Zoilín se puso como la grana y mirándose la puntera de los zapatos, pudo apenas balbucir:
-Eso… eso ya lo suponía yo. No pido tanto. Solo que me deje mirar por un agujerito lo que hacen sus pupilas. Pido poco. Tengo un defecto que me impide disfrutar plenamente del sexo.
-Seguro que es usted uno de esos rapiditos que no te dejan ni preguntar si ya han entrado (porque no sientes nada de nada) cuando ya han salido.
Zoilín no sabía dónde meterse. De pronto se le soltaron unos inmensos lagrimones por la cara y casi de rodillas suplicó a las damas.
-No se burlen de mí, por Dios. Si son buenas conmigo pondré en sus manos un montón de famosos. Podrán hacer con ellos lo que quieran, siempre que les paguen, por supuesto, pero tampoco tanto como piensan. Se asombrarían ustedes de lo que estarían dispuestos a cobrar. Una bicoca para usted, señora Lily.
La señora Lily se quedó pensativa. Si Zoilín no mentía, la tentación de utilizar famosos para clientes escogidos, era una tentación demasiado fuerte para ella, una empresaria de primera y una voyeur vocacional que nunca desaprovecharía contemplar el polvo de un famoso.
-Dígame algún nombre, Zoilín. Para que me haga una idea. No le pido que me cuente todos sus secretos… no, aún no.
Fueron brotando nombres de aquella boquita de piñón que hicieron relamerse de gusto a Lily. Any, que la conoce bien, en ese aspecto mejor que yo, me describió los gestos por los que ella dedujo el enorme interés que suscitaban los nombres que iba desgranando pajarito cantor. Lo disimuló bastante bien. Un buen negociante nunca debe mostrar el gran interés que siente por un negocio determinado o el precio subirá por las nubes. Lily en esto era una maestra. Hubiera sido capaz de jugar al ratón y al gato con el mismísimo Belcebú.
Se hizo la desconfiada.
-¿Qué pruebas tengo de que esto es así y no me echarán de su casa con cajas destempladas?
Zoilín, ni corto ni perezoso, pidió un teléfono y marcó un número.
-Hola encanto. Soy Zoilín… Muy bien preciosa. No te pregunto cómo estás tú, porque no hay mujer en el mundo tan hermosa. Ya te lo he dicho muchas veces…Sí, sí, sabes que no es un halago, sino la pura realidad…Si…sí… Mira, ¿recuerdas lo que hablamos el otro día? Pues tengo a mi lado a una mujer que podría darte lo que pides y algo más. Todo con discreción absoluta…. Es de fiar. Puedes matarme si no te resulta como yo te digo… ¿Que quieres hablar con ella? Ahora mismito te la paso. Chao, preciosa. Un beso. Nos vemos mañana.
Se puso Lily y ambos mantuvieron una conversación que hubiera helado a un pingüino. Hablaron de números, de lugares, de cómo hacer que su relación fuera más discreta que la de Adán y Eva cuando, en el paraíso terrenal, ni siquiera había entrado la serpiente tentadora. Se pusieron de acuerdo con una facilidad pasmosa.
La famosa (actriz conocidísima y un poco en horas bajas por su edad y porque el teatro sufría una de sus cíclicas crisis y en el cine español se iniciaba tímidamente el destape que echaría de la pantalla a grandes actrices, con cuerpos ya un poco maduritos para el gusto del público, que iba a Perpiñán para ver El último tango en París de Bertoluchi, donde el culo de la Schneider era aún juvenil y turgente) se comprometió a venir a cenar a casa de Lily, siempre y cuando ésta garantizara discreción en el transporte, un coche con cristales oscuros, y discreción en la servidumbre, nadie se iría de la lengua. Lily le dio tales garantías que la otra quedó conforme. Any cuenta que a Zoilín le faltó tiempo para pedirle a Lily que cerrara el trato y le garantizara un sustancioso cobro en carne.
Lily hizo una seña a Anabel y ésta puso delante de Zoilín el álbum de fotos de sus pupilas que acostumbra a enseñar a los nuevos clientes, para que elijan a su gusto. En él, entre otras muchas, aparecieron desnudas y en posturas realmente excitantes (yo conocía muy bien ese album) Anabel, Venus de fuego….
Continuará.