o allá, en esta dimensión o en cualquier otra. Me gustaba ser un derviche, dar vueltas y más vueltas, sin ir a parte alguna, lo mismito que estoy haciendo en esta autovía infernal, sólo que un derviche consigue vaciarse, su mente se ha calmado, no está aquí ni allí, está en todas partes y en ninguna. Quiero ser un derviche. No tengo por qué seguir en el coche, moviéndome en la noche. Tampoco quiero estar parado en un mismo lugar que es igual a otro, mirando la misma oscuridad. Aún no he explorado todo lo que puede hacer este cuerpo obeso en esta dimensión sutil, ni lo que puede hacer mi mente cuando todas las leyes han cambiado. Pero me gustaría que pudiera ser un derviche y dar vueltas y más vueltas, girando sobre el asfalto. Los pies en la tierra, sin moverte del mismo lugar, porque no me interesa ir a lugar alguno. Sí me gustaría ser un derviche girando durante toda la eternidad y sin perder el ritmo, sin despertar o lo que sea o como se llame estar despierto en esta dimensión.

Sin poder ni querer evitarlo me desplazo por el asfalto, bailando la nueva música del gran Perotinus Magnus, del gran Pedrito el Grande. Mis pies, extrañamente, se han acoplado con naturalidad a la nueva música, doy saltitos, asombrado de mis nuevas dotes de bailarín, siguiendo dúctilmente el ritmo de la música, como si hubiera recuperado el oído musical que nunca tuve. Me gustaría verme, me gustaría que alguien me grabara para poder verme. En realidad lo que más me gustaría sería poder levitar, alzarme en el aire al mandato de mi pensamiento y allí bailar esta sutil música, siguiendo caminos en la oscuridad que solo Perotin le Grand pudiera apreciar.

Soy consciente de estar alejándome del coche. Me he movido en dirección contraria a donde apuntan sus faros delanteros. No ha sido un acto consciente, como si buscara que no me viera, alejándome desde su culo para engañarle. Puede que acabe completamente loco, pero aún no lo estoy. No lo estoy, aún a pesar de estar haciendo algo que solo un loco haría. Me pregunto qué es cordura y locura en esta nueva dimensión, donde sólo estoy yo. No hay forma de comparar normalidad con anormalidad, locura con genialidad. No me importa perderme en la oscuridad, alejarme del coche y no poder volver a escuchar más la música, lo único que me queda. Será porque me doy cuenta de que milagrosamente mi cuerpo obeso no se cansa, no siente cómo la ley de la gravedad intenta atraparlo en el suelo. Soy ligero como una pluma, sutil como el aire, y no me canso, no siento cansancio alguno, algo que no hubiera sido posible en la dimensión de la que vengo. Ahora estaría resollando, sin poder respirar, tumbado en el suelo, intentando descansar durante horas de un pequeño esfuerzo. Aquí las leyes físicas parecen ser distintas, no necesito comer, ni beber, ni dormir, ni descansar. El cuerpo no me pesa, creo que podría correr como un gamo durante horas, días, años, y no me cansaría. Si esto es así, y sé que lo es, podría correr sin saber el tiempo transcurrido y llegar hasta donde está el coche, porque este círculo infernal no se habría roto, lo mismo que el coche da vueltas y vueltas, mi cuerpo también daría vueltas y vueltas, hasta llegar al principio, al punto cero, suponiendo que exista un punto cero en el círculo. De nuevo estaría sentado en el coche, escuchando la música, que alguna vez se acabará y comenzará a repetirse, salvo que aquí las leyes sean distintas y pueda pensar en una pieza musical que no introduje en el pendrive y la escuche. Tal vez pueda pensar en cualquier cosa y se materializará para mí.

Me estoy alejando siguiendo la música de mi gran amigo, el gran Pedrito. Lo percibo, lo sé, pero sigo escuchando la música con la misma intensidad, el mismo volumen, como si no me hubiera movido, o como si el coche se estuviera moviendo, siguiendo mi danza. Esta idea me aterroriza, no voy a volver la cabeza para ver si es verdad. Aún desconozco la mayoría de las leyes de esta nueva dimensión, llevo muy poco tiempo aquí, tal vez ni un día, mejor dicho, veinticuatro horas, salvo que el tiempo que he estado “muerto” no pueda medirse y sea igual a un año o a un siglo, o a toda la eternidad.

Me centro en la música, mis pies se armonizan con el ritmo como si fuera el mejor de los músicos, con el mejor de los oídos, o el mejor de los bailarines, con el cuerpo más flexible del mundo, del universo. Sé que estoy bailando como ni el mismo Niyinski podría hacer, sé que me acoplo a la música del gran Perotinus, a una música medieval como si fuera una maravillosa coreografía de una pieza de Bach realizada por el más genial de los coreógrafos modernos, dándole ese maravilloso toque de modernidad que tiene toda la música del más genial de los músicos, esa atemporalidad que puede ser bailada con peluca o con melena roquera. Sé que soy el más genial de los bailarines y es una pena que nadie pueda verme, que esto no sea grabado para convertirse en el video más viral de la historia de youtube. Ni siquiera creo que acabe en los archivos akásicos para que pueda ser visto por alguien, difunto extraviado o maestro ascendido. Nadie lo verá, ni yo mismo lo estoy viendo. Sic transic gloria mundi. Nos creemos muy importantes pero nadie se acordará de nosotros cuando hayamos muerto, ni siquiera en vida se acuerdan de nosotros. Pasamos como una estrella fugaz, sin ser vista por nadie, porque todos se miran entre sí o miran el suelo que pisan. No me siento ni bien ni mal. Esto es lo que quería, estar solo, sin ver a nadie, sin que nadie me viera. Me da igual lo que ocurra porque estoy solo, nadie me verá, y sé que no voy a sufrir, no necesito preocuparme por la comida o la bebida, por un techo, si me hago daño sentiré dolor, pero pasará, si me mato, resucitaré. Mientras tanto dancemos.


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PERDIDO EN EL TIEMPO XXII


 

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PERDIDO EN EL TIEMPO

MÚSICA BIZANTINA

Me rindo y abro los ojos. Con mucha suavidad, esperando que todo haya cambiado. Me gustaría estar en el cielo, en el purgatorio, en el infierno. Me da igual. En el infinito vacío, en el nirvana, en el samahdi, en la budeidad. En cualquier parte menos aquí, donde sea aquí, cuando sea aquí. No quiero estar vivo, no quiero seguir dando vueltas a esta autovía infernal, no quiero mis recuerdos, aunque estos sean yo, prefiero la aniquilación. Pero por la rendija de los párpados la luz mortecina, rojiza, nocturna, me dice que sigo donde estaba y que estoy vivo.

Los ojos están abiertos. Puedo ver el el cuadro de mandos, las luces, el depósito de gasolina lleno, la velocidad a cero, el reloj parado. Todo sigue igual. Para estar muerto esto se parece demasiado a cuando estaba vivo, hace… No lo sé, puede que hayan pasado minutos, horas, meses, años, siglos… ¡Qué importa! El volante no está quebrado, sigue íntegro. Bajo la mirada hasta mi barriga, nada, ni una mancha de sangre, ni una herida, la ropa intacta. Muevo las manos remisamente y me palpo. No siento dolor, ningún agujero en mi cuerpo. Levanto la ropa y toco mi carne. Nada, la piel tiene la misma temperatura, la misma textura, está intacta. El recuerdo es claro. Suena la marcha al suplicio de Berlioz, el pie oprime el acelerador, el cuenta kilómetros avanza inexorablemente, aprieto los dientes, una curva, el coche se va, vueltas de campana, salto la mediana, salto el quitamiedos, caigo al otro lado y el coche voltea cuesta abajo. El volante se rompe. Noto cómo un trozo de plástico endurecido se clava en mi vientre. Un dolor intensísimo. Intento arrancarme el volante, el dolor es infernal y entonces… Nada.

Debería estar muerto. Debería estar al otro lado, si lo hay, en cualquier otro lugar, en cualquier otro tiempo… en la nada, debería estar en la nada y mis ojos no verían, mis oídos no escucharían esta música mística. El señor es mi pastor, nada me faltará…

«Salmo de David El Señor es mi pastor, nada me falta: 2.en verdes praderas me hace reposar, me conduce hacia las aguas del remanso 3.y conforta mi alma; me guía por los senderos de justicia, por amor a su nombre; 4.aunque vaya por un valle tenebroso, no tengo miedo a nada, porque tú estás conmigo, tu voz y tu cayado me sostienen. 5.Me preparas una mesa ante mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y me llenas la copa a rebosar. 6.Lealtad y dicha me acompañan todos los días de mi vida; habitaré en la casa del Señor por siempre jamás.»

Estoy vivo, aleluya, aleluya. Es un milagro. Aleluya. Debería sentirme feliz, soy inmortal, nada puede destruirme. Las luces del coche siguen encendidas. Miro hacia fuera. Hay asfalto y no tierra. A mi izquierda el quitamiedos, a mi derecha la mediana. Siento la tentación de bajar del coche y comprobar si éste ha sufrido daños, pero sé que es así, no necesito comprobarlo. La materia no está sometida a las leyes físicas que conocí, puede deteriorarse un tiempo, si es que el tiempo sigue existiendo, pero luego vuelve a su ser, al menos es lo que parece. Curiosamente el dolor continúa siendo la cruz en la carne del ser humano, de los animales, de todo ser vivo. Pero no parece afectarme como antes. No podré dormir pero sí desmayarme. Es bueno saberlo, aunque si para acceder a la inconsciencia hay que sufrir tanto, mejor olvidarlo.

Permanezco tranquilo, intento no moverme, no pensar, no recordar. Los milagros son muy bonitos, pero luego hay que seguir viviendo. No sé por qué pienso que debería haber metido una botella de alcohol en el maletero, la borrachera es una especie de sueño, así podría sugestionarme con el sueño y como nada aquí parece agotarse, podría beber y beber y beber… Al menos podría haberme olvidado del miedo a perder el libro electrónico y haberlo traído. Miles de libros para entretenerme durante la eternidad. Un ordenador portatil para escribir novelas y novelas, como aquí nada se agota la batería podría durar para siempre, y sino podría cargarla al coche, que éste sí que no se agota. Pues no, solo tengo música. Me encanta la música, adoro la música, pero solo música…

Debería salir del coche y ponerme a bailar como los derviches o ponerme a caminar, tal vez me cansaría, me agotaría, dejaría el coche atrás y la música y obligaría a mi cuerpo a sufrir con el esfuerzo, aunque tal como están las cosas dudo que llegara a cansarme, aunque me pusiera a correr. Sería interesante saber si puedo correr la gran maratón y luego otra y otra y otra, hasta que me fallara el corazón. Pero seguro que no me fallaba. Lo haré, haré muchas cosas, debo experimentarlo todo, saber dónde están los límites, tal vez hasta pueda volar si me lo propongo. Debería estar exultante. Ha ocurrido un milagro. Estoy vivo. Aleluya, aleluya.

Al final me puede la curiosidad, salgo del coche, camino a su alrededor intentando observar el menor rasguño, nada. Ha ocurrido un milagro. Aleluya. Y me pongo a danzar como los derviches, imitando las danzas que he visto tantas veces en vídeos, cuando estaba en la otra dimensión. Curiosamente es como si hubiera perdido parte de mi peso, todo mi peso, siento la atracción de la gravedad, una gravedad ligera, sutil. He perdido peso sin dieta, sin hacer deporte. Aleluya. Esto también debería alegrarme. Me muevo cada vez más rápido, poniendo los pies tal como los ponen los auténticos derviches. Lo hago con una facilidad asombrosa, como si yo mismo fuera un derviche. Giro y giro y giro. No me mareo, es una sensación agradable, un dulce vértigo.

Y así permanezco, puede que haya descubierto otra forma de dormir sin dormir. Recuerdo mi aprendizaje en las técnicas de yoga, otro tema a experimentar, hasta es posible que llegue al samadhi sin el menor esfuerzo. Todo esto es un sin sentido. Tendría que estar muerto y estoy vivo. Aleluya. Debería regresar al coche y poner la radio, a ver qué pasa por el mundo. Pero estoy así tan bien, girando y girando y girando…

PERDIDO EN EL TIEMPO XXI


PERDIDO EN EL TIEMPO

BEETHOVEN
NOVENA SINFONÍA
ADAGIO MOLTO E CANTABILE

Me siento plenamente feliz. Una apacible corriente de bienestar recorre lentamente mi cuerpo. He surgido de la oscuridad como la llamita de una cerilla. Sé que tengo piernas porque un cosquilleo agradable me dice que están ahí. La consciencia se limita a un pequeño espacio que intuyo es todo mi cuerpo. Más allá puede que haya algo pero no lo sé ni quiero saberlo. Mi memoria duerme relajadamente, ni siquiera con sobresaltos. Intuyo un pasado, recuerdos, pero todo está dormido y no quiero despertarlo, sea lo que sea.

Es una sensación inexplicable, me viene a la cabeza la imagen de un feto en el vientre de su madre, tendría que hacer un esfuerzo para saber lo que eso significa y no lo voy a hacer. El dolor es un concepto lejano que algún día recordaré. Ni una mínima molestia, ni la menor sensación de desagrado. Todo está bien, todo es perfecto. Cómo ese sonido armonioso que llega desde alguna parte, desde no sé dónde. Puede que sepa lo que es la tristeza, pero no lo recuerdo. Tal vez esté sumergido en un baño de melancolía, aunque en realidad se trata de un concepto que se me escapa. Podría decir que es un momento perfecto que no quiero romper, por eso no digo nada. También el habla es una idea confusa, posiblemente agradable, aunque no lo sé con certeza. Entiendo lo que debe ser el movimiento, tal vez como un paisaje, como un horizonte sin concretar. No siento ninguna necesidad de moverme, de pensar, de hablar, de recordar, estoy bien, muy bien, y eso es suficiente. No entiendo el tiempo, porque nada fluye, tan solo una idea muy vaga de que algo así debe existir, de que yo una vez me deslicé con el tiempo. Algo, lo que sea, se mueve como el aire libre, por todo mi cuerpo, desde los pies a la cabeza y desde la cabeza a los pies. En su camino no encuentra ningún obstáculo y eso es algo que podría ser raro si pudiera hacerme una idea de un mundo diferente, de una consciencia distinta.

Una palabra me viene a la cabeza: música. Sí eso debe ser, debo estar escuchando música. Un sonido, armonioso. Oídos. Como una gota de agua sobre mi cabeza. No significa nada, pero sigue la segunda y la tercera, y ahora sé que está lloviendo. Lluvia. Una nueva palabra, nuevas palabras, nuevos conceptos, tal vez recuerdos de algo, sí de algo, ¿pero de qué? Algo me dice que pronto sabré y entonces esta beatitud, esta felicidad aérea que recorre mi consciencia, lo que soy, se escindirá y tendré que luchar para que no se acabe. Quiero permanecer así para siempre. Soy, para siempre, escisión. Las gotas menudean sobre mi cabeza, pronto serán un diluvio. Las palabras y los conceptos resbalan de mi cráneo, luego llegarán los sentimientos, lo que más temo, y no sé por qué. La música se intensifica, mis oídos se están abriendo. Música, oídos. Algo está llegando hasta mí desde alguna parte, y no quiero que llegue. La aérea armonía que circula por lo que soy dejará de fluir con suavidad, comenzará a buscar algo, se aturullará, se bloqueará y entonces llegará el dolor. Soy, dolor. No quiero ser, no quiero sufrir.

Me dejo llevar por la divina armonía, estoy en estado de beatitud. Estoy, soy. ¿Qué es ser y qué estar? No quiero ser nada, no quiero estar en parte alguna. Solo esta felicidad, suave y tranquila, circulando sin prisas, sin obstáculos. Nunca viví nada parecido. Nunca, siempre. Cada gota de agua es un concepto, un pensamiento, una palabra. Son confusas, pero al unirse parecen aclararse, transparentarse. El chaparrón, la tormenta, el diluvio. Antes de que lleguen me alcanza un paisaje idílico, árboles, un bosque, un arroyo cantarían. La sexta sinfonía de Beethoven, la pastoral. Beethoven, Beethoven, Beethoven… Y entonces estalla un trueno, y un relámpago ilumina la oscuridad. No sabía que estaba en tinieblas, ni qué era la luz. Ahora sé que la escisión se ha producido: luz, oscuridad, felicidad, dolor, recuerdo, olvido, fui, soy y seré, todo tiene su contraparte. Vida y muerte, recuerdo y olvido, recuerdo y olvido, recuerdo y olvido.

Quiero olvidar antes de recordar, quiero estar vivo y muerto, quiero permanecer en esta beatitud para siempre, que la aérea armonía circule hacia parte alguna, me recorra sin prisas, desde los pies a la cabeza, desde la cabeza a los pies, por los brazos, por la piel, por el exterior, por el interior, cada órgano, cada célula, cada milímetro de consciencia. Consciencia, pies, cabeza, mente, recuerdos, olvido, brazos, órganos. Soy consciencia y estoy en un cuerpo. Sí, eso era lo que se me escapaba, lo que me recorre, recorre un cuerpo. Cada parte de ese cuerpo es feliz, cada célula está en armonía, no hay obstáculos en el riego sanguíneo, no hay obstáculos para el prana, para la bienaventuranza. Prana, consciencia, cuerpo, armonía, felicidad, bienaventuranza. Me encojo, me protejo. Encogerse, protegerse. El diluvio me está calando con infinitas gotas que son palabras, conceptos, pensamientos, y lo peor de todo, emociones, sentimientos. No quiero regresar a lo que fui, sea lo que sea. Soy un feto flotando en el vientre oceánico de una madre. Feto, vientre, oceánico, madre. No puedo evitarlo, no puedo seguir luchando contra la oscuridad que viene desde alguna parte y me ahoga. ¿Estoy vivo? ¿Estoy muerto? Y algo estalla y algo se rompe y todo se escinde. Creo percibir el brutal comienzo y sé que estoy escuchando el primer movimiento, el segundo, como en surcos paralelos, desde dimensiones paralelas. Como si sonaran en otro tiempo, aún permanece el tercero, la armonía, la beatitud de la felicidad circulando sin obstáculos. Pero no puedo detener la llamada del destino de la quinta. Una puerta se abre, se está abriendo, lo que va a entrar terminará con mi beatitud. Debo luchar, con todas mis fuerzas, hasta el final.

Beethoven, Beethoven y Berlioz, marcha al suplicio. Un vehículo por una autovía infernal, un pie que oprime el acelerador, la velocidad aumenta, choca contra la mediana, da vueltas de campana, salgo volando del asfalto, un ruido ensordecedor, se rompe el volante, se me clava en el vientre, voy a morir…

Pero estoy vivo, lo sé, no soy un fantasma, no estoy en el cielo, no he alcanzado la beatitud. Sigo vivo. No quiero moverme, me niego, no quiero saber si me duele alguna parte del cuerpo, porque no me duele nada, aún circula el prana sin obstáculos. Siento el deseo de mover un dedo, para saber, pero no lo haré, me niego. Quiero mirar hacia abajo, para ver si aún sangro por la herida mortal. Pero no lo haré. Me encojo, me acurruco como un feto en el asiento de un coche. Siento el cinturón de seguridad. ¿Fui capaz de ponérmelo? ¿No quería morir?

Me centro en la circulación de la bienaventuranza, en la placidez de tener un cuerpo feliz, sin molestias, sin bloqueos, sin dolor. En la consciencia, una consciencia vacía de todo recuerdo, de toda angustia. Pero no podré seguir así mucho tiempo. Quiero saber. Quiero saber si la herida se ha cerrado, si el volante se ha recompuesto, si estoy ileso, indemne. Quiero saber si el coche tiene daños, por lo menos eso. No soportaría vivir el mito de Sísifo. Subí la piedra hasta la cima y luego la empujé por la ladera, tiene que estar rota en mil pedazos y haber quebrantado todo a su paso.

Voy a abrir los ojos, ahora sé que los tengo cerrados, es inevitable, pero aún un momento de paz, de placidez, de felicidad. Aún un momento, por favor. Necesito saber que puedo ser feliz, que puedo recobrar el estado de bienaventuranza cuando quiera.

Voy a abrir los ojos, lo sé. Algo se está moviendo, un párpado, una rendija, una ventana a la infernal realidad. El deseo morboso puede más que mi voluntad. Voy a saber lo que ha ocurrido.

Está bien. Me rindo, me rindo, me rindo…

PERDIDO EN EL TIEMPO XX


PERDIDO EN EL TIEMPO

HECTOR BERLIOZ

SINFONÍA FANTÁSTICA

MARCHA AL SUPLICIO

De pronto he decidido suicidarme…si puedo…si me lo permiten…si es posible. Estoy harto de esta historia. Es una mierda. Es inútil seguir fugándome de la realidad. Esto no es un delirio, una alucinación, un extravío de mi mente, estoy aquí, en una dimensión ignota, solo, y no regresaré nunca a la realidad que conozco, en la que he vivido hasta ahora. Seguir dando vueltas y más vueltas a esta autovía infernal no es precisamente un aliciente, además de noche, en una noche perpetua, eterna, solo con mi mente, que es lo único que me queda porque el cuerpo físico es solo un remedo de lo que fue, no puedo comer, ni beber, ni dormir, ni excretar… Puede parecer una mejora, ¿pero lo es?, no tengo hambre pero he perdido el placer de disfrutar de la comida, no tengo sed, pero beber también es un placer, no tengo necesidad de dormir, pero mi mente necesita evadirse unas horas al día. Puede que no muera, es algo que voy a probar, pero vivir, sin alicientes, solo, no es un don, es un castigo.

No es la música que yo hubiera elegido para acompañar un suicidio, mejor la novena de Beethoven, mucho mejor, o el réquiem de Mozart o el de Fauré, o… tantas otras, pero es la música aleatoria que me ha traído el destino y tal vez no sea la mejor pero sí armoniza con mi estado de ánimo. Es una marcha al suplicio, al cadalso, a la guillotina, pero sin llegar nunca a ella. Una marcha sarcástica, cínica, tambaleante, pomposa, majestuosa, estúpida, delirante, inconmovible, testaruda, digna, lúcida, segura de sí misma, indubitable. La marcha de quien no teme nada porque la desesperación le hace grande, poderoso, gigante, verdugo, víctima, espectador, actor, bufón y rey, real y mental. Todo es mental, todo es fantasía, puedo hacer lo que quiera porque soy un dios, puedo reír y llorar, puedo recordar y olvidar.

Toto tototó toto tototó torotototó torotototó tutu tututú etc Tatatá tataratatatatá etc etc Tata tataratatá etc

Grande Berlioz, me pudo ver en el futuro, yendo al cadalso en plena oscuridad, en plena noche eterna, por una autovía infernal, apretando el acelerador, observando cómo la aguja del cuentakilómetros sube y sube, veinte, cuarenta, sesenta, ochenta, cien, ciento veinte… Me pudo ver yendo al suplicio, el pie en el acelerador, los dientes apretados, la mirada al frente, los faros trepanando la noche. Ya no me importa comprobar si estoy o no realmente solo. Me había planteado explorar, sí, salir del coche con una linterna, trepar el quitamiedos y caminar siguiendo la luz de los faros, hasta donde llegaran y más allá, saltando arbustos, rodeando arbolitos, tropezando en piedras, buscando, siempre buscando, una gasolinera, aunque estuviera abandonada, un muro, derruido, las viejas ruinas de una civilización, algo, cualquier cosa que me indicara que una vez hubo algo, convertido en arqueólogo en paleontólogo, buscando un hueso humano, una tibia, un peroné. Buscando un arroyo donde pudiera beber incluso sin tener sed, un manzano silvestre del que pudiera comer, aunque no tuviera hambre. Buscando más allá, tras el montículo y la colina, una luz en la oscuridad, artificial, lunar, lo que fuera. Una huella de pies en el suelo, una huella de animal, algo, lo que sea. Sí, quería hacerlo, no rendirme hasta saber la verdad, hasta descubrir si estoy realmente solo. Pero ahora sigo oprimiendo el acelerador, guiado por esta música infernal, divina, delirante. ¿Qué haría si ahora mismo apareciera un ser humano caminando sobre el asfalto? Cuando vivía entre los humanos, huía de ellos y me refugiaba en mi pequeño apartamento como en un búnker, ahora daría cualquier cosa por ver un ser humano, el que fuera, niño, joven, adulto, anciano, mujer, hombre, caminando por esta autovía. No importa que no quisiera hablar conmigo, que me despreciara, que se burlara de mí, o que comenzara a charlar sobre el tiempo, hoy hace un día estupendo, el sol es maravilloso, estamos en primavera, en verano, hoy hace un día infernal, llueve a cántaros, jarrea, el cielo se desploma, los relámpagos hienden el cielo y la tierra, los truenos son las trompetas del apocalipsis, la nieve cae en copos gigantescos, nos va a enterrar, el frío es insufrible, me corta los dedos, quema mis orejas… No importa de qué quisiera hablar el otro humano conmigo, al menos escucharía el sonido humano. Tenía previsto jubilarme pronto, irme a la montaña, una casita con jardín y huerto, un perrito y un gatito. Ya no oiré el ladrido de un perrito cariñoso ni el maullidito de un gatito zalamero. Adoro a estas personitas, tan pequeñas, tan encantadoras. No hablan el lenguaje humano sino el perruno o el gatuno. Tampoco yo hablo el ruso, el chino, el extraterrestre y sin embargo soy inteligente, consciente, humano.

Tata tatatá…

Ahora podría saltarme a la torera lo políticamente correcto, despotricar de esto o de aquello, decir lo que realmente pienso y no lo que me obligan a pensar. Podría hacer lo que quiero y no lo que me han obligado a hacer desde la cuna. Pero ya no quiero hacer nada porque estoy solo, nadie me ve, porque yo no necesito hacer nada, pensar nada, sentir nada, porque no quiero convencerme de nada. Los demás eran espejos en los que me miraba para poder verme. Ahora que estoy solo no necesito mirarme, ni verme, ni siquiera necesito existir.

Podría pasarme el resto del tiempo, si es que existe, de la eternidad, recapitulando lo que fue mi vida en el otro lado. ¿Para qué? No necesito recordar nada, justificar nada, lamentar nada, angustiarme por nada. Solo lo hacemos para que los espejos que son los otros sigan ahí y nos permitan mirarnos en ellos y encontrar nuestra imagen. Porque no tenemos imagen alguna, somos fantasmas en medio de la noche, en mitad del Cosmos. Ya no tengo que reparar daños, reconstruir jarrones rotos, ni buscar la reconciliación, ni buscar nuevos horizontes. Estoy solo y todo lo que antes me parecía importante ahora ni siquiera existe. No soportaría que mi mente se pasara los días y las noches, y el día-noche eterno recordando siempre lo mismo, una y otra vez, como si no hubiera otra cosa, intentando delimitar lo que fue realmente real y lo que añadió mi fantasía. ¿Qué importa lo que ocurrió realmente fuera de mí o lo que añadí dentro de mí? Lo real y lo irreal son una misma cosa. No soportaría dejar que mi mente me atormentara una y otra vez con los mismos recuerdos. Y sin embargo es lo que hacía cuando estaba al otro lado, con los otros, me pasaba más tiempo recordando el pasado que buscando el futuro, que caminando en el presente. El pasado lo era todo, me movía hacia atrás, como los cangrejos. Caminaba de culo y no lo sabía.

Tata tatatá

Ciento treinta, ciento cincuenta. Estoy buscando desesperadamente la muerte. Sé que el dolor será inevitable, como me ocurrió cuando me golpeé la cabeza y me desmayé, pero espero desesperadamente que sea un dolor breve, luego la nada, la ausencia de dolor, de recuerdos. ¿Y si resucito? Espero que no, que el coche estalle, que se calcine, que mi cuerpo se convierta en ceniza. ¿Pero y si resucito? ¡Maldita sea, aunque así fuera, tengo que comprobarlo!

Doscientos, doscientos diez…

El volante tiembla, cualquier pequeño movimiento en falso y chocaré con el quitamiedos, el coche dará una vuelta de campana, saltará la mediana, dará tantas vueltas de campana que terminaré fuera de la autovía entre los matojos, en plena oscuridad, los faros se apagarán y mi recuerdo desaparecerá para siempre. Nada de lo que fui es real. Tengo estos recuerdos como podría tener otros. Los recuerdos persisten porque siempre hay alguien que nos ha acompañado un trecho del camino y que ha visto lo que nosotros hemos visto, que ha vivido lo que nosotros hemos vivido, porque vemos algo en el espejo creemos que es real. Pero ahora que no hay espejos, ahora que estoy solo lo mismo podría inventarme recuerdos completamente diferentes, una existencia absolutamente distinta. Si viniera ahora mismo un extraterrestre y me abdujera podría contarle una vida nueva, diferente y él se lo creería porque no me ha visto, no me ha acompañado en el camino, no sabe cómo soy realmente, cómo fui, no sabe nada de mí. Recordamos porque están los otros, sino fuera así no necesitaríamos recordar, podríamos fantasear.
Doscientos cincuenta, doscientos sesenta

El volante trepida, no puedo controlarlo. De pronto el coche se va, colisiona con la mediana, da una vuelta de campana, otra, parece una pelota loca, el volante se rompe entre mis manos. Noto que algo se clava en mi vientre, debe ser un trozo de volante. El dolor es terrible, espantoso. No es así como quería morir, no con este dolor. No puedo soportarlo. El coche se ha detenido, no sé dónde, no sé cuándo. Puedo que ahora explote y el fuego me calcine, también será doloroso, pero más rápido. Mientras llega ese momento debo disminuir el dolor que me atenaza, intento moverme hacia atrás, tal vez el trozo de volante que tengo en la barriga salga y el dolor disminuya. A la de una a la de dos, a la de…

PERDIDO EN EL TIEMPO XIX


PERDIDO EN EL TIEMPO

SEGUNDO INTERMEZZO

Estoy harto de medir el tiempo en compases musicales, de la noche, de dar vueltas y vueltas a esta autovía infernal sin ir a parte alguna, de estar solo en un coche que se ha convertido en mi hogar, de tener un cuerpo que no me sirve para nada, ni para comer, ni para dormir, ni siquiera para sufrir, porque debería estar dolorido tras el golpe contra el asfalto al desmayarme. No puedo estar seguro si fue solo un desmayo o me golpeé contra el vehículo, tal vez a sabiendas. Me palpo el cráneo, no encuentro ningún chinchón o herida. Si caí a plomo y me golpeé la cabeza contra el asfalto tal vez debiera estar sangrando, aunque fuera una heridita de nada. No tengo dolor de cabeza, no me duele la espalda ni el trasero, no me duele nada, estoy en mejor forma de la que estuve nunca en toda mi vida. Al menos es un consuelo saber que aunque no pueda dormir sí puedo perder la consciencia, no importa que tenga que darme cabezazos contra algo. También sé que me falla la mente, la memoria, puedo creer recordar algo que realmente no estoy seguro de que haya ocurrido. En eso sigo siendo el mismo, gracias a Dios.

Decido que estoy harto de escuchar música. No soy capaz de contabilizar el tiempo transcurrido, puede que unas horas, puede que un día, en mi mundo, el que acabo de abandonar, tal vez esté amaneciendo. Intento calcular las horas. Me perdí al caer la noche, tal vez las veintidós horas, por la duración de las piezas musicales que he escuchado hasta ahora creo que el resultado sería bastante aproximado… si no fuera porque no sé cuánto tiempo he permanecido desmayado. ¿Minutos, segundos, incluso una hora? No hay forma de saberlo. Necesito un contador de tiempo, cualquiera, no se puede vivir fuera del tiempo. Echo mano al bolsillo de la camisa y suspiro de alivio, en efecto, allí está mi libreta y el bolígrafo que llevo siempre a todas partes. Por un momento pienso en comenzar un diario, algo así como Diario de alguien que se perdió en el tiempo. Me río con ganas, sin control, no hay nadie que pueda mirarme mal. ¿Para qué necesito un diario? Solo lo leería yo y además solo tengo esta libreta… a no ser, a no ser que haya metido en la mochila algún cuaderno, o varios, no sería extraño, cuando salgo de viaje me gusta llevar cuadernos, por si me pilla la inspiración y puedo escribir algo en mis múltiples novelas. Soy… o mejor dicho, era, un escritor compulsivo. ¿Cuántas novelas empezadas? He perdido la cuenta. ¿Cuántas terminadas? Sí, es cierto, alguna hay, milagro, pero solo novelas cortas, ninguna larga. Ya no podré seguir escribiendo novelas, aquí, perdido en el tiempo, en medio de la noche, en mitad de la nada. ¿Qué será de mis manuscritos y novelas a medio terminar, diseminadas por mi apartamento? Terminarán en la basura, como he terminado yo, en un gran basurero nocturno.

Estos pensamientos me deprimen, pero no quiero poner música. Observo que el coche apenas se mueve, miro el cuentakilómetros, no voy ni a veinte por hora. Al menos funciona, lo mismo que la aguja del depósito de gasolina, aunque no se ha movido ni un milímetro, podría seguir acelerando el resto de la eternidad y no gastaría ni un litro de gasolina, el gran invento del milenio. Necesito escuchar una voz, cualquiera, diciendo cualquier cosa, narrando las peores noticias del mundo. Y entonces recuerdo. En efecto, la radio funcionaba… es un decir, pero podía escuchar alguna emisora. Algo insólito, increíble, incomprensible. Vamos a probar, decido. Tal vez consiga hacerme una idea de lo que puedo esperar. Es posible que vaya acompasado con el mundo real, al menos debe haber una emisora que pueda servirme de guía. Sería maravilloso que pudiera seguir sugestionándome, es hora de levantarse, chato, puedes prepararte un buen desayuno, luego irás a trabajar, saldrás, regresarás para comer, verás la tv, leerás alguna novela interesante (por cierto, ¿llevo en el coche alguna novela?, sé que el libro electrónico me lo dejé en casa para no perderlo) y cuando te parezca bien te irás a la piltra, a dormir con los angelotes, antes cenarás, por supuesto, y verás el telediario para consolarte, hay otros peor que tú.

Una mierda, una auténtica mierda, pero ahora creo que es mucho mejor que esto, dar vueltas por una autovía solitaria, siempre de noche, escuchando una música que acabarás sabiendo de memoria, cada compás, porque por mucho que hayas llenado el pendrive, todo se acaba, menos esta maldita noche. Sí, estoy de acuerdo, mejor la mierda de rutina que llevaba que esta libertad absoluta que no me sirve de nada. Enciendo la radio, toco la tecla de búsqueda automática y dejo que se vaya parando en cada emisora que encuentre.

“El Sr. Puigdemont… El Sr. Puigdemont… El Sr. Puigdemont… Empiezo a estar hasta el gorro del Sr. Puigdemont, de los independentistas, de los constitucionalistas, de los políticos, de los medios, de los ciudadanos, de la democracia, de todo… Menos mal que aquí donde estoy solo tengo que apagar la radio y todo desaparecerá en el silencio, en la música, en la noche…

“Los cuarenta principales…Música para dormir, para crecer, para soñar, para tocarse la pirondilina. Empiezo a estar harto de música, de cualquier música, de todas las músicas…

“Son las ocho de la mañana, noticias. Les habla Luis Rodriguez y esto es la cadena C.A.P.I, la radio de su vida. Lo que nadie pensaba que ocurriría acaba de ocurrir. Parece una broma de mal gusto, pero está confirmada. Hace exactamente media hora un misil nuclear norcoreano ha caído sobre territorio hawaiano. En un principio se pensó que era otra de esas bromas macabras que suelen gastar algunos descerebrados, pero no, está confirmado por el mismísimo Sr. Trump en uno de sus famosos tweet. Desataremos el infierno sobre sus cabezas y el trasero de…

Oprimo rápidamente la tecla de búsqueda. Esto no puede ser cierto. Tal vez en una realidad paralela, en una de las múltiples dimensiones existentes en la teoría de cuerdas o de violines, o de lo que sea, haya podido ocurrir, al fin y al cabo todas las posibilidades de que algo ocurra deberían quedar reflejadas en alguna dimensión, o de otra forma ¿dónde estaría la libertad humana? En el último segundo alguien puede cambiar de opinión y lo que iba a ocurrir ya no ocurre y lo que no iba a ocurrir ocurre. El universo tiene que estar preparado para estos avatares. Una dimensión donde ocurren todas las cosas que son resultado de las decisiones libres de personas, animales, plantas, materia orgánica e inorgánica, leyes físicas, leyes cósmicas, lo que sea… Otras dimensiones donde las cosas que iban a ocurrir no han ocurrido, pero esa dimensión era real y consistente hasta el último segundo en el que alguien cambió de opinión libremente. No se puede tirar un universo entero a la basura porque alguien sea libre. Las múltiples posibilidades deben generar múltiples dimensiones. Eso parece lógico.

Tal vez esté escuchando una emisora de una de esas dimensiones de posibilidades descartadas. No puede ser posible que un imbécil haya decidido hacer explotar un misil nuclear, por decisión libre o por error, en un lugar habitado y miles, millones de personas se hayan esfumado. Y el Sr. Trump podría reaccionar así, todos lo sabemos, pero no sin una causa, sin que algo haya ocurrido. No puede ser cierto que en mi mundo, en mi realidad, bueno, en lo que fue mi mundo y mi realidad, estén ocurriendo estas cosas. No puede ser cierto que estén al borde de una guerra nuclear por cuatro tontos del culo. Bajo el dedo sobre el botón de búsqueda.

“Se ha declarado el estado de sitio en Cataluña, los tanques hacen un ruido horrísono sobre el asfalto. Recuerden que el toque de queda comienza a las veintidós horas…

Eso no es posible. Es una emisora de otra dimensión descartada.

“El Sr. Puigdemont se ha mostrado muy satisfecho por haber sido investido vía plasma por el parlamento catalán que se ha saltado a la torera el artículo 155, el tribunal constitucional y lo que haga falta. El nuevo gobierno catalán que será nombrado en unos días será tan efectivo desde Bruselas, en el exilio, como desde suelo catalán, no se olviden ustedes que vivimos en un mundo globalizado…

No puede ser. Si cuando yo desaparecí en el tiempo ni se había convocado referéndum, ni elecciones, ni nada. O tal vez no lo recuerde. Mi memoria está muy confusa. Sigo oprimiendo el botón, buscando emisoras que confirmen o desmientan noticias que parecen contradictorias.

“Un gran trozo de hielo en la Antártida se ha desprendido del continente y viaja a la deriva. Según los científicos de las estaciones establecidas en aquel continente se teme que el hielo se irá licuando a gran velocidad. Los gobiernos del mundo deben prepararse para una evacuación a corto plazo de todas sus zonas costeras…

No, no, que esto no me lo creo. Debe tratarse de alguna emisora de una de las más remotas dimensiones descartadas. Y mucho menos me creo que todo esto ocurra a la vez. Que no, que no me lo creo.

“Son las catorce horas, diario hablado de radio nacional…

Ves como no podía ser cierto. No pueden ser las ocho de la mañana y pasados tres o cuatro minutos sean las catorce horas. Esta maldita radio no solo funciona sino que es capaz de captar las emisoras de todas las dimensiones habidas y por haber. Tiene gracia. Los relojes no funcionan, la gasolina no se gasta, no amanece, estoy en una noche perpetua, pero hete aquí que la radio es inmune a cualquier bicho viviente y recibe emisiones de cualquier tiempo y lugar, como si todos los agujeros de gusano se hubieran colapsado en el interior de mi coche. Tendría gracia sino fuera uno de esos mierdosos tormentos del infierno. Porque ahora puede que no me sienta tan solo sabiendo lo que les ocurre a los que dejé en el mundo real del que yo formaba parte, pero nunca estaré seguro de si lo que el locutor de turno dice que está pasando, está ocurriendo o no, o era una posibilidad inverosímil que se hizo real o una posibilidad verosímil que nunca llegó a ser y permanece en el limbo de las dimensiones descartadas. Nunca sabré lo que es real y lo que no lo es. ¿Pero alguna vez lo supe? ¿Es real esto que estoy viviendo? Me troncharía de la risa si pudiera, pero se me han quitado las ganas. Me entran ganas de llorar y no parar, así al menos sabría si puedo deshidratarme y morir.

Sigo oprimiendo el botón, el dial parece tener tantas emisoras y tan compactas que es un auténtico milagro que no se produzcan interferencias y cuando me canso de la FM, pongo la AM o la banda ancha, o lo que sea y las emisoras siguen goteando como si todas las emisoras de cualquier tiempo y lugar, de aquí a la eternidad, se hubieran dado cita, justo aquí, donde yo estoy, que no sé dónde es ni lo que me espera. No sé nada de nada, como Sócrates. Solo sé que nada sé… Y a la mierda con todo. Apago la radio sin haber confirmado nada, ni la hora. Acelero. Enciendo otro pitillo sin importarme una mierda si la cajetilla de tabaco se acabará o no, si será como esta infernal radio incombustible o los malnacidos que me han traído aquí me dejarán encima sin tabaco, para que no pueda matarme a gusto.

Está visto que lo mío es la música, mejor algo de música, lo que sea, que las noticias. Mejor la soledad que el Sr. Puigdemont al que tendría que comer hasta en la sopa si tuviera una fiambrera con sopa en el maletero y además inextinguible, incombustible, como la gasolina. Acelero más y más, bajo la ventanilla, saco la mano y dejo caer ceniza sobre el asfalto. A ver quién es el guapo que me pone una multa. Golpeo el volante hasta despellejarme las manos y luego me río como un loco. Está claro que lo mío no son las lágrimas. Ahora mismo preferiría llorar como el diluvio universal a reír como un loco, pero no puedo. Y encima la canción aleatoria que toca es esa de “tiene que llover a cántaros”. Lo mío no tiene remedio, ni el “desgraciaíto” del Sr. Sísifo sufrió semejante condena.

PERDIDO EN EL TIEMPO XVIII


PERDIDO EN EL TIEMPO XVIII
Sinfonía n.º 9, Beethoven, Primer Movimiento-Allegro ma non troppo, un poco maestoso.

Algo me despierta, como un sonido lejano, como la intuición de algo que está ocurriendo cerca de mí y que aún no soy capaz de captar. Mi cuerpo está incómodo, noto la sucia rugosidad del asfalto bajo mí, un lecho infernal para una vida infernal. Sí, porque estoy empezando a recordar. ¡Ojala no pudiera recordar nunca! ¡Ojala me atrapara el olvido para siempre!

El golpe, sí en efecto, el golpe. He debido desmayarme. Tardo en captar todo su significado. Parece que en mi nueva vida no puedo dormir y olvidar, pero por lo visto se me ha concedido la gracia de los condenados a muerte, con un fuerte golpe en la cabeza puedo quebrar la lúcida tortura de permanecer siempre despierto, dando vueltas y más vueltas a esta autopista infernal. Es un consuelo saber que cuando ya no pueda más, cuando necesite olvidar, puedo lanzarme de cabeza contra el coche, o contra el guardarraíl y quedar inconsciente. ¿Cuánto tiempo he permanecido así? Soy incapaz de calcularlo. Tal vez si no hubiera puesto el reproductor en modo aleatorio lo podría saber por el número de piezas reproducidas desde el momento en que estaba consciente hasta el despertar, todo sería cuestión de calcular el tiempo que aproximadamente dura cada pieza. La imposibilidad de calcular el tiempo, ya que se han parado todos los relojes a mi disposición, el del coche, el reloj de pulsera, el del móvil, sería un gran incordio si tuviera algo más que hacer que dar vueltas y vueltas en la noche a una carretera que nunca me llevará a parte alguna.

Con dificultad deduzco que el sonido que me está llegando viene del coche, el reproductor sigue haciéndome escuchar pieza tras pieza, como el único norte de mi brújula, como el único placer de mi vida. Por fin logro saber qué pieza toca ahora. Me ha costado un poco, bastante, más de lo normal en un estado de vigilia. Es el primer movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. El extraño sonido de los primeros compases me pareció al principio como la llamada de la polilla de Castaneda. ¿Por qué me viene ahora a la cabeza Castaneda y sus libros? No lo sé. Todo es muy extraño. Me siento como si hubiera transcurrido un día y despertara al siguiente tras una noche de sueño profundo. Pero no es así. Noto la palpitación en el lugar del cráneo donde recibiera el golpe. Me hago consciente del terrible dolor de cabeza que estoy sintiendo. Intento moverme, pero no lo consigo, el cuerpo parece haber quedado paralizado. Tampoco tengo prisa alguna, no me esperan en ninguna parte. Pero es un poco molesto estar aquí, tumbado sobre el incómodo y rugoso asfalto.

La música es la apropiada, como escogida por el dedo feroz de un destino encolerizado. Estoy naciendo a un nuevo mundo que me golpea dentro del cráneo, en el corazón que parece empezar a latir tras una parada cardiaca, su ritmo es lento, tímido, como pidiendo permiso para hacer notar su presencia. Pero de pronto se desboca, y con un golpe seco inicia una galopada. Sí, en efecto, estoy en un nuevo mundo y la música es la apropiada para comenzar la nueva andadura. Un mundo nocturno, oscuro, sin forma, sin perspectiva, sin dimensiones, sin alba y sin ocaso, sin comida y sin bebida, sin naturaleza, sin tiempo y sin espacio. Un mundo solitario donde nadie puede aparecer de repente ante mis ojos y presentarse. Un mundo sin habitar, inexplorado, y donde nada puede ser hallado porque toda la luz de que dispongo son los faros de un coche embrujado, con un depósito en el que la gasolina se renueva antes incluso de ser quemada, como contagiada por el castigo de Sísifo.

Es un mundo sin principio ni fin, donde puedo estar quieto y no sucederá nada, donde puedo dar vueltas y vueltas a esta carretera infernal sin ir a parte alguna, donde no se puede dormir, ni comer, ni beber, sin embargo parece que sí puedo fumar y hasta es posible que se renueve también la cajetilla de tabaco, como la gasolina en el depósito. Parece la broma macabra de un dios con un sentido del humor demoniaco. Sé que no puedo morir, porque las heridas infligidas a mi cuerpo se curan por sí mismas. No sé si puedo comer porque no tengo alimento, pero sí sé que no tengo hambre, ni sed. No necesito excretar, no necesito descansar, no necesito estirar o encoger músculos. Aún sé muy pocas cosas de este nuevo mundo, pero lo que sí sé es que nunca saldré de él. Es una intuición, una corazonada, un vacío en el bajo vientre, en el estómago, en el corazón, en el cerebro. De tanto desearlo un dios malévolo me ha concedido el deseo. Estar solo, solo para siempre, lejos de los seres humanos, de la humanidad, solo en un lugar desierto, en una noche perpetua, sin necesidades físicas, sin deseos, sin esperanza, sin metas, sin emociones, sin pensamientos. Bueno, tal vez esto último no entre en el pack de regalo. Los pensamientos bullen en el interior de mi cráneo, como gusanos taladrando un lugar donde poner los huevos. No puedo evitarlo. Lo que aún no sé tampoco es si soy capaz de sentir emociones o si he perdido mi mundo emocional para siempre, algo que agradecería, pero no estoy seguro. Sé que pensar en una tortilla de patata y en un porrón de vino no es un deseo, al menos no un deseo acuciante e incontrolable, es más bien una nostalgia, un recuerdo que se acerca, como una niebla deshilachada. Sé que el deseo de dormir es solo la necesidad de parar el mecanismo de mi mente, que como un molesto motor sigue ahí, al fondo, impidiéndome concentrarme, no sé en qué, pero debería concentrarme en algo. Sé que el deseo de fumarme un pitillo es algo más que un deseo, es como una rebeldía frente a algo, frente a todo. Es como gritar en voz alta: soy libre, lo seré siempre, aunque solo sea para fumarme un maldito pitillo, porque está prohibido, porque no quiero que me salven de nada, que cuiden de mi salud, que me digan que es muy malo morir de cáncer de pulmón y muy bueno morir de soledad, con muy buena salud, a los ciento cincuenta años.

En todo este discurso mental me va acompañando la música del genial sordo, del genial malhumorado, del genial y colérico Titán de la vida y de la libertad. Sí, es como si hubieran puesto música al nacimiento de este nuevo mundo, de este distorsionado y delirante universo. Intento levantarme de nuevo, pero el esfuerzo me hace pensar que estoy bien así, al menos durante un tiempo, si es que pasa el tiempo. Sin poder evitarlo dejo que mi mente recapitule, haga un somero inventario de la situación. Estoy solo, en una dimensión desconocida, que se parece a aquella en la que estaba en que mi cuerpo físico parece seguir siendo el mismo, aunque al parecer no necesita alimentarse, ni comer ni beber, ni dormir ni descansar. Aún es pronto para tener alguna seguridad al cien por cien, pero dado el tiempo transcurrido lo que es seguro es que algo ha ocurrido, y como parece que nada en este universo es reversible, tendré que acostumbrarme a la nueva situación. No parece que me canse, ni de estar en pie ni de estar sentado, ni de correr ni de saltar. El tiempo se ha detenido, al menos el tiempo que marcan los relojes, porque yo sé que las piezas de música han estado sonado todo el tiempo y que su duración sigue siendo la misma. Determinadas leyes físicas se han modificado o desaparecido. La ley de la gravedad parece seguir funcionando, pero no conozco ninguna ley física que permita a un motor de combustión ir quemando la gasolina y que ésta se vaya renovando, como si tal cosa. Lo que es seguro es que estoy solo en este pequeño universo, aunque tal vez sea grande, pero no pienso explorarlo. Lo que es seguro es que no necesito comer ni beber, aunque si lograra, por un milagro, encontrar algo de comida o de bebida, tal vez sí pudiera comer y beber, solo para disfrutar, sin necesidad de hacerlo para sobrevivir. Me pregunto si tendría que excretar si comiera, si tendría que mear si bebiera. Me imagino cagando en medio de la carretera y me entra tal ataque de risa que se me cierra el esfínter. Esto no tiene ni pies ni cabeza, lo que no me sorprende, porque nada de lo que ocurría en mi mundo de procedencia tenía el menor sentido, no hubiera sido lógico que simplemente por trasladarme a un mundo nocturno y delirante todo comenzara a cobrar sentido por primera vez.

Sigue la música y me pregunto si el universo de Beethoven era también un universo solitario. El necesitaba a la humanidad, pero huía de ella, él necesitaba el cariño y la proximidad de un ser querido, pero le gritaba encolerizado si se aproximaba demasiado. No termino de hacer el inventario. Tal vez, con el tiempo, si es que existe, debiera salir de la autopista y explorar en la oscuridad. Tal vez la linterna del maletero sea también incombustible y eterna. Necesito saber si estoy realmente solo, si han desaparecido las gasolineras, los restaurantes, los moteles, los edificios, si todo, excepto mi coche y yo, se quedaron en la otra dimensión mientras nosotros saltábamos. ¿Necesito? Me temo que no necesito ya nada, pero siento curiosidad por saber si al otro lado de la autopista hay árboles, vegetación, naturaleza, si hay arroyos de agua cristalina de los que pueda beber, aunque solo sea por placer puro y simple. Siento curiosidad por saber si aquí hay animales, tal vez pueda hacerme con una buena mascota que me haga compañía. ¿Realmente siento curiosidad por algo? Creo que no.

Al fin consigo levantarme, regreso al interior del coche, busco con ansiedad la cajetilla de tabaco y enciendo un pitillo. Fumo como si encontrara placer en ello, o como si el humo pudiera abrir un boquete en la oscuridad y ver el cielo azul y el sol en lo alto. Justo cuando termino el pitillo acaba la música. Aunque sé que vendrá otra pieza, aleatoria, y que tal vez me sorprenda, y que a ésta seguirá otra y otra y otra, porque aquí nada parece desgastarse, estropearse, lo que tienes lo tienes para siempre y lo que no tienes nunca lo conseguirás. Enciendo otro pitillo, como deseoso de que se termine la cajetilla para ver si se renovará como la gasolina en el depósito. Siento curiosidad por saber hasta dónde llega el humor de los dioses. Me proyecto hacia el futuro, ¿encenderé el motor y seguiré dando vueltas, o me quedaré aquí, un sitio tan bueno como cualquier otro? Me entra la risa tonta. ¿Pensar en el futuro, proyectar mi mente hacia el futuro? Lo que sí sería un alivio es el vacío en mi mente, la ausencia de pensamientos. Entonces recuerdo mis técnicas de yoga mental y sigo carcajeándome. En este nuevo mundo que acaba de nacer al compás de la música del sordo genial tal vez solo ellas me sirvan de algo, porque está claro que no he podido dejar la mente al otro lado de la línea dimensional. Donde va la mente va la angustia y los problemas y el hacer el idiota en un bucle perpetuo. Sí, menos mal que me he traído esas dichosas técnicas. Recuerdo a Castaneda y su guerrero impecable. Está claro que vayamos donde vayamos y suceda lo que suceda siempre nos acompañará la mente, como una cabra loca que siempre tira al monte, a la oscuridad, más allá de esta onírica y corta iluminación de los faros.
Termino el pitillo y enciendo el motor del coche. Seguiremos dando vueltas y vueltas, puesto que no hay nada mejor que hacer.

PERDIDO EN EL TIEMPO XVI


JOAN BAEZ

LLEGÓ CON TRES HERIDAS

BOB DYLAN Y JOAN BAEZ

«Blowing in the Wind»

Blowin’ In The Wind

How many roads must a man walk down
Before you call him a man?
Yes, ‘n’ how many seas must a white dove sail
Before she sleeps in the sand?
Yes, ‘n’ how many times must the cannon balls fly
Before they’re forever banned?
The answer, my friend, is blowin’ in the wind,
The answer is blowin’ in the wind.

How many years can a mountain exist
Before it’s washed to the sea?
Yes, ‘n’ how many years can some people exist
Before they’re allowed to be free?
Yes, ‘n’ how many times can a man turn his head,
Pretending he just doesn’t see?
The answer, my friend, is blowin’ in the wind,
The answer is blowin’ in the wind.

How many times must a man look up
Before he can see the sky?
Yes, ‘n’ how many ears must one man have
Before he can hear people cry?
Yes, ‘n’ how many deaths will it take till he knows
That too many people have died?
The answer, my friend, is blowin’ in the wind,
The answer is blowin’ in the wind.
Soplando en el viento

Cuantos caminos una persona debe de caminar
Antes de que lo llames un hombre?
Cuantos mares una paloma blanca debe de navegar
Antes de que duerma en la arena?
Cuanto tiempo tienen que volar las balas de cañon
Antes de que sean prohibidas para siempre?
La respuesta, mi amigo, esta soplando en el viento,
La respuesta esta soplando en el viento

Cuantos años puede existir una montaña
Antes de que este descolorida por el mar?
Cuantos años puede la gente existir
Antes de que se les sea permitida la libertad?
/> Cuantas veces un hombre puede voltear la cabeza
Pretendiendo que el no ve?
La respuesta, mi amigo, esta soplando en el viento,
La respuesta esta soplando en el viento

Cuantas veces un hombre debe de alzar la vista
Antes de que pueda ver el cielo?
Cuantos oidos debe tener un hombre
Antes de que pueda escuhcar a la gente llorar?
Cuantas muertes tendran que pasar hasta que el sepa
Que mucha gente ha muerto?
La respuesta, mi amigo, esta soplando en el viento,
La respuesta esta soplando en el viento.

BUMBURY
EL JINETE

He recordado que tal vez me quede en el maletero un trozo de tortilla, tal vez no la terminara en la merienda, y puede incluso que en el táper encuentre alguna raja de cecina, de jamón o un trozo de queso, incluso un trozo de pan duro me serviría. No sé por qué siento la imperiosa necesidad de saber lo que me queda de la vida. ¿Puedo comer, puedo beber, puedo reír? Es como si necesitara probarme y saber con qué puedo contar en este largo viaje alrededor del infierno. Sé que decidí no traer el libro electrónico, cargado de libros digitales escogidos, por miedo a perderlo. Sé que el libro que tenía en el asiento de atrás, Los pilares de la sabiduría de Lawrence de Arabia, lo subí al apartamento. Ningún cuaderno ni bolígrafo, iba a ser un viaje tranquilo, sin incidencias. La botella de agua la acabé con la merienda, en la gasolinera, y decidí no comprar otra, porque me quedaba muy poco para llegar a casa. Era un viaje improvisado, corto, no necesitaba ni siquiera lo imprescindible.

He decidido mirar. He parado el coche, sin poner las luces de avería, y me he bajado sin el chaleco reflectante. No espero intrusos, no espero nada. He abierto el maletero y mirado a fondo. El táper está vacío, no queda tortilla, ni cecina, ni jamón, ni un trozo de queso duro, ni un currusco de pan incomible, ni una gota de agua. No queda nada. Pero algo ha llamado mi atención. Dentro del táper he visto la navaja multiusos, un capricho que me concedí hace años y que tantos servicios me ha hecho en mis excursiones a la naturaleza. La he tomado entre mis dedos y la he observado largamente. Una idea macabra se va formando en el interior de mi cráneo. No le voy a dar al destino ni la más mínima oportunidad. No me queda nada, aparte de un pendrive con mucha y buena música y la posibilidad de escuchar -si las ondas no salen huyendo- alguna emisora de radio de algún tiempo y lugar, aunque nunca estaré seguro de qué tiempo.

Quiero saber si soy inmortal, si puedo abrirme las carnes y morir. La navaja multiusos me viene de perlas, está bien afilada, puedo apretar el filo contra mi muñeca y ver si aún soy capaz de sentir dolor, si aún tengo sangre en mi interior, si las fuerzas poderosas me van a dejar morir, aquí, en medio de la nada, en la oscuridad de la noche eterna, en el vacío asfaltado de la carretera del infierno. Quiero saber si me han dejado la única opción que le queda al prisionero del tiempo, al esclavo de la aleatoriedad, al títere del destino. Puedo elegir entre vivir o morir. O al menos eso creo. Voy a probarlo. Voy a retar a las fuerzas poderosas. Alzo mi navaja hacia el cielo oscuro, la pongo sobre la palma de mi mano derecha, sostengo la muñeca con la mano izquierda y comienzo a rotar sobre mi mismo en una danza llamando a la muerte, en un ritual blasfemo, desafiando a cualquiera que esté sobre mí, que tenga el más mínimo poder sobre mí. Soy libre, digo en voz alta, al menos me queda eso. Nadie, ni vosotros, podréis arrebatarme esa libertad, aunque todos los futuros estén escritos yo siempre podré elegir entre la vida y la muerte.

De pronto me encuentro saltando alrededor del coche. Comienza la canción de Joan Baez y acoplo mis movimientos a ese ritmo. Es un maravilloso desatino controlado. ¡Lástima que nadie pueda verme! Pero no lo lamento. Creo que este es el supremo desatino controlado, hacer algo que nadie puede ver, solo porque quiero hacerlo, porque soy libre. Intento cantar con Joan pero desisto ante mi ridícula voz. Decido recitar.

Aquí estoy, con tres heridas,
ciegas fuerzas poderosas.
Me habéis herido con el amor,
con la vida, con la muerte.

Sangro por tres heridas,
la de la vida, la del amor,
la de la muerte.

Son las únicas que matan
la del amor, la de la muerte,
la de la vida.

Pero sigo siendo libre de elegir,
puedo escoger la vida o la muerte
puedo escoger el amor.

Escoja lo que escoja
por alguna de las tres heridas
me desangraré hasta la muerte.
La de la vida, la del amor,
la de la muerte.

Me he dejado caer a plomo sobre el asiento. He colocado el filo de la navaja sobre mi piel. No he buscado una toalla o un trapo para evitar que la sangre salpique el cuero. He apretado un poco, duele, he apretado más fuerte, duele más, al menos sé que sigo vivo, porque a ningún muerto le duele nada. La sangre comienza a brotar lentamente. ¿He conseguido alcanzar la vena? Creo que no. Decido apretar más fuerte, con rabia, apretando los dientes. El filo se va deslizando poco a poco. Miro la muñeca, comienzo a tener una herida. ¿Es la vida? ¿Es el amor? ¿Es la muerte?

La sangre va goteando sobre mis muslos. Necesito más sangre, más. Necesito más heridas, más. No importa el dolor, es solo el camino que nos conduce a través de la vida y el amor hacia la muerte. Aprieto más los dientes, clavo más hondo el filo de la navaja, grito de dolor y maldigo. Miro la herida, no me parece bastante profunda. Inspiro profundamente. Busco otro lugar en la muñeca, palpo hasta encontrar la vena y cuando voy a aplicar el filo cortante, me detengo. No puedo creer lo que estoy viendo. La primera herida ha dejado de sangrar, pero no es solo eso, se está cerrando. Al cabo de unos segundos ya no puedo ni ver la cicatriz. No puedo morir, pero sí puedo sentir dolor. Las fuerzas poderosas son sádicas. Las reto, las maldigo. Con rabia infinita abro una nueva herida y corto como si fuera un filete muerto. Luego decido infligirme una tercera. El dolor es terrible, pero todas cicatrizan. Arrojo la navaja contra el cristal, rebota y cae al suelo, bajo el asiento. Bueno, al menos ya sé con lo que puedo contar. Enciendo un pitillo mientras suena la canción de Bob Dylan.

Salgo al exterior, camino alrededor del coche, cuando empieza la canción del jinete acompaso mis movimientos a la música, pronto me doy cuenta de que estoy en un entierro, es como si llevara el ataúd, me muevo al ritmo de una marcha fúnebre.

Algo ha ocurrido porque se inicia otra vez la canción de las tres heridas, no creo que la aleatoriedad me gaste esta broma, tal vez la copiara dos veces. Comienzo a correr, como loco, alrededor del coche, como si buscara algo, como si buscara la vida, el amor, la muerte. Me quedo sin aliento, siento un golpe en las sienes y me desplomo.


PERDIDO EN EL TIEMPO XV


PERDIDO EN EL TIEMPO XV

BEETHOVEN
SEXTA SINFONÍA-PASTORAL

Siento una necesidad imperiosa de dormir, pero no puedo, algo me lo impide. Debería estar completamente agotado, hambriento, sediento, destrozado de los nervios, desesperado… No siento nada, como si hubiera perdido el cuerpo, solo tengo ganas de llorar. Ni siquiera eso me es concedido, apenas un poco de humedad en los ojos, como rocío mañanero. Desearía aliviarme rezando, pero estoy vacío, tan vacío como el vientre de la nada. Poco a poco voy aceptando mi nueva situación. Estoy perdido en el tiempo, tal vez en el espacio, en alguna dimensión ignota a donde he sido arrojado por mis muchos pecados. He perdido el cuerpo y sus funciones, he sido desterrado de la realidad, tal vez hasta haya perdido el alma, sin enterarme, con la suavidad de quien limpia un cristal que ya estaba limpio y sigue viendo lo mismo que veía antes. Me siento el mismo pero no soy el mismo, mi personalidad, mi individualidad parecen no haber cambiado, sigo poseyendo los mismos recuerdos, sigo embargado por las mismas emociones, pero algo, algo muy sutil ha cambiado para siempre.

Poco a poco voy aceptando que ya nunca más veré la luz del día, el alba y el ocaso han dejado de tener significado. ¡Oh cuánto me gustaría poder echar una cabezadita y olvidarme de todo! ¡Voy a echar de menos tantas cosas! De pronto soy consciente de estar escuchando la sexta sinfonía de Beethoven, la pastoral. Ya nunca más caminaré por los bosques de mi amada montaña, ni pisaré la hierba de los campos, ni escucharé el trino de las aves, ni sentiré la brisa entre las hojas, ni me tumbaré junto a un riachuelo para mirar el cielo azul y el majestuoso sol. Todo me ha sido arrebatado sin preaviso, sin transición. La naturaleza ha dejado de tener significado en esta oscuridad impenetrable. Puede que esté ahí, más allá del quitamiedos o guardarraíl de la autovía, pero no puedo verla y tal vez tampoco pudiera pisarla si me atreviera a salir del coche y caminar en la oscuridad, buscando un árbol perdido en la supuesta llanura, porque no tengo constancia de que todo siga como antes, solo que en la más absoluta oscuridad, ni la gran ciudad que estaba antes allí, en el centro del círculo de circunvalación. No puedo saber si he sido arrebatado a otra dimensión solo con mi coche y esta autopista infernal o si estoy en el mismo mundo en el que estaba, solo que en otra dimensión solitaria y vacía.

Puedo recordar mis paseos por el campo, en primavera, verano, otoño, invierno. Puedo recordar las montañas en el horizonte y el prado verde en el que me siento y el rumor del arroyo cercano y el canto alegre de las avecillas y la sensación de intensa felicidad que me acogía antaño. ¡Puedo recordar tantas cosas! Pero no es lo mismo que vivirlas, el recuerdo es como un mal cuadro, repleto de agujeros, pintado a brochazos, sin la menor delicadeza ni sensibilidad, es como imaginar un bosque a través de un grosero remedo de árbol que es solo una línea torcida en el centro de una tela sucia. De ahora en adelante solo me quedará el recuerdo, la imaginación, la fantasía forzada, será como escuchar una música a lo lejos, muy lejos, ni siquiera sabes si es la música que tu deseas, si la está tocando una buena orquesta, ni siquiera sabes si es música o un ruido confuso un “brohuhaha” francés.

Cierro los ojos, llamando al sueño, que aún no estoy convencido me haya sido arrebatado para siempre. En medio de la autovía vacía y silenciosa, oscura como boca de lobo –he apagado los faros- con el vehículo detenido sin luces de emergencia, sin esperar ya nada, ni que de pronto todo vuelva a la normalidad y sea aplanado por un trailer, aislado del mundo y sus pompas, escucho religiosamente la música del sordo genial, que podía oír el canto de los pájaros, el rumor del arroyo cantarín, el estrépito de la tormenta que se acerca, sin poder oírlas, solo imaginando lo que el cuadro silencioso estaría transmitiendo. Yo ni siquiera tengo un cuadro al que mirar y la imaginación parece una vieja maquinaria mal engrasada.

Me dejo llevar por la música, sin pensar en lo que haré más tarde, si continuaré dando vueltas y más vueltas a esta carretera infernal mirando la aguja del depósito, a ver si se mueve, como un signo de que todo regresa a la normalidad, o si me quedaré aquí, sentado, esperando a Godot, o si me decidiré a salir del coche y caminar fuera de la cinta de asfalto, con esa linterna que se enciende cuando la agito, buscando algo, cualquier cosa, un árbol perdido, una casa abandonada, una ciudad en las sombras, la verde hierba que no podré ver pero sí pisar, el bosque tupido, subiendo y bajando, los árboles que me miran como fantasmas sin alma, el sobresalto de un animal silvestre que me haga pensar en un remedo de vida, de naturaleza. Tal vez encuentre una línea invisible, un abismo sin fondo entre dimensiones, una niebla de Stephen King repleta de monstruos tentaculares que me descuarticen en un pis-pás. Cualquier cosa sería mejor que esta espera inútil, que un tiempo que parece haberse detenido para siempre, a la espera de que yo lo ponga en marcha, como un reloj viejo, con el mecanismo roto.

¡Cuánto agradecería una buena tormenta! Los rayos iluminando el cielo oscuro, el horrísono estrépito del trueno, la lluvia percutiente contra el techo de este vehículo infernal. Sería un gran alivio. Ni siquiera sé con seguridad si el tiemplo climatológico también se ha detenido. Tal vez ya no vuelva a sentir la lluvia en la cara, el frío en el rostro, la blanda nieve sobre la cabeza, el calor asfixiante en la piel. Tal vez todo eso solo sea ya parte de un pasado muerto que tendré que resucitar, célula a célula, a través del recuerdo. Es lo que estoy haciendo ahora, mientras la sinfonía llega a su fin, intentar resucitar aquellos viejos recuerdos de una vida que fue hermosa a pesar de todo. Solo me quedas tú, Beethoven, viejo y entrañable amigo, lo mismo que otros músicos que me acompañarán al infierno por esta carretera demoniaca, que seguirán alegrando mi alma mientras demonios invisibles me susurran malévolos pecados en la oscuridad, pecados que nunca podré ya cometer, porque mi cuerpo está muerto, mi alma está muerta, aquí solo vive un coche con el motor en marcha que reinicia de nuevo su círculo dantesco.

PERDIDO EN EL TIEMPO XIV


PERDIDO EN EL TIEMPO XIV

CANTO GREGORIANO
MISA DE ANGELIS

He golpeado el volante con un golpe seco de mi puño, he frenado bruscamente y apagado las luces. Cierro los ojos e intento rezar. La vida nos parece algo tan sólido y elemental que no somos capaces de imaginar el prodigio que supone estar vivo. Es más comprensible el vacío, la nada, no suponen ningún esfuerzo. En el principio era el vacío y la no existencia, nada existía y nada tenía por qué existir, un silencio infinito ocupaba cada partícula del eterno vacío, nada ni nadie era consciente de que ese debería ser el estado natural de las cosas. Hasta la explosión primigenia no surgió el misterio, de un diminuto huevo comprimido por fuerzas inexplicables brotaría un universo infinito, infinitos universos infinitos. Y en el culo del mundo, del universo, un planeta como tantos otros acogió la vida que surgía del misterio. Y entre tantas criaturas una de ellas tuvo un ápice de consciencia, suficiente para ser consciente de su existencia, para preguntarse de dónde había surgido.

Cuando la mano de la divinidad nos sostiene sobre el vacío todo tiene sentido, somos porque tenemos que ser, porque fuimos desde el principio, aunque no lo recordemos y seremos hasta el final, aunque no lo sepamos, y el círculo perfecto nos aleja de la nada, lo único perfectamente lógico. Nos creemos poderosos, nos creemos dioses, creemos en nuestra existencia eterna aunque sabemos que antes del primer vagido de consciencia no recordamos nada y aquel que no recuerda es nada. Y los diosecillos de pacotilla se ponen a transformar un planeta, eliminando todo aquello que les estorba y creen que están transformando un universo, que ellos son el centro de ese universo, que en toda la infinitud del universo, que en todos los infinitos universos infinitos solo existe una criatura inteligente, consciente.

Todo nos pertenece, todo se retorció hasta el paroxismo y el huevo primigenio explotó y se expandió solo para que nosotros viéramos la luz y nos pusiéramos a parlotear como cotorras sobre lo importantes que somos, lo poderosos, únicos, la cima de la creación. Y ni siquiera aceptamos la gran fraternidad humana como centro de un universo en expansión, nuestro ego es tan inmenso, tan apocalípticamente ridículo que cada uno llega a creerse el centro de todo y de todos, somos soles únicos y a nuestro alrededor giran todos los planetas, somos supernovas deslumbrantes y las galaxias se arrodillan a nuestro paso.

Pero cuando la mano divina se retira y caemos hacia el abismo de la nada, cuando el vacío se hace a nuestro alrededor, cuando el silencio y la soledad es todo lo que podemos esperar, nos hacemos conscientes de la nada que somos y de la fina capa de aire que nos separa de la no existencia. Entonces solo queda rezar, rezar para que todo vuelva a ser como antes, para que podamos volver a sentirnos el centro del universo, la realidad única y última, para que podamos pavonearnos por las calles de nuestras ciudades, hinchando el pecho ante nuestra desmesurada importancia personal; para que podamos ser poderosos y terribles, despojando a los tontos de lo que creen tener, torturando a los corderos que no saben que están en nuestras manos, en el matadero que hemos fabricado para ellos. Y nos creemos inmortales y nada nos podrá arrebatar una existencia tan sólida, y los días pasarán como antes pasaban, cuando la mano divina nos sostenía en el vacío pero no nos dábamos cuenta de ello y ni siquiera dábamos las gracias.

Y cuando la mano se retira solo queda rezar. PADRE NUESTRO… KYRIE ELEISON…AVE MARÍA… AGNUS DEI…

Aprieto los ojos pero las lágrimas se escapan a mi pesar. Recuerdo mi adolescencia, cantando la misa de angelis en la misa de celebración de la fiesta del colegio. Entonces estaba solo pero no lo sabía, porque otras voces cantaban conmigo. Entonces estaba convencido de que nunca moriría porque era joven y la vitalidad me rezumaba de las orejas, y el tiempo futuro, la muerte, estaban tan lejos, tan, tan lejos, que uno no podía pensar en ello sin reírse. Entonces creía que la vida me concedería todo lo que le pedía, porque yo eran grande, me lo merecía, había hecho méritos, los haría, amaría y sería amado, nunca estaría solo, alcanzaría todas las metas que me había propuesto y sería grande, grande, grande.

Y la mano se retira y comienzo a caer a un vacío infinito, me gustaría reírme a mandíbula batiente, porque nada se me podía arrebatar ya, puesto que todo me había sido arrebatado, pero siempre se puede sufrir un poco más, aunque solo sea una pizca. Siempre se te puede arrebatar la luz, incluso en un día gris y nublado, con la niebla llegando hasta tus ojos. Y la noche se puede hacer eterna, cuando las farolas se apagan. Y ningún otro vehículo me acompaña en mi camino solitario por la autopista. Los otros estaban lejos, pero estaban, no me hablaban, pero hablaban entre ellos. Siempre era posible recibir una llamada inesperada, pero ahora ya no hay cobertura ni la habrá nunca más para mí. La mancha blanca y lanuda del rebaño permitía la sugestión, el frío intenso de la soledad es menos intenso cuando observas al rebaño balar a lo lejos.

Entonces tenía mis libros para vivir las historias escritas por otros, ahora no tengo nada, podría haberme traído el libro electrónico con miles de libros digitales en su pancita lisa. Ni siquiera me acordé de poner en la bolsa el libro de papel de mi mesita de noche. Solo me queda una pequeña libreta casi llena de anotaciones sin importancia. No podría escribir mucho, aunque quisiera, no podría contar mi historia, aunque alguien pudiera escucharme. Estoy solo, en medio de una desierta autovía, silenciosa y oscura, llorando, rezando. Pido que la mano divina vuelva a sostenerme de nuevo, aunque regrese a la soledad de aquel apartamento diminuto, entre mis libros de papel, mis libros digitales, mis cuadernos y libretas, mi música. Todo lo que escribí durante años será arrojado a la basura sin contemplaciones, ha sido como cavar una y otra vez mi tumba, donde ni siquiera puedo ya ser enterrado. Al menos me gustaría sentir dolor físico, un pinchazo en el pecho, anunciando el infarto, esa opresión en el cerebro precursora del ictus cerebral. Al menos podría hacerme la ilusión de que dentro de un mes o dos, o tres, habré muerto de hambre, o antes de sed, cuando ya ni pueda beberme mis orines. Pero ni siquiera eso me ha sido concedido. No tengo hambre, no tengo sed, el cuerpo es ligero como una nube, levito sobre el asiento de un coche al que nunca se le terminará la gasolina, no tengo para escribir ni un libro para leer. No necesito comer, ni beber, ni excretar, ni dormir. Puedo dar vueltas y vueltas o quedarme parado y rezar. KYRIE ELEISON.

Al menos me queda la música. Al menos me queda el recuerdo, aquel adolescente que cantaba con su voz dislocada la misa de angelis. Al menos me queda la memoria del pasado. Al menos podré escribir novelas en mi mente, contarme todas las historias que quiera.

Y me pongo a cantar con voz destemplada, mientras las lágrimas mojan mis mejillas, intentando rezar para que la mano divina vuelva a sostenerme en el vacío.

KIRIE-E-E-EE-EEE

PERDIDO EN EL TIEMPO XIII


 

AUTE, LUIS-EDUARDO
AL ALBA

El alba debería asomar en el horizonte, debería haberlo hecho ya si la radio no está también fuera del tiempo, como yo. Toda una noche esperando al alba pero la noche continúa, tal vez por toda la eternidad. Debería estar desayunando, un café con leche y un croissant en cualquier cafetería de carretera, o cualquier otra cosa, sin embargo no tengo hambre, el estómago parece quieto y relajado como si no existiera. No tengo hambre ni sed, ni siento deseos de orinar, de mear hablando claro porque aquí nadie me escucha, no tengo por qué seguir utilizando el lenguaje social ni ser políticamente correcto, ni ser nada, porque ahora estoy solo, puedo emplear las palabras que quiera, pensarlas o gritarlas, no seré señalado por el dedo acusador, no seré mirado como un loco, no seré insultado ni marginado, con el tiempo recobraré mi lenguaje, el lenguaje de mis vísceras, con el tiempo recobraré muchas cosas perdidas. Pero me temo que no recobraré el hambre, la sed, las necesidades corporales, el deseo, todo aquello que conformó mi vida como la única realidad posible.

Los relojes siguen detenidos, el móvil sin cobertura, el depósito no ha perdido ni una gota de gasolina, las farolas apagadas, las lejanas luces de la ciudad han desaparecido, el quitamiedos no se abre a salida alguna. La noche es más oscura que nunca y para mí ya no habrá nunca más alba o más ocaso. El pasado está muerto, lo que viví es un vago recuerdo, el amor pudo haber sido sentido por otro, el dolor y la tragedia una leyenda histórica, una leyenda urbana, el franquismo parece un cuento de miedo para niños, la democracia de la urna multiorgásmica que necesita votaciones constantes para sentirse viva parece una pesadilla superada, ya no me importa si ganó Hillary o Trump, si algún día morirá Fidel o los últimos dictadores se irán a vivir a Marte en algún viaje turístico. Han pasado solo unas horas pero la grieta en el tiempo es de eones. Estoy lejos de todo, del niño que fui, del adolescente insaciable que deseaba tener sexo con todas las mujeres del planeta, del joven que se tiraba por las ventanas o se subía a los cables de alta tensión como un mono desesperado o se iba a Costa Fleming a follar con una despampanante sueca tan cargado de pastillas que el miembro no se le hubiera levantado ni con una grua. Atrás queda la locura y la cordura, el romanticismo y el quijotismo, los hijos que no tuvimos y lo que tuvimos, el gatito y el perrito que nunca tendré, los miles de buitres callados que extienden sus alas y la rata que fui ya nunca más se esconderá en las cloacas.

Parece que solo me queda el deseo del pitillo, pero es un deseo falso, artificial, como si buscara en el humo el viaje infernal de la droga que no puede ser peor que éste. Vuelvo a encender otro más y no me preocupo de mirar si se van reproduciendo en la cajetilla como en un nido de buitres. Ya no necesitaré comida, ni bebida, ni mujer a la que mirar con deseo, ni gatito que me lama la cara. Puede que hasta no necesite más tabaco, si es que los pitillos no se reproducen como los delirios de un drogadicto. Por no necesitar ya no necesitaré ni expulsar excrementos, ni el líquido amarillento y caliente cargado con todas mis toxinas. No voy a necesitar hablar pero lo voy a hacer de todas formas, voy a gritar en mi nuevo lenguaje recuperado a la hipocresía, a la beatería, a lo políticamente correcto, al miedo del qué dirán y qué no dirán, al miedo que corroe las entrañas, al miedo que me persiguió de niño como el hombre del saco y el sacamantecas, al miedo de que me señalen con el dedo, al dedo dictatorial, al dedo del anuncio publicitario, al dedo del futuro, al dedo del pasado, al dedo de los que saben y de los que no saben, de los que creen saber y te marcan el camino, al dedo del destino, al dedo en el gatillo de la violencia. Aún poseo todos mis dedos, pero no son bastantes para horadar la noche. Y el alba no regresará nunca y los miles de buitres callados se esconderán en las cloacas porque a mí ya no pueden tocarme. Y los fascistas de toda ralea no me atemorizarán nunca más porque estoy fuera del tiempo y el espacio, estoy fuera de la vida y de la muerte, estoy al margen de la historia, y ni el amor volverá a seducirme ni la muerte me atraerá con sus cantos de sirena.

Termino un pitillo y enciendo otro y aprieto con fuerza el acelerador y el coche se lanza hacia adelante cosquilleando con sus luces el vientre de la noche. Y daré vueltas y más vueltas al circuito infernal mientras el dedo aleatorio del destino irá poniendo por mí la música de mi vida, la que hizo danzar mis pies y la que alivió mi alma. Ya no importa que regrese el alba, ni que el sol asome en el horizonte, ni que la luz vuelva a mis ojos, no necesito el engaño del tiempo, la seducción de la supusta realidad. Aquí estoy, sentado sobre nubes oscuras, haciendo ver que todo sigue yendo hacia delante. La radio me irá mostrando los millones de mundos posibles, las dimensiones infinitas que hacen posibles nuestros actos. Y mientras allá, en el mundo que se cree real se suceden los terremotos y las inundaciones y los accidentes, y el frío y el calor y la violencia insana y mientras el apocalipsis extiende sus alas como buitre de mal agüero y las ratas regresan a las cloacas, yo sigo aquí dando vueltas y más vueltas, escuchando la música que nunca se acaba, sin esperar nada sin anhelar nada. Nada que decir al amor mío, ni a los hijos que no tuvimos, ni a los que tuvimos y que sangre la luna llena al filo de la guadaña. Que ellos sigan el camino del tiempo, porque yo me he quedado aquí varado, fuera del tiempo, sin alba y sin ocaso.

Si te dijera, amor mío,
Que temoa a la madrugada,
No sé qué estrellas son estas
Que hieren como amenazas,
Ni sé qué sangra la luna
Al filo de su guadaña.
Presiento que tras la noche
Vendrá la noche más larga,
Quiero que no me abandones
Amor mío, al alba.
Los hijos que no tuvimos
Se esconden en las cloacas,
Comen las últimas flores,
Parece que adivinaran
Que el día que se avecina
Viene con hambre atrasada.
Presiento que tras la noche

Miles de buitres callados
Van extendiendo sus alas,
No te destroza, amor mío,
Esta silenciosa danza,
Maldito baile de muertos,
Pólvora de la mañana.
Presiento que tras la noche
Written by Luis Eduardo Aute Gutierrez • Copyright © Universal Music Publishing Group

PERDIDO EN EL TIEMPO XII


PERDIDO EN EL TIEMPO XII

INTERMEZZO

He perdido por completo la sensación del tiempo. Las variaciones Golberg se han repetido varias veces, no sé cuantas. Hasta terminar la primera audición mis cálculos sobre la hora no podía estar muy equivocados, conociendo con aproximación la duración de cada pieza no es difícil hacerse una idea del tiempo transcurrido desde que los relojes se han detenido, el del coche, el reloj de pulsera, el del móvil, todos parados a las 00,00. Calculo que sería la una o las dos de la mañana, no mucho más, cuando terminaron las variaciones por primera vez, pero tras el número desconocido de repeticiones no me atrevo a calcular la hora que rige en el mundo real, en la dimensión que por lo visto he abandonado para siempre. ¿Qué hora puede ser? ¿Las siete, las ocho de la mañana? No tengo ni la menor idea.

Como me ocurre en los delirios el tiempo se convierte en algo intengible, solo si miro el reloj antes de iniciarse la secuencia atemporal y luego lo vuelvo a mirar cuando termina todo puedo hacerme una idea del tiempo transcurrido. El mecanismo funciona al margen de mi mente, es posible saber cuántas vueltas da una manecilla o cuántos números han saltado en el reloj numérico. Sin embargo la sensación interna de tiempo desaparece, de alguna manera se parece al sueño, cuando despiertas sabes las horas que has dormido porque un mecanismo exterior a ti te lo dice. Las secuencias oníricas han podido transcurrir a lo laargo de horas,de días, incluso de años. Si en el tiempo hubiera tiempo, que no lo hay, éste sería tan flexible como un chicle que estiras y encojes a tu gusto.

He detenido el doche en mitad de la autovía, he apagado las luces, he bajado las ventanillas y me he fumado dos pitillos. Me importa un bledo que esto sea un delirio, que el tráfico haya continuado, sin que yo lo percibiera, que los vehículos me hayan sorteado como buenamente han podido, que en algún momento uno no lo consiga y que el choque sea el de un camión trailer y que me haga papilla, que la muerte sea un golpetazo horrísono que convierta mi sufrido coche en un acordeón y que mi cuerpo y huesos se hagan fosfatina. Esto se parece tanto a la desesperación que me da miedo solo pensarlo. Quiero morir, eso es evidente, y la forma que adopte esa muerte me tiene sin cuidado. El dolor no puede ser tan terrible cuando el tiempo se ha comprimido en unas milésimas de segundo.

Ni siquiera he puesto las luces de avería… por si las moscas. He salido el vehículo y me he puesto a bailar en el asfalto como un energúmeno. He gritado como si alguien pudiera escucharme. S.O.S ayúdenme. He recordado la famosa escena de Johnny cogió su fisil. Sé que estoy solo, perdido en el tiempo, pero uno nunca deja de esperar, de creer en los milagros, aunque te rodeen las sombras de la muerte… nada temo porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me protegen.

Me he desgañitado y luego me he puesto a llorara como un niño. Al fin me calmé, nada como saber que nadie acudirá en tu ayuda para calmar el berrinche de un niño. Regreso al interior del vehículo, lo más próximo a un hogar que ahora tengo. He vuelto a marcar un número al azar. No hay cobertura, no hay conexión, no hay señal de llamada, nadie responderá nunca. Nunca ocurrirá nada, solo el silencio más absoluto.

No sé por qué se me ha ocurrido encender la radio. Apagada la música el silencio me estaba taladrando el alma.

«Son las ocho de la mañana. Noticias. Aquí radio…

La voz del locutor, tan mecánica, tan cotidiana, tan insulsa, ha sido como el trallazo de un látigo de siete puntas golpeando cada poro de mi piel. Me he estremecido como si el Ártico hubiera entrado por las ventanillas. Estoy temblando espasmódicamente. No he querido apagar la radio.

¿Puede haber algo tan estremecedor como la irrupción de la cotidianedad en un universo perdido en el tiempo?

Ni siquiera intento explicarme el misterio. Los relojes no funcionan, ni el móvil, ni un solo vehículo en la desierta autovía. La oscuridad no ha disminuido un ápice. El alba debería estar extendiendo sus dedos mágicos sobre el horizonte. Algo, cualquier cosa, debería indicar que esta pesadilla está a punto de terminar. Pero no es así. El mundo parece seguir ahí fuera, en algún lugar, al otro lado, más allá d ela oscuridad. ¿Por qué las ondas de radio pueden llegar hasta aquí cuando nada más lo hace, ni siqueira el enfadado vozarrón de Diois?

Me concentro en las noticias y de pronto me echo a reír a mandíbula batiente.

«Cada vez más cercanas las próximas elecciones. El bloqueo se ha convertido en una pesadilla para la clase política, para el ciudadano español, para la comunidad europea, para el mundo, para la galaxia…Esto cada vez se parece más a la conocida película de Woody Allen, La rosa púrpura del Cairo. Los personajes de esta delirante farsa han saltado a la pantalla, donde se proyecta una película sin pies ni cabeza y en ella no dejan ni un segundo de repetir sus frases manidas, escritas por un guionista hasta arriba de coca. Todos tenemos que escucharlas una y otra vez, como tenemos que ver sus gestos estereotipados de muñecos rotos.

«Las manifestaciones se suceden, unos a favor, otros en contra, y algunos con pancartas tan desconcertantes que nadie sabe si están a favor en contra o todo lo contrario.

«Han transcurrido casi tres años y nadie ha dimitido, nadie parece estar dispuesto a dejar su poltrona ni para mear».

«Disculpen ustedes ete lenguaje chabacano pero la paciencia de este locutor se ha terminado, como la de todos ustedes».

No es posible. El tiempo parece seguir transcurriendo en alguna parte, mientras yo permanezco en otra dimensión, donde en la que algún dios maligno me ha arrojado, compuesto solo de una noche eterna, una autopista vacía y un coche coche que no gasta combustible y sigue funcionando como si tal cosa. Escucho durante unos minutos el delirante boletín que noticias que parece saltar en el tiempo como un cangurito gentil, dejándose llevar por el capricho o tal vez por alguna ley física fuera de toda lógica.

Reflexiono sobre lo que está ocurriendo. No es posible que no haya podido llegarse a un acuerdo durante tres años y que todo siga bloqueado. Me pregunto si no estaré captando otra dimensión paralela a la real, en la que con seguridad ese esperpento valleinclanesco que conocí antes de ser trasladado a este infierno dimensional ha tenido un final, el que sea. Decido no hacer demasiado caso a lo que oiga por esta radio loca. Las elecciones parecen centrar la mayor parte del tiempo del boletín. Todos, hasta las moscas cojoneras, deben de estar ya tan saturados que es incomprensible no se haya producido una solución violenta.

El boletín parece estar ocurriendo en un presente discontinuo, como si los días hubieran sido derribados, como si la pared medianera que tienen todos los pisos, hubiera sido tirada abajo y todos pudieran ver lo que hacen todos. Los días son algo así, paredes medianeras en el tiempo que alguna mano poderosa y malévola ha derribado para mí, desapareciendo por completo la sensación de continuidad temporal, que es la base de nuestras vidas.

La voz del locutor, que está relatando todo con un cinismo chocante, deja paso a la dulce y cuitada voz de una locutora que desgrana malas noticias como un cuervo deja caer los graznidos desde lo alto en su vuelo hacia el horizonte. Terremotos en Japón que dejan el país asolado, inundaciones en España, incendios en Australia, los polos se derriten y las ciudades costeras deben de ser evacuadas, la guerra de Siria sigue aún, algo increíble porque no debe quedar nadie para contarlo. Es imposible que todo esto esté ocurriendo el mismo día. Es como si las fuerzas poderosas quisieran gastarme una broma de mal gusto y hubieran empalmado trozos de diferentes boletines, narrados por la misma locutora a lo largo de diferentes años en el futuro. Los segmentos encadenados, en un batiburrillo dimensional e infernal de acontecimiento, se convierten en una cadena temporal delirante y sin el menor sentido, al faltar los eslabones que permitirían una concatenación lógica de causa y efecto tal como sucede en la realidad cotidiana, donde las tragedias pueden ser asimiladas al haber sido separadas por un espacio temporal que impide su acumulación emocional.

No soporto más este estúpido guión y decido volver a la música del pendrive. El silencio nocturno se hace angustioso, al menos la música me da una ligera sensación de que en algún momento todo esto acabará. Enciendo otro pitillo preguntándome cuánto me durará el cartón que compré antes de iniciar el viaje. Me sonrío pensando en la posibilidad de que cada paquete consumido se reproducirá por arte de magia en el cartón que he tirado de cualquier manera en el maletero. Si he perdido el apetito y no necesitaré más alimento, como parece indicar el que ni siquiera me acuerde de la comida, si el combustible del coche se regenera por arte de magia, espero que las fuerzas poderosas me permitan algún vicio, aunque solo sea esta adicción estúpida al tabaco. Me pregunto si mis pulmones continuarán deteriorándose por el humo o tal vez todas las células se regeneren. Estaría bien no envejecer, no volver a sufrir más enfermedades. Imagino que si me quieren mantener aquí por toda la Eternidad, ya habrán pensado en todo ello.

Me planteo abandonar el coche y explorar más allá del quitamiedos, en la oscuridad. Incluso llego a colocar en el asiento del copiloto la linterna que llevo siempre en el coche y que comprara con tanta ilusión en una ferretería. No necesita pilas, se enciende agitándola con movimientos de la mano. Comienzo a estar realmente enfadado, cabreado, encolerizado, con esta situación estúpida. Decido olvidarme de esa opción desesperada, no porque tenga miedo a lo que podría encontrar unos kilómetros más allá, fuera de la autovía, sino porque he perdido cualquier interés que algún día pude tener sobre la vida, la humanidad o los acontecimientos sin el menor sentido que han salpicado mi vida de alucinado demente. Nada delo que me ocurra de ahora en adelante tendrá el menor interés para mí, me limitaré a seguir dando vueltas en la oscuridad, a detenerme cuando quiera y a dejar que las fuerzas poderosas pongan la música que consideren oportuna para que yo baile la danza del mequetrefe solitario al que ya nadie volverá a ver. Me sonrío al ser consciente de que tampoco tengo ganas de mear o de la otra necesidad mayor. En mi mente intentan brotar palabras chabacanas, groseras, un lenguaje vulgar y horripilante, al fin y al cabo si nunca vuelvo a ver a personas, me puedo permitir el lujo de utilizar el lenguaje que quiera, todas las normas sociales han sido abolidas para mí.

También me pregunto si el aburrimiento me llevará, una vez más, a refugiarme en mi fantasía delirante, creando mundos que me produzcan la sensación de seguir vivo. No me quiero responder a esta pregunta. Me limito a escuchar la canción, tarareándola con mi voz de grillo ronco y desafinado. Una divertida bromita de las fuerzas poderosas.
ESPAÑA, CAMISA BLANCA….

España camisa blanca de mi esperanza
reseca historia que nos abraza
con acercarse solo a mirarla,
paloma buscando cielos más estrellados
donde entendernos sin destrozarnos
donde sentarnos y conversar.

España camisa blanca de mi esperanza
la negra pena nos atenaza
la pena deja plomo en las alas
quisiera poner el hombro y pongo palabras
que casi siempre acaban en nada
cuando se enfrentan al ancho mar.

España camisa blanca de mi esperanza
aveces madre y siempre madrastra
navaja, barro, clavel, espada;
la muerte siempre presente nos acompaña
en nuestras cosas más cotidianas
y al fin nos hace a todos igual.

España camisa blanca de mi esperanza
de fuera o dentro, dulce o amarga
de olor a incienso de cal y caña
quién puso el desasosiego en nuestras entrañas
nos hizo libres pero sin alas
nos dejó el hambre y se llevó el pan.

España camisa blanca de mi esperanza
aquí me tienes, nadie me manda
quererte tanto me cuesta nada
nos haces siempre a tu imagen y semejanza
lo bueno y malo que hay en tu estampa
de peregrina a ningún lugar.

Fuente: musica.com
Letra añadida por poppop34

Ana Belén

PERDIDO EN EL TIEMPO XI


PERDIDO EN EL TIEMPO XI

JOHAN SEBASTIAN BACH
VARIACIONES GOLDBERG

Las manos relajadas al volante. La mirada tranquila al frente, como si la autovía fuera solo para mí. El pie pegado al acelerador, sin la menor tensión, manteniendo sin esfuerzo la misma presión. El cuerpo tan sutil como una nube de aire fresco echándose la siesta. La mente como un océano en calma, sin oleaje. He llegado a pensar que estoy muerto, solo que no recuerdo aún lo ocurrido. Tal vez me encuentre en ese estado intermedio del que habla el libro tibetano de los muertos, justo antes de que el difunto se haga consciente de haber fallecido.

No puede existir mejor música para acompañar esta placidez melancólica que me invade. Es curioso, pero tengo el pendrive repleto de música de Bach, el más espiritual de los músicos, las pasiones, las cantatas, los conciertos de Bradenburgo, el arte de la fuga, el clave bien temperado, las suites para violonchelo solo de Casals…y sin embargo la mano que maneja la aletoriedad ha esperado hasta ahora para poner una pieza del maestro.

Si estuviera muerto, pienso, habría pasado por la fase de ir recapitulando mi vida entera, como en una película proyectada a velocidad vertiginosa, como dicen que ocurre al morir. Pero mi pasado es un gran vacío, un agujero negro que se ha tragado todo y lo ha comprimido en una minúscula partícula que es mi consciencia, la sensación de ser yo.

Haciendo un esfuerzo recuerdo que me pasé décadas escribiendo compulsivamente. Toda mi obra está inacabada, docenas de novelas esbozadas, a medio escribir, pendientes de rematar. Un apartamento repleto de cuadernos, libretas, álbumes ilustrados con trozos de mis novelas, archivadores con documentación, con copias de trabajo. Alguien lo quemará todo si no aparezco, o tal vez ni se moleste en darle un final esotérico a tanta insensatez, se limitará a tirarlo todo a la basura, como restos de comida sin digerir.

Horas y horas subiendo textos a Internet que permanecerán en el más absoluto de los olvidos, nadie se preocupará de eliminarlos porque ni siquiera saben que existen en páginas que ya ni aparecen en Google porque llevan años sin recibir visitas.

VANIDAD DE VANIDADES Y TODO ES VANIDAD

Amé porque si no amas no estás vivo y yo creo que lo estoy, que lo estuve. Creo.

Nací sin haberlo solicitado en un punto de la línea temporal, sin recordar qué era antes, sin saber quién decidió sacarme de la nada. Y ahora estoy en algún lugar del tiempo, perdido. En alguna dimensión desconocida, en un universo de oscuridad del que el bing bang arrojó, como un vómito, una autovía circular, como un infierno sin principio ni fin.

VANIDAD DE VANIDADES Y TODO ES VANIDAD

¡Cuántas mañanas, tardes y noches! Un alba encdenada, un ocaso repetido hasta la saciedad. La lucha de un bípedo por sobrevivir en una sociedad donde el trabajo envilece y la falta de trabajo mata. Ganas el pan con el sudor de tu frente y con el sudor del de enfrente si eres corrupto y te crees listo.

PORQUE TODO ES VANIDAD. VANIDAD DE VANIDADES Y TODO ES VANIDAD.

Millones y millones de bípedos han surgido y se han apagado. Ya no existe el menor recuerdo de ellos. La historia es un libro infantil, repleto de monstruos malos y de algún niño bueno, empeñado en asustarles con su magia infantil.

Ta-ta…tara-rá, etc

El maestro Bach hace un repaso melancólico a la vida fugaz, mientras en la habitación de al lado el poderoso insomne intenta pegar los ojos que se abren como platos ante tantas causas para el remordimiento.

VANIDAD DE VANIDADES Y TODO ES VANIDAD

¡Tanta lucha inútil, tanta angustia sin sentido! El miedo al mañana nos hace despreciar la dulzura de una uva madura robada al pasar o la sonrisa de un niño que aún no sabe qué es el mañana.

Recorremos un camino que no lleva a parte alguna, pisoteando flores y talando bosques donde ya no cantarán los pájaros que siempre fueron felices.

No disfrutas del momento y ahora solo nos queda el recuerdo de lo que pasó a nuestro lado, mientras hacíamos cálculos con el dinero que nos permitiría vivir hasta los mil años, porque nadie muere nunca, la vida es un regalo a perpetuidad.

Incapaces de saber de la fugacidad de las cosas haces planes para cuando dentro de un millón de años tengas que trasladarte a una residencia de ancianos.

PORQUE TODO ES VANIDAD Y VACÍO.

Porque el tiempos nos engaña con la supuesta eternidad de nuestras vidas, mientras el sabio al que nunca escuchamos repite el viejo mantra.

VANIDAD DE VANIDADES Y TODO ES VANIDAD

Nos encontramos con miles de viajeros atareados, nadie se detiene para esbozar una sonrisa, para tomar una mano, para preguntar con rostro alegre: ¿Cómo te va, hermano? ¿ No querrías que te llevara tu pesado fardo hasta la próxima posada?

Y mientras las manos angelicales del gran Bach recorren el teclado, olvidado por completo de que en la habitación de al lado por fin ronca el poderoso, el tiempo ha ido fluyendo como un gran rio caudaloso desde el principio de los tiempos, arrastrándolo todo a su paso, para conducirlo al mar que es el morir. Y allí van los poderosos y los proletarios anónimos, y los políticos que intentan manejar el destino de sus hermanos, y los famosos a quien nadie ya recuerda, perdido su rastro en un universo infinito que se expande hacia la mar, que es el morir.

Gruesos lagrimones brotan de mis ojos, cayendo sobre el cuero del volante y resbalando hasta la alfombrilla, a mis pies, que es el mar a donde conduce todo, la alegría y la desdicha, la risa y el llanto.

PORQUE… VANIDAD DE VANIDADES Y TODO ES VANIDAD

Mientras recorro la autovía del infierno, a los costados de este vehículo, Pegaso alado que me lleva al Sheol, veo encenderse la oscuridad, como millones de pantallas donde se proyecta toda mi vida. Solo puedo ver un retazo de cada escena, porque la velocidad es constante, ciento veinte por hora, ni un kilómetro más ni uno menos.

Y veo a mis yoes repetir durante toda la eternidad cada instante que pasó, desde el niño que apenas reconozco, hasta ese gordito pausado y trabado que subió al coche hace unaas horas que ahora son siglos y milenios y algún día serán universos que se encienden y apagan.

PORQUE TODO ES VANIDAD. VANIDAD DE VANIDADES Y TODO ES VANIDAD

Mi rostro húmedo no se inmuta, mis ojos empañados ya no pueden ver el asfalto, pero no importa, porque alguien conduce por mí, en realidad estoy paralizado en un tiempo sin límites que me sugestiona intentando hacerme ver que se está moviendo. Yo sé que alguien ha dado al pause y la imagen está congelada.

Y mientras las escenas se suceden en las pantallas encadenadas solo lamento que el amor sea tan breve y que uno no pueda amar para siempre, a todos y a todo, porque si hay algo que podría vencer al tiempo es el amor, sin embargo no amamos lo suficiente para que eso suceda algún día. Por eso el tiempos nos aprisiona en un goteo constante de segundos que horadan la piel del alma. Somos coladores ambulantes.

Y esta vez sí, bajo la mano y retrocedo hasta el principio, cuando ya la música del más espiritual de los músicos ha terminado en una nota que ha quedado colgando, a la espera de que el movimiento de mi brazo, que ha recorrido toda la eternidad, llegue hasta el botón del «Repeat».

Y todo comienza de nuevo, como si el universo se hubiese contraido, presto a expandirse otra vez. Ta-ta, tarará, etc etc

Mi voz surge de una caverna tan profunda como el infierno. Me asusta saber que aún poseo voz.

VANIDAD DE VANIDADES Y TODO ES VANIDAD

 

PERDIDO EN EL TIEMPO X


PERDIDO EN EL TIEMPO X

EL HOMBRE DEL PIANO

DE BILLY JOEL, VERSIÓN DE ANA-BELÉN

PERDIDO EN EL TIEMPO

EL HOMBRE DEL PIANO

DE BILLY JOEL, VERSIÓN DE ANA-BELÉN

Estoy tan descentrado que he pensado emborracharme y olvidarme de todo, pero caigo en la cuenta de que en el maletero no hay ni una mísera botella de alcohol, nunca bebo cuando viajo y menos si conduzco, no solo por temor a ser acusado de un delito contra la seguridad del tráfico, que ya sería el remate de mi aciaga vida, sino sobre todo porque soy responsable y nunca llevaría conmigo al infierno a nadie que no quisiera, y aún queriendo, que cada cual vaya por sus propios medios, además, claro, porque no suelo beber, cuando quiero evadirme utilizo la imaginación, uno de los dones más preciados que nos han sido entregados para caminar por este valle de lágrimas. Sin embargo ahora lo necesito, ya no puedo sugestionarme pensando que esto es solo uno de mis delirios, una de esas alucinaciones que me persiguen como moscas cojoneras, esto es serio, tan serio como el mismísimo infierno.

Me pregunto si alguna vez podré volver a emborracharme, o tan solo tomarme un vasito de agua bien fresquita o una cervecita helada en verano. ¿Habrá un nuevo verano para mí, o una primavera o un crudo invierno o un melancólico otoño? Lo dudo. Tampoco sé si podré volver a disfrutar de alguno de mis platos favoritos, un buen cocidito madrileño, una paella de marisco, unos callos bien picantitos, se me hace la boca agua, pero es curioso, no siento el menor apetito, ni una de esas hambres voraces de las que tanto he disfrutado.

¿Habré perdido también el deseo sexual? Soy como ese viejo perdedor que toca al piano viejas canciones de perdedor. Ya no queda nada, solo el piano y la embriaguez de una borrachera que se va diluyendo. ¡Qué oportuna la canción! Y también que oportuno que sea en la voz y la figura de Ana-Belén, uno de mis mitos eróticos de toda la vida. Nada sucede cuando pienso en ella, es como si ya no tuviera nada entre las piernas, ni siquiera piernas, ni tronco, ni cabeza, es como si el jodido cuerpo se hubiera congelado entre protones, neutrones y fotones. El camino en la noche es tan largo como el infierno, podría detenerme de una vez y echar un sueñecito, aunque me arrollase un tráiler, pero es que ni siquiera recuerdo el agradable sopor que precede al sueño. Toca otra vez, viejo perdedor, haces que me sienta bien. Sí, al menos tengo la música, a no ser que se congele en la frialdad cósmica. Toca otra vez… y otra… y otra…

Esta es la historia de un sábado
de no importa que mes
Y de un hombre sentado al piano
de no importa que viejo café.

Toma el vaso y le tiemblan las manos
apestando entre humo y sudor
y se agarra a su tabla de náufrago
volviendo a su eterna canción

Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel

Cada vez que el espejo de la pared
le devuelve más joven la piel
se le encienden los ojos y su niñez
viene a tocar junto a él
Pero siempre hay borrachos con babas
que le recuerdan quién fue
el más joven maestro al piano
vencido por una mujer

Ella siempre temió echar raíces
que pudieran sus alas cortar
y en la jaula metida, la vida se le iba
y quiso sus fuerzas probar
No lamenta que dé malos pasos
aunque nunca desea su mal
Pero a ratos con furia golpea el piano
y hay algunos que le han visto llorar

Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel

El micrófono huele a cerveza
y el calor se podría cortar
solitarios oscuros buscando pareja
apurándose un sábado más

Hay un hombre aferrado a un piano
la emoción empapada en alcohol
y una voz que le dice: «pareces cansado»
y aún no ha salido ni el Sol

Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel

Fuente: musica.com

PERDIDO EN EL TIEMPO VIII


 

PERDIDO EN EL TIEMPO VIII

RICHARD WAGNER
MARCHA FÚNEBRE DE SIGFRIDO DEL OCASO DE LOS DIOSES

¡Vaya! ¡Qué cambio! Esto de la aletoriedad tiene sus sorpresas. Los dioses vienen a visitarme para indicarme el camin… no precisamente el camino al Valhalla sino el camino al infierno. Sigfrido era humano y aunque bañado en la poderosa sangre del dragón Fafner tenía su talón de Aquiles, como todos los humanos. No le sirvió de nada seducir a la diosa, a Brunhilde, convertirla en humana y destrozar su corazón con su propia muerte. Aún así no todo fue en vano, con su muerte llegó el ocaso de los dioeses, el apocalipsis, el final, por fín el final largamente ansiado. Todo se acaba, dioses y hombres, planetas y universos. Somos nada y a la nada regresamos.

Las farolas parecen haber regresado a la nada de donde un día salieron. Creo que he terminado el recorrido y comenzado una segunda vuelta. No podría decirlo con seguridad, sigo sin ver salidas, el guardamiedos no se interrumpe nunca, no hay gasolineras ni moteles, ni puticlubs de carretera, ni urbanizaciones, no hay nada, solo a lo lejos las luces de la ciudad, que por suerte aún no se han apagado. El reloj del coche parado a las 00,00, mi reloj de pulsera detenido a las doce en punto. He mirado el móvil que llevo en el asiento del copiloto, tambien ha decidido que para mí ya no habrá más tiempo. He sentido la tentación de estacionar en el andén e intentar llamar a alguno de mis contactos, para ver si tengo cobertura, si me puedo comunicar desde una dimensión a otra. No me he atrevido, es la música ideal para que todo regrese a la realidad y un camión me embista por detrás.

¿Es lo que me espera? ¿Dar vueltas a la autovía durante toda la eternidad? Esto no puede ser cierto, no puede estar pasando. Además esto cada vez se pone peor, sin farolas, sin luces, sin paisajes, urbanos o naturales. ¿Amanecerá en algún momento? No quiero ni pensarlo. Toda la eternidad en la noche eterna. El recorrido a la circunvalación me ha parecido corto. No tengo buen sentido del tiempo.

Tata-tatá…Tata-tatán…Tará-tará-tararara…tará…tará…tarará.

No está mal para tu entierro, Sigfridito. Los dioses en el Walhalla, las fuerzas poderosas, lo tramaron bien. El ataús sobre ruedas se desliza suavemnte sobre el asfalto.

Tatá-tatám-tatá-tatám…

La maldición del anillo te persigue aún, has creado una puerta dimensional al infierno y ahora te deslizas hacia la noche eterna por una autovía solitaria, apenas iluminada por los faros de tu coche. Todo es oscuridad. Las farolas han fenecido definitivamente, sería un milagro que volvieran a la vida. De momento aún puedes contemplar a lo lejos las luces de la gran metrópoli, pero me temo que eso no durará mucho.

Tata-Tatám.

Eres un cadáver consciente que escucha su propia marcha fúnebre mientras se desliza a más de ciento veinte por una cinta de asfalto sin fin, los rayos luminosos señalan el recorrido fúnebre. Nadie porta a hombros el ataúd. Los dioses están lejos, en lo alto, ocupados intentando salval el Valhalla del apocalipsis. El mundo ha desaparecido para ti, tras matar al dragón. La sangre no te protegió de las inclemencias de la vida. El amor de la diosa fue aniquilado por la muerte.

Tata-tatám…

No se puede luchar contra las fuerzas del destino. La soledad del guerrero es tu única compañía. Los recuerdos son la densa oscuridad que todo lo aniquila más allá de la cienta de asfalto. Lo que fuiste ya no existe, lo que eres se reduce a un viejo coche coriiendo a ninguna parte, lo que serás es lo mismo que ahora eres.

Tata-tatám…

Naciste de la nada y regresarás a ella, tras un eterno recorrido en la noche. Todo es fugaz. Todo es frágil, nada existe realmente. Fuiste un sueño caprichoso de algún dios en el Valhalla, un dios que ahora se ha olvidado de ti.

Tata-tatám…Tata-tatám…

Hasta la marcha fúnebre tiene su propio fin. Nada es para siempre, nada permanece. Que los dioses aleatorios me castiguen con la próxima pieza y la siguiente y la siguiente…En algún momento la alucinación perderá intensidad y volveré a reencontrarme con la realidad, se volatilizará en el aire, de donde surgió y ante mis ojos alucinados aparecerá la ansiada salida.

Tata-tatám…Tata-tatám…Tará-tará-tararara…tará-tará-tarará….

PERDIDO EN EL TIEMPO VII


PERDIDO EN EL TIEMPO VII

KEITH JARRET
THE KÖLN CONCERT

Me va a venir muy bien escuchar algo animado y al mismo tiempo relajante, una música alegre vital. La descubrí en mi juventud, por lo que debe de ser del año 1975 en adelante. Tengo en casa el vinilo, pero he podido conseguirla en un archivo de MPS para escuchar en el coche. Si no recuerdo mal era un concierto que Jarret realizó en Colonia, en Alemania, improvisando al piano. Concretamente recuerdo como una delicia una pieza muy movida que me hizo bailar como un loco mientras la escuchaba. Puede que el resto no sea tan movido, pero aún así el jazz siempre es alegre, la música profunda del alma. Hacía tiempo que no la escuchaba. Ha sido un acierto meterla en el pendrive para este viaje.

Mis dedos bailan sobre el volante…¡Por fin una música alegre! ¡Pero qué digo! ¿Acaso la del boss no lo es? Dejemos aparte sus letras, que están en inglés y no las entiendo. ¿Hay algo más alegre que el rock? Bueno, sí, tal vez el jazz, tal vez… Desde luego Keit Jarret es un pianista para quitarse el sombrero y esta música, en concreto, hace cosquillas en los rincones más alegres del alma.

Creo que estoy loco, o al menos muy tocado. Desde que comenzara esta alucinación -no puede ser otra cosa- no creo que hayan pasado más de dos horas, y sin embargo me siento como si hubieran transcurrido meses, años…He perdido la noción del tiempo. Digo alucinación por decir algo, por encontrar una razón, una lógica, a lo que me está pasando. Las farolas siguen apagándose, aunque ya deben de quedar pocas, si la vuelta completa dura lo que yo pienso, poco más de dos horas. Cuando se apaguen todas me moveré en una noche perpetua. Bueno, las lejanas luces de la ciudad no tendrían por qué apagarse también. Aunque tal como están las cosas aquí se va a apagar hasta el lucero del alba. La música alegre me está contagiando, a veces levanto un poco el pie del acelerador y me paso al otro carril, vacío, por supuesto, o sin darme cuenta aprieto el acelerador y comienzo a jugar con el volante, como si estuviera solo en la autovía, como si nadie me fuera a molestar, ni siquiera «los civiles», los radares, los helicópteros con visión infrarroja.

Estoy yendo a demasiado velocidad, me acabo de dar cuenta al mirar el cuentakilómetros, de reojo, porque lo que me interesa es saber si el depósito se está vaciando. No es así. El reloj también funciona, el marcador de revoluciones idem, todo podría tener una explicación razonable… pero no la tiene, lo sé y basta. Podría acelerar al máximo, alcanzar la máxima velocidad de crucero que me permite este coche y que nunca he probado. Luego pod´rian venir «los civiles» con sus luces y sirenas, se armaría un buen Cristo, me llevarían esposado, me harían la prueba de alcoholemia, de drogas, tal vez hasta me dieran un par de sopapos, si alguien estaba muy cabreado esa noche. Sería fantástico, nada como salir de una alucinación con un par de sopapos. Terminaría en el calabozo, sino internado en un psiquiátrico. Se quedarían pasmados cuando me pusiera de rodillas y les diera las gracias por haberme salvado. Pensarían que estaba majara y a mí no me importaría con tal de salir de esta infernal alucinación.

¿Estoy alucinando? ¿Realmente estoy loco? La autovía continúa desierta, las farolas farolas se apagan como si alguien las estuviera disparando con un subfusil de asalto A4, creo recordar, es el único que conozco, de las películas. Lo curioso es que el francotirador se ha debido de contagiar de la música de Jarret y a veces la farola se apaga muy deprisa, otras con más lentitud, como siguiendo el ritmo de los dedos de Keith sobre el piano. La aguja del medidor del depósito no se mueve, y van dos horas, si todos los coches funcionaran así arruinaría a las petroleras. El reloj parece ir bien, marca las 23.00 horas, lo mismo que mi reloj de pulsera, que va atrasado un minuto. A pesar de toda la atención que he puesto en ello sigo sin ver indicadores, salidas, gasolineras, luces de edificios, solo el quitamiedos, sin interrupción. No he visto una sola gasolinera. Cerca de la autovía ni una luz, solo las luces de la metrópoli, allá, a lo lejos. ¿También se apagarán en algún momento? ¿Me quedaré en la más absoluta oscuridad, dando vueltas como un tonto?

¿No es esto lo que había pedido? ¿Perderme en el tiempo, regresar al pasado, comenzar todo desde el principio? O tal vez fuera mejor perderme definitivamente en otra dimensión, exclusiva para mí solito? Es posible que sea este último deseo el que se me ha concedido, en el fondo era lo que deseaba. ¿O no?

Esto parece una película de terror. En cualquier momento un ovni aparecerá sobre el coche, me iluminará con una gran luz y seré abducido. No lo creo, un extraterrestre también sería compañía y mi deseo era estar solo, definitivamente solo, solo para siempre.

¿Qué estoy pensando? La realidad es terca como una mula. En cualquier momento saldré de este espejismo oscuro, los coches volverán a pasar, las farolas iluminarán el asfalto, como siempre, y me santiguaré por haber logrado sobrevivir en una autovía abarratada que en mi alucinación he visto como desierta.

En efecto, la música movida está en la segunda parte del concierto. Los pies se mueven sobre los pedales, freno y acelero al ritmo endiablado del maestro. Mis dedos bailan sobre el volante, como si fuera el teclado de un piano redondo. El coche está haciendo eses, zetas, hasta volteretas. Pienso que en el supuesto de que nunca despierte de esta alucinación siempre me quedará la muerte. Puede que la autovía esté desierta, que las farolas se apaguen, que no gaste gasolina, que los relojes se acaben parando, que no tenga hambre a pesar de llevar muchas horas sin comer, que no tenga sed, puede que ya no necesite comer ni beber el resto de mi vida, pero no soy inmortal, ni los dioses pueden hacerme inmortal. Así que si doy un volantazo y atravieso la mediana y el coche se pone a dar vueltas… seguro que acabo matándome. Pase lo que pase, siempre me quedará la muerte.

¡Quieto chico! Aún no ha llegado el momento, pisa el freno que la música regresa a un ritmo suave. Por un momento he llegado a pensar que esto es casi peor que estar encerrado solo en mi apartamento. Me estoy llamando idiota en voz alta. Me estoy pellizcando el brazo con fuerza. El dolor me ha hecho gritar. Al menos veo que conservo el cuerpo de siempre, este cuerpo grasoso, obeso, donde las terminaciones nerviosas aún siguen existiendo. ¿Y si me quedara aquí, en esta autovía infernal, dando vueltas como en un tiovivo durante toda la eternidad, sin ver a nadie, sin percibir a nadie, sin encontrarme con nadie, solo como el tonto de Sísifo? Mientras hay dolor hay esperanza. Tranquilo, muchacho. ¿También esperanza? Bueno, al menos amanecerá a su debido tiempo. La luz difumina cualquier telaraña de la mente, del espíritu. Pero… ¿Y si nunca amaneciera?

La idea me estremece. Amo la noche, es cierto, soy una especie de vampiro psíquico, aunque debo reconocer que una noche perpetua sería para pensárselo con calma, al menos en una autovía desierta. Al menos siempre tendré la opción de acabar con todo estrellándome con el coche a doscientos por hora. Si el cuerpo puede sentir dolor… también puede morir. Recuerdo aquellos años de juventud, ahora tan lejanos, los desesperados, terribles intentos de suicidio. Bueno, nunca fue una solución, pero ahora tal vez lo sea, una puerta abierta en la noche para salir de este circuito infernal.

Intento cambiar el hilo de mis pensamientos, que las manos de mi mente toquen con delicada energía este piano invisible. Que los dedos del gran Jarret guíen mi camino. La vida es como un inmenso piano que uno va tocando siguiendo inalterables melodías del destino, una vez las manos se deslizan sobre las sutiles teclas del espíritu, trenzando una melodía que viene de otro mundo, pero las más de las veces aparecen las teclas más graves, generando un sonido bronco, sin sentido, feo molesto. Solo un maestro como Jarret puede tocar todas las teclas con la misma maestría, con esa alegre ligereza de la bailarina de ballet, moviéndose sobre sus puntillas, como evitando los charcos de la vida.

Mis dedos siguen golpeando sin maña el cuero del volante, buscando en vano identificarse con las manos del ángel negro, en éxtasis sobre el piano, los ojos cerrados, la mirada perdida en lo más profundo de su mundo interior. La luz de la farola es una tecla invisible que agoniza rápidamente antes de morir, al compás de mis dedos, al compás de sus dedos. El ángel negro sobre el cielo oscuro, acariciando la tecla correspondiente, que ya nunca resucitará, porque no es necesario en un teclado infinito. Imagino las farolas como teclas de ese piano invisible que va recorriendo Jarret, sentado en el cielo oscuro, y por un instante su parpadeo, antes de morir, se acompasa a la perfección de la música. No puede ser cierto, pero lo es. Siento un vértigo infinito en mi cabeza. Todo comienza a dar vueltas, todo se ha transformado en un gigantesco tiovivo. Veo de reojo el cuentakilómetros, doscientos y subiendo. Mi pie derecho parece el miembro de un guiñol, manejado por fuerzas ocultas. Voy a morir, aunque el asfalto esté desierto, la velocidad es demasiado alta como para seguir manejando el coche con seguridad, aún más de noche, con las farolas apagándose a mi paso, como si alguien estuviese disparando al blanco, al patito, en la feria, un francotirador portentoso que nunca falla, pero que no quiere apuntarme a mí a la cabeza. A esta velocidad moriré seguro, pase lo que pase.

Una idea salvadora me cosquillea la nuca. Llevo horas sin fumarme un pitillo. No puedo salir para estacionar en un sitio seguro, no puedo detenerme en el arcén, porque puede que todo sea una alucinación y los coches sigan moviéndose a gran velocidad en la autovía, aunque yo no los vea. El quitamiedos parece haberse estirado como un chicle para superar cualquier fisura lógica en una autovía. Parece como si los trozos que han sido desgajados para proporcionar una salida a la autovía del infierno se hubieran estirado el uno hacia el otro, como los brazos de dos hermanos que buscan el contacto antes del final. Voy a tener que fumar en el coche. ¡A la mierda la multa! Si esto no es una alucinación ya me habrán puesto tantas multas que será un placer pagarlas todas al despertar. Alargo la mano hacia la cajetilla de tabaco y el mechero, en el asiento del copiloto. Y entonces ocurre el milagro. Suenan aplausos, comienza una música más suave y delicada y el pie derecho deja de oprimir el acelerador. Ya había sobrepasado los doscientos veinte y subiendo. ¡Uff! Me he librado por los pelos. Observo cómo la aguja va descendiendo poco a poco hasta los ciento veinte. ¿Y pensaba fumarme un pitillo a más de doscientos?

Como puedo saco un pitillo y lo enciendo. Bajo el cristal de la ventanilla y saco el brazo izquierdo. La noche es fresca aunque muy agradable. Observo la temperatura. El marcador numérico no se ha movido de los dieciocho grados. Una buena temperatura, si decide bloquearse y ni sube ni baja. Me dispongo a disfrutar del primer pitillo en horas. Aspiro el humo y lo expulso al exterior. Si esto no fuera real ya me habría caído otra multa, ya estaría sin puntos, sin permiso de conducir, ya estaría muerto, posiblemente. Pero esto es real. Comienzo a reírme histéricamente. Esto es real-esto es real-esto es real.

Fumo tres pitillos, sin prisa, hasta quedar saturado. Estoy más tranquilo. Una curiosa sincronía me ha permitido disfrutar de una autovía desierta en plena noche. Eso ocurre a veces, pocas, pero ocurre. Y mi depresión desde el divorcio me ha traumatizado, mi fantasía me ha llevado al delirio hasta el punto de creer ver cómo todas las farolas de la autopista se han ido apagando a mi paso. Todo tiene una explicación.

¿Todo? Las farolas se siguen apagando. Bueno, tal vez sea difícil encontrar una explicación razonable. Aunque es posible que en los telediarios de mañana me encuentre con la razón de todo esto. “Un extraño apagón en la autovía de circunvalación, debido a un fallo informático, ha estado a punto de costar la vida a varios conductores, que aterrorizados por lo insólito del espectáculo, tuvieron que ser atendidos en diferentes hospitales. Paso la conexión a nuestra compañera… que se encuentra en el hospital…”

Bueno, sí, es algo bastante insólito, desde luego. Pero, ¿por qué no podría ocurrir? Cosas más extrañas están ocurriendo en nuestro mundo, en nuestro país, como que vayamos a unas terceras elecciones. La soledad es la peor de las patologías. Seguro que si alguien me acompañara en el coche, ahora estaríamos riéndonos los dos a carcajadas.

Se acabó el concierto. De nuevo los aplausos. Al menos, si esto resulta ser real, tendré al divino Jarret y a otros muchos dioses de la música para hacer que el camino de Sísifo sea más llevadero. He sobrevivido una hora más, puedo sobrevivir otra y otra y otra. No tengo prisa, nadie me espera en parte alguna.

Creo que me fumaré otro pitillo. Lo necesito.

 

PERDIDO EN EL TIEMPO VI


PERDIDO EN EL TIEMPO VI

LIGETI

REQUIEM KYRIE

Era lo que me faltaba, ahora una música especialmente adecuada para entrar en un trance terrorífico. Lo escuché por primera vez en la película 2001 de Kubrik. Creo que era la escena del monolito y los monos, el amanecer del hombre. Ya es casualidad que ahora aparezca en la reproducción aleatoria de la música que tengo en el pendrive.

Las farolas continúan apagándose, una tras otra, implacablemente. La autovía está completamente desierta y lleva así ya varios minutos. Esto no es normal, mon Dieu. Tampoco he visto ni un solo letrero indicador. He mirado la aguja del depósito de gasolina, y creo que no se ha movido. ¡Dios mío! Espero haberme equivocado.

Al menos el reloj funciona, marca las 22,30. Mi reloj de pulsera también sigue funcionando. El cuentakilómetros marca bien la velocidad. Todo está bien, aparte de las farolas, que no pase un solo coche y que la aguja del depósito se haya atascado. Bueno, tampoco es muy normal que a estas horas no tenga hambre, aún más después de haber comido pronto y muy poco. El estómago no me molesta, está vacío pero lo siento repleto, tampoco tengo acidez.

Sé que esto pasará, tiene que pasar. Un delirio no es para siempre, lo mismo que el sueño, te duermes, pasas un tiempo dormido y luego despiertas. Es el proceso habitual. Solo es un susto, un cúmulo de coincidencias, nada más. Ha sido la desesperación, la soledad es el peor de los estados posibles. He deseado que algo me tragara, fuera del tiempo, lejos de todos, un castigo de los dioses, convertirme en el nuevo Sísifo, en su hermano Salmoneo, devorado eternamente por las llamas sin consumirse, en Tántalo, siempre hambriento, siempre sediento, el gitante Ticio, picoteado por los buitres, en Ixion, atado a una rueda que gira en el aire sin descanso, en Atlas que sostiene el mundo sin descanso, en Prometeo, picoteado por las águilas. Pero esto sería aún peor, condenado a dar vueltas y vueltas a una autovía desierta, en plena noche, sin poder salir nunca de ella, sin sentir hambre o sed, sin tener que hacer necesidades, bajas y rastreras. Me pregunto si la gasolina se acabaría en algún momento, si las piernas se me dormirían y el trasero se me llenaría de escaras.

Echo de menos un pitillo, pero aún no quiero arriesgarme. Esto podría ser un delirio y en cualquier momento un coche ululante me detendría y me pondrían una multa por fumar conduciendo. Me siento tentado a dar las luces de avería y estacionarme en el andén, pero temo que el hechizo se rompa y de pronto aparezcan una manada de coches tras de mí, a toda velocidad, y me lleven por delante, temo provocar un accidente. Aguantaré unas horas más, ninguna autovía, ninguna autopista del mundo puede permanecer desierta horas y horas.

Esta música me pone el vello de punta, hasta podría convencerme de que he traspasado alguna línea dimensional y dejado atrás todo, todo excepto lo que soy y mi maldito coche del que nunca podré separarme. Tendría gracia que hubiera atravesado esa grieta entre mundos de la que habla don Juan, esa vagina cósmica como la denominan también esos dos increíbles humoristas que son don Juan y don Genaro. Me pregunto si se me permitirá conservar la libido, el deseo sexual. Al menos la imaginación ya que no podré volver a comer ni beber. Bueno, eso estaría bien, porque ¿dónde encontraría alimentos? ¿dónde podría parar para tomarme una cocacola bien fresquita? No he vuelto a ver una sola gasolinera, ni las luces de un motel de carretera, ni un restaurante, nada, absolutamente nada. Es como si estuviera atravesando el desierto del Sáhara, como si me hubiera perdido en la futura autopista que algún día lo recorrerá. O mejor, el desierto del Mojave, o el de Chihuauha, o el de Sonora. ¿Era éste el desierto que don Juan hizo recorrer a Castaneda?

Lo bueno de todo lo que me está ocurriendo es que no tengo prisa por llegar a parte alguna, no tengo hogar, no tengo nada que me retenga. Puedo pasarme la noche dando vueltas y vueltas a esta autovía del infierno sin llegar ni salir de parte alguna. Puedo permitirme ese lujo. Aún no he probado el móvil. ¿Funcionará el móvil? En cuanto me convenza de que esto es real, de que ni un solo coche hollará este asfalto, me detendré en el arcén, intentaré comunicarme con alguien. Un “wasape” a alguno de mis contactos, una llamada, un SMS. Es una de las primeras cosas que debo comprobar, si estoy incomunicado. También si funciona la radio, pero eso no me preocupa, tengo música para dar varias vueltas sin repetir una sola pieza.

¡Pero qué digo! Debo estar volviéndome loco. Nada así va a ocurrir, estoy delirando. En algún momento todo regresará a la normalidad y mañana me tumbaré en mi sucia cama, en el apartamento, y dormiré doce, veinticuatro horas, tres días seguidos, lo que necesite. Mientras tanto disfrutaré de la música, de la noche, de la autovía desierta, del silencio, de esta agradable temperatura -¿sigue el termómetro del coche en los quince grados?- y sobre todo de ese pitillo. Mi reino por un pitillo.

Tengo que parar en algún sitio y fumarme ese maldito pitillo, mientras miro por el retrovisor cómo se acercan los faros de otro coche, porque seguro que ocurrirá. Bueno, creo que no me va a importar que me echen otra multa más, bajaré el cristal de la ventana y encenderé un pitillo. Está decidido.

 

PERDIDO EN EL TIEMPO V


 

PERDIDO EN EL TIEMPO V

BEETHOVEN

SEGUNDO MOVIMIENTO DE LA SINFONÍA N 7

No-no-no. No, esto no puede estar pasando. Se están apagando más farolas. Además juraría que el tráfico ha disminuido mucho, mucho. No soy un habitual de la circunvalación, pero esto no es normal. Bueno, tal vez mi estado de ánimo no sea el mejor.

Recuerdo la primera vez que la escuché. En aquel colegio navarro a donde nos llevaban durante un mes de las vacaciones de verano. Tres meses con la familia era demasiado tiempo para resistir las tentaciones del mundo del demonio y la carne, por eso nos recogían durante un mes, para estar a salvo. Había mucho tiempo para casi todo, hasta para aburrirse un poco. Tal vez en una tarde de aburrimiento decidí probar el tocadiscos que había en una salita de música. Casi todo era música clásica y la poca música moderna, en discos sencillos, no era precisamente de mi gusto. Así descubrí a Beethoven, al hermano que nunca ya me dejaría. Allí estaban todas sus sinfonías y las escuché emocionado, de la primera a la novena. La séptima me pareció maravillosa, la apoteosis de la danza, creo que la han llamado. El segundo movimiento me parece un caminar como de puntillas, un paso de ballet haciendo algo, que bien podría ser apagando velas en la noche.

En esta caso parecen ser farolas. Lo vengo notando desde hace un rato. Cuando la música se ralentiza levanto un poco el pie del acelerador, disminuyo la velocidad y las farolas parecen apagarse con más parsimonia. Cuando la música se aviva aprieto un poco el pie, acelero y las farolas parecen apagarse más deprisa. Puede que solo sea que me estoy sugestionando, pero lo cierto es que las farolas se apagan y no vuelven a encenderse.

Los demás conductores deben estar alucinando en colorines. ¡Pero qué digo! Hace ya rato que observo que el tráfico ha ido disminuyendo y ahora no veo un solo coche, ni uno. Tras de mí va quedando la oscuridad y el asfalto desierto. ¡Oh Dios! ¡Oh, my God! Siempre que le he pedido algo a Dios, aunque fuera muy razonable, me lo ha negado. Y ahora que le pido que me saque del tiempo, retroceder al pasado, comenzar de nuevo, va y me lo concede. ¿Quién dijo aquello de cuidado con lo que pides a Dios, no sea que te lo conceda? Tal vez Santa Teresa de Jesús, no me acuerdo.

No, no, no, Dios, retiro lo dicho, no me hagas esto, no me hagas caso, porfi, esta vez no. Pero está ocurriendo. Las farolas continúan apagándose. Debo estar alucinando. Eso es, estoy tan afectado que la noche y mi fantasía me están organizando un delirio de lo más terrorífico. Que se apague una farola, vale, pero que se vayan apagando todas, conforme paso, y además al compás de la música, esto no sucede ni en las novelas de Stephen King.

No recordaba haber puesto este movimiento en el pendrive, sí la sinfonía completa, todas las sinfonías. Suelo hacerlo, en cada viaje largo escojo un autor sinfónico y cargo todas sus sinfonías. Esta vez le tocó a Beethoven, pero no puedo recordar haber escogido precisamente este movimiento, me gusta más el primero, tal vez creí poner la sinfonía completa y me confundí.

En cuanto vea una salida, abandono. Prefiero pasar la noche en cualquier gasolinera, puedo echar una cabezadita y luego seguro que me encuentro mejor. Pero hace rato que tampoco veo letreros indicadores. Esto no me puede estar pasando. Vale que la vida no se haya portado muy bien conmigo, pero al fin y al cabo es vida, no quiero pasarme el resto de la eternidad dando vueltas a una autovía desierta y encima con las luces apagadas.

 

PERDIDO EN EL TIEMPO IV


 

PABLO MILANÉS

A UN BANQUETE SE SIENTAN LOS TIRANOS

Hay una raza vil de hombres tenaces
De sí propios inflados, y hechos todos,
Todos del pelo al pie, de garra y diente;
Y hay otros, como flor, que al viento exhalan
En el amor del hombre su perfume.
Como en el bosque hay tórtolas y fieras
Y plantas insectívoras y pura
Sensitiva y clavel en los jardines.
De alma de hombres de unos se alimentan:
Los otros su alma dan a que se nutran
Y perfumen su diente los glotones,
Tal como el hierro frío en las entrañas
De la virgen que mata se calienta.

He tocado la tecla de la reproducción aleatoria y me ha salido esta maravillosa canción de Pablo Milanés, de un poema de José Martí, el poeta más humano, más cálido, más cercano, con raíces más profundas en la naturaleza humana, que conozco. Siempre que escucho esta canción algo en mi interior se conmueve, una fibra sensible del alma se estremece. No sé si es la adecuada tras el formidable himno de Bruce que me estaba llevando al infierno en un santiamén, donde un día nací, con doos cueernoos. Tal vez sí, porque si vivimos en el infierno, si este planeta es el infierno, es por ellos.¡Malditos tiranos, dictadores de pacotilla, tragones de garra y diente! Hombrecillos que no valen nada pero que aterrorizan pueblos enteros, naciones, continentes, a toda la humanidad. ¿Cómo es posible que todo el mundo se arrodille a su paso, aterrorizados, y se dejen llevar hasta el matadero, como rebaños de ovejas baladoras?

Tenemos más miedo que vergüenza, nos cagamos en los calzones, dejamos que estos hombrecillos de garra y diente nos gobiernen, que los corruptos nos quiten el pan de la boca, que escondan sus dineros en los paraísos fiscales mientras nosotros, los proletarios, pagamos los impuestos para que ésta sociedad funcione, mientras ellos, los glotones de alma de hombres se alimentan. A un banquete universal se sientan los tiranos, los corruptos, los traficantes de armas, los traficantes de esclavos, los tratantes de personas, los traficantes de mujeres, los narcos… Y se alimentan de nuestras almas, calentando sus hierros fríos en nuestras entrañas de vírgenes ingenuas y dolientes.

Recuerdo cómo de joven escuchaba conmovido hasta las lágrimas las canciones de Victor Jara mientras era masacrado por Pinochet. No sé si entonces escuchaba también a Pablo Milanés quien musicó de forma tan hermosa los poemas de José Martí. No sé cuándo se publicó este álbum. No me extraña que no recuerde fechas, estoy perdido en el tiempo, dando vueltas y más vueltas a esta autovía infernal. Tengo que reprimir la tentación de colarme por cualquier salida para fumar un pitillo y tomarme un cafelito. Sé que me pasaría el resto de la noche, perdido, buscando el camino a casa. Mejor aguantar, daré otra vuelta a la circunvalación y clavaré los ojos en los carteles indicadores, esta vez no me puedo pasar la salida.

¡Ondia! Se apagó una farola que acabo de pasar. ¿Pero hay farolas en la autovía? Nunca me he fijado, me conformo con saber que hay luz mientras conduzco. Sí, he podido ver por el retrovisor cómo parpadeaba, como esas farolas de calle, y ahora está muerta. Se nota un trozo de oscuridad donde debería estar su franja de luz. No “pue” ser, no “pue” ser. ¡A ver si Dios me ha escuchado y se dispone a fundir las farolas mientras yo paso! Jajá. Esto se pone interesante. No creo que Dios se moleste en estas tonterías, pero tal vez las fuerzas poderosas estén de juerga, hayan decidido pasarse una noche de jolgorio a mi costa. ¡No me sorprendería! Vale, tíos, o tías, o lo que seáis, os reto a que apaguéis todas las farolas, todas las luces de la ciudad. Os reto a que abráis una puerta en el tiempo y me conduzcáis a otra dimensión. Quiero perderme en el tiempo, pasarme la eternidad dando vueltas y vueltas a esta maldita autovía, escuchando la música que jalonó mi vida.

Para el carro, colega, te estás volviendo majara. Tómatelo con calma y céntrate en lo que estás haciendo. El tráfico parece el mismo. Jajá. Estaría bueno que de repente los coches desaparecieran y me quedara yo solo, dando vueltas y más vueltas a este gusano de luz que se pierde en la noche.

A un banquete se sientan los tiranos,
Pero cuando la mano ensangrentada
Hunden en el manjar, del mártir muerto
Surge una luz que les aterra, flores
Grandes como una cruz súbito surgen
Y huyen, rojo el hocico, y pavoridos
A sus negras entrañas los tiranos.
Los que se aman a sí, los que la augusta
Razón a su avaricia y gula ponen:
Los que no ostentan an la frente honrada
Ese cinto de luz que en el yugo funde
Como el inmenso sol en ascuas quiebra
Los astros que a su seno se abalanzan:
Los que no llevan del decoro humano
Ornado el sano pecho: los menores
Y los segundones de la vida, sólo
A su goce ruin y medro atentos
Y no al concierto universal.

¡Qué hermosos versos, qué hermosa canción! Me hubiera gustado escribir el poema, me hubiera gustado ponerle la música de Pablo Milanés. Esas metáforas tan plásticas, tan contundentes. Siempre que escucho la canción pasan por mi mente la lista de tiranos que han aplastado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Imagino a Victor Jara a punto de ser fusilado en un estadio chileno, imagino a miles y miles de almas, masacradas por dictatorzuelos a quien nadie miraría si caminaran por nuestras calles vestidos de mendigos. Imagino el sufrimiento de tantos cuerpos en los genocidios que ha vivido y sigue viviendo la humanidad. Imagino cómo huyen los tiranos, rojo el hocico, y pavoridos, aterrados por la luz que brota de las entrañas del mártir muerto, como una espada de luz. Imagino cómo esos segundones de la vida, solo atentos a su goce ruin y medro, de pronto son despeñados de sus mansiones y relegados a donde merecen, mientras los mártires, con las entrañas roídas, salen a las calles y se ponen al frente de los nuevos ejércitos de la luz.

Danzas, comidas, músicas, harenes,
Jamás la aprobación de un hombre honrado.
Y si acaso sin sangre hacerse puede,
Hágase… clávalos, clávalos
En el horcón más alto del camino
Por la mitad de la villana frente.
A la grandiosa humanidad traidores,
Como implacable obrero
Que un féretro de bronce clavetea,
Los que contigo
Se parten la nación a dentelladas.

Y si acaso sin sangre hacerse puede,
Hágase… clávalos, clávalos
En el horcón más alto del camino
Por la mitad de la villana frente.
A la grandiosa humanidad traidores,

¡Qué terribles versos, diamantinos, implacables! Y sin embargo José Martí nunca pasa la línea roja, la que separa a los tiranos que hozan en el vientre de los mártires, de éstos y de sus seres queridos, que sienten brotar el odio en sus entrañas, a quienes les gustaría clavarles en el horcón más alto del camino. Sin embargo ese maravilloso verso, es la luminosa línea que separa a la humanidad de las bestias sin entrañas. Y si acaso sin sangre hacerse puede…

Siento humedad en los ojos. Y ya no sé si es por esta humanidad doliente que sigue caminando como un rebaño de corderos hacia el matadero, o por mí mismo, ahora solo, abandonado, desesperado, aferrado al volante, en una autovía infernal que no me lleva a parte alguna. Sé que estoy a punto de entrar en el delirio apocalíptico y profético que me acompaña a lo largo de toda mi vida. Sí, en mi juventud deseé ser un Victor Jara, fusilado por un ogro malencarado en un estadio repleto de llanto y dolor. Quise ser un alma grande, clavada en la cruz, para que el torpe rebaño de ovejas baladoras pudiera abrir sus ojos y ser despertado a la luz que nos hace dignos.

Ahora solo quiero perderme en el tiempo, seguir dando vueltas y más vueltas a esta autovía infernal, que las farolas se apaguen, que las luces de la gran metrópoli se vayan fundiendo, una a una, que los coches vayan desapareciendo, uno a uno, quedarme solo en la noche, escuchando mi música, perdido en otra dimensión, solo para mí. Alejarme para siempre del infierno donde nací.

Si supiera volvería a poner la canción del Bruce.

Naací en el infieeerno, con doos, con doos cueernos. Os arreebataré vueestras creencias, acaaabaré con vueestros baalidos.

Y si acaso sin sangre hacerse puede,
Hágase… clávalos, clávalos
En el horcón más alto del camino
Por la mitad de la villana frente.
A la grandiosa humanidad traidores,

 

PERDIDO EN EL TIEMPO III


PERDIDO EN EL TIEMPO III

BRUCE SPRINGSTEEN
03-BORN IN THE USA

Born down in a dead man’s town
the first kick i took was when i hit the ground
you end up like a dog that’s been beat too much
till you spend half your life just covering up
Chorus
born in the u.s.a.
i was born in the u.s.a.
i was born in the u.s.a.
born in the u.s.a.

Naaací en el infieeerno, naaací en el infieerno, con doos, doos cueeernos. Menos mal que aún conservo el sentido del humor, y menos mal que esta canción interrumpe la racha de baladas, estoy harto de no poder quitarme de la cabeza el mismo bucle sin fin. Necesito un poco de ritmo, un poco de marcha. Sin duda esta es la canción que elegiría para romper la pared dimensional y pasar al otro lado, para perderme en el tiempo. Naaací en el infieerno. Sí, me parió una caldera humeante y desde entonces no he dejado de hervir. Je,jé. Esto no hay quien lo pare, amigo.

¡Quieto, colega, dónde vas! Estoy dando manozatos al volante siguiendo el ritmo, y además, sin darme cuenta, he subido a los ciento sesenta y subiendo. Pisa el freno, colega, o acabarás en el mismo sitio donde naciste. Adelanto coches conduciendo con manos libres, dando palmetazos al volante. Esto es un suicidio. Para el carro, pisa el freno, colócate de nuevo en el carril lento y sigue el ritmo con la cabeza, es menos arriesgado.

No sé cuándo salió esta canción, aunque juraría que fue la primera que escuché del Bruce. Aún no me había casado y me tomaba cubatas en la discoteca, mirando a las chicas. Creo que fue por entonces cuando comencé a fumar, me dieron un pitillo para calmar los nervios y los nervios acabaron por hacerme un adicto al tabaco. Necesito un pitillo, pero en la autovía no se puede estacionar. Me daré con un canto en los dientes si no me llega una multa por esta estupidez. Podría salir en algún sitio, echarme un pitillo y volver a entrar. Sería otra estupidez, seguro que me perdía. Aguantaré, tampoco soy un fumador compulsivo.

No tengo ni idea de lo que dice la canción, seguro que es una letra-protesta, pero realmente es la leche. Si no fuera por ella seguro que me habría dormido en alguno de mis viajes largos. Podría despertar a un muerto. Sí, necesito un poco de ritmo, algo de marcha, para olvidar, para calmar este delirio que casi me hace creer en la posibilidad de pasar a otra dimensión y continuar, perdido en el tiempo, dando vueltas a esta carretera infernal durante toda la eternidad.

La juventud es un pájaro que revolotea por todas partes hasta agotarse, sin encontrar nada de lo que busca, si es que busca algo. Yo entonces buscaba chicas, sexo, por supuesto. Es uno de los bucles, el más fuerte, que enreda mis neuronas en un nudo gordiano que solo romperá la muerte. Debí haber renunciado al sexo y quedarme de cura, pero ¡qué es una vida sin sexo! Como un jardín sin flores, como patear y patear asfalto, a la espera que un coche se desmande y te lleve por delante. Sin esa obsesión mi vida habría sido más calmada, podría haber buscado el conocimiento con la calma de un guerrero impecable, de un buda imperturbable. Cuando Castaneda le pregunta a don Juan por el sexo este le responde que el sexo debilita al guerrero, pero parece ser el sino de todos los aprendices, como el compulsivo tomar notas de Carlitos. Le cuenta que él mismo llegó a pensar que convertirse en nagual le facilitaría el sexo con todas sus guerreras. Estalla en una de sus típicas crisis de hilaridad, hasta golpearse los muslos con las manos, en uno de sus gestos típicos. El sexo parece más una condena que todos los que estamos en el infierno debemos aceptar en silencio, que ese paraíso donde nos están esperando las huríes para hacernos la eternidad menos aburrida.

Esta canción es mi grito de guerra. No tengo ni idea de lo que dice, pero la seguiré cantando hasta en el infierno. Esta debería ser mi noche, la noche apocalíptica del fin de los tiempos. Si Dios escuchara mi oración haría que me perdiera en el tiempo, las farolas se irían apagando, conforme yo pasara, como me ocurre algunas veces, cuando tengo la mente demasiado revuelta, las luces de la gran metrópoli se irían apagando, una tras otra. Los coches desaparecerían, como tragados por el monstruo traga-coches escondido en la oscuridad, y me quedaría aquí, solo, taladrando el oscuro asfalto con el cono de luz de mis faros. Podría llegar a los doscientos, como hacen esos locos que ahora se han puesto de moda, para subir sus vídeos suicidas y reírse de la muerte, que va de copiloto, con la mano en su hombro izquierdo.

La manecilla del marcador del depósito no se movería, tendría gasolina para toda la eternidad. Entonces sí podría golpear el volante siguiendo el ritmo, sin miedo a que me pusieran una multa. Estoy majara, me da miedo el que me pongan una multa, cuando lo único que debería darme miedo es saltarme la mediana y que el coche diera cien vueltas de campana hasta explotar.

Naaací en el infieeerno. Naaací en el infieerno. Con doos, con doos cueeernos. Liquiiidaaré vueestras creenciaaas. Aacaabaré con vueestra paaciencia.

FOTO JAPY

 

PERDIDO EN EL TIEMPO II


LEONARD COHEN
02-SO LONG MARIENNE

Enciendo las luces, el sol se ha ocultado allá, en el horizonte, sobre las montañas, sobre los rascacielos. Todo el mundo parece tener mucha prisa, yo no voy a parte alguna. Me gustaría perderme en el tiempo, como en mi relato, seguir dando vueltas y vueltas a esta maldita circunvalación, fuera del tiempo, perdido en el tiempo. No entiendo por qué todos tenemos que compartir el mismo tiempo cuando no podemos compartir el mismo espacio. Podemos compartir las 20,00 horas de un día cualquiera del calendario, pero no podemos sentarnos en la misma silla, ni nuestros cuerpos pueden ocupar el mismo espacio vacío. Cada uno tiene su propio espacio pero el tiempo es el mismo para todos. El tiempo es uno de los mayores misterios de la existencia. Me gustaría rajar el velo de ese misterio con una cuchilla bien afilada y pasar al otro lado, tener un tiempo solo para mí y dar vueltas y vueltas al asfalto, escuchando mi vieja música, con la mirada perdida en la oscuridad, más allá del cono de luz de los faros.

Ahora le toca a Leonard Cohen, ni que hubiera ordenado la música adrede. Recuerdo que escuché esta canción por primera vez en una película de Herzog. Era un documental. Creo que se titulaba Fata Morgana, o algo así. Me impactó la película y me conmovió la canción de Cohen, a quien no conocía. Desde entonces busqué todas sus canciones y las he escuchado una y otra vez. También tengo sus libros y alguno de sus documentales. Nunca se me ocurrió buscar la traducción de la letra, prefiero escucharla así, en inglés, e imaginarme la letra a mi manera. Tal vez le ponga mi propia letra, como he hecho con algunas de sus canciones.

Llevo más de un año intentando olvidar, no es posible. El viejo recuerdo regresa una y otra vez, como un estilete afilado para abrir mi corazón por su herida más profunda. He vuelto a la soledad de mi juventud, nunca creí que volviera a sentirme como entonces. Aún no comprendía que la soledad es nuestra naturaleza visible, somos islas en un infinito océano, separadas por millas y millas de agua salada encrespada y tiburones hambrientos.

Debo sobrevivir, es mi única tarea. Ahora soy un guerrero impecable, a lomos de su Rocinante, un coche manipulado por los servidores de Moloch, abollado, raspado y destrozado por un conductor que desea abrir una brecha en el tiempo y colarse al otro lado. Mi cuerpo sigue aquí, pegado a un asiento sudado, sujeto por un cinturón de cuero, pero mi mente es tan libre como un águila. Me gustaría que el tiempo se resquebrajara para poder seguir dando vueltas y vueltas y más vueltas, sin un fin, sin un principio. Lo mismo que cada mañana deseo no despertar, quedarme en el mundo de los sueños, viajar de acá para allá, sin trabas, libre como un águila, sobrevolando los espacios y los tiempos.

Won´t you come over to the window, my little darling,
I’d like to try to read your palm.
I used to think I was some kind of gypsy boy
before I let you take me home.

Levanto el pie del acelerador, los coches me pasan como si fuera un tarado, alguno me da las luces. ¿Queréis llegar antes que yo a la muerte? No os preocupéis, ingenuos corderillos, ella os espera donde menos imagináis. Hace unos días vi una extraña película Locke. Tenía un guión tan sencillo como original. El protagonista conduce hacia un hospital donde su amante, provisional, de una noche, va a dar a luz a su hijo. Mientras conduce llama y recibe llamadas a través de un sofisticado manos libres. Se lo cuenta a su esposa, habla con su hijo que está viendo un partido de fútbol que él debería estar viendo con él, su esposa iba a preparar salchichas y patatas y tenía las cervezas enfriando. Es un derby que nunca se habría perdido. También ha dejado su trabajo en el momento más crucial. Es ingeniero y al día siguiente, muy de mañana, llegará una flota de camiones de hormigón para levantar un muro impresionante. Será la descarga de hormigón más importante de Europa. El jefe de la empresa vendrá desde Chicago y su jefe, al que identifica en las llamadas como «el cabrón» no para de llamarle y pedirle explicaciones. Finalmente es despedido pero él sigue intentando que todo salga bien, encarga al subalterno que revise todo, pero éste prefiere emborracharse con sidra. Se ocupa él de llamar a la policía para que el itinerario escogido esté libre, pero hay problemas y erre que erre él intenta solventarlos cuando deberían importarle un comino. Abandona a su esposa, a sus hijos, su familia, su trabajo, todo lo que es por estar al lado de una mujer con la que tuvo sexo una noche de borrachera y que ahora le dice que el hijo es suyo. Y todo porque su padre le abandonó. No quiere que a su hijo le ocurra lo mismo. Conduce al tiempo que con una actividad frenética y muy práctica intenta solventar todos los problemas, buscando la mejor manera de que su decisión no afecte a nadie, solo a él. Parece haber perdido completamente la razón. Su vehículo se mueve en la autovía a gran velocidad porque desde el hospital su amante, asustada, no deja de llamarle y la enfermera y los médicos le piden que la calme. Pasa vehículos, otros le pasan a él, se oyen sirenas de coches policía que le superan a toda velocidad. La autovía está perfectamente iluminada por las farolas. Su coche taladra la noche, como fuera del tiempo, mientras el conductor intenta aferrarse a la realidad con uñas y dientes. Los espectadores somos conscientes de que su locura no es hacer lo que tiene que hacer, tal vez el primer acto humano y consciente de su vida, sino aferrarse a lo que deja atrás, en un ansia patológica de que todo esté en orden, de solucionar no solo sus propios problemas, sino los de todos, los de toda la humanidad.

Así me siento yo esta noche, mientras conduzco por la circunvalación, buscando de nuevo la salida que he dejado atrás por un despiste. Me emperro en dar la vuelta, aunque me lleve varias horas, con tal de no atravesar la gran metrópoli y volverme loco buscando el itinerario correcto. Solo que en mi caso ya no me preocupa nada. Ni abandonar el trabajo porque estoy jubilado, ni abandonar a una esposa de la que ya no sé nada, ni a una hija que ha querido dejar de ser mi hija, ni un hogar que no es hogar, ni un apartamento sucio y desordenado, ni una ropa que ya no me vale, ni unas libretas con anotaciones para mis novelas que ya no tengo interés alguno en escribir. Todo me importa un comino. Nadie me llamará al móvil, yo no llamaré a nadie. Estoy tan solo como si me hubiera perdido realmente en el tiempo. Si los vehículos dejaran de pasar y la autovía se quedara desierta, si el reloj del coche se detuviera en una hora concreta y no se moviera, si las luces de la gran ciudad se apagaran y de pronto me encontrara dando vueltas y vueltas a una circunvalación infernal, solitaria, fuera del tiempo, taladrando la oscuridad con los conos de los faros, entonces me sentiría aliviado, infinitamente aliviado.

No, no lo creo. La mente nos acompaña allá donde vamos y se regodea en hacernos ver la misma película, una y otra vez, una y otra vez. No puedo olvidar lo que fue mi vida, el amor, la esperanza, la compañía, la sensación de que me pasara lo que me pasara siempre estaría acompañado.

So long, Marianne, it’s time that we began
to laugh and cry and cry and laugh about it all again.

Al menos tengo música para horas y horas en el pendrive. Solo echo de menos una cerveza bien fría y un pitillo. Estoy a punto de encender uno y conducir con una sola mano. Abandono la idea, seguro que hay algún vehículo de la guardia civil acechando. Me pillaría, siempre me pillan. Puedo pasarme años cumpliendo las reglas estrictamente, pero basta con que me descuide un minuto para que ellos aparezcan de la nada, como fantasmas que me hubieran estado acechando todo el tiempo. Sí, me gustaría perderme en el tiempo. Ya no necesito seguir las manecillas del reloj en su recorrido alrededor de la nada, ni los números saltando como si el destino apretara un botón. Estoy solo en medio de la noche y podría continuar así durante toda la eternidad.

So long, Marianne, it’s time that we began
to laugh and cry and cry and laugh about it all again.

NOTA A PIE DE PÁGINA: Buscando información sobre su primera pareja, Marienne, supongo que la destinataria de esta canción, he descubierto, en una biografía que Leonard Cohen sufrió trastorno bipolar y depresiones durante toda su vida, que estuvo internado en un centro psiquiátrico donde permaneció un tiempo como un vegetal, incapaz de hacer nada, de vivir. Resulta curioso que los enfermos mentales nos reconozcamos casi sin mirarnos, sin vernos, sin saber unos nada de otros. De alguna manera durante todos estos años en los que no he dejado de escuchar su música ya intuía en su personalidad el toque mágico de un hermano enfermo mental. Este descubrimiento hace que aún le admire más.
http://www.finanzas.com/xl-semanal/magazine/20120930/desnudamos-leonard-cohen-3641.html

PERDIDO EN EL TIEMPO I


 

RELATOS MUSICALES/ UN RELATO EXPERIMENTAL

PERDIDO EN EL TIEMPO

UNA NOVELA MUSICAL

BRUCE SPRINGSTEEN
01-THE RIVER

¡Vaya! ¡He vuelto a perderme otra vez! Tenía que haberme hecho caso a mí mismo y quedarme a pasar la noche en cualquier hostal. No falla, esta maldita circunvalación acabará conmigo cualquier día. Estoy gafado, está gafada. Es una mierda. Mira que me juré estar atento a los paneles indicadores. Nada, es inútil. Ahora tendré que dar la vuelta completa. Creo que son dos o tres horas. No quiero salir y cruzar la ciudad. Entonces sí que no saldría nunca. Esta maldita metrópolis me pone de los nervios. Menos mal que tengo a The boss, al jefe.

I come from down in the valley
where mister, when you’re young
They bring you up to do like your daddy done.

Es una pena que no sepa ni “papa” de inglés. No tengo ni idea de lo que dice y me gustaría. Solo sé que River es río. Me imagino conduciendo por una autovía al lado de un gran río. No sé si dice town, ciudad, pueblo, villa, lo que sea. Me gusta traducirlo como ciudad junto al río. A ver si me decido y le pongo una de mis letras a esta canción, como he hecho con algunas de Leonard Cohen. Algún día, aunque sea en sueños, conduciré por una autovía, al lado de un ancho río, en USA. Entonces será fácil inventarse la letra. Tiene que ser una canción de amor, nostálgica, un amor perdido.

Me and Mary we met in high school
When she was just seventeen
We’d ride out of this valley down
To where the fields were green.

El sol me está dando de frente, es un incordio. Menos mal que se está ocultando, el ocaso, la puesta de sol, el mejor momento del día. Hay mucho tráfico, pero no tengo prisa, ahora no. Ahora estoy solo. No tengo que llegar a tiempo a parte alguna, nadie me espera. Mi apartamento está vacío, ni siquiera es mío, pago un alquiler mensual y tengo derecho a tirar mis huesos en el sofá, en el suelo, donde quiera. Hubo un tiempo en el que tuve una casa, una bonita casa, con un bonito desván donde tenía mi biblioteca, mi salón musical, donde pensaba pasarme las horas muertas de mi jubilación escribiendo, escuchando música, haciendo taichí, los pases mágicos de Castaneda. Un sueño truncado. Ahora estoy divorciado, sin familia, solo, conduciendo sin prisa en medio de un tráfico infernal. Puedo ver las luces de la ciudad, artificiales, sin alma. Town to de river. ¿Dice eso la canción? ¿Que significará? ¿Ciudad junto al río?

We’d go down to the river
And into the river we’d dive
Oh, down to the river we’d ride.

Me gusta esta canción, siempre me gustó desde que descubrí al gran Boss. Siempre que la escucho me imagino conduciendo por una autovía solitaria, al lado de un ancho río, profundo, calmado, uno de esos ríos que parece que nunca llegaran al mar. Sé que la música huele a heno, a campo, a naturaleza, pero también hay un río, eso seguro, porque se titula The river. Me imagino las orillas del gran río plagadas de grandes árboles, altos, llegando hasta el cielo. Me imagino una historia de amor, truncada, seguro. Como mi historia de amor. No sé qué ocurrió, no sé cómo pudo ocurrir. Me gusta achacarlo todo a mi enfermedad mental, pero no es así, uno elige su camino, aunque dentro de unos estrechos límites, uno siempre es libre. ¿Cómo era la frase de Castaneda? Ahora no la recuerdo.

Then I got Mary pregnant
And man, that was all she wrote
And for my nineteenth birthday
I got a union card and a wedding coat
We went down to the courthouse
And the judge put it all to rest
No wedding day smiles
No walk down the aisle
No flowers, no wedding dress.

Sabía que iba a ocurrir, que ocurriría, siempre lo supe, pero como dijo alguien, creo que un poeta, es mejor amar y perder el amor que no haber amado nunca. Tal vez todo pudo haber sido distinto. Me gustaría perderme en el tiempo, seguir por esta autovía durante toda la noche y al salir el sol encontrarme con que había retrocedido en el tiempo veinticinco, treinta años, entonces podría volver a empezar y ahora sí, ahora sí, todo sería distinto.

We’d go down to the river
And into the river we’d dive
Oh, down to the river we’d ride.

Oh town to de river. Oh town to de river. El sol está desapareciendo en el horizonte, tiñendo de rojo el asfalto, el maldito asfalto de la gran ciudad, hormiguero humano, selva moderna, repleta de tantos depredadores como cabezas. ¿Cómo pudo haber ocurrido? ¿Soy un vidente? ¿Entonces cómo pude saberlo antes de que ni siquiera comenzara a ocurrir? Me gustaría reírme de mis dotes de videncia, pero no puedo, demasiadas cosas se han cumplido.

I got a job working construction for the Johnstown Company
But lately there ain’t been much work
On account of the economy
Now all them things that seemed so important
Well mister, they vanished right into the air
I just act like I don’t remember
Mary acts like she don’t care.

Cae la noche, el tráfico sigue siendo denso. Voy por el carril lento y todos me pasan como si fueran a perder el culo, seguro que cuando lleguen, la muerte no tendrá prisa en cortarles el cuello con su guadaña herrumbrosa. Me gustaría entrar en un agujero de gusano, en un túnel del tiempo, que el espacio-tiempo se curvara, sufriera una gran resquebrajadura y yo pudiera regresar a un tiempo en el que aún creía en el amor.

But I remember us
Riding in my brother’s car
Her body tan and wet down at the reservoir
At night on them banks I’d lie awake
And pull her close
Just to feel each breath she’d take
Now those memories come back to haunt me
They haunt me like a curse
Is a dream a lie if it don’t come true?
Or is it something worse?
That sends me down to the river
Though I know the river is dry
Down to the river tonight
Down to the river, my baby and I
Oh, down to the river we ride.

Oh town to de river. Oh town to de river. Menos mal que siempre llevo esta canción en el pendrive. Tengo música para muchas horas. No tengo prisa, nadie me espera, no voy a parte alguna, solo dejo que pase el tiempo. Me gustaría perderme en el tiempo, como en aquella historia que esbocé en alguna libreta. Era una buena idea, me gustaría retomarla.

Podría estar dando vueltas y vueltas a esta maldita circunvalación y nadie se daría cuenta, nadie me echaría de menos. Nadie sabe que existo. Podría morir de un infarto, el coche saltaría por el terraplén y nadie me vería, allá, en el fondo de una cloaca, bajo un montículo reseco, requemado, inhóspito.

Oh town to de river. Oh town to de river.