MIENTRAS AGONIZO DE WILLIAM FAULKNER
Ha comenzado el verano, al menos climatológicamente, y como todos los veranos en Soria me gusta salir al porche, sobre todo cuando sopla brisa, aunque sea muy ligera, para leer tranquilamente mis libros del porche, ahora mismo las obras completas de William Faulkner, de editorial Aguilar, primer tomo, La comedia Humana de Balzac, primer tomo y El tiempo recobrado de Proust. Acabo de terminar de leer Mientras agonizo de Faulkner y antes de comenzar la segunda novela, El ruido y la Furia, en este caso relectura, he reflexionado sobre lo que ha supuesto en mi vida Faulker, como lector y como escritor.
Como a buena parte de los clásicos, los grandes escritores de todos los tiempos, lo descubrí en mi juventud, época muy intensa de lecturas, porque antes de lograr pisar por primera vez una discoteca me encerraba en mi cuarto, leyendo compulsivamente mientras escuchaba en el transistor de aquellos tiempos Radio 2 de RNE, radio clásica. Si no recuerdo mal la primera novela que leí de Faulkner fue Santuario, aunque también pudo ser El ruido y la furia. Lecturas de la biblioteca pública de León porque en mi biblioteca no existió ningún libro de Faulkner comprado hasta que compré El Villorio en una edición de bolsillo y hace solo unos años las obras completas de Aguilar en la Cuesta de Mollano, bastante barato, de segunda mano.
Antes de leer Mientras agonizo me empapé del excelente estudio preliminar de Michael Millgate. Debo reconocer que Faulkner es un autor difícil, no tanto como Joyce o Proust, pongamos por caso, pero no es fácil de leer, entre otras razones porque su estilo es muy bueno, muy trabajado, y todas las obras literarias con un gran estilo no son fáciles de leer por definición. No es que un excelente estilo aburra, pero sí es cierto que si quieres leer una novela de un tirón, disfrutando del ritmo y los vericuetos de la historia, un estilo muy cuidado te obliga a leer con calma, disfrutando del lenguaje, que no se te escape nada, con lo que, por muy interesante y hasta apasionante que sea una historia, no puedes leerla compulsivamente, lo mismo que no puedes disfrutar de una obra maestra de la pintura mientras pasas al galope por las salas de un museo. Hay autores que son para leer a lo largo de toda la vida, con calma,sin la menor prisa, disfrutando de cada momento, tomándote tu tiempo y con adecuados periodos de descanso. Los lectores compulsivos están bien para la novela negra u otro tipo de literatura, que sin desmerecer por su calidad, su ritmo narrativo endiablado o sus historias con suspense, apasionantes, permiten al lector abismarse en ellas durante horas y horas, hasta rematarlas. Los autores clásicos son para leer en el porche, a la sombra, con un poco de brisa, con todo el tiempo del mundo, levantando la cabeza de vez en cuando para contemplar el paisaje, haciendo pausas para echar un pitillo o ir al frigorífico por una cerveza. No puedo aconsejar mi forma de leer, saltando de una novela a otra, porque eso en mi caso es patológico, aunque lo disfrute mucho y nunca pierda el hilo, pero sí es aconsejable leer solo hasta donde la concentración te lo permita, en el momento en que tengas que repasar un párrafo, porque no te has enterado, es conveniente dejarlo para otro rato o para el día siguiente.
Para mí Faulkner tiene cualidades que permiten una lectura más fácil que otros clásicos-mamotretos. Su sentido del humor ayuda a que el dramatismo de la narración no te apabulle y te deje para el arrastre. Es un sentido del humor muy peculiar, como lo son todos, según el país del autor o su carácter o idiosincrasia, pero a mí me encanta, porque es fino, muy de la tierra, generoso, sin buscar cebarse en las personas o las sociedades. Sin duda fue lo que más aprecié en la primera lectura. No es un humor cervantino, por ejemplo, pero sí enraíza en la tierra como lo hace el humor del Quijote.
A veces, a lo largo de mi vida, he hablado con lectores de nuestros respectivos gustos, y me he encontrado con que muchos de ellos han abandonado por completo la ilusión de poder leer algún día y disfrutarlos, libros difíciles o mamotretos, con El Quijote, El Ulises, a La busca del tiempo perdido, etc etc. Incluso me han comentado que se han atrevido con la Iliada o la Odisea de Homero, o con tal o cual libro, famoso por su dificultad, pero no han podido terminarlos, demasiado sacrificio, me han dicho, para los resultados finales. No se trata de sufrir, no se trata de convertirse en un lector masoquista, buscando el mayor sufrimiento posible. Para mí la lectura de los clásicos o de los autores difíciles no es un placer masoquista, si tengo un defecto es el de ser muy hedonista, con la comida, con la literatura, al escribir, con lo que sea. Busco sobre todo el placer, pero a veces uno debe de pesar en la balanza de precisión si merece la pena un determinado esfuerzo o no. En mi caso hay razones poderosas que pesan mucho en el platillo a la hora de decidir leer un determinado libro, a toda costa, por muy «mamotreto» que sea. Y que son éstas:
-Un excelente estilo siempre es digno de ser leído y apreciado, aunque cueste, y no solo porque seas un escritor aficionado y necesites aprender. El lenguaje exquisito, bello, preciso, maravilloso es en sí mismo una obra de arte. Hay que saber apreciarlo, como un cuadro que se mira sin prisas en un museo, sin pasar al galope porque hay muchos más, buscando las diferentes perspectivas y distancias, reflexionando, entrando en éxtasis, regresando mañana o dentro de un mes o de un año. No puedes pasar ante las obras maestras de la pintura como un ejército de japoneses, cámara en ristre, preocupados porque no se les pase nada y por aprovechar hasta el último minuto. Una obra maestra de la pintura es para disfrutar toda la vida, regresando al museo cuando sea posible y buscando la soledad y el silencio, sin reloj, sin nada que marque un tiempo limitado, hasta que cierre el museo. Con una obra maestra de la literatura hay que tomarse su tiempo y aunque solo sea porque el estilo merece la pena, hay que aceptar que no estamos en una discoteca, con una copa de más, desmelenándonos y buscando la aventura a cualquier precio. Un maravilloso estilo nos permite apreciar la profundidad del lenguaje, sus recovecos, sus posibilidades y el lenguaje es uno de los instrumentos imprescindibles para la comunicación y sin comunicación no hay relaciones interpersonales que merezcan la pena. No se trata de estudiar el estilo como si fuera un trabajo tan duro como convertir un erial en un huerto frondoso, cavando y cavando, regando, sudando, sufriendo y sufriendo. El estilo literario agudiza la mente, cultiva las facultades de nuestra psiquis, hasta sensibiliza el alma. Hablar bien, escribir bien, disfrutar de un buen estilo no es un castigo que nos merecemos por nuestros muchos pecados, es un placer de la mente, del corazón, del alma, es una forma maravillosa de pulirnos como personas, como seres humanos. Si para eso hay que cavar y sudar un poco, pues se suda y no pasa nada.
-Cuando una historia merece la pena, no importa que el estilo nos haga sentir como si estuviéramos en una carrera de obstáculos. Una historia dramática, una comedia, una historia profundamente humana siempre merecerán la pena aunque uno tenga que sufrir un poco. Y cuando hablo de historia estoy hablando de la historia individual de los personajes, pero también la colectiva, del retrato de una sociedad, de la humanidad en general.
-Si los personajes son sólidos, humanos, profundos, si nos aportan mucho a nuestras vidas, si nos hacen reír, si nos hacen llorar, entonces merecerá la pena leerse un mamotreto. El Quijote merecería la pena solo por sus personajes.
-Si la trama está bien estructurada, si se nota al arquitecto en los muros y en los techos, en las cúpulas y en las ruinas, es muy probable que también haya buenos personajes y una buena historia. No importa el tiempo que nos lleve leer un libro, lo que suframos, una buena estructura siempre merece la pena y si va acompañada de una buena historia y unos excelentes personajes, no lo dudemos.
Estas son entre otras las cualidades que yo aprecio en una buena novela y por eso no me importa sufrir un poco o un mucho leyendo el Ulises de Joyce, que estoy releyendo ahora también, o A la busca del tiempo perdido de Proust, o la Comedia humana de Balzac, o las obras completas de Faulkner. No me importa tardar años en leer uno de estos mamotretos y luego darme más años de reposo hasta su relectura, siempre merecerá la pena.
Faulkner tiene un estilo excelente, muy trabajado; sus personajes son una mina de oro, maravillosos, sus historias son humanas y siempre merecen la pena, en plan drama o en plan comedia. Su estructura narrativa es algo a estudiar con detenimiento. Como es el caso de Mientras agonizo. Una novela sorprendente, entre otras cosas por el enorme trabajo que debió suponerle al lector. Como escritor aficionado me siento pasmado cuando imagino el increíble trabajo que supuso escribir esta novela. Una novela con muchos personajes que van narrando la historia, uno por uno, cuando les toca, que van apareciendo cuando es necesario y nos van contando lo que ven o lo que les pasa o ha pasado, cada uno con su propia voz, su propio carácter que se adecua al episodio de la historia que les toca contar. Es asombroso, es una gigantesca tela de araña, muy sutil, perfecta, que nos cuenta una historia tan humana y dramática como es la muerte de una persona, en este caso la madre de la familia, que agoniza mientras los otros personajes siguen viviendo, incluso cuando comienzan a trabajar artesanalmente en el ataúd.
No importa que a veces el autor deba actuar de narrador omnisciente, sin cambiar a la tercera persona, mezclando la primera persona del personaje que está narrando, la historia no pierde nada, ni parece inverosímil, al contrario, se hace más verosímil, más humana, más literaria. Nuestros personajes pertenecen a la tierra, no son personas cultas, no pueden narrar como un escritor exquisito, y sin embargo a veces deben hacerlo para que se capte un paisaje con toda su fuerza, algo que solo un gran narrador puede hacer. A veces la historia necesita un toque de un narrador culto con un estilo exquisito. Faulkner puede pasar de la narración pueblerina de un personaje a la narración de un gran escritor en el siguiente, sin que el cambio de estilo rechine o nos haga preguntarnos por la verosimilitud de lo que se está contando. En este sentido me quito el sombrero porque yo nunca lo he conseguido, mis chabacanos personajes humorísticos nunca logran pasar a un narrador de gran estilo sin que todo rechino. Es un gran trabajo, un formidable trabajo. Como mantener el carácter de tanto personaje de un episodio o capítulo a otro, cuando ya han pasado por la trama otros muchos personajes que han narrado lo que les correspondía. Si ya con un solo narrador, omnisciente o testigo, en tercera o en primera persona, muchas historias suponen un trabajo meticuloso y agobiante, el utilizar a todos los personajes de la historia como narradores, sin que pierdan el hilo, sin que el lector se pregunte qué personaje está narrando ahora, sin tener que mirar el título del capítulo, es de un mérito apabullante.
Mientras leía esta novela me he planteado cómo la hubiera planteado yo y si hubiera podido rematarla, no ya conseguir una obra maestra, simplemente acabarla. Me he sentido completamente agotado antes de empezar. Ni aunque tengas un montón de cuadernos, como tengo yo, para mis novelas, índice de personajes, esbozo de los mismos, trama cronológica, estructura… lo que quieras. Esto sobrepasa el trabajo normal de cualquier escritor. Hay que ser un genio para conseguirlo.
¿Y qué decir del diálogo? Maravilloso. Hay personajes, como Vardaman, el niño, que es inconfundible por sus diálogos y cuyas narraciones no pueden confundirse en ningún momento con las de cualquier otro adulto. A través del diálogo es como Faulkner consigue que un párrafo de exquisito estilo no rechine en el capítulo correspondiente del personaje, porque en cuanto habla sabes que es él y la exquisita descripción paisajística o dramática no desentona porque autor y narrador-personaje se han unido estrechamente, en una sola persona, no en dos, y la sutileza y suavidad con que luego se desvinculan hace que no haya grietas, que nada rechine. Cuando el personaje regresa al diálogo, una vez que la historia ha avanzado con el párrafo narrativo, uno sabe que nunca ha salido de allí, de la granja, del paisaje, del gran río desbordado, de la profunda humanidad de los personajes que van y vienen.
Una novela impresionante que uno debe releer varias veces a lo largo de la vida para disfrutarla más y más. Como toda la obra de Faulkner. Convertir el paisaje de su infancia, adolescencia, juventud, de su vida, en uno de los paisajes literarios más impresionantes de la historia de la literatura, como es el caso de Macondo de García Marquez, en este caso el condado de Yoknapatawpha, es uno de los logros más fantásticos de la historia de la literatura. Y en cuanto a los personajes uno se plantea si no los encontraría por la calle o por el campo si fuera trasladado a aquel entorno y en aquel momento histórico. Es lógico que un autor se rebele a la hora de desvelar de dónde saca sus personajes, especialmente si utiliza personas reales y vivas, pero lo mismo que en el caso de Dostoievsky, uno sabe que esos personajes no se crean de la nada, son reales, aunque luego la ficción los manipule, pode, pegue o los convierta en un puzzle.
La siguiente relectura será el Ruido y la Furia y luego Santuario, sin olvidarme de las primeras lecturas, aún hay una buena parte de la obra de Faulkner que me resta por leer. Aconsejar al lector que se atreva con la obra de este exquisito escritor que se lo tome con calma, sabiendo que una obra maestra de la pintura no puede apreciarse de una sola mirada.
https://es.wikipedia.org/wiki/William_Faulkner