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LOS JUEGOS ERÓTICOS DE JOHNNY (RELATO ERÓTICO)


       NOTA: Antes de irme de vacaciones os dejo un nuevo relato erótico, tan refrescante o más que una buena cervecita fresca en una terraza. No os dejo huérfanos porque ya sois grandes y sabéis valeros por vosotros mismos. Que tengáis unas buenas vacaciones.

NOTA: Los juegos eróticos de Johnny es una sección especial, desgajada de la columna vertebral de la historia principal de Diario de un gigoló. Se me ocurrieron tantas ideas que me vi precisado a centrarme en el argumento principal y dejar las otras historias para diferentes secciones o novelas complementarias. Están escritas en un tono humorístico que hace más livianas las historias y este trajín sexual que sinceramente pone los pelos de punta. Espero que lo disfruten.

LOS JUEGOS ERÓTICOS DE JOHNNY

I

EL GALLITO CIEGO

Recuerdo que durante el primer año de pupilaje con Lily (un año de prueba, y luego algún tiempo más, hasta que descubrió que Anabél y yo estábamos funcionando como pareja, casi como un auténtico matrimonio) acostumbraba a invitarme a su casa, a comer o cenar, cada vez que me llamaba por teléfono para confirmar alguna cita especial que ella había preparado para mí o para tratar algún tema delicado del negocio. No dejaba de ser una disculpa para encamarse conmigo. Cuando podía también se apuntaba Ani y formábamos un trío calaveras de mucho cuidado. Como la patrona era bisexual yo podía regular el trabajo y descansar un poco de vez en cuando, vamos lo que un burócrata llamaría salir a tomar el café. El trío se deshizo porque Lily no pudo soportar que Anabél, su mano derecha, su segunda de a bordo, la preciosa mulata que era el buque insignia, o mejor dicho la popa insignia (la mejor popa que acariciado nunca) la mintiera en un tema tan delicado e importante. No creo que influyeran los celos puesto que ambas me compartían de vez en cuando sin problemas, aunque en estos temas tan delicados nunca se puede conocer toda la verdad y nada más que la verdad. Puede que Lily quisiera ser la esposa y se sintiera relegada a un segundo término por Ani, como una suegra enamorada del yerno que llega incluso a odiar a su propia hija.

Como de esto no puedo saber más de lo que ya sé, que no es mucho, debería ir al grano. El caso es que tras su desengaño Lily dejó de invitarme para tratar “cuestiones” y me mandó a su jefe de matones, Anselmo, que utilizaba como factotum y que yo creo, más bien estoy convencido, de que formaban una pareja en la sombra, es decir que Anselmo ocupaba el lecho conyugal cuando Lily no tenía nada mejor. Este buen hombre me entregaba una carta de Lily, se bebía una copa conmigo sin negarse a comentar los avatares del negocio que no debería callar por discreción y luego se marchaba con mi respuesta manuscrita en la que abundaba la ironía, hasta el sarcasmo y mucho cariño y muchos besos que grababa en el papel tras pintarme los labios con el pintalabios de Ani, lo que no dejaba de ser un gesto bastante vengativo por mi parte. También acostumbraba a escribirle algún que otro verso erótico subido de tono.

Cuando aquella tarde escuché su voz al teléfono casi me da algo. No podía creer que la patrona se rebajara tanto como para reconciliarse conmigo. En realidad el tono de su voz no era precisamente de reconciliación, más bien frío y distante, me anunciaba que era de todo punto imprescindible que yo acudiera aquella tarde a su casa para tratar de un encargo o trabajito muy especial. Me esperaba sin falta y confiaba en que no me echara para atrás, a pesar de la dificultad del encargo. Respondí con voz desfalleciente algo así como “¡Qué no haría yo por ti, Lily, bella entre las bellas! Pero a ella no le gustó la broma y me cortó en seco. Vamos, Johnny, déjate de tonterías. Esto es serio. ¿No me puedes adelantar algo por teléfono? Lo siento, se trata de un asunto delicado y prefiero escupirlo a tus castas orejas.

Y con esta respuesta tan sardónica en el bolsillo de mi camisa Armani de donde asomaba una pluma de oro, regalo de Ani y una agendita negra, muy mona, también regalo suyo, me subí a mi descapotable, regalo mío, y me dirigí, raudo y veloz al encuentro de lo que imaginé sería un choque de trenes o tal vez un choque de barcos, con el palo de proa enhiesto, frente a una popa receptiva.

Lily tenía ya preparada la consabida mesa para la cena, con candelabros, perfumes aromáticos exóticos y un borgoña carísimo, lo que me dio a entender sin palabras que la patrona estaba escenificando la reconciliación, aunque yo no debería mostrar que lo sabía hasta que ella se quitara el sujetador. Su recibimiento fue tan frío como los cubitos de hielo que luego llenarían la cubitera de champán francés. Apenas un beso en la mejilla y una mirada distante, como si yo estuviera lejos y ella no tuviera prismáticos.

Iniciamos el aperitivo, bebimos un martíni seco y ella comenzó a hablarme del trabajo. Según me dijo el día anterior, o sea ayer, una chica muy modosita del barrio de Salamanca la había llamado para hablarle, con voz temblorosa y tan puritana que estuvo a punto de vomitar, sobre una despedida de soltera muy especial que estaba organizando para una amiga del alma, que se casaba en un tiempo muy corto. Preguntada por Lily quién le había facilitado su teléfono la habló de un conocido periodista de la prensa rosa. En realidad se trataba de Zoilín, que era más temido que conocido, en ciertos mentideros por su lengua viperina. Como hasta el momento las colaboraciones de nuestro pajarito cantor eran muchas y valiosas (hasta el punto de que estaba a punto de premiar a Zoilín con la mayor recompensa que jamás recibiría en su vida… un polvo con nuestra entrañable Ani) no dudó en escucharla, al menos. Y su propuesta, aunque extraña y tan ridícula como extravagante, la dejó pensativa. No mucho porque Lily era un águila para los negocios y una exploradora arriesgada cuando era necesario.

No se trataba de la consabida y manida despedida de soltera en la que la novia y sus amigas se “pimplan” más de la cuenta y con la disculpa de poner un billetito en el tanga del boy meten mano a su miembro y lo estrujan dolorosamente, no, en este caso se trataba de una auténtica ceremonia de la confusión o de la venganza, como sería más propio llamarla. Según le contara Almudena, con voz tímida, su amiga Marta se iba a casar, en un matrimonio de conveniencia por imposición de su padre cuyas empresas estaban en la ruina, con el hijo cabrón y botarate de un empresario de éxito. A Marta nunca se le hubiera ocurrido organizar algo así de no ser porque algo despertó sus iras, que eran muchas y muy dentadas o dentudas. Al parecer el novio había organizado una despedida de soltero antológica a la que había invitado a todos sus amigos, lo que no deja de tener su lógica, pero también a todas sus amigas, amantes, amancebadas, conocidas y en manos y en boca de la parte masculina de un estatus social residente en el barrio de Salamanca y otros barrios populares de la villa madrileña, como la Moraleja, por ejemplo. No conforme con ello invitó también a las mejores amigas de Marta. Y fue por boca de ellas que Marta se enteró de la jugada de su futuro y decidió darle un puñetazo en la boca con una estrategia semejante pero mucho más efectiva y regocijante.

Se trataba de satisfacer en todos los sentidos a una docena de amigas suyas que acudirían a la despedida de soltera en la casa de una de ellas, en la sierra madrileña. La despedida duraría todo un fin de semana, desde el viernes por la tarde hasta el domingo, noche incluida, lo que no dejaba de ser una despedida más larga que el “Largo adiós” de Raymond Chandler. En esta juerga del bello sexo cabía de todo, pero lo que no cabía era más de un gigoló puesto que el presupuesto confeccionado por mi patrona casi había agotado las arcas del nuevo estado independiente de mujeres vengativas. Ese era el problema, el verdadero y auténtico problema. Que solo un gigoló debería atender al menos a una docena de mujeres, sino más, durante todo un fin de semana. Lily había pensado en mí, precisamente en mí, porque reunía todas las cualidades, buena resistencia en las galopadas, culto y con labia para entretener las esperas y en fin, todo un dechado de cualidades. No pude resistirme y le respondí con un tono ligeramente enfadado.

-Lily, cariño, si en realidad lo que buscas es asesinarme para quedarte con mi herencia y recibir tu pensión de viuda alegre, de araña negra, me gustaría más que fueras valiente y me mataras tú a polvos, en lugar de que deban hacerlo unas niñatas pijas y tontas del barrio de Salamanca.

-Y quedarías muy feliz, con cara de angelito, si Anabél, tu dulce Ani, me ayudara a rematarte.

-De morir, patrona, me gustaría morir a gusto.

Se echó a reír con ganas.

-Eres único, Johnny, serías capaz de convencer a una mujer que te apunta con un revolver y te odia a muerte de que te pasara la pistola y con la mirilla la harías cosquillas donde tú sabes hasta que se muriera de risa.

Creo que esto marcó el inició de nuestra reconciliación y del largo y fructífero periodo que siguió a este evento. No obstante quise saber si esto era una venganza.

-Si no te conociera y te quisiera muy mal seguro que habría tramado algo así, pero conociéndote como te conozco sé muy bien que darías tu vida por satisfacer a un regimiento de mujeres, ocasión que no habías tenido hasta ahora.

-¿Y no hay otro candidato ni posibilidad de ampliar la plantilla?

-No podía rebajar más de lo que rebajé y qué otro candidato podría sustituirte, ¿Pichabrava? *, con él los cirujanos de los hospitales de Madrid estarían muy ocupados cosiendo rasgaduras y eso no sería bueno para el negocio.

*NOTA DEL EDITOR: Me remito a la larga historia que sobre este intrépido personaje, poseedor de un instrumento que Johnny calificaba de trombón, se cuenta en Diario de un gigoló, así como en varios episodios de “Cien mujeres en la vida de un gigoló”. El tremebundo tamaño de su pene había producido tantos desgarros en clientas morbosas y arriesgadas que Lily se vio obligada a contratar a un conocido cirujano, ginecólogo de prestigio, que estaba en plantilla y siempre disponible cada vez que actuaba este noble músico.

Aún tenía dudas que se disiparon cuando días más tarde me enteré de que Ani había sido escogida para premiar a Zoilín por su trabajo confidencial sobre famosos y sus buenos oficios de celestino para que famosas y famosos pudieran hacer favores a clientes escogidos, con mucha discreción, y a un elevado precio. *

NOTA DEL EDITOR: Sobre este episodio y la historia de Zoilín, en general, me remito a “Los famosos de Lily” y los “Pervertidos de Anabél”.

Al menos esa noche Lily selló conmigo una reconciliación apasionado. Al día siguiente hasta me trajo el desayuno a la cama y me anunció que Almudena me esperaba en un centro comercial para comer y afinar detalles. Que procurara llegar pronto porque al parecer tenía mucho sobre lo que hablarme, preguntarme, exponerme y negociar.

Desayuné con ganas y la patrona, muy cariñosa y generosa, me anunció que aliviaría mi trabajo de la mejor manera posible. Bajamos al sótano, abrió la enorme caja fuerte (parecida a Ford Knox) y me suministró toda clase de potingues que le enviaba regularmente su laboratorio sueco, donde su particular profesor chiflado confeccionaba esto y todo tipo de artilugios sexuales que Lily había decidido no vender en un sexshop porque este país aún no estaba preparado para semejante avance. Ayudó a preparar mi maletín y mi bolsa de viaje, que pronto estuvo repleta de consoladores, bolas chinas, potingues, consoladores con arneses automatizados –invento del profesor chiflado- una completa lista de instrumentos que pueden salvar la vida a un gigoló en plena selva.

La patrona me invitó a bañarme en la piscina, a que la diera un masaje y la echara un polvo rapidito antes de salir pitando para mi cita con Almudena. ¿Qué me esperaba? ¿Cómo sería esta mujer? ¿Qué demonios de despedida de soltera pensaban organizar estas pijas y puritanas pazguatas en un país que aún no había alcanzado la mayoría de edad, donde los machos podían despedirse de solteros cuantas veces quisieran y luego durante el matrimonio gastar media fortuna en pisos para mancebas, que se iban de putas cuando querían y que fardaban de don juanes mientras sus mujercitas se aburrían en casa o las llevaban como floreros ambulantes de acá para allá? ¿Querían hacer la revolución francesa y cortas cabezas? ¿Querían subir a los altares a un mártir del feminismo llamado Johnny? ¿Y esto lo iban a hacer ellas, precisamente ellas, pijas del barrio de Salamanca, puritanas, conservadoras, beatonas? ¿Y todo este follón por una venganza?

Continuará.