Categoría: LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO


Me invitaron a participar en el día del libro de la biblioteca de mi ayuntamiento. Hablé un poco del Quijote y de mi novela Luis Quixote y Paco Sancho. Grabé con el móvil mi intervención. Quien desee escucharla puede hacerlo cliqueando en este enlace.

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LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO XII


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luisquixote

Toda la comitiva aparcó en un gran patio empedrado que había frente a la fachada de la casa, mansión o palacio. Lo hicieron de cualquier manera, teniendo luego que poner en marcha los vehículos, retroceder, avanzar, girar a izquierda o derecha hasta que por fin todos los ocupantes o tripulantes pudieron bajar cada uno de su coche y con grandes risas y jolgorio atravesaron una gran puerta tan decorada que bien hubiera parecido el pórtico de la gloria de la catedral de Santiago de Compostela si alguien hubiera levantado la cabeza al pasar. Lo que nadie fizo ni siquiera Luis Quixote, quien ocupado en evitar que unas fermosas doncellas que salieron de la casa con uniformes de camareras y doncellas de piso de hotel moderno le llevaran en volandas, apenas si llegó a ver algo hasta que llegaron al dormitorio que le había sido destinado por el marqués, conde o dueño de aquel castillo endiablado. Tras él entró Paco Sancho que tampoco había visto nada muy ocupado en intentar acariciar, pellizcar, sobar o lo que se dejaran aquellas fermosas doncellas a él destinadas y que le hubieran parecido simples camareras, eso sí muy bien uniformadas, de no ser por las grandes voces que dio durante todo el camino su amigo, más bien amo, sobre su recato y entrega a la fermosura de Dulcinea del Toboso y que ninguna otra doncella de cualquier parte del mundo, por muy fermosa que fuera conseguiría tocarle ni un pelo de la ropa. Llegó a llamar a cada una de ellas por un nombre inventado y muy altisonante, creyendo Paco Sancho en algún momento llegar a escuchar nombres como Sra. Marquesa de Trapisonda o dueñas de la gentil doncella de Hircania o cosas parecidas, que como hemos dicho estaba demasiado ocupado en seguir sus instintos más groseros para apercibirse de lo que dijera o dejara de decir su amo.

Lo cierto es que una vez en el gran dormitorio, decorado con dos camas separadas y con muebles modernos y sólidos, aunque imitando el estilo rural, tal vez de maderas nobles como roble o pino, todas las doncellas, suponiendo que lo fuesen, o marquesas, condesas o dueñas o lo que fueran que fuesen, se despidieron a la francesa anunciándoles que la cena sería en una hora y que se bañasen y aseasen y vistiesen con los trajes que había en un gran armario. Y allí les dejaron, para gran desconsuelo de Paco Sancho, que olvidado de lo que allí les traía, es decir suplicar a su amigo, delegado del gobierno, que les quitaran las multas y desprecintaran las motos, echando una buena bronca a los guardias civiles que les habían apresado y tras darle las gracias y otras zalamerías corteses, les dejaran regresar a la carretera y continuar su camino. Tan solo pensaba en ser bañado y atendido por aquellas camareras o doncellas del castillo, poder requebrarlas y si fuera posible, robarles un beso, u dos u tres, según las circunstancias.

Luis Quixote comenzó a mirar y remirar todo el mobiliario de arriba abajo y para todo tenía una palabra grandilocuente y todo le parecía bien. Al final pidió a Paco Sancho que cargara su pipa de las hierbas sanadoras porque estaba molido y baldado de tanto viaje y tanto desatino, quien, olvidado ya de todo lo que no fuera fantasear sobre doncellas hizo lo que le pedía e incluso dio un par de caladas a la pipa, para probarla, no fuera que le hiciera daño a su amo. El humo y los vapores de las mencionadas yerbas, que siempre carga el diablo, subieron hasta el techo y se expandieron por la casa, colándose por rendijas y ventanas abiertas, no produciendo mucho efecto porque sus habitantes también le daban a toda clase de yerbas y pastillas psicodélicas. Fue entonces, cuando ya un poco descansado, Luis Quixote, mirando a su criado que se había dejado caer en otro sillón cercano, comenzó a endilgarle uno de sus discursos grandilocuentes y sin pies ni cabeza.
“Felices los tiempos aquellos en los que uno bien podía recorrer los caminos, leguas y leguas, sin encontrarse a nadie, deleitándose con los paisajes arbolados o las mesetas desérticas, sin más sobresalto que una comitiva de apacibles campesinos con su reata de mulas que iban de un pueblo a otro o solitarios pastores con sus perros y sus rebaños de ovejas que hacían la transhumancia por cañadas y caminos reales y a veces procesiones pueblerinas para pedir la lluvia, o incluso algún malhechor muerto de hambre que intentaba apoderarse de un pedazo de hogaza o un trozo de chorizo y a los que mi fuerte brazo ponía en vereda tan solo con una gran voz. Sin encontrarse con las llamadas autoridades ni aunque se las llamara a voces. Tiempos de oro, aquellos tiempos, en los que los bondadosos caballeros y sus escuderos eran recogidos del polvoriento camino por criados de grandes señores, que premiaban sus desvelos dándoles acogida en sus castillos y fortines, donde eran lavados por fermosas doncellas y perfumados por honradas y gentiles dueñas y luego agasajados con grandes banquetes, dejando que contaran sus fazañas y celebrando que aún existiera la bendita orden de caballería, que socorría a las viudas y a los huérfanos, ponía en su sitio a los malandrines, impidiéndoles facer sus entuertos y protegía a las doncellas buscándolas novios tan bondadosos y gentiles como trabajadores.

“Añorados tiempos aquellos en los que nadie tenía prisa y mientras facían su camino Del Calatraveño a Santa María, encontrándose con una que otra vaquera de la Finojosa, en un verde prado de rosas e flores, guardando ganado con otros pastores, bien podía uno detenerse a conversar y decir gentilezas, tales como “ Non creo las rosas de la primavera sean tan fermosas nin de tal manera, fablando sin glosa, si antes supiera de aquella vaquera de la Finojosa” a lo que respondía aquella donosura, bien como riendo «Bien vengades;que ya bien entiendo lo que demandades: non es desseosa de amar, nin lo espera, aquessa vaquera de la Finojosa.» y allí podía quedarse el caballero y su escudero, fablando sin tacha, hasta que oscureciera y entonces la vaquera ordeñaba las vacas y los cabreros las ovejas y cabras y ofrecían al sediento caminante leche natural y fresca, sin pedir nada a cambio, al contrario, rechazaban las monedas acuñadas de la magra bolsa y solo pedían que les contaran sus fazañas.

“Tiempos dichos aquellos en los que se podía dormir al raso sin ser molestado y bajo un árbol y ni un solo fruto caía sobre sus narices, respetuosos con el sueño de los humanos. Lo mismo facían los animales, que se acercaban silenciosos y lamían manos y caras de los cansados caminantes, sin temor a ser apresados o a ser cazados con ballestas y trabucos. Todos eran hermanos y los que no querían serlo y robaban y hurtaban, intentando forzar doncellas y apalear a cualquiera que encontraran, eran alanceados y perseguidos por los caballeros andantes que nunca faltaban por los caminos. Hasta las enfermedades respetaban a los buenos y se cebaban con los malos…

Y aquí, por suerte para Paco Sancho, el discurso de su amigo fue interrumpido por quienes llamaban a la puerta. Que no eran otros que cuatro camareras y cuatro forzudos lacayos a quienes había ordenado el delegado del gobierno o señor del castillo, consciente de que el ensueño de las yerbas los dejaran para el arrastre antes de que les amenizaran la jarana nocturna. Así que les habían encomendado, a las doncellas, que lavaran y restregaran a los caminantes en la bañera, y a los forzudos lacayos que las acompañaran y miraran para que no fueran molestadas por aquellos pordioseros y vagabundos.

 

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO XI


LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO XI

CAPÍTULO III

DE CÓMO PACO SANCHO FUE NOMBRADO DELEGADO DEL GOBIERNO EN LO QUE CREYERON UNA ÍNSULA Y RESULTÓ SER LA FINCA DE UN POTENTADO BROMISTA

CONTINUACIÓN

Dice el cronista de esta historia, Cide Hamete Benengeli, que la misma se desarrolla por los años sesenta de esta era, es decir cuando España gobernaba una dictadura y nuestros personajes habían regresado de USA, la tierra de los sueños, la cuna de la civilización hippie, la fuente y surtidor del capitalismo. En aquellos tiempos no existían inventos tan prodigiosos, sin duda nacidos de la malevolencia de algún mago malo, muy malo, como el teléfono móvil que se puede llevar a todas partes para que allí donde estemos podamos ser incordiados y a su vez incordiar a todo el mundo. Es por eso que de acuerdo a la documentación que poseo debo enmendar la plana al cronista y convertirme en historiador serio y sesudo. En realidad esta historia no se sabe muy bien cuándo se desarrolla, aunque sí dónde. El bueno pero confuso Cide debió poner la fecha por poner algo, porque toda historia debe ser fechada, es decir situada en el tiempo, y también en el espacio, para que todo el mundo tenga un motivo para creerla, porque si ocurrió aquí y hace dos, tres décadas o las que fueren precisas, la gente se deja convencer más fácilmente que si se dijera, por ejemplo, que estos hechos ocurren no se sabe dónde ni cuándo, entonces todo el mundo piensa en cuentos para niños y consejas de abuelas. Debo poner en solfa la versión de Benengeli y situar esta historia justo cuando se popularizó el llamado móvil, que nunca fue tan móvil como lo fuimos nosotros, no tenía patas ni ruedas y se conformaba con ir a donde lo lleváramos. No voy a dar años ni décadas para no tener que enmendarme luego, si sienten tanta curiosidad pueden consultar la Red y hacerse una idea de la fecha en que comenzó y prosiguió esta historia, que no será tan errónea como las fechas que se dan para el nacimiento, vida y muerte de los personajes históricos de hace siglos e incluso más actuales, porque la horquilla puede variar tanto que hasta se come la vida de los biografiados, puesto que unos dicen que nacieron donde otros que murieron.

Y dicho esto, debo proseguir la historia diciendo que Paco Sancho, tras haber echado unas lagrimitas de persona sensible, recordó que su amigo el ventero tenía a su vez otro amigo, el de la tienda de artesanía y recuerdos, quien a su vez conocía a un personaje importante. Ni corto ni perezoso buscó su teléfono móvil en sus alforjas y tras encontrarlo lo activó y marcó el número de su buen amigo el artesano, quien contestó tan rápido como si hubiera estado esperando su llamada. De ahí el preámbulo, introducción, prefacio proemio, exordio, prolegómeno o prólogo a mitad de capítulo, porque había que explicar un desfase grave en la crónica de Cide Hamete Benengeli. Esta fue la conversación documentada como si Paco Sancho hubiera activado el botón de grabación sin darse cuenta, porque era bastante lerdo en el uso de artilugios modernos.

-¿Eres tú, amigo Sancho? Llevo días esperando tu llamada, querido amigo. Alguien me dijo que habíais vuelto por estas tierras, tú y tu inseparable Quixote, y como no me llamabas supuse que te habías olvidado de mí.

-No, no es así, amigo Juanito, pensaba hacerlo nada más tomar tierra en un puerto del norte, pero estos artilugios, a quien Dios confunda, no son lo mío, solo cuando me llaman a duras penas consigo devolver la llamada.

Paco Sancho estaba mintiendo, algo que nunca le pareció mal cuando podía librarse de entuertos a través de la mentira, el engaño o haciéndose el despistado. Su amigo Juanito o Juan Perez de Viedma, aristócrata venido a menos, como bien lo dice la partícula “de” algo parecido a la “von” alemana que el mismísimo Beethoven intentó hacer pasar por noble, lo sabía muy bien, pero hizo como que se lo tragaba.

-No te preocupes, Sanchico, que sé muy bien lo manazas que eres. ¿Cuándo vendrás a verme y a disfrutar de unas buenas migas con vinillo de la tierra?

-Ahora mismico lo haría si pudiera. Que unos “civiles” nos han pillado a Luis Quixote y a mí en una carretera secundaria adelantando a un tractor y nos han multado, nos han quitado los puntos y han precintado nuestras caballerías. Y aquí nos han dejado tirados, sin poder movernos ni patrás ni palante. ¿No tenías tú un amigo potentado metido a político? Necesitamos que alguien poderoso nos eche una mano y podamos seguir camino, al menos hasta el siguiente pueblo.

-Así es Sanchico, por suerte mi amigo potentado ahora ocupa el puesto de gerifalte máximo de la Dirección General de Tráfico y además se encuentra en una finca celebrando con los amiguetes no sé qué acontecimiento feliz. Dime dónde estáis y hablaré con él para que os eche un cable.

Sanchico se lo dijo y quiso la coincidencia que la finca no estuviera muy lejos. Juanito Perez de Viedma le aseguró que iba a llamar a su conocido en cuanto colgara, pero antes le hizo prometer que le visitaría en cuanto saliera del paso. Lo que juró y perjuró Sancho haciéndole saber la inmensa deuda que tendría con él de por vida. Colgó su amigo, aconsejándole que no se moviera de allí ni un pasico y allí quedaron, Luis Quixote apoyado en el tronco de una encina, con la mirada perdida en el cielo, como si por el aire pudiera aparecer su amada Dulcinea, en un carro tirado por caballos alados, y Paco Sancho, también mirando al cielo, suplicando que todo saliera bien o quedarían allí tirados de por vida. Sancho no era muy religioso que digamos, pero cuando se enfrentaba a las tragedias de la vida, que no pueden ser superadas sino a través de milagros, podía rezar y suplicar como una beatona y prometer lo que fuera. En aquella tragedia en concreto prometió y juró ponerse a dieta durante una quincena, no comiendo más que los frutos de la tierra, es decir, verduras, pisto manchego, frutas y ensaladas. Eso sí, no se atrevió a jurar que no bebería vinillo de la tierra, sabedor que sería la única forma de trasegar a palo seco aquellos alimentos, sabrosos como el pisto, pero poca cosa para un tragón como él, que podía comerse un buen plato de pisto, pero como acompañamiento a duelos y quebrantos, caldereta manchega, jamón y queso y los sabrosos platos de caza de la tierra.

Mientras prometía y juraba no dejaba de caminar por el arcén hacia un lado y hacia otro, sin alejarse mucho de sus caballerías. Paco Sancho se sentía raro, como nunca lo estuviera en su vida, le hormigueaban los pies, las manos, le picaba la cabeza, y sus ideas iban y venían sin aquietarse en parte alguna. Le parecía un milagro haber hablado con su amigo Juanillo sin trabucarse y con resultados muy positivos, de hecho lo había hecho mucho mejor que de haber estado en su habitual sentido, es decir, quieto, tranquilo, con dificultad para pensar y tratar con personas. No sabía a qué podía deberse aquel agitado estado de ánimo en que se encontraba, ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de que las malditas hierbas de Quixote hubieran caído en su comida y se las hubiera trasegado o embaulado sin encomendarse a Dios ni al diablo. A veces se encontraba bien, ligero como un pájaro, otras se notaba pesado y con ganas de vomitar, lo que hizo un par de veces en la cuneta. Esperaba que su amigo cumpliera su palabra y enviara pronto refuerzos al rescate que sin poder evitarlo se los representaba como antiguos hijosdalgo, marqueses o condes, vestidos a la antigua usanza, que llegaban hasta ellos en una linda comitiva de caballerías bien enjaezadas, carros con bellas damas, criados, palafreneros y todo lo que hubiera en las comitivas antiguas que no había leído tanto como su amo. Entre la realidad y la fantasía, a veces se dejaba llevar por una y otras veces por la otra, a veces luchaba por mantenerse a este lado y otras se dejaba llevar al otro sin oponer resistencia. Pensaba en las ínsulas de las que le había hablado su amo y se veía gobernando a cristianos y paganos mucho mejor de lo que lo hacían los políticos, lo que no era difícil, aunque no caía en ello. A veces caía en un vacío estático y se quedaba de pie, sin mover un dedo, con la mirada perdida en cualquier parte. Cualquiera que les hubiera visto, a él y a su amo, perdidos en distancias infinitas, habría dicho aquello de “¡vaya cuelgue que tienen esos pájaros”, por ejemplo. Pero no pasaba nadie por aquella desierta carretera y siguió desierta durante un tiempo que aquellos dos pájaros nunca pudieron contabilizar.

Al cabo de un tiempo, fuera el que fuese, apareció por la derecha una comitiva compuesta de algunos vehículos de alta gama, una grúa suficientemente grande para llevar a dos Harley Davidson, mucho más para una y un ciclomotor o vespino. Les acompañaban algunos motoristas, un descapotable donde reían varias damas y dos guardias civiles motorizados, uno por delante y otro por detrás. En cuanto llegaron se detuvieron frente a las dos estatuas humanas y de un mercedes bajó un bien trajeado hombre de mediana edad, canoso y con pinta de marqués, conde o grande de España. Se dirigió a los dos hombres y se puso a hablar con ellos, como si pudieran entenderle. No fue así, Paco Sancho había entrado en una especie de trance y aunque sus ojos podían ver la comitiva, su mente los había transformado en gentes de otra época, dueños de una gran ínsula de la que él sería gobernante, porque el fuerte brazo de su amo así se lo conseguiría, como se lo había prometido. Entre su mente delirante y sus emociones completamente descolocadas e ingobernables no podía articular una palabra, a pesar de intentarlo con gran voluntad. En cuanto Luis Quixote su mirada no percibía las cosas de este mundo sino de otro, interior e inescrutable.

El gran señor, que no grande porque no era muy alto, ni muy robusto, ni muy nada, tan gris como su traje, viendo el panorama se acercó a la grúa y pidió a los empleados que procedieran a subir las motos con cuidado, porque parecía que iban a desmoronarse y volverse polvo en cualquier momento. En cuanto a los dos hombres que no se movían pidió ayuda a cuatro hombres jóvenes y fortachones, bien vestidos, con gafas de sol muy oscuras y auriculares en las orejas, lo que les catalogaba, para cualquier entendido, como guardaespaldas o matones. Despojaron a Paco Sancho y Luis Quixote de sus pertenencias, que fueron guardadas en el maletero de un todo terreno y dos a dos se los llevaron en volandas. Más fácil lo tuvieron los que se encargaron de Quixote que parecía una pluma al viento, pero al final ambos estuvieron sentados en la parte de atrás de un gran descapotable conducido por un melenudo y su novia, supuestamente, quienes dieron unos cuantos gritos apaches, manifestando lo felices que se sentían de haber hallado semejante tesoro, con el que se divertirían a lo grande esa noche. El resto de la comitiva se acercó al señor del mercedes y hablaron largo y tendido de la fiesta que les esperaba y de la diversión caída del cielo que daría momentos de gloria.

En cuanto las motos estuvieron en el camión grúa y todo el mundo preparado para regresar a la finca los guardias civiles motorizados cortaron la circulación, por si acaso, porque no pasaba nadie, y todos dieron la vuelta con harta dificultad porque el ancho de la carretera era el que era. Entre sonidos de claxon, gritos por las ventanillas abiertas y frenazos y acelerones la comitiva se puso en marcha y de esta forma nuestros personajes, con las miradas perdidas en horizontes perdidos y los pocos pelos que aún tenían en su cabeza sacudidos por una ventolera repentina que aún era peor en el descapotable, fueron acercados a una gran finca vallada, entre mucho arbolado y césped bien cuidado, y en mitad de ella un enorme caserón con torreones, como imitando los castillos medievales o más bien las mansiones de los potentados de nuestro Siglo de Oro. Desde lo alto de una almena sonó algo así como un cuerno de caza o una trompeta, que ambas posibilidades les parecieron aceptables a Quixote y Sancho, que con aquel sonido empezaron a despertar de su letargo, no así de su delirio que se acentuó.

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO X


LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO X

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Más le hubiera valido a Sancho no mencionar el escote de Dulcinea, porque el caballero andante y recatado que era Quixote se sulfuró como una fumarola de ácido sulfúrico y levantándose con una agilidad y fortaleza impropia de su escuálida figura procedió a endilgarle un discurso propio de los libros de caballería:

-Malhadados tiempos, amigo Sancho, en los que no se respeta a las damas, hablando de ellas como si fueran muñecas de cartón o muñecas hinchables a las que se puede vestir con indecencia y utilizar como mozas de mesón en manos de cuadrillas de carreteros o camioneros. Tiempos oscuros aquellos en los que las damas tienen que vestir ocultando sus cuerpos de la cabeza a los pies, como si fueran pecaminosos, y hasta un escote de tres al cuarto suscita incontrolables pasiones lujuriosas y las damas son acosadas y abusadas y rebajadas a casquivanas mozas del partido. Tiempos miserables, aquellos en los que las damas deben salir a las calles gritando por sus derechos y libertades y en los que cualquier bruto, carretero o no, cree tener poder sobre sus esposas y parejas, hasta matarlas diciendo frases inspiradas por demonios recién salidos del infierno, como aquello de “la maté porque era mía”. Tienen toda la razón las damas que reclaman compensaciones por toda una historia de entuertos y esclavitud, donde fueron tratadas peor que animales, y yo, como caballero andante en estos tiempos terribles pondré mi fuerte brazo, mi espada y mi lanza a su servicio y quebraré sus cráneos como si fueran calabazas…

Y así hubiera seguido y continuado el bueno de Luis Quixote si Paco Sancho, acuciado por la necesidad de moverse debido a los efectos de las malhadadas hierbas que había trasegado junto con la comida, amén de otros efectos igualmente molestos, no decidiera, como decidió, echarse a su amigo sobre la espalda y arrastrarlo hasta el comienzo del camino de tierra, donde habían abandonado sus cabalgaduras. No es mi pluma tan fina y sutil como para describir con pelos y señales y poético lirismo la estampa que ambos dos trazaban sobre la sedienta llanura manchega, necesitaría de los artilugios modernos que copian la realidad como un suelo arcilloso la suela de un zapato, tales como la cámara fotográfica o de vídeo o la cámara de cine o todo ello en un diabólico artilugio al que llaman móvil, y más aún necesitaría la creatividad y dominio de la técnica de los buenos fotógrafos o cineastas. Como no dispongo de ello, diré solamente que la estampa no podía ser más esperpéntica, un chaparro con un hombre enjuto a sus espaldas, portando así mismo todo lo que antes había llevado desde las cabalgaduras para un banquete rústico. Sólo los efectos alucinógenos pudieron ayudar al chaparro a llegar junto a las cabalgaduras con semejante carga. Y digo bien cuando digo cabalgaduras, porque la ingestión de las hierbas había trastocado la mente de un hombre tan realista que ni siquiera gustaba de ver películas o programas televisivos porque pensaba y bien pensaba que nada que no se pudiera tocar o embaular en el estómago podía ser real, y que ahora estaba dudoso entre describir sus cabalgaduras como vehículos a motor de dos ruedas o jamelgo y pollino, porque si bien la alucinación comenzaba a ser muy creíble, no lo era tanto como para no distinguir la vieja Harley-Davidson de su amigo, adelgazada por todos los robos de piezas que había sufrido a lo largo de su dilatada vida, los pocos arreglos y menores cuidados recibidos y el achatamiento de golpes y más golpes, tanto de accidentes como de vándalos que nada respetan, ni siquiera la tecnología, de su vieja vespino, que aunque muy vieja y mal cuidada, era querida por Paco Sancho como lo más preciado de su vida, a la que abrazaba y daba besos en cuanto volvía a verla tras un corto alejamiento. Como ocurrió también esta vez, porque en cuanto dejó a su amigo apoyado en su cabalgadura y regresó mochila y demás enseres a su sitio, se abrazó a la vespino como a una tierna hija y la abrazó y besó hasta cansarse.

No puedo describir lo que ocurrió a continuación porque aunque lo viera y palpara no me lo creería. Lo cierto es que por algún fecho mágico de algún mago bondadoso, ambos quedaron sobre sus cabalgaduras, ambos arrancaron las motos, que motos eran y no jamelgo y pollino, y se dispusieron a continuar por la carretera, en la dirección a que apuntaban las cabezas de sus cabalgaduras, que bien hubieran podido seguir en sentido contrario porque ya sus cabezas no eran capaces de situarse en el tiempo ni en el espacio. Por suerte para ambos la baqueteada carretera comarcal aparecía desierta, como era natural a la hora de la siesta, lo que les permitió ocuparla en su totalidad, Luis Quixote haciendo eses como si hubiera alimentado a su cabalgadura con vino de Valdepeñas y no con gasolina y Paco Sancho, juguetón, festivo y jovial, tratando de adelantar a la cabalgadura de su amo, ocasión única que nunca más verían los tiempos. Y digo bien cuando digo cabalgadura porque para el bueno de Sancho eso era ahora su vespino, un pollino trotón y traviesillo. Semejante alucinación no resultaba insólita para su amo, porque así lo veía ahora Sancho, que siempre creía ir montado en Rocinante y cuando se había fumado muchas hierbas, hasta lo veía como un clavileño volador.

De esta guisa continuaron su viaje a parte alguna, en medio del desierto y el silencio y con un sol abrasador. Luis Quixote continuó con su largo discurso sobre las damas y malandrines de estos tiempos y Paco Sancho no cesó de interrumpirle para preguntarse por la famosa ínsula prometida. Aunque este buen labriego –así se consideraba en su delirio- nunca había leído el Quijote, su amo sí había desentrañado hasta la última coma, porque en cuanto que perdió la chaveta y le dio por considerarse un nuevo Don Quijote de la Mancha, se lo había leído de claro en claro y de oscuro en oscuro, días y noches, en cuanto tenía la oportunidad de echarse en un catre a descansar, que no lo hacía sino que ocupaba su mente en repetir, en tono moderno, las mismas fazañas de su distinguido y honrado antecesor, un hidalgo bondadoso que fue llamado en su tiempo Alonso Quijano el bueno y así murió.

No es para ser descritas las alucinaciones que produjeron en estos dos hijosdalgo las miríficas hierbas, baste decir que el tiempo pasó y cuando el sol declinaba y comenzaba soplar un vientecillo molesto aunque refrescante, fueron apareciendo por la carretera extraños monstruos a quienes algunos llaman tractores, que tuvieron que lanzarse a la cuneta y detener su andadura, para evitar lesivos accidentes de aquellos dos locos que farfullaban incoherencias y a quienes los tractoristas pusieron de chupa de dómine.

No sé sabe, al menos no lo sabe este cronista, si fueron los jinetes de estos extraños monstruos los que dieron el aviso al puesto más cercano de la guardia civil o tal vez fuera alguno de los muchos magos enemigos de Luis Quixote, los que aparecieron por allí, algo poco habitual, extraviados por el destino o por las órdenes de algún comandante traviesillo. El caso es que, jinetes verdes, en sus portentosas cabalgaduras llegaron una pareja de guardias civiles, quienes al verlos deambular de semejante guisa les dieron el alto, les pidieron los papeles, que ninguno de los dos logró encontrar, y tras hacerles soplar una y otra vez dedujeron que el flaco iba hasta las meninges de marihuana y que el gordo aún iba peor porque había trasegado el buen vinillo de la tierra. Fueron multados, les quitaron no sé cuántos puntos del permiso por puntos, les precintaron las cabalgaduras y les aconsejaron que no se movieran de allí, durmiendo la mona mientras llegaba la grúa.

Continuará

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO IX


LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO IX

CAPÍTULO III

DE CÓMO PACO SANCHO FUE NOMBRADO DELEGADO DEL GOBIERNO EN LO QUE CREYERON UNA ÍNSULA Y RESULTÓ SER LA FINCA DE UN POTENTADO BROMISTA

Nuestros apacibles personajes siguieron rutas apacibles por carreteras secundarias, donde el tráfico no molesta demasiado ni siquiera en horas punta. La velocidad de sus cabalgaduras era tan lenta que algún conductor apresurado, como casi todos, tocó el claxon con denuedo para incitarles a tomarse la vida con una prisa que estaba muy lejos de sus deseos. Luis Quixote seguramente estaría pensando en su amada, que cada vez estaba más cerca, una vez armado caballero. Paco Sancho, por el contrario, como siempre, reflexionaba sobre cosas prácticas, tales como jugar a la lotería, al cuponazo, a la bonoloto o a cualquier juego de azar que permitiera llenar sus alforjas de algo más que un trozo de hogaza, queso manchego y embutidos que el dueño del castillo, venta o mesón, había tenido la precaución de darle, a escondidas de su “amo” el bueno de Quixote. Su zarrapastrosa cartera apenas ocultaba algo más que unos pocos billetes de euro, con los que no llegarían muy lejos. Le vino a las mientes el episodio de la ínsula Barataria, donde el práctico de Sancho Panza se dejó llevar por su ingenuidad y alcanzó cumbres tan altas como las que solía patear Don Quijote. Una vez armado caballero su Quixote particular se podía esperar casi cualquier cosa de sus calenturientas fantasías, pero no hasta el punto de acabar en una ínsula manchega, agasajado por bromistas potentados, que actualmente lo siguen siendo, incluso más que en tiempos de Cervantes. Tampoco faltan duques palaciegos, princesas y hasta marqueses de pitiminí. Pero no caería la breva de encontrarse con alguno “dellos” en sus fincas de caza, que siguen existiendo por la gran llanura manchega. Lo más que él conocía era un político de postín, conocido de un buen amigo, dueño de una tienda de artesanía situada cerca de una gasolinera, por la conocída autopista A-4. Era uno de los pocos contactos que aún conservaba en su nuevo Smartphone de gama baja, adquirido al llegar de nuevo a España, tras un largo viaje en barco cochambroso, desde territorio USA. En los pasajes se gastaron sus pocos ahorros, y bastante tuvieron con poder pagar también el pasaje de sus viejas motos. Luis Quixote renunció al uso de esos artilugios mágicos que seguramente habían creado sus magos enemigos, para acabar enredándole en una aventura que le llevara al calabozo de algún palacio extraño, lejos de su amada.

Paco Sancho rememoró aquellos malhadados tiempos, unos meses antes de que su amigo tomara la decisión de regresar a la patria. El constante uso y abuso de hierbas y otras sustancias químicas psicoactivas, además de algunas pastillas que decidió probar en una especie de comuna hippie cercana a Baltimore, donde pensaban embarcar para España, si es que encontraban algún barco de carga que les admitiera, aunque fuera como marineros de tierra, acabó con la poca razón que aún le quedaba al bueno de Luis Quixote, quien, tal vez pensando en su tierra manchega, acabó por obsesionarse con lo más emblemático de su patria chica, el libro entre los libros, Don Quijote de la Mancha. Pocas veces le habló antes de aquel libro y aquellos personajes, solo que le habían obligado a leerlo en el bachillerato y le pareció un ladrillo, dijeran lo que dijeran. Encontró, verdadero milagro, una edición española en una tiendecilla donde pararon a preguntar si tenían planos de la zona. Desde entonces no dejaba de leerlo en sus ratos libres, que eran muchos, y bien se podría decir de él que se pasaba las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, como su ahora admirado personaje. No podría decir cuándo su amigo perdió totalmente la razón y el rumbo, porque fue de poco a poco, y sólo cuando, por otro milagro del destino, se encontraron con un compatriota manchego en una taberna, quien, ya bastante ebrio, les abrazó como un náufrago a un madero del naufragio de su barco, y no quiso dejarles ni un segundo hasta que Paco Sancho, porque Luis Quixote estaba en otros mundos, le contó sus andanzas USA y puso de manifiesto su deseo de regresar a la patria chica, aunque fuera en una chalupa. El manchego, hombretón en la cincuentena y patrón de un viejo barco rescatado del desguace, para hacer portes baratos desde donde se le pidiera hasta donde fuera menester, así se tratara de las antípodas, se echó a reír muy regocijado y les dijo que les ofrecía su barco para lo que fuera menester. Tan solo tendrían que pagarle un pasaje barato y trabajar en lo que fueran capaces de hacer, porque los manchegos somos más marineros en tierra que Alberti, que era del Puerto de Santa María. De lo que colijo el bueno de Sancho que aquel compatriota debía ser hombre culto y tal vez hasta hubiera leído el Quijote, lo que venía de perlas, porque tal vez se tomara a risa las desaforadas fantasías de Quixote.

No quiso pensar más Paco Sancho en aquel malhadado viaje ni en las tristes aventuras en USA, por lo que se centró en cosas más prácticas, tales como superar la vieja moto de su amigo, lo que no le fue difícil, porque este iba tan enfrascado en sus pensamientos que cada vez deceleraba más y hasta comenzaba a hacer eses, para hacerle señas de que parara en el camino de tierra que se veía a unos pasos o rodadas. Ya llevaban un buen trecho de camino, desde que salieran de la venta, y la última comida la tenía en los pies. Necesitaba trasegar algo y hablar con Luis Quixote acerca de sus planes, si es que tenía alguno.

Aposentóse con su caballería en el desvío e hizo señas al bueno de Quixote que no le vio y a punto estuvo de llevarle por delante si no fuera porque quiso el mago Chilindrón, archienemigo suyo y patrono de todos los desaforados malandrines que se mueven por las carreteras y caminos del reino, que justo unos metros por delante de Paco Sancho quedaran restos de aceite vertido por los mozos del siguiente pueblo, para que en las fiestas patronales todos los visitantes forasteros resbalaran de sus cabalgaduras y se dieran un buen porrazo. Suerte tuvo Luis Quixote, tal vez protegido por algún mago bueno y protector, si es que aún le quedaban, de que el tiempo, que todo lo cambia, echara polvo y tierra sobre la mancha y así el resbalón fue poca cosa, no obstante suficiente para descabalgarle y hacerle rodar por el duro y agrietado asfalto, hasta quedar, él y su cabalgadura, a los pies de Paco Sancho, quien se llevó las manos a su cutre casco de motorista y quitándoselo de un manotazo se mesaba los cabellos como si hubiera perdido su equipo favorito, si es que lo tuviera o tuviese.

Cuando, una vez auscultado con toda desfachatez, comprobó que su amigo del alma no había sufrido ningún desperfecto serio y que su cabalgadura, una vez apagada y sus ruedas quietas, podía ser retirada hasta el inicio del camino de tierra, decidió que nada impedía arrastrar como pudiera, colgado de su hombro, al bueno de Quixote, hasta la sombra que daba una pequeña edificación de ladrillo y hojalata, porque otra sombra no había por allí, y embaular algo en el vacío y quejoso baúl de sus tripas.

En cuanto llegaron, ayudó a su amigo a aposentar sus posaderas en el suelo terroso y a apoyar su espalda en la pared y él se dedicó a desembalar los alimentos que su buen amigo les había colocado en el zurrón que Sancho comprara con anterioridad en la tienda de otro buen amigo, dedicado al queso manchego y a los productos de artesanía típicos de la tierra y de otras tierras, que a todo se acomoda el turista moderno, personaje que no tiene relevancia en esta historia pero sí importancia, dado que sin su intervención no se hubiera producido el episodio que estamos narrando.

Mientras Paco Sancho lo preparaba todo sobre una servilleta mugrienta que siempre llevaba en el zurrón y que nunca lavaba aduciendo que para ensuciarse al rato no merecía la pena esforzarse mucho, su amigo, dolorido y quejicoso, había sacado del gran bolso interior de su chupa de cuero su pipa y las finas hierbas que él consideraba tan mágicas y milagrosas como el bálsamo de Fierabrás, o incluso mejores, y con la maestría que da el uso continuado y habitual, se preparó una cachimba que prendió enseguida y se puso a aspirar con gran delectación. Pronto dejó de quejarse de sus dolencias, e incluso de recordar lo sucedido y pensando en su señora Dulcinea, moza fermosa del Toboso, se quedó traspuesto, con tan mala pata que parte de las finas hierbas de su bolsita especial, que había quedado sin cerrar, fue a parar a los alimentos que estaban sobre el sucio mantel, algo que Paco Sancho no pudo ver porque andaba muy ocupado en trasegar vinillo de la tierra de su bota de cuero, tal vez comprada también en la tienda de su amigo, fuera ésta artesanía propia de La Mancha o no, que eso lo desconoce el narrador, que bastante tiene con contar esta historia como para andar buscando en Google todos los detalles necesarios. Y fue este nimio detalle en apariencia el que usara con muy mala baba el mago Chilindrón para que todo se precipitara, porque Paco Sancho, siempre tan comedido y prudente y pegado a la tierra agarró un colocón tremebundo que no se le pasaría en varios días y que le llevó a cometer todo tipo de insensateces y a creerse todas las bromas que le gastarían unos desalmados potentados sin entrañas. Pero de eso hablaremos más adelante.

Lo que nos ocupa ahora y debe ser narrado antes y lo otro después como debería hacer todo narrador que se precie y no como los modernos que todo lo trastocan, ponen primero lo último y luego lo primero, una técnica que llaman flashback, o narran en paralelo diferentes historias, con lo que la narración se convierte en encaje de bolillos y el lector no solo se pierde, sino que como le gustan más unas historias que otras, pierde los ojos con unas y le cuesta leer las otras, como si le hubieran puesto encima una cabalgadura y tuviera que caminar a la fuerza. Este narrador Cide Hamete Berenjeni, es de los clásicos y por tanto narra primero lo primero, segundo lo segundo y lo último en último lugar y no se mete en encajes de bolillos que no sabe hacer ni nadie le enseñó. Por eso no narraré en paralelo lo que estaba ocurriendo en una finca no muy lejana, propiedad de un potentado sin escrúpulos que preparaba una gran fiesta para amigos y amigotes. Este potentado con patente de corso era un duque o conde o marqués, que todavía siguen existiendo en estos tiempos tan modernos. Pero no diré ni un ápice más, porque no viene a cuento y a nadie interesa.

Es por lo que se tercia contar lo que está ocurriendo ahora y no lo que sucederá en el futuro, si es que sucede. Paco Sancho, que trasegaba como una lima siempre sin que tuviera necesidad de ser animado, ahora no lograba rellenar su baúl, por mucho que embaulara, y ello era debido al apetito voraz que suele generar esta clase de finas hierbas, efecto que muchos conocen, casi todos, No obstante como todo lo que comienza tiene que terminar, casi liquida todas las provisiones del zurrón, y si no lo hizo fue porque su estómago-baúl no daba para más, no por un sentimiento cristiano de dejar algo para su amigo, que ocupado en sus delirios no necesitaba llenar su panza, sino el infinito cántaro vacío de su mente, donde cabía todo lo que fuera líquido o más bien volátil.

Otro de los efectos, que no son los mismos en todos los consumidores, ni con la misma intensidad, y lo sé no porque yo haya probado esas hierbas diabólicas, sino porque me lo han contado, y ustedes se lo pueden creer o no, según prefieran, decía que otro de los efectos es la hiperactividad que genera, o más bien todo lo contrario, quedarse tumbado y sin moverse, en Babia, como le estaba sucediendo a Luis Quixote. En este caso tenemos dos “exiemplos” opuestos y contradictorios. El flaco, que debería estar hiperactivo, se había recostado aún más hasta llegar a tumbarse, y el gordo, que debería estar tumbado, sesteando y roncando, no paraba de moverse, guardando lo poco que quedaba en el zurrón, de cualquier manera, recogiéndolo todo, hasta un melón que había por allí, puesto que aquella finca era un melonar, aunque no lo hayamos dicho hasta ahora, y el melón estaba en plena madurez y a punto de ser recogido, por lo que el lector avispado deducirá que estamos en verano y en plena Mancha, lo que explica muchas cosas. La Mancha es buena tierra para melones, uvas y otras frutas de la tierra. El delgado Luis Quixote hubiera puesto el grito en el cielo de haber sabido de la mangancia de su amigo gordito, no en vano era un caballero, lo que es lo mismo que decir que era honrado, respetuoso de la ley y aunque defensor del pobre y menesteroso también lo era del honrado empresario que cultiva sus melones, regándolos con el sudor de su frente y tiene derecho a cada uno de sus melones, si bien no estaría mal dedicar un diezmo para los desheredados de la fortuna y los hidalgos pobres, pero eso es algo que debe brotar de su naturaleza bondadosa, no del latrocinio más o menos justificado. Como no vio nada, nada dijo. Y aquí viene a cuento traer a las mientes uno de los refranes quijotescos más conocidos: Ojos que no ven, corazón que no siente.

Sancho logró a duras penas poner en pie a Quixote, pero no hubiera logrado hacerle caminar un paso de no haber sido por una idea genial que llegó a su gran cabeza, ahora más liviana y lúcida debido al buen efecto de las hierbas, que no solo causan consecuencias nefastas, sino que también producen resultados positivos, como todo en la vida, todo tiene una doble cara, la cara y la cruz. Se le ocurrió decirle que el sabio Cocoliso había traído en volandas a su amada Dulcinea para levantar el ánimo de su caballero, algo que les ocurre a todos en algún momento de su vida. Apenas Quixote hubo oído y comprendido lo que le estaba diciendo su amigo cuando reaccionando con brusquedad comenzó a caminar a largos y apresurados pasos, tanto que a Sancho le resultó trabajoso seguirle, con su mochila al hombro y la barriga pesada y turbulenta. El ajetreo de su barriga causó movimiento de gases y las flatulencias salieron disparadas por el primer agujero que encontraron. Se podría decir, en metáfora moderna, que encendió el turbo, lo que aceleró su caminar. Sin duda que su amigo habría sacado a relucir la famosa frase quijotesca de que “aquí huele, y no a ambar, amigo Sancho” si sus sentidos hubieran estado centrados en otra cosa que no fuera la fermosura de su amada. Tanto apresuramiento tuvo mal resultado, porque Quixote tropezó en un pedrusco y se vino abajo, allí quedó, en el suelo, maltrecho y sangrando por la nariz. Para que luego digan de los efectos negativos de las hierbas, la mente pausada, casi letárgica de Sancho, se aceleró como impulsada por el turbo, y sin pensarlo mucho le dijo:

-Amigo Quixote, no se rinda, que su amada Dulcinea le espera con sus mejores galas, anunciando sus encantos con un escote profundo y generoso.

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO VIII


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-No, no creo que te molesten más Luisillo, que por los ronquidos que llegan hasta aquí se deduce que toda la casa duerme y hasta medio mundo hace lo mismo, que las noches son para soñar y el día para estar bien despierto en las actividades propias del ajetreo de estos tiempos.

-Bien dices fermosa doncella que tiempo hoy para todo hasta para perder la razón que quien no la pierda alguna vez bien puede  pasarse el resto de su vida creyendo razonar, cuando ha ya largo tiempo que le han hurtado toda razón.

La fermosa doncella antes de ayudar a Quixote a regresar a su puesto de guardian de la honradez y la doncellez sacó hasta el cobertizo una tumbona que tenían en el trastero, un poco deteriorada pero aún servible. Una vez le hubo ayudado a sentarse se despidió porque el dormir es el único enemigo a quien nadie resiste y el único amante que siempre alcanza su objetivo amoroso.

Por la mañana Paco Sancho aprovechó la imperiosa necesidad que sentía de descargar su vejiga para echar un vistazo a su amigo a quien encontró a la sombra del cobertizo dormido como un niño sobre la destartalada hamaca. Se le quedó contemplando unos instantes como quien observa conmovido el sueño de un ángel y luego, acuciado por el hambre y por la necesidad de seguir ruta buscó a su amigo Manitas y logró convencerlo de que antes de desayunarse oficiara una breve ceremonia que diera término a la locura de su amigo, locura que no podía durar mucho porque ninguna droga entumece el cerebro para siempre.

 

Su amigo salió con un banderín del equipo del que toda la familia, incluida la fermosa doncella, era forofo, y al son de su cutre himno, que sonaba en el viejo cassette de la cocina, procedió a armarle caballero. De esta  manera y teniendo a Luis Quixote de rodillas y a Paco Sancho de acólito inició la ceremonia bautizándole mediante el derramamiento de media botella de agua sobre su cabeza al tiempo que con el banderín le golpeaba en los hombros. En el nombre del padre del hijo y de los Quijotes de Chicago. Paco Sancho se derramó el resto de la botella sobre su cabeza empapando la camisa –el calor comenzaba a hacerse notar- y se dispuso a iniciar la nueva jornada. Pero mejor que el agua le sentó el vinillo del desayuno que ayudó a pasar media docena de huevos fritos, dos lonchas de jamón y unas cuantas salchichas que se metió entre pecho y espalda sin que ni el primero ni la segunda se inmutaran en lo más mínimo.

Quixote apenas probó un vaso de leche con cacao y una galleta y eso porque la fermoso doncella insistió hasta la extenuación. Mientras lo hacía no cesaba de intentar convencer a Paco Sancho de la necesidad de internar a su amigo.

-Puedes utilizar la excusa de la anorexia, come como un pajarito.

-Imposible, con el cuelgue que tiene hasta el enano del orinal sabría lo que le sucede a Luisillo.

-¿Y un centro de cura para drogadictos?.

-Encerrarle sería asesinarle. Tu misma has dicho que es como un pajarillo. No saben cuánta razón tienes.

Terminada la colación caballero y escudero arrancan sus motos y se ponen a cabalgar por la llanura manchega a la busca y captura de gloriosos fechos que pongan sus nombres en las portadas de periódicos y revistas aunque estas sean llamadas del corazón no se sabe muy bien si por carecer de este órgano en sus pechos o por utilizar corazones ajenos en nuevo elixir moderno de la eterna felicidad y juventud.

Y así termina este primer episodio de la famosa historia contada por el historiador Paco Montefiel que largo tiempo acapara portadas en el universo mediático donde todo puede suceder hasta que las mentiras se transformen en verdades y  las verdades en mentiras.

Pero no se pierdan ustedes el siguiente capítulo de Luis Quixote y Paco Sancho el gran éxito mediático de los últimos tiempos en el famoso episodio donde por fin Luis Quixote puede hacer delegado del gobierno a su amigo paco Sancho de una ínsula rica y muy jugosa: una exclusiva muy alta por contar sus memorias. No se pierdan cómo Paco Sancho nos narra sus memorias en los siguientes episodios de la historia más famosa jamás contada.

cabalgamos

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO VII


Así continuó hasta que un acontecimiento imprevisto le sacó de sus disquisiciones amorosas. Por la carretera de servicio llegaba un coche, venía muy despacito y con las luces apagadas. Quixote no podía verlo muy bien porque las luces del mesón ya se habían extinguido un buen rato antes y las farolas de la carretera general estaban suficientemente lejos para que todo el terreno entre el mesón y el asfalto permaneciera en una penumbra opaca. La luna no aparecía por ninguna parte y las escasas estrellas apenas eran perceptibles, difuminadas por el alumbrado de la carretera y de la ciudad. A Quixote, completamente metido en su papel de caballero andante le pareció que no podía ser otra cosa que la sombra del mágico vehículo en que se acercaba un mago poderoso y maligno que en su imaginación asoció con Freddy, el uñas largas. Tanto su amigo como él eran adictos a las películas de terror.

Convencido de que la fermosa doncella estaba siendo atacada por gente canalla y ruin se dispuso a defender a la desvalida doncella con la fuerza de su mano y el poder de su lanza que dirigió hacia el extraño objeto en medio de las sombras en que se estaba perpetrando semejante desaguisado y a un trotecillo suave porque su estado físico no le permitía más intensidad atacante se dirigió lanza en ristra contra el canalla que asediaba a la fermosa doncella.
Un fuerte golpe en la luneta trasera, que rajó en forma circular todo el cristal, sobresalto a la pareja que estaba intentando darse parte de su amor a través de sus cuerpos. El se subió los pantalones rápidamente y salió del coche encolerizado pretendiendo dar la medicina correctiva adecuada al infractor de la mínima etiqueta de urbanidad respecto a la intimidad de los amantes. Como no viera nada dio las luces del coche que no había encendido antes temiendo el agresor pudiera ver al desnudo los encantos de su amada.

Ahora sí pudo ver a un extraño esperpento que vestido como de carnaval retrocedía con un palo en ristre pretendiendo sin duda volver a dañar el coche. Era más alto pero su extremada delgadez y la extraña forma de moverse como si estuviera borracho o drogado le hicieron pensar que sería presa fácil.

Se lanzó contra él y arrebatándole el listón que le servía de lanza comenzó a darle tales palos que a otro de constitución mucho más fornida que Quixote le hubiera tundido. A los gritos del caballero acudieron rápidamente que las damas que habían permanecido en la cocina charlando y mirando de vez en cuando por la ventana para ver cómo seguía el caballero que velaba armas. La fermosa doncella se apresuraba en cubrir sus desnudeces pero Quixote aún pudo ver uno de sus pezones erguidos como pececitos que buscaran en el aire nocturno su alimento oxigenado antes de que los puños del fogoso amante cayeran sobre él.

Al ver a la luz de los faros del coche la desigual pelea se apresuraron en salir a socorrer al desgraciado caballero a tiempo de ver cómo el coche-lecho salía de estampida con el amante fogoso al volante el pecho desnudo y los ojos fijos en el asfalto.

Llegaron madre e hija a tiempo de impedir que Quixote en un colérico intento de vengar su ignominia cayese de bruces puesto que se había puesto en pie y se tambaleaba más que un árbol bajo la tormenta.

Entre las dos se las vieron y desearon para llevar al caballero hasta la cocina ya que si su figura magra no suponía gran quebranto para sus fuerzas sí lo era su alta estatura y sus constantes bamboleos. Ninguna de ambas damas deseaba llamar a padre y marido respectivamente ya que solía levantarse de mal humo y no era cuestión ahora de tentar aún más al destino que ya daba amplias muestras de mostrarse poco propicio.

Entreambas le tumbaron en la amplia mesa de cocina donde quedó como momia egipcia sin vendas en un amplio ataúd. La amada de sus sueños que seguramente le estaría cuidando al otro lado de los párpados cerrados por el desmayo el ajetreo del viaje aguzó hasta el límite el dolor de todas sus heridas y ahora también lo hizo a este lado de sus párpados limpiando sangre de nariz y cejas, los puntos más castigados de su anatomía sin desmerecer boca y cejas. Los golpes iban todos a la cabeza con mala saña y aunque alguna se desvió al estómago del caballero lo cierto es que solo la impericia y poca fortaleza del amante frustrado impidieron que la desgracia de Quixote fuera aún mayor.

Limpio de sangre y con un par de aspirinas en el cuerpo Quixote dijo sentirse mejor e intentó ponerse en pie para continuar su velorio de armas pero hubiera caído de la mesa de no haber sido sujetado por las damas que con amenazas lograron la promesa de no moverse de allí al menos en una hora, luego podría sentarse en una hamaca en el exterior ya que nada le impedía a un caballero velar armas en esa postura. Quixote, que solo conocía la obra cervantina a través de la lectura de algunos pocos párrafos de un libro muy resumido que compró de joven por curiosidad compulsiva así como de la visión de películas y series de televisión y dibujos animados, no podía saber de semejantes detalles.

La indefensión del pobre hombre animó a Modesta a conocer un poco más a fondo la causa de su locura e intentar mediante preguntas hacerle comprender la locura que estaba viviendo y la necesidad de ser ingresado en un hospital con el fin de poder ser atendido debidamente durante una temporada. La curiosa conversación siguió a la escasa luz de un flexo que la madre encendió al tiempo que apagaba la luz principal al irse a la cama ya que según ella no estaba el horno para esa clase de bollos.

-¿Se llama usted Luis, ¿no es así?

-Fermosa dama, los caballeros andantes no tenemos nombres sino aquellos que nuestras fazañas nos den, no como los hombres corrientes a quienes se los arrojan a la cabeza al buen tun-tun y luego pujan por ellos como les sucede a los bueyes a quienes bautiza el amo a su libre albedrío y sino obedecen les hunde la quijada en los lomos hasta que lo hacen. Es admirable la sabiduría de los indios americanos que se ponen nombres con las cualidades o defectos más sobresalientes del bautizado que lo es cuando ha hecho méritos tanto para lo uno como para lo otro…

-¿Pero usted cree Luis que existían indios en tiempos de su admirado D. Quijote?

-Siempre han existido indios, fermosa doncella, naturalezas indómitas y salvajes dispuestas a oponerse al aborregamiento general del hombre civilizado que pasta basura en horrendas urbes con igual fruición que los alegres bóvidos lo hacen, vigilados por solícitos pastores, en los campos…

-Vamos, vamos, Luis, ¿pero no comprendes que estos disparates no conducen a ninguna parte?. Ni yo soy fermosa doncella como dices sino una solterona amargada a quien un accidente en la cocina convirtió en un monstruo de feria, ni tú eres un caballero andante aunque tu apellido tenga cierto parecido con el de aquel flaco desgraciado, ni te espera otra cosa que un mundo cruel donde se reirán de tus sandeces mientras intentan aprovecharse de ti como sea, aunque tan solo puedan aprovechar de tu magra figura los huesos para hacer sopas de sobre. Ni…

-Bien fablas, fermosa doncella, pero no siempre el buen fablar indica un buen entendimiento, que muchos hay que dicen versos floridos delante de muladares y aún creen que los dioses les engañan…

-Como los políticos.

-No sé quienes son esos caballeros, fermosa doncella, que bien me gustaría enfrentarme a ellos en caballeresca batalla para saber quién el más valiente caballero de estos tiempos, pero si me ayudas un poco seré capaz de volver a la vela de mis armas sin miedo a que el resto de la noche sea inquietado por esos demonios que dan puñadas a diestra y siniestra sin que pueda verse el rostro demoniaco de quien así ofende.

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO VI


-Mamma mía, este hombre está como un cencerro. No os perdonaré nunca esta bromita pesada.

Hizo ademán de marcharse con viento fresco pero Quixote volvió a prenderse de sus piernas. Su madre, cuidando de no tropezar con el arrodillado caballero la abrazó como a una niña desvalida.

-Hija, no te lo tomes así. Ya conoces a tu padre. Quería que conocieras al mejor amigo que tuvo nunca, Paco Sancho. Ni él ni yo imaginábamos que estuviera tan mal. Quédate, prepararé un poco de café.

Mientras lo hacía, Manitas meditaba sobre la conducta a seguir. Sancho contemplaba la escena con la boca abierta, nunca había visto tan colgado a su amigo y eso que hubo veces de tener que buscarle por las alturas donde se cuelgan los murciélagos. Así pensaba el amigo de Paco Sancho mientras meditaba lo que iba a hacer con aquel loco. Por un momento estuvo a punto de echarlo sin más con una buena patada en el trasero, pero se lo pensó mejor y se dijo que no era cuestión de desperdiciar un divertimento mejor que las parodias de Tip y Coll o de Martes y Trece o Cruz y Raya por poner ejemplos de pares de humoristas célebres pero ninguno a la altura de aquellos dos payasos.

Una vez pensada la conducta a seguir se adelantó y cogiendo a Quixote de los hombros le obligó a levantarse mientras con buenas palabras distraía la atención de aquella fermosa doncella que era su hija.

-Caballero, ha llegado la hora de velar armas y al amanecer…

-¿Porqué me llama caballero si aún no he sido investido como tal?

-Perdóname, amigo, tiene usted toda la razón. Ahora acompáñame que le enseñaré el lugar donde debe velar las armas.

A estas palabras Quixote se desprendió de las piernas de la doncella y siguió como perro apaleado a su dueño. Paco Sancho reaccionó también y siguió a ambos dando grandes suspiros de alivio. La doncella al verse libre de su acoso tomó asiento en una de las sillas y solicitó de su madre el café prometido.

-Puede que tengas razón, madre. No es para tanto e incluso puede que sea divertido.

Mientras tomaba el café a grandes sorbos imaginó alguna broma pesada que gastarle a aquel pirado durante el resto de la larga noche que les aguardaba.

El amigo de Paco Sancho condujo a éste y a su chalado amigo Quixote a un cobertizo cercano donde guardaba las cajas vacías de refrescos cervezas y botellas de vino y allí le hizo permanecer de pie aguardando hasta que trajera las armas a velar ya que el caballero cayó en ese momento en la cuenta de que no tenía lanza ni espada, ni escudo ni ningún aditamento propio de los caballeros andantes.

Paco Sancho en el interín intentó convencer a su amigo de que se dejara de zarandajas y viniera a dormir con él en la habitación de huéspedes que les dejaba su amigo.

-Amigo Sancho, ¡qué poco entiendes de fechos de armas y de fazañas emprendidas con corazón valeroso para conseguir trofeos que poner a los pies de la dama de tus sueños!, ¡qué poco de ceñirse los laureles de la fama y de pasar a la posteridad como caballero ejemplar, desfacedor de entuertos y socorridor de viudas…

-Vamos Luisillo, vamos coleguilla, despierta de una vez de este cuelgue. Ya sé que la hierba te ha debido coger con mal cuerpo y debe ser una mezcla demoniaca para trastornar así los cocos, pero haciendo un esfuerzo seguro que puedes regresar a la realidad. Vamos, viejo amigo.

-No insistas, amigo Sancho, nunca entenderías ni aunque vivieras mil años que los sueños pueden hacer dioses a los hombres.

A pesar de insistir denonadamente, Sancho no pudo convencer a su amigo de que le acompañan a dormir luego de dar un paseo para ver las estrellas y despejar la cabeza. Al regresar Manitas éste entregó a Luis una lanza de madera hecha con uno de los listones de la pancarta que utilizaban los hinchas del equipo local para animar a sus pupilos en los partidos. En uno de los extremos llevaba aún pegado un banderín con la insignia y los colores del equipo que uno de sus hijos pegó un día y que no había podido quitar seguramente por haber utilizado su retoño uno de esos raros pegamentos modernos capaces hasta de pegar una piedra con otra. Así mismo le entregó una especie de espada de madera hecha con dos trozos del otro listón de la pancarta, clavados someramente con un par de puntas, estaba enfundado en una cartuchera de plástico que su hijo menos había utilizado de niño en un carnaval en que se había disfrazado de Zorro, el famoso héroe de los comics. La cartuchera estaba sujeta a uno de sus cinturones que el mismo se cuidó muy mucho de poner con fingido respeto a la cintura de Quixote mientras farfullaba unos ensalmos que de haber oído Paco Sancho se le hubieran puesto de punta los pocos pelos que aún quedaban en su calva, porque lo que salía de la boca de su amigo no era otra cosa que el cutre himno del equipo local compuesto por varios mozos en una borrachera cogida para celebrar el triunfo en la liga regional y su ascenso a segunda división B donde militaba en esos momentos. Le enfundó la negra máscara de plástico como celada –le quedaba perfecta ya que la cabeza de Quixote era más bien pepinuda que sandiuda- y la puso en la mano izquierda un diminuto escudo vikingo de plástico y con ella dio por finalizada la ceremonia. Se despidió no sin antes ofrecerle el lecho ya prometido a Sancho y cuanto necesitara de la cocina, tanto en comida como en bebida Quixote rechazó el múltiple ofrecimiento con dignidad de caballero, no así Sancho que pidió permiso para pasar de refilón por la cocina antes de acercarse a ver cómo seguía su amigo. En su fuero interno pensaba que con la cena pantagruélica que se había metido entre pecho y espalda lo más seguro era que roncara toda la noche. Pero nunca estaba mal prever posibles incidencias y agenciarse un buen condumio por si las moscas.

Antes de retirarse puso la mano en el hombre de su amigo prometiéndole que pasaría a verle al menos un par de veces durante la noche.

-No es necesario amigo Sancho, los caballeros andantes deben estar dispuestos a todo y la soledad no es el menor de los peligros, aún así es preciso que los afronte todos y de todos salga indemne, sino de cuerpo, sí al menos de alma.

Dijo Quixote y se arrodilló delante de su amigo pidiéndole una oración por el buen fin de sus desvelos. A Sancho se le escurrió una lagrimita, farfulló cuatro incoherencias y le dejó llevándose una mano al lacrimal para limpiarse la segunda lágrima que se le escapaba.

Allí quedó Quixote mirando al hermoso cielo estrellado y pensando en la fermosa doncella que sin duda da a convertirse en la dama de sus sueños a pesar de que todavía no había dado su aquiescencia. Al cabo de un rato ya entumecido decidió pasear para estirar las piernas que se le habían quedado dormidas y ya no sentía. La figura esperpéntica que hacía con la lanza en ristre, la espada al cinto, el diminuto escudo a la altura del corazón y la negra máscara sobre sus ojos era digna de su ancestro literario en el que no debía dejar de pensar oyéndole invocar a su dama que desde la cocina atisbaba a través de una rendija en la persiana riéndose entre dientes.

-Dama de mis sueños, fermosa Modesta, estoy seguro de que oís al fluir de mis amorosos pensamientos por ello os suplico que me asistas en este trance que ningún caballero andante de tiempos pretéritos llegó a sufrir nunca con esta intensidad, sino es el maestro Jesús que llegó a sudar lágrimas de sangre de soledad. Aún no llega este aprendiz de caballero a estos extremos pero ciertamente llegará si tú, dulce pensamiento no me sostiene en este amargo trance. Todos mis hermanos humanos me han abandonado dejándome en esta soledad que para el corazón humano es más doloroso que todos los tormentos del infierno de Dante o cualquier otro infierno que imagine cabeza humana.
Dama de mis sueños velad mi angustia que os prefiero a legiones de ángeles puesto que vuestro amoroso corazón me confortara más que lo haría el Santo Grial, si ese bendito….

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO II


Monumento en Alcázar de San Juan

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO/ CONTINUACIÓN

* * *

Despertó sudoroso. En su reloj de procedencia asiática se marcaba el mediodía. El sol atravesaba los sucios cristales de la ventana sin obstáculo alguno, se había olvidado de bajar la persiana, y acariciaba el lecho con toda la intensidad de su fuego natural.

Se revolvió con cierta dificultad acorde con su físico adiposo y al volverse pudo ver a su amado coleguilla que aún continuaba con la mirada clavada en el techo. Su respiración era tan tenue que por un momento le creyó cadáver y hasta puso su enorme manaza sobre la boca de su colgado amigo intentando notar su aliento, para alejar los funestos y trágicos presagios que intentaban alcanzar su embotada mente.

En el cuarto de baño dejó la cabeza debajo del grifo para despejarse, era a lo más que la mugre y él llegaban en un pacto de no agresión. Cuando regresó junto al lecho su colega Luis Quixote continuaba sin moverse con la vista clavada en el techo. Esta vez le ha dado fuerte, pensó con preocupación, y se puso a buscar la bolsita de plástico con las hierbas que según él tanto daño habían hecho en la mente de su amigo, olvidando que su cerebro llevaba ya algunos años sufriendo la agresión de las más diversas y dañinas sustancias que el ingenio del ser humano había inventado desde que empezara a darle vueltas a la chola, incluido tal vez la droga más antigua, el alcohol –inventada por Noé en un momento de exaltación mística-. La encontró arrebujada en el fondo de la bolsa de viaje y con inútil precaución porque su colega no se movió, abrió la puerta de la habitación y buscando un lugar apartado en el erial donde está situado el hostal pegó fuego de las hierbas con su mechero hasta que de ellas no quedaron mas que cenizas que fueron desperdigadas al viento a patadas por un Sancho rabioso como pocas veces lo había estado en su vida.

Regresó a la habitación con la esperanza de que su amigo se hubiera recuperado pero allí seguía tumbado boca arriba, la cara pálida debajo de su barba desgreñada, los ojos muy abiertos enmarcados por su sucia melena, el flequillo pegado a la frente sudorosa y una expresión tal de arrobamiento que Paco Sancho se llevó las manos a los cuatro pelos que aún permanecían pegados milagrosamente en su calva cabeza y se los mesó con desesperación. Si en lugar de tanta porquería como se ha metido al cuerpo se hubiera dedicado como en mi caso a comer bien, acompañando el condumio con buen vino no se vería ahora en esta triste situación.

*Monumento a Don Quijote en Campo de Criptana, lugar de nacimiento de Sara Montiel y donde el autor imparte su cursillo de yoga mental.

Paco Sancho reflexionó sobre la conducta a seguir, no procedía llamar a un médico, se limitaría a mover la cabeza hacia uno y otro lado expresando la preocupación de semejante cuelgue e incluso podría denunciarles a la policía. Los drogotas son como perros en esta sociedad, todos huyen de la rabia que pueden contagiar y se procura que mueran lejos de los lugares habitados. Dejarle allí en tal estado era arriesgarse a que se quedara como un pajarito. Si al menos comiera algo, quedarían esperanzas de que pudiera recuperarse. Buscó debajo de la cama la bolsa de papel con las hamburguesas y las patatas e intentó introducir un bocado en ella, bocado que precariamente partió con sus gruesos dedos. Su colega estaba en un mundo mejor donde no requería de alimentos para el cuerpo, Paco Sancho no se lo pensó dos veces, a esas horas de la mañana otros días ya había desayunado un refrigerio propio de un regimiento hambriento. Se embuchó entre pecho y espalda la hamburguesa y las patatas grasientas y ligeramente pasadas, ayudó una cerveza ya caliente pero que sirvió para provocar unos cuantos eructos que le dejaran el cuerpo dispuesto a enfrentarse al nuevo día con posibilidades de no morir en el intento.

Puso varias cervezas a refrescar en el lavabo y llenando de agua un cubo de plástico, seguramente olvidado por la limpiadora, se le arrojó a su amigo a la cabeza sin ninguna consideración, volviendo rápidamente al servicio para rellenar el cubo. Al regresar Paco Sancho notó que su amigo parpadeaba, lo que consideró buena señal. Le arrojó el segundo cubo y la única reacción de su colega fue dar un fuerte estornudo tal vez porque algunas gotas de agua habían entrado por mal conducto. Paco Sancho aprovechó la ocasión para zarandear al bello durmiente que comenzaba a despertar y como no acabase de hacerlo le dio dos bofetadas que lanzaron su cabeza hacia uno y otro lado y a punto estuvieron de doblar su cuello largo y delgado de cisne onírico. Quixote abrió los ojos un momento, los cerró de nuevo, parpadeó y dejó que la mirada quedara clavada en cualquier parte, solo entonces fue capaz de articular una pregunta.

-Vamos, vamos, Luisillo, colega de mis entrañas. Despierta de este mal viaje y sigamos nuestra camino en busca de maravillosas ínsulas.

-Dices bien, amigo Sancho, pero antes deberemos hacernos nombrar caballeros.

*Molinos de viento en Campo de Criptana.

Luis Quixote había salido de su trance aunque seguía con aquella obsesión quijotesca que Paco Sancho ya conocía de otras veces, la coincidencia de su apellido con el del buen hidalgo cervantino le tenía obsesionado. No se explicaba esta obsesión su amigo ya que a pesar de la coincidencia en el apellido con el hidalgo ficticio y de su parecido físico y hasta en la tendencia a la ensoñación desaforada tan solo los devastadores efectos de la droga podrían haberle inducido a transformarse en un fan histérico de semejante majara.

-Me alegro de que por fin me reconozcas colega, por un momento creí que tu mirada había traspasado ya las puertas del más allá.

-¿Qué hora es, amigo Sancho?

-Dios sea loado, colega, creí que no ibas a regresar nunca de este mal viaje.

-De qué viaje hablas, amigo Sancho, es preciso que nos pongamos en camino. Si conoces alguna logia masónica, o algún amigo que adore a Satanas o incluso una asociación deportiva –sus bautismos son indelebles- es preciso que los encontremos cuanto antes para que puedan armarme caballero de estos tiempos modernos que más que espada y armadura necesitan de una lengua afilada para enfrentar a los enemigos de baja ralea que todo caballero terminar por hallar antes o después en el camino que le marca su acendrado corazón de desfacedor de entuertos.

* * *

Sancho ayudó a Luis Quixote a subir a su vieja y destartalada moto que en otros tiempos fue una montura de primera línea pero que el tiempo y la desidia de su amo habían convertido en una cabalgadura que nadie en su sano juicio habría considerado como apta para otra cosa que para el desguace. A su vez él puso en marcha una pequeña moto de segunda mano que aún tiraba con ganas gracias a los retoques dados al motor por un colega.

Sin mirar atrás cogieron la carretera general que llevaba al Sur, lo que dado el tiempo otoñal que ya se mostraba en los fuertes vientos y un suave relente mañanero ayudaría a evitar el crudo invierno que ya asomaba por el horizonte. Paco Sancho se puso a la altura de su colega que parecía un zombi sobre una moto, incapaz de alcanzar una velocidad decente, siguiendo el arcén como un asno con orejeras ojearía un camino de tierra en la llanura después de trasegar un buen hato de alfalfa. Sancho de vez en cuando le preguntaba cualquier cosa temeroso de que volviera a quedarse traspuesto y se cayera mientras intentaba recordar viejos tiempos juveniles en los que toda su preocupación era dar de comer al ganado y otear el cielo para ver si alguna nube traería a tiempo el agua que los agricultores anhelan más que el vino la mayor parte del año. Así avanzaron lentamente por una carretera que lo mismo hubiera podido llevarles al infierno dada la prisa que mostraban en llegar. El tráfico motorizado les adelantaba con tanta prisa que Luis Quixote y Sancho parecían gente de otra época, caídos en aquel lugar a través de un agujero dimensional; lo que no era tan descabellado dado el nulo caso que les hacían los que pasaban a su lado. Sancho lo habría considerado perfectamente posible si su roma fantasía le llevara alguna vez por otros caminos que no fueran los de la trillada realidad.

Continuará.

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO V



-¿Qué, mucho tiempo por esos mundos de Dios?. Hortensio me contó que te fuiste con unos motoristas que pasaron por el pueblo y que te comieron el coco con no sé qué aventuras, incluso la de ir a America?.

-Sí fue mi buen amigo Luis Quixote, en aquel tiempo jefe de la pandilla de los “Diablos de la Mancha” quien me convenció de que les siguiera. Por aquel entones se hacía llamar “El Diablo de la Mancha” y era el jefe de la pandilla de motoristas. Tenían previsto viajar por el extranjero para evitar los controles policiales. Franco no comprendía que hubiera locos que quisieran imitar a Marlon Brando en aquella película… No recuerdo como se titulaba, tengo mala memoria. Me convenció para que les acompañara. Yo entonces tenía una vespino. El me ayudó a comprar una Derby. Viajamos por Europa y luego decidieron ir a Norteamérica. Les acompañé muy a mi pesar. Mi colega siempre me acaba convenciendo de lo que él quiere.

Sancho interrumpió la narración para hacer los honores del plato que la mujer puso en la mesa con un porrón de vinillo de la tierra. Luis Quixote permanecía sentado contemplando la pared de enfrente como si en ella se dasarrollara una maravillosa escena de la que no quisiera perderse ni un solo detalle.

-¿Le pasa algo a tu amigo?. Parece alelado. No come nada.

-Ha fumado unas hierbas que no le han sentado muy bien.

-¿Hierbas?

-Es drogadicto. Fuma marihuana y otras hierbas. No suele estar tan mal pero un colega le ha debido vender mala mercancía.

-¡Jesús! ¿Porqué no le llevas a un hospital?

-Lo encerrarían y no tiene a nadie en el mundo. Se moriría de pena.

-No me gusta verle así. Podéis cenar pero luego tendréis que marcharos.

-Lo entiendo, gracias, señora.

Paco Sancho embaulaba deprisa temiendo que el plato le fuera arrebatado antes de darle fin. En ese momento apareció en la puerta su amigo, vestido con un vaquero y una camisa sin abotonar. Su mujer se lanzó sobre él y encerrándole en la despensa estuvieron cuchicheando un buen rato.

Al salir su amigo le contempló jovialmente y sin dudarlo un instante se acercó y levantándole con un trozo de chorizo en la mano le dio un fuerte abrazo.

-Mi amigo Tragaldabas. ¿Qué ha sido de tu vida?… Mujer, puedes hacer una tortilla de patatas y unas sopas de ajo, abundantes porque yo también voy a acompañarles.

Sin esperar contestación se sentó y echó mano al porrón.

-¿Qué le pasa a tu amigo?

-Sancho se lo explicó casi con las mismas palabras. Su amigo se lo tomó mucho mejor que su mujer. Se echó a reír con ganas y dando una palmada en la espalda de Quixote le obligó a llevarse a la boca una loncha de jamón que aquel masticó con lentitud exasperante.

-Podéis cenar y luego dormiréis en un cuarto que tenemos para alguna emergencia.

-Tu mujer quiere que nos marchemos.

-María hará lo que yo diga. No te voy a dejar marchar sin que me cuentes tu vida, bandido. ¡Cuántos años sin verte!

-Más de treinta, creo.

-¿Tanto?. ¡Cómo pasa el tiempo! Nos estamos haciendo viejos.

-¿Qué ha sido de tus hijos?

-Juan, el mayor se casó y tiene un restaurante en Benidorm. La pequeña, Cecilia, está con nosotros ayudando en lo que puede. Hoy precisamente ha ido a la capital a ver a unos amigos. Creo que tiene novio pero nos lo oculta, la muy tonta. Y Modesta, la mediana, vive sola aquí en el pueblo, de vez en cuando nos echa una mano pero muy de cuando en cuando porque tiene un negocio de supermercado que le da mucho trabajo. Se quedará para vestir santos. Le cogió la manía de que es un monstruo. Un día en la cocina se le cayó una sartén con aceite en la cara, no sé que estaría haciendo. El accidente no fue grave pero le dejó unas marcas en la cara. No quiso hacerse la estética. Siempre fue un poco rarilla.

-Lo siento.

-No, si está muy bien. Las cicatrices le afean un poco la cara pero todo se arreglaría con unos injertos de piel, ya nos lo dijeron los médicos. Pero ella no quiere ni oír hablar del tema, la muy burra. Mira, la voy a llamar, estará viendo la tele, no hace otra cosa. Dice que tiene insomnio.

-No, déjalo, no la molestes.

Su amigo salió hasta el bar y llamó por teléfono. Paco Sancho aprovechó para echarse un largo trago al coleto. Su amigo aún seguía masticando con la mirada extraviada. Pensó en darle un trago para que le bajara el bocado que no acababa de pasar, pero no se decidió temiendo fuera hacerle daño. Su amigo regresó.

-He podido convencerla, va a venir. ¡Tiene unas manos para la cocina!. Haber si consigo que nos haga unas migas. ¡Cuéntame donde has estado todo este tiempo!

-He conocido mucho mundo, pero en parte alguna se come como en la tierra.

-Ya lo creo, amigo Tragaldabas, las porquería que habrás tenido que comer por esos mundos de Dios.

-En Europa a veces encontraba algún que otro mesón decente donde se podía comer uno o dos platos sustanciosos y muy sabrosos pero en América me he sustentado casi exclusivamente a hamburguesas y patatas fritas, todo ello regado con su correspondiente cervecita en baso de plástico. El vino demasiado caro para quienes siempre lo bebimos en bota…

-Asi has echado tu la panza que has echado, bandido.

-En Méjico me puse morado a frijoles y carne con chili.

-Ya veo que de lo único que te acuerdas es de la comida.

Así continuaron la conversación sobre los buenos tiempos sin desdeñar por ello echar mano al plato que pronto quedó desnudo, luego a las cazuelitas de barro con las sopas de ajo que incluso Luis Quixote no desdeñó en probar, tal vez despertado su apetito por los vaporcillos que llegaban hasta su nariz.

Al llegar a la tortilla se oyó llegar un coche. Luis Quixote se levantó bruscamente tirando al suelo la silla. Su rostro expresaba una determinación inconmovible. Caminó hacia la puerta rígido como un palo y traspuesto como alma en pena. Paco Sancho se embauló un gran trozo de tortilla y le siguió temeroso de que pudiera llevar a cabo cualquier desaguisado. Su amigo, interesado en la escena también se puso en pie y caminó hacia la puerta con mirada burlona y deseoso de divertirse con cualquier escena chusca que se produjera.

Quixote salió al aire libre y en cuanto vio a Modesta salir del coche en pantalones vaqueros, blusa basta y con el pelo desgreñado, se dirigió hacia ella hincándose de rodillas a dos pasos de la mujer que le miraba asombrada.

-Fermosa doncella, de divinas prendas, aquí tenedes a este caballero dispuesto a facer grandes fazañas en vuestro honor. Este, mi fuerte brazo -y diciendo esto levantó su esquelética mano hacia ella- está dispuesto a llevar a cabo los más grandes fechos que vieron los siglos en honor de tan graciosa doncella.

-¿Qué es esto? ¿Alguna compañía de teatro ambulante?. Papa, podías haberme dicho algo.

Papá se tronchaba de la risa y fue incapaz de pronunciar palabra, lo que tampoco pudo hacer Sancho que atragantado con el trozo de tortilla se daba fuertes golpes en el pecho intentando llevar el alimento por un camino más normal. Tuvo que ser la madre, que había salido con mal semblante aún con el mandil abrochado a su cintura quien diera una explicación a la hija.

-Este hombre está como un cencerro. Ya le dije a tu padre que les echara de aquí con cajas destempladas pero no ha querido hacerme caso.

La doncella dio un paso hacia delante pero no pudo dar otro porque Quixote se abrazó a sus rodillas con tal fuerza que casi da en tierra con ella. Sancho ya recuperado se aproximó solícito a su amigo y pugnó por levantarle del suelo.

-Luisiño, ¿qué te pasa? ¿Te sientes mal? Ven a terminar la tortilla que está muy rica y olvídate de estas majaderías. ¡Malditas hierbas!, si cojo al colega que te las vendió te aseguro que le haré pastar unas cuantas alpacas de alfalfa, como a una vaca.

Por fin consiguió levantarle con gran esfuerzo entre las risas estentóreas de su amigo y padre de la doncella que ya lagrimeaba y se sujetaba el vientre.

Ya de pie Quixote se desprendió de su amigo y se dirigió de nuevo a la doncella.

-¿Me haredes la merced, fermosa doncella?

Manitas cogió a Sancho por los hombros y sin hacer caso de la morbosa relación de su hija y Quixote le arrastró hacia la cocina con el fin determinado de dar buena cuenta de las viandas y el porrón, amén de la sana intención de sonsacarle a su amigo todo lo que pudiera de su azaroso pasado.

-Vamos Tragaldabas, esto merece un buen trago de vino. No me había reído tanto desde que tiraron al árbitro a un pozo hace poco más de un año, cuando el Rayo Manchego de Chicago perdió el partido para ascender de categoría.

Ambos se dirigieron hacia el interior no sin que Sancho volviera la cabeza temeroso de que su colega hiciera alguno de los fechos gloriosos que anunciaba. Las dos mujeres siguieron sus pasos enzarzadas en una discusión que tenía por objeto la maldita guasa del marido y padre respectivamente de entreambas.

Quixote las siguió como un perrillo faldero deseoso de recibir una caricia de su nueva ama. Antes de que tomaran asiento se arrojó a los pies de Modesta e intentó besar sus zapatos. Esta dio un gritito de sorpresa y totalmente histérica se agarró al pelo del quijotesco caballero y tiró con fuerza hacia arriba hasta lograr que al menos quedara arrodillado sobre las baldosas de la cocina. Desde allí le oyó suspirar como un romántico de la vieja escuela que estuviera sufriendo los tórridos calores de la libido sin encontrar otra forma de expresarlos que acendrados suspiros de dolor.

-¡Oh princesa!, preciosa princesa, es menester que sea aceptado como el caballero que velará vuestros castos sueños. Si no lo ficiéreis me encontraré perdido y sin fuerzas, mi poderoso brazo será incapaz de emprender los grandes fechos que se propone mi aguerrido corazón.

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO


 

* * *

Caía la tarde y la brisa otoñal era más fría de lo que podía esperarse para esta época del año; nuestros héroes la sufrían sin quejarse, despojados como estaban de sus abrigadas cazadoras de cuero, más Paco Sancho que acuciado por el hambre sintió enseguida al frío se unía al hambre para acabar con su sueño, tan sereno como un mar en calma. No así Quixote que envuelto en sueños hollywoodienses no deseaba despertar mas que su colega abandonar un banquete bien provisto.

Paco Sancho recogió el fardel vacío y dio un empollón, que pretendía ser una broma, a su amigo que sobresaltado echó mano a su costado como si buscara su mellada espada. Sancho se carcajeó con ganas pensando que su amigo Luisillo no volvería a ser nunca lo que había sido, tal vez la droga había llegado al final de su labor de zapa o tal vez su mente se había extraviado en el camino pero lo cierto es que aquel hombre daba pena.

Cuando subieron a sus cabalgaduras metálicas el sol se escondía tímido en el horizonte como una doncella demasiado piropeada que escondiera su rubor, vergonzosa y cobarde, más allá de las pequeñas lomas. Paco Sancho conminó a su amigo a que no se durmiera, no quería verse obligado a dormir al raso con el estómago vacío. Este, como si la oscuridad que bajaba agazapándose como un gato le produjera algún temor, aceleró volviendo a ser por unos segundos el intrépido motorista que su amigo tanto había admirado. La carretera aparecía casi desierta, de tiempo en tiempo algún vehículo hacía su aparición, como salido de otra dimensión a la que los estrambóticos jinetes no tuvieran acceso, y les dejaba atrás, enfrascados en la lentitud de sus arcaicos pensamientos. Atravesaron varios pueblos tan pobremente iluminados que no prometían nada a las ansias materialistas del buen Sancho. Finalmente cuando daban las diez de la noche en su reloj-cronometro, un buen peluco adquirido a unos colegas por un par de dosis, observaron a lo lejos una gran extensión de luz que alegró el corazón del pequeño jinete gordinflón, no así el de Quixote, extraña figura con los ojos entrecerrados que apenas podía sostenerse en su cabalgadura. Por fin podrían proveerse de cuanto un hombre moderno necesita para ser alguien: gasolina, una buena cena en algún mesón, una piltra barata en la pensión de cualquier Maritornes y un poco de diversión si el cuerpo así lo requería aunque Paco Sancho se conformaría de buena gana con una buena cena. Este decidió situarse en cabeza, temeroso de que su amigo se dejara llevar por los caprichos de la fortuna y terminara dejándole sin la cena que se había prometido.

El tráfico era más intenso conforme se acercaban. Sancho elevó los ojos al cielo rogando para que su amigo, como le sucediera al personaje cervantino, no confundiera aquella lenta caravana con un ejército de escudos metálicos y comenzara a embestirles con su cabalgadura lo que sin duda les llevaría al calabozo donde pasarían la noche sin opción a cenar.

A la entrada de la ciudad observaron en un descampado el luminoso de un mesón. Paco Sancho le gritó a su amigo que cogiese el primer desvío a la derecha que encontraran pero como éste parecía alelado le adelantó obligándole a reducir aún más la velocidad. Al llegar al desvío Paco Sancho lo tomó sin vacilación, pero desconfiado de que su colega sonámbulo fuera capaz de algo tan elemental como torcer a la derecha, volvió la cabeza junto a tiempo de ver como Luis Quixote, la testuz alta y la mirada fija al frente, continuaba por el arcén sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. Cambió la dirección y acelerando pronto le alcanzó obligándole a reducir velocidad hasta que ésta fue tan poca que Luis Quixote tuvo que echar pie a tierra para no caerse.

Ambos retrocedieron con sus monturas de la mano ya que Sancho temió que su amigo fuera incapaz de ir a ningún lado que no estuviera en línea recta. Ya en la pequeña pista asfaltada que conducía al mesón montaron sus cabalgaduras porque la distancia era larga para el apetito de quien comandaba la expedición.

El mesón era una casa de dos plantas, descuidada según podía apreciarse en numerosos detalles, éstos ponían bien de manifiesto la abulia de sus propietarios. De paredes sucias pintarrajeadas con grafitis de poca calidad, más parecía el precario refugio de un grupo de ocupas que un negocio que dependiera de la atracción que ejerciera sobre los viandantes. El luminoso estaba apagado, no obstante una bombilla de luz macilenta permitía adivinar los grafitis en las paredes y las ventanas cerradas a cal y canto con los postigos. A Paco Sancho le hizo gracia una figura, que por su delgadez y lo que uno imaginaba era una bacía en la cabeza, sin duda pretendía reflejar al personaje cervantino. La pintura le había paralizado cuando se disponía a tirar la pena máxima sobre una ancha portería en cuyo centro un portero gordo y bajo, tal vez intentando plasmar la figura de Sancho Panza, aparecía paralizado por el miedo como un gran balón con los ojos entrecerrados. Al lado derecho del dibujo, coloreado con spray de manera poco cuidadosa, un gran letrero anunciaba el nombre de un club de balompié. En letras más pequeñas que Sancho solo pudo distinguir al acercarse a un par de metros se anunciaba que la sede se encontraba allí en el mesón del “Manitas”. Aquel apodo trajo a su memoria a su amigo Hortensio quien odiaba tanto su nombre queno consentía nadie lo utilizara pues lo consideraba un insulto, prefiriendo cualquiera de sus muchos apodos o el nombre que había adoptado como real para los desconocidos: Alonso, por Alonso Quijano, el nombre auténtico de D. Quijote. Aquella zona manchega era muy proclive a utilizar la gran obra cervantina como almacén de nombres y situaciones para toda clase de negocios o aventuras cara al público, incluido por lo visto el equipo de futbol de aquel pueblo que se llamaba Los Quijotes de Chicago, sin duda intentando unir dos pasiones muy distintas: la del personaje que dio fama perpetua a la Mancha y otra pasión deportiva o menos recomendable como pudiera ser la admiración por una época del gangsterismo.

Tan centrado iba Sancho en su hambre canina que no paró mientes en el nombre del pueblo ni en el lugar, que de haberse apercibido enseguida hubiera recordado a su amigo “Comistrajo” como lo llamaba por aquel entonces –años atrás cuando Paco Sancho iniciaba su recorrido de soltero por la zona buscando novia como él decía pero más bien lo que buscaba eran buenos mesones para comer a juzgar por los resultados- debido a su manía por las recetas exóticas, de poca sustancia como las llamaba Sancho, que su amigo defendía como la moda del momento, la nueva cocina, decía ante la burla de su amigo que no comprendía que una buena cocina pudiera dejar el estómago medio vacío.

Ahora que miró la casa con más detenimiento pudo darse cuenta de que sin duda se trataba de la misma que él visitó años atrás. Desde luego mucho más deteriorada bajo aquellas pinturas mal realizadas y sobradas de color que lo embadurnaba todo. Se dijo que a pesar de la hora, en su peluco se marcaban más de las doce de la noche de un domingo otoñal, malo sería que su amigo de correrías de infancia y juventud no tuviera a bien sacarles unas sobras para llenar el vacío espiritual que en el cuerpo suelen dejar las hambres y miserias biológicas. Que Paco Sancho nunca sufrió con resignación las penurias de su vida aventurera junto a su amigo Luis Quixote, al contrario de este que con unas hierbas y unos cuantos sueños de grandeza se le curaban todos los males y podía pasarse días sin probar bocado.

Dejaron sus monturas bajo un techado de uralita que sin duda se utilizaba en verano para librar del calor a los comensales que preferían hacerlo al aire libre y en invierno y días lluviosos para guardar los coches de los transeuntes hambrientos que los camiones tenían una explanada engravillada para el acomodo de tan gigantescas monturas. Luis Quixote se acercó curioso a contemplar los dibujos de la pared y allí se quedó, a saber en qué extrañas fantasías sumido, mientras su amigo llamaba al timbre con insistencia y ante la nula consecuencias del aflautado pito se decidió por dar puñadas y patadas a la puerta, que tal era su hambre.

Al fin se encendió una luz en una ventana y el rostro demudado por el miedo de una señora madurita, de la edad de Sancho poco más o menos, asomó su nariz y su voz encogida por la ventana.

-¿Qué ocurre?. ¿No ven que está cerrado?. Hoy es nuestro día de descanso y aquí no tenemos camas, solo damos comidas.

-A eso veníamos que el hambre nos ha cogido de camino como el evite de un toro bravo. Venimos corneados y a buen seguro que moriremos si no nos permiten embaular algo antes de unos minutos. ¿No es este mesón por un casual de un tal Hortensio, también conocido por “Manitas” o por el alias de “Comistrajo” por un viejo amigo de juventud?

-Vaya no me diga vuesa merced que es el amigo Paco Sancho de quien tanto me ha hablado mi marido.

-Sí que lo soy y vengo acompañado de un colega que tiene por nombre Luis Quixote que aunque él bien pudiera pasar un día más sin probar bocado, lo cierto es que entrambos venimos desfallecidos.

-Esperad un poco a ver si consigo despertar al ceporro de mi marido, si él no os quiere hacer de comer lo haré yo de mil amores. Que no veas las ganas que tenía de conocer al genial Paco Sancho.

Al poco se abrió la puerta y la señora de la casa, en bata y con un pañuelo en la cabeza para disimular lo espelurciado de sus pelos, les invitó a entrar.

-Hortensio se está lavando la cara para despejarse. Se lo tomó muy a mal, pero en cuanto le dije que se trataba de su amigo Paco Sancho se le pasó el malhumor.

-¿No podría darnos un trozo de chorizo o de jamón con un mendrugo de pan mientras baja “Comistrajo”?

-Eso está hecho. Sentaos aquí en la mesa de la cocina que enseguida os preparo un plato con chorizo y jamón para ir abriendo diente mientras os hago algo más sustancioso.

Y ni corta ni perezosa se puso a cortas en rodajas un chorizo de la tierra sabroso y picante que Paco Sancho apenas era capaz ya de recordar acostumbrado como estaba a las comidas rápidas y a las hamburguesas que lo mismo servían para un roto que para un descosido. Mientras lo hacía no cesaba de hacer preguntas como si desease enterarse de la vida del buen Paco Sancho en un par de minutos.

Continuará el año que viene

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO III


HOMENAJE AL QUIJOTE EN EL DÍA DEL LIBRO 2015

Así pasaron la mañana, mitad al sol, mitad a la sombra protectora de las nubes, que pasaban veloces sobre sus cabezas, buscando tal vez un acomodo imposible en el viento alborotador, por lo que reemprendían el camino cada vez más rápidas y más rabiosas. El estómago de Paco Sancho producía extraños ruidos que hubieran sobresaltado a cualquier otro con menos sueños en la cabeza que su colega: Sancho imaginaba el pepino de su amigo repleto de pajarillos que piaban deseosos de emprender el vuelo.

Aprovechando la sombra de una chopera que se les venía al encuentro Sancho dio una voz a Quixote para que detuviera su montura al lado de aquel prometedor remanso en mitad del desierto que atravesaban, donde bien podrían engañar a sus estómagos con un pedazo de duro queso y unos mendrugos que el buen Sancho guardaba siempre en la fardela para emergencias y que reponía en cualquier mesón del camino precavido ante las contingencias que todo viajero debe afrontar.

Paco Sancho se vio obligado a retener del brazo a su amigo para detenerle ya que no hacía caso alguno de sus voces, pero como aún esto no fue suficiente tuvo que interponerse en su camino. Ambos rodaron por el suelo sin grave deterioro para sus físicos ni para sus motos habida cuenta de la corta velocidad que en aquel momento llevaban sus monturas.

Recompuestos y lavadas las superficiales heridas en el agua limpia de un arroyo, que por la chopera discurría, se sentaron entre las hojas con un ruido agradable que invitaba al descanso, sacó el gordinflón de la fardela medio queso y unos mendrugos de pan duro que era todo lo que quedaba en ella. Miró con satisfacción a su amigo que parecía muy recuperado al menos físicamente porque comió con indudable apetito y a pesar de quedarse con ganas de embaular alguna cosilla más no se sintió perjudicado sino al contrario se sentía feliz, dispuesto a seguir el camino hasta encontrar una localidad donde pudiera disponer de sus ahorrillos ya que la bolsa estaba más que menguada. De esta manera podría pedirle al robot inmóvil, que detestaba entrañablemente ya que no se fiaba sino de la moneda en la mano, que le diera algunos doblones de su diminuta boca a cambio de chupar aquella tarjeta – que un banquero le convenció de utilizar, malhadada sea la hora- como un bebé aficionado a chupetes rectangulares. Con esta seguridad y ayudado por la fantasía que le puso delante de la boca la pantagruélica cena con que pensaba regalarse esa noche, fue capaz de engañar a su estómago vacío con unos tragos de aquel agua límpida que no quitaba el hambre pero al menos lubricaba las tuberías.

A todo esto su buen amigo Luis Quixote no cesaba de decir disparates como arrojándolos por un tubo, el tubo de su boca, que de comer tan poco se había estrechado tanto acoplándose a la traquea ,sin duda muy delgada habida cuenta de la estrechez del cuello que había de soportarla, que su amigo a duras penas imaginaba hueco por donde pudieran salir al exterior el aliento que alguno de los magos de que hablaba Quixote transformaba en palabras.

-Amigo Sancho, el hombre moderno ha olvidado el placer regalado y la tranquilidad de espíritu que el ser humano recibió siempre de la naturaleza, madre amantísima y no matrona como piensan algunos, ocupados tan solo en mamar de sus ubres sin el menor recato, casi a mordiscos. Bueno es que nosotros nos solacemos a la umbría de estos chopos y con el frescor de esta agua cristalina y de esta suave brisilla que comienza a soplar.

Así era en efecto y a la suavidad de la brisa se unía lo muelle del suelo que invitaba a Sancho a cerrar los ojos mientras se preparaba para oír con calma cuantos discursos quisiera endilgarle su amigo del alma.

-Amigo Sancho el psicópata es un invento moderno propio de las ciudades y de la vida urbanita que llevamos, apresurada y competitiva, más propia de lobos peleando por la jefatura de la manada que de apacibles corderos ramoneando las hierbas de las veredas. En la apacible naturaleza, lejos de los semejantes que disputan con nosotros a dentelladas, desde el trabajo al ocio, hasta el más tarado encontraría razonable sabiduría para sus meninges y calma monástica para su colérica destemplanza.

“Amigo Sancho vivimos malos tiempos y los psicópatas florecen por doquier como las malas hierbas ahogando hasta la más ingenua belleza. No es necesario ser profeta para darse cuenta de que agostadas las ubres de la madre naturaleza los tiempos difíciles que sobrevendrán acabarán por crear un nuevo tipo social, el psicópata vampiro, capaz de desayunarse de las entrañas de sus semejantes, cual un rebaño de hienas hambrientas en una llanura asolada por la peste. Solo sobrevivirán los sabios que busquen en la naturaleza un apacible refugio para sus espíritus cansados. Los demonios terminaran por devorarse entre sí y las ciudades se transformarán en putrefactos cementerios de cadáveres a quienes nadie querrá enterrar…

Hubiera seguido Luis Quixote con su negro discurso si los ronquidos de Sancho no le hubieran sobresaltado. Viendo dormir como un cerdo a su amigo se recostó contra un chopo y con los ojos muy abiertos forzó a su imaginación a buscar una dama adecuada para ser la tierna receptora de sus fazañas y hechos caballerescos. Mentalmente repasó la lista de sus actrices hollywoodienses favoritas que eran muchas y abarcaban los años gloriosos y glamurosos del cine en blanco y negro hasta los últimos estrenos que nunca se perdía, apasionado como era de este gran arte. Pero a pesar de su inestimable belleza y muchas prendas no encontró a ninguna digna de ser la dama de sus sueños, ni siquiera a Julia Roberts, la de largas piernas, tan a propósito para hacer buena pareja con lo magro de su anatomía. Finalmente terminó también por dormirse acompañando sus ronquidos a los que Paco Sancho enviaba al aire con singular denuedo.

* * *

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO I


LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO-NOVELA HUMORÍSTICA Y CLARO HOMENAJE A LA INMORTAL OBRA CERVANTINA

CAPITULO I

De cómo Luis Quixote y su amigo Paco Sancho después de numerosas aventuras que no es el momento de relacionar llegan a un motel de carretera, cansados y polvorientos, en sus contaminantes, rugientes, viejas y deterioradas, cabalgaduras metálicas.

En un lugar de la Mancha (cuyo nombre no voy a pregonar por discreción y respeto) retomo la historia de nuestros queridos personajes cuyas anteriores aventuras nos negamos a relatar porque así es deseo expreso del autor, al menos de momento, y sin otros motivos o matices.

Luis Quixote es un gallego o portugués –que el autor de esta historia no se ha tomado mucho interés en llegar a conocer tan nimio detalle que a nada conduce -flaco hasta extremos que resultarían exagerados incluso en una modelo anoréxica; alto sin llegar al techo de un jugador de la NBA, medio calvo – los escasos pelos de su cabellera han crecido hasta los hombros, como en un hippy de los años sesenta-. Y puede que lo fuera en su tiempo, tiene edad para ello; sus cabellos canos, su cara arrugada, sus andares parsimoniosos, de quien ha perdido el último tren, así parecen indicarlo.

Paco Sancho tiene la edad de su colega aunque se conserva mejor, gordo y lucido como gorrino bien alimentado. Es bajito, cabezón, le quedan dos pelos sobre su cráneo y sus andares son los de una pelota con patas. Parecen conocerse desde niños y no sería sorprendente que así fuera. Se podría deducir que la cultura yanqui de la movie-road y del book-road (Kerouack) los impulsaran al dulce «far niente» aventurero de los hippyes motoristas. Seguro que viajaron mucho a lomos de sus cabalgaduras metálicas, puede incluso que cruzaran el charco. Pero ahora están aquí, en este preciso momento de su vida…

En un lugar de la Mancha…y en un sucio motel de carretera encontramos a Luis Quixote y su amigo Paco Sancho. Han decidido pernoctar allí para aliviar el cansancio de varias jornadas a lomo de sus cabalgaduras de hierro. Aquella jornada será para Paco Sancho una de las más tristes de su vida puesto que podrá observar como su amigo y colega de toda la vida, el inigualable Luis Quixote comienza sufrir lo que Sancho considera como un serio trastorno mental.

Luisillo – así le llama Paco Sancho cuando no utiliza otros apelativos aún más cariñosos como colega, tronco, tío…- siempre ha sido un apasionado de los productos psicotrópicos, que ha venido utilizando desde su lejana juventud, como el típico yanqui abusa de esos chicles que llenan sus bocas hasta en las ceremonias más pomposas; la amplitud de sus gustos van desde el inocuo canutillo de hachís a una coz en vena de caballo y buen caballo no mal jumento, que a Luisillo le gusta galopar rápido por los oscuros laberintos de su imaginación. Los sueños siempre fueron la gran debilidad de Luisillo, puede que ya de niño esta morbosa tendencia dejara bien claro qué había elegido como su talón de Aquiles para los restos, un talón por donde la afilada lanza del destino iba a penetrar en las entretelas de su alma. Tanto sueño artificial acabará por cobrarse su salario de locura. Es lo que sospecha Paco Sancho que nunca aceptó de buen grado esos venenos, lo suyo son las comidas sustanciosas y en tiempos más juveniles lo fueron las mozas lozanas y más bien entraditas en carnes. “Un buen culo y unas buenas tetas y andan solas las carretas”. Decía con gran entusiasmo –el refranero le quedaba estrecho y se dedicaba a añadirle refranes en cuanto le quedaba un poco de tiempo entre almuerzo y almuerzo –a quien quisiera oírle mientras corría resollando como un fuelle asmático detrás de un buen culo de hembra, tal vez yanqui.

Apenas instalados en la cutre habitación Paco Sancho se apresuró a pedir media docena de hamburguesas, unas cuantas raciones de patatas fritas y una docena de botellines de cerveza bien fresquitos. Mientras Sancho papeaba a dos carrillos su colega Luis se preparó un buen puro de hierbas que comenzó a fumar sin ofrecer, muy consciente de que cuando su buen amigo Paco trasiega nada en el mundo le distraerá de tan placentera labor. Aquellas hierbas seguramente tienen mezclado algún polvo del demonio porque a mitad de canuto Quixote inicia una charla extraña y completamente fuera de horma.

-Amigo Sancho, he estado pensado que bien podríamos dedicarnos a la caballeresca aventura de socorrer al ciudadano víctima de la injusticia en esta sociedad tan dejada de la mano de Dios. Así podríamos hacer que nos armaran caballeros en algún raro ritual masónico o incluso satánico que todo sirve al caballero cuyas miras están puestas en las más altas hazañas como son socorrer y dar consuelo a los desheredados de la fortuna…

-Oye tronco, creo que el peta te ha sorbido el seso. Deberías comer al menos una hamburguesa, estás en ayunas, seguro que se te pasa el mal viaje.

-Amigo Sancho, los sueños nunca son malos viajes ni siquiera cuando se convierten en pesadillas porque es el soñar y no el comer lo que distingue al hombre de la bestia.

-Seguro, colega, pero yo prefiero una buena hamburguesa al mejor sueño, aunque sea erótico y en él todas las hurís de Hollywood me atosiguen con sus indudables encantos, solo puestos en duda por cuatro rácanos productores que quieren rebajar sus pantagruélicos sueldecitos.

-Ya veo amigo Sancho que sigues prefiriendo la manduca a los más altos ideales amorosos. No obstante todo buen caballero precisa de una alta dama a la que ofrecer sus desaforadas fazañas en defensa del pobre y el desvalido.

-Quédese usted, colega Don Quixote, con esas altas damas de largas piernas que yo me quedo con una buena hamburguesa si no hay un buen cocido al alcance de mi exquisito paladar.
-Amigo Sancho las damas de alta alcurnia que yo busco no son cuerpos de celuloide donde refocilar mi lujuria, sino princesas…

-Pues con los tiempos que corren la mayoría de las princesas no sirven para otra cosa sino para refocilar la lujuria y me temo que algunas ni siquiera para eso –hay formas más limpias de conseguir la pasta- por ejemplo que te toque el cupón, tronco.-

-Tienes razón amigo Sancho que los tiempos modernos que se deslizan entre nuestra pestañas no son precisamente buenos tiempos para caballeros andantes, desfacedores de entuertos, sino para malandrines televisivos, políticos corruptos y mercenarios entrenados como comandos con una tarjeta de crédito en la boca, entre otra gente de buen vivi,r pero son precisamente tiempos como estos los que más han necesidad de la ilustre orden de la caballería andante, protectora de viudas, amparadora de doncellas…
-Tronco, no vuelvas a fumar un peta de esas hierbas porque acabarás con la chola del revés. ¿A quién se le ocurre hablar de doncellas en estos tiempos? Una doncella de buen ver y mejor catar no duraría ni un minuto sin que su doncellez fuera puesta a prueba por desaprensivos productores de tv o de flims o por rosados editores de prensa, dispuestos a pagar el oro y el moro porque su doncellez fuera pisoteada por el famosete de turno o incluso por millonarios dispuestos a pagar más por una flor tan exótica que por un paseo en el espacio y una dormida en un cubículo de una estación espacial. Vamos, coleguilla, deja ya el peta y embúchate una de estas sabrosas hamburguesas ,bien regadas con una cañita bien fría de esta cervecita, y olvídate de todas esas mandangas que solo son producto de un mal viaje.

Pero cuando Paco Sancho dio buena cuenta de la penúltima hamburguesa y elevó su mirada bovina hacia su colega del alma, este se había recostado sobre el sucio almohadón y con los ojos en blanco clavados en el techo se hallaba más allá de este mundo de carne aplastado entre rodajas de pan de molde. Decidió dejar en la bolsa de papel la última hamburguesa con algunas patatas fritas grasientas, y lo hizo más por haber saciado su apetito que por deseo de volver a su amigo Luis Quixote a la realidad del pesebre, sino la más alta si la indispensable si se quiere tener los pies en el suelo, a base de carne picada y bollería industrial. Eructó aparatosamente y a continuación buscó como pudo acomodo en el lecho de donde pronto surgieron sonoros y sólidos ronquidos.

Continuará