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ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA GUERRA PSICOLÓGICA I


TEATRO COMPROMETIDO Y DE VANGUARDIA I

                         Autor: César García Cimadevilla

TEATRO COMPROMETIDO, TEATRO DE VANGUARDIA Y EXPERIMENTAL EN EL TEATRO MÁGICO.

LO HEMOS TITULADO: ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA GUERRA PSICOLÓGICA.

SE TRATA DE UNA COMEDIA DRAMÁTICA O DRAMA BUFO EN UN PRÓLOGO Y TRES ACTOS.

EL PRÓLOGO ESTÁ INTERPRETADO POR ALVARITO QUE INTERPRETA EL PAPEL DE SUBCONSCIENTE BUFO O EL BUFÓN SUBCONSCIENTE. YA VEREMOS SI LA REPRESENTACIÓN CONTINUA PUESTO QUE ALVARITO ES EL ÚNICO INTERPRETE AL QUE HEMOS ECHADO EL LAZO. ÉL DICE QUE ESTUDIÓ INTERPRETACIÓN EN EL ACTOR’S STUDIO. HABRÁ QUE CREERLO POR LA CUENTA QUE NOS TRAE.

ESCENARIO:

 MUCHOS FOCOS QUE DAN LUCES DE TODOS LOS COLORES, PERO CUANDO SE ABRE EL TELÓN O SE SUBE (AÚN NO LO SABEMOS) TODO ESTÁ A OSCURAS. LUEGO VEMOS UN ANDAMIAJE METÁLICO QUE RECORRE LA PARTE SUPERIOR DEL ESCENARIO. SOBRE EL ANDAMIAJE UNOS TABLONES, COMO LOS QUE SE ENCUENTRAN EN LAS OBRAS DE LOS ALBAÑILES.

DE MOMENTO NO NECESITAMOS NADA MÁS. SE OYE POR LOS ALTAVOCES EL PRIMER MOVIMIENTO DE LA NOVENA SINFONÍA DE BEETHOVEN.

CON EL TRANSCURSO DE LA OBRA SE DARÁN CUENTA DE ALGUNOS ADELANTOS TÉCNICOS, TALES COMO UNA GRAN PANTALLA DE VIDEO, PAREDES QUE SUBEN Y BAJAN, MOBILIARIO QUE QUEDA COLGADO CUANDO NO SE NECESITA, ETC

No haré aún el reparto, ni daré cuenta del elenco, puesto que esto es un ensayo y pueden surgir modificaciones sobre la marcha. Al final, si Dios quiere, al recoger los aplausos, saldrán en la pantalla de video todos los personajes del reparto y los agradecimientos.

Y BASTA YA DE PRESENTACIONES. RECUERDEN QUE ESTO ES PURA FICCIÓN Y ESTÁ DEDICADA A LAS VÍCTIMAS DE LA GUERRA PSICOLÓGICA, DEL ACOSO EN EL TRABAJO, DEL ACOSO SEXUAL, DEL ACOSO A LA MUJER, DEL ACOSO A LOS ESTUDIANTES, DEL ACOSO PSICOLÓGICO, MORAL Y DEMENCIAL.

                                             PROLOGO

ACOTACIÓN DEL AUTOR

El subconsciente, vestido de payaso, con ropajes de un rojo chillón, permanece dormitando, la cabeza apoyada en la palma de la mano izquierda y las piernas colgando del andamio. De pronto abre los ojos y observa al público. Hace un gesto autoritario con la mano y la música se apaga bruscamente.

-Alvarito-El subconsciente bufón:

¡Vaya, vaya!. Veo que ya están ustedes aquí, cómodamente sentados, mascando chicles o ronchando caramelos y esperando reírse un rato conmigo. No en vano el autor anuncia esta obra como un drama bufo. Es decir, que alguien lo pasará mal (no serán ustedes, de eso pueden estar seguros) pero el resto se carcajeará a mandíbula batiente…. Veo que se mueven mucho, buscando la postura ideal, mientras se interrogan unos a otros con la mirada, como preguntándose: ¿Quién será ese payaso?

          Se pone de pie con brusquedad y emprende carrerilla por el pasillo central, a todo lo ancho del escenario. Al regresar al punto de partida, de pie, se dirige de nuevo al público.

                  El subconsciente bufón

No se confíen. Puede que salgan llorando al terminar esta historia, aunque se hayan reído mucho por el camino. Seguro que recuerdan el refrán…cuando las barbas de tu vecino… Seguro que acabarán por echar mano a las partes anatómicas más preciadas de sus cuerpos -cada uno sabrá cuáles son-, por si viene Paco con las rebajas.

El payaso se ha llevado las manos a sus partes pudendas, luego se señala a sí mismo con el índice.

                           El subconsciente bufón:

¿Pero quién soy yo? No se lo van a creer. La mayoría de ustedes tiene muy poca imaginación, prefieren que se lo den todo mascado y digerido… A ver levántense los que posean una viva imaginación y no se lo coman todo en papillita, como los bebés…Ven… Ni uno. ¿O es que son ustedes tímidos?

          Les decía que no me van a creer, porque yo, aquí donde me ven, soy el subconsciente del protagonista. Aún no lo conocen, no saben cómo es su cuerpo (no se pierden nada). Pronto aparecerá sobre el escenario para representar algunas escenas de su vida. Ahora conduce medio dormido, pensando que su subconsciente lo avisará si surge algún imprevisto. ¡Pobre ingenuo!

              -Pero dejémonos de prólogos. La función debe comenzar. ¡Música maestro!.

FIN DEL PRÓLOGO.

POEMAS DEL SALVAJE OESTE V


POEMAS DEL SALVAJE OESTE V


LA CARAVANA

Chirridos de ruedas
en una nube de polvo,
un grito seco en el silencio:
Nos espera un largo camino
Para llegar a las verdes praderas.

El guía, adormilado,
Un pañuelo en la boca,
Deja que el caballo
Elija su camino.

La tarde va cayendo
Sobre los lejanos cerros.
Nadie sabe cuándo llegarán,
Mañana, tal vez una semana.

Por la noche el fuego,
Café y un trozo de carne
Una guitarra, viejas canciones
Tal vez el guiño de una dama.

Es hermosa la llanura
A la pálida luz de la luna
Mientras suena el banjo
Y los jóvenes danzan.

La cabeza apoyada
en la silla de montar,
Soy ya un viejo canoso
Mi cuerpo es pura fibra
Y las manos como el rayo.

Me encontraron en el salón
De un viejo pueblo fantasma,
Una botella de buen whisky
Al alcance de mi mano
Ý la mirada perdida, lejos.

No ofrecí la menor resistencia
Lo hubiera hecho por unos centavos,
Adoro la llanura polvorienta
Y no temo a los indios
Más que a cualquier otro.

Todos son hombres rudos
Nacidos en cualquier camino
Curtidos por la madre miseria,
No creen en nadie ni en nada,
Solo en un sueño: El Far West.

Las Mujeres son duras,
sus rostros tensos
como el arco de un indio
aún conservan la belleza
salvaje del Gran Cañón.

Solo los jóvenes ríen
Mientras los viejos piensan.
Solo ellos danzan sin descanso
Mientras los otros miran.

Pronto acabará la diversión
Mañana nos espera un largo camino
Polvo, sudor y tal vez sangre
Hoy he visto humo en las colinas.

Amo el sabor del tabaco
Y una bella canción en la noche
Un fuego calienta mis huesos
Cerca pace mi caballo
Y para el peligro dos pistolas.
No puedo pedirle más a la vida
sólo un mañana, tal vez otro más.

TODOS ESTAMOS SOLOS AL CAER LA TARDE XX


LIBRO II

Deseaba irme a casa, descansar y dormir a pierna suelta. No debería estar tan cansado, al fin y al cabo llevaba una buena temporada sin hacer prácticamente nada, tranquilo, durmiendo bien, descansando mucho, comiendo más de la cuenta y viendo las puestas de sol desde el porche. Pero me sentía completamente agotado, la visión de aquella pobre chica empalada había hundido mi ánimo, destrozado mi cuerpo y alterado mi mente. Necesitaba estar descansado y lúcido por la mañana, las primeras decisiones en una investigación son cruciales, pero mucho me temía que Helen me pidiera que pasara la noche con ella, no era una buena noche para estar solo, además ninguna mujer en el condado estaría tranquila después de aquello. No creía en la posibilidad de otro asesinato tan pronto, pero cuando anda suelto un demonio, nunca se sabe. Yo tampoco debería estar solo, en casa estaría tranquilo, pero seguro que me daba por repasar mis novelas sobre Los demonios del desierto rojo. Un miedo inexplicable se estaba apoderando de mí, como si aquellos monstruos, fruto de mi imaginación estuvieran materializándose en el desierto, al menos uno de ellos.

Permanecimos un buen rato en silencio, mirando hacia delante, escrutando la noche, como si algo o alguien nos estuviera acechando. Luego Helen volvió la cabeza hacia mí y susurró algo que no pude entender. Le pedí que lo repitiera.

-¿Puedes hacerme un favor?

-Claro.

-Me considero una mujer fuerte, pero esta noche no podría dormir sola. ¿Te importa pasar la noche en mi casa?

-Por supuesto, cuenta con ello.

No hablamos más. Nuestra relación estaba en una etapa baja, llevábamos un tiempo sin vernos. Era una relación de ida y vuelta, de quita y pon, a veces nos necesitábamos, a veces nos molestaba nuestra presencia, a veces necesitábamos una gran dosis de cariño y permanecíamos unidos una buena temporada. A veces Helen pasaba una etapa rara, que solo fui entendiendo con el tiempo y que tenía mucho que ver con su infernal relación con su ex marido. Entonces parecía buscar a nuevos machos que rondaran por el condado para sumergirse en un océano de sexo y de olvido.

Había conseguido escapar de su marido, imponente cirujano y director de un hospital en Chicago, tras una relación tormentosa, atormentada y casi demoniaca. Aquel me parecía, por lo que ella me había contado, un psicópata peligroso que se había dedicado a cortar carne, como un carnicero –con delicadeza suficiente para que le llamaran cirujano- pero eso no fue suficiente para sus bajos instintos, todo el sadismo del maltrato psicológico tampoco sería suficiente, pensaba yo, y cualquier día atravesaría la línea roja, sino la había atravesado ya, para transformarse en una bestia, en un asesino en serie.

A Helen le costaba hablar de ello, aún así, en ciertos momentos especialmente íntimos y confidenciales de nuestra relación yo le había preguntado y ella había respondido a mis preguntas. Su huída, perseguida por los sabuesos que le había mandado su marido, mitad detectives, mitad matones, había estado a punto de acabar con su poca resistencia. Pensó mucho en el suicidio y cuando logró darles el esquinazo y encontró este lugar perdido en el mundo sólo pensó en descansar, en descansar a cualquier precio, por algún tiempo, por el tiempo que le fuera posible, rezando porque no la encontraran, luego ya vería.

Lo que vio, como me ocurrió a mí, es que aquí nadie espiaba vidas ajenas ni sentía una especial curiosidad por saber del pasado de los otros, y sobre todo nadie parecía conocer el lugar, como si no estuviera en el mapa. Alguna que otra excursión de turistas, contratada en Alburquerque, por vaya usted a saber quién, aparecía por allí cualquier día inesperado, pero se limitaba a visitar la reserva navaja, a sacar fotos del desierto desde sus lindes y tras comer una buena comida mexicana en la tiendecita y taberna donde yo había conocido a Alfredo, se marchaban, no diría con viento fresco, porque aquí rara vez el viento es fresco, pero sí como los demonios de mi desierto rojo los persiguieran.

Teniendo en cuenta que ella era la única doctora del condado no fue sorprendente que nos acabáramos conociendo. Su llegada coincidió con la jubilación del viejo doctor del pueblo y ella ocupó su lugar. Tal vez  le convenciera o él ya estuviera convencido y esperara el momento oportuno. Nunca se lo pregunté a Helen. No suelo hacer mucho caso de las enfermedades, son una buena forma de morir y no tienes que esforzarte mucho, solo dejar a las bacterias, virus, o lo que sea, que hagan su trabajo. Conmigo lo hicieron bien, hasta el punto que dejé de tomar mis viejos remedios, infusiones cargadas de alcohol, y una noche, con la fiebre tan alta que apenas veía, salí de casa como pude, conduje como Dios me dio a entender y al cabo de un tiempo, indeterminado, llegué a la casa-consultorio de Helen. La conocía porque como sheriff del condado, novato en el cargo, intentaba llevar con meticulosidad los aspectos burocráticos de mi trabajo. Eso me obligaba a conocer y entrevistar a los nuevos residentes, pero lo iba dejando de un día para otro.

Con gran dificultad pude llegar hasta su puerta y tocar el timbre. Me mantuve en pie como un valiente hasta que ella abrió la puerta, articulé alguna palabra que ni yo mismo entendí y caí redondo al suelo. Desperté en una bañera, desnudo, el agua templada. Una mujer frotaba mi frente con un trapo húmedo, con suavidad.

-No se asuste, tiene la fiebre muy alta y esto le hará bien. He tenido que inyectarle un antipirético. Esperemos que esta noche podamos rebajarla un poco, luego dejaremos que el cuerpo haga su trabajo.

-¿Cómo me ha traído hasta aquí?

-Con dificultad, no es precisamente un niño.

Había recuperado un poco mi vista, aunque seguía desenfocada. Eso no me impidió apreciar su belleza y pensar morbosamente en que ella también había tenido tiempo de apreciar la mía. Me felicité de mi sentido del humor. Buena señal, eso significaba que estaba mejor. Pero no me duró mucho. En realidad me sentía muy mal como pude apreciar cuando ella me preguntó si podría salir por mis propios pies del baño y caminar hasta una habitación de huéspedes en la planta baja. Asentí con la cabeza, pero ella tuvo que ayudarme mucho para levantarme y arrastrar mi cuerpo, apoyado en ella, hasta el lecho del dormitorio para huéspedes. Allí me dejé caer a plomo y me abandoné a sus manos, que volviera a disfrutar de mi hermoso cuerpo, puesto que yo ni siquiera podía pensar en el suyo. Debí desmayarme otra vez, porque cuando recobré la consciencia ya estaba dentro de la cama, con un gran peso sobre mí.

-Le he puesto unas cuantas mantas, necesita sudar. Le traeré zumo, tiene que hidratarse.

Regresó con una jarra de zumo y me hizo beber un vaso. Pronto me fui amodorrando y así permanecí durante varios días, entre la modorra y el sueño. A veces la notaba cerca, a veces creía escuchar voces en la casa, tal vez trabajaba en su consulta. Las pesadillas sobre el drama de mi pasado, que solo yo conocía, se sucedían, cada vez eran peores, debí gritar en sueños, hablar en sueños.

De esta forma tan poco convencional comenzó nuestra relación. Al fin la fiebre fue bajando, me sentía muy débil y ella me daba caldos y comidas ligeras. Quise levantarme e irme, para no molestar, pero en cuanto lo intenté me caí al suelo, ella se rió bastante. Comenzamos a hablar.

-¿Cómo es posible que no se le ocurriera llamarme para que fuera a su casa? En el estado en el que estaba podía haber tenido un accidente, incluso grave.

-No tengo teléfono, ni móvil, odio esta forma de comunicación. No me pregunté por qué.

Yo lo sabía muy bien, pero no podía decírselo. Helen asumió que no quería hablar de los secretos de mi vida y ella tampoco lo hizo cuando yo quise conocerlos.

-¿Y cómo le localizan? Porque usted es el sheriff. ¿Me equivoco?

-No se equivoca. Tengo una radio en casa. No pueden localizarme de otra manera. Fue una de las condiciones que puse al alcalde cuando me ofreció el cargo.

-Vale.

Cuando estuve recuperado me llevó a casa conduciendo mi propio coche y no pude oponerme. Le ofrecí un café en el porche y le pregunté por sus emolumentos. No quiso cobrarme. A cambio me pidió que la invitara a cenar, cualquier noche que nos viniera bien a los dos. Así comenzó nuestra relación íntima.

Y ahora estábamos otra vez frente a su casa, una casa que yo conocía muy bien. Fue entonces cuando se me ocurrió.

-Tienes que instalar una alarma. Hasta que pillemos a esa bestia ninguna mujer estará a salvo. Intentaré convencer a todas las mujeres que vivan solas, pero tú serás la primera.

-No te voy a decir que no, cualquiera que viera a esa pobre chica se construiría un búnker antinuclear, pero los gastos corren de mi cuenta.

-Me parece que no. Es lo menos que puedo hacer por ti, después de haberme cuidado como me cuidaste cuando nos conocimos.

Helen sonrió y me invitó a entrar. Antes ambos miramos a nuestro alrededor, como si temiéramos que el asesino estuviera escondido en las sombras. Ya en el interior me ofreció una copa que yo rechacé.

-Mañana tengo que estar despejado. Les he citado a primera hora. Es mi primer homicidio y me siento perdido, espero que a alguien se le ocurra una buena estrategia. Pero no me olvidaré de ti, mandaré que pasen a verte mientras practicas la autopsia, les das las llaves y ellos instalarán la alarma. Luego yo la supervisaré cuando tengo tiempo.

-¿Por qué no pides ayuda al FBI?

-No tienen personal y están muy ocupados. Además hasta que se demuestre que se trata de un asesino en serie, creo que no tienen competencia. Y tampoco me hace maldita la gracia pedir ayuda desde el primer momento, sin haber intentado algo, cualquier cosa.

Ella sí se bebió una copa mientras yo recorría la casa, cerciorándome de que ventanas y puertas estaban bien cerradas. Tomé nota de lo que era necesario reforzar. Mandaría también carpinteros, cerrajeros, lo que hiciera falta. Nunca me perdonaría que a Helen le pasara algo así. Pensé en que el terror se acabaría contagiando por todo el condado, como una epidemia. Pero no quería pensar en eso ni en nada relacionado con el caso, necesitaba dormir bien y no quedaban ya muchas horas. Sin decirnos nada cada cual se fue a su cuarto después de habernos rozado los labios.

EL BUSCADOR DEL DESTINO VIII


EL BUSCADOR DEL DESTINO VIII

Me echo la siesta con ganas. Despierto a las cinco. Me doy una ducha y al refrescarme la mente se ilumina. Tengo que bajar a comprar en la ferretería antes de que llegue la ola de calor y ponerme a arreglar la valla, luego no habrá quien se mueva. Decido bajar ahora, mañana me costará más. Así compraré también lo que se me haya olvidado, sea lo que sea. No sé por qué tengo prisa, estoy de vacaciones. Las prisas siempre son malas, como en este caso que tomo la carretera más corta, sin recordar que el puente está cortado. Llego hasta el puente, doy la vuelta y esta vez sí tomo el camino más largo. Soy un idiota, digo en voz alta todo el camino, sin acordarme de poner música. Llego al pueblo grande, busco una ferretería, la encuentro no sin antes dar vueltas y vueltas hasta que me decido a preguntar. Soy muy tímido, eso me ha causado muchos problemas en casos como estos, y me los seguirá causando, la timidez no desaparece así como así. Entro en la ferretería, grande, parece que hay de todo, mejor. Me pongo a buscar y entonces aparece un señor delgado, con gafas, de unos cincuenta años, con cara de mala leche, cortada y fermentada. Me echa la bronca por no esperar y dejar que me atendieran. Podría haber dicho que no lo sabía, que los dependientes no van con mandil, parecen clientes, que no hay letreros anunciando que esperemos a ser atendidos, que con empleados como él la ferretería no tardará en irse a pique, etc etc. Como tengo prisa y estoy de vacaciones me callo como un muerto. Me pregunta qué es lo que quiero y entonces sí hablo, para empezar una caja de herramientas con todos los aditamentos. Me lleva por un pasillo hasta unas estanterías donde veo cajas de herramientas y otros adminículos. Comienza a cantarme las loas de todas las cajas, desde las más caras a las más baratas. Ni miro, ni me lo pienso, escojo una de tamaño aceptable donde quepan las herramientas que necesito y no sea muy pesada de llevar, si luego tengo que contratar una grúa habré cometido el mayor error de mi vida. Quiero ésta, con voz átona, a pesar de mi cabrero. Me la lleva, muy amable hasta la caja. ¿Desea algo más el señor? Sí, éste señor desea partirte los morros, pero no tengo tiempo ni ganas. Este señor quiere un juego de destornilladores, tornillos de todos los tamaños y grosores, alicates, una llave inglesa no muy grande y esto y lo otro y lo demás allá. Decide volver a llevar la caja de herramientas vacía y llenarla con todo lo que le pido, así no tendrá que estar haciendo viajes todo el tiempo. Al llegar deja la caja en su sitio y me enseña otra, parecida, pero que lleva ya de fábrica casi todo lo que le he pedido, desde el juego de destornilladores, la llave inglesa, hasta incluso un cúter. ¡Podía haberlo dicho antes! Claro que la culpa es mía, por no dejar que lo hiciera. Ahora solo queda rellenar la caja con lo que necesito y no viene ya de fábrica, por ejemplo los tornillos de todas clases y tamaños, y unas puntas variadas y… El empleado ahora no me lleva la caja muy amable, deja que sea yo quien la lleve o que la deje allí, a él le da igual, a mí no, así que la cojo y le sigo. Estantería de los tornillos. Como no he medido el grosor de la madera, ni sé qué dura puede ser, ni sé nada, decido comprar una caja de cada. Ni miro el precio, lo que deseo es terminar cuanto antes. Y así continúo tras el empleado que me lleva de acá para allá. Creo haber terminado y coloco todo en el mostrador de la caja. No, ahora me acuerdo que voy a necesitar unas tijeras de cocina y…seré idiota, me digo, ni siquiera he mirado los cajones en la casa, no sé ni lo que hay ni lo que no hay. ¿Y si comprara un juego de cubiertos y algún plato? Tate, te has olvidado que en el maletero del coche tienes una fiambrera con platos y cubiertos y lo imprescindible para comer en el campo. Recuerda que lo compraste cuando fuiste de excursión a… El empleado me mira con mala cara, yo no le miro, me lleva a la otra punta del local, donde está el menaje de cocina y allí me da a elegir entre varias tijeras. Miro las más sólidas porque me conozco, no me importa que sean más caras. Una  cubitera por si el frigorífico no tiene o son una mierda y una jarra de cerveza y… Me había olvidado de comprar un barril de cerveza en el super, ahora que viene la ola de calor. El empleado atiende a una señora sin despedirse ni decirme lo guapo que soy. No me importa. La cajera es más amable, pero tarda la intemerata en pasar todo por el escáner. Dice una cantidad final t en otras circunstancias me hubiera caído de culo, ahora no porque estoy de vacaciones y me importa todo un pito y porque estoy de vacaciones y porque… a la mierda con todo De vacaciones y con una ola de calor. Compraré bebida por un tubo y tal vez debiera de comprar un congelador, además del que tiene el frigorífico… Bueno, tal vez lo haga, pero hoy no, quiero llegar a casa ya, cuanto antes.

Y llego, no sin antes estar a punto de cometer el mismo error. Por suerte justo en la rotonda donde debo tomar uno u otro camino, recuerdo y tomo el otro, el bueno. Al llegar saco la caja de herramientas del maletero y la dejo en el caminito del jardín, así mañana no tendré que hacer más esfuerzos pujando por ella. Vuelvo a por el barril de cerveza y la bolsa donde están la jarra de cerveza, las tijeras y otras cosillas. Meto la jarra en el congelador del frigorífico y compruebo que sí hay cubiteras para el hielo, aunque malas y una rota. Saco la que compré, la relleno de agua y al congelador. Me gustaría premiarme con una buena jarra de cerveza bien fría, pero no tengo hielo, las cubiteras de la casa están sin agua. Me acuerdo y compruebo en el cajón de la cocina si hay cubiertos, los hay. Miro en el armarito colgado de la pared y veo platos y alguna cazuela. Bueno, parece que estoy surtido… de momento. Los que no están surtidos son los gatos, me he olvidado de su comidita. Tendré que establecer un protocolo, dos comidas al día, mañana y tarde.

Lleno el comedero, lleno el bebedero. Coloco un comedero y otro bebedero en el jardín para Silvestrina, que no tardará en aparecer, como así es, permanece alejada, guardando la distancia de seguridad, aún no hay confianza. Por fin me doy una ducha. Me relajo. Me fumo un pitillo. Me asomo al balcón y contemplo el jardín, la tarea que me espera mañana. Rezo porque la madera no sea tan dura como parece.  Ya va siendo hora de cenar. Bajo las escaleras, miro a ver qué me preparo. Dejaré las ensaladas para la ola de calor. Puedo freír unas rabas, unas croquetas, unas empanadillas y un par de huevos con tomate y tal vez un par de salchichas. Esto me va a engordar mucho, pero un día es un día y hoy necesito hacer algo rápido, no estoy para cocinar como un chef. Busco una sartén, echo aceite de girasol y me dispongo a encender el fuego en la vitrocerámica. No lo consigo. Es vieja, me recuerda la que tenía en el piso de alquiler cuando era joven. Pruebo con los dedos de todas las maneras, cuento los segundos, miro y remiro. Estoy a punto de llamar al dueño para que me indique, decido no hacerlo porque no quiero molestar a nadie, estas vacaciones las voy a pasar solo, pese a quien pese. Me paso un cuarto de hora poniendo los dedos en todas las posturas posibles sobre los puntos y dibujos de la “vitro”. Al final se enciende, ¡eureka! Había que hacerlo con dos dedos a la vez, uniendo el punto central con el situado abajo a la derecha. Bien, ya está encendida, pero no consigo subir la temperatura. Se bloquea, sale la “L”, apago, vuelvo a encender, toco con calma y la dejo respirar, parece que es lenta de narices. Al final consigo llegar al nueve, el círculo pasa al rojo, el aceite comienza a calentarse. Espero a que el aceite burbujee y lanzo las rabas como en una bolera. Me salpica el aceite, me quemo, lanzo una interjección redoblada y miro a ver si encuentro un mandil. No lo encuentro, la próxima vez que baje tendré que comprar uno, mejor de plástico. He salpicado el niqui. Mira que soy tonto. Debí haberme vestido con las peores ropas. Punto uno del protocolo, para estar en casa, las peores ropas. Bueno, con mucho cuidado consigo freírlo todo, lo baño de tomate, lo emplato y lo llevo a la mesa. Necesito una servilleta para no poner el niqui peor que lo que está. Encuentro una en un cajón remoto. Me siento y me relamo. Recuerdo que suelo escuchar los informativos de la radio mientras como, para que me hagan compañía. Vuelvo a subir las escaleras. Se me ocurre que voy a tener que hacer una lista mental cada vez que voy a subir o bajar las escaleras, según lo que tenga que subir o bajar, de otra manera subiré o bajaré tantas veces que sería una buena preparación para las olimpiadas. Encuentro el móvil, antes de volver a bajar pienso en la lista. ¿Tengo algo más que bajar? No, que yo sepa. Ahora sí, cojo una raba y me la llevo a la boca. ¡Ospi! Cómo quema. Pues claro, idiota, están recién hechas. A ver la empanadilla. Me quemo los dedos. En ese momento suena el móvil. Nadie debería llamarme, no conozco a nadie que pueda llamarme en vacaciones, tengo pocos amigos, pocos contactos, estoy más solo que la una. No conozco el número que me llama, ¿quién puede ser? Intentan venderme un seguro de vida. No tengo herederos, ni familiares, ni amigos, ¿quién se beneficiaría de mi muerte? Yo, desde luego, no, en el más allá ni se compra ni se vende, espero que al menos exista el cariño verdadero. Se lo digo a la teleoperadora, no lo entiende. Le digo que estoy cenando y me estoy muriendo de hambre. ¿No querrá que me muera antes de aceptar el seguro de vida? No se preocupe, le volveremos a llamar. Mejor que no. Otro protocolo más, no contestar nunca a números desconocidos, todos quieren venderte algo. Este bloqueado, no me volverá a interrumpir mientras como.

Ceno con apetito mientras escucho el informativo en la radio. Parece que la ola de calor va a ser de aúpa. Debería haber comprado al menos un ventilador. Aguantaremos como se pueda. Termino, y antes de subir reflexiono sobre si tengo que subir algo. Bueno, solo se me ocurre una botella de agua fría del frigorífico, por si me entra la sed. No se me ocurre nada más. Vuelvo a salir al balcón para echarme otro pitillo. No debería irme a la cama tan pronto, con la digestión apenas comenzada. Decido leer algo en el butacón, pero pronto me entra el sueño. Voy a la cama y pongo mi lista de sonidos de lluvia, es infalible a la hora de dormir. Felices sueños.

CARTA DE MILAREPA CONTRA PUTIN



CARTAS DE MILAREPA DESDE EL TIBET AL AUTOR LIBRO III

CARTA DE MILAREPA CONTRA PUTIN



Querido amigo y hermano en el Todo: Aunque esta carta va dirigida al Sr. Putin, te la envío a ti para que se la hagas llegar. Ya sé que te cuesta mucho moverte, incluso para bajar las escaleras desde tu dormitorio a la planta baja tienes que pensártelo dos veces y a veces tres, pero eso es algo causado por tu vagancia y no por problemas serios de salud, que no los tienes. Más problemas te causa hacer pública esta misiva por las consecuencias que pueda atraer sobre tu cabeza, tales como un envenenamiento por plutonio, wolframio o a saber qué material radioactivo pueden emplear esta vez, o simplemente con que entren en tu ordenador y te lo desmantelen ya te habrán producido un severo daño. Claro que tendrá que ser un daño muy severo porque tu ordenador ya lleva haciendo cosas raras desde hace un tiempo y ni el Sr. Putin ni sus adláteres conocían de tu existencia. Ahora esperas y deseas que sigan ignorándote, pero tal como están las cosas en la Red y en el mundo, puede pasar cualquier cosa, hasta que se aperciban de tu existencia y te maten como a un mosquito o una hormiguita, que todo podría ocurrir.

Mejor eso, piensas, que ir en persona hasta el Kremlin o donde se esconda ahora, y hacer una reverencia y pedirle al intérprete –porque tú no sabes ruso- que traduzca: Por favor señor Putin, no mate al mensajero, en todo caso métase con o mátese a Milarepa que siempre me pone en estos bretes sin pedirme permiso y sin que yo pueda antes ni comerlo, ni beberlo, que al menos algo sacaría en limpio. También piensas que llevabas mucho tiempo sin saber de mí, desde que interrumpiste aquella serie de cartas sobre la pandemia. Sí, porque las interrumpiste tú, que yo aún tenía algunas cosillas que decir al respecto. Desde que desapareció tu gatito Zapi has caído en una depresión incurable y has tocado el abismo de la desesperación. Lo querías tanto que el apego –mira que te llevo diciendo mucho tiempo que todo apego, aunque sea a una personita tan cariñosa como Zapi es malo y genera sufrimiento- te hizo pensar en mí. Si Milarepa me escribiera otra carta, una muy espiritual, metiéndose a fondo con esta podrida sociedad en la que vives, puede que a alguien se le ocurriría matarte y asunto concluido, ya no sufrirías más. Ahora que ya has subido a la Red la narración de tus juveniles intentos de suicidio, en cumplimiento de un juramento sagrado, podrías morir tan ricamente y nadie se daría por aludido. Hubo un tiempo en el que pensaste que esa trágica narración de tus desgracias sería como una bomba o un misil nuclear en tu entorno. Todo el mundo se llevaría las manos a la cabeza y te llamaría loco y te causarían muchos problemas… Pues ya has visto que no, no ha pasado nada, nada de nada. Así que ahora no me vengas con monsergas de que te van a envenenar con plutonio o pandemonio, porque tampoco va a ocurrir nada. Subirás esta carta o misiva a tu blog y santas pascuas, en lugar de ir en persona, arrodillarte ante el Sr. Putin, entregarle la carta manuscrita y suplicarle que retire sus tropas de Ucrania, que acabe la guerra y que forme una comisión mundial, globalizada, para mejorar el mundo, que buena falta le hace.

¡Ya te gustaría a ti que ocurriera algo, que te envenenaran con el dichoso plutonio y así irías a buscar a Zapi al cielo de los gatitos! Llevas desde su desaparición rezando todas las noches esa dichosa oración: Que Dios te bendiga Zapi y te lleve al cielo de los gatitos; gracias por haberme acompañado en el camino; te quiero mucho y siempre te querré. Sí, estás tan hundido en la miseria que una muerte, aunque sea por plutonio, que debe ser lenta y muy dolorosa, te supondría un gran alivio. Así te evitaría suicidarte, que no lo puedes hacer porque un día juraste que no lo volverías a intentar nunca jamás. Entre la desaparición de Zapi y la invasión de Ucrania el poco deseo de vivir se va apagando como la llamita de una vela falta de oxígeno. Morir ahora estaría bien, piensas, y más si es de forma rápida e indolora, un ictus rapidito, o mejor, morir en sueños y no enterarte de nada. Esta mierda de sociedad en la que vives ya no merece la pena, que no, que es un asco, no hay quien aguante tanta mierda. Mejor morir y que esos idiotas que se creen diosecillos intenten apoderarse del mundo y de más allá de Orión, si les da tiempo. No creo que sean conscientes de que son mortales y se van a morir también en unos días, no tantos como piensan, porque de otra forma ni se les ocurriría pensar en masacrar al prójimo, al vecino, en mandar tanques y helicópteros y aviones y barcos y soldados que también tienen padre y madre, esposa, hijos y a los que quieren, no así a los que tienen que matar, que si fuera así no los matarían.

Vaya nochecita que llevas, no has pegado ojo, menos mal que ahora con el Spotify lo pasas muy bien creando listas y más listas, de música clásica, moderna, electrónica, celta, que si meditaciones por aquí, que si cuencos tibetanos por allá, que si canciones y poesía, que si solo poesía…Sí, confieso que es entretenido, pero son las cinco de la mañana y no has pegado ojo. Tal vez sea porque has visto los telediarios, los helicópteros y los tanques de los que hablas, y has escuchado los lamentos en ucraniano de los que se tienen que ir de sus casas y encima dando gracias porque no les caiga un misil mientras van en bicicleta o penetre en su casa como un gigantesco pepino de acero. También has escuchado en la radio a ucranianos en España hablando de sus seres queridos en Ucrania y se te ha partido el alma, si es que no la tenías ya partida, como el culo. Porque eso es lo que piensas que este planeta es el culo del universo, el infierno del que hablan. Y entre los demonios debe haber uno que se llame Putin, seguro. Porque solo un demonio puede pensar en poner a maniobrar a un espantoso ejército y luego lanzarlo a masacrar a víctimas inocentes acusándolas de nazis, neonazis o genocidas, o lo que sea, como si fuera un niño jugando con piezas de Lego. Llevas unos días viendo documentales sobre el Sr. Putin y no sabes por qué los ves, al fin y al cabo podrías ver otras cosas más divertidas, pero no, tiene que ser sobre Putin. Hasta se te ocurrió imaginar que si tuvieras poderes mentales le freirías las neuronas con mensajes telepáticos de paz para el mundo, para todos los hombres de buena voluntad, como hace tu personaje en tu relato de Terror en las mentes y el telépata loco o si pudieras viajar con tu cuerpo astral o tu doble, aparecerías en el Kremlin, que ya conoces muy bien por los documentales que has visto y llegarías hasta el mismísimo Putin, al que ya conoces muy bien por los mismos documentales y le dirías cuatro cosas, y más de cuatro también. Decían esos documentales que ese señor es un demonio con sus enemigos, que no perdona ni una. La venganza parece ser uno de sus pecados capitales. También se debe creer un diosecillo a juzgar por cómo caminaba por un edificio enorme, repleto de gente, tal vez en una de sus tomas de posesión como presidente de Rusia, entre los que estaban algunos actores de Hollywood muy conocidos, o puede que vieras mal o alucinaras o puede que fuera otro documental y los mezclaras, que eres capaz de eso y de más.

Todo el mundo le tiene miedo, por eso nadie dice nada, y cuando salen a la palestra los presidentes de otros gobiernos, solo dicen blá-blá y que la legalidad internacional. que nadie cumple desde tiempo inmemorial y que tal vez ni siquiera exista y os estén engañando. Tienen miedo, mucho miedo, no sé si a Putin o a quedarse sin gas y sin petróleo, o a que las bolsas quiebren y se desfonden o a que falte el dinero. Porque a lo único que realmente temen es a eso, a quedarse sin dinero. Lo demás les trae al pairo. Vives en una sociedad que adora al becerro de oro y le reza y le adora, y hace sacrificios humanos con tal de que el becerrito, el idolito haga caer monedas de oro sobre sus duras cabecitas. El gran problema que tenéis en esa sociedad que tú desearías abandonar cuanto antes y sin despedirte, es el de la confusión de valores en la pirámide o zigurat de valores, una especie de torre de Babel en la que nadie se aclara y no por las lenguas, que unos hablan ruso y otros ucraniano y otros cualquiera de los millones de idiomas que tenéis para entenderos y que no os sirven para nada, porque parecéis sordos hablando a mudos y mudos hablando a sordos y ciegos hablando por doquier sin saber que no hay nadie en leguas a la redonda, si no por los valores, que los que deberían estar arriba en la cúspide de la pirámide están abajo, si es que están y los que deberían estar abajo del todo están en la punta de la cúspide. El valor supremo es el oro, o el dinero, o el dólar o el rublo o la madre que parió a todas las monedas capitalistas y menos capitalistas. No hay valores y así se derrumba la pirámide, porque en la cúspide está el oro que pesa mucho y los misiles y tanques y demás armamento, que pesa mucho y que está al lado del oro, porque sin armamento no hay oro. En lo alto debería estar el amor y la libertad, un escalón inferior, la generosidad, la solidaridad, la empatía, el afecto, la amistad, el cariño… Y abajo del todo. el oro y si pudiera ser fuera de la pirámide, en las minas, que allí está bien y no hace daño a nadie.

Vaya mierda de sociedad que tenéis, sin valores, con el oro o las monedas, o los valores en bolsa –que vaya mierda de valores especulativos son esos- volando de acá para allá, y llegan los fondos buitre y se lo llevan a saber dónde. Mira, los millonarios actuales deberían llevaros a todos a Marte o a Poseidón, o donde sea, donde no hubiera oro, solo arenas rojas y cada cual que tomara cuantos granitos de arena necesitara, así seríais todos ricos y nadie se pelearía por el oro, la moneda o los cambalaches que habéis inventado para sustituir a los valores invisibles, que por eso nadie cree en ellos, porque nadie los ve. Ya pueden observar el amor de dos o más corazones entregándose unos a otros, quitándoselos del pecho y entregándoselos a los amados, que morirían ipso facto si el otro no les diera el suyo para su pecho. Es lo bueno que tiene el amor, que es tan generoso que lo sacas del pecho en cuanto ves a alguien. Menos mal que a los demás les pasa lo mismo y en cuanto ven un pecho sin corazón se sacan el suyo y se lo entregan, y así sucesivamente. Menos mal porque si no todos estarías muertos y no por misiles, tanques, ametralladoras, balas trazadoras, bombas desde aviones, bichitos de guerras bacteriológicas o lo que sea. Parece mentira que en plena pandemia de bichitos que no se sabe de dónde han salido, pero que muchos creen que de laboratorios de guerra bacteriológica –tal es la confianza que tienen en sus dirigentes- les parezcan pocos los muertos, los confinamientos, los sufrimientos, y la mierda de un futuro que parece visto a través de cristales tintados de mierda, y ahora busquen más con cualquier motivo, que todo vale, que si quiero regresar al imperio, que si allí hay nazis y en mi casa no, que si esto, que si lo otro, que si lo demás allá. Porque esto no va a quedar así, ya veréis. En cuanto mueran todos los ucranianos empezarán con los siguientes, y en cuanto las medidas no sirvan ni para atrapar pajarillos acabaran pensando que todos tienen misilazos entre las piernas de sus Estados y por qué no disparo yo primero, que el que da primero da dos veces y etc etc.

Nada, querido amigo y hermano en el Todo, que hasta yo, el espiritual Milarepa, he perdido el control, los papeles y digo exabruptos y lanzo culebras y sapos por mi boca de profeta. Que me tenéis hasta… No me extraña que tú quieras morir y que no te importe publicar esto y que luego te envenenen con polonio, plutonio, radio o lo que sea o que alguien saque la cabeza del ordenador por la noche y te dispare a la cabeza un rayo laser o cualquier otro invento, ondas sonoras, electromagnetismo o chicles envenenados, que aquí vale todo. Después de perder a Zapi, la única compañía que te quedaba, ya no te importa morir y que sea el Sr. Putin tu matador o cualquier otro. Que esto es una mierda, una auténtica mierda. Al menos si mi carta sirviera para ayudar a los ucranianos y evitara muertes y todos se dieran golpes en el pecho diciendo lo de mea culpa, mea culpa, mea grandísima culpa, y todos mearan bien y luego se reunieran, reconociendo sus culpas y errores y pensaran en cómo hacer una sociedad mejor y amarse más… Pero no porque aquí lo único que interesa es el puto oro de los… Bueno, perdóname y vete a la cama, que ya he terminado. Que son casi las seis de la mañana y tú sin pegar ojo, como tantos. No te preocupes que mañana seguirá la guerra y pasado y al otro. Y luego a contar muertos como patatas en el huerto y a ver cómo salimos de este lodazal y a ver si por lo menos evitamos la guerra nuclear y algunos siguen vivos para que les pille el cambio climático por sorpresa. Que a vosotros todo os pilla por sorpresa, hasta la granizada que lleva anunciándose durante veinticuatro horas de nubes negras, que hasta habéis tenido que encender la luz. En fin, amigo, que menos mal que te pillo desesperado y con ganas de morir, que si no ni te hubieras levantado de la cama si no es para ir a mear, que tienes la próstata hecha un asco. Mira mejor que reces el mea culpa que esa oración a Zapi, que el pobre está conmigo y no deja de maullar porque en vez de olvidarle y dejar que se refocile en el cielo de los gatitos te acuerdas de él todas las noches y no dejas de rezarle, como si fuera un santo. Mejor harás en pensar en cómo convencer al Sr. Putín, en rezar por los ucranianos y por los rusos, que con un demonio como el Sr. Putin habrá para todos. No, si a lo mejor en el fondo es una gran persona. Más te vale, porque con las veces que le has llamado demonio, como se entere, que no lo cuentas chaval. Aunque eso es lo que tú quieres, bandido, que sin Zapi no eres nadie y que ya han pasado tantas cosas malas en los últimos años, que mira, por mucho que duela morir, mejor muerto que vivo en esta mierda de planeta que tenéis.

Un abrazo fraternal y que la paz profunda os acompañe a todos en el camino, incluso al Sr. Putin… Eso sí, si retira sus tropas, deja de matar y se reúne con los líderes mundiales a ver si mejoran esto, aunque sea una pizca, porque si no os quedan dos telediarios para el apocalipsis.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XV


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XV

“Toca su cabeza. Deja su mano en su testuz. Acaricia su frente y… Milagro. No ocurre nada. La caeros líder, la hembra Beta, cierra los ojos un instante, como si le gustara que la acariciaran. Los abre y mira a Rosindra como si la conociera de toda la vida y fueran muy amigas. Abre la boca y lanza un mugido regocijado. Todo el rebaño, compuesto de hembras y crías levantan sus testudes, miran en su dirección y comprenden de inmediato lo que ocurre. Otra visita más de estos pesados vantianos. ¿No tendrán otra cosa mejor que hacer? Ustedes, queridos holovidentes no lo saben, pero el mugido indica el permiso que la hembra Beta ha dado a Rosindra y al resto del grupo para que puedan acercarse al resto de la manada y acariciar a hembras y crías sin recibir malas caras y mucho menos agresiones destempladas. Ustedes no lo saben, pero sí Rosindra, que repite esta escena cinco veces a la semana, descansando dos días a elegir. Nuestra amable guía es  voluntaria, como otros muchos, en su mayoría amantes de los animales. Lo hace porque adora a estos seres, relegados  por la historia a un lugar secundario en la vida del planeta Omega. También porque de esta manera obtiene un buen número de créditos que está ahorrando para emplearlos en un proyecto delirante, pero que ella cree poder llevar a buen término. Ella, que ahora no nos oye, lo mismo que Alierina, nuestra intrépida reportera, porque han desconectado para impedir que mi voz cantarina pueda descentrarlas de este protocolo tan estudiado y sufrir algún percance. Ella –quiero decir Rosindra- forma parte de un grupo cada día más numeroso de omeguianos que van a plantearle a nuestra amable inteligencia artificial que levante las defensas de rayos omega que nos mantienen en cuarentena, aislados del resto de la galaxia, para así poder viajar en una nave espacial, especialmente acondicionada, hacia otros planetas de los que llevamos varios siglos separados debido a aquel ataque inesperado y terriblemente agresivo de los noctorianos. Ustedes, queridos holovidentes, no lo saben, a no ser que hayan pedido al bueno de “H” que les deje ver la gigantesca producción con actores holográficos que se hizo en su momento para explicar las razones que existieron para tomar una medida tan drástica y que tanto molestó a nuestros abuelos y tatarabuelos. El resto de ustedes ni saben ni les preocupa en lo más mínimo que no puedan hacer turismo por el Cuadrante, en naves crucero, como hacían sus ancestros, más o menos lejanos, quienes recibían al mismo tiempo un turismo apabullante, lo mejor de todo el Cuadrante y aún más allá, desde los arrabales galácticos.

“ Les anuncio, ahora que Alierina no nos oye, porque ella aún no lo sabe, que mañana tendremos un programa especial sobre la gran batalla contra los noctorianos. Proyectaremos la película de la que ya les he hablado y luego habrá un coloquio-circunloquio con tantos tertulianos y tan contradictorios entre sí, que promete una tertulia explosiva. Y mientras termina esta escena carnavalesca, me preparo para dar conexión a Alierina, Rosindra y este grupito de valientes. Resumo, por si alguno de ustedes no estaba mirando la pantalla, embelesado por mi narración. Tras Rosindra ha sido Alierina la que ha repetido exactamente los mismo pasos de la guía, y luego Elierina y su mudo esposo y el resto. La caeros los ha olido a todos, lo que no ha hecho con Rosindra a quien ya tiene muy olida, para impregnarse de su olor, memorizarlo y aceptar su intrusión como algo natural. A continuación la guía, seguida de sus adláteres, se ha dirigido hacia el interior de la manada, donde están las crías de esta temporada, todas muy pequeñitas y graciosas, aunque muy asustadizas. Sus mamás los han aceptado, creo que por sumisión debida a la hembra Beta, o mamá suprema, y han pedido a sus crías que se dejen acariciar, aunque no es algo que agrade especialmente a estos pequeños. Ha sido una escena muy tierna. Sin ningún incidente digno de reseñar, el grupito de omeguianos ha salido del perímetro que ocupa el rebaño, y ahora, ya suficientemente alejados, podemos restablecer la conexión para que todos nos expliquen sus impresiones.

-Aló, aló, Alierina. Restablecemos la conexión para que compartáis con nosotros vuestras impresiones.

-Ni aló ni leche de caeros, Arminidio. Que he estado escuchando tu estúpida narración. Ya sabía que te ibas a aprovechar, por lo que no me he desconectado. Ya hablaremos tú y yo. En compensación por tu caduco sentido del humor te pido, mejor dicho, te exijo, y te doy de tiempo hasta la semana que viene, y ya es mucho tiempo, que organices un programa especial, bien una visita a las montañas Negras para conocer a los granjeros rebeldes, o bien al palacio de HDM-24, una visita guiada por Ermantis. Y aprovecho para dejar bien claro que no nos hemos acostado, como dicen las malas lenguas, pero anuncio que sí nos acostaremos en cuanto termine el programa o dejaré de llamarme Alierina.

-Por todos los dioses de nuestros ancestros, a quienes adoraban antes de que llegara el Mesías de Omega, admito mi culpa y acepto el castigo, pero es muy poco tiempo para organizarlo todo.

-Admito que la visita a las Montañas Negras será difícil de conseguir, ya que el permiso de “H” es muy complicado y necesitarás más tiempo, pero la visita a su palacio es pan comido. Por ahí no paso.

-Lo intentaré, te lo prometo, a cambio de tu perdón incondicional. Y ahora, ¿por qué no nos contáis vuestras emociones?

-De acuerdo, que comience Rosindra, luego seguiré yo y después Elielina y todos los demás.

-Bueno, para mí ha sido una experiencia más. Me gustan especialmente los caeros, por lo que, siempre que puedo, pido hacer de guía para visitar a estos encantadores animales. El zoo de Vantis es enorme y las especies animales que contiene muy numerosas. Todas ellas son dignas de atención y muy interesantes. Mi preferida, tras los caeros, son los kooris, a quienes visitaremos a continuación. Les advierto que son tan juguetones y atolondrados que deberán tomárselo con humor o alguno sufrirá un síncope. En cuanto a los caeros, mi primera visita ocurrió hace algunos años, no sé cuántos, porque llevo ya muchos como guía del zoo. Por cierto, Arminido, que yo también te he estado escuchando. Me parece muy mal que hayas desvelado, para los holovidentes, un secreto que muy pocos conocían. En compensación, como ha hecho Alierina, te pido, mejor dicho, te exijo, que forme parte de los invitados que vayan al palacio de HDM-24. Quiero pedirle en persona que nos deje viajar, a la expedición, por los planetas más señalados del cuadrante. Estoy muy interesada en la fauna y la flora de esos planetas, así como otros miembros de la expedición lo están en otros temas, especialmente los historiadores están dispuestos a morir en el intento para conseguir toda la documentación que puedan en los archivos de esos planetas y no solo lo referente a la brutal agresión noctoriana que sufrieron nuestros antepasados.

-Pobre de mí, pobrecito. Todos son exigencias. Pues bien, yo también pongo una y no admite componendas. A cambio pido, exijo, que aceptéis mi invitación a cenar. Una cena ecológica donde vosotras digáis.

-Creo que Rosindra estará de acuerdo conmigo. Aceptamos con la condición que esté presente un robot guardián. Todo el mundo sabe que eres un seductor de pacotilla, Arminido. No nos fiamos de ti. No nos tocarás un pelo de la ropa sin nuestro permiso.

-Hecho. Pero Rosindra no ha terminado de contarnos su experiencia con los caeros…

TERCER DÍA EN CRAZYWORLD X


TERCER DÍA EN CRAZYWORLD X

Dolores, me gustaría hacerte algunas preguntas que me temo afecten a tu intimidad. Ya sé que apenas nos conocemos. Si no quieres contestar no lo hagas. Puede que mi amnesia me haga un tanto descortés, pero necesito saber…

-Si vas a estar dentro de mí, no creo que mi intimidad sea más íntima que eso. Dispara.

Estaba obsesionada por tener sexo conmigo. No acababa de entenderlo muy bien. Puede que yo fuera un guapo mozo, no voy a negarlo, pero parecía no haber catado el sexo en años. No podía creer que en Crazyworld no hubiera alguien que no la hubiera ofrecido sexo. Sabía muy poco de cómo se llevaban estas cosas en aquella jaula dorada. También iba a preguntarle por eso, si me daba tiempo. Me agradaba pensar que aquella noche ella y yo nos íbamos a hacer cosquillas. Debido a mi amnesia ignoraba con cuánta frecuencia podía considerarse normal practicar sexo y con cuántas parejas. Así mismo desconocía si aquel deseo persistente que me acuciaba un poco era algo patológico, tal vez producto de los trastornos craneales que me habían llevado o simplemente podía considerarse natural que yo respondiera tan bien a los ofrecimientos que se me hacían, tal vez también naturales o consecuencia de mi apostura y de que allí fuera un macho novedoso al que todas las féminas querían catar. No podía saber si aquel extraño mundo era muy diferente al que suponía existía más allá de las vallas electrificadas y los robots. Si yo era un gigoló, algo a lo que parecían apuntar los recuerdos o las fantasías que a cuenta gotas se colaban desde mi subconsciente no era sorprendente que me sintiera atraído por Dolores y por todas las mujeres de Crazyworld y que ellas se sintieran atraídas por un gigoló que exudaba sex appeal por todos sus poros. Me pregunté si no tendría algo que ver en todo esto la rociada nocturna de los jugos de Kathy. ¿Alguien sabía algo de las consecuencias de aquel extraño fenómeno que había sufrido y degustado la segunda noche de mi estancia en Crazyworld? Pensar en ella me estremeció. ¿Qué estaría haciendo, qué estaría tramando? ¿Sería capaz de colarse en el apartamento de Dolores la noche que se avecinaba? Me serví más comida y cuando acabé de masticarla con gran placer, porque estaba muy buena, decidí iniciar un interrogatorio complejo que tal vez me llevara a hacerme una idea más cabal de Crazyworld.

-Dolores, si hubieras sabido lo que te esperaba, ¿habría venido igualmente a este antro?

-Sí, ¿por qué no? A nadie le gusta estar enjaulado, pero a mí no me esperaba gran cosa allá fuera. Me casé muy joven y tuve dos hijos, niña y niño. Mi marido era un borrachín que me abandonó. Nos moríamos de hambre. Dejé a los niños con la abuela y atravesé la frontera con mucha suerte, porque llegué viva y pude comenzar a trabajar, en lo que nadie quería, pero trabajaba y ganaba algo de dinero que enviaba a la abuela. Yo apenas comía para mandarles el máximo de dinero posible. Estaba muy delgada, mucho, y creo que muy guapa. Recuérdame a lo largo de la tarde que te enseñe las pocas fotos que aún conservo, que son mi mayor tesoro. Comencé a engordar cuando llegué a Crazyworld, había pasado mucha hambre y me resarcí comiendo todo lo que podía y moviéndome lo menos posible, ya me había movido bastante. Durante varios años trabajé aquí y allá en todo lo que pude y me dejaron. Por fin entré de pinche de cocina en un pequeño restaurante mexicano y allí aprendí todo lo que había de aprender de nuestra cocina. Cuando vi el anuncio de Mr. Arkadín no lo dudé un instante, con el ganaría en unos meses más de lo que había ganado en unos años. Le pedí un buen adelanto que debería mandar a la dirección que yo le di. No aceptaría hasta que supiera que la abuela y los niños la habían recibido. Luego le hice jurar por su madre que mandaría mi sueldo todos los meses a esa dirección y que me enseñaría los justificantes del envío. Y así llegué aquí. Cuando supe que no volveríamos a salir en el resto de nuestras vidas no me sorprendió demasiado. Todo esto me había parecido demasiado bueno desde el principio. Algo malo o muy malo tenía que haber. Como así fue.

-¿Y no quieres volver a ver a tus hijos?

-Rezo por eso todos los días. Espero que algún día ocurra el milagro, pero los pobres tenemos que conformarnos con sobrevivir, con poder comer todos los días. No podemos tenerlo todo, comida y el cariño de los seres queridos. Sé que mis niños están bien y muy crecidos y que la abuela aguanta a pesar de su edad. Eso es lo importante.

-Imagino que Mr. Arkadín es ya un viejales, algún día morirá.

-Sí, eso esperamos todos. Si no le mata la edad le matarán sus excesos. Come tanto como yo o más y es lujurioso como un sátiro. Algún día le fallará el corazón y podremos irnos, porque no creo que una vez muerto a alguien le interese mantener este estúpido infierno en marcha. Supongo que Kathy te habrá contado lo que le hizo. Ese monstruo merece una muerte que compense los sufrimientos que ha causado.

-Perdona Dolores, pero no quiero hablar de Kathy. Me da miedo que aparezca por aquí esta noche y me vuelva a exprimir. Aún siento el agotamiento que me produjo la noche que pasé con ella.

-No te preocupes, jovencito, yo no te exprimiré tanto. Solo necesito un poco de sexo y de cariño, una pizca. Y ahora no te pediré que me cuentes tu vida porque no la recuerdas, pero me tienes que jurar que cuando sepas de tu pasado, me lo tienes que contar todo, hasta el último detalle.

-Te lo juro, Dolorcitas. ¿Sabes? No sé en qué tiempo vivo y no me lo digas, por favor. A veces tengo la sensación de que soy mucho más viejo de lo que parezco. Como si me hubieran hecho objeto de algún raro experimento y me hubieran hibernado o algo parecido. Pero eso me asusta también, no quiero hablar de ello.

Me serví una copa de vino que trasegué de un trago y me puse con el chili con carne porque ya había probado todo lo demás.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XIV


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XIV

-Así es. Nuestra anfitriona Elierina ha solicitado y obtenido permiso para bajar hasta los caeros y acariciar sus peludas testudes. Nuestra amable y bella guía, Rosindra, ha accedido sin dificultades, porque como nos ha contado, es muy común que los visitantes del zoo quieran socializar con los animales que visitan. Desde hace ya bastante tiempo el zoo dispone de unos artilugios fabricados por “H” que instalados a la altura de la barriga, sujetos por un cinturón, se activan automáticamente cuando los sensores detectan movimientos o gestos que anuncien una posible agresión y de esta forma se forma una barrera protectora de rayos omega, que al parecer sirven para todo. ¿Existe algún peligro, querida Rosindra, de que bajemos a tierra y nos enfrentemos a estos monstruosos caeros, que por muy pacíficos que sean, la verdad es que dan un poco de miedo?

-Adorada Alierina –soy tu fan desde hace mucho tiempo- tienes mi palabra de que no hay el menor peligro, aunque no tengas mucha confianza en “H” la experiencia es incontrovertible, desde que viene sucediendo el contacto directo, no solo con los caeros, si no con el resto de animales del zoo, nunca, nunca hemos tenido el menor problema, y eso que la mayoría de visitantes aceptan esta aventura, salvo los miedosos o medrosillos, que haberlos hay. Por cierto, querida amiga, que me gustaría formar parte de la excursión al palacio de “H” que parece hoy no será posible, cuando lo sea, como le has prometido a tu amable anfitriona.

-Hecho, amiga del alma. Hoy no será posible, no porque nuestra amable IA no haya accedido a ello, si no porque el tiempo de que disponemos es limitado y el zoo tan grande que tendremos que renunciar a ver a algunos animales. Ya hemos prometido dedicar un programa al Mesias de Omega, me comprometo a dedicar otro a esa visita a la mayor brevedad posible, empeño en ello mi palabra.

-Sé que abuso de tu paciencia, pero me pregunto si no podrías entrevistara Ermantis, ese jovencito que vino de las Montañas Negras y se ha convertido en el preferido de “H”. En ese caso me harías un gran favor si me lo presentaras. Se dice que ya tenéis una buena relación.

-¡Será posible! Esto se ha convertido en un bulo insufrible. Todo el mundo parece dar por hecho que él y yo somos amantes, cuando en realidad solo nos hemos visto tres o cuatro veces y todas porque estoy intentando que haga de guía del programa que venimos preparando desde hace tiempo sobre los granjeros rebeldes. Es cierto que hay entre nosotros feeling, lo que no es extraño porque los dos somos jóvenes y ambos somos un poco reticentes a todo lo que procede de “H”, pero de ahí a dar por supuesto intimidades que aún no se han producido hay un largo trecho. Hecho también, si conseguimos su participación en el programa más complicado de producir hasta la fecha, te lo presentaré, pero ahora dejemos eso de lado y bajemos hasta esa manada de caeros. Voy a pedirle a Arminido que haga de locutor de la aventura, aunque sé muy bien que se aprovechará para ponerme en entredicho, porque me va resultar un poco difícil narrarlo yo en persona. No tengo inconveniente en confesar que me da un poco de miedo acariciar la testuz de esos enormes animales.  ¿Estás listo, compañero?

-Lo estoy, desconfiada compañera, seré un narrador objetivo y sabes muy bien que mi afecto hacia ti me impedirá cualquier broma o parodia. ¿Estáis listos?

-Lo estamos.

“El vehículo de nuestros anfitriones está descendiendo con lentitud para posarse en el suelo, cerca de la manada de caeros que están viendo. Como es silencioso y estos animales están más que acostumbrados a las visitas, su reacción está siendo de lo más pacífica. Se han limitado a elevar la testuz y mirar lo que tienen sobre ellos, para luego desentenderse y seguir paciendo. Se abre la puerta del vehículo ZO-10 y en primer lugar desciende la simpática guía Rosindra, con su uniforme de trabajo que tanto realza su figura. Un vestido color cielo, con faldita corta que ha permitido apreciar sus hermosas piernas, tan bien torneadas…

-Que te estoy escuchando, Arminido, como digas algo semejante de mí, te voy a capar.

 “Pido perdón, me he dejado llevar por el impulso. No te preocupes Alierina, que con tu precioso mono de trabajo, color verde pasto florido, no se pueden apreciar tus piernas. Por cierto que en segundo lugar desciende nuestra intrépida reportera, seguida de nuestra anfitriona y a continuación, y en último lugar, su silencioso esposo. No queda nadie más porque la gerencia del zoo ha tenido la deferencia de facilitarnos el vehículo en exclusiva para el programa, que habitualmente está ocupado por unas dos docenas de ciudadanos de Vantis o de omeguianos de todos los puntos del planeta.  Rosindra se pone en cabeza y el pequeño grupo avanza con paso pausado hacia el lugar que ocupa la que parece ser la madre guía del rebaño. Luego nuestra tertuliana Artemoisa, profesora de ciencias biológicas, nos hablará de los caeros, su vida y costumbres, anatomía, morfología y demás. Pero eso será luego, porque no queremos perdernos el fin de esta atrevida aventura.

“Caminan en fila y se van acercando a la líder de la manada. Parece buena idea empezar por la que manda, antes de intentar acariciar a otras caeros y mucho menos a sus crías. Parece que Rosindra será la primera en acariciar la testuz de la líder de la manada. Para ello tendrá que estirarse o tal vez hacer que la caeros baje la testuz. Como lo ha hecho ya muchas veces con otros visitantes, no tendrá que pensarlo mucho, le bastará con seguir el protocolo. Es posible que el animal ya conozca su olor. Eso se lo preguntaremos luego a nuestra tertuliana. Los demás se van quedando rezagados, puede que sea el miedo, la desconfianza, la superstición de que a ellos sí les puede pasar algo que no les ha pasado a miles y miles de visitantes anteriores. Tenemos a varios drones tomando imágenes desde diferentes perspectivas y también la cámara de Alierina nos muestra una imagen a ras de tierra. El momento crucial se va acercando. Rosindra está ya a un paso de la testuz, alarga la mano, deja que la caeros la huela, ésta baja ligeramente la testuz. La mano se acerca, se va acercando… 

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XLVIII


Tengo un recuerdo bastante claro de aquel día. No debí levantarme temprano porque nunca he madrugado si he podido evitarlo, tampoco tarde porque había quedado a una hora, tal vez la una o una y media y no quería llegar tarde precisamente a nuestro primer encuentro. El viaje desde Alcalá de Henares a Madrid no es largo, el problema, como yo preveía se iba a producir en la metrópolis. Creo recordar que el autobús me dejó en la estación de Ríos Rosas. Desde allí debía de tomar al menos dos líneas de autobuses. “R” me había hecho una especie de ruta bastante completa que yo anoté en mi libreta que había decidido emplear para escribir poemas, esbozos de relatos y anotaciones importantes de lo que tenía que hacer, porque siempre me olvidaba, como ahora, solo que en este momento no me muevo de casa y no necesito libretas para escribir nada, me basta encender el ordenador para escribir lo que sea o el móvil para hacer la lista de la compra. Si no recuerdo mal hasta me dijo el número de las líneas y dónde debía enlazar o parar. Pero como siempre me ha ocurrido durante toda mi vida y me seguirá sucediendo hasta que me muera, sería un milagro que no me perdiera, sobre todo en los primeros recorridos por una zona o ciudad. Este defecto lo achacaba antes a mi enfermedad mental, ahora no sé qué pensar, puede que se deba en parte a ella, pero también a la forma en que funciona mi mente, incapaz de agarrarse a la realidad, necesito fantasear para ocupar el tiempo, para llenar mi cabeza con algo, para evadirme de cualquier acontecimiento cuya intensidad emocional me vaya a desequilibrar.

Lo cierto es que me perdí. No recuerdo la calle a la que tenía que ir, ni el número, si sé que era larga. No debí bajarme en la parada que ella me había indicado para enlazar con otra línea y tuve que bajarme en una cualquiera y volver a llamar. Camina, busca en las paradas la línea correspondiente, espera al autobús, súbete, estate muy atento para no pasarte. Era un manojo de nervios y de angustia. Iba a llegar tarde, como así fue, pero gracias a la prevención de salir con mucho tiempo, el retraso no fue como para que ella se enfadara, además estaba ocupada haciendo la comida, y en su apartamento, por lo que cualquier retraso podía ser aceptable, siempre que llegara a la hora de la comida y no de la cena.

Su apartamento estaba en un piso alto, en un edificio bastante moderno. No era lujoso, pero sí indicaba una economía más que de clase media. Cuando llegué al piso, antes de llamar a la puerta, respiré hondo y me di órdenes para calmarme. No iba a pasar nada, lo peor que podía ocurrir sería que no nos entendiéramos, cumpliéramos con una comida cortés y luego si te he visto, no me acuerdo… me comió este gallo feo, para llevarme a la boda del tío Quirico o algo así. Un cuento infantil que venía en un disco que regalaban con una marca de coñac y que recuerdo haberle puesto a mi hija cuando era muy pequeña. Era consciente de que mi físico tenía su aquel. Aún conservo alguna foto de aquellos años, estaba delgado, llevaba gafas de pasta, vestía vaqueros y camisas aceptables. Mi físico no estaba mal y era joven. Cualidades suficientes para que no me cerraran la puerta en las narices. Además me sentía orgulloso de mi cultura, había leído muchos libros, la mayoría clásicos, visto películas clásicas, escuchado música clásica, en fin que era todo un clásico. Confiaba en esta cultura y en mi labia para no dejarme apabullar por su belleza y hasta conseguir que ella se sintiera un poco intimidada por mi sabiduría juvenil.

Cuando por fin llamé y ella abrió la puerta me alegró ver que la fotografía no era un engaño y que en persona hasta ganaba un poco. Me hizo pasar, un abrazo que exacerbó mi timidez porque noté su cuerpo contra el mío, especialmente sus pechos, y eso debió colorear mis mejillas. Desde la distancia me doy cuenta de lo timidísimo que era yo entonces. Dos besitos en las mejillas y me enseñó el apartamento con mucha amabilidad, yo diría incluso entusiasmo. Pedí disculpas por el retraso y ella le quitó importancia, no era para tanto, además había hecho una ensaladilla rusa que estaba en el frigorífico y para segundo freiría unos filetes con patatas fritas y pimientos, algo que no le llevaría mucho tiempo. Puede sonar extraño que recuerde el menú, algo que no es frecuente que me suceda, ni siquiera cuando me gusta tanto como aquella deliciosa comida. La ensaladilla estaba riquísima, los filetes tiernos y las patatas fritas y los pimientos en su punto. Además la conversación fue fluyendo y resultó una tarde inolvidable. Miré los libros que tenía en una estantería, haciendo algún comentario generoso. Se disculpó por los pocos libros, no leía demasiado, pero algo leía. Enseguida percibí su complejo por su escasa cultura, algo que ya había intuido en sus cartas, con muchas faltas de ortografía, algunas muy llamativas. Aproveché para hablarle de mis lecturas, de mis películas y mis músicas preferidas. Ella tomó un libro de la estantería. Me dijo que era una historia de amor que sin duda me gustaría. Me lo dedicó y regaló. Es curioso que aún lo conserve en mi biblioteca particular a pesar del tiempo transcurrido y de todas las mudanzas que sufrió, tantas que he perdido la cuenta. En efecto, para mi sorpresa, me gustó mucho. Se titula Amor en el Don de Henrik Konsalik. Lo acabo de buscar en Internet y el recuerdo es exacto, salvo por el nombre del autor, que es Heinz G.

Le di las gracias muy efusivamente, poniendo un cierto reparo a que me lo regalara así, de sopetón. Ella insistió, ya lo había leído y no acostumbraba a releer los libros. No recuerdo si yo le llevé algún regalo, puede que sí o puede que no. No andaba sobrado de dinero por lo que si había decidido llevarle unas flores tal vez no encontrara una floristería, porque desde luego no iba a pujar por ellas en los autobuses que tuve que tomar. Mi sentido del ridículo era entonces muy acusado, ahora no tanto, lo que agradezco a la evolución psicológica que acaba librándonos de algunas taras muy molestas. Es posible que llevara una botella de vino, ya entonces me gustaban los buenos vinos. Puede que vino sí, pero flores no, o hasta es posible que las dos cosas si tuve la suerte de encontrar una floristería a mano, algo que nunca sucede cuando las necesitas. Ahora que lo pienso creo que en nuestra correspondencia le había enviado un poema que debió de gustarle mucho. No sería sorprendente porque mientras estudiaba en la academia, preparando la oposición, le dediqué un largo poema a una chica con la que compartía clase. Tal vez fuera mi primer poema a una mujer, algo que se convirtió en costumbre habitual durante toda mi juventud. Por desgracia no conservo aquel poema, el de “R”, sí el de la otra chica. Cuando mandaba poemas por carta no me quedaba con copia, pensando que era un detalle del mucho aprecio que sentía por la mujer de turno. Luego comencé a hacer copia de todos los poemas, aunque nunca se me ocurrió cambiar el nombre y la dedicatoria para que me sirviera para varias mujeres. Era demasiado romántico para hacerlo, aunque mis metáforas a la belleza de la mujer concreta bien podrían aplicarse a las mujeres en general.

Recuerdo que ella se esforzaba en romper el hielo, más por mi parte, debido a una timidez acogotante que por la suya, ya que desde el primer momento debí caerle bien porque su proximidad y afecto fueron más que impecables, adorables. A lo largo de nuestra correspondencia nos habíamos contado algunas intimidades, por lo que romper el hielo no resultaba tan complicado. Me había preguntado el interés que podía suscitar un jovencito como yo en una mujer que tenía un amante e hijos. ¿Qué buscaba en mí? En la revista donde yo había publicado la carta de petición de auxilio no se permitían mandar fotografías por lo que ella no podía saber cómo era yo. Sí, cierto que era un joven muy joven, pero podía ser muy feo o muy gordo o muy… Que despertara su compasión podía tener cierto sentido, pero sin duda que allí había algo más. Es más que probable que ella, al mandarme las fotos de la playa donde aparecía con sus hijos, al menos en una de ellas, me explicara la situación. De otra forma yo preguntaría, porque era un tema demasiado importante para relegarlo al momento de conocernos en persona.

Los datos más o menos escuetos que me contó, los amplió bastante en nuestra conversación durante la comida o puede que luego, en el postre, o en la conversación muy larga que sostuvimos en un sofá a lo largo de la tarde. Los recuerdo con bastante precisión. Ella tenía un amante, un hombre casado, con un negocio que le permitía tener una “amiguita” o manceba o como se la llamara entonces. Era la típica situación en la que un hombre con posibles ponía casa a su amante. El hombre estaba casado y con hijos y, por lo que ella me contó, parecía muy machista, algo que en aquellos tiempos era bastante común y no llamaba demasiado la atención. La había hecho dos o tres hijos, ahora no recuerdo el número, por lo que o bien no utilizaba preservativo o no le proporcionaba la famosa pildorita, que supongo ya existía entonces, o bien quería tener más hijos o hasta es posible que “R” tuviera una mentalidad bastante conservadora y no quisiera utilizar la píldora, algo que me chirría bastante. Lo que sí me describe perfectamente la catadura moral del interfecto fue lo que me contó sobre las condiciones en que ella vivía en aquel apartamento. Tenía que estar a disposición de su “dueño” todos los días y a todas las horas, por si a aquel cabrón le interesaba echarle un polvo o las circunstancias eran propicias para hacer una “escapadita”.  Esa era la razón por la que recibirme en su casa era tan complicado. No puedo recordar si aquel sábado su amo y señor había ido con la familia a alguna parte y se lo había dicho, por lo que yo podía estar en su casa sin grave riesgo. Por supuesto que le había dejado bien claro que no podía tener otro amante que él y que si la descubría en “su” apartamento con otro hombre, se iba a la calle “ipso facto”. Lo mismo que si la llamaba y ella no estaba al lado del teléfono para contestar de inmediato. Aquello me repugnó visceralmente. El hecho de tener una amante, estando él casado, con hijos, en ser un adúltero redomado, como se pensaba entonces en estos casos, el hecho de haberle hecho hijos sin la menor consideración, palidecía ante semejante mezquindad. Le pagaba el apartamento, lo había amueblado, le daba una asignación para comer y para que pudiera vivir con cierta holgura, y a cambio le pedía sumisión y esclavitud completas. No puedo imaginarme que él la quisiera realmente y que le prometiera dejar a su mujer para casarse con ella o vivir como pareja de hecho, algo que en aquellos tiempos parecía tan pecaminoso que todo el que vivía semejante situación procuraba ser muy discreto y no hablar de ello con nadie. Tampoco creo que “R” aceptara aquella situación como algo provisional, hasta que él se decidiera a dejar a su esposa y vivir con ella. No sé si en algún momento estuvo enamorada de él, tal vez sí, tal vez no. Tampoco entendía muy bien cómo había llegado a aceptar el trato, más antes de tener hijos, luego era comprensible que cediera para que sus hijos no se murieran de hambre. Por cierto que también les pagaba el colegio donde estaban internos. Está claro que se gastaba un pastón en ella, pero de ahí a que fuera suficiente para convertirla en su esclava hay un largo trecho. Ni todo el dinero del mundo puede ser suficiente para convertir a alguien en tu esclavo.

Recuerdo que me preguntó qué me parecía aquello y yo se lo dije, claro. Eran otros tiempos, pero ni en aquellos, ni en estos, ni en ninguno, mi ética, mi filosofía de la vida podía asumir aquello como normal.  Suelo ser bastante amable y comedido al decirle a alguien lo que pienso de su forma de vivir, pero eso no me impide, ni me impidió entonces decirle lo que pensaba. Ella se sintió triste y me comentó sus planes para trabajar como azafata en una compañía aérea y así poder deshacerse de aquel tipo y poder vivir independiente con sus hijos. Me preguntó qué me parecía. Me parecía de perlas, aquello no era vida para ella, ni para cualquier otra mujer, pero especialmente para ella, una mujer joven, guapa, pasando las horas muertas en el apartamento, atenta al teléfono, porque cualquier error la pondría de patitas en la calle. Le pregunté por sus hijos y se emocionó, puede que echara una lagrimita. Quería tenerlos con ella, cuidarlos, pero no era posible, él no se lo permitía, por eso les pagaba un colegio donde estaban internos y solo podían estar con ella durante las vacaciones. El menor era aún bastante pequeño. Se me calló el alma a los pies. Adoro a los niños, a los animales domésticos y a todo ser frágil que no puede valerse por sí mismo.

Fue una conversación dura que ella no intentó aplazar ni hizo el menor esfuerzo por cambiar de tema. Claro que yo debí haberle hablado de mi enfermedad mental y de mis intentos de suicidio. Algo que en persona completé con todos los detalles que ella me pidió o que yo decidí darle por mi cuenta mientras ella no rechazara una conversación tan macabra. Era mi forma de ser, entonces y ahora. Puedo callarme cuando las relaciones interpersonales son meramente de cortesía, con personas a las que veo de vez en cuando y hablas de las tonterías de siempre, pero no me oculto cuando la relación es amistosa, afectiva y va a más. Debí decirle mi pensamiento acerca de esto y de otros temas, como la sexualidad, las relaciones hombre-mujer y todo lo que surgiera, que debió de ser mucho puesto que nos pasamos la tarde hablando sin parar. La confianza iba aumentando con las horas y ambos debimos decir aquello de “es como si te conociera de toda la vida”.

TERCER DÍA EN CRAZYWORLD IX


TERCER DÍA EN CRAZYWORLD IX

-Hay algo que no entiendo, Dolores. Bueno no entiendo nada de nada, pero hay algo que entiendo aún menos. Pase que Mr. Arkadin decidiera construir Crazyworld, todo millonario tiene sus caprichos, que lo utilizara para encerrar a familiares molestos de millonarios o millonarios molestos a sus familiares, aunque esto suena muy rocambolesco, ni siquiera los millonarios pueden incapacitar, poner fuera de combate y encerrar de por vida a quien quieran. Pase que reclutara con engaños a todo el personal, aunque eso también tiene su mérito. Pase que nadie pueda escapar de aquí ni ponerse en contacto con el exterior, que eso habrá que verlo. Pero que os permitan importar del exterior lo que queráis y viváis aquí a cuerpo de rey, todos, los pacientes, que tiene más sentido, pero todo el personal, y sobre todo que se gaste millones y millones para hacer un favor a sus amiguetes millonarios, que no creo que le paguen los gastos, como mucho es posible que colaboren un poco con alguna que otra donación, me parece como matar moscas a cañonazos. Pero de momento lo que más me interesa es cómo puedes tener comida mexicana, bebida mexicana y cada cual la comida que quiera, los caprichos que se le antojen. Esto es muy raro, pero que muy raro, Dolores.

-Bueno, abre la botella para que respire y tómate tú también un respiro porque la comida mexicana no es para mezclarla con aire.

Abrí la botella, la dejé respirar y cuando la mesa estuvo servida, con toda la comida mexicana que Dolores había preparado, un auténtico menú degustación, ensalada de chiles asados con vegetales orgánicos y especias, quesadilla con hummus de tomates secos, tosta de guacamole de aguacate, surimi, bonito en escabeche blanco y huevo duro, burritos, tacos y un montón de cosas más que ella me explicó mientras yo miraba y miraba y no dejaba de mirar. Como plato principal chili con carne. Me pregunté si alguna vez yo había comido mexicana y podía recordar, algo, por nimio que fuera.

-No sé si alguna vez has degustado comida mexicana y si fue así, si lo recuerdas, pero te aconsejo que te lo comes con calma, puedes hacerme preguntas para dejar un tiempo entre bocado y bocado.

Era como si me hubiera leído el pensamiento. Probé la ensalada de chiles asados antes de disparar mi ametralladora de preguntas. De inmediato me serví vino en la copa y la apuré de un trago.

-Siento curiosidad por saber todo lo que recuerdas. Por ejemplo si recuerdas haber estado en Mexico y probado la comida mexicana o si has logrado saber más de tu etapa de gigoló. Te llamaré Johnny, si me lo permites, me cuesta tener que llamarte el amnésico, el desmemoriado, guapito de cara, cuerpecito lindo. Ya he agotado todas las posibilidades que se me ocurren.

-Está bien, llámame Johnny, aunque me costará acostumbrarme. Acabo de intentar recordar si alguna vez probé la comida mexicana y no me llegan olores ni sabores, ni nada. Esto de la amnesia empieza a cansarme. En cuanto a mi supuesta etapa de gigoló, porque aún no tengo claro que lo haya sido, juraría que me reclutaron en España, una mujer parecida a Joan Collins y que vine a USA tras una mujer llamada Marta y que aquí ocurrieron muchas cosas que no recuerdo, supongo que debí aprender el inglés, aunque tal vez ya sabía algo. Pero no puedo situarlo en el tiempo. Ni siquiera sé en qué año estamos… No, no me lo digas, prefiero que sea una sorpresa cuando recuerde todo. Pero volviendo al tema, ¿has conocido en persona a Mr. Arkadín? ¿Crees que está loco?

-Sí, Mr. Arkadín nos hacía una entrevista personal a todos los que habíamos pasado las restantes pruebas a que fuimos sometidos por sus servidores. No me pareció que estuviera más loco que cualquiera de nosotros, salvo porque sus millones habían alterado su personalidad, transformándole en un depredador de mucho cuidado. ¡A saber si alguna vez fue normal, en su infancia o juventud, antes de ser rico!

-Puede que de niño tuviera un trineo y viviera en el campo. No, me acabo de acordar de que eso es de una película que recuerdo vagamente. Me preocupa no saber nada de él antes de que llegue, porque vendrá, eso seguro.

-Me da en la nariz que estás tramando algo. ¿No estarás pensando en secuestrarle y salir con él de aquí? Olvídate, siempre le acompañan un regimiento de matones, mercenarios salvajes y muy bien pagados.

-Me hago una idea, Dolores, pero puede que surja la oportunidad. Hay que estar atentos. ¿No querrás pasarte el resto de tu vida encerrada en esta jaula de oro?

-Si te quedaras tú y me hicieras un poco de caso, no me lo pensaría. Ahí fuera no me espera nada. Mis seres queridos están recibiendo el dinero que acordé con Mr. Arkadín. Lo que quiero es que sean felices, yo ya he vivido bastante y mientras sigan recibiendo mi dinero y viviendo lo mejor que puedan, a mí ya no me preocupa nada.

-¡Cómo que ya has vivido bastante! ¿Cuántos años tienes, Dolorcitas?

-Voy para cincuenta y con una salud renqueante. No me cuido, porque no quiero. Desde que estoy aquí he engordado tanto que me muevo como una tortuga. Y tengo a Patri, que me cuidará como a una hermana si me da un achuchón. ¡Qué más puedo pedir!

Me levanté con una tosta de guacamole en la mano para darle un abrazo. La dejé en la bandeja en cuanto me di cuenta que podía tirársela por encima.

-¿Qué más puedes pedir? Puedes pedir todo lo que quieras, excepto salir de aquí, claro. ¿Y tu hermana Patri, como tú dices, no te ha puesto a dieta?

-Lo ha intentado pero no la he dejado.

-Tú y yo vamos a hacer ejercicio todos los días, empezaremos paseando y terminaremos corriendo.

La abracé tal como estaba, sentada, y ella aprovechó para ponerme la mano en la nuca, atraerme y darme un beso que debió de saberle a quesadilla.

-Acepto, siempre que también hagamos otro ejercicio más placentero.

-Hecho, con la condición de que no me vuelvas a hablar de que ya has vivido bastante.

Regresé a mi silla. Me serví la tosta y me la comí tan ricamente. Me gustó.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XIII


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XIII

-Así es, querida Alierina, todos nuestros holovidentes pueden ir tomando nota para participar en el juego cuando se de la campanada de salida. Podemos ver que vuestro transporte se ha estabilizado por encima de una manada de caeros que pastan la escasa hierba que pueden destapar con sus pezuñas en el suelo nevado. Mientras todos observamos a estos deliciosos animales, voy a pedir al doctor Mirseini, biólogo, entre otras muchas cosas, y que no sabemos si ha intervenido en nuestra tertulia, ni siquiera si estaba aquí desde el principio, o se ha incorporado en este momento… Bueno, sí lo sabemos, pero intentamos confundir a los holovidentes que no han permanecido visualizando nuestro programa desde el comienzo. Esto forma parte del juego. Bueno, doctor Mirseini, no desvele ningún dato que pueda ayudar a nuestros pacientes y constantes holovidentes, y háblenos de estos maravillosos animales mientras los contemplamos.

-Hola, hola, holovidentes, queridos y apreciados porque los holovidentes siempre tienen razón. No voy a desvelar lo que nuestro presentador, el Sr. Arminido,  no quiere que desvele, pero sí les voy a hablar, escuetamente de cómo era nuestro planeta Omega antes de que lo visitara el Mesías de Omega, momento en el que se sitúa la edad moderna, considerando todas las etapas anteriores como prehistóricas. Por cierto que el próximo programa estará dedicado al Mesías y los profundos cambios que trabajo con su nave espacial y sus compañeros extraomeguianos… Perdón, perdón, Arminido, veo un rictus en su rostro y temo haber desvelado algo que no debería haber hecho. Pido perdón y no volverá a suceder. Nuestro planeta no ha cambiado mucho desde que en él surgiera la vida. Demos gracias a Dios, los que creemos en Dios, o a los dioses, los que creen a los dioses, o al azar, los que creen en el azar, o a los elegidos los que creen haber sido elegidos por algo o por alguien. Por suerte la nave intergaláctica que nos visitó hace tanto tiempo que yo no lo recuerdo – y dejo en manos de las historiadoras de esta tertulia poner fechas y tiempos- lo hizo antes de que nuestros antepasados omeguianos hubieran evolucionado lo suficiente para convertir este planeta en un basurero. Tuvimos mucha suerte porque el Mesías y sus compañeros eran ecologistas como toda especie avanzada que se precie y establecieron un decálogo ecologista que ha sido respetado y actualizado por nuestra inteligencia artificial. El chiflado del profesor Helenio de Moroni, su creador, no era tan tonto como pudiera parecer, y la programación y los algoritmos que insertó en su IA nos han permitido sobrevivir hasta este momento, han permitido sobrevivir a nuestros queridos animales y han mantenido este planeta con una vitalidad admirable. Por cierto que no todo fueron aciertos en la programación de Helenio. El permitir el sexo virtual fue un gravísimo error. De no ser porque nuestra IA tiene autonomía para tomar decisiones y se le permite avanzar y evolucionar y eso ha sido providencial porque le ha permitido poner parches aquí y allá, digo que gracias a eso nuestra especie omeguiana no se ha extinguido. Recuerden que de no ser por los cuantiosos créditos que obtienen los que procrean, bien al estilo tradicional, bien por fecundación in vitro, o sea en laboratorio, ningún omeguiano habría tenido hijos y ahora solo un individuo inteligente reinaría sobre los valles y montañas de este planeta, HDM-24, quien solo cuidaría de los animales y no de las personas. Reitero que el sexo virtual es un gran error y proseguiré mi campaña por cambiarlo  en cada nueva legislatura. Yo no lo practico y me limito al sexo tradicional a pesar de mi escaso éxito. Por lo que aprovecho la ocasión que se me da para hacer un llamamiento a todos los partidarios del sexo tradicional para que nos reagrupemos y utilicemos el programa de Arminido, que tan generosamente nos ofrece, para los contactos que sean precisos para que nadie sufra el síndrome de abstinencia sexual, tan doloroso, por cierto. Y aprovecho específicamente para hacer un llamamiento a las mujeres heterosexuales que deseen sexo tradicional conmigo para que se pongan en contacto cuanto antes…

-Un momento, un momento Sr. Mirseini, que yo no he ofrecido este programa para contactos entre partidarios del sexo tradicional, ni tampoco le he dado permiso para hablar de un tema que podría ser objeto de otro programa específico. ¿Por qué no? En este canal y en este programa en concreto tratamos todos los temas, sin censuras previas, pero este no es el momento. Por lo que le ruego que nos habla de la evolución de los animales sobre el planeta y concretamente del caeros o calle para siempre.

-Está bien, está bien. Les decía que los animales en este planeta han seguido una evolución bastante placentera. No se tienen noticias de grandes extinciones, aunque es evidente que alguna que otra especie se ha extinguido, como se ha podido comprobar en los yacimientos de huesos que se han estudiado. Todos los animales han interactuado con normalidad, comiéndose unos a otros, salvo los herbívoros que se han comido a las plantas. Unos animales eran muy grandes y otros muy pequeños, como los insectos. Los bosques y las plantas eran enormes, como se ha comprobado con el descubrimiento de bolsas de líquidos surgidas de la putrefacción de esas plantas. Este líquido hubiera podido ser utilizado como combustible en artefactos mecánicos que nuestra civilización no ha conocido gracias a la invasión extraomeguiana que dio lugar a la etapa conocida como la manifestación del Mesías de Omega y sus consecuencias que condujo la evolución del planeta por caminos armoniosos, alejados de las terribles crisis que sufrieron otros planetas que al parecer pasaron por esas etapas. Tal como consta en los archivos de “H”, incluidos testimonios de viajeros o turistas que aterrizaron en el planeta Noctor, por ejemplo, y se trajeron abundante documentación de su historia, plagada de guerras con armamentos diabólicos, tal como las bombas nucleares que a punto estuvieron de hacer saltar el planeta en pedazos. Solo un milagro, o más bien una dictadura militarista que unió a todas las tribus noctorianas, transformándolas en un solo y único ejército que se vio obligado a salir al exterior para combatir con alguien, intentando anexionarse cuanto planeta estuviera a su alcance. De ahí su apodo de planeta guerrero. Por cierto Arminido, que debería usted dedicar un programa a Noctor y su historia, así como a la fulminante derrota que sufrió a manos de nuestro “H”. Me gustaría plantear en ese programa por qué el bueno de “H” nos sigue manteniendo en cuarentena, a pesar de que aquel intento de invasión ocurrió hace tanto tiempo que ya nadie se acuerda y los pocos que recordamos algo es porque buceamos en los archivos de nuestra IA. Y…

-No me parece mala idea, doctor Mirseini, pero se ha ido usted por las montañas Negras y no precisamente buscando caeros de los que no ha dicho ni una sola palabra y era por lo que le preguntábamos básicamente.

-Bueno, vale, usted manda. Como les decía Omega ha sido un planeta afortunado, por muchas cuestiones que no voy a concretar ya que veo en su mirada que desearía fulminarme. Nada ni nadie sufrió mucho excepto por aquella terrible carnicería conocida como la carnicería, digo como la batalla del Valle de la Muerte, donde hubo tantos muertos que de no ser por la intervención de nuestro Mesías no hubiera quedado nadie para contarlo. Los animales vivieron vidas apacibles, dentro de lo que cabe porque hasta que llegó la nave extraomeguiana, nuestros ancestros eran carnívoros redomados. Algún otro tertuliano o tertuliana podrá dar más detalles de las diferentes especies animales de este planeta, porque aunque yo soy biólogo, también soy muchas otras cosas y como usted sabe, Arminido, el que mucho abarca poco aprieta. Para terminar, porque veo que está a punto de estallar, le hablaré por fin de los caeros. Una especie verdaderamente adorable, como bien sabe nuestro amigo Artotis. Se alimentan de la hierba que pueden destapar con sus pezuñas en las llanuras o montañas nevadas y hacen poco daño a otras especies, salvo cuando son atacadas por depredadores, con las que se las tienen tiesas. Forman un círculo de cuernos y pezuñas y cornean y cocean a cuanto bicho viviente se acerca a una distancia peligrosa para su supervivencia. Cuando esto no sucede son animales pacíficos, que viven en manadas bastante democráticas porque las hembras eligen a los machos con los que desean aparearse y éstos aceptan las decisiones de las hembras por la cuenta que les trae, sin necesidad de pelearse entre ellos para poder elegir a la hembra o hembras de su gusto. Una vez que las hembras eligen, su comportamiento es muy monógamo, establecen vínculos de pareja duraderos, tienen sus caeritos que cuidan entre todas y mandan a los machos a distancia, para que pazcan tranquilamente y exploren el terreno, regresando a gran velocidad para defender a la manda del asalto de los depredadores que anden por allí.  Ese es el prototipo de caeros salvaje. El doméstico, solo existente en las montañas Negras, que yo sepa, y como mascota es el animal más tierno y fiel que se conoce. Especialmente los caeritos se hacen inseparables de los niños y mantienen una tierna relación de por vida. De esto supongo que podría hablar Artotis que tiene en su finca al menos un par de familias de caeros, que yo conozca. No es por nada pero me gustaría saber de dónde ha sacado tanto crédito para poseer semejante finca y semejantes mascotas…

-Por alusiones pido la palabra. Estoy harto de insinuaciones, así que voy a explicar el tema del derecho y del revés y…

-Está en su derecho. Luego lo hará y nos hablará de la ternura de sus caeros. Pero ahora nos pide paso Alierina porque está ocurriendo algo importante. ¿No es así?

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XII


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XII

-Hola. Hola. Aquí Alirina. Ya estamos en marcha, volando sobre el zoo. Como pueden ver nuestros holovisores, gracias al fabuloso montaje de imágenes que están haciendo nuestros técnicos desde control o desde la pecera, como lo llaman ellos, porque se sienten como peces en el agua. ¿No es así, queridos compañeros? Yo llevo una cámara en mi gorrito virtual, también hemos instalado una en los gorritos de nuestros anfitriones, y por supuesto la cámara situada en nuestro dron que nos sigue revoloteando a nuestro alrededor como un frágil y curioso pajarillo. Me abstendré pues de hacer descripciones inútiles, aunque sí haré algún que otro comentario de comentarista, de narradora de esta aventura. Para los que no han curioseado en los archivos de “H” unos datos esenciales. El zoo está protegido por rayos omega en todo su perímetro, pero también hay zonas reservadas a depredadores que acabarían con el resto de animales a lo largo de los años, por eso tienen sus propias zonas, también protegidas por rayos omega. Hay comederos situados estratégicamente a los que “H” abastece, como a nosotros, con comida artificial teletrasportada, solo que los animales no piden a la carta, se limitan a comer la dieta variada y nutritiva que se les proporciona. Todos se han ido acostumbrando a una comida fácil y segura. Se dice que hubo un tiempo en que los depredadores tuvieron que ser alimentados con comida viva, al parecer se dejaba pasar a otros animales cuando se acercaban a su territorio, apagando los rayos omega por un tiempo. Pero este no es un dato que ustedes encontrarán en los archivos. Nuestra IA a veces oculta todo lo que pueda empañar su imagen de bondadoso protector de este planeta. Pero yo tengo mis fuentes que no voy a desvelar ahora. Nos dirigimos primero a la zona de los caeros, al extremo del parque, desde donde se podría llegar a las montañas Negras en línea recta. Estos son unos animales adorables a pesar de su tamaño, mansos, cariñosos, que fueron usados como mascotas en otros tiempos,  e incluso ahora nuestro camarada Artotis posee algunos en su alejada finca. Nos gustaría saber cómo pudo conseguir tantos créditos para semejante finca. Pero que no lo diga ahora, luego se lo preguntaremos. Los granjeros rebeldes tienen grandes manadas en sus montañas. A muchos los dejan pastar libremente y se alimentan de su carne. A otros los han domesticado y los utilizan para cultivar sus tierras. Sienten un gran cariño hacia sus caeros domesticados que son también mascotas de sus niños en sus horas libres.  Nos dirigimos a esa zona del zoo porque nuestra anfitriona, la señora Elielina, es una fan de los caeros. ¿Puede decirnos cuándo fue la última vez que visitó el zoo?

-Es usted un poco malvada, querida Alierina. Sí, se lo voy a decir, fue en nuestra luna de miel, hace ya unos años. ¿No es así, amado esposo?

-Pues no lo sé, amada. Si tú lo dices será verdad.

-No te extrañe que no lo recuerde, Alierina. Hace ya tantos años que no me regala nada el día de nuestro aniversario que hasta yo misma lo he olvidado.

-Parece que su esposo, el sr. Alioronte, no es muy hablador que digamos.

-Puede contar las palabras que diga hoy, pues un décimo de ellas es lo que puede hablar un día normal, si es que dice algo.

-No mucho menos que tú, adorada esposa, perdida en el mundo virtual, todo el día con tu casco en la cabeza, buscando amantes por todo el planeta.

-No vamos a entrar en intimidades, Elielina, pero creo que todos nuestros holovidentes estarán de acuerdo en que usted no parece mucho más habladora que su cónyuge. ¿Tiene amigas? ¿Habla con ellas? ¿Hacen excursiones? ¿quedan para hacer partys y tomar el té?

-Muchas preguntas para una sola respuesta. No, desgraciadamente ya no tengo amigas, no se puede decir que las perdiera, nos perdimos todas, nos hicimos adictas al sexo virtual. Creo que ha sido el peor invento de “H”, aunque de perdernos, mejor de esta manera.

-¿Puedes contarnos cómo fue la ceremonia oficial de matrimonio?

-Me cuesta recordar. Lo que sí puedo decirte es que a mí particularmente me hubiera gustado una ceremonia en las montañas Negras, celebrada por el sumo sacerdote de la Mente Universal, y luego disfrutar de una fiesta típica de los granjeros rebeldes, eso sí, nada de carne de caeros en el banquete. Ya por entonces adoraba a estos animalitos.

-Bien, estamos llegando precisamente a la zona de los caeros. Podemos ver las montañas nevadas al fondo.

Y aquí me interrumpo brevemente para hablarles del juego de hoy. Habrán observado que a lo largo de lo que llevamos del programa se han cambiado o modificado ligeramente algunos nombres. Otros se han dado como existentes en algún momento para luego decir que en realidad no existen y ha sido una broma. Algunos tertulianos están presentes y otros no han llegado aún o lo han hecho, ustedes lo han visto, aunque no han intervenido. Se han cometido otros errores que los holovidentes deben dilucidar. Este es el juego de hoy para premiar a los seguidores más concentrados, con mejor memoria y que no se han perdido ni un minuto del programa, porque de otra manera se habrán perdido algún error. Como saben los seguidores recalcitrantes, desde hace algunos programas hacemos juegos que no se anuncian previamente. Los ganadores recibirán un buen número de créditos que podrán emplear a su gusto. No es que los créditos nos sobren, como podrán comprender ustedes, amados holovidentes, pero nuestro amado “H” por fin ha accedido a una petición que llevábamos mucho tiempo machacando un día sí y otra también y nos ha dado créditos para cada programa, con el fin de utilizarlos en premios. Es la primera vez que sucede, como saben muy bien nuestra IA no delega nada y mucho menos la distribución de créditos, salvo que así se acuerde por el Consejo Planetario, y aún así no siempre hace caso de la representación democrática de los ciudadanos omeguianos. Por eso desde aquí queremos agradecer a su corazoncito generoso que nos haya hecho semejante obsequio.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA X


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA X

-No estaría mal que trataras el tema del Mesías de Omega en un próximo programa. Fue una encrucijada crucial en nuestra historia. ¿No crees, querido Arminido?

-Sí lo creo, sí, y producción se pone a ello desde este momento. Pero permíteme continuar con la historia de los animales en Omega antes de que lleguéis al zoo. Como decía el trato a los animales cambió sustancialmente cuando la nave extraterrestre que portaba a nuestro legendario Mesías aterrizó en Omega, concretamente en el Valle de la muerte, donde tuvo lugar la batalla más cruenta de nuestra historia, que a punto estuvo de acabar con toda vida sobre el planeta, incluidos animales, utilizados  en la batalla de muy diversas formas. Nuestros ancestros consideraban a todos los animales como rica comida, o si no era tan rica, como bestias de carga, animales domésticos defensivos, ponedoras de huevos o lo que fuera que hicieran bien y en provecho de la especie dominante. Ni se pensaba que pudieran tener la menor consciencia o inteligencia. Algo que no cambió sustancialmente hasta que HDM-24, nuestra amada inteligencia artificial, se hizo cargo de todos nosotros. Entonces muchos pensaron, y con razón, que si una máquina tenía inteligencia, los animales deberían poseerla asimismo, solo que nadie la había visto hasta entonces. Signo inequívoco de que los omeguianos no éramos tan listos como nos considerábamos.

“Aún así costó mucho cambiar el trato que se dispensaba a nuestros hoy amados animales. Hasta que el bueno de “H” no se hizo cargo de nuestra alimentación y logística, descargándonos de la afanosa y a menudo brutal busca de alimento, no se logró que se dejaran de cazar animales. Hubo una etapa en la que coexistieron feroces cazadores aficionados, que cazaban por placer y defendían este placer con uñas y dientes, y animalistas guerreros que no dejaban de poner trampas a los cazadores y cuidar de los animales como si fueran sus propios hijos. Recordarán ustedes, queridos holovisores –y si no recuerdan vean las películas históricas creadas por “H” con actores virtuales- que por entonces nuestra Inteligencia Artificial se iba haciendo cargo de todo. Aprovechó este conflicto para hacerse cargo también de la seguridad, generando una multitud de robots que conformaron los primeros cuerpos de seguridad. Dotados de un prodigioso sentido del humor, cuando éste no era suficiente actuaban con contundencia, durmiendo a los alborotadores y confinándoles en sus domicilios. Promulgó la primera ley animalista y procedió a buscar una solución al gran problema que se planteó cuando los animales dejaron de ser comida y esclavos de la especie omeguiana y nadie sabía qué hacer con ellos. Por desgracia para entonces muchas especies animales y vegetales ya habían desaparecido, depredadas por inconscientes y brutales ciudadanos. Las que aún sobrevivían fueron protegidas en el gran zoo de Vantis, el mayor del planeta, y otras, de territorios más alejados, fueron asentadas en grandes reservas y parques naturales, protegidas por robot forestales y ecológicos.

“Solo el territorio de las Montañas Negras quedó tal cual, protegido por el gran rio Negro, convenientemente adoptado por “H” para que se mueva en círculo, de forma tal que ningún animal de dicho territorio lo pueda atravesar. Los granjeros que deseen salir de la gran reserva o el resto de los ciudadanos que quieran llegar hasta allí para convertirse en granjeros pueden hacerlo a través de prodigiosos puentes, obras maestras de ingeniería solo al alcance de una inteligencia artificial como la que nos cuida, un complejo artilugio que solo permite el acceso a omeguianos, repeliendo a los animales que sufren pequeñas descargas eléctricas que les producen cosquillas, algo que ningún animal soporta, porque la risa no es lo suyo. Las aguas del rio Negro dan una vuelta completa al circuito y luego discurren hacia el mar, como todos los ríos. Es todo lo que “H” se ha permitido cambiar de la naturaleza del planeta, cuidando cada flor con amor paternal.

“Así pues, quienes quieren ver la naturaleza en estado salvaje, primitivo, solo la encontraran allí. Como saben las visitas turísticas están prohibidas y solo quienes quieren realizar estudios en disciplinas universitarias consiguen a veces salvoconductos o permisos.  Resumiendo. Todos los animales del planeta permanecen ahora en los zoos, reservas o parques naturales establecidos por “H”, salvo en las Montañas Negras, como acabo de decir. En un principio también existieron animales mascotas, previo permiso de nuestro sapiente y amoroso “H”, cuando aún los omeguianos no habían descubierto el “dolce far niente” –expresión curiosa que he descubierto en los archivos políglotas de nuestra inteligencia artificial y que al parecer procede de un planeta llamado Tierra, del que no se sabe nada, ni su lugar en el Cosmos. Esta expresión viene a significar “el dulce hacer nada” y define perfectamente la vida de todos nosotros desde que “H” se hizo cargo de todo. Las mascotas fueron algo muy socorrido, como los huertos y jardines. No había familia que no tuviera su mascota entrenada previamente, lo mismo que no había casa sin su correspondiente jardín o huerto. Daba gusto ver a las mascotas correteando por los jardines o a la sombra de los árboles que se plantaban casi con fiebre. Bueno, eso de ver es una metáfora, porque yo no vivía entonces, lo mismo que ustedes.

“No muchas generaciones después aquella fiebre se convirtió en somnolencia y apatía. Las mascotas fueron descuidadas y abandonadas, lo mismo que los jardines y huertos, se dejaron de plantar árboles y el bueno de “H” asumiendo competencia tras competencia ya no solo había asumido la alimentación, la logística, la seguridad, la salud, también se hizo cargo de los animales abandonados, de los jardines, de los huertos, de la construcción  de los nuevos hogares y hasta de la política internacional. Recordarán ustedes, si han leído los archivos históricos o visto las películas holográficas de la serie histórica, que fue por aquel entonces cuando se produjo el intento de invasión de los noctorianos. Noctor, el planeta guerrero, llevaba siglos conquistando planetas del cuadrante –como así es llamado, desde tiempos inmemoriales, este sector galáctico, yo no sé por qué, si alguien lo sabe, que llame al programa-  y creando un imperio militar, dictatorial y aterrador. Pero nuestra inteligencia artificial, portentosamente diseñada por Helenio de Moroni, ya llevaba mucho tiempo preparándose para este previsible evento. Nada había dicho, nada se sabía, pero cuando llegó el momento descubrimos que el planeta estaba protegido por estaciones defensivas, poseedoras de un nuevo y terrible invento militar que luego se aplicaría también a fines civiles, los llamados rayos Omega. Los noctorianos fueron derrotados, humillados y el planeta Omega fue puesto en cuarentena, terminando de esta manera con el largo periodo en el que fue el planeta turístico por excelencia, visitado por todos los ricachos del cuadrante, quienes disfrutaban de nuestra maravillosa naturaleza, al tiempo que dejaban sus créditos y nos hacían más y más ricos.

“Pero todo esto y mucho más se lo iremos contando en otros programas que ya están siendo diseñados. Lo que hoy nos importa es hablarles de cómo son sus vidas y de lo mucho que se pierden al no usar todo lo que tienen a su disposición, en este caso el zoo de Vantis, donde nuestra intrépida reportera y nuestros amables anfitriones acaban de tomar tierra en el centro de visitantes del zoo.

TERCER DÍA EN CRAZYWORLD IV


TERCER DÍA EN CRAZYWORLD IV

Dolores me daba un poco de penita. Sin protestar arrastró sus cansados pies hasta la cocina. Saltó mi caballerosidad, pero estaba aún más molido que ella, así que contuve mis deseos de ofrecerme. También me mordí la lengua, aún no había empezado el interrogatorio y no era cuestión de poner a la interrogada en mi contra a las primeras de cambio. Cuando regresó Patricia se comió la aceituna con deleite y dio un buen trago al Martini.

-¡Cómo me gustan las aceitunas!

-¡Anda, lo mismo que a mí!

No decía ninguna mentira. Además me iba a servir para hacerme el simpático.

-¿En serio? En mi caso mi ascendencia italiana tendrá algo que ver, pero me sorprende que usted, querido amigo, sienta debilidad por este maravilloso fruto de la tierra.

-Como aún sigo amnésico no puedo saber si la causa de mi gusto es cuestión hereditaria. No me sorprendería que mis ancestros procedieran de la piel de toro.

-¿La piel de toro?

-Sí, creo que así llaman algunos tontolabas a Spain.

-Anda. ¿No estarás recordando?

-Pues no lo sé. A veces me vienen cosas a la cabeza, pero aún no sé de dónde vienen. ¿Quieres creer, querida amiga, que una de las cosas que me ha llegado a la chola últimamente es la posibilidad de que yo haya sido un gigoló en mi vida anterior?

-¡Anda! Ojalá fuera verdad. Si lo confirmas me gustaría contratarte por una noche, si no fuera muy caro. Ja,ja,já. Bueno, dejémonos de bromas. Imagino que no habéis venido solo a alegrarme la mañana. ¿Qué os trae por aquí?

-Sentimos mucho no poder seguir alegrándote la mañana, querida Patricia, pero tenemos que hablar contigo sobre un tema muy serio. Ya sabrás del feliz fallecimiento del cabrón de nuestro director, que Dios tenga en el infierno.

-¡Conque era eso! Me alegro tanto como tú, Dolores, que ese cabrón esté en el infierno, pero no sé qué puedo aportar yo al respecto.

-Necesitamos que seas sincera. No sé si sabes que eres la sospechosa número uno.

-¿Yo? ¿Por qué?

-No te hagas la tonta. Ya me conoces. Sé todo lo que pasa en esta mierda de sitio.

-Sí, tú y ese imbécil de Jimmy. Pero no sé qué sabes que me convierta en sospechosa. Hablemos claro.

-Hablemos.

Agradecí que Dolores hubiera tomado la voz cantante, yo no tenía ni voz y mucho menos para cantar. Estaba realmente molido, incapaz de centrarme en lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Se podría decir que yo era el detective principal de aquella investigación…bueno, no, lo era el payaso de Jimmy, pero en cuanto le pillara dejaría de serlo… Apreté los puños y me moví ligeramente. Un dolor agudo despertó por todo mi cuerpo. Cerré la boca y oprimí los dientes, no podía darle ninguna ventaja a Patricia o se escaparía de aquella encerrona. No creo que lo fuera a lograr, teniendo en cuenta que Dolores, como un perro de presa, había mordido con fuerza y no iba a soltar.

-Todos en este maldito antro tenemos motivos más que suficientes para haber agujereado el pellejo de ese pinche tirano, de ese cabrón. Pero tú tienes más motivos que nadie.

-¡Ah, sí!

-Mejor que nos lo digas a nosotros, que somos tus amigos, que te obligue a hacerlo el Sr. Arkadín cuando llegue. Sería capaz de pedirle a sus guarda espaldas que te torturen.

¿Y por qué iba a hacerlo?

-Bueno. Ya está bien. El difunto violó a tu hija Laura. Yo misma hubiera matado a alguien que hiciera algo así a una de mis hijas.

-¿Pero tú tienes hijas?

Fui yo el que había hecho la pregunta. Me pilló totalmente por sorpresa.

-Tú y yo hablaremos de ese y de otros temas. Como ves, querida Patricia, te he contado algo muy íntimo que nadie sabe en Crazyworld. Ahora te toca a ti.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA VII


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA VII

-Ok Alirina. ¿Por qué no terminas tu conversación con Elielina y luego pasamos a otros temas? ¿Por qué no nos cuentas qué han desayunado, por ejemplo?

-Bueno, no sé si ha sido un desayuno estándar, porque cada cual desayuna lo que le da la real gana, muchas veces despreciando los consejos dietéticos de “H” y no tenemos estadísticas al respecto. No sería mala idea que nos facilitaras algunas estadísticas instructivas al respecto, tanto de alimentación como de otros temas.

-Ahora mismo no obran en nuestro poder, pero pediré a producción que se hagan con ellas, aunque como sabes somos un poco remisos a servirnos de cualquier dato que nos llegue de “H”. Pero sí, tienes razón, las estadísticas ayudarán a completar la información que tú estás haciendo llegar desde ahí.

-Bueno, que nos diga Elielina qué ha desayunado ella.

-Yo sí suelo hacer caso de los consejos dietéticos de “H”, claro que según cómo y cuándo. He pedido el menú estándar para un día normal, sin mucho movimiento, sucedáneo de mezcla de diferentes leches de mamíferos actuales y extinguidos, que nuestro proveedor universal hace a las mil maravillas. Por cierto que siento, todos sentimos curiosidad por saber de dónde saca “H” tanto alimento para tanta gente y de qué está hecho. Podrían tocarlo en un programa especial.

-Lo haremos hoy, aunque como sabes nuestra inteligencia artificial nunca ha querido desvelar este secreto ni otros muchos. Pero continúa con tu desayuno, por favor.

-Pues verás. Me gusta echarle al sucedáneo de lecho un sucedáneo de una mezcla de cereales que tiene un sabor exquisito y es muy nutritivo. Hoy en vuestro honor había pedido frutas naturales a la cooperativa “Tierra natural”. Puedes probar alguna de ellas que tienes en este frutero. Reconozco que las frutas artificiales de “H” son muy buenas, tienen un gran sabor, pero las frutas naturales son exquisitas y además sabemos qué tienen. Dos tostadas con mermelada natural y eso ha sido todo. Hoy no pienso moverme mucho, por atenderos bien, pero aunque no hubieseis venido tampoco lo habría hecho. No soy como otros que viven sus vidas para el deporte y la naturaleza, como si les fuera en ello la vida, cuando saben que por la noche “H” restaura y cuida de nuestros cuerpos. Son nostalgias de un pasado que ya pasó hace mucho, mucho tiempo. No es que yo sea contraria a las cosas buenas del pasado, como la fruta natural y los animales libres y no como ahora en el zoo, aunque sea muy grande, pero nadie en su sano juicio negará que la inteligencia del chiflado de Helenio de Moroni, ha cambiado nuestras vidas y para bien.  Es inimaginable lo que debieron de sufrir nuestros antepasados trabajando todo el día. Espero Alirina que nos llevéis al zoo, como nos habéis prometido. Y en cuanto a lo que ha comido mi esposo, el Sr. Oloronte, aquí presente, habrás observado que un mastodonte no habría comido más. Mucha proteína, mucha carne, aunque sea sucedánea, huevos, tortillas y mucho dulce, que le chifla. Y además cómo traga, como ves no ha dejado nada sobre la mesa. Por lo menos come una fruta, querida Alirina, deberías haber pedido desayuno también para ti, que nos espera un día muy largo.

-Gracias, queridísima Elielina, pero no es necesario nuestra productora está atenta a todo y todo el equipo del programa ya habíamos desayunado antes de que ustedes se levantaran. De acuerdo a la lista de visitas que nos han hecho, primero iremos al zoo, visita propuesta por usted, luego al palacio o sede de “H”, propuesto por su esposo, y finalmente haremos una visita turística por Vantis y asistiremos a un espectáculo con actores humanos, una propuesta nuestra. Pero antes de iniciar esta agotadora jornada para ustedes, cuéntenos, Elielina, qué hubieran hecho hoy de no haber recibido nuestra visita.

-Pues verás, Alierina, me da un poco de vergüenza decirlo, pero el desayuno me suele excitar un poquito por lo que disfruto de una corta sesión de sexo virtual, antes de salir al jardín, si hace un buen día de sol y permanecer tumbada un buen rato agradeciendo la suerte que hemos tenido las generaciones posteriores a Helenio de Moroni, de disfrutar de la vida sin mover un dedo, si no queremos. Luego pido la comida cuando voy teniendo hambre, una media siesta con espectáculo virtual y por la tarde a veces voy a hacer algo por el centro comercial de Vantis o a la granja Tierra natural para encargar algunas cosillas para la semana. Todo esto si Olivina no aparece y lo revoluciona todo. Es muy faltona, nos llama vagos, inútiles, zampabollos –una palabra que no sé de dónde habrá sacado ni lo que significa- y nos amenaza con marcharse a las Montañas Negras cualquier día de estos…

-Muy bien, Elielina, pueden irse preparando mientras doy paso al estudio para que los expertos nos hablen un poco de alimentación, dietética y de dónde proceden, supuestamente, los alimentos que nos suministra “H”. Pero antes algunos anuncios de nuestros patrocinadores englobados en la marca “Planeta natural, productos naturales”. ¿No es así, Arminido?

-Así es, Alirina. Unos anuncios y enseguida volvemos, queridos holovisores.

TERCER DÍA EN CRAZYWORLD


TERCER DÍA EN CRAZYWORLD III

Durante todo el camino, que fue largo, no pude dejar de pensar en Jimmy, en cuanto pillara a aquel bastardo le iba a dar para el pelo. Según me comentó Dolores, que no dejaba de hablar para que el camino se le hiciera más corto, el personal médico vivía en una urbanización no muy grande con casitas muy coquetas y jardines bastante amplios. Estaban muy bien tratados, puede que porque la salud de todos los recluidos en Crazyworld era lo más importante para Mr. Arkadin. Los jefes supremos, el fallecido director y el doctor Sun, tenían un poco más allá dos auténticas mansiones que apenas usaban porque les gustaba quedarse en el edificio principal donde habitaban lujosos apartamentos. Los agentes de seguridad vivían en varios edificios que ya conocía por haber pasado la noche con Heather. Los cocineros, reposteros, personal de cocina y camareros ocupaban un amplio y alto edificio cerca de las cocinas que Dolores me enseñó al pasar, incluso señaló la ventana de su apartamento. Al cabo de un tiempo llegamos a la urbanización de Heather y un poco más allá, antes de alcanzar las residencias de los doctores, observé un amplio complejo deportivo, con pistas de tenis, piscina, pistas de atletismo y un miniestadio para otras actividades deportivas.

-Oye, Dolores, no sabía nada de que se pudiera practicar deportes en Crazyworld. ¿Podría pedir permiso a alguien para utilizar las instalaciones? ¿Podemos hacerlo los pacientes?

-Aquí se puede practicar de todo, muchachito, solo tienes que apuntarte en alguna de las listas del doctor Sun que tiene tantas que si no las gestionara el personal de administración esto sería un caos completo. Serás el primer paciente que hace deporte. Todos los demás tienen bastante con comer, dormir y estar despiertos el tiempo que les permite la medicación. Claro que como a ti no te medican puedes permitirte el lujo de pensar en gastar las energías que te sobren, si es que te sobra alguna.

Intuí que lo decía con segundas intenciones pero no quise tirarle de la lengua, bastante tenía con procurar mantener el equilibrio, apoyándome en su hombro. Entre los edificios y urbanizaciones pude ver bonitos parques bien cuidados, con árboles no muy altos, columpios y toda clase de diversiones para los pequeños y circuitos de footing muy completos con aparatos para estiramientos, encogimientos y lo que fuera necesario.

-¿Tantos niños hay en Crazyworld que se necesitan todos esos columpios y parques?

-Mr. Arkadin pensó en todo, menos en que aquí encerrados las parejas que se formaran, si es que se formaba alguna, tendrían muy pocas ganas de traer hijos al mundo para que fueran esclavos. Que yo sepa está Mónica, la hija de Patricia, que llegó aquí con menos de diez años y ahora tendrá unos dieciséis. El jefe de jardineros que se casó con una de las maestras de la plantilla –Arkadín quiso convertir Crazyworld en una auténtica ciudad- tiene media docena de hijos con diferentes edades. Las maestras son de las pocas mujeres que quisieron ser mamás, tal vez porque necesitaban alumnos para la escuela o no tendrían nada que hacer. Al menos ahora tienen unas dos docenas de alumnos entre párvulos y bachilleres a los que educan con mucho mimo. Cuando no dan clases les cuidan como en una guardería mientras los padres trabajan. Salen con ellos a pasear y hacer ejercicio por los diferentes parques, si se lo permiten los jardineros y horticultores les llevan a la granja donde cuidan los animales y aprenden a cultivar la tierra.

-Imagino que tiene que haber un auténtico ejército de jardineros y agricultores para cuidar de todo esto.

-Los hay. Viven en las granjas, en casitas de madera muy monas. Solo los jardineros se acercan por aquí diariamente a cuidar de los parques. Apenas se relacionan con el resto, nos ven como apestados, para ellos somos menos interesantes que sus animales y plantas. A veces regalan mascotas a los niños. Los adultos que quieren una, tienen que robarla.

Hablando de unas cosas y otras y deteniéndonos para descansar de vez en cuando en alguno de los bancos de madera estratégicamente situados, el camino se nos hizo más entretenido. Por fin llegamos ante la casa de Patricia. El jardín estaba muy bien cuidado y me pareció que una parte estaba dedicado a huerto, con trozos cubiertos de plásticos sustentados con armazones metálicos. Rodeándolo todo un alto muro por el que yo solo era capaz de asomar la cabeza. Dolores oprimió el botón de un telefonillo con cámara de video. Una voz dulce y agradable quiso saber quiénes éramos y qué queríamos.

-Doctora Patricia, soy Dolores y me acompaña un guapo joven que desea hablar con usted. ¿Nos puede abrir?

Pasó un tiempo prolongado. Ya creíamos que nos iba a dar con la puerta en las narices cuando ésta se habló y nos encontramos ante una mujer en la cuarentena, muy bien cuidada, muy hermosa. Morena, de ojos claros, vestida sencillamente con un vestido floreado y una agradable sonrisa en la boca. Me sentí atraído por ella de inmediato. No tuve tiempo para más porque ella no dejaba de mirarme.

-¿Qué le ha pasado a tu amigo, Dolores? Parece como si le hubieran dado una buena paliza.

-Fue Jimmy, que le pilló descuidado. Como comprenderás de otra forma no hubiera podido con este buen mozo.

-Pasad. Tengo un botiquín en casa. No me gustan nada esos ojos morados y esa nariz. Puede que tenga que dar algún punto a ese párpado.

Nos precedió hasta la puerta y nos invitó a pasar. Entramos directamente en un salón más que suficiente para las dos personas que vivían allí. Pude ver un sofá, dos sillones orejeros, algunos armarios de madera acristalados, con vajilla en su interior, una televisor bastante grande, un equipo de música, una librería repleta de libros y bonitas alfombras por el suelo. La doctora me hizo tumbarme en el sofá, puso un cojín bajo mi nuca y me pidió que no me moviera.

-Dolores, sírvete lo que quieras. Ya sabes dónde están las cosas.

Desapareció por una puerta.

-¿Tú quieres algo¿

-Creo que un tequila me vendría bien.

-¿A estas horas?

-Vale, pues dame un Martini, con dos cubitos y hielo y una aceituna.

-¿Una aceituna?

-Bueno, un par de ellas. Me encantan las aceitunas… O eso creo. Me ha venido a la cabeza y ya me estoy relamiendo.

-No tienes remedio.

Se alejó hacia la cocina que estaba separada del salón por un largo y amplio mostrador, tras él podía verse una amplia cocina, moderna y muy bien surtida. Llegó Patricia con el botiquín, lo abrió, sacó un trozo de algodón que empapó en agua oxigenada y me lo pasó por la cara. Hice un gesto de dolor. Luego utilizó un palito con un trozo de algodón redondeado en la punta y me lo introdujo en la nariz, primero por un orificio y luego por el otro. Salió empapado de sangre. En ese momento llegó Dolores con mi Martini que posó en la mesa acristalada que había frente al sofá y ella echó un buen trago de su zumo de naranja. La doctora observó el Martini.

-Si no te importa, querida, trae otro para mí, sin aceitunas y con solo un cubito de hielo.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA VI


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA VI

-Así es Arminido. Por suerte yo he aprovechado el interludio para desayunar, así que no tendré que hablar con la boca llena. Y sin más iniciaremos esta entrevista a la que generosamente nuestros anfitriones han accedido.

ALIRINA

-Aprovechando la destemplada salida de su hija Olivina, me gustaría preguntarles, para abrir el fuego, cómo es la relación con su hija. Si eso no viola su intimidad, por supuesto.

ELIELINA

-Como usted sabe, porque ha pasado por lo mismo, nuestros hijos pasan por el terrible trauma de saber que quienes creían sus padres, con los que convivían todo el tiempo, en realidad eran figuras holográficas, creadas expresamente por nuestro “H”, con textura, por supuesto, de otra forma no podrían engañar a los niños, y con todas las cualidades necesarias. Incluida una personalidad clónica de los padres a los que imitan. Los padres reales nos dedicamos a seguir con nuestras vidas como si tal cosa. Son unas niñeras perfectas. Nosotros a veces les vemos y acariciamos un poco, jugamos un corto espacio de tiempo con ellos, hasta que nos cansamos y regresamos a nuestros quehaceres. Durante estos años solemos viajar más, hacemos excursiones, incluso pernoctamos en hoteles comunitarios y hasta algunos le piden a “H” que les construya habitaciones especiales para los niños, separadas de la casa por barreras energéticas que hacen cosquillas. En nuestro caso no lo hicimos. Nosotros, yo al menos, personalmente, nunca he estado de acuerdo con esta forma de educación. Tuve que sufrirla en mis propias carnes, por eso creo que la educación tradicional, histórica, que recibían los niños, era mucho mejor que la nuestra.

-¿Cómo es que no pidió a “H” que le dejara educar a Olivina en la forma tradicional?

-Estuve a punto de hacerlo. Lo pensé mucho, pero al final decidí que no estaba preparada para ser una madre tradicional y que Olivina saldría perdiendo.

-Sabe, por supuesto, que existen algunos grupos, poco numerosos, que postulan ese tipo de educación. ¿Por qué no les pidió ayuda?

-Los datos que tengo, no sé si ciertos, indican que esos niños, si bien no sufren el trauma de los nuestros al descubrir que los padres que les educaron no son sus auténticos padres, tienen otros problemas, casi tan grandes o más, al parecer les cuesta mucho integrarse en nuestra sociedad, y si no escapan a las montañas Negras, acaban en pequeños grupos de delincuentes difíciles de manejar.

-Disculpe que la interrumpa… Arminido, creo que este es un tema muy interesante para que puedan opinar nuestros tertulianos, especialmente la Sra. Arminiani.

-Así es en efecto, Alirina. Bueno, señora Arminiani, ¿qué nos puede decir al respecto? ¿Es este uno de los más graves errores de “H”?

-En realidad no se trata de un error de “H”. Fue diseñada para atender las necesidades de todos los omeguianos y atiende a este mandato de su programación mientras no colisione con cuestiones que atenten a su supervivencia. El bueno de Helenio de Moroni, su constructor, no encontró un algoritmo perfecto que en todo momento pudiera tomar la mejor decisión entre la libertad de cada omeguiano, el bienestar individual, el bienestar común y las repercusiones en el futuro de cada decisión. Teniendo en cuenta que todos, o la inmensa mayoría, decidieron educar a sus hijos de esa manera y así se lo pidieron, nuestra inteligencia artificial no podía negarse salvo que la prioridad de su libertad chocara frontalmente con las consecuencias de lo que le estaban pidiendo, y no parece que la huida a las montañas Negras de unos pocos adolescentes traumatizados pueda considerarse un revés importante. Puede que allí sean más felices que entre nosotros. No se conoce ninguna muerte, por suicidio o por otro motivo concomitante que llevarían ipso facto al bueno de “H” a cancelar su decisión. En cuanto a la polémica entre educación tradicional de los niños y educación moderna, debo decir que yo misma estoy a favor de la educación tradicional. Dejando de lado las razones importantes que esgrime la señora Elielina, todo afecto que se muestre a través del contacto físico, las caricias, los besos, toda educación personalizada, física, es siempre mejor que una educación interpuesta, aunque ésta sea llevada a cabo por clones tan perfectos de los padres como los que ha conseguido “H”. Estoy convencida de que si ella no manipulara nuestros cerebros a través del casco, durante nuestros sueños, todos los omeguianos sufriríamos graves patologías mentales…

-¿Le parece poco las que ya sufrimos?

-Lo siento Artotis, no tiene la palabra, luego se la concederé de mil amores, pero deje terminar a la señora Arminiani.

-Si, en efecto, tiene razón el Sr. Artotis. Solo “H” sabe hasta qué punto nuestras mentes están tocadas y todo lo que él está haciendo para que no se note demasiado. Nuestras vidas se han convertido en una pasiva recepción de estímulos. Nadie se mueve si no es imprescindible, y esto tiene que pasar factura necesariamente. A pesar del incentivo que suponen los créditos por hacer esto o aquello, repito que nadie hace nada que no sea imprescindible. Cuando los omeguianos necesitan créditos para lograr algo que les interesa mucho, mueven el cuelo que se las pelan. Eso sí es verdad, pero el resto del tiempo se limitan a comer, dormir, disfrutar de placeres artificiales, ver los canales holovisivos de “H” o hacer excursiones cuando les sobran créditos que no necesitan para nada más y hay sitio en las listas.

-Hay que acabar con “H”. Cuanto antes. A cualquier precio.

-Sr. Artotis, es la última vez que se lo digo, una interrupción más fuera de turno y se va a la cafetería hasta que yo diga. Bueno, a ver, ¿a qué viene este desmadre? ¿No sabe que el bueno de “H” siempre nos observa?

-Como Dios.

-Ese es un concepto totalmente desfasado. Lo mismo que acabar con el bueno de “H”, que si no fuera tan bueno ya habría acabado con todos nosotros. Bueno, vamos a ver, Artotis, ¿por qué quiere acabar con él? ¿De qué comeríamos, qué beberíamos, dónde dormiríamos, qué sería de nuestras miserables vidas? Y además, ¿cómo pretende acabar con una inteligencia artificial que se entera de todo, lo sabe todo, lo puede todo y está tan protegida de cualquier ataque, de cualquier acto terrorista, que los pocos jóvenes que se refugiaron en las montañas Negras y que luego regresaron para vengarse, fueron achicharrados con suma facilidad?

-Aquí Alirina, aquí Alirina. Cambio. Creo que cometí un error pidiendo opinión a los contertulios. Arminido, os habéis olvidado de mi conversación con la materfamilias de esta casa. Ya casi han terminado su desayuno. Un poco más y se nos termina el día sin saber cómo vive una familia vantiana estándar.



UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA VI

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-Así es Arminido. Por suerte yo he aprovechado el interludio para desayunar, así que no tendré que hablar con la boca llena. Y sin más iniciaremos esta entrevista a la que generosamente nuestros anfitriones han accedido.

ALIRINA

-Aprovechando la destemplada salida de su hija Olivina, me gustaría preguntarles, para abrir el fuego, cómo es la relación con su hija. Si eso no viola su intimidad, por supuesto.

ELIELINA

-Como usted sabe, porque ha pasado por lo mismo, nuestros hijos pasan por el terrible trauma de saber que quienes creían sus padres, con los que convivían todo el tiempo, en realidad eran figuras holográficas, creadas expresamente por nuestro “H”, con textura, por supuesto, de otra forma no podrían engañar a los niños, y con todas las cualidades necesarias. Incluida una personalidad clónica de los padres a los que imitan. Los padres reales nos dedicamos a seguir con nuestras vidas como si tal cosa. Son unas niñeras perfectas. Nosotros a veces les vemos y acariciamos un poco, jugamos un corto espacio de tiempo con ellos, hasta que nos cansamos y regresamos a nuestros quehaceres. Durante estos años solemos viajar más, hacemos excursiones, incluso pernoctamos en hoteles comunitarios y hasta algunos le piden a “H” que les construya habitaciones especiales para los niños, separadas de la casa por barreras energéticas que hacen cosquillas. En nuestro caso no lo hicimos. Nosotros, yo al menos, personalmente, nunca he estado de acuerdo con esta forma de educación. Tuve que sufrirla en mis propias carnes, por eso creo que la educación tradicional, histórica, que recibían los niños, era mucho mejor que la nuestra.

-¿Cómo es que no pidió a “H” que le dejara educar a Olivina en la forma tradicional?

-Estuve a punto de hacerlo. Lo pensé mucho, pero al final decidí que no estaba preparada para ser una madre tradicional y que Olivina saldría perdiendo.

-Sabe, por supuesto, que existen algunos grupos, poco numerosos, que postulan ese tipo de educación. ¿Por qué no les pidió ayuda?

-Los datos que tengo, no sé si ciertos, indican que esos niños, si bien no sufren el trauma de los nuestros al descubrir que los padres que les educaron no son sus auténticos padres, tienen otros problemas, casi tan grandes o más, al parecer les cuesta mucho integrarse en nuestra sociedad, y si no escapan a las montañas Negras, acaban en pequeños grupos de delincuentes difíciles de manejar.

-Disculpe que la interrumpa… Arminido, creo que este es un tema muy interesante para que puedan opinar nuestros tertulianos, especialmente la Sra. Arminiani.

-Así es en efecto, Alirina. Bueno, señora Arminiani, ¿qué nos puede decir al respecto? ¿Es este uno de los más graves errores de “H”?

-En realidad no se trata de un error de “H”. Fue diseñada para atender las necesidades de todos los omeguianos y atiende a este mandato de su programación mientras no colisione con cuestiones que atenten a su supervivencia. El bueno de Helenio de Moroni, su constructor, no encontró un algoritmo perfecto que en todo momento pudiera tomar la mejor decisión entre la libertad de cada omeguiano, el bienestar individual, el bienestar común y las repercusiones en el futuro de cada decisión. Teniendo en cuenta que todos, o la inmensa mayoría, decidieron educar a sus hijos de esa manera y así se lo pidieron, nuestra inteligencia artificial no podía negarse salvo que la prioridad de su libertad chocara frontalmente con las consecuencias de lo que le estaban pidiendo, y no parece que la huida a las montañas Negras de unos pocos adolescentes traumatizados pueda considerarse un revés importante. Puede que allí sean más felices que entre nosotros. No se conoce ninguna muerte, por suicidio o por otro motivo concomitante que llevarían ipso facto al bueno de “H” a cancelar su decisión. En cuanto a la polémica entre educación tradicional de los niños y educación moderna, debo decir que yo misma estoy a favor de la educación tradicional. Dejando de lado las razones importantes que esgrime la señora Elielina, todo afecto que se muestre a través del contacto físico, las caricias, los besos, toda educación personalizada, física, es siempre mejor que una educación interpuesta, aunque ésta sea llevada a cabo por clones tan perfectos de los padres como los que ha conseguido “H”. Estoy convencida de que si ella no manipulara nuestros cerebros a través del casco, durante nuestros sueños, todos los omeguianos sufriríamos graves patologías mentales…

-¿Le parece poco las que ya sufrimos?

-Lo siento Artotis, no tiene la palabra, luego se la concederé de mil amores, pero deje terminar a la señora Arminiani.

-Si, en efecto, tiene razón el Sr. Artotis. Solo “H” sabe hasta qué punto nuestras mentes están tocadas y todo lo que él está haciendo para que no se note demasiado. Nuestras vidas se han convertido en una pasiva recepción de estímulos. Nadie se mueve si no es imprescindible, y esto tiene que pasar factura necesariamente. A pesar del incentivo que suponen los créditos por hacer esto o aquello, repito que nadie hace nada que no sea imprescindible. Cuando los omeguianos necesitan créditos para lograr algo que les interesa mucho, mueven el cuelo que se las pelan. Eso sí es verdad, pero el resto del tiempo se limitan a comer, dormir, disfrutar de placeres artificiales, ver los canales holovisivos de “H” o hacer excursiones cuando les sobran créditos que no necesitan para nada más y hay sitio en las listas.

-Hay que acabar con “H”. Cuanto antes. A cualquier precio.

-Sr. Artotis, es la última vez que se lo digo, una interrupción más fuera de turno y se va a la cafetería hasta que yo diga. Bueno, a ver, ¿a qué viene este desmadre? ¿No sabe que el bueno de “H” siempre nos observa?

-Como Dios.

-Ese es un concepto totalmente desfasado. Lo mismo que acabar con el bueno de “H”, que si no fuera tan bueno ya habría acabado con todos nosotros. Bueno, vamos a ver, Artotis, ¿por qué quiere acabar con él? ¿De qué comeríamos, qué beberíamos, dónde dormiríamos, qué sería de nuestras miserables vidas? Y además, ¿cómo pretende acabar con una inteligencia artificial que se entera de todo, lo sabe todo, lo puede todo y está tan protegida de cualquier ataque, de cualquier acto terrorista, que los pocos jóvenes que se refugiaron en las montañas Negras y que luego regresaron para vengarse, fueron achicharrados con suma facilidad?

-Aquí Alirina, aquí Alirina. Cambio. Creo que cometí un error pidiendo opinión a los contertulios. Arminido, os habéis olvidado de mi conversación con la materfamilias de esta casa. Ya casi han terminado su desayuno. Un poco más y se nos termina el día sin saber cómo vive una familia vantiana estándar.

PRIMER ASESINATO EN CRAZYWORLD XIII


-No quiero pensar en cosas deprimentes, pero no puedo dejar de plantearme la posibilidad de no poder salir de aquí lo que me resta de vida, que espero que sea mucho. Ya sé que teniéndote a ti todo será más fácil, no obstante no me hago a la idea de estar prisionero año tras año. ¿Cómo lo llevas tú?

-Se está acercando el postre y esta conversación debe tomar unos derroteros románticos. Esta será la última pregunta triste que te voy a contestar. Pues verás, todos hemos pasado la etapa de la rebeldía, incluso me atrevería a hablar de desesperación. Nadie llegó aquí con la idea de no volver nunca más al mundo normal, si es que el mundo de ahí fuera puede ser llamado normal. Me costó asumir que me habían secuestrado. Era una idea que no me entraba en la cabeza. Necesitaba convencerme de que era realmente así y hablé con todo el mundo. Cada uno me contó su historia. Todos, sin excepción, salvo tal vez Dolores, que acostumbrada a esperar siempre lo peor de la vida, solo deseaba ganar mucho dinero para mandarlo a sus familiares, buscábamos lo mismo, pasar unos años lo mejor posible, ahorrar lo que pudiéramos y regresar ahí fuera con la posibilidad, sino de realizar nuestros sueños, por lo menos acercarnos un poco. Nos costó aceptar la dura realidad. La rebelión desesperada se prolongó durante unos meses, hasta que comprobamos que la posibilidad de fuga era imposible. Jimmy fue el que me abrió los ojos. Lo había intentado todo, su cabeza de chorlito no había dejado de elucubrar planes de fuga y los puso en práctica. Yo misma quise intentarlo también porque no me resignaba a ser una prisionera, a bajar los brazos, hasta que me convenciera de que salir de aquí era una utopía. Muchas noches me escondía y buscaba posibles caminos que me permitieran acceder a la valla y encontrar un fallo en ella. Recorrí el bosque, seguí itinerarios hacia los cuatro puntos cardinales, incluso ayudándome de una brújula. Jimmy me habló largo y tendido de sus intentos, eso me ayudó a no cometer sus mismos errores, pero fui inútil, siempre terminaba cerca de la valla, no muy cerca, porque descubrí la existencia de los robots, algo sobre lo que el Pecas me había advertido, aunque no le creí, imaginé que era otro de los delirios de su mente majadera. Los perros solo están en la zona de los edificios, pensé que cuanto más lejos lo intentara más probabilidades tendría. Hasta que descubrí que los robots lo patrullaban todo. La primera vez la sorpresa casi me hizo pensar en una nave extraterrestre. Nunca he creído en esas cosas, pero aquella noche sí. Recibí una advertencia de una voz metálica. Apareció un robot y al principio pensé que era una broma pesada. Quise jugar con él, le hablé como si fuera idiota y me fui acercando diciendo las tonterías que se le dice a un perro vagabundo cuando pretendemos que se amanse de repente, hacernos buenos amigos. Aquel maldito trasto estaba bien programado, no dejaba de advertirme que no me acercara a menos de cincuenta metros de la valla, me explicaba pacientemente que no se podía salir de allí y que disponía de medios contundentes para impedirlo. No le creí. Repitió el alto tres veces y luego alzó una especie de pistola y disparó… un dardo narcotizante. Me desperté en mi habitación, como si todo hubiera sido un sueño. Lo repetí de mil formas, siempre me descubrían, puede que tuvieran infrarrojos, que me detectaran por el calor de mi cuerpo. ¡A saber lo que habrá inventado ese cochino de Arkadin! En el trabajo no cesaba de pensar en posibles planes de fuga. Al final le di la razón a Jimmy, me calmé y me fui adaptando como pude. Los que vinimos a trabajar pasamos por la misma etapa que duró más o menos según la testarudez o creatividad de cada uno. La siguiente etapa fue de aceptación y adaptación, cada uno se buscó la vida como pudo y dejamos de hablar del tema.

-¿Y los pacientes?

-Salvo Jimmy el resto estaba tan mal o tan drogado que ni sabían dónde estaban. Ese idiota es muy listo, eso no se le puede negar. Antes de que llegara el doctor Sun, que no fue de los primeros, los atendían dos o tres psiquiatras, que solo pensaban en ganar mucho dinero y tener los menos problemas posibles. Les atracaban a pastillas para tenerles dormidos día y noche, no se preocupaban de más. Jimmy tenía mil trucos para disimular que no tomaba las pastillas. Se hacía el dormido cuando le convenía y como nadie les vigilaba encontró tiempo para probar todos y cada uno de sus planes de fuga.

-Perdona, no acabo de entender cómo puede ser tan importante mantener aquí a los pacientes y al resto de personal, sin dejar salir a nadie. La inversión que supone este antro no puede compensar el beneficio que reciben los desalmados familiares que quieren quitárselos de encima.

-El dinero mueve el mundo, guapito. Si fueran enfermos normales nadie se gastaría un dólar en ellos, pero sumando todas las fortunas a que tendrían derecho los pacientes y que ahora disfrutan sus familiares la inversión que supone Crazyworld es un granito de arena en una playa. Mr. Arkadin debió de recibir una financiación privilegiada y luego sería recompensado con cantidades astronómicas.

-Eso puedo entenderlo, lo que no me entra en la cabeza es que haya tantos enfermos mentales entre los ricos. Se supone que no hay tantos ricos en el mundo y que sus cabezas no funcionan peor que las del común de los mortales. Y además los ricos tienen ejércitos de los mejores abogados, pueden comprar jueces, pueden cambiar leyes… ¡Demonios y redemonios! Cómo pudo ocurrírsele algo así a Mr. Arkadin y lo más increíbles de todo. ¡Cómo es que no se ha descubierto esto!

-Te disculpo porque eres amnésico. Ahí fuera ocurren cosas de las que nadie sabe nada. Muchos desaparecen y nadie los encuentra. Los servicios secretos hacen mil barbaridades y de un millón se descubre una, y a medias. Los pleitos, incluso con los mejores abogados, duran años. Cambiar las leyes requiere su tiempo y mucho dinero. La idea de Crazyworld no es tan mala como tú crees. En cuanto a que no se haya descubierto, no es algo tan inverosímil. Fuimos escogidos tras un seguimiento meticuloso. En cuanto a los pacientes los familiares no hablan de ellos y la prensa no se preocupa de que un familiar de un millonario, que está mal de la cabeza, no aparezca ni se sepa nada de él. Y si hay algún reportero intrépido que quiera saber, pues se le compra. Nadie en Crazyworld sabe dónde está esto. Todos llegamos narcotizados. Se supone que estamos en algún inmenso bosque privado, en algún lugar remoto. Creemos que dentro del país, pero podría estar en cualquier parte. Y doy por terminada la charla informativa sobre Crazyworld, a partir de este momento comienza la cena romántica. Vamos a por el postre y todo lo que de digas será muy dulce y romántico.

La cena se había prolongado mucho. Entre darle a la lengua y comer, porque comimos como dos muertos de hambre, lo que era verdad puesto que lo poco que nos llevamos a la boca en el centro de seguridad ya lo tenía en los pies, haciendo pausas para hilvanar un largo párrafo y luego guardando silencio para dar dos o tres bocados, el tiempo no había dejado de pasar, con lentitud a veces y con rapidez otras, porque para mí estar con Heather era como charlar con el mejor amigo al tiempo que disfrutar de la mujer más bella del planeta –suponiendo que pudiera recordar cómo eran las mujeres del planeta que estaban fuera de allí- a la que te quieres llevar a la cama de inmediato y todo ello aderezado con valiosa información, como la salsa perfecta para una indigestión de aúpa. Deseaba más sexo con ella, al tiempo que me urgía descansar tras la vida alocada que estaba llevando desde el despertar tras el accidente. Por si fuera poco me estaban llegando extrañas imágenes, como recuerdos o fantasías de un loco. Al parecer me llamaba Johnny y era un gigoló. Se lo dije.

-¿Johnny? No es que sea el nombre más bonito del mundo, pero me alegra poder llamarte de alguna manera. Johnny el gigoló. ¡Fantástico! Y además dices que eres español. ¡Con lo que a mí me gusta España! Sol, playas, toros, flamenco y tortilla de patata. Olé. Tienes que enseñarme a hacer una tortilla de patata, guapo.

-Oye, Heather, que esto me viene a la mente pero no son recuerdos claros. Si fuera español no entiendo cómo llevo todo el tiempo hablando inglés y no se me ha escapado ni una palabra en español. Por cierto, ¿hablo bien el inglés? ¿No has notado algún acento raro?

-Ahora que lo dices algo sí había notado, pero no era el acento mexicano de Dolores ni de un francés o un alemán, no, ahora entiendo que podría ser un acento español, aunque yo nunca he estado en España. Me gustaría que me llevaras si salimos de aquí. Y la tortilla de patata, que dicen que está tan rica.

-Vale, vale. No es tan difícil, pelas las patatas, las partes finas y en trocitos pequeños, pones aceite de oliva en la sartén, cebolla, lo vas friendo a fuego lento, mientras bates los huevos, bien batidos, al final echas las patatas en los huevos y todo en la sartén, que sea antiadherente para que no se pegue, mueves la sartén un poco de vez en cuando y cuando esté cuajada, le das la vuelta y ya está. Así de sencillo.

-Me vas a tener que ayudar con las patatas, que de los huevos ya me encargo yo.

Y se puso a reír como una tonta. La ayudé con el postre. Lo comimos dándonos de comer mutuamente. Le dije palabras dulces. Todo fue dulzura y romanticismo. Le pregunté si podíamos bailar un poco. Puso algo en el equipo, una canción, una voz femenina muy bella y sensual. Bailamos. Luego me tocó un nocturno de Chopin en el piano y algo se derritió dentro de mí. Unas lagrimitas salieron de mis ojos. Eso la conmovió también a ella. Me tomó de la mano y nos fuimos a la cama como dos enamorados.

CRAZYWORLD XLI



PRIMER ASESINATO EN CRAZYWORLD X

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-Puedo leer los labios. Primero te traduzco y luego te lo explico.


-¿Y no sería más fácil activar el sonido?


-Fácil sí, pero sería terrible. Ya conoces un poco del vocabulario de Jimmy, pero nunca lo habrás visto tan histérico. Me está insultando con unas palabras tan soeces que no te las voy a traducir. Dice que ya sabía que dejarte en manos de esa zorra, lo dice por mí, era un gravísimo error. Que ya sabe lo que estamos haciendo mientras él se dedica a investigar. Que ha descubierto una sospechosa de primera. Que cuando termines conmigo vayas a ver a Dolores, que ella te lo explicará todo. Que él va ahora a interrogar a la sospechosa, pero cree que no sacará nada, que luego vayas tú, cuando puedas –eso lo dice con sorna- porque a ti te hacen caso todas las mujeres. Que ya ha leído la autopsia pero que esos cabrones lo han manipulado todo, como se temía. Que reces porque no haya otro asesinato en Crazyworld, porque será el tuyo. El mismo te va a matar con sus propias manos. Y nada más, puñetazo-puñetazo, patada-patada. Que eres el cabrón más desalmado que ha conocido y que no quiere volver a saber de ti. Patada fuerte que ha debido hacerle daño. Mira cómo cojea mientras se aleja.


-Bueno, al menos de momento no ha habido otro asesinato, era lo que me estaba temiendo. Creo que hoy tendremos un día tranquilo y mañana Dios dirá. Pero ahora tienes que explicarme cómo aprendiste a leer los labios.
-Muy sencillo. El cabroncete de Mr. Arkadin –ese sí que es un verdadero cabrón- lo tiene todo controlado. A los de seguridad nos obligó a hacer un montón de cursillos sobre todo lo que se te ocurra, entre ellos uno de lectura de labios. Mira tú por dónde ahora me ha servido, algo que nunca sospeché. Y ya puestos a ponerte al día te diré que todo lo que nosotros vemos en las cámaras le llega también a él. Hay un centro de seguimiento, vete a saber dónde, que le permite estar al tanto de lo que aquí sucede…No, no creo que sepa lo del asesinato del director. Como sabes no hay cámaras en su apartamento ni en el pasillo. Por cierto, seguro que no sabes algo. Jimmy no te lo habrá contado. ¿Cómo crees que te introdujeron aquí sin que esos perrazos malazos te devoraran?


-No se me había ocurrido hasta ahora, pero es que no he tenido tiempo de pensar. Tienes razón. Ahora me pregunto cómo alguien pudo abrir la puerta tranquilamente para meterme dentro, cuando lo lógico es pensar que se habría dado a la fuga dejándome allí tirado. Sí, explícamelo, anda.


-No fue alguien, bueno sí, pero no exactamente, fue un robot.


-Cielos, eso sí que no lo imaginaba. ¿Hay robots en Crazyworld?


-Ya te he dicho que Mr. Arkadin es un genio maléfico. Ha pensado en todo. No los has visto porque solo patrullan de noche y por el perímetro de la valla. El que te rescató a ti recibió instrucciones desde aquí. Yo no estaba de guardia pero lo contó un compañero. Abrió la puerta con un código que solo conocen ellos, te tomó en brazos y te trajo directamente a la enfermería.


-Siento curiosidad por saber cómo se llama ese robot. ¿O es una robotina?
-Jajá. La vanidad te puede muchacho. Ten cuidado o un día te hincharás tanto que reventarás. Eres muy guapo, eso no se puede negar, yogurín, pero de ahí a pensar que puedes seducir a una robotina hay un trecho. Además son neutros, no necesitan el sexo para llevar a cabo su tarea. Al parecer los diseñó un científico loco al que llaman Cabezaprivilegiada, creo que se llama John. Salen a patrullar por las noches, en cuanto todos estáis recluidos en vuestras habitaciones. Ni nosotros tenemos idea de dónde salen, tal vez de un búnker bajo tierra. Son ellos los que sueltan los perros y luego los recogen por la mañana. Si te acercaras a menos de cincuenta metros de la valla, un robot te pediría muy amablamente que regresaras, eso si el perro no se le adelanta y muerde tu delicioso culito. Si no le hicieras caso el robot dispararía un dardo tranquilizante, te dormiría y te llevaría directamente a las celdas de aislamiento.


-Esto es increíble. Ni en mis peores pesadillas habría imaginado algo así, suponiendo que las recordara. ¿Y qué pasa con los perros?  Porque vosotros regresáis a vuestros hogares cuando ya están sueltos, al menos los que estáis aquí de guardia.


-Están muy bien entrenados, ni se les ocurriría atacar a alguien que no se acerque a menos de cincuenta metros.


-Mira, siento curiosidad por muchas más cosas, entre ellas cómo pudiste tú aceptar este puto trabajo, pero será mejor que vea todas las grabaciones y luego ya veremos.


-Si quieres esta noche puedes dormir en mi apartamento.


-¿No me habías dicho que tenías guardia, o lo he soñado?


-Mira tal como están las cosas les dije a mis compañeros que me encargaba yo de todo y que no aparecieran hasta el turno de mañana. No sabía si tú querrías venir conmigo, así que por si acaso ya tenía previsto pasar la noche contigo, aquí o en mi casa, como prefieras. Me importa un bledo que esta noche se produzca otro asesinato. Ahora que el director ha palmado por mí como si destruyen esto a cabezazos.


-De acuerdo, iré contigo. Mejor en tu casa que aquí, estaremos más cómodos, aunque tengo miedo de que Kathy o catwoman como la llamo, logre acceder a mí. ¿No es esto más seguro?


-Tú por eso no te preocupes, si esa gata entra en mi casa la recibiré a tiros.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XXII


TRES HERMANAS IV

Mi recuerdo se centra en una terraza, calor, sol, verano sin duda, donde nos sentamos todos, tal vez media docena y pedimos unas consumiciones. Puedo ir poniendo a algunos en la fotografía. P, amigo de H, con el que luego viviría una historia muy difícil y dramática, X, llamémoslo así, un joven hijo de un conocido poeta, y alguno más que no acabo de situar. Todos hombres, con excepción de H, todos en edades parecidas, una horquilla que estaría entre los veintipocos a los veinte y algunos. Todo iba bastante bien, eran jóvenes cultos, les gustaba la música, el cine, la literatura, yo me sentía en mi ambiente, contento de compartir temas que no podía compartir con nadie de forma habitual. No sé si les caí bien, pero al menos no dieron muestras, ni con miradas ni gestos, mucho menos con palabras de que yo sobraba allí, ni se lo manifestaron de las formas sutiles con que se suelen decir estas cosas. Todo iba bien, repito, hasta que alguien sacó un formidable “peta” o “porrito” y comenzó a pasarlo. Yo no estaba tan fuera de la realidad como para no saber que aquello era hachís, chocolate, o tal vez maría, marihuana. Me sentí muy mal. Sabía que eran drogas blandas, no tan letales como la heroína o la cocaína, pero para un enfermo mental que estaba tomando medicación, antipsicóticos y antidepresivos, aquello era puro veneno. Me lo pensé dos veces antes de “pasar”. Pude ver las expresiones de sus caras. Aquello era ya grave para ellos. Alguna miradita a H. Esta se limitó a decir que yo no fumaba y que eso no tenía la menor importancia. Pero sí la tuvo y mucha.

Por aquel día coló, pero no así en la siguiente ocasión. De nuevo en una terraza, de nuevo el porrito. Yo pasé en la primera ronda, pero sabía que sus amigos no iban a tragar en aquel segundo encuentro. Me sentí muy mal cuando observé, pasmado, cómo se reían de todo y por todo, con estridencia, gesticulantes. Estaban “colocados” y todo les hacía gracia, alguien que pasaba, el culo de una chica que se bamboleaba más de la cuenta… Hacían bromas, chistes, sin la menor gracia. Criticaban a todo el mundo, se burlaban de todos y por todo. Aquello no era normal. Estaban en otro mundo, con otro ritmo, veían cosas que yo no veía, iban subidos en coches que ni se parecían al mío. Procuré acomodarme, trataba de reírme cuando ellos lo hacían, asentía cuando era necesario, decía alguna chorrada cuando me miraban y tenía que decir algo.

De pronto todo estalló. ¿Fue P? No lo creo, porque aunque luego llegaría a conocerlo muy bien y aquel comportamiento encajaba con sus estados de crisis, lo cierto es que era muy amigo de H, tanto que llegué a pensar que se habían acostado, como ella me lo confirmaría mucho más tarde. Sentía por ella un gran aprecio y sabía que no podía hacerle eso. ¿Fue el hijo del poeta? Tampoco me encaja porque era bastante redicho y burgués, bastante pijo, se podría decir. Aunque solo fuera por mantener las formas no veo que se hubiera atrevido a dar aquel paso. Lo cierto es que alguien lo hizo. A grandes voces, con un cabreo que solo hubiera tenido sentido ante un acontecimiento muy grave, o si estaba muy “pallá”, lo que era bastante lógico, porque ya venían “fumaos”, dijo que yo les estaba cortando el rollo, que era un tío de mierda que les iba a amargar la tarde. Puede que tirara un vaso o moviera la mesa, alguna gesticulación histérica, muchos esparavanes, como hubiera dicho mi padre. Los demás le apoyaron y miraron a H. No sé si ella me dijo algo, pero me miró con una expresión que lo decía todo. Tuve hasta miedo de que me llegaran a pegar. El que me mandaran a la mierda y no volviera a verles era casi un alivio, pero no así la que se podía montar si yo no cedía.

Cedí. Pedí el porrito y le eché una calada. Fue peor el remedio que la enfermedad. Yo no era fumador, lo sería muchos años más tarde, por lo que no sabía qué hacer con un pitillo, ni cómo se fumaba ni qué demonios había que hacer con el humo. Me atraganté y comencé a toser como un tuberculoso. Debieron de pensar que hacía teatro para evitar tragar el humo. Esta vez H intervino con fuerza. Era cierto que yo no fumaba y que no sabía cómo hacerlo. Puede incluso que ella se levantara y me indicara lo que tenía que hacer, que tomara el porro y echara una calada. Inspira, deja que el humo llegue a los pulmones, y luego, muy despacio, lo echas fuera. Tuve que volver a intentarlo, esta vez con mucho cuidado. Lo cierto es que no me gustó nada la sensación del humo entrando en mis pulmones. Menos aún los efectos que siguieron. Algo parecía haber entrado en mi cabeza y me estaba produciendo unos efectos totalmente desconocidos y demoledores. Puede que tardara unos momentos en hacerme efecto o puede que me lo hiciera muy rápido, lo cierto es que de pronto me reí, con una risa floja, estúpida, sin sentido, por nada.

Aquello lo cambió todo. Les hizo gracia. Este se empieza a colocar. Tuve que volver a echar otra calada y entonces ya era de la pandilla. Comencé a comportarme de una manera que no se ajustaba en nada a mi carácter. Perdí la timidez. Me reía con ganas de lo que decían, aunque fueran tonterías, me contagiaba de su risa, ellos de la mía. Como me sucede en estos casos, bien sea por ingestión de alcohol o de otra sustancia, a mí me da por el erotismo. Puede que a otros les dé por otra cosa, a mí me da por eso, qué le vamos a hacer. Todas las chicas que pasaban me parecían despampanantes, señalaba un culo, unas tetas, decía alguna frase ingeniosa, sacaba a relucir mi peculiar sentido del humor que solo explotaría unos años más tarde. Recibí palmaditas de felicitación, como si me estuvieran diciendo: este ya es de los nuestros. Y lo era… al menos de momento.

Entramos en el interior del bar, no sé por qué ni para qué, y allí comencé a sentirme muy, pero que muy mal. Sentía el estómago encogido, ganas de vomitar, estaba muy mareado, pero lo peor era aquella espantosa sensación que no me podía quitar de encima. Yo estaba en lo alto, con la cabeza en el techo, y desde allí miraba a todos, que estaban muy abajo, que eran hormiguitas. Una sensación apabullante de poder me hizo sentirme como supermán, pero solo fue un momento, porque el malestar era ya tan intenso que me convencí de que me iba a morir. Sentí un terror incontrolable, comencé a temblar, a sentir espasmos. Lo dije. Me estoy muriendo. Alguien respondió que era un mal viaje. Otro dijo que eso no era muy normal. Bueno, es la primera vez, puede que a él le dé por ahí. Ya no podía tenerme en pie, iba a caerme redondo en cualquier momento. Mi cara debía de estar tan pálida como la de un cadáver, porque así me sentía yo. No sé quién tuvo la buena idea de acompañarme al servicio. Allí vomité y durante largo tiempo me eché agua por la cara, por la cabeza, me senté en la tapa del váter y poco a poco me fui recobrando.

Cuando salimos de allí ya podía caminar con cierto sentido y el “subidón” adquirió otros derroteros menos peligrosos, mi mente estaba mucho más lúcida. Era capaz de hablar y decir cosas enjundiosas, como un escritor que domina la palabra. Observé que lo sucedido les había cambiado, creo que fueron conscientes de que bien podía haber muerto. Puede que H les hablara de que tomaba medicación. Si fue así a nadie le debió quedar la menor duda de que haberme forzado de aquella manera bien podría haberles hecho vivir una experiencia espantosa. Que alguien se muera a tu lado, que caiga al suelo y no se levante, con el shock que eso supone y luego las consecuencias, policía, declaraciones… Estuvieron muy amables, creo que fuimos por la zona de Bilbao, entramos en algún pub, tomaron unas copas, yo cerveza, más suave. Hablamos, me señalaron a personajes conocidos, tal vez alguno de la movida. Me sentía bien, es decir, estaba muy contento porque había sobrevivido. Para mí desde entonces aquel episodio fue uno más de los milagros que jalonaron mi vida en aquella época. En la siguiente ocasión H me comentó que no le diera tanta importancia. Eran cosas que pasaban, a algunos le sentaba peor que a otros. Uno no se muere por darle una calada a un porro.

No recuerdo si volví a ver al grupo completo, puede que no, lo más probable; imagino que yo pasé a ser un tipo peligroso que podía darles un susto en cualquier momento. Lo que sí ocurrió es que P se convirtió de pronto en uno de mis amigos. Quedábamos los tres, tomábamos algo, hablábamos, íbamos a alguna parte, alguna representación de teatro independiente, puede que a algún concierto. Nunca supe qué le impactó de mí a P. Tal vez que hubiera vivido aquella experiencia con tanta calma, como si no fuera conmigo, sin darle importancia, o puede que H le contara algo sobre mis intentos de suicidio. Lo cierto es que allí se inició mi relación con P, lo que yo ignoraba era lo que se me venía encima.

Es posible que volviera a fumar, que le diera alguna calada de nuevo a un “porrito”, si volví a ver al grupo, seguro, si no fue así tal vez porque H y P fumaban y me ofrecían. Nunca volvió a hacerme tanto daño, eso sí nunca me gustaron los efectos del hachís y la marihuana, y jamás probé las drogas duras. La heroína o la cocaína podrían matarme al menor descuido, y además los supuestos efectos alucinatorios ya los vivía yo con mi fantasía.

CRAZYWORLD XL


PRIMER ASESINATO EN CRAZYWORLD IX

Estaba ya tan acostumbrado a mi amnesia que ni siquiera me planteé una posible comparación con mi vida sexual anterior, mejor dicho en el pasado, porque la anterior era la experiencia con Kathy, inclasificable, inimaginable, incomprensible. Ciertamente estaba convencido de haber tenido una vida sexual muy rica, aunque no la recordara, incluso la posibilidad de haber sido un gigoló estaba calando en los agujeros del techo de mi cerebro, suponiendo que los tuviera y algo pudiera colarse por ellos, pero todo ello era agua de borrajas, porque recordar, lo que se dice recordar, solo recordaba mi estancia en Crazyworld desde que me despertara en la enfermería y viera allí a Kathy, la enfermera, la vampira, la diosa que me había deslumbrado. El resto era una vaga y confusa sensación de cosas que me venían a la cabeza, sin ton ni son, y que lo mismo podían proceder de mi fantasía, suponiendo que los amnésicos tengan imaginación, o de esa actividad mental que se supone que tiene toda mente que se precie, lo mismo que la naturaleza de un basurero es almacenar todo tipo de basura. Por eso lo que estaba sintiendo ahora, la firme certeza de que podría tener sexo con Heather aún después de una noche con Kathy, con escasas horas de sueño y un agotamiento que casi ni sabía cómo era de tan intenso como parecía ser, bien podía tratarse de la ilusión que tiene todo hijo de vecino de saltar el obstáculo que tiene a unos pasos y alcanzar la meta.
A pesar de todo no podía dejar de disfrutar de aquel maravilloso cuerpo desnudo que se me ofrecía a la vista y al tacto, puesto que tras ser desnudado velozmente y empujado al lecho, de espaldas y sujetado por piernas y brazos, estaba preparado para vivir una deliciosa aventura, claro que mejor que el trabajo lo hiciera todo ella, al menos de momento, luego ya veríamos cuando se calentara el motor y los pistones hicieran lo que tuvieran que hacer, que no sabía muy bien lo que era, aunque tuviera una vaga idea, y me estoy refiriendo a los de un coche, porque mis pistones, o sea los testículos o como los llamara El Pecas, que tenía un vocabulario extenso y poco melindroso, parecían saber muy bien cuál era su función en todo aquel proceso, es decir, hincharse, estirarse, dolerse, fabricar lo que tenían que fabricar, a toda prisa y luego esperar el momento de arrojarlo todo por la tubería hacia donde esperaba ser bien acogido.
El sueño pugnaba con el deseo espantoso que tenía de ser acariciado, magreado, abrazado, estrechado, estrujado y puesto a cien por el cuerpo más maravilloso que había visto nunca. Y aquí debo volver a matizar que en realidad cuerpos desnudos solo había visto, o recordado haber visto, el de Kathy y ahora el suyo. Pero aún así la insidiosa sensación de que había visto muchos continuaba colándose en algún rincón de mi consciencia, donde parecía estar ganando la batalla. Lo cierto es que Heather debía de haberme deseado mucho y con mucha intensidad porque su excitación, calentón o los mil nombres que tiene o puede tener algo así, parecía estar a punto de llegar al paroxismo y ella no estaba muy dispuesta a embridar nada, ni una yegua fogosa, ni un cuerpo calenturiento, ni cualquier otra cosa que se le pusiera a tiro. Quiso saber a qué sabía mi boca, y lo supo, sin prisas, me mordió el labio inferior y eso me ayudó mucho a despertarme completamente, aunque solo fuera un momento. Sus manos querían conocer mi piel y la conocieron, también sin prisa, pero cuando tocó mi pene, bastante dormidito el pobre, éste se despertó rápidamente, bostezó y me interrogó sobre lo que estaba pasando. Le contesté que él sabría y que me dejara en paz, que estaba muy a gustito tumbado tranquilamente boca arriba, relajado, buscando la forma de dormir una noche en un minuto, de descansar horas en segundos y de darme tiempo, a la espera de que el volcán explotara y todo saliera por el aire, en cenizas, en nubecitas blancas o en lo que tocara en ese momento.
Mi pene no bostezó dos veces, sus ojitos ciegos debieron abrirse y contemplar todo aquel cuerpo prieto, las curvas, las colinas, las llanuras, los valles e incluso aquel formidable y celestial trasero que él no podía ver y yo tampoco en aquel momento, pero bien que me había regodeado con él en las ocasiones en que tuve ocasión. Lo cierto es que el pene se excitó mucho, muchísimo, y sin pedirme permiso se estiró todo lo que pudo y más. Esto, percibido, sentido, visto por Heather la animó a tocarlo, acariciarlo y luego a besarlo con fruición, buscando posturas adecuadas, momentos dichosos, todo ello sin prisa, porque ella no parecía tener la menor prisa, no así yo que esperaba que su excitación la llevara a una rápida galopada y a un final feliz, consistente en un agotamiento dulce, como el sueño que la iba a invadir. Solo que de momento eso no ocurría y tras explorar mi cuerpo, rincones y poros se introdujo a mi despierto miembro en su más que despierta y excitada cueva, buscó la postura, comenzó a subir y bajar con suavidad y delectación, me miró, sonrió, me volvió a mirar, abrió la boca, suspiró, luego gimió y todo iba de perlas para ella y también para mi pene, que en el interior de la cueva disfrutaba como pocas veces le había visto disfrutar, de nuevo matizo lo de la amnesia y estoy harto ya de ella, a ver si con un poco de suerte, como mucho me llega a mañana. La galopada, los gemidos, el cuerpo apoteósico de Heather, sus asombrosos pechos, y todo lo demás se confabuló para que yo me olvidara del merecido sueño y la sujetara por las caderas, coadyuvando a su placer y al mío. No contengo con ello me volví loco de repente, la volteé y sin la menor inhibición decidí que la posesión de aquella mujer era para mí más preciado que el oro y los diamantes, suponiendo que supiera lo que era aquello, que no lo sabía muy bien. La pasión me cegó, a ella también, porque cerró los ojos, gemí, grité, ella también y más y al final ocurrió lo que tenía que ocurrir, que la fábrica ya no podía con tanta producción y se vio obligada a expulsarla por la tubería y que fuera lo que fuese. Lo que fue lo llamaría un orgasmo tan brutal como esplendoroso y Heather se volvió medio loca, me arañó la espaldas con las uñas, afiladas, me mordió una oreja, levantando sus pechos hasta mi boca, lo que aproveché para lamer sus pezones, mordisquear sus colinas, de lo que me había olvidado y agarrarme con sus manos las nalgas y apretar y apretar y apretar, y buf, no me podría desprender de ella ni a patadas. Pensé que lo mejor era relajarme, en cuanto los movimientos espasmódicos cesaran y descansar sobre su cuerpo, si me lo permitía, lo que me permitió sin protestar.
Y eso fue todo, bueno, casi todo, porque en cuanto se desprendió de mí y se acurrucó a mi lado y me susurró cositas muy dulces y bonitas, el sueño me embistió como un toro enfadado y me corneó donde más duele, no tuve tiempo ni de pellizcar un pezón de Heather como un gesto de admiración y sentimiento de agradecimiento, porque me quedé dormido como un plomo, un leño, una marmota, como un bebé que llevara noches sin dormir y necesitara descansar un poco para volver a empezar a la noche siguiente. Entré en coma, suponiendo que supiera lo que era aquello y olvidé todo, algo de lo que sí sabía más. Cuando desperté, o mejor dicho, me despertó un fuerte olor a café fuerte y sabroso y a algo que se calentaba en lo que supuse un microondas,  y apenas tuve tiempo de terminar de abrir los ojos del todo cuando Heather estaba en la cama, con una bandeja completa y olorosa, me acomodó la almohada que nunca sabré de dónde sacó, ella se acomodó y antes de iniciar el desayuno, almuerzo, comida o cena, o lo que fuera me dijo:
-Entiendo que estés agotado, amorcito, lo de pasar una noche con Kathy tiene que ser algo realmente agotador. Te agradezco el esfuerzo que has hecho para contentarme y te lo premiaré en otro momento, porque ahora veo que tienes tanta hambre como yo.
-Te aseguro que el esfuerzo no ha sido tanto, solo contemplar tu cuerpo de diosa, todo resucitó en mí, algunas partes antes que otras. Y en cuanto al hambre, sí que la noto, sí, pero me gustaría que me dieras la hora, si no te molesta ser un reloj de cuco o una Venus cuco, si te parece.
-Eres adorable, mi chichuchirrín, no solo me has dado un inmenso placer, y medio dormido, sino que tus ojitos azules me están prometiendo que me lo darás en un futuro, cercano y lejano. Además me haces reír. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?
-Salir de este antro infernal, por ejemplo.
-Dejémoslo.
Y lo dejamos. Y devoramos en silencio. Cuando hubimos acabado, más pronto de lo acostumbrado, ella me dijo.
-Me olvidaba. Has dormido cinco horas, cariño, y lamento que el olor de la comida te haya despertado, pero no aguantaba más.
Llevó la bandeja a donde tuviera que llevarla, que no lo sé porque no miré. Luego nos vestimos sin prisas, entre arrumacos y carantoñas y acabamos por desplazarnos hacia los monitores. Yo tenía un mal pálpito y creo que ella también. Se confirmó en cuanto vimos a Jimmy el Pecas en la cámara de la puerta de entrada, dando saltitos como un mono, gesticulando como un payaso titiritero de lo peor y luego pateando la puerta, como si no le doliera. Por suerte Heather había tenido el acierto de silenciar el sonido. Todo parecía indicar que se estaba produciendo el apocalipsis, o puede que solo se tratara de otro asesinato.
.¿Puedes darle sonido?
-¿Para qué? No soporto la voz chillona de ese payaso, especialmente cuando pierde los estribos. No te preocupes, yo te puedo traducir.
-¿Cómo?

LOS PEQUEÑOS HUMILLADOS XVII


Me hubiera gustado que aquellos tres días que faltaban para comenzar el curso no terminaran nunca. En lugar de estudiar leíamos tebeos, en los recreos jugábamos al futbol. La disciplina al caminar por los pasillos estaba muy relajada, tal como me imaginaba que sería cuando todo comenzara en serio. Podíamos hablar mientras comíamos y nos acostábamos y nos levantábamos una hora más tarde. Aquel segundo día ya empezaron a anunciarse los nubarrones de la tormenta. Por la tarde llegaron más de los mayorones y al día siguiente estarían ya todos a la hora de cenar. Estábamos a primeros de septiembre y aún hacía calor. Echaba de menos que no nos dejaran bañarnos en la piscina, pero según decían habían prometido que el primer fin de semana, empezado el curso, podríamos ir a la piscina y quedarnos allí lo que quisiéramos. Los mayorones alborotaban mucho y se metían con los chivinas en cuanto nos veían. Les tenía mucho miedo y procuraba pasar desapercibido y alejarme de los barullos. Aquel segundo día fue como el primero, nos hartamos a leer tebeos, jugamos al futbol en el recreo, comimos albóndigas, algo que no conocía porque en casa nunca las había comido, nos dejaron pasear después de la cena por los patios y en el dormitorio, después de habernos lavado los dientes, volvieron a escucharse las bromas a los chivinas. Aquella noche me tocó a mí la broma de la petaca. Ya sabía que me la podían hacer, porque la noche anterior se la hicieron a otros compañeros, pero estaba tan nervioso por meterme en la cama y dormirme que no comprendí que lo que no me dejaba entrar en ella no era que la hubiera hecho mal por la mañana, sino que habían doblado la sábana y por mucho que mis pies empujaran para estirarme siempre encontraban un obstáculo que parecía una jugarreta del demonio. Tanto forcé que la sábana se rasgó. Cuando eché las sábanas y la manta para atrás comprendí en qué consistía la maldita broma. Doblaban la sábana de arriba y parecía que eran dos sábanas, la de arriba y la de abajo. Por muchos esfuerzos que hicieras solo conseguías que la sábana se rasgara, como me había ocurrido a mí. Me asusté tanto que quité la sábana rota y la escondí como pude en el armarito. No quise poner otra porque todos se darían cuenta. Decidí dormir como pudiera y al día siguiente ya me arreglaría. Volvieron a escucharse los lloros de los chivinas y las risas de los mayorones. Estaba tan enrabietado que para no llorar volví a morder la almohada con todas mis fuerzas. Tardé en dormirme pero al fin el agotamiento me pudo.

AVENTURAS Y DESVENTURAS DEL PEQUEÑO CELEMÍN

Querido Bubú: Perdóname por no haberte escrito hasta ahora. Es que no he podido. No quería que nadie descubriera mi diario y se riera de mí, por eso lo dejé escondido en el armarito hasta que descubrí la forma de escribir sin que se dieran cuenta. Es muy sencillo. Cuando por la noche voy a lavarme los dientes llevo escondido el cuaderno en la toalla. Me lavo los dientes y luego me voy al servicio hasta que apagan la luz. Allí hago como que tengo muchas ganas y no puedo. Escribo todo lo que puedo, muy deprisa. Si alguien mueve el picaporte digo en voz alta que está ocupado y me dejan en paz. Creo que es la mejor idea para escribir en el diario, porque en clase podrían mirar en el pupitre y descubrir el diario. Todos se burlarían de mí, porque no podrían comprender que seamos tan buenos amigos.

No me gusta estar aquí pero tengo que hacerlo. Si no estudio acabaré trabajando en la mina como papá y eso sería terrible. Todo el día bajo tierra, mojado, sucio del carbón y tan cansado que solo querría irme a la cama. Sé que tengo que hacerlo y sacar muy buenas notas o no me darán la beca y habrá que regresar a casa. No quiero ni pensarlo. No es como tú que estás todo el día en el bosque con tu amigo, el oso Yogui, que aunque hace muchas travesuras por lo menos lo pasáis bien, conseguís comida y podéis esconderos en el bosque si os persiguen. Aquí no te quitan ojo, tienes que ir en fila india, no puedes hablar y si te pillan te dan un tortazo.

El tercer día fue triste, porque se acababa lo bueno. Los mayorones fueron llegando a lo largo del día y todos se metían con nosotros, los chivinas, porque si no lo hacían los compañeros los llamaban cobardicas y empezaban a tener mala fama. No disfruté tanto leyendo los tebeos y anduve todo el día con miedo y preocupado por cómo sería el primer día de clase. Por cierto que no encontré ningún tebeo tuyo y del oso Yogui, una pena porque me gusta verte, con esa carita de niño bueno que tienes.

Me costó despertarme. Sabes que no me gusta nada madrugar, pero en cuanto oí unas bofetadas en la fila de al lado salté de la cama como si me persiguieran los demonios. Era el Fantasma, al que no se lo oye nunca venir, por eso deben llamarle el Fantasma. Es pequeñín pero con una cara de mala leche que da mucho miedo. Parece que la Vaca y él se turnan, cuando uno está de mañana otro está de tarde. Prefiero que sea la Vaca quien nos despierte, mete mucho ruido y da muchas voces pero no suele pegar. Salí corriendo a los servicios, con la toalla, el peine, el cepillo y la pasta de dientes. Di un empujón muy fuerte a la puerta de salón de película del Oeste, menos mal que no había nadie. Me prometí hacerlo con más cuidado, porque si hubiera pillado a un mayorón no sé lo que hubiera pasado.

Como había llegado tarde todos los lavabos estaban ya ocupados y eso que hay muchos en tantas filas que los primeros días pensé que nunca se ocuparían todos a la vez, pero es que somos muchos. No supe qué hacer, hasta que se me ocurrió meterme en un retrete. Tuve que probar varios hasta encontrar uno libre. Cada vez que movía el picaporte de uno ocupado escuchaba una voz enfadada diciendo que estaba ocupado. Así supe lo que tenía que hacer si alguien hacía lo mismo con el mío. Como me había levantado sin tiempo para despertarme bien, como estaba tan nervioso y con miedo y como no estaba acostumbrado a hacerlo tan temprano, no pude hacer caca por mucho que lo intenté con todas mis fuerzas. Apretaba los puños, los dientes y me esforzaba y esforzaba, pero nada. Me eché a llorar. Para que no me oyera nadie me puse la toalla por la cara y la mordí. Así estuve hasta que se me pasó. Como escuchaba menos ruido supuse que algunos ya habían acabado, así que salí y justo estaba libre el primer lavabo frente a la puerta del retrete. Me lavé los dientes a toda velocidad, mirando por si el Fantasma andaba por allí, pero no vi nada. Luego me lavé la cara, eché agua por el pelo y me peiné como pude. Ya quedábamos muy pocos, no sabía si me daría tiempo a vestirme antes de que llamaran a filas. Me hubiera gustado correr hasta mi cama, pero me di cuenta de que si lo hacía y me pillaba Fantasma me iba a dar una buena torta. Caminé todo lo deprisa que pude sin correr. Me vestí sin dudar un segundo y con tan buena suerte que cuando terminé de atarme los cordones de los zapatos escuché las palmadas que llamaban a filas. Tenía que ponerme en mi sitio en la fila o puede que el Fantasma se diera cuenta y me llevara de las orejas a mi lugar. Salieron los mayorones primero y luego nuestra fila se puso en marcha. Yo me coloqué detrás del chico que tenía la cama a mi lado y suspiré aliviado, por aquella vez me había librado.

Tengo que despertarme antes y procurar estar bien despierto para ir en fila india sin desviarme o recibiré las bofetadas que he visto dar al Fantasma a unos niños que se habían salido de la fila. Esto es serio, Bubú, ya no es como en los primeros días que se permitía casi todo. Hay que ir en completo silencio y guardando bien la fila. He visto cómo algunos ponían la mano derecha en el hombro del que iba delante para saber que no se habían desviado ni un paso de la fila. Hay que estar muy atentos para no recibir una bofetada. Por eso debo despertarme con tiempo para ir caminando sin despistarme. En la capilla me costó no dormirme porque la misa es aburrida y es tan temprano que no entiendo como los otros niños pueden estar tan despiertos. El fantasma dijo la misa con más calma que la Vaca, no es que pareciera más serio y recogido, porque siempre tiene cara de mala leche y es difícil imaginar que está hablando con Dios, pero creo que hace ver como que es muy devoto y pronuncia con calma, sin prisa. Como está de espaldas pude mirarle sin miedo a que me sorprendiera y se quedara con mi cara. Como es tan pequeño los vestidos de misa le quedan grandes y da risa. Los mayorones responden en latín, nosotros no sabemos, pero tendremos que aprender o el Fantasma se enfadará.

Fui a comulgar, como todos, a pesar de que no me había confesado y podía estar en pecado mortal, aunque no se me ocurría por qué. Cuando el Fantasma me dio la hostia me la tragué enseguida y regresé muy deprisa a mi sitio por miedo a que hubiera notado algo y luego me hiciera preguntas. Parece que no se entera de nada pero lo sabe todo, como si fuera realmente un fantasma que anduviera por todas partes y nadie lo viera porque es invisible. Le tengo tanto miedo que haré lo que sea para que no se fije en mí.

Fuimos a desayunar y esta vez no nos dejaron hablar. El Fantasma se metió a desayunar en su cubículo, pero salió corriendo porque debió de ver algo que no le gustó a través del cristal que es opaco para nosotros pero que para él es como un cristal de ventana normal. Agarró a uno que estaba repartiendo de las orejas y lo llevó hasta su sitio y le dijo a otro que repartiera por él. No sé qué habría hecho. No me gustó la mantequilla que es como un ladrillo, no se puede untar, pero me gustó mucho menos que el Fantasma hiciera un recorrido por todas las mesas para ver si lo habíamos comido todo. A unos cuantos les dio un pescozón porque tenían la mantequilla sin tocar. Tengo miedo, Bubú, de que tengamos que comerlo todo en todas las comidas o el padre prefecto se enfadará y nos castigará. Tengo miedo de todo, voy a necesitar hablar contigo con mucha frecuencia, porque mis cosas no se las puedo contar a nadie, ni siquiera a mis mejores amigos, porque no tengo amigos.

Las clases fueron algo divertidas porque conocimos a los profesores y mientras pasaban lista y cada uno nos ordenaba como quería, no quedó mucho tiempo para la primera lección. No me gustó nada el profe de matemáticas que no es cura, es un señor muy tieso, vestido de traje, con una corbata azul con lunares que coge con una mano y tira de ella para uno y otro lado mientras mueve la cabeza, se le hincha el gaznate y se pone rojo. Yo creo que es fácil saber cuándo está enfadado por algo, porque siempre hace eso. Cantamos el cara al sol con la mano derecha en alto. Eso tampoco me gustó, aunque sé que vivimos en una nación gobernada por un tal Franco, que aparece en una fotografía y que hay que hacer esas cosas. No entiendo qué significa poner el brazo derecho en alto, con la palma hacia abajo, ni a qué viene esa canción que parece de soldados que van a la guerra, pero nosotros somos solo unos niños.

El profesor de dibujo tampoco es fraile, es un señor vestido de traje, con gafas, gordito y no muy simpático. No sé por qué pienso que el dibujo no se me va a dar muy bien y me parece muy difícil porque hay que hacer figuras geométricas con regla y cartabón y pasarlo a tinta con plumilla. No, eso no se me va a dar muy bien. El profesor de geografía es un fraile que me parece un poco loco, aunque me gustó que en lugar de colocarnos en los pupitres por apellidos lo hiciéramos según contestábamos preguntas, si acertabas adelantabas un puesto. Al final de la clase yo seguía donde me tocaba por el apellido, a mitad de las filas. Había adelantado un pupitre al acertar una pregunta y luego volví atrás al fallar otra. Me quedé como estaba. Creo que me gusta esa forma de dar la clase, con el tiempo espero estar el primero, en el pupitre de la fila de las ventanas, el primero de la fila. Ese profesor también nos da clase de música. Al principio parecía más simpático que en la clase de geografía. Entró con una flauta muy rara, de plástico, con teclas y boquilla. Soplaba y pulsaba una tecla, era un sonido que no se parecía en nada a una flauta. Sonreía mucho y nos contó que había estudiado en una universidad alemana, Heidelberg, y se sentía muy orgulloso de haber podido tocar al órgano a Bach, por lo visto un músico maravilloso, de lo mejor. Me hubiera gustado que nos tocara algo para ver si era verdad, pero enseguida se puso serio y comenzó a tocar la escala, ya sabes Bubú, eso de do,re,mi,fa,sol,la,si,do,si,la,sol,fa,mi,re,do. En la escuela del pueblo nunca nos enseñaron música, ni siquiera sabía qué era eso de la escala y del do-re-mi. Me gustó, pero no me duró mucho, porque al chico del primer pupitre le hizo cantar la escala. Se le escapó un gallo, que es como él llamó a que de pronto te saliera un sonido raro, que no encajaba. Volvió a tocarla, la cantó él y luego otra vez el chico. Otro gallo. Otra vez. Se enfadó mucho y bajando de la tarima le cogió de una oreja y así lo llevó hasta la puerta. Allí le dijo que fuera al huerto y se presentara al hermano lego y le dijera que lo enviaba el profesor de música. Ya nunca tenía que volver a clase, tenía que ir al huerto y ayudar a coger tomates, patatas, lo que fuera. Todos nos pusimos muy serios y se hizo un gran silencio. Pasó lo mismo con el chico del segundo pupitre y con el del tercero y el cuarto. Todos acabaron agarrados de las orejas y camino del huerto. Por suerte ocurrió un milagro. Dos chicos seguidos cantaron la escala sin hacer gallos. El profe les felicitó y les dijo que tenían muy buena voz. Les anotó en su lista para formar parte del coro, si es que conseguí un número suficiente de buenas voces para que se pudiera organizar, lo que él no creía porque todos éramos unos asnos, unos burros y unos no sé qué. Cuando llegó al último de la fila el chico estaba tan nervioso que dio dos o tres gallos. El profe le lanzó la flauta a la cabeza y no le dio por poco. Todos supimos entonces que aquel cura estaba loco, como un cencerro. Bajamos la cabeza al pupitre y se hizo un silencio que nos asustó aún más.  Por suerte antes de llegar a mí sonó el timbre. El fraile ni nos obligó a levantarnos y rezar un padre nuestro. Salió escopetado, con un revoltijo del hábito y con tan mala leche que tardamos en salir al recreo, por si nos estaba esperando fuera para darnos en la cabeza con la flauta.

Querido Bubú, tengo que dejarte. Ya empiezan a apagar las luces y no quiero que el padre prefecto me pille aquí, no le gusta que cuando se apagan las luces del dormitorio haya nadie en el servicio. Ya te contaré más cosas, porque eres el único amigo que tengo.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XXI


algunas

TRES HERMANAS III

Me hice rápidamente una idea aproximada del tipo de relación que tenían. Ella parecía llevarse bien con él y muy bien con su pareja, aunque no sé si se debía más al esfuerzo que hacía por aceptarla que por simpatía natural. Para mí siempre es molesto, más bien diría que muy angustioso y hasta desagradable, tener que presenciar este tipo de relaciones y observar cómo se comportan los implicados. Lo paso muy mal, tal vez porque soy demasiado empático y me pongo fácilmente en la piel de los protagonistas o porque en realidad soy un neurótico al que todo lo que no esté donde debe estar, según mis aspiraciones, me descontrola y desequilibra. Todo fue mucho mejor de lo que había imaginado. Estas situaciones sociales difíciles se llevan mejor cuando todos tienen una cierta cultura y sensibilidad, cuando son conscientes de lo que está pasando y procuran que la conversación fluya, que la amabilidad pula las aristas.

Puede que comiéramos juntos o puede que no. Tampoco sé muy bien si aquel encuentro duró horas o tan solo el tiempo de tomarse algo en una cafetería. Como le dije después a ella, cuando me preguntó, su padre me había caído bien, podía comprenderle, aunque también comprendía muy bien a su madre y a ella, como hija. En cuanto a su pareja, me pareció una mujer muy consciente del paso que había dado, de las consecuencias y de las dificultades de participar en lo que quedaba de una vida familiar rota. Por sus manifestaciones intuí que tal vez no hubiera perdonado del todo a su padre, aunque lo intentaba con mucha voluntad y lo estaba consiguiendo, al menos de cara al exterior.

No recuerdo haber vuelto a verle en otra ocasión, lo que sí me sucede con su madre, por lo que es harto probable que aquella fuera una ocasión única. Por lo que se refiere a su pareja sí me consta que volví a verla en su compañía por alguna fotografía que aún conservo milagrosamente. Para mí lo más importante de aquel episodio fue la casi seguridad de que yo era para H. algo más que un conocimiento fortuito, tal vez aceptado por un compromiso con alguien, en este caso A, a quien había prometido tratarme bien. Un simple compromiso no obliga a la presentación de un padre y de su pareja, no hay razón que lo avale.

A lo largo de nuestra relación nunca comprendí que ella sintiera por mí verdadero afecto y amistad, yo no era un hombre al que cualquiera aceptaría en su círculo íntimo, así sin más ni más. Creo que estaba equivocado y que a pesar de todos los pesares ella agradecía mi esfuerzo por sentir afecto por ella y por su familia y que tal vez no fuera una persona imposible de querer, como pensaba siempre cuando estrechaba manos. El que me presentara a sus amigos era bastante natural, aunque bien hubiera podido pasar de este trámite.

Y aquí comienza la historia larga, con sus ribetes de drama, que acabaría desembocando en un episodio un tanto rocambolesco que me llevó a vivir una de las experiencias más extrañas y delirantes de mi vida. Aprovecharé la narración de aquel suceso bastante teatral para intentar meter aquí lo que debería ser mi novela póstuma, tal como la concibiera hace ya muchos años, décadas. No lo tenía previsto, pero puede ser, creo que en efecto así será, más asequible para el lector y más suave para mí, contar lo que fue mi “temporada en el infierno” de esta manera que tal como la concibiera en “illo tempore”. Las circunstancias actuales, sobre todo la pandemia, hacen que la necesidad de que formara parte de mi novela póstuma, que subiría a internet cuando mi muerte se acercara y ya no me importara en lo más mínimo las consecuencias, ahora me parece algo ridículo, risible. Es cierto que la historia es dramática, trágica, terrible, muy llamativa, como pude comprobar cuando di aquel paso tan esperpéntico, pero al fin y al cabo no deja de ser una historia más de un enfermo mental. A nadie le importan estas cosas, ni antes, ni ahora, ni después.

La cita con los amigos fue por la tarde, como no podía ser de otra manera, porque ellos no eran precisamente madrugadores, más bien noctámbulos. Puede que mi cronología no coincida con la de los historiadores de aquella época, pero yo juraría que lo que luego se llamaría “la movida madrileña” ya se estaba gestando o incluso puede que estuviera dando sus primeros pasos. Aunque durante el mayo del sesenta y ocho tenía yo doce años y estaba en un colegio religioso, por lo que toda aquella historia me pasó casi desapercibida, me atrevería a comparar, un poco, la movida con el mayo francés. Es cierto que en la movida no hubo violencia, al menos no más de la que hubo durante la transición en España, y que tampoco se produjeron aquellos movimientos de masas que luego he visto en documentales de época. No existían líderes natos ni una ideología compacta que llevara a la gente a comportarse de una determinada manera. En mi subjetiva opinión, aquello de la movida fue más bien una huida de una realidad muy compleja, dura, difícil de asimilar. Unos conciertos en unas salas conocidas, unos grupos musicales que proclamaban su rebeldía, una música novedosa, y luego una forma de vestir, de vivir, muy peculiar, que anunciaba, con voces estridentes, el deseo de muchos jóvenes de “pasar” olímpicamente de lo que estaba ocurriendo en nuestro país.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XX


TRES HERMANAS II

concepcion-abroñigal-1967

Lo hice con H con tal desparpajo que creo recordar que su cara era todo un poema. Pensé que allí iba a terminar Sansón con todos los filisteos, pero no fue así. A. le tenía que haber contado algo, o tal vez mucho, por otro lado, lo que no me había contado a mí de ella lo iba a conocer de inmediato, porque ella debió sentirse un poco obligada a ser sincera ya que yo lo era tanto. Cuando me contó lo de su adicción a la droga y cómo había ido tantas veces al famoso viaducto de Madrid, templo sagrado de los suicidas, que aunque no se había tirado podía comprenderme muy bien, entonces supe que aquella relación que se iniciaba podía durar bastante más de lo que me duraban a mí las relaciones en aquella época.

No me encaja la posibilidad de que me invitara a comer a su casa en aquel primer encuentro. No tiene mucha lógica pensar que hubiera dicho a su madre que preparara la comida porque me iba a invitar antes de conocerme. Lo que sí parece claro es que fue durante un fin de semana, porque yo trabajaba. Tal vez un sábado. Como a mí me costaba madrugar, puede que nos citáramos a las doce como muy pronto, por lo que la conversación no debió durar tanto como imagino, tal vez un par de horas y luego ella se fue a comer a su casa y yo a la mía, o puede que comiera en algún sitio y me fuera al cine, para aprovechar la salida. La posibilidad de que yo la invitara a comer tampoco me encaja, no porque no pudiera permitírmelo, sino porque a mí también me costaba dar un paso así nada más conocer a alguien.

Lo cierto es que sí fui invitado a comer, puede que me llamara con antelación y yo aceptara. Sí recuerdo bastante bien aquella comida. Ella vivía en un piso elevado de un edificio colmena, típico de las ciudades o los barrios dormitorio de Madrid en aquella época. Era bastante nuevo y con buen aspecto para ser una colmena. Vivía con su madre y sus dos hermanas. Imagino que en algún momento anterior tuvo que contarme su situación familiar, ya que explicármelo en su casa no era ni el momento ni el lugar. En aquel tiempo no existía el divorcio, llegaría más tarde, justo cuando yo regresé a León tras el concurso de traslado, aún quedaba un año o dos. Su padre se había ido de casa para vivir en pareja con una chica bastante más joven, no sé cuántos años, puede que veinte. Acabé conociendo al padre y a su pareja. No puedo recordar si el padre era docente o tenía un trabajo más creativo, puede que artes gráficas, publicidad o algo por el estilo. Su madre era funcionaria como yo.

El piso era amplio, al menos para lo que yo estaba acostumbrado, que siempre había vivido en pisos modestos. Un salón bastante amplio y una cocina donde se podía comer a gusto. Comimos los tres sentados a una mesa de formica, típica de la época. No puedo recordar la comida pero sí que la disfruté. Su madre era delgada, tenía gafas, no sé si para leer o las llevaba habitualmente. Fue amable y salió el tema de su situación familiar, como era natural. La sensación que tengo ahora es que ella lo llevaba con resignación, aunque no como liberación. Yo procuré ser todo lo amable de que era capaz, centrándome en los temas que dominaba, relacionados con la cultura, literatura, música, cine, etc. Procuraba hablar de estas cosas cada vez que conocía a alguien, como si mi cultura pudiera ayudar al otro a olvidarse de mi condición. Tengo que imaginar que H. le había contado algo a su madre, por lo que la posibilidad de que surgiera el tema en la conversación es algo que tiene su lógica. Parece que fui aceptado por la madre y la hija pudo haber decidido que yo había pasado la prueba y que me iba a seguir llamando.

El resto es bastante nebuloso e imposible de situar cronológicamente. Puede que ella me llamara para quedar los fines de semana, no todos, ella tenía sus compromisos y puede que yo también los míos, porque aunque no tenía amigos sí continuaba viendo a las mujeres de la lista que había confeccionado con los remites de las cartas que me habían envidado. Es fácil que cada vez que ella me llamara para quedar yo dijera que sí, al fin y al cabo mis compromisos eran muy etéreos y se podían cambiar con facilidad. No puedo saber cuándo pasamos de salir juntos a tomar algo en alguna cafetería o ir a alguna parte. Dado que yo era el nuevo en Madrid no me extrañaría que ella hiciera de anfitriona. Sí recuerdo que, conocedora de mis aficiones culturales, me llevó a algún barrio a ver una obra de teatro. Por entonces estaba el TEI y grupos independientes que hacían teatro casi en cualquier sitio. No he olvidado que fue una obra de Dario Fó, entonces de moda, y que me gustó, a pesar de los pocos medios. La pieza era divertida, progresistas y los actores muy buenos, aunque no se les pudiera calificar de profesionales.

Necesariamente debió de invitarme a comer más veces porque en aquella ocasión no conocí a sus hermanas. H era la mediana. Debo trazar un vago retrato dibujando en el aire y con los ojos cerrados porque nunca he tenido buena memoria para las fisonomías. Me veo tomando café en el salón y charlando con ellas que se marcharon raudamente, porque yo no les gusté o porque sabían de mi condición de enfermo mental o simplemente porque tenían sus propias vidas, como es natural. La mayor era delgada, con gafas y apenas recuerdo nada más, puede que no fuera muy atractiva o puede que no sintonizara demasiado con mis aficiones. En cambio la menor me impactó. Era una chica muy guapa, al menos la recuerdo así. Enseguida despertó mi libido y tuve que esforzarme para controlarme en las miradas y el comportamiento. Es curioso que mis problemas con las chicas, con las mujeres, hayan seguido siendo los mismos a lo largo de mi vida, incluso ahora. Lo achaco a una patología propia del enfermo mental, aunque también es verdad que es bastante natural que un chico joven, unos veinticuatro años, cargado de espermatozoides que no podía descargar de otra manera que no fuera el sórdido vicio solitario, tuviera dificultades para comportarse con naturalidad ante una chica con gran atractivo. Intentaba mirar para otra parte, mirarla lo menos posible, como si ella pudiera ver en mis ojos el deseo que me consumía. Esto es algo que, pasado el tiempo, me sorprende, porque los problemas que luego arrastraría con la mirada y la estúpida obsesión de retratarlas como si fuera un primer plano cinematográfico (el cine era una pasión desmesurada en aquella época) para evitar fijarme en sus senos o sus muslos o en la zona de su pubis, me ha perseguido todos estos años, hasta el punto que llegó a convertirse en una manía obsesivo-compulsiva que incluso ahora tengo que controlar con una férrea voluntad para que no se note demasiado.

A sus dos hermanas las vería esporádicamente cuando iba a casa de H. tal vez más veces de lo que pienso o puede que menos de lo que podría deducir de la relación que tuve con ella y con su madre. Ahora concluyo que teniendo en cuenta lo que sabían o podían saber de mí yo no debí parecerles el amigo ideal para ella. Teniendo en cuenta mi condición de enfermo mental y mi terrible historial cualquiera pensaría que era imposible que yo ejerciera una buena influencia sobre alguien que había pensando con intensidad en el suicidio y que incluso había llegado a dar los primeros pasos mirando el abismo desde el viaducto. Entonces me limité a creer que yo les caía mal, por cualquier motivo, y no le di más vueltas. Estaba muy acostumbrado al rechazo de la inmensa mayoría de personas que me conocían. Lo asumí como un episodio más y me olvidé de ello.

No sé a quién me presentó primero, si a su padre y su pareja o a sus amigos. Como la historia de estos últimos es mucho más larga, comenzaré por el padre. Un fin de semana me preguntó si quería conocer a su padre. Dije que por qué no y me lo presentó, seguramente un sábado o domingo por la mañana. Durante toda mi vida las mañanas son mi peor momento del día. Me cuesta despertar y cuando lo hago tardo horas en sentirme bien, “normal”. La mente va al ralentí, el cuerpo parece anquilosado, paralizado, mi único deseo es que las circunstancias me permitan dormir unas horas más, hasta el momento de comer. La tarde ya es otro mundo que puedo afrontar con alguna garantía. Puede tratarse de un ciclo biológico, un biorritmo, pero me inclino más bien a pensar que es una consecuencia clara, patológica, de la enfermedad mental. Durante largas etapas de mi vida, cuando estoy mal o muy mal, me cuesta dormirme, a veces sufro insomnios persistentes. Puedo pasar buena parte de la noche despierto, leyendo, escribiendo, escuchando la radio, viendo algo en la televisión, ahora viendo series o películas. Mi cuerpo se siente bien, mi mente está lúcida, estoy en la plenitud de mi vitalidad. Cuando trabajaba esto era un serio problema, ahora, ya jubilado, es simplemente una cuestión de sugestión, me siento mal porque no hago lo mismo que los otros, porque en realidad nada me obliga a no dormir hasta la hora de comer, salvo la llamada de los gatitos que tienen sus propios biorritmos. Salvo que haya quedado con alguien para hacer algo, dormir hasta muy tarde es cuestión de que el cuerpo me pida sueño por la noche o no. El problema de ejercer cualquier tipo de actividad durante la mañana es que no estoy concentrado, la mente no está lúcida, el cuerpo parece catatónico y tengo que forzarle con voluntad de hierro. Por eso huyo de conocer personas por las mañanas, salvo que sea imprescindible.

En aquel caso lo fue porque su padre solo podía dedicarnos aquella mañana. Creo recordar estar sentado en una terraza, el sol potente, calor, por lo que con toda seguridad era verano. Mi padre no me cayó mal, aunque tampoco muy bien. Alto, delgado, con gafas, pinta de intelectual. Su forma de hablar era la de una persona con cultura, tal vez un poco pagado de sí mismo. Su pareja era una chica joven, fornida, no gruesa pero tampoco delgada, natural, que intentaba ser amable y lo conseguía. H. parecía un tanto inquieta, huidiza, no estaba en su salsa a pesar de sus esfuerzos. Esto me hizo pensar que la herida de su padre no estaba cerrada. Para mí el ejemplo más vívido es el de Anais Nin y la relación que tuvo con su padre. A todos los hijos nos cuesta asumir como un episodio bastante natural en la vida que un padre se separe de nuestra madre y tenga otra vida distinta, sin que por ello deje de amarnos. Como he vivido esta experiencia desde el otro lado, como padre, también sé muy bien lo que cuesta a un padre asumir que el hijo ya no nos ve de la misma manera.

CRAZYWORLD XXXIX


PRIMER ASESINATO EN CRAZYWORLD VIII

No se me ocurrió contar las personalidades que afloraron a lo largo de la noche, tampoco si había equidad de sexos, sencillamente me dejé llevar por aquella representación inverosímil y surrealista, en la que participaban personajes de todo tipo, masculinos, femeninos, niños, ancianos e incluso algunos personajes literarios que me llamaron la atención, tanto por su clasicismo como por su variedad, desde personajes bondadosos a los más mezquinos de la historia de la literatura. En aquel momento no fui consciente de un hecho sorprendente, estaba recordando aquellos personajes como si hubiera leído todos aquellos libros. Mi amnesia estaba desapareciendo, o tal vez fuera que al no pensar en ello durante el tiempo que llevaba en Crazyworld no podía saber si formaban parte de mi amnesia o no. Lo que sí era confuso, como visto a través de la niebla, eran los lugares y sensaciones en que yo había leído, si es que lo había hecho, aquellos libros. Lo curioso es que parecían asociados a mujeres con contornos difusos. Una idea extraña se fue formando en mi mente. Era como si en mi pasado, en mi vida olvidada, hubiera sido un hombre muy promiscuo, incluso me atrevería a decir que tal vez un gigoló. Una palabra que me pareció muy llamativo. ¿Yo un gigoló? Entonces entendí un poco a Heather. Me había llamado yogurín, algo que parecía significar un jovencito muy mono, muy agradable, que podía ser comido cucharadita a cucharadita, como un yogur. Cuando tuviera un poco de tiempo y encontrara un espejo me miraría atentamente a un espejo. De momento podía decir que yo era un hombre joven, aunque no era capaz de calcular mi edad, alto, bien formado, fornido, tal vez atractivo para las mujeres, aunque eso no me correspondía a mí decirlo. Eso explicaría haber llegado hasta allí conduciendo aquel cochazo que recordaba, porque el accidente parecía estar regresando a mi memoria con una solidez bastante desagradable. Pero si yo hubiera sido un ejecutivo, un magnate, también podría explicar que tuviera un coche tan caro, eso era evidente.

Por desgracia la aparición de personalidades o personajes, no sabría cómo llamarlos, apenas duraba cinco minutos, lo que no me permitía captar de ellos todo lo que deseaba. Se podría decir que aquella era una película a cámara rápida, repleta de personajes y de situaciones. Lo más llamativo era que todas ellas tenían su propia voz y su propia personalidad, claro, de otra forma no serían personalidades. No era como si él fuese un imitador, un ventrílocuo, sino que las voces eran tan naturales que uno buscaba de forma inconsciente a la mujer que estaba hablando o al niño, o al hombre que encajara con un determinado físico. Todas ellas discutían con otro, la personalidad nucleótida, supongo, recriminándole esto o aquello, recabando, con amenazas, un mayor protagonismo, un mayor tiempo de consciencia o de salida a la luz. No podía entender el escaso tiempo que afloraban, y menos que parecieran tener un tiempo marcado por un reloj invisible. La personalidad nuclear tenía también su propia voz, que encajaba a la perfección con el físico de aquel hombre. Intervenía en todos los monólogos de sus personajes, les iba calmando con una voz suave y tranquila, les explicaba que no había suficientes horas en el día para que todas pudieran tener un mayor protagonismo, simplemente una hora para cada una relegaría a las otras a permanecer ocultas durante días, tal vez semanas, incluso meses. Parecía tener un control férreo sobre todas ellas, dejándolas salir a la superficie cuando así lo decidía o las circunstancias lo aconsejaban. Bien podría ser un director teatral o un director de circo, pongamos por caso. Eso me hizo pensar en la posibilidad de que las diferentes personalidades que le había visto exhibir durante el tiempo que llevaba allí no eran aleatorias, sino números de circo perfectamente programados. Me pregunté qué buscaba en realidad la personalidad jefe. Hubiera sido un claro sospechoso de no haber presenciado con mis propios ojos que el Sr. Múltiple Personalidad no había salido de la habitación en toda la noche, como pude comprobar en cuanto hubo acabado la grabación. Había permanecido de pie, paseando por el cuarto, se había acostado, se había echado la ropa de la cama encima, como si tuviera frío, luego se la había quitado a patadas, como si tuviera calor, se había levantado, se había sentado en la cama, todo de forma aleatoria o tal vez siguiendo los dictados de sus otras personalidades, no podía saberlo. Cuando todo terminó me sentí agotado mentalmente y también físicamente, prácticamente no había dormido en toda la noche pasada con Kathy. El sueño se apoderó de mí, me sentía confuso, malhumorado, la realidad parecía difuminarse, si ello era posible en Crazyworld. Solo el hecho de que mi amnesia me impidiera hacer comparaciones explicaba que no me sintiera en un sueño surrealista y sin sentido.

Casi le supliqué a Heather que nos tomáramos un descanso. Ella debió interpretarlo mal porque sus ojos se iluminaron como dos estrellitas que dieron luz a su rostro, iluminaron su deliciosa sonrisa y todo su rostro esplendió como una supernova. Hasta su cuerpo pareció brillar como una farola, haciéndolo aún más seductor. Me soltó la mano que había oprimido la mía durante todo el tiempo, apretó un botón del mando que hizo que el monitor se apagara y levantándose con agilidad felina dejó el mando sobre su silla.

-Dame solo un minuto.

Y se dirigió taconeando con garbo hasta la pared del fondo que no contenía nada a simple vista. Hizo algo con sus manos, que no pude ver, porque me las ocultaba su preciosa espalda y un panel se descorrió. Se puso en cuclillas y hurgó en el hueco. Pronto sacó una caja de cartón que no me pareció gran cosa. De ella extrajo algo que llevó hasta una esquina. Allí metió un enchufe macho en el enchufe hembra de la pared, oprimió algo y el bulto comenzó a hincharse a gran velocidad. Se trataba de un colchón de aire. Eso era. Regresó a toda prisa, me tomó de la mano y casi me arrastró hasta allí. No tuvimos que esperar mucho tiempo. Yo no quise preguntarle nada porque estaba molido pero sentía curiosidad por saber la razón de que tuviera escondido un colchón. Sentí un pescozón de celos. Parecía evidente la causa de todo aquello. No me dejó pensar mucho más. El colchón terminó de hincharse, me sentó en él y comenzó a desnudarme meticulosamente, zapatos, calcetines, pantalón, niqui, calzoncillos. Quedé en pilota picada en un momento. Ella se dio la misma prisa despojándose de su uniforme y ropa interior. Me sorprendí deseando que lo hubiera hecho más despacio.

CARTA DE MILAREPA SOBRE EL CORONAVIRUS XIV


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Descendemos sin prisa desde la estratosfera, contemplando un planeta, que a pesar de su belleza, a ti te recuerda un viejo relato inacabado, “Prisión federal galáctica”, donde un periodista avispado descubre la verdad, que el planeta Tierra es en realidad una prisión de alta seguridad para encerrar a los chicos malos de la galaxia. Es como esa prisión distópica que has visto en alguna película, donde encierran a los condenados en una isla de la que no pueden salir, porque no tienen medios y porque es vigilada por guardianes invisibles. Tu mente no deja de elucubrar, como si vaciarla de pensamientos, dejar que repose tranquila, supusiera tu aniquilación. Es comprensible, te han educado para pensar que el vacío es la no existencia y prefieres pensar lo que sea, incluso darte una vuelta por un infierno dantesco, tan espantoso como divertido, que narras en Relatos del infierno, todo antes que detener tu mente, confinarla, dejar que la cabra tire al monte y se despeñe si quiere en cualquier precipicio, al fin y al cabo la mente no es real, puedes pensar que te has contagiado y te estás muriendo, pero eso no será real mientras no suceda.

El planeta no deja de ser bonito, piensas, ¡lástima que sus habitantes lo hayan convertido en una pocilga! De pronto te sobresaltas, como el diablo cojuelo, podríamos darnos un garbeo y observar el interior de las casas a través de sus tejados, al fin y al cabo si podemos levitar por la estratosfera sin necesidad de escafandra, nada nos impide traspasar la materia con nuestros ojos dotados de rayos X o infrarrojos, pero observas que estás sobrevolando tu pueblo. Pones cara de niño malo, como si me odiaras. Otra vez me va a utilizar como metáfora ambulante. Pues sí, reconoce que a mí particularmente me resulta más cómodo desvelar la intimidad de alguien a quien conozco muy bien y con el que tengo plena confianza, que ponerme a observar a desconocidos que bien podrían querellarse conmigo por no respetar su intimidad. Donde hay confianza, da asco. Lo sé, pero qué te importará a ti, a quien ya no importa nada, según tus propias palabras. Planeamos sobre el tejado de tu casa y vemos a Zapi sesteando en el jardín, hace mucho calor. Atravesamos el techo como si tal cosa, es como si nuestros cuerpos estuvieran hechos de esas cuasipartículas que has leído en uno de esos artículos sobre física cuántica. Pues sí, ahí estás tú, o tu doble real, porque éste, que sujeto con mi mano, parece ser mental, como si la consciencia fuera menos real que una hierba del campo.

Ahí estás tú, paralizado, porque la pulsera la lleva tu doble, el que está conmigo. Resultas gracioso, el tenedor camino de la boca con un trozo de tortilla. Estabas cenando y escuchando la radio, como haces siempre para sugestionarte de que no estás solo y te acompañan otras personas. Es un programa deportivo sin deportes. Sí, el tiempo es un divertido juego, te hemos pillado en pleno confinamiento. No quieres pensar en el contagio y sus consecuencias. Reconoce que tenías mucho miedo. No sabías si te podías contagiar con la comida, con el carrito de la compra, con cualquier cosa y de cualquier manera. Eso es duro. Llegaste a imaginarte recluido un año, dos, tres. Intentaste que te trajeran la comida a casa desde el supermercado, pero estaban saturados y además vives en un pueblo diminuto, no compensa el esfuerzo ni al capitalismo de más baja estofa. Además quien te la trajera podía estar contagiado, y contagiarte a pesar de la mascarilla, los guantes de vinilo y toda la parafernalia. Reconoce que tuviste mucho miedo. Por eso ahora hasta te resulta consolador escuchar un programa de deportes sin deportes, los anuncios para que vayas a comprar a tiendas que están cerradas, el teletrabajo mediático a pesar de que la calidad del sonido no es la que era. Estás viviendo una película surrealista sin pies ni cabeza. Te están diciendo que cuando salgas del confinamiento no te olvides de volver a comprar, de volver a ir al cine, al teatro, a los conciertos, que no te olvides de hacer lo que hacías antes porque de otro modo la economía se irá al garete y a ver de qué coméis. Solo les faltaba decirte que a ver si te mueres para que los de las funerarias sigan ganándose el garbanzo. Reconoce que esta economía capitalista es para mear y no echar gota, como dices tú tan graciosamente. El capitalismo te gusta tanto como el comunismo, nada. Algo tendréis que elucubrar para solucionar esta película de los hermanos Marx en el Oeste. Claro que si tú, que elucubras tanto, no has dado con el quid de la cuestión, puede que a otros que elucubran menos les cueste mucho más. Pero algo tenéis que hacer. Te preocupa que la tortilla llegue a tu boca cuando el tiempo se restaure y que llegue a todas las bocas. Te preocupa que todos puedan seguir trabajando, en lo que sea, y comiendo, pero te preocupa más lo que hará la humanidad, los reclusos en esta prisión federal galáctica, cuando  a los carceleros se les ocurra otro divertido jueguecito y los matones de las plantas de la prisión, líderes natos, no sepan qué hacer y empiecen a pensar que si todos están muertos ellos ya no tendrán que partirse la cabeza elucubrando. Un alivio. Recuerda que conoces bien el código para salir de la prisión, porque te lo repito todos los días.

QUE LA PAZ PROFUNDA OS ACOMPAÑE SIEMPRE EN EL CAMINO

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XIX


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ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LIBRO II

TRES HERMANAS

He recordado el título de la obra de Chejov, Las tres hermanas, y me ha parecido un título tan bueno como otro cualquiera para la historia que voy a contar. No suele ser habitual que me encuentre con dificultades para poner título a mis historias, más bien los títulos caen de la historia como manzanas maduras, pero en este caso no encuentro nada que retrate en dos o tres palabras la naturaleza o esencia de una historia que es de nuevo otro puzle con unas cuantas piezas sólidas y el resto un vano intento de recordar lo que lleva bloqueado en mi mente muchos años. Como es cierto que la historia habla de tres hermanas, aunque sólo una, la mediana, a la que llamaremos H, protagoniza en buena parte lo que voy a contar, me he decidido a dejar el título como está y que el lector piense lo que quiera.

De A. ya hablé en la anterior historia, El compromiso. Debo mencionarlo en esta porque fue él quien me presentó a H. y porque ambas corren paralelas en el tiempo y en mi recuerdo. Ya mencioné que A. sentía una genuina preocupación por mi virginidad, de la que yo hablaba como de una desgracia que solo les ocurre a los más tontos entre los tontos, como era mi caso. En realidad y visto todo desde el punto de vista más objetivo posible, siempre ha habido vírgenes, aunque a Jardiel Poncela se le ocurriera poner aquel título de ¿Pero hubo alguna vez once mil vírgenes?, que es un título como cualquier otro, como el mío. Estábamos en plena transición, tal vez a finales del año mil novecientos setenta y nueve o comenzando el mil novecientos ochenta. Época convulsa donde las haya y de cierto aperturismo en las ideas y en otros terrenos, como en el del sexo, aunque me cuesta aceptar sin más que en aquella época todos los hombres habían dejado de ser vírgenes antes de los veinticuatro años, más o menos, que eran los que yo tenía, aproximadamente, en aquel periodo de mi vida que me he empeñado en calificar de “mi etapa negra” y puede que tenga mucha razón, como juzgará el lector, cuando narre aquel rosario de intentos de suicidio que jalonaron aquellos años. Como siempre en estos casos, se hablaba mucho y se hacía poco. Mi obsesión por perder la virginidad me temo que fue más producto de mi enfermedad mental, de aquellas ideas obsesivo-compulsivas que no dejaban de atormentarme, que de una necesidad vital de conocer el sexo y juzgar. El deseo, la libido, no dejaba de atormentarme y algo, tal vez mucho, de aquella obsesión debía de proceder de las gónadas, a rebosar.

Sigo sin poder recordar nuestro primer encuentro. Me cuesta imaginar que A. nos presentara personalmente, no era su estilo, y además no lo veo haciendo eso en ninguna parte. Debo deducir, pues, que él me dio su teléfono y yo la llamé, o se lo dio a ella y fue la que me llamó. En ambos casos no es importante quién llamara a quien, pero al menos explica cómo nos conocimos. No creo que A. me hablara mucho de H. tampoco era su estilo, aunque bien pudo decir aquello de “la conoces y ya veremos qué pasa”. El sexo no era la única razón por la que A. estuviera interesado en que la conociera. En aquellos tiempos yo tenía tantos amigos como una hormiga solitaria navegando en una pajita por un arroyo. Todas las posibilidades de encontrar un hormiguero y formar parte de una numerosa comunidad, aunque en realidad lo más fácil es que una hormiga solitaria se ahogue en el arroyo, que el destino haga un milagro y termine en una zona arenosa donde sus congéneres han construido su ciudad subterránea.

Bueno, tal vez no sea exactamente así. Pongamos un poco de paisaje, un decorado de fondo. Cada vez que me pongo a contar una de estas historias la vivo como si en mi vida no hubiera ocurrido nada más que lo que cuento, pero no es así. Pedí como destino Madrid por varias razones: alejarme de mis padres, con los que me llevaba bastante mal, estar cerca de la cultura, el arte y todo lo demás, que era entonces mi pasión y lo sigue siendo, y la posibilidad de conocer a todas las chicas que me habían escrito y con ello que me tocara la lotería, algo difícil, aunque no  imposible. Durante los dos años, o tal vez un poco más, que esperé a que se aprobaran los destinos de los opositores que habíamos aprobado la oposición, yo había llevado a cabo uno más de los números disparates delirantes que jalonan mi vida. Como me sucede con mis relatos, que nacen de un sueño o de una idea que me agarra del pescuezo y no puedo librarme de ella hasta que la pongo en marcha, aquella idea no surgió de un sueño, fue producto de la segunda variante, así que acabé poniéndola en marcha para librarme de ella. Mi madre compraba de vez en cuando alguna revista del corazón, Diez Minutos o cualquier otra. Yo las ojeaba cuando no tenía nada mejor que hacer, bien porque estaba aburrido o buscando a escondidas fotografías de mujeres atractivas, muy vestidas, eso sí, porque el destape llegaría años más tarde.

En esta revista había unas cartas de los lectores, al final, no muchas, solicitando correspondencia con chicos o chicas de una edad entre tantos y cuantos años. ¿Por qué no hacer yo lo mismo? No tenía muchas esperanzas de que funcionara, de hecho muy pocas de estas ideas extravagantes me han funcionado, pero en aquel caso ocurrió que el truco de magia o el milagro de biribirloque funcionó y de una forma que llegó a asustarme. Como cuento en otro lugar recibí tantas cartas, sobre todo de chicas, alguna que otra de mujeres maduras, que estuve ocupado aquellos dos años contestando de forma manuscrita a todas ellas, las primeras iban dirigidas a las chicas que mandaban fotografías y que me parecían guapas, luego a las demás y finalmente a los pocos chicos que me ofrecían su amistad.

Pues bien, una gran parte de las cartas procedían de Madrid y aledaños, ciudades dormitorio y otros pueblos de la comunidad que entonces era provincia porque aún no se había aprobado la constitución. Teniendo en cuenta que Madrid reunía tres cualidades importantes, centro cultural del país, el mayor número de cartas de mujeres y la posibilidad muy elevada de que encontrara allí una plaza, no me lo pensé mucho. Nada más pisar Madrid fui a ver a la que más me gustaba, por la fotografía, aunque la mujer no tenía mucha cultura como lo demostraban sus faltas de ortografía, alguna bastante llamativa. Esta es la historia de M que vendrá a continuación de esta historia. Pero hubo más, poco a poco fui visitando a mis corresponsales, con muy poco éxito. Alguna hubo que no pertenecía a la lista de nombres y direcciones que había confeccionado. En concreto una me llama la atención porque a pesar de que apenas recuerdo lo ocurrido, sigue prendida en mi memoria. Deduzco que tal vez la conociera en alguno de mis internamientos y se tratara de una enfermera, aunque bien pudo ser cualquier otra circunstancia, no obstante dada mi incapacidad manifiesta para relacionarme, me quedo con la primera hipótesis. Una chica atractiva a la que intenté seducir con nulo éxito. Supongo que tuvimos una relación de amistad y que todo se fue al garete por mi precipitación por convencer a las mujeres de que el sexo no era malo.

Teniendo en cuenta todas mis ideas y venidas para conocer a las chicas que me habían escrito, la historia más larga de M y que en aquellos veranos hice algo tan extraordinario como viajar en tren por toda España para conocer a las corresponsales más guapas y atractivas por algún otro motivo que no fuera solo el físico, y mi viaje a París, que no logro situar en el tiempo pero que sin duda ocurrió durante mi estancia en Madrid, debo colocar algunas piezas del puzle, sólidas y verídicas, que me dan una imagen no tan solitaria de mi estancia en la megalópolis que para mí fue el paradigma de la soledad.

Aunque no sé dónde nos encontramos H y yo, lo más probable es que fuera en el parque de su barrio. Tengo de él un vago recuerdo, no muy grande, algunos árboles, algunos bancos y un césped mal cuidado, repleto de jeringuillas que dejaban los drogadictos tras inyectarse su dosis de heroína, la droga de moda. Sobre eso me advirtió ella y fue mi primer contacto con la droga en Madrid. Nunca sentí la menor atracción hacia ella, ni siquiera me pregunté qué tipo de experiencias podía vivir una persona drogada. Ya tenía más que de sobra con la medicación que tomaba, auténtica droga, medicinal y legalizada, pero droga. Por otro lado siempre tuve una imaginación muy viva que me hacía vivir las fantasías como reales. Muchas veces he contado que la mayor decepción de mi vida fue cuando en la infancia comprendí que la fantasía no era algo real, aquello que yo imaginaba solo estaba dentro de mi cabeza y que si vivía experiencias fantásticas éstas eran producto de un pensamiento sin conexión alguna con el mundo real. Nunca he podido superar esto del todo. A menudo creo recordar algo que nunca ocurrió o creo haber hecho algo que nunca hice. He tenido que tomar medidas drásticas para evitar las nefastas consecuencias de esta dudosa frontera entre lo fantástico y real. No podía fiarme, por ejemplo, de haber ido al banco, como pensaba hacer, y tenía que comprobar si había algún asiento en mi cartilla o me habían dado algún recibo, esto sí era algo comprobable y real. Sigo teniendo que comprobar muchas cosas dos veces, por miedo a que mi mente me engañe. Hoy mismo he bajado, estando ya en el dormitorio, para comprobar si realmente había cerrado una puerta que en efecto estaba abierta. Por muy fantásticas que puedan ser las experiencias de la droga estoy convencido de que puedo superarlas tranquilamente con mi imaginación. De hecho no tardaría en comprobarlo, cuando me obligaron, de alguna manera a probar el hachis o “chocolate” con los efectos que contaré en su momento.

No sé si la escena en la que me veo hablando con ella en un banco de aquel parque es real o producto del poder de mi mente. Tuvo que ser en alguna parte, lo más probable es que fuera en aquel parque porque no me veo en una cafetería, y tuvo que ser en su barrio porque encaja con el carácter de ella. Puede que no fuera un banco, sino la hierba, de ahí su advertencia. Son detalles sin importancia. Lo que sí es importante es esa sensación que me viene a la cabeza de contarle todo lo que había sido mi vida hasta ese momento, algo no muy agradable precisamente. Aún hoy día sigo queriendo contarlo todo, aunque ahora tengo más control y prudencia. Puede que haya algo de patológico en esto, pero soy incapaz de ver la menor lógica y sentido práctico en callar, ocultar secretos, guardar celosamente la intimidad, ir pasito a pasito, como en una cuerda floja, a ver si nos caemos o no. Debido a mis experiencias cercanas a la muerte, que ya entonces eran numerosas, el ocultamiento, la interpretación, como si esto fuera el gran teatro del mundo de Calderón, me parecen una tontería. No ceso de repetir una y otra vez mis máximas o refranes: Lo que se han de comer los gusanos que lo vean los cristianos, no pienso pasarme la vida interpretando, quien no me acepte como soy, mejor que no me acepte de ninguna otra manera. Antes, en “illo tempore”, todavía me preocupaba irme de la lengua, porque eso podía significar romper con alguien que acababa de conocer y que podía llegar a ser una relación interesante, incluso profunda. Ahora me entra la risa tonta, si alguien no me acepta como soy, mejor saberlo ya, hoy mejor que mañana, porque mis numerosas experiencias en este sentido me ratifican en que quien te repudia a las primeras de cambio, nada más conocerte, porque eres demasiado sincero y abres la puerta de tu intimidad y de tu corazón sin pensártelo dos veces, mejor que lo haga cuanto antes, porque con el tiempo le puedes coger un poco de cariño y la ruptura es más dolorosa.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA V


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Pues lo que tengo que decir es que esta civilización es pura basura, pura mierda, si me lo permite, aunque en estos tiempos de reciclaje hasta la pulcritud más repugnante un término como éste ya no tiene sentido, porque la mierda de hoy será nuestra comida de mañana. ¿O saben ustedes de dónde procede la comida que nos llega por teletrasportación? Yo no. ¿Han visto huertos de hortalizas y otras plantas comestibles? Yo no. ¿Han visto que se cacen animales? No, porque está prohibido. ¿De dónde sale la carne que comemos? De la mierda, sí de la mierda. Y no que quite usted la palabra, ahora que me la ha concedido, porque no se la devolveré, antes lo mato, querido amigo. Todo lo que comemos nace de la mierda, y con qué se construyen nuestras casas, con mierda reciclada como material de construcción. Pero lo peor de todo es la mierda de vida que nos ha fabricado el bueno de “H”, todo lo hace él, todo lo piensa él, todo lo vive él por nosotros. Fabrica nuestros programas holovisivos, escribe nuestras obras de teatro y las representa con actores holográficos, perfectos sí, pero una mierda, si me permiten ustedes. Los ciudadanos de este planeta se dedican a la holganza, no hacen nada, no piensan, no sufren ni padecen, y cuando se alegran es porque la máquina les ha inyectado algo en sus cerebritos durante la sesión nocturna de reparación de su salud. ¿Alguien sabe lo que hace esa miserable máquina con nuestros cuerpos, cerebros, psiquis y todo lo que tengamos y que aún no hemos conocido? No, nadie lo sabe. Todos tenemos una salud perfecta sin saber cómo, nuestros cuerpos son engranajes perfectos, pero ¿para qué? Cada cual se levanta cuando quiere, si es que se levanta. Pide la comida que le apetece y si no le apetece no pide nada. Permanecen en sus hogares circulares, perfectos en todos los sentidos, pero fabricados con mierda. Si salen no les puede pasar nada porque están en comunicación constante con “H” que les librará de todo mal. Si quieren viajar, lo solicitan, y si tienen suficientes créditos y hay una nave disponible, pues viajan por todo el planeta mirando aquí y allá. Si quieren quedarse en casa, se quedan, viendo esa mierda de programas holovisivos o se ponen el caso y a follar virtualmente. Nadie se relaciona con nadie, ni siquiera en las familias. Nadie conoce a nadie, nadie quiere saber nada de nadie. Todo está perfectamente estructurado, pero los habitantes de este planeta no tienen ilusiones, ni metas, ni buscan nada, ni encuentran nada. Esto es una mierda de vida. Y es por eso que odio a mi ancestro, a ese payaso, a ese profesor chiflado. Y es por eso que acabaré con el bueno de “H” y si me lo permite, diré como aquí y ahora.

EL LOCUTOR

Lo siento Artotis, pero ha consumido tanto tiempo que hasta que los demás contertulios no lo igualen no volverá a tener la palabra. Además Alirina me pide paso porque hay novedades. ¿No es así, queridísima Alirina?

-Queridísima, tu padre, que no nos conocemos tanto para ser tu queridísima y no me da la gana que me quieras. Dicho esto sí, hay novedades. Mientras yo hablo la grabación se reproducirá convenientemente editada, en ella verán cómo Olivina come como si no hubiera comido en su vida y luego sale disparada para ver a su novio y hacer la excursión. La novedad está en sus padres que se han levantado, y juntos, más novedad, y de buen humor, ¡toma novedad!, y dispuestos a charlar un rato con nosotros mientras desayunan, el colmo de la novedad. Y ahora que han visto la grabación de Olivina, en directo total y descomunal, voy a saludar a sus padres, papá Oloronte y mamá Elielina. Buenos días, señores, y muchas gracias por permitirnos compartir su intimidad durante este largo y agradable día.

-Gracias a ti, Alirina, soy una fan tuya, muy fan y muy tuya. Para mí es un honor inesperado y un placer casi tan grande como el sexo virtual poder disfrutar de tu compañía durante todo un día. Soy Elielina. Aunque los holovidentes ya lo saben porque me han visto, quiero aprovechar para decir mi nombre y que me conozcan y mostrar mi alegría con total expansividad y gesticular unos saludos para todos ellos, a quienes no conozco y espero no conocer nunca.

-¿Y usted no dice nada, señor Oloronte?

-Es que me había quedado sin palabras. Más que un fan tuyo soy el adepto número uno de esta diosa de la comunicación. Y aprovecho subrepticiamente el momento para suplicar una noche de sexo virtual con usted. ¿Es que no me daría cita? ¿Y para cuándo? Dígalo ante toda la audiencia para que luego no pueda volverse atrás.

-Es usted un mastodonte, señor Oloronte, y disculpe que le trate así en su propia casa, después de su amable invitación, pero es que se ha pasado de la raya.

-Y tanto. Eres un pedazo informe de carne, querido marido. Y tienes menos sensibilidad que una pulga de pantano putrefacto. Tras una maravillosa noche de sexo virtual, como la que hemos tenido, tras años de no lamernos ni las uñas, ahora intentas seducir a esta dulce chiquilla, y a mi presencia. Eres un mierdecilla y espero que ella no te conceda una cita ni aunque fueras el único macho hetero de este planeta de mierda.

LOCUTOR

-Soy Arminido a secas, querida Alirina, y como nuestros anfitriones van a pedir su desayuno, si te parece bien vamos a hacer una pausa para que nuestra tertuliana, experta en el tema, Herminiani, nos comente esta secuencia. ¿Todos los vantianos somos así, y por qué? Señora Herminiani.

-Muchas gracias Arminido por dejarme abrir la boca. Pues la respuesta es sí, no y todo lo contrario, es decir un poco de esto y de aquello. Por desgracia la especie omeguiana ha degenerado mucho desde que el ancestro del Sr. Artotis nos regalara al bueno de “H”. En otros tiempos los ejemplares de esta especie dedicaban casi todo el tiempo a cazar o a plantar y cuidar hortalizas para subsistir. Les quedaba muy poco tiempo para cualquier otra tarea, incluida la procreación, sin la cual hoy no estaríamos aquí. Por suerte la naturaleza dispuso que a la procreación acompañara un placer sin igual, bueno no es para tanto, pero casi. Con el tiempo y la civilización, la socialización, la distribución de tareas y otros avances, obtuvieron más tiempo que dedicaron a la socialización, al principio, y luego a perder el tiempo cuando fueron llegando los inventos. Que es lo malo que tienen, que te facilitan la vida y te dan más tiempo que nadie sabe aprovechar. Ahora que disponemos de todo el tiempo, lo perdemos a manos llenas, disfrutando de placeres que no merecerían ni la mitad, ni un cuarto, salvo el sexo, que no está del todo mal. Claro que el sexo virtual ha llegado a ser mejor que el natural, pero ha provocado una adicción patológica de muchos kilates. Sí, es cierto, Arminido, contestando a tu pregunta. La mayoría de vantianos pasan buena parte de su tiempo practicando sexo virtual, esto les destroza el cuerpo y la mente por lo que buena parte del tiempo restante lo tienen que emplear en ser reparados por el bueno de “H”. Y cuando una pareja quiere intimar y consolidar su relación practicando sexo entre ellos de forma virtual, suele venir el mastodonte, como bien ha dicho Alirina, y estropearlo todo. Así son las cosas y así se las vamos a contar. No creo que haya grandes diferencias entre una familia y otra, una pareja y otra, unos hijos y otros y unos padres y otros, todos parecen cortados por el mismo patrón. Pocos son los que se salen de la norma y los que se salen del todo se van a las montañas Negras, con los granjeros rebeldes. En cuanto a las excepciones que confirman la regla, aún quedan familias tradicionales donde la relación y el afecto son prioritarias y la holovisión, el sexo virtual y demás adelantos son empleados con tino, con prudencia, el tiempo imprescindible y solo para aportar un plus a sus relaciones humanas. Y…

LOCUTOR

-Perdón Herminiani y muchas gracias por su fantástica intervención, pero parece que nuestros anfitriones ya han pedido el desayuno, se han instalado a uno y otro lado de la mesa y se disponen a contestar a las preguntas de Alirina al tiempo que se meten la comida en la boca, cuando uno come el otro habla y así todo irá de perlas. ¿No es así, Alirina?

Continuará.

 

LOS PEQUEÑOS HUMILLADOS XVI


misaenlatín

A esas horas de la mañana estaba muy dormido, por lo que agradecí que La Vaca dijera la misa tan atropelladamente, como si tuviera ganas de terminarla cuanto antes. Además yo no sabía las respuestas en latín que daban los demás, ni siquiera sabía lo que era latín, creo que un idioma que hablaban los romanos hacía ya muchos siglos. Intentaba permanecer atento pero la cabeza se me caía sobre el pecho y me despertaba asustado. Lo que más me gustaba era estar sentado, porque así descansaba mejor y si me dormía no me caería de espaldas, algo que me asustaba un poco porque el banco de madera tenía una barra de hierro que unía el reclinatorio al banco. Estar de rodillas me molestaba mucho. Odiaba los pantalones cortos porque las rodillas rozaban con la madera en carne viva y si estabas mucho tiempo arrodillado era como si te pasaran una lija. Al parecer los chivinas  teníamos el deber de llevar pantalones cortos, no así los mayorones-mayorones, los que estaban en el otro comedor y en otros dormitorios, los que hacían cuarto, quinto y sexto de bachillerato. En nuestro comedor estábamos los que estudiábamos primero, segundo y tercero de bachillerato. Aquellos mayorones me producían un gran respeto, parecían adultos.

A pesar de la velocidad con que dijo la misa, a mí se me hizo muy larga, no sabía qué hacer para no dormirme y además tenía hambre, las tripas me rugían a veces sin que pudiera evitarlo y me daba miedo que me oyeran. También me lo dio cuando llegó la hora de la comunión y todos fueron a comulgar, banco por banco, yo también lo hice aunque no me había confesado y no sabía si estaba en pecado mortal o no. Era difícil saber cuándo estabas en pecado venial o en pecado mortal. No podías comulgar en pecado mortal porque era un sacrilegio y te ibas al infierno. Eso me daba tanto miedo que fui a comulgar temblando. No entendía muy bien que en aquella ostia consagrada estuviera el cuerpo de Cristo. No podía estarlo porque era muy pequeña, pero si ellos lo decían había que creerlo. Era un milagro, claro y no se podía hacer nada para comprender los milagros, ocurrían y ya está.

Acabó la misa y sentí que ya todo iría bien. Cuando La Vaca dijo aquello de “Ite misa est” y todos contestaron “Deo gratias”, salió disparado hacia la sacristía, con los monaguillos intentando seguir sus pasos sin conseguirlo. Los últimos bancos comenzaron a salir en fila y cuando nos tocó a nosotros vi cómo el cura salía ya sin la ropa de decir misa, con el hábito negro que a duras penas ocultaba su pancita. Empujó, creo que sin querer, a dos chivinas que iban a atravesar la puerta en aquel momento y cuando salí yo, casi el último, estaba dando palmadas corriendo por el pasillo. Los mayorones hablaban como si tal cosa y no guardaban la fila. Enseguida se callaron y se pusieron en fila india. El cura se quedó allí, en mitad del pasillo, con las manos metidas en el cinturón, viendo cómo nos dirigíamos al comedor. Su cara estaba roja como un tomate y sonreía de oreja a oreja.

En el comedor nos quedamos de pie hasta que uno de los mayorones dijo una oración, todos respondimos “amén” y entonces La Vaca salió disparado hacia su cubículo, dejó la puerta abierta y pudimos ver cómo le pasaban el desayuno por el torno de madera que había y que nos habían enseñado cuando nos hicieron recorrer todo el colegio la primera mañana. Se dio cuenta de que había dejado la puerta abierta y la cerró rápidamente. Todos nos habíamos sentado y como los mayorones hablaron los chivinas supusimos que se podía hablar aunque el cura no había dicho nada. En la mesa había tazones de cristal, de duralex, creo que llamaban a los platos y tazones de cristal con ese color tan especial. Había un plato con trozos de pan, de barra, y otro con algo que parecía mantequilla, aunque no tenía nada que ver con la que conocía yo. Se abría el trozo de pan con el cuchillo y se untaba la mantequilla. Yo lo intenté pero aquello parecía un ladrillo, no se aplastaba ni se pegaba al pan, así que lo extendí como pude y cerré los dos trozos como si fuera un bocadillo. Ya estaban saliendo un grupo de mayorones de la cocina con los carritos metálicos en los que iban una especie de cazuelas metálicas muy grandes, con un pitorro por el que echaban el café con leche en las tazas. Se dieron prisa en servir, se conoce que tenían hambre. Cuando me tocó el turno mojé el bocadillo en el café y me lo fui comiendo con ganas. Una vez que la mantequilla se ablandaba era más fácil comerla a mordisquitos. Observé con sorpresa que los mayorones se echaban colacao de los botes que habían cogido de las taquillas de la entrada, también tenían galletas o rosquillas. Imaginé que se las habían mandado sus papás, porque el desayuno era el que era.

El desayuno no debió durar más de media hora. Salió el padre prefecto, La Vaca, y tras una oración rápida nos dio permiso para salir e ir a las clases. El regresó a su cubículo para seguir desayunando. Me sentía muy feliz de volver a leer los tebeos que tanto me gustaban, pero no salí corriendo, como vi que hacían algunos porque no quería acostumbrarme mal y traté de ir despacio y siguiendo la fila que nadie parecía respetar. En la mesa del profesor ya estaba el mayorón del día anterior quien puso un poco de orden cuando mis compañeros se acumularon alrededor de la mesa. Cuando me tocó el turno escogí de los montones un comic de Supermán que por suerte se habían dejado. Estuvimos leyendo dos horas hasta que sonó el timbre, con gran estrépito, para indicarnos que era la hora del recreo. Me gustaba mucho jugar al futbol pero hubiera preferido quedarme allí leyendo, pero no nos dejaron, el mayorón nos dijo que saliéramos todos y cerró la puerta.

La mayoría se dirigió al sótano para ponerse las zapatillas de deporte. Yo miré en el bolsillo del pantalón corto a ver si estaba la llave que había cogido cuando cerré la taquilla, por suerte no la había perdido. Me puse las playeras, dejé los zapatos y cerré dando una vuelta de llave. No podía dejar que me robaran el calzado porque mis padres no podían comprarme más si me quedaba sin ellos. También me dije que debería tener mucho cuidado en no dar patadas a las piedras que había en el campo de futbol, junto con la tierra. Otro mayorón repartió unos balones de futbol, de reglamento, de cuero, y balones de baloncesto, muy grandes y de plástico. Yo no sabía jugar a baloncesto, así que me dirigí al campo de futbol de primero, que estaba al final y era el más pequeño. Los campos estaban repartidos, a un lado de una hilera de árboles con un camino de tierra, los de los tres primeros cursos, y al otro lado los de los cursos superiores. Éramos muchos los de primero para un campo tan pequeño, en los otros campos había menos, supuse que porque ya estaban cansados de jugar al futbol y jugaban a baloncesto o paseaban. Nos dividimos como quisimos, unos disparaban contra una portería y otros contra la otra. Como no sabíamos quiénes iban con nuestro equipo o con el contrario lo que se hacía era correr detrás del balón, intentar pillarlo y regatear en dirección a la portería contraria. Todos se lanzaban encima del que tenía el balón por lo que no le duraba mucho. Para sorpresa de todos vimos cómo se acercaba La Vaca, se remangaba el hábito, lo ataba en el cinturón y se ponía a jugar con nosotros. Me sorprendió ver que bajo el hábito llevaba pantalones como todos los hombres, aunque eran negros. Era un abusón, se quedaba con el balón y no dejaba que ninguno lo tocara, empujaba y hacía trampas como si no fuera cura.

A pesar de todo estaba muy contento de jugar al futbol. En casa tenía un álbum de cromos de futbolistas. Me gustaba mucho el Real Madrid, no sé por qué, puede que porque ganara muchos partidos. Soñaba con ser Amancio o Gento pero en el campo comprendí que no sabía jugar muy bien, aunque en el pueblo me consideraba de los mejores, sino el mejor. Puede que de portero me fuera mejor, pero ya dos niños ya habían elegido ser porteros y estaba cada uno en su portería. Me tuve que conformar. Tenía ilusión porque me eligieran para formar parte de los equipos de fútbol que competirían en una liga a lo largo del curso. Según nos habían dicho, eran cuatro equipos por los tres primeros cursos y otros cuatro por los tres últimos cursos. Nos daban camisetas, pantalones de deporte y todo el equipamiento de un equipo de fútbol. Me hacía mucha ilusión y me apuntaría en cuanto lo dijeran, pero antes tenía que mejorar mucho.

 

CRAZYWORLD XXXVIII


PRIMER ASESINATO EN CRAZYWORLD VII

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Ya tenía suficiente información, al menos de momento. Decidí ver al completo la cinta del Sr. Múltiple Personalidad, un espectáculo así solo se da una vez en la vida, si se da. Claro que iban a ser muchas horas, así que le rogué a Heather que estuviera atenta a mis indicaciones para acelerar la cinta, prometiéndole que en cuanto acabara nos tomaríamos un descanso. Se acomodó a mi lado en la silla, me tomó de la manita e iniciamos la aventura más estrafalaria jamás contada. Rebobinó hasta el principio y estuve muy atento a la escena inicial. La señorita Ruth abría la puerta, entraba con el Sr. Múltiple, la cerraba y con paso pausado, agarrada a su brazo, caminaban hacia el lecho. Parecían dos novios tan románticos como esperpénticos. Ella le hablaba con voz suavecita y cariñosa, como a un niño rebelde al que hay que convencer que ha llegado la hora de irse a la cama. Entre cariño por aquí y cariño por allá logró sentarlo en la cama. Sin dejar de hablarle un momento le quitó las pantuflas, los calcetines de colores y el resto de la ropa, poniéndole a continuación un pijama infantiloide, con animales de peluche, lunas y estrellas. Le besó en la frente, le tumbó en la cama, le arropó, le quitó las gafas y se disponía a irse cuando el Sr. Múltiple protestó. Quiero un cuento. Y allá que veo a la señorita Ruth remangarse y contarle un gracioso cuento de hadas sin pies ni cabeza pero muy meritorio. Aquel momento íntimo subió muchos puntos en mi estima a la señorita Ruth. Dejó de parecerme un marimacho insoportable, una beata resabiada, tan vengativa como la serpiente de cascabel, para transformarse en una mujer traumatizada por una vida dura y una estancia en un infierno de lujo, pero infierno, como era Crazyworld. Hasta me dije que tal vez mereciera la pena conocerla más a fondo.

Me quedé pasmado cuando para despedirse, esta vez definitivamente, la señorita Ruth le dio un cálido y largo beso en los labios al Sr. Múltiple Personalidad. Fue algo definitivo, aquella mujer tenía algo, algo, no sabía muy bien qué, pero algo. Salió, cerró la puerta y el paciente no tardó en dormirse, lo supimos por los estentóreos ronquidos. No pasaron ni cinco minutos cuando el ritmo musical de la locomotora se detuvo y una vocecita infantil preguntó algo que no pude entender. A patadas se quitó de encima la ropa de cama y se bajó de ella dando un saltito infantil. Comenzó a moverse por toda la habitación como si llevara un avión de juguete en una mano, haciendo el clásico ruidillo que hacen los niños en estos casos. Algo así como bruz, bruz y bruuzz. No me pidan que haga imitaciones, porque soy muy malo… creo. Luego el avión ametralló algo en el suelo, él se puso de rodillas, le cambió la voz, era como la de una mujer muy obsequiosa, casi diría que cariñosa, preguntando a seres invisibles si estaban bien. Supuse que ella era una enfermera, que estaba en un hospital de campaña y atendiendo a soldaditos a quienes acababa de ametrallar el cruel piloto infantil. La voz de la enfermera era tan seductora que casi deseé ser un soldadito ametrallado. Aquello tampoco duró mucho porque sonó una voz melodiosa, también de mujer, entonando una vieja canción del cine en blanco y negro. Danzó con una sensualidad pervertida tan atractiva como la de Gilda, incluso se quitó un supuesto guante, por lo que supongo que aquella era su personalidad Gilda, me lo confirmó su movimiento de cabeza como al recibir un formidable bofetón. No se quedó quieta, no que se lanzó sobre su supuesto agresor y comenzó a morderle con rabia asesina. Cayó al suelo como desmayada, allí permaneció un tiempo que se me hizo tan largo que indiqué a Heather que acelerara la cinta, lo que hizo. Quien se levantó no fue una mujer sino un hombre y bastante razonable, para mi gusto, incluso llegué a pensar que esa era su verdadera personalidad, el hombre que había sido antes de caer en las garras de múltiples personalidades liberticidas que le habían atrapado en su tela de araña. Se lo comenté a Heather.

-Puede que tengas razón. Esta personalidad no la había visto nunca y ninguno de mis compañeros la comentó. Desde luego que si es su personalidad núcleo parece muy razonable y debería aparecer más a menudo. Cuando pase todo esto se lo comentaré a Sun, a ver si puede hacer algo.

-Oye, hablas como una psicóloga. ¿Lo eres también?

-Aquí  los guardianes tenemos que hacer de todo y ser de todo aunque no seamos de nada.

-Se me ocurre una cosa. ¿Cómo es que vosotros os quedáis aquí tan pimpantes cuando sois los únicos que os podríais marchar?

-¿Tú crees? Se ve que eres un novato. En efecto, puede parecer que los guardianes podríamos marcharnos cuando nos diera la gana y que si no lo hacemos es porque estamos tan bien pagados que merece la pena seguir aquí confinados el resto de nuestras vidas, pero no es así. Nosotros tampoco podemos marcharnos, aunque tengamos más oportunidades que el resto de reclusos. No lo sabes, pero en el exterior hay patrullas vigilando el perímetro de forma constante, día y noche. Como sabes las vallas están electrificadas y tienen cámaras de seguridad que no solo nos dan imágenes a nosotros sino a un centro de control exterior. Los guardianes externos tienen sus turnos de trabajo, sus vacaciones, pueden irse a casita, a ver a su familia y llevan una vida como los patrulleros de frontera, un poco incómoda pero no muy diferente del resto de los mortales. No me preguntes cómo es que alguno de ellos no se ha ido de la lengua y ha vendido la exclusiva. No lo sé, pero supongo que hay mucho más que estar muy bien pagados. Tal vez haya a  su vez otra sección invisible de espías infiltrados o detectives en la sombra que vigilen a todos esos patrulleros. Sea como sea los guardianes de dentro estamos tan recluidos y deseosos de marcharnos como los demás.

-¿Puedo preguntarte si te espera alguien fuera?

-Puedes preguntar y te voy a responder. Mr. Arkadin no es tonto, todos los profesionales que estamos dentro somos seres más bien solitarios, la mayoría sin familia, marginados por esa sociedad hipócrita de ahí fuera, o tan traumatizados por determinados acontecimientos que el permanecer aquí, aislados del mundo, viviendo a cuerpo de rey, no parece tan malo. No, no es necesario que me hagas la pregunta que tienes en la lengua. A mí no me espera nadie, por desgracia mis padres murieron en accidente de tráfico, estaban enemistados con el resto de la familia que ni siquiera supo de mi nacimiento y existencia. Tuve alguna que otra aventurilla sentimental –como no podía ser menos porque estoy muy buena, y tú lo sabes y lo estás pensando- pero me fue fatal, los hombres sois una mierda, tú eres la excepción porque no te acuerdas de tu pasado, pero te volverás una mierda cuando lo recuerdes, así que por favor no lo hagas, al menos dame un tiempo. Y no, no, como no me espera nadie fuera puedo estar dentro con cierta comodidad y más si puedo disponer de un yogurín como tú, tan guapo, tan alto, tan fuerte, tan dulce, tan sensible, tan-tan-tan y voy a dejar de tocar el tambor de momento.

-Menos mal. Anda rebobina hasta cuando se levanta que me he perdido ese monólogo prodigioso.

Así lo hizo y pude disfrutar de un monólogo memorable interpretado por el mejor actor que había conocido, si es que conocí alguno porque mi amnesia se había centuplicado una vez que Heather me hizo saber que estaría disponible para mí mientras no recobrara la memoria. La personalidad que había asomado al exterior era extraordinaria. Parecía conocer al resto de personalidades y muy a fondo. Sabía cómo llamarlas, controlarlas, hacer que bailaran para ella como muñequitas de cancán. Las hacía asomar llamándolas dulcemente por su nombre, las interrogaba, las daba instrucciones y todas se le sometían, incluso algunas oscuras, muy oscuras, llenas de inquietantes presagios. Desde aquel momento mi pena por la enfermedad del Sr. Múltiple Personalidad decreció mucho y me dispuse a estar muy atento a todo lo que hiciera o dijera, porque allí se estaba fraguando algo y la portentosa interpretación de aquel genial actor no me iba a engañar. No creo que en aquella noche asomaran al exterior todas las personalidades ocultas, pero me hice una idea aproximada de lo que podía esperarse de semejante colmena de abejas, avispas y toda clase de insectos, reptiles y demás ralea que no deja de ser menos temible que los especímenes humanos que pululan por nuestra sociedad.  Cuando la personalidad nucleica terminó su trabajo de supervisión, algo que supuse hacía todas las noches en sueños, comenzó un monólogo hamletiano en el que había muy pocas dudas. Tenía claro lo que iba a hacer, cómo se iba a divertir, e incluso con quién intentaría tener sexo, algo totalmente insólito que dejó de piedra a Heather porque entre los nombres susurrados, no solo de mujeres, también estaba el suyo, lo que no me sorprendió ni mucho ni nada porque sin duda era una de las mujeres más buenas de Crazyworld y también en el buen sentido de la palabra bueno, porque me parecía una persona encantadora y digna de confianza.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XVIII


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El Pardo

Si hay un recuerdo bastante vivo, es el de A. diciendo a mis padres, como era habitual, que yo era la mejor persona del mundo. El resto parece estar bloqueado en lo profundo de mi subconsciente. Desde luego que tuvo que ser un trauma bastante considerable para que no pueda abrir ninguna puerta ni ventana, todo está tapiado. No me sorprende mucho, teniendo en cuenta lo que había sido mi vida desde que llegara a Madrid y tomara posesión en mi nuevo trabajo, volver a ver a mis padres era como mirarme al espejo y observar tras de mí una legión de demonios y satanases de toda especie. No es que me considerara una mala persona, un malvado, ni entonces ni ahora ni nunca, pero sí un loco, un terrible estigma que tardé mucho en quitarme de encima, como un san Benito inquisitorial. Incluso ahora cada vez que conozco nuevas personas o me instalo en un nuevo entorno tengo que hacer un gran esfuerzo de voluntad para no regresar a aquella especie de infierno y asumir con naturalidad que un enfermo mental tiene sus “problemillas” aunque puede que no sean tan espantosos como nos gusta pensar y que los demás también tienen los suyos, que ocultan con cierta naturalidad. Es curioso que pueda recordar con intensidad y con bastantes detalles episodios como el artículo dominical en el que se hablaba de mí como de un monstruo de feria y todas las esperpénticas consecuencias que se derivaron de aquello y sin embargo hasta llegue a dudar de que mis padres realmente estuvieron en la boda de A. No tengo la menor duda de que hubo boda, de que se celebró en El Pardo, de que asistí a ella y actué como padrino, de que fueron momentos muy angustiosos para mí, sin embargo todos los detalles están tan escondidos en el subconsciente que no podría sacarlos ni con una taladradora de las que usan en los pozos petrolíferos. Si hubiera sobrevivido alguna foto tal vez el recuerdo pudiera aflorar, pero no conservo ninguna. Sé que existieron, al menos unas cuantas, porque años más tarde aún estaba en mi poder la foto a la salida del parque de atracciones. La imagen que tengo de A. procede básicamente de aquella foto. Su altura, que me sobrepasaba con mucho, su barba, la forma de su cabeza, su delgadez, la melena y el flequillo. Me cuesta pensar que no hubo fotos en la boda y que mis padres no se llevaron ninguna ni A. me entregara al menos una para que pudiera recordarle cuando se fuera.

La medicación producía estos efectos tan demoledores como un cartucho de dinamita en las meninges, no obstante también me estaba medicando cuando ocurrieron otros acontecimientos que sí puedo recordar, aunque no con la normalidad de recuerdos anteriores a mi salida a la pista circense de la enfermedad mental. Todo lo atribuyo al shock que debió de producirme volver a ver a mis padres tras varios años de constantes intentos de suicidio. No puedo encontrar las piezas adyacentes, ninguna. No sé si A. y D. estaban alegres o tenían cara de circunstancias, ni cómo se comportaron mis padres, ni la ropa que llevaron, ni la que llevé yo, ni lo que duró la ceremonia, ni cómo fue la comida, tan solo una sensación de noche que va cayendo y la despedida de los novios que iban a pasar la noche de bodas en alguna parte, no sé dónde. Tuvo que haberme impactado el físico de mi padre puesto que ya entonces sufría de un cáncer del que moriría años después. No me dijeron nada. Solo cuando regresé a León y tuve que convivir con ellos en el piso, se vieron obligados a contármelo todo. Tengo la seguridad de que no fue la enfermedad de mi padre la que me hizo regresar, porque hay un recuerdo vívido de la necesidad de alejarme de una ciudad babélica y sin esperanza para mí como era Madrid. Me pregunto cómo pudo mi padre soportar todo aquello. Me viene a la cabeza una imagen que intenta ser nítida, su rostro tan pálido, tan blanco como su pelo canoso, su delgadez, desaparecida ya por completo aquella barriga que me ha hecho heredar la genética y mi apetito desmesurado.

Hay muchas cosas que no encajan, muchas piezas del puzle que no puedo colocar porque la que tengo en la mano está en el centro de un vacío. Tiendo a pensar que el carácter de A. tuvo que haberle llevado a intentar mostrarles algo de Madrid, pero cuándo, ¿no se fueron de luna de mil?, sin duda pasaron la noche de bodas en algún hotel, pero puede que al día siguiente A. hiciera de cicerone. Aunque ¿lo hubiera consentido D. con aquel carácter que tenía? ¿Y si mis padres se marcharon al día siguiente, quién les llevó a la estación? ¿Cómo me comporté yo con ellos durante aquellas horas? Un vago recuerdo me asalta, la sensación de que saqué lo mejor de mí mismo con un gran acto de voluntad. Eso sí encaja porque lo he hecho otras veces.

Aquella boda no pudo ser muy alegre, dadas las circunstancias, y sin embargo me viene a la cabeza el gran esfuerzo de A. por ser natural, por estar alegre, porque aquello fuera un acontecimiento al menos parecido a como lo son otros de la misma especie. A partir de aquel momento solo quedaba esperar, esperar a que la muerte llegara, a que no fuera muy dolorosa, a que los recién casados pudieran disfrutar lo mejor posible de un compromiso que seguía siendo sórdido, aunque lo pintara con los mejores colores de mi paleta de sensible optimista. No puedo recordar cuánto duró, no creo que mucho más de seis meses. Tengo vagos recuerdos de ellos encerrados en su habitación y yo en la mía, sin poder poner los discos en el tocadiscos por miedo a molestarles. Mi llegada al piso a horas avanzadas, para irme a dormir sin más y esperar conciliar pronto el sueño. Momentos más o menos agradables del matrimonio que me saludaba, broncas “sottovoce”, el deterioro de A. que comenzaba a sufrir serios dolores. No sé si tomaba morfina, si D. le ponía las inyecciones, pero algo de esto debió ocurrir. Y cuando llegó el momento de ir al hospital para morir ya no puedo recordar nada, todos mis recuerdos están aniquilados. Ni siquiera soy capaz de saber si nos despedimos. No me recuerdo yendo al hospital a verle y llevando a cabo esa patética despedida que damos los vivos a los que se están muriendo y ellos a nosotros, los que vamos a seguir viviendo. Haciendo un chiste con mi nombre, A. bien podría haberme dicho aquello de “Ave Cesar, morituri te salutant” a lo que yo hubiera respondido Avecrem, los que van a vivir te olvidarán. Me gustaría creer que él quiso verme antes de morir y que D. me dejó ir al hospital. Que él quiso que su madre, su tía y su hermano fueran a despedirle. Pero no me encaja. Me gustaría pensar que si él me quiso a su lado en los últimos momentos yo no le fallé, puesto que había ido a verle cuando su delirium tremens, pero no puedo poner la mano en el fuego, ni por mí, ni por D. ni por nadie. Quiero creer que todo ocurrió de la mejor manera posible, que sufrió lo imprescindible, dadas las circunstancias. Que mi reacción al comportamiento posterior de D. no tiñe mis creencias y deseos con el traje negro del luto vengativo. No puedo hacerlo.

Sí recuerdo vívidamente que D. ni siquiera dio la cara para decirme que yo no podía seguir en el piso. Fue la madre de A. quien me lo comunicó y por teléfono. El que yo no pudiera seguir era lógico y natural, estaba cantado, pero me cuesta perdonar, disculpar, a quienes no dan la cara en momentos tan especiales. No tuve mucho tiempo para organizarme, ella quería ocupar el piso enseguida. Al menos tengo que agradecer de corazón el detalle de la madre de A. quien me propuso ir al piso de un amigo de A., supongo, porque si no fuera así no me encaja. Debió hablar con él y rogarle que me acogiera. Imagino que le contó quién era yo y que él era una buena persona para aceptarme. Residía en una ciudad dormitorio de Madrid, en un piso bajo de un edificio colmena. Me veo llevando todas mis pertenencias en el tren de cercanías. En varios viajes, claro, porque ya tenía muchos libros, un tocadiscos, discos, ropa…Tal vez tomara un taxi para ir a Atocha y allí subiría mis bultos en el tren. Eso sí me suena. No me encaja, para nada, que mi nuevo “patrón” me ayudara con su coche, si es que tenía. Nunca subí a su coche, si es que tenía coche. Nunca fui con él a parte alguna. Creo que el que me acogiera fue también un compromiso con la madre de A.  Y no voy a continuar porque esto forma parte de otra historia sórdida, la historia de X, que no voy a contar aquí, aunque siga cronológicamente a ésta, porque debo retroceder para narrar una historia paralela, la historia de H y la mía, la terrible historia de mi temporada en el infierno, una historia que hace años imaginé póstuma porque no me sentía con fuerzas para hacerla pública en vida, pero que ahora, solo, sin la necesidad de discreción que me hubiera obligado a seguir con mis planes, y en esta época del coronavirus que lo ha trastocado todo y que a mí me ha dejado sin el menor motivo para reservar parte de mis recuerdos para la publicación póstuma, es decir para el momento justo en que la vida se me estuviera yendo y solo me quedaran fuerzas para un último esfuerzo: subirla a Internet.

Me gustaría creer que A. tuvo una muerte indolora, que a D. le fueron bien las cosas, que vendió el piso y regresó a Portugal con una cantidad de dinero que permitió a su numerosa familia sobrevivir. Que la madre y la tía de A. y su hermano no sufrieron un luto demoledor. Que todos los personajes de esta historia sufrieron lo menos posible, que la vida tuvo un detalle con ellos, aunque fuera pequeño. Porque a mí aún me quedaba mucho por sufrir, demasiado, diría yo. No sé si podré narrar mi temporada en el infierno. Es algo que he ido dejando para mis últimos días, cuando la muerte asomara la cabeza y me anunciara con voz gélida: muchacho, te quedan solo unos meses, vete poniendo todo en orden. Con esta pandemia uno ya no sabe si le quedan meses, días o tan solo horas. Es la espada de Damocles que todos tenemos ahora sobre nuestras cabezas. Por eso voy a hacer un esfuerzo para recapitular lo que fue mi temporada en el infierno, al estilo de Rimbaud. Salvo que la muerte se me lleve antes debo contarlo, sí, esto debe ser narrado. No solo porque un guerrero recapitula antes de morir, también se lo debo a mis hermanos, las personas con enfermedad mental y me lo debo a mí mismo, aunque solo sea para pensar que mi muerte no ha sido en vano. No sé si esto me ayudará a sobrellevar el trauma de la pandemia o, por el contrario, me hundirá en el abismo. Pero es un acto de guerrero, impecable, no hay venganza en él, no hay miedo ni angustia, no hay nada que no sea la impecabilidad del guerrero que tiene que hacer lo que tiene que hacer cuando tiene que hacerlo.

 

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XVII


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No me lo dijo cuando le dieron el alta, tardó un tiempo, no recuerdo cuanto. No me sorprendió, no es fácil asimilar que te queda un tiempo concreto de vida. Todos sabemos teóricamente que vamos a morir, pero es muy diferente saber que te quedan seis meses, un año como mucho. Eso le dijeron los médicos. Imagino que le habían hecho pruebas, puede que ya supieran antes cómo estaba evolucionando su enfermedad, aunque si se lo dijeron claramente él no me lo había dicho. Tenía una cirrosis hepática galopante producida por el constante abuso del alcohol. Esta vez no había la menor esperanza. No puedo recordar cómo lo hizo, tal vez se limitó a hacerme sentar en el sillón del salón y a soltármelo sin más. No puedo decir que no me lo esperaba, pero no es fácil asimilar estos golpes de la vida, más si te lo sueltan como un puñetazo en el plexo solar. Es posible que acabara llorando, no es que fuera especialmente propenso a las lágrimas, pero aún podía hacerlo, aún no había perdido lo que Santa Teresa de Jesús llama el don de las lágrimas. Es curioso que no lo hubiera perdido entonces, que fuera más tarde, porque mi corazón estaba ya seco, o es posible que aún quedara un charquito en el suelo. Todo es posible.

Me ofrecí para lo que necesitara, un ofrecimiento tópico en estos casos, pero por mi parte no era un tópico, era lo que sentía, algo no solo consecuencia de mi ética y filosofía de la vida, también era un sentimiento profundo. Actuó como si fuera tan fuerte que no necesitara consuelo, pero algo en su mirada me dijo que aún estaba pasando el luto por el ser querido que iba a morir, él mismo. Me pregunté qué le estaba rondando por la cabeza. No tardé en adivinarlo. Puede que ya lo hubiera pensado antes, que fuera una estrategia que había rumiado conforme el deterioro se iba haciendo más y más evidente. Lo cierto es que al cabo de un tiempo, muy corto, lo que me indica que tuvo suerte o que sus pesquisas tenían que acabar dando resultado, me soltó que una chica iba a venir a casa con nosotros. Habían hecho un trato, llegado a un compromiso.

Era una chica portuguesa de nombre muy dulce. Era joven, tal vez de mi edad. Estaba trabajando en lo que encontraba, tal vez cuidando ancianos, como empleada de hogar, lo que surgiera. No me contó los detalles de cómo la encontró, la abordó y le propuso aquel compromiso que en el fondo era bastante sórdido, aunque puesto en su lugar, algo que no me costó mucho, yo hubiera hecho lo mismo o algo parecido. El compromiso era muy simple, ella vendría a casa, viviría con él, le cuidaría y satisfaría sus necesidades sexuales, fueran las que fueran. A cambio él se comprometía a donarle el piso en el que vivíamos. Mientras tanto correría con sus gastos. En Portugal quedaban numerosos hermanos, creo que ocho, una madre que no podía ayudarles a sobrevivir y tal vez un padre que había ido a por tabaco, como se decía antes. Ella trataba de mandarles todo el dinero posible. Un acto muy generoso, aunque no me pareció que lo llevara con alegría y buen humor, sino como una obligación que había aceptado porque no le quedaba otra.

La entrada de Dulce en nuestras vidas fue algo rápido y sin circunloquios. Una tarde llegó con ella, me presentó, y me dijo que ella era la chica de la que me había hablado. A ella le dijo que yo era su amigo y que los dos ya estábamos al cabo de la calle de nuestros respectivos lugares. A mí no me iba a echar del piso, puede que ella se lo hubiera pedido pero A. no transigió. Esperaba que nos lleváramos bien. Yo la saludé y le dije que lo comprendía y que trataría de pasar desapercibido. En mí tendría un amigo, si quería, y alguien que no molestaría lo más mínimo, si eso era lo que deseaba. Era una mujer bajita, delgadita, pero con un rostro dulce y agradable. En cuanto a su carácter, me pareció bastante seco, aunque las circunstancias no acompañaban para que sacara lo mejor de ella, que sin duda existía.

Si antes paraba poco en casa, sobre todo los días laborables, ahora solo iba lo imprescindible, para dormir porque no tenía otro sitio para hacerlo. Incluso los fines de semana procuraba hacerme un programa para ver cine, teatro, conciertos, lo que fuera. Excepto el sábado por la mañana que me dedicaba a hacer la compra en el supermercado y cocinar para unos días, procuraba asomar lo menos posible por el piso. Era consciente de que estorbaba y de que si A. no me tuviera en tal aprecio yo habría tenido que emigrar. Eso no me impidió escuchar alguna que otra bronca. Dulce intentaba, de forma comedida, convencer a A. de que dejara de beber. Esto mejoró mi opinión sobre ella porque sin duda estaba guiada por su afecto hacia él. Aunque puedo comprender este instinto maternal, no lo comparto, al menos cuando actúa de forma tan drástica y absolutista que acaba despreciando el derecho a la libertad que tiene toda persona, incluso cuando sus comportamientos puedan llegar a ser estúpidos y dañinos para él. Ya entonces pensaba que la libertad está en la cúspide de la pirámide de valores, junto con el amor que no puede estar por encima ni por debajo, ya que cuando en el amor no hay libertad deja de serlo para convertirse en puro control. Libertad y amor, a mi juicio, deben estar en lo más alto de la pirámide de valores, en el mismo escalón, porque si uno se eleva sobre el otro tanto libertad como amor dejan de serlo para convertirse en otra cosa. Imaginé que una de las pocas condiciones que puso A. al compromiso o pacto fue que ella no interfiriera para nada con su afición a la bebida, aparte del sexo y de vivir con él y cuidarle, no creo que hubiera más condiciones.

Estas broncas se producían normalmente en el dormitorio y en voz baja, salvo cuando elevaban tanto la voz que no me quedaba otro remedio que escuchar lo que decían, salvo que me pusiera tapones en las orejas, y esto era algo a lo que no estaba dispuesto a llegar, antes me iría de la casa. También me resultaba molesto escuchar los ruidos del acto sexual. No era agradable pero no podía pensar en buscarme otro piso de alquiler, hacer una mudanza y volver a empezar de nuevo corrigiendo los viejos hábitos automáticos. En la situación en la que estaba, casi un zombi debido a la medicación, solo lo haría si no me quedaba otro remedio. No sé si me lo comentó el propio A. o lo deduje yo, pero al parecer el sexo estaba siendo un problema. No me sorprendió porque alguien en el estado de A. no está precisamente en su mejor momento para el sexo. Aparte de esto y de procurar no poner música cuando ellos estaban en casa, mi vida cotidiana no sufrió un gran cambio. Creo recordar que veía el fútbol en alguna cafetería. Lo que no puedo recordar es de qué campeonato se trataba. Acabo de mirar en Internet el mundial de Naranjito en España y tuvo lugar en 1982, en verano, algo que no encaja con la cronología que tengo de la época, porque yo regresé a León hacia noviembre de ese año por lo que me queda muy poco tiempo entre la muerte de A., mi traslado a una ciudad dormitorio y la historia de X. y el regreso a León. Tampoco puede ser el mundial de 1978 porque puede que incluso yo no estuviera aún viviendo con A. Me inclino a pensar en la Eurocopa de 1980. Prefería ver los partidos en una cafetería que en casa, porque si no estaban ellos podían aparecer en cualquier momento.

No sé cuánto tiempo después A. quiso hablar conmigo seriamente. Imagino que no estaba Dulce. Primero pensé que me iba a pedir que me marchara, luego que había ocurrido algo que no podía ser bueno, porque en aquellas circunstancias no podía ocurrir nada que fuera bueno. Pero sí lo era, o al menos no era malo. Me dijo que habían decidido casarse y me suplicó que fuera su padrino de boda. Más que una petición era una conminación, tenía que responder sí o sí, no me permitía la menor duda. Intuyo que fue idea de Dulce, creo que habían hecho una escritura notarial y hasta es posible que me consultaran porque yo trabajaba en un juzgado. Es posible, verosímil, diría yo, que ella no se fiara del todo pensando que los herederos podían impugnar la escritura, en cambio el matrimonio era inapelable. O puede que fuera A. quien lo pensara primero y se lo propusiera.

Dije sí, aunque no estaba yo para bodas ni para nada. Pero había más. No podía contar con su familia, ni siquiera con su hermano, creo recordar, aunque puede que me equivoque. Dulce no tenía familia en España, así que los invitados a la boda serían contados, como habas. Entonces me propuso algo que me dejó estupefacto. Mi relación con mis padres y familia en general no era ni buena ni mala, no existía. Al principio procuraba escribirles cada quince días o mensualmente y aprovechaba para mandarles algo de dinero. Luego dejé de hacerlo, no sé cuándo. Era muy consciente de lo que podían estar sufriendo con mis intentos de suicidio, pero para mí no había alternativa. Quería morir, sí o sí, abandonar esta vida miserable. Lo demás eran daños colaterales que no podía evitar. Nunca, en mis decisiones importantes, me dejé llevar por lo que pudieran pensar o sentir otros, incluso mis seres más queridos. Ya entonces tenía un elevadísimo concepto de la libertad y no iba a renunciar a ella porque otros no sufrieran, de ser así, pensaba, no haría nada, porque hiciera lo que hiciera alguien no estaría de acuerdo o iba a sufrir. Recuerdo con mucha viveza que una de mis preocupaciones más importantes con cada intento de suicidio era no llevar nunca documentación encima ni nada que pudiera ayudarles a conocer mi identidad y a localizar a mis familiares más cercanos. En uno de ellos tuve una discusión muy viva con una asistente social, o como se llamaran entonces, que pretendía conocer mi nombre y demás datos, especialmente mis familiares más cercanos. No, no y no. Me emperré, me negué con una drasticidad que la sorprendió. Acabó por enfadarse y me amenazó con que si no se lo decía se iba a encargar la policía. Debí de responderle que me importaba un carajo o algo más fuerte. Siempre terminaban por conocer mi identidad y el nombre y domicilio de mis padres. La policía tenía medios y yo lo sabía, trabajaba en un juzgado, pero estaba obsesionado con ello, haría todo lo que estuviera en mi mano para impedirlo.

Tengo un vago recuerdo de la presencia de mis padres, hablando con el psiquiatra de turno, en alguno de mis intentos, no en todos. Me ponía frenético escuchar los lamentos histéricos de mi madre, no podía soportarlos. Creo incluso que mi padre llegó a perder el control y se lió a puñetazos con una pared, algo más habitual de lo que me hubiera gustado cuando sufría aquellos terribles ataques de cólera que tanto me asustaban. No les escribía ni les llamaba por teléfono, no les mandaba dinero, no quería saber nada de ellos. Y ahora A. me pedía que los invitara a la boda. ¿Sería posible? Le expliqué la situación. Esto no le disuadió, al contrario, me rogó, casi suplicó, que lo hiciera por él.

Acabé cediendo, sin saber muy bien cómo saldría del paso. Este es uno de los episodios más confusos y duros de aquella época. Como me viene sucediendo a lo largo de toda mi vida como enfermo mental, hay momentos en los que no sé si algo es real o no lo es. Basta con que piense, con que imagine, que voy a hacer algo, para que luego tenga problemas para saber si al final lo he llevado a cabo o no. Incluso tenía que tener sumo cuidado con temas importantes en la vida cotidiana, como la declaración de Hacienda, pagar lo que fuera que tuviera que pagar, ir al banco o cualquier otra actividad inexcusable. Me sigue ocurriendo, por eso anoto todo lo que debo hacer en libretas o en el móvil y luego elimino o borro las anotaciones cuando realizo esas actuaciones. No solo me pasa en este terreno, cuando recuerdo mi pasado a veces tengo dudas de si tal experiencia la viví o solo la imaginé. Será por eso que tengo tantas libretas y agendas dedicadas a anotar las personas que conocí, dónde viví, lo que hice o dejé de hacer en tal época, lo importante. Esto me sirve ahora para la recapitulación chamánica de Castaneda. En este caso el recuerdo está muy bloqueado. Lo que me hace pensar que fue real es que a mí no se me hubiera ocurrido si A. no me lo hubiera propuesto. Tal como estaban las cosas ni se me habría pasado por la cabeza en la posibilidad de invitar a mis padres a la boda de A. y de Dulce. Todo lo demás permanece en el interior de una niebla densa. Sé que lo hice, no sé de qué forma, sé que mis padres accedieron sin poner la menor pega, tal vez porque querían verme y esa era una de las pocas, o la única, posibilidad de conseguirlo. No recuerdo haber ido a esperarles al tren, ni que A. me llevara en el coche y les recogiéramos, junto con su equipaje. No recuerdo dónde durmieron y ese es un tema importante, porque me cuesta aceptar que lo hicieran en el piso, en la única habitación libre, o que fueran a un hotel. Esto resulta más verosímil y que A. se lo pagara. Si recuerdo que la boda se celebró en El Pardo, un lugar que a él le gustaba y donde me había llevado para probar las tapas. Lo que no puedo recordar es si la boda fue civil o religiosa, ninguno de los dos había estado casado antes por lo que no existían impedimentos. He tenido que mirar en Internet cuándo empezó el matrimonio civil en España tras el franquismo. La constitución lo consagra, desde luego, pero debió llevar algún tiempo implementar todas las leyes al respecto. Claro que si la boda fue en el año 1980 o 1981 el matrimonio civil ya estaba funcionando. No tengo el más mínimo recuerdo de una iglesia, por lo que tuvo que ser  por lo civil, además A. no era precisamente muy partidario de los curas.

LA VIDA SEGÚN LOS ESCRITORES XXI


LA VIDA POR LAWRENCE DURRELL

CLEA, CUARTETO DE ALEJANDRÍA IV

-Por arduo que sea el camino, uno termina por aceptar los términos de la verdad, escribió Pursewarden en alguna parte. Sí, pero yo descubría inesperadamente que la verdad era nutricia, como una fría ola que nos lleva paso a paso hacia el propio conocimiento, hacia la propia realización.

-Los enamorados, como los médicos, colorean una medicina intragable para engañar el paladar del incauto paciente.

-Veía también que el amante y el amado, el observador y el observado emiten, el uno hacia el otro, radiaciones, (“La percepción tiene la forma de un beso, el veneno penetra con el beso” escribe Pursewarden). Entonces, a partir de esas radiaciones, infieren las propiedades del amor, lo juzgan desde esa estrecha franja luminosa con un inmenso margen desconocido (“la refracción”) y proceden luego a referirlo a una concepción generalizada, como algo constante en sus cualidades, universal en su funcionamiento. ¡Qué lección tan valiosa para el arte y para la vida!

-La horrible metamorfosis causada por el baño ácido de la verdad, como hubiera podido decir Pursewarden. *

-“Recrear la realidad”, escribí en alguna parte; palabras temerarias y presuntuosas, por cierto, pues es la realidad la que nos crea y recrea en su lenta rueda.

-Hacemos el amor sencillamente para confirmar nuestra propia soledad.

-Nos transformamos en nuestros propios sueños.

-En realidad, en su substancia, no hacemos más que reflejar los cuadros de la imaginación.

-Entre aquellas espirales, el lamentable mundo de los hombres sigue su marcha, sin conciencia ni creencias, repitiendo hasta el infinito sus gestos de angustia, remordimientos y amor. Demonax, el filósofo, decía: Nadie desea ser malo, y lo llamaron cínico por sus sufrimientos. Y Pursewarden, en otro tiempo, en otro, en otra lengua, replicó: Estar semidespierto en un mundo de sonámbulos es aterrador al principio. ¡Luego uno aprende a disimular!

– La música fue inventada para afirmar la soledad el hombre.

-El mundo es un fenómeno biológico que solo acabará cuando todos los hombres hayan poseído a todas las mujeres, todas las mujeres a todos los hombres. Naturalmente, esto llevará cierto tiempo. Mientras tanto lo único que podemos hacer es cooperar con las fuerzas de la naturaleza exprimiendo las uvas con toda nuestra fuerza. En cuanto al más allá, a la otra vida, ¿en qué otra cosa puede consistir sino en la saciedad? El juego de las sombras del Paraíso, hanums encantadoras revoloteando a través de las pantallas del recuerdo, no deseadas ya no, no deseando ya ser deseadas. Todos en paz por fin.

-Hemos vivido siempre a contrapelo de nuestros intelectos. El verdadero maestro es el sufrimiento. Sí, he aprendido, pero ¡a qué precio!

-Los verdaderos amantes existen por amor del amor.

-La más tierna, la más trágica de nuestras ilusiones es probablemente la de creer que nuestros actos pueden sumar o restar algo a la cantidad total de bien y de mal del universo.

-Me refiero a la mutabilidad de toda verdad. Un mismo hecho puede tener mil motivos, todos igualmente válidos, y además mil rostros. ¡Hay tantas verdades que no tienen nada que ver con los hechos! Su deber es perseguirlos hasta conseguir atraparlos. En cada instante la multiplicidad acecha a sus espaldas.

*No buscar este autor, es un personaje de Durrell.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XVI


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Estas historias sórdidas son algo que tengo que contar, no sabría responder si alguien me preguntará por qué. Completar el puzle no parece tan importante. Puede que muchos espacios vacíos deban ser rellenados con más imaginación que datos, pero son historias que me gustaría acabar antes de que la vida acabe conmigo. En realidad no me queda mucho que contar de esta historia que se va deslizando a su final. Salvo la historia de mi hermano que dejaré de lado por respeto a su intimidad y que fue uno de los mayores errores que cometí por aquel entonces solo dos o tres escenas son claras piezas del puzle, que puedo ver con claridad y que me ayudarán a completar los espacios vacíos de esta narración.

 

Un día recibí una llamada de la madre de A. Me dijo que estaba ingresado en un hospital y me pidió, casi me suplicó que fuera a verle. El hecho de que llevara allí algunos días, no sé cuántos, y de que yo no me hubiera alarmado, me indica que eso era algo habitual en él, no aparecer por casa en varios días o incluso temporadas, aunque no muy extensas. No recuerdo si me dijo algo más. Imagino que a su madre, a su tía y puede que a su hermano no les debió dejar ir a visitarle. A mí sí quería verme porque era de las pocas personas en las que tenía confianza. Por supuesto que fui a verle, aunque haciendo un esfuerzo de voluntad. Seguía perdiéndome cada vez que tenía que ir a un sitio nuevo en Madrid y los hospitales no eran precisamente mis lugares favoritos. Fui con la sana intención de mostrarme alegre y de aportar algo positivo a sus circunstancias. No sabía en qué estado estaría pero se me retorcían las entrañas pensando en que podía estar agonizante y esa sería nuestra despedida. En realidad le encontré mucho mejor de lo que esperaba. No recuerdo los detalles, puede que preguntara por él en las horas de visita de la tarde y me indicaran su habitación. Antes de entrar llamé a la puerta y al entrar le vi en la cama pero consciente y aparentemente bastante bien. No sé si su madre me había dicho algo de que estaba en delirium tremens o fue un médico que quiso verme antes de entrar o simplemente lo intuí puesto que aunque mis conocimientos del alcoholismo no eran muy profundos, sí suficientes. Mi primera impresión se desvaneció en cuanto él me saludó, me preguntó cómo estaba e intercambiamos las cortesías habituales en estos casos. No sé si le llevé algo, tal vez bombones. En cuanto acabaron las efusiones emocionales me señaló la pared de enfrente y me pidió que le dijera lo que veía. Estaba solo en su habitación. Como yo debía de tener un seguro privado puesto que era funcionario también. Si el hospital era público, su seguro le había permitido estar solo en una habitación o tal vez fuera decisión médica, no parece muy lógico que a un alcohólico con delirium tremens lo tenga con otros.

-¿Qué tengo que ver?

Se enfadó. Se puso un tanto borde. Yo supe de inmediato que debería andar con cuidado para evitar su agresividad. Como siempre la sinceridad me daría mejor resultado que cualquier otra conducta. Así que tomé al toro por los cuernos y le hablé claro. Estaba sufriendo delirium tremens, algo que él debía de saber puesto que ya lo había pasado otras veces, según me contó, y los médicos se lo tenían que haber dicho. Repetí la pregunta. ¿Qué tengo que ver? Seguía muy enfadado me habló de esos cabrones –se refería a los médicos y enfermeras- no me hacen caso. ¿Pero qué ves? Insistí.

-Dimelo tú. Eres sincero, una buena persona, tengo confianza en ti. Dímelo.

-Yo no veo nada. La pared blanca. No hay nada más, ni siquiera un cuadro.

Creí que iba a explotar, pero me mantuve en mis trece. Entonces me habló de lo que estaba viendo. Por la pared bajaban serpientes venenosas, se iban acercando a su cama y le iban a morder. Si nadie lo remediaba lo matarían. Tenía que hacer algo. Pensé en cómo actuar para que su agresividad no subiera de tono. Al final tomé una decisión. Aquella fue mi primera conversación con un delirante, algo que he hecho más veces a lo largo de mi vida y siempre me da resultado utilizar el mismo método. A pesar de lo que piensen algunos los delirios, las alucinaciones, las paranoias, las psicosis, salvo excepciones en las que el brote sea tan fuerte que el enfermo no razona porque ha perdido por completo el contacto con la realidad, no anulan por completo la consciencia y la capacidad de raciocinio. Puedes llegar a ellos si les respetas, les das cariño y utilizas argumentos sólidos que hasta ellos se ven obligados a respetar, si no a aceptar.

Le expliqué que no había serpientes en la pared, que estaba sufriendo una alucinación debida al delirium tremens. No me creyó y entonces me jugué el todo por el todo. Le dije que si realmente había serpientes eso era fácil de comprobar. Pondría mi mano en la pared y como bajaban tantas, alguna me picaría. Si yo arriesgaba mi vida era porque estaba absolutamente seguro de que lo que él veía eran alucinaciones. Insistí razonando que  si realmente estuviera pasando eso los médicos y enfermeras le habrían sacado de la habitación y llamado a profesionales que se hicieran cargo de los ofidios. No tenía sentido que actuaran de otra forma. Insistió en que eran unos cabrones y no se podía esperar nada bueno de ellos. Yo me acerqué a la pared, como a cámara lenta y siendo muy consciente de estar actuando como un actor en una obra de teatro. Observé que los ojos se le pusieron como platos, transmitía terror. El estaba viendo lo que decía y estaba aterrorizado. No me cabía la menor duda.

Con el énfasis de un showman en un espectáculo me acerqué a la pared y coloqué en ella mi mano. La mantuve allí hasta que él, aterrorizado, me suplicó que la quitara. Ya me habían picado varias serpientes. Entonces la retiré y me acerqué a él muy despacio.

-Ves, no ha pasado nada.

-Puede que el veneno sea lento. Tienen que ponerte un antídoto.

Le dije que no era necesario. Que estaba tan seguro que me dejaría morir si fuera preciso. No pasaba nada, absolutamente nada. Hablamos mientras hacía tiempo para convencerle de que por mucho tiempo que pasara no iba a ocurrirme nada. Se convenció un poco, no mucho. Por muchas razones que le diera él veía lo que veía. Entonces comprendí una gran verdad que me ayudaría mucho en el futuro. Por mucha gente que diga o piense algo, aunque una gran mayoría esté convencida de que la realidad es como ellos la ven, uno ve lo que ve y hace mucho más caso a lo que está viendo él que a lo que le digan los demás. Solo tienes dos opciones, manifestar tu acuerdo, disimular si quieres seguir relacionándote en sociedad o empecinarte, erre que erre, en tus opiniones, entonces te tomarán por loco y te marginarán. Yo entonces no sufría alucinaciones y disimulaba mis delirios no hablando de ellos. No escuchaba voces, aunque eso me ocurriría años más tarde. Sabría con el tiempo lo difícil que es disimular cuando ves lo que ves u oyes lo que oyes. De hecho yo no pude lograrlo y terminé como terminé.

Sin duda estaba más tranquilo y pudimos hablar de cosas cotidianas. Yo procuraba contar anécdotas sin importancia que no pudieran trastornarle más, incluso saqué a relucir mi faceta humorística. Es curioso, no sería hasta muchos años más tarde cuando saqué a relucir mi condición de humorista nato. Ya estaba en mí pero no lo veía, mi vida era una tragedia y yo un trágico a pesar de que a veces me gustaba tomarme las cosas con humor. Todo fue bien hasta que de pronto escuchamos el ruido de un helicóptero que andaba por allí, tal vez traía a algún paciente urgente, suponiendo que el hospital tuviera helipuerto o puede que fuera un helicóptero de la policía haciendo su ronda. Aquello volvió a descontrolarlo por completo. Según él eran los de ETA que venían a matarlo. Mis argumentos fueron inútiles, ahora yo no podía demostrarlo de forma fehaciente como había hecho con las serpientes. Intentó levantarse de la cama y salir corriendo. Yo no sabía mucho de delirium tremens, pero entonces comprendí que aunque los reptiles, serpientes y demás ralea fueran muy comunes en las alucinaciones de este tipo, en realidad se trataba de un brote psicótico, y que me perdonen los profesionales si me equivoco. Cualquier cosa podía hacerle delirar y producir alucinaciones. De nuevo intenté demostrarle que se equivocaba. Me acerqué a la ventana y me dejé ver. El quería apagar las luces y que me quitara de allí o me iban a ametrallar. Permanecí hasta que el helicóptero se alejó y dejamos de escuchar el ruido.

Yo estaba ya muy afectado. El alma se me había caído a los pies. Su salud física no parecía inquietante, a simple vista parecía estar bien, no tenía dolores, estaba consciente, pero su mente estaba trastocada por completo. Salí del hospital hundido, deprimido, desesperado. Ni siquiera en los centros psiquiátricos por los que había pasado pude ver algo tan terrible. Una mente que había perdido el contacto con la realidad y vivía como real cualquier cosa que le viniera a ella. Imagino que lloré. El impacto fue brutal. Algún tiempo más tarde, cuando aún no había acabado con mis intentos de suicidio, me planteé la posibilidad de intentarlo de aquella manera, convirtiéndome en un alcohólico. Se me quitaron las ganas al recordar los efectos de un delirium tremens. No parecía que el dolor fuera tan fuerte, al menos A. no se quejaba mucho, aunque lo hizo en su última fase, pero la posibilidad de desconectarme de aquella manera de la realidad y sentir terror por cosas sin la menor importancia, me quitó las pocas ganas que tuve de transformarme en un alcohólico.

CRAZYWORLD XXXVII


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PRIMER ASESINATO EN CRAZYWORLD VI

Y proseguimos, también con la serie de besos que me estaban excitando un poquito a pesar de ser por la mañana y de la noche que había tenido. Me hubiera sentido tentado de pedirle que nos tomáramos un descanso de no haber sido porque en aquella aburridísima película de durmientes, pasada a toda prisa, apareció de pronto un personaje que me hipnotizó. Tuve que pedirle a Heather que se relajara un poco mientras yo me centraba en lo que estaba pasando en la grabación. Se trataba del Sr. Múltiple personalidad y su actuación nocturna poco tenía que envidiar a la diurna. Cada cinco o diez minutos el pobre hombre sufría una sacudida o espasmo, se quitaba la ropa de encima a patadas, se levantaba e iniciaba un deambular tan peculiar por su habitación que me costó encontrar un patrón, mejor dicho lo creí encontrar aunque luego mis esquemas se vinieron abajo ante la ruptura brutal que supuso la intervención de alguna de sus múltiples personalidades. También tardé en advertir que no estaba despierto sino sonámbulo. Fue su peculiar monólogo con las voces de cada uno de sus personajes lo que me hizo advertir la diferencia con sus actuaciones diurnas. Como la intensidad de su voz decrecía en algunos momentos no tuve otra opción que pedirle a mi cariñosa compañera que me echara una mano. Le pedí que buscara otra silla y se sentara a mi lado. En cuanto echó un vistazo al monitor lo comprendió.

-Ya veo que te ha hipnotizado. Te puede parecer algo tan insólito que te pasarías las noches observándolo, pero te aseguro que acabarías muy pronto aburrido. Al cabo de un tiempo, para encontrar algo nuevo que mereciera la pena habría que ponerle un montón de guionistas de Hollywood trabajando a destajo.

-¿Quieres decir que ya lo habéis hecho vosotros? ¿Le habéis observado durante varias noches completas?

-De eso hace ya tanto tiempo que ni nos acordamos. Al principio fue un espectáculo circense. Nos pasábamos la noche entera observando su deambular y sus monólogos. Luego no teníamos tiempo para hacer el preceptivo informe completo al dejar el turno. Claro que tú no lo sabes, pero hay una especie de cuaderno de bitácora en el que anotamos lo ocurrido durante la noche en los dormitorios de cada paciente. Eso lleva mucho trabajo, mucho tiempo, sobre todo porque nos tenemos que cerciorar de que todos siguen vivos al despertar. Cualquier otro incidente carece de importancia y podría ser ocultado sin mucha dificultad, pero imagínate que en una habitación aparece el cadáver de un huésped que ha muerto de muerte natural o se ha suicidado, eso sí de forma muy creativa porque los protocolos son muy estrictos y nadie tiene en su dormitorio nada que pueda utilizar para quitarse la vida y tampoco lo podría introducir si lo consiguiera en algún lugar de Crazyworld. De eso se encarga la señorita Ruth, que les cachea sin contemplaciones antes de encerrarles en sus habitaciones.

-¿Quieres decir que les encierra a todos, no solo a mí?

-Jajá. Ya veo que te ha gastado la bromita de bautismo que hace con todos los nuevos. En realidad cierra todas las puertas… Bueno, no todas, porque ella es muy suya. Existe un protocolo que divide a los pacientes en clases, A,B y C para las noches. A los pacientes A hay que cerrarles la puerta del dormitorio todas las noches, son los problemáticos, los que gustan de salir de su dormitorio para colarse en otros, y no solo con fines sexuales, los hay que sufren de una curiosidad morbosa, patológica, y quieren saber cómo duermen los demás, otros sufren de insomnio crónico y gustan de recorrer el edificio –porque no pueden salir al exterior, la puerta queda cerrada herméticamente con un sofisticado sistema de seguridad- imaginando que van a encontrar toda clase de cosas extrañas…

-Oye, una cosa. ¿No sería más fácil medicarlos para que se pasaran la noche durmiendo como marmotas?

-Tienes razón, pero el doctor Sun no es muy partidario de la medicación, prefiere otras terapias que no anulen sus experimentos con el subconsciente colectivo. Ha dado orden de que les encierren durante la noche en lugar de dormirles como vegetales. Salvo casos raros, uno de ellos tu amigo Jimmy, a quien durante un tiempo le dio medicación para dormir a un elefante, la mayoría de los A no reciben pastillas especiales para dormir. Ese cabroncete de Jimmy es tan peculiar que ni siquiera la medicación le hacía dormir, es un hiperactivo de otra galaxia, no para quieto, ni durante el día ni durante la noche. Además es la cobaya preferida de Sun, por lo visto cuando logra hipnotizarle, no siempre, se abre como un mejillón al vapor. Pues bien, la medicación nocturna cerraba todas las puertas a su subconsciente, así que dejó de medicarle. Y siguiendo con los grupos. Los del B están en periodo de prueba, les han pillado deambulando por ahí por la noche y han prometido no volver a hacerlo. Se les deja la puerta abierta o cerrada aleatoriamente y se controla su comportamiento. Los del grupo C tienen la puerta abierta habitualmente, salvo que se porten mal y entonces pasan directamente al A y tras un periodo al B.

-¿Y quién les controla? ¿Vosotros?

-Bueno, la señorita Ruth termina la jornada en cuanto los ha cacheado a todos y metido en sus habitaciones, con la puerta abierta o cerrada. Como te he dicho es muy especial y se pasa el protocolo de Sun por la entrepierna.

-¿Y el director dio su consentimiento a la memez de Sun?

-Tanto él como el difunto director tenían absoluta confianza en la señorita Ruth, les quita mucho y preocupaciones. Salvo que alguien se queje la dejaban a su aire. Y nadie se queja por la cuenta que le trae, claro.

-¿Duerme aquí?

-No, está prohibido que el personal duerma en este edificio, salvo los que estamos en el centro de seguridad y no nos dormimos, al menos habitualmente. Ella tiene su propio apartamento en el edificio correspondiente que te habrá enseñado Jimmy o si no lo hará en su momento. Como muy tarde a las doce tiene que estar fuera de aquí. Ficha como fichamos todos, así que no le queda otra.

-¿Hay cámaras en su apartamento?

-Como en todos, pero las grabaciones se borran a las cuarenta y ocho horas, salvo que haya ocurrido algo que aconseje su revisión. Ni siquiera a nosotros se nos permite espiarles durante la noche. No son enfermos y las cámaras solo están para solucionar algún entuerto que se pueda producir.

-¿Eso quiere decir que la grabación de anoche se puede consultar?

-Sí. ¿No pensarás que ha sido ella? Es una cacatúa insoportable, una puritana de tres al cuarto y sufre unas patologías que la convertirían en paciente en otro sitio, pero el doctor Sun es como es.

-Vale, pero me gustaría ver la grabación luego para descartarla. Dime, ¿conoces a otra mujer que se la tuviera jurada al director?

-Ella no, desde luego, vivía a lo grande con él y lo peor que podría pasarle es que viniera otro director, como sucederá ahora. En cuanto a mujeres que quisieran castrarlo, como mínimo, creo que todas, incluida yo.

-¿Intentó propasarte contigo?

-Vaya, veo que Jimmy te lo cuenta todo, y lo que no te ha contado es porque no ha tenido tiempo. Sí, tenía fama de pervertido y miserable, pero sobre todo era un cobarde. Conmigo ni lo intentó. Tenía que saber que podría haberle reventado los huevos con mi revolver. No sé con cuántas lo intentó ni con cuántas tuvo éxito, pero que busques por ahí me parece un acierto. Yo misma lo haría si estuviera a cargo de la investigación.

-¿Tienes idea de por qué le ha encargado a Jimmy la investigación? Es algo que no tiene ni pies ni cabeza.

-Sabe que El Pecas está al tanto de todo y que le ayudará a cambio de ciertas libertades que él le concederá encantado.  Sun tiene tanto miedo de quedarse sin trabajo y perder este laboratorio tan perfecto para sus investigaciones del subconsciente colectivo, que se dejaría castrar como castigo si le dejaran quedarse aquí, pero el millonario Mr. Arkadin es muy suyo y si no le ofrece la cabeza del asesino o asesina en bandeja de plata es muy posible que lo mande a la luna de una patada. No se fía de los guardias de seguridad porque cree que entre ellos puede estar el asesino. El director nos trataba a patadas. En ese sentido creo que hace bien.

-Perdona que saque el tema. Te voy a hacer una pregunta, si no quieres contestarla no lo hagas. ¿Cómo es posible que Kathy campe a sus anchas de noche? ¿Es que no duerme en este edificio o no cierran su puerta por la noche?

-No sé por qué piensas que me puede molestar hablar de ella. Es cierto que no me cae precisamente simpática, pero no estoy celosa ni la odio. Aquí  no se podría vivir si solo nos relacionáramos con los que afuera llaman personas normales o con quienes nos resultan simpáticos. Aquí nadie es normal y si lo fuera se le quitaría ese problema en unos días, como te está ocurriendo a ti. Seguro que anoche encontró la forma de entrar en tu habitación y te mantuvo muy ocupado todo el tiempo. Nadie se lo puede impedir. Probará a cualquier hombre nuevo que entre antes que el resto de mujeres de Crazyworld y todos quedarán sometidos a sus encantos. Aquí todo el mundo sabe de su extraña monstruosidad. No hay secretos en Crazyworld. Si tú no te opones hoy te probaré yo. No veo por qué iba a odiar a Kathy por eso. En cuanto a tu curiosidad, imagino que ella también te habrá contado su vida o parte de ella. Lo hace con todos. Sabrás que estuvo en un circo donde aprendió toda clase de triquiñuelas y convirtió su cuerpo en tan felino como una gata y tan flexible como un junco. Sabe todo sobre este lugar, lo mismo que Jimmy. Por cierto que hacen una buena pareja, es una pena que se lleven tan mal. Nos dejarían a los demás en paz y nuestra vida sería mucho más relajado, sino feliz, porque no se puede ser feliz en el infierno. Kathy tiene su dormitorio aquí, como todos los pacientes y está en la clase A, nunca ha salido de ella. Todas las noches la señorita Ruth cierra su puerta y le da tantas vueltas a la llave como le deja la cerradura, pero es inútil, lo mismo daría que la dejara abierta de par en par. Kathy sabe de cerrajería, como el mejor cerrajero, también puede colarse a través de los barrotes de su ventana, la única que los tiene, como habrás observado. Y si la tapiaran saldría por el techo o encontraría la forma de hacer un agujero. El director y el doctor Sun se dieron por vencidos hace ya mucho tiempo…

-Por cierto, perdona que te interrumpa, ¿también se ha acostado Kathy con el doctor Sun y el difunto director?

-Buena pregunta. Nadie lo sabe a ciencia cierta porque nadie los ha visto en la faena, pero yo juraría que sí lo hizo con el doctor Sun que estuvo una temporada sin hablar del subconsciente colectivo, y eso solo es posible si algo muy gordo trastocó su vida. No se me ocurre algo más traumático que tener sexo con Kathy toda una noche. En cuanto al director…Ahí no me atrevo a jurar nada. Pienso que tal vez sea el único hombre con el que Kathy no se ha acostado y que haya estado cerca de ella. Sí, puedes pensar que quiero convertirla en sospechosa, pero es al contrario. Que el director le haya repugnado tanto como para pasar olímpicamente de él solo significa que su gusto por los hombres no se ha deteriorado del todo.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XV


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Lo cierto es que durante la semana nos veíamos poco. El fin de semana para mí estaba muy ocupado. Sábado mañana. comprar en el supermercado y hacer comidas para unos cuantos días que dejaba en el frigorífico para ir cenando, porque nunca comía en casa, al menos hasta que pasamos a jornada intensiva o como se llamara entonces. Debió ocurrir en algún momento de nuestra convivencia y fue un alivio. Entonces llegaría a casa a una hora prudencia, hacia las cinco. Claro que no podía pasarme tantas horas sin comer y había dejado de llevar bocatas al trabajo, por lo que pararme en Cuatro Caminos para comerme un bocata de calamares y beberme una cerveza era algo de una lógica aplastante. Y aquí, con gran esfuerzo, viene algún que otro recuerdo agradable. Como aquellos bocatas tan ricos que no he vuelto a comer en parte alguna y aquellas cervezas frías, tan deliciosas, sobre todo en verano. No todo era sufrir y luchar contra la medicación. Había momentos agradables, muy agradables. Entonces si A. estaba en casa teníamos algo de tiempo para charlar. Imagino que hablábamos de algunas cosillas, entre otras de la obsesión que pilló A. porque yo me echara una chica para subirme la moral y acabara con mi tristeza y mis depresiones. También hablábamos de la actualidad, de cómo iba el país. Estábamos en plena transición tras la muerte de Franco y fueron unos años duros, muy duros, sobre todo si vivías en Madrid. Atentados terroristas, racias de la ultraderecha, Guerrilleros de Cristo Rey y compañía. Recuerdo episodios terribles que a mí no debieron afectarme mucho porque con la medicación yo vivía en una especie de limbo al que llegaban muy pocas cosas. He tenido que mirar la fecha de la matanza de Atocha para darme cuenta de que fue antes de que yo comenzara a vivir con A. Se hablaba de ruido de sables, de golpes de Estado. Yo me lo tomaba con cierta sorna, nada más agradable que me dieran un tiro, me disparara el cañón de un tanque o me confundieran con un “rojillo” y me dieran una paliza de muerte. Viví aquellos años como anestesiado. Eso no me impedía sufrir el miedo habitual en estos casos. Como en aquella ocasión, ya con la jornada intensiva, en la que me vi recluido en un autobús que se había parado y no se movía ni a la de tres. Toda la calle, tal vez la Castellana, estaba igual. Coches, taxis y autobuses parados. Se escuchaban claxonazos, la gente se preguntaba qué había ocurrido y los más agoreros hablaban de algún atentado terrorista. En realidad todo era mucho más sencillo. Se fue la luz, algo no muy habitual pero que seguía ocurriendo y los semáforos se apagaron, los metros no funcionaban y allí nos quedamos horas y horas. Yo iba de pie en el autobús, repleto, y no podía tenerme en pie entre la medicación y mis kilos de más, supongo, porque no puedo situar en el tiempo mi entrada en la obesidad. Algunos pidieron que abrieran las puertas para intentar tomar un taxi y aquello quedó un poco despejado, lo suficiente para respirar. Claro que al poco se corrió la voz de algún listillo que se burlaba de los incautos que buscaban taxi en aquel apocalipsis de tráfico. Si los autobuses no se movían, los taxis tampoco, suponiendo que se pillara alguno libre. Si no había corriente los metros no podían funcionar, por lo que salvo que uno supiera andar en bicicleta –no era mi caso- y se agenciara alguna de forma milagrosa, todos estábamos compartiendo el mismo infierno. Incluso en bicicleta ciertos recorridos eran tan largos que mejor esperar sentados, los que tenían esa suerte, que hacer la vuelta ciclista a España en una tarde.

 

Rara vez salía los sábados por la tarde, porque tras la comida y el agotamiento y la falta de sueño que arrastraba durante toda la semana, me quedaba como una marmota en el sofá, con la televisión encendida. En cambio los domingos procuraba salir por la mañana y pasar todo el día fuera. Si iba al cine procuraba ir a alguno de sesión continua, que llamaban entonces, para ver una película o una serie de películas que merecieran la pena. Recuerdo bien que una de las películas que vi de esa manera fue Novecento de Bertolucci. Es posible que incluso me llevara un bocata para comer en el cine, suponiendo que lo permitieran, que creo que no, pero los acomodadores no solían molestar mucho y a escondidas se podía comer un bocata. Los cines Renoir y los cines de sesión continua eran mi tabla de salvación los domingos. También podía ir a ver una obra de teatro que me gustara especialmente, si encontraba entradas, o programarme un domingo completo visitando zonas de Madrid que aún no conocía, o irme al museo del Prado y comer en algún sitio y luego a un concierto de algún cantautor. Recuerdo haber estado en conciertos de Paco Ibañez, Labordeta y Lluis Llach, que me gustaba mucho, sobre todo su Viaje a Itaca, suponiendo que fuera por aquellas fechas, que no voy a volver a mirar en Internet.

 

No recuerdo un solo concierto u obra de teatro con A. No le gustaban este tipo de espectáculos, o puede que sí pero por la tarde estaba ya muy bebido, o tal vez no quisiera hacerme gastar en invitaciones cuando lo que él necesitaba era su dosis de alcohol reglamentaria. De aquel tiempo solo conservo algunas piezas del puzle, que debo administrar con prudencia y sabiduría. No recuerdo, por ejemplo, si por entonces yo seguía viendo a M. que también formará parte de estas historias que no van en orden cronológico, porque la cronología es algo muy remoto y confuso para mí en aquella época negra, como la llamo. Sí hablaré de H. porque su historia corre paralela a la de A. ambas se engranan. No así la de X que ocurrió a la muerte de A. y que es una historia tan surrealista, esperpéntica y trágica que bien podría ser una de mis novelas delirantes, sin embargo fue tan real como la vida misma. La historia de M es tan sórdida como lírica. Pudo haber cambiado mi vida, no sé si para mejor o peor, pero yo era un pobre patán llegado a la gran urbe, un ingenuo bondadoso y tonto que desaprovechó una ocasión histórica para perder la virginidad. Puede que tuviera suerte, porque todo me indica, ahora en la distancia, que aquella sí que podía haber sido una historia tan sórdida que me da miedo solo imaginarla. Nunca me he considerado un hombre con suerte, más bien un estrellado, pero ahora que lo pienso, de haber ocurrido entonces el demoledor ataque del coronavirus, el infierno dantesco no solo hubiera llamado a la puerta, sino que hubiera entrado dentro. Algunos creen que la vida es algo completamente aleatorio, las cosas suceden porque estadísticamente tienen que ocurrir o porque alguna vez tiene que tocar el gordo, y a alguien, en el buen o mal sentido de la palabra. Cuando recapitulo mi vida me doy cuenta de que es un puro milagro. Me tocó vivir una época muy dura, pero siempre que iba a poner un pie en el aire, sobre el abismo, ocurría algo que me salvaba, milagrosamente, pero me salvaba. Conocí entonces a quien conocí y me pasó lo que me pasó, pero hubiera bastado un ligero desvío, que las cosas ocurrieran de forma ligeramente diferente, para que mi vida hubiera tomado otros derroteros tan diferentes que me da miedo pensar en ello. Tal vez por eso no he sido capaz de escribir el gran novelón, el gran culebrón, que esbocé imaginando lo que hubiera sido mi vida de haber tomado un camino distinto en las grandes encrucijadas de mi vida. Entonces no habría regresado a León tras mi época negra, no habría conocido el amor, la familia, no me habría divorciado y jubilado justo para pasar el coronavirus. La probabilidad de que yo estuviera muerto  de no haber sucedido lo que sucedió es muy alta, demasiado alta para jugársela a los chinos o a piedra, papel o tijera. No sé si estas historias sórdidas podrán ayudar a algún hipotético lector a darse cuenta de que lo que está viviendo ahora puede que no sea tan trágico como él lo ve. Cuando aún no había asomado ni un pelo el coronavirus yo ya guardaba las distancias de seguridad, pasé muchos años sufriendo una fobia social que me hacía huir de cualquier ser humano que apareciera en mi camino –aún no habían aparecido los gatos en mi vida, que Dios les bendiga- era incapaz de salir de casa y solo con un esfuerzo titánico lo conseguía, aunque fuera solo para ir a trabajar. Yo por entonces estaba mucho peor que lo que he estado estos meses, confinado, y con la espada de Damocles de la muerte sobre la cabeza, sujeta apenas por un hilillo. No es que ahora el pelo que la sujeta sea muchísimo más grueso, pero sí lo suficiente para no contemplar esto como un personaje de tragedia griega. Vale, no son buenos tiempos, lo reconozco, pero los que yo viví entonces para mí fueron mucho peor y sobreviví, incluso pasé buenos momentos, no lo niego. Puede que a ningún lector le sirva de consuelo lo que estoy narrando, pero a mí sí.  Ahora pensamos que la vida es muy frágil, muy puñetera, que el apocalipsis puede estar a la vuelta de la esquina. Pero la vida, en general, ha sido siempre así. No niego que algunos han podido tener suerte, han nacido con buena estrella, pero para los estrellados la vida no es algo tan distinto ahora de lo que fue nuestro pasado. Puede que ahora no puede acercarme a una mujer a menos de tres o cuatro metros, puede que este sea mi canto del gallo antes de que le retuerzan el cuello, puede que nunca, nunca jamás vuelva a tener sexo, pero entonces aún era peor para mí. Era joven, no más de veinticinco años, en la época que describo, no mal parecido hasta que la medicación y mi forma de comer, como si me fuera a morir mañana, me hizo un obeso, si alguna vez pude haber tenido un cierto éxito con las mujeres, fue entonces. Y no lo tuve. Si alguna vez pude haber tenido una vida bastante agradable, fue entonces, y sin embargo viví mi época negra. Ahora no me preocupa mucho lo que suceda. Si muero ya he vivido bastante y después de tanto milagro seguido para conservarme la vida el que ahora la pierda a lo tonto no me parece mal. Estoy viejo, desesperanzado, solo, con pocas ganas de vivir muchos años más. Lo único que me preocupa son mis gatos, a los que quiero y que me quieren. Lo único que me preocupa es una muerte larga y con mucho sufrimiento. Pero entonces también pudo ocurrir y los milagros me salvaron. Todo lo que puede ocurrirme ahora ya me ocurrió, y peor, entonces. Lo que sigo sin entender es la razón por la que los milagros me salvaron en aquel momento. Que no me salven ahora es perfectamente natural. Sigo sin entender mi vida. No tiene el menor sentido. Siempre tuve todas las papeletas para morir, pero nunca me tocó el gordo. Como no creo que tengamos una sola vida, una sola oportunidad, puesto que creo en la reencarnación y mi filosofía de la vida es bastante afín al budismo, puede que el karma me haya traído hasta aquí y que en la próxima vida me lleve hasta otro lado, suponiendo que la especie humana no desaparezca y pueda seguir encarnándome aquí y no en algún lejano planeta de alguna lejana galaxia. He aprendido algunas lecciones, tal vez muchas, aunque me quedan muchas más por aprender. La del confinamiento ha sido una lección importante, como lo fueron aquellas lecciones de mi juventud. Bueno, espero que si no he aprobado todas las asignaturas, al menos no me queden demasiadas para septiembre.

CRAZYWORLD XXXVI


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PRIMER ASESINATO EN CRAZYWORLD V

                                                 *       *      *

Era mi segunda visita en…¿Era mi segundo día en Crazyworld? ¡Quién lo hubiera dicho! Juraría que llevaba allí una semana por lo menos, tal vez un mes. Aquello era un pandemónium de todos los demonios, si puedo expresarme así. Me habían ocurrido más cosas allí en un día que en un año o en una década en otro lugar. Y en todo aquel tiempo apenas me había separado de mi anfitrión, cicerone, mayordomo y guía en una sola pieza, Jimmy El Pecas. Sí señor, el más grande entre los grandes, el más astuto de toda la zorrería, el sabio, el hiperactivo, mi única esperanza de salir de aquel infierno cuanto antes, sobre todo antes de que al asesino en serie se le torciera la portería y me enfilara en su punto de mira. Sí, asesino en serie porque solo había un muerto hasta el momento pero los habría a docenas en unos días. Eso era al menos lo que los dos pensábamos.

En otro momento me hubiera encantado una segunda visita al centro de seguridad, especialmente solo. Heather era una mujer hermosa, deliciosa, maravillosa y todo lo que termina en osa, incluido el carácter que se le ponía cuando veía a Jimmy. Sentía la viva necesidad de adorarla, esperando que ella, como Kathy, me llevara al lecho cuanto antes, o me ofreciera su apartamento o incluso un sillón en aquel lugar, todo antes que volver a pasar otra noche con mi amada Kathy, no saldría vivo, de eso estaba seguro. Era muy temprano, por la mañana, un momento del día no especialmente favorable para mí. Sí, ya sé que soy amnésico pero era como un atisbo, una sensación, una intuición, algo me decía que prefería las tardes y las noches, bueno algunas noches. No sabía cómo nos recibiría Heather, aunque esperaba que ya se habría enterado de todo, al menos eso es lo que se espera de un centro de seguridad, aunque como dicen en mi pueblo, en casa del herrero cuchillo de palo. No sé por qué me puse a pensare en cuál sería mi pueblo, tal vez porque no quería adelantar acontecimientos.

Después de todo hubo suerte, y eso que era por la mañana. Hubo suerte de que ella tuviera el turno de mañana o tal vez lo había tenido de noche pero se había quedado para ayudar en lo que fuera preciso. Hubo suerte de que alguien le hubiera transmitido que Jimmy estaba a cargo de la investigación y yo era su adlátere o Watson, si lo prefieren. No sé quién pudo haberle transmitido semejante información pero lo seguro era que había tenido tiempo, dado que Jimmy y yo nos habíamos pasado nuestro buen tiempo en el tanatorio. Y por último hubo suerte de que yo fuera primero al llegar a la puerta. Heather me vio a mí y se le endulzó la sonrisa en la cara. Me abrió, me agarró por los hombros y me atrajo hacia sí, no porque deseara besarme, que puede que también, sino sobre todo porque quería tenerme dentro para cerrarle el paso al Pecas, quien consciente de la maniobra puso el pie y pasó después que yo, digamos que le gané por la cabeza, si hubiéramos estado en el hipódromo y sido caballos.

Heather hizo como que no veía al Pecas y en todo momento se dirigió a mí, y muy de cerca. Me llevó hacia la mesa circular de control, hizo que me sentara en la única silla, giratoria, que había allí, se colocó detrás, puso sus manos sobre mi barbilla, luego sobre mis hombros, como si fuera a darme un masaje y acercándose a mi oreja derecha me susurró: ¿Qué es lo que quiere de mí un yogurín como tú? Pude observar, con gran esfuerzo, que El Pecas permanecía a una distancia social más bien fría y precavida, observando la escena con sonrisa aviesa y ojos de fuego de dragón que quiere comerse a la dragona, pero como no puede, al menos se conformaría con incinerarla.

Puse a Heather en antecedentes, con voz normal, un poco meliflua, diría yo, de lo que nos había atraído hacia allí.

-Pero eso es un trabajo ingente, para un día y tal vez toda una noche. Me tienes a tu disposición si logras que ese sátiro de tres al cuarto nos deje solos.

Esto último lo dijo susurrando en mi oreja. No sé si Jimmy tenía claro que estorbaba allí o que el trabajo de visionar todas las grabaciones sería de un tedioso capaz de dormir a una marmota ya dormida o que era un buen amigo y quería dejarme el camino libre con Heather. El caso es que dijo con voz agria que él allí sobraba. Que me encargara yo de repasar todas las grabaciones de la noche, especialmente empezando por John Smith, nuestro asesino en serie particular y el primer sospechoso mientras no se demostrara lo contrario. Que él iba a sacar al doctor Sun de su estado catatónico para que nos firmara un salvoconducto que nos permitiera acceder a todos los rincones de Crazyworld y a todas las personas. Al mismo tiempo intentaría sacarle algo, lo que fuera, sobre la vida y milagros del finado director. Me voy, dijo dando un patadón en el suelo y luego escupió con ganas.

Heather alargó la mano hacia un botón y la puerta se abrió, desapareciendo por ella un Pecas al que debían de perseguir todos los demonios del Averno. A ella le faltó tiempo para dejar mi retaguardia, colocarse por delante y sentarse tranquilamente en mis rodillas.

-No te preocupes –me dijo, ahora con voz normal- ya limpiará ese gargajo la señora de la limpieza. Tú y yo nos vamos a dedicar todo el día y toda la noche a repasar los vídeos, empezando por el de John Smith. Teniendo un asesino en serie a disposición sería estúpido no ponerlo el primero de la lista. ¿No crees?

Le di mi aquiescencia como pude, no fue fácil, porque notaba los cálidos pechos de ella sobre el mío. Se había acurrucado sobre mí como una gatita melosa. También notaba su espléndido cuerpo, podía notarlo a pesar de mi ropa y de la suya. Lo que sí noté sin interferencias fueron sus labios ansiosos y carnosos sobre los míos. Fue un beso a tornillo sin prisas, percibí su lengua buscando la mía, como un gato juega con un ratón. Me sentí tan bien, tan relajado a pesar de la agitada noche que había sufrido, que hice una cuenta rápida. Mejor con ella que pasar otra noche con Kathy. A pesar de su intensa libido que palpitaba en sus venas y de lo mucho que parecía desearme, siempre sería mejor que me estrujara ella que catwoman, una gata insaciable. Tal vez pudiera tomarme un descanso de vez en cuando, ver las aburridas grabaciones, charlar como si tal cosa y hasta comer un poco cuando fuera la hora. Mi decisión estaba tomada. Me quedaría allí mientras fuera posible.

Todo esto lo pensé mientras ella se regodeaba en el beso, y aún me sobró tiempo para plantearme algunas cosillas más. Cuando se dio un descanso para respirar yo pude meter baza.

-¿Qué te parece si empezamos por John Smith y luego seguimos con los demás?

-Claro, cielito, debes de estar agotado tras una noche con esa lagarta.

-¿Cómo lo sabes?

-Sería la primera vez que ella no fuera la primera con un recién llegado. Pero yo voy a ser la segunda y nadie nos molestará.

-¿Cómo lo vas a conseguir?

-Fácil. Les he dicho a mis compañeros que yo me ocuparé de todo, aquí en el centro de seguridad. Que no nos molesten, salvo que se produzca un terremoto y entonces tampoco hace falta porque ya nos enteraremos. Nadie puede abrir desde fuera, una vez bloqueada la puerta, como yo voy a hacer ahora.

Y se puso en pie. Se separó un poco de mí, no mucho, para hacerse con un mando a distancia que no estaba muy lejos y regresó a mis rodillas. Se puso cómoda y me dijo que solo tenía que darle instrucciones y ella se encargaría de hacerme ver la grabación que quisiera. De nuevo se colgó de mi boca y como no podía decir nada intenté transmitirle por morse mis deseos. La abracé con ganas, respondí a su beso y bajé mi mano derecha hasta sus nalgas, allí tecleé con el dedo una vez. Lo entendió a la perfección. Su mano hizo algo con el mando y en la pantalla principal, más grande que las demás, apareció el cuarto de John Smith. Lo supe porque dormía a pierna suelta sobre su lecho, vestido, sin taparse, como si no hubiera tenido tiempo de prepararse y el sueño le hubiera tomado por sorpresa. La cámara hizo un zoom y pude ver su cara en primer plano. Entonces me llevé un formidable susto. Imagino que Heather hizo algo con el mando a distancia y todos los ventanales del centro de seguridad retemblaron, bajaron unas persianas metálicas que taparon todos los huecos posibles y nos quedamos a oscuras.

Heather dejó de besarme, separó su rostro del mío lo suficiente para ver la expresión de mi rostro y se echó a reír.

-¡Menudo susto te he dado! ¿Verdad cariño? El centro de seguridad puede bloquearse como ante un asalto de un ejército de tanques. Nadie nos verá ni podrá entrar hasta que yo lo diga.

-Me parece muy bien, querida, pero me gustaría tener un poco de luz, si fuera posible.

Ella tocó el mando y una luz muy atenuada se expandió desde el techo.

-Voy a dejar que te recuperes un poco y luego haremos un descanso para darnos un poco de cariño. Todo el mundo necesita su dosis de cariño y aquí en Crazyworld más que en ninguna otra parte. Aquí no se sobrevive sin la correspondiente dosis de cariño.

-¿Un descanso? Si ni siquiera hemos empezado.

-¡Oh, perdona! Vale, veremos unas cuantas grabaciones y luego descansamos.

-Si no te importa me gustaría ver a cámara rápida o nos tiraremos con la grabación de John Smith todo el día.

-Claro, claro. Que tonta soy. Dime a qué velocidad quieres verla.

-A toda la que sea posible mientras mis ojos puedan percibir que el bulto en la cama no se mueve.

-Ok, mi amor.

Y la grabación comenzó a rodar como una bola de nieve por una cuesta. Mucho me temía que allí no habría gran cosa que ver, como así fue. El asesino en serie no se había movido en toda la noche, ni siquiera para hacer pis. Nuestro primer sospechoso descartado.

-Bueno, el sospechoso más obvio tiene una coartada muy sólida. ¿Por dónde quieres seguir?

-Puedes poner las grabaciones tal como te resulte más cómodo, sin saltos, una tras de otra.

-De acuerdo, cariño, pero me vas a permitir que me acomode y te deje mirar a ti, que para eso has venido. Yo mientras tanto voy a disfrutar de mi dosis de cariño.

Y así lo hizo. Abrió sus piernas, yo cerré las mías. Se colocó sobre mis rodillas, buscando la postura más cómoda, como una gatita zalamera y buscó mis labios con la calma de quien tiene toda la vida por delante. Yo busqué colocar la cabeza de tal forma que no la molestara, con mis dedos puse sus cabellos sobre su orejita, que acaricié en un gesto cariñoso que no me costó nada y me dispuse a ver como pude las siguientes grabaciones. Estaban colocadas, al parecer, según la planta y la habitación, planta primera, habitación 101 y así sucesivamente. Todas las habitaciones tenían su correspondiente huésped, a algunos los conocía cuando la cámara hacía zoom y mostraba el rostro del durmiente. Supuse que esa era la forma de situar al huésped en su habitación. No sería lógico que alguno se equivocara de habitación o intercambiara la suya con la de otro, pero en Crazyworld todo era posible, como había experimentado en mi corta estancia. Imaginé que el que algún huésped invitara a una huéspeda, o al revés, a compartir habitación, o cualquier otra combinación nacida de los gustos personales en cuestión de sexo, podía ser lógico pero no posible, sobre todo si quien se encargaba de acostar a los huéspedes era la señorita Ruth. Resultaba entretenido saber cómo era la vida nocturna de Crazyworld, aunque no tanto como para detenerse a contemplar los bultos bajo las sábanas y mantas que bien podían no moverse en toda la noche. Por eso había establecido un acuerdo tácito con Heather. Cuando le daba un golpecito con mi índice en su nalga pasaba a otra grabación y cuando daba dos seguidos las imágenes se movían a la velocidad necesaria para que no se me escapara el que algún durmiente pudiera levantarse, aunque solo fuera para ir al servicio. No tenía reloj para hacerme una idea de cuánto tiempo tardaba una cinta en recorrer toda la noche a velocidad conveniente, pero llevaba su tiempo. El suficiente para que Heather tuviera que respirar varias veces, lo que yo aprovechaba para ir haciendo preguntas necesarias y pragmáticas para ir conociendo ciertos detalles que como novato desconocía.

-Imagino que también hay grabaciones del personal, incluso del vuestro, los agentes de seguridad.

-¿Las quieres ver?

-Ahora no. Prosigamos primero con los huéspedes y luego seguiremos con el resto.

Y proseguimos, también con la serie de besos que me estaban excitando un poquito a pesar de ser por la mañana y de la noche que había tenido.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XIV


puzle

La memoria es una facultad extraña, puedes recordar lo peor de una etapa de tu vida y tener serias dificultades para encontrar algo bueno; recuerdas el dolor pero apenas puedes hacerte una vaga idea de tus momentos felices; recuerdas cuándo tuviste hambre pero te resulta complicado saber qué comiste, cuándo y cómo disfrutaste. Si además has bloqueado determinados años de tu vida porque son un nido de recuerdos como serpientes de cascabel, prestas a morderte al menor descuido, recordar se convierte en un puzle del que apenas tienes algunas piezas. Es cuestión de colocarlas al azar e intentar reconstruir el resto por asociación o por eliminación, esta pieza no puede ir ahí y aquella parece indicar que al lado tendría que situarse esto o aquello, porque parece encajar. Según voy reconstruyendo el puzle de aquellos años me encuentro con grandes vacíos, y al mismo tiempo con piezas que no encajan tal como las he situado. Durante la semana yo no podía ver mucho a mi amigo A. porque me pasaba el día fuera de casa. Tenía que levantarme hacia las seis de la mañana para darme tiempo a irme despertando, asearme, desayunar y salir a pillar el autobús. Era preciso calcular las posibles incidencias que podían retrasarme, tales como que el autobús llegara con retraso, diez minutos podían significar no llegar a tiempo al trabajo si no me había dado un tiempo más que prudencial para solventar los posibles incidentes. O bien podía ocurrir que el autobús llegara repleto y tuviera que esperar al siguiente. Luego era preciso pensar en lo peor y asumir la probabilidad de que no pudiera tomar el metro porque éste si seguro que venía repleto y había que esperar. Los minutos de retraso se iban acumulando. Mi trayecto por aquel entonces era de Peña Grande a Cuatro Caminos en autobús y de allí a Atocha en metro. No puedo recordar si tenía que hacer trasbordo e iba directo. Podría mirarlo ahora en Internet pero no me apetece nada perder el tiempo en detalles sin importancia.

 

En aquel tiempo teníamos la jornada partida, es decir, nos daban unas horas para comer, no recuerdo cuántas, y luego regresábamos para la jornada de tarde. Supongo, dado mi carácter, que no ha cambiado mucho, que debí probarlo todo. Imagino que un día salí de casa tomando buena nota de lo que tardaba andando hasta la parada del autobús, de cada cuánto pasaba, si solía retrasarse o no –esto lo pude saber preguntando o escuchando- y cuánto tiempo le llevaba llegar a Cuatro Caminos, sopesando el tráfico o los posibles embotellamientos. Es más que posible que anotara en la libreta, como hago ahora, todos los tiempos con sus probables retrasos. De casa a la parada del autobús, tanto, de Peña Grande a Cuatro Caminos X, de allí a Atocha Y, de la estación al trabajo, andando, Z. Sumados todos los tiempos, haciendo horquillas poniéndome siempre en lo peor, debería calcular un tiempo mínimo y sumarle todos los probables retrasos, con sus complejas horquillas. Si bien la posibilidad de que todo saliera mal un día, que el autobús se retrasara, que llegara repleto y tuviera que esperar al siguiente, que pillara un embotellamiento, que el metro se retrasara, que no pudiera pillar el primero y tuviera que esperar al segundo, calculando dónde debía situarme para pillar la puerta y entrar al asalto, que un metro se averiara, que… Al escribirlo hoy, ya jubilado, y pasados más de cuarenta años, se me eriza el vello. ¿Cómo pude soportarlo? Claro que también podía haber días felices, en los que todo saliera bien, pero por si las moscas siempre me daba el tiempo máximo. No recuerdo si era una hora, hora y media o dos horas. Seguro, vamos con total seguridad, que los primeros días llegaría tarde al trabajo, algo que va con mi carácter. Recibiría broncas y avisos y a partir de ahí ya no me importaría llegar media hora antes, podía sentarme en un banco y echar una cabezadita, procurando no dormirme, solo dormitar. Claro que con la medicación eso era demasiado arriesgado. Entonces no había teléfonos móviles con alarma ni poseía un portentoso reloj de pulsera con cronómetro. No soy capaz de imaginar cómo me las arreglaba. El trabajo era una tortura, porque aparte de que nunca me gustó ser un burócrata, lo odiaba, la medicación me obligaba a una lucha titánica para mantenerme despierto y concentrado.

Cuatro caminos

Sí recuerdo que al principio comía en algún bar o tasca cercanos, pero pronto comprendí que mi sueldo no me daba para eso. Eran tiempos difíciles para los burócratas que estábamos muy mal pagados hasta que con una huelga salvaje conseguimos un sueldo más o menos digno. Paga el transporte, paga la comida todos los días en una tasca y luego ten dinero para comprar a A. su botella de ron Bacardí todos los días y mira a ver lo que te sobra. Claro que tal vez mi recuerdo no sea muy preciso. Me pregunto cómo podía comprarle esa botella todos los días si yo trabajaba por la tarde y no debía de llegar a casa antes de las siete o las ocho. De una cosa estoy seguro, una vez hice cuentas y me salieron que con lo que me gastaba en ron podía haber pagado un alquiler normal. El no tener que pagar alquiler no era la bicoca que yo había imaginado. Pero todos estos detalles los tengo que deducir de las únicas piezas del puzle que tengo en la mano, pocas, recuerdos de los que estoy seguro, no diría que absolutamente seguro, pero sí bastante. La medicación erosionaba todas las facultades de mi mente, incluida la memoria, por eso recuerdo mejor otras etapas de mi vida, aunque en todas ellas me vea obligado al juego de los huecos del puzle, que hay que rellenar a ojo.

 

Sí recuerdo que era por la tarde cuando tenía que ir a comprar el ron y la cocacola de litro y medio o dos litros, no sé los envases que se estilaban entonces. Debo deducir que cuando llegaba a casa me esperaba A. si estaba allí, porque podía no estar o podía no aparecer para dormir. Nunca conseguí que me hablara de la vida que llevaba. Es cierto que durante algunos meses trabajó en su profesión, profesor de instituto, pero recuerdo que más bien estuvo de baja casi todo el tiempo. ¿Qué hacía él mientras yo trabajaba? No puedo saberlo porque no estaba allí y él no me lo contaba, pero puedo deducir que no se levantaba muy tarde, dormía poco y mal, que seguramente salía a tomar algo, puede que un café, pero seguro que una copita de aguardiente o coñac. Quienes nunca hayan convivido con un alcohólico, no se pueden hacer una idea de lo que gastan en alcohol a lo largo del mes. Aunque no percibiera el sueldo íntegro, porque estaba de baja, seguro que era superior al mío. Pues bien, siempre tenía que pedirme algo prestado antes de que acabara el mes. ¿Qué hacía, a dónde se dirigía, con quién se veía? Lo ignoraba, él, al contrario que yo, no gustaba mucho de hablar de su vida, ni cotidiana ni menos cotidiana. Supongo que tenía amigos, porque algo recuerdo de presentaciones, no muchas. También supongo que tenía amigas, de otra forma no me hubiera podido presentar a H. aunque ahora que lo pienso, puesto que no recuerdo nada de la presentación, puede que me diera su teléfono para quedar con ella o puede que a ella le diera el mío y me llamara. ¿A qué se dedicaba durante todas aquellas horas? De algo estoy seguro, bebía, por lo que es de suponer que tenía unos itinerarios bastante predecibles, bares, cafeterías, pubs. Pero por mucho tiempo que estuviera en ellos, son muchas horas. Para mí era un libro cerrado y lo sigue siendo, no podría reconstruir lo que fue su vida durante aquellos años que convivimos, tal vez tres o un poco más. Puedo fantasear sus andanzas por Madrid, pero sería pura fantasía. Tal vez Argüelles, donde vivía su madre y su tía, Princesa, Plaza de España, puede que Gran Vía y Puerta del Sol, pero eso sería mucho camino andando. Sí recuerdo que le gustaba llevar el coche a todas partes y aún entonces andar con el coche por Madrid era un tormento que yo procuraba soportar lo menos posible.

9. Plaza de España-min

Yo llegaba a casa tarde y completamente agotado. Pronto dejé de comer en tascas y llevaba mi bocata en la mariconera, una de las razones poderosas por la que me compré una. Recuerdo que a veces comía un bocata de calamares en Cuatro Caminos. Algunos bares tenían fama. Es posible que tomara el metro, comiera allí el bocata con una cerveza, que ya entonces me gustaba por la vida, y regresara. Tenía que hacer tiempo para pasar las dos o tres horas que había entre la jornada de mañana y la de tarde. Dormir la siesta en un banco era una gran tentación, pero sabía que la medicación me podía dejar grogui muchas horas. Una de mis preocupaciones en los días laborales era no dormirme porque bien podía despertarme de noche y haberme perdido la jornada de tarde. Ese es un recuerdo machacón, la lucha constante por no dejarme llevar por la imperiosa necesidad de dormir. Uno de los grandes problemas para las personas con enfermedad mental es poder conciliar el trabajo con la medicación. Entonces las medicaciones tenían unos terribles efectos secundarios, uno de ellos la somnolencia. Trabajar con una fuerte medicación solo estaba al alcance de los titanes con voluntad de hierro, como era mi caso y lo digo con sorna pero también con toda la seriedad del mundo. Aún hoy día, aunque no tomo medicación, por lo que me dicen algunos amigos que la toman, los efectos secundarios siguen siendo terribles. He oído muchas veces a personas que nunca han tenido ni una mísera depresión, que no saben nada de enfermedad mental, hablar de la vagancia y apatía de los enfermos mentales. Me reiría un buen rato si alguna vez, aunque solo fuera por mera curiosidad se pasaran un mes con la mitad de la medicación que tomábamos nosotros. Entonces comprenderían lo que supone estar medicado y trabajar.

 

Cenaba en casa y me iba pronto a la cama, antes podía ver un poco la televisión para hacer la digestión. Creo que durante ese tiempo A. y yo hablábamos un poco. Recuerdo algunas broncas porque yo era incapaz de fregar los cacharros de la cena o de la comida los fines de semana. Estaba siempre demasiado cansado, agotado, por el trabajo, por la medicación, siempre con sueño, siempre deseando dejarme caer en cualquier sitio, una silla, un sillón, un sofá, una cama. Él lo comprendía, como comprendía también que de no gastarme mi dinero en sus botellas de ron tal vez hubiera podido contratar a una señora que se pasara a limpiar un poco. Yo era desordenado, caótico y apático, y lo sigo siendo, a pesar de que ahora no tomo medicación, pero con ella ponerme a fregar tras una comida era como pedir a un zombi que corriera los cien metros lisos, al menos los zombis de algunas películas, porque otros corren que se las pelan.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS XIII


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Esto también forma parte del escenario de aquella época. No recuerdo que A. me acompañara al cine o al teatro o a algún concierto. Supongo que a esas horas de la tarde él ya estaba con suficiente alcohol en el cuerpo para no tentar a la suerte. Sí recuerdo algún fin de semana tomando algo en algún pub de Bilbao o de la zona. No debió de ser algo muy frecuente porque aún recuerdo la sensación de impotencia cuando alguien se metía con él en el pub y A. reaccionaba con dureza. Era curioso porque allí todo el mundo estaba bastante pasado de rosca, por el alcohol o los porros o incluso la heroína, muy de moda, o cocaína. Aún así A. podía ser algo faltón y lo peor es que no le preocupaba comentarme algo en voz alta que afectaba a personas cercanas que podían escucharle. Esto hizo que me retrajera e intentara evitar sus invitaciones, que tampoco eran muchas, porque él llevaba una vida un tanto secreta. Solía estar de baja con frecuencia y no sé muy bien lo que hacía, salvo cuando estaba en casa y yo salía a comprarle la botella de ron y la cocacola. Debía de relacionarse con gente o al menos debía de tener un circuito de bares, cafeterías y pub donde bebía a gusto. Al menos para presentarme a H. es que tenía conocidos o amigos o gente en su entorno. Es curioso pero no recuerdo la presentación, está borrada de mi memoria. En algún momento y en algún lugar debió de ocurrir, no en casa, porque allí no pisaba nadie.

 

Mi vida no debió de ser tan cutre y horripilante como la recuerdo, porque también tengo muy clara la asistencia a conciertos de Paco Ibañez, Labordeta, Llach y otros en los que disfruté mucho. También la asistencia a piezas de teatro independiente en algún barrio. Seguro que fue H. la que me llevó allí, porque A. no me encaja hablándome de teatro independiente y acompañándome. Sí tiene sentido que fuera conmigo para enseñarme los cines Renoir en plaza de España, porque yo tenía una sorprendente facilidad para perderme, especialmente las primeras veces que iba algún sitio. Fue un martirio perderme en el metro hasta que conseguí trazar un estrafalario plano en mi mente para conseguir llegar a los sitios, aunque fuera dando rodeos sin sentido. A pesar de ello seguía perdiéndome, a veces sabía que estaba en la línea correcta, pero no que iba en dirección contraria. Hubo extrañas aventuras en el metro que me llevaron a lugares opuestos a donde iba. Esto debí de mencionárselo a A. a quien le contaba todo o casi todo. Los cines Renoir fueron una de mis mecas madrileñas. Allí echaban el cine que a mí me gustaba. Bergman, la nouvelle vague francesa, con Truffaut y compañía, Win Wenders, tal vez viera allí El amigo americano y todo aquel cine de cineclub que me apasionaba. Creo que también asistí a algún concierto de música clásica, aunque nunca pude ver una ópera en el Real, como deseaba, tal vez por el precio o porque había que reservar la entrada con mucha antelación. Cuando llegué a Madrid llevaba unos planes muy concretos, aparte de trabajar quería hacer deporte. Recuerdo que me hice la ingenua ilusión de aprender a jugar al tenis, algo que deseché muy pronto porque allí todo estaba lejos y yo apenas tenía tiempo. Tampoco cuajó la idea de acudir a una piscina cubierta todo el año para practicar el deporte más sencillo y que más me gustaba, la natación. Las pocas horas libres que tenía durante el fin de semana tenía que ocuparlas comprando en el supermercado, cocinando para el resto de la semana y dándome el gustazo de ir a ver una película, una obra de teatro o ir a un museo –creo que A. me acompañó al Prado alguna vez y seguro que al museo de cera-  o llevando a cabo los planes culturales que trazaba durante la semana. Lo único que me gustaba de Madrid era su vida cultural, el resto, pasarte las horas muertas en el trasporte, el gentío que había en todas partes y la intensa soledad que experimentaba en un lugar tan grande y con tanta gente, fue lo peor de mi estancia en la capital.

 

Recuerdo con especial delectación una excursión a Cercedilla y alrededores. No sé si fue con A. en su coche o en un tren que subía hasta allí. Tal vez primero me llevara él en su coche y luego fuera yo, solo, y también con H y alguien más en el tren. Toda aquella época permanece muy confusa en mi memoria, en la que hay agujeros muy importantes. La medicación que entonces tomaba tenía fuertes efectos secundarios, el peor de todos era una somnolencia persistente y muy grave, podía quedarme dormido en el autobús, en el metro, en cualquier banco donde me sentara, pero también había otros efectos muy molestos, la mente se ralentizaba hasta tener la sensación de pensar a cámara lenta, me costaba pensar las cosas más elementales y mi memoria fallaba estrepitosamente, me olvidaba hasta de lo más importante y mis despistes, que han persistido a lo largo de los años, incluso sin medicación, podían tener consecuencias nefastas cuando el tema olvidado era grave. Aún no había adoptado la costumbre de anotar las cosas en mi libreta en la que siempre había un apartado titulado “anotaciones urgentes” y en aquellos tiempos era impensable la posibilidad de un avance tecnológico tan sorprendente y radical como sería luego el teléfono móvil. Ahora siempre anoto en él las tareas urgentes a realizar, la lista de la compra, todo aquello que debo controlar, porque los despistes son tan habituales que no puedo fiarme de mi memoria. Dejando aparte el despiste natural de alguien siempre tan perdido en sus mundos interiores y fantásticos, algo bastante común en los creadores y escritores, achaco buena parte de estos despistes a mi condición de enfermo mental y especialmente a los efectos secundarios, muy graves, de la medicación que he tomado durante tanto tiempo. Si el cambio metabólico que sufrí, creo que en gran parte debido a la medicación, es uno de los efectos más nefastos que tuve que padecer, también lo son unos estados mentales muy especiales en los que tengo que centrarme con mucha intensidad para evitar que mi vida cotidiana se convierta en una aventura de riesgo.

 

Estoy seguro de que le hablé a A. de mi pasión por la naturaleza, especialmente por la montaña, y teniendo en cuenta su solicitud paternal es más que posible que me llevara a algún paisaje montañoso de los alrededores de Madrid. La primera visita a Cercedilla pudo ser en su compañía. El no era una persona muy amante de la naturaleza que digamos, era un hombre urbanita que rara vez había salido de Madrid o de otras ciudades muy pobladas. El campo era un lugar extraño y sin muchos alicientes. Lo que sí recuerdo bien fue lo que me contara H. cuando le hablé de mi vida en pueblecitos de montaña durante mi infancia y de mis excursiones por las montañas. Ella me confesó que nunca había salido de Madrid y que no encontraba el menor interés en el campo, un lugar aburrido donde no se le había perdido nada. Por entonces yo no tenía coche ni pensaba tenerlo, nunca se me ocurrió sacarme el carné de conducir. En primer lugar mi economía no me permitía el lujo de comprarme un coche, en segundo lugar andar con un coche por Madrid me parecía algo temerario y en tercer lugar conducir con la medicación que estaba tomando sería un peligro público. Eso me impidió algo que me hubiera ayudado mucho, salir a la naturaleza algún fin de semana. No soportaba el mundo urbanita y menos una ciudad tan descomunal como Madrid. A pesar de las muchas veces que escuchara hablar de la faceta amable y acogedora de los madrileños lo cierto es que no conocí a nadie por las calles que se ofreciera a charlar un rato o me invitara a un café. Todo el mundo tenía prisa, iba a lo suyo y no te miraban como a una persona sino como a un obstáculo en su camino. Es posible que mi dificultad para las relaciones interpersonales y mi condición de muerto viviente que me producía la medicación tuviera buena parte de culpa, pero la realidad  es que aquella ciudad me parecía un erial humano. Todo el mundo iba hiper-revolucionado. Al principio no podía adaptarme a aquel ritmo de vida. Lo curioso es que cuando regresé a León, tras aquella infernal etapa, fui yo el que se sentía pasado de revoluciones. Me costó volver a recuperar el ritmo habitual.