Categoría: DIARIO DE ERMANTIS

Diario de Ermantis V


El decano me esperaba ansioso. Pude calibrar la intensidad de su ansia por el lugar en el que me aguardaba. Paseaba nervioso por el hall, seguramente no era capaz de soportar el menor retraso, ni siquiera el tiempo que los servicios de seguridad tardarían en identificarme y en comunicarle que yo estaba allí. Teniendo en cuenta que yo siempre había sido un incordio para él y que no había podido disimular su alegría cuando le pedí el año sabático, era cuando menos chocante semejante solicitud.

Al verme entrar se acercó rápidamente a mí, me preguntó si llevaba la cajita y al verla hizo un gesto al guardia de seguridad que se aproximaba, dándole a entender que sobraban los controles sobre mi persona. Subimos en el ascensor hasta su despacho. Ya allí me invitó a sentarme y me invitó a una copa que no rechacé. Tuve la impresión de que intentaba disimular a toda costa su curiosidad, no quería mostrarse como el solicitante de un préstamo del que dependía todo su futuro, eso le pondría en inferioridad de condiciones respecto a mí, algo que no aceptaría de ninguna de las maneras, ni con un hierro candente frente a su cara. Si le humillaba en demasía sería capaz hasta de negarme cualquier ayuda, aunque supusiera dejar de protagonizar la aventura científica y humanística más importante de nuestra historia.

Yo al menos así lo creía. Lo que no me iba a transformar en un pedigüeño indigno. Yo también tenía mi orgullo. Me limité a beber un trago, a observarle discretamente y a esperar que diera el primer paso.

-¿Puedo ver el contenido de esa cajita?

-Por supuesto, decano.

No me apresuré lo más mínimo. Di otro trago a mi bebida, puse la cajita sobre la mesa de su despacho y miré  alrededor como un invitado sin ninguna prisa en abandonar la casa a la que ha sido invitado.

-¿No puede darse un poco más deprisa?

-Como quiera.

Había ganado un tanto. El se mostraba más interesado que yo, no había podido controlarse. Puse mi mano sobre la superficie de la caja y tanteé como si hubiera olvidado el mecanismo de apertura. Estaba disfrutando de lo lindo con la cara que ponía aquel hombre odioso.

-Disculpe, decano, pero no recuerdo cómo conseguí abrirla, fue pura casualidad.

-Vamos, vamos, no se haga de rogar. Tendrá todo lo que me pida si lo que hay dentro merece la pena.

Había tirado la toalla y gruesas gotas de sudor se deslizaban de su frente a pesar de la climatización excelente de la habitación. Tomé nota y me dispuse a jugar fuerte cuando la partida de cartas llegara a su momento culminante. La yema de mi dedo índice resbaló, como al azar, sobre el lugar que recordaba perfectamente. No sucedió nada.

-¿Qué ocurre? ¿Ha sido capaz de mentirme? Le juro que sí es así no volverá a pisar esta universidad.

-No se inquiete decano, todo tiene su tiempo.

De pronto se oyó una voz en la habitación. Parecía no venir de parte alguna. Reconocí de inmediato la voz inconfundible del anciano parloteando en aquel extraño idioma que tenía vagas reminiscencias de lo que algunos estudiosos habían denominado “lengua omeguiana”. Algunos documentos que se atribuían al desaparecido planeta Omega fueron vendidos, unos años antes a un precio desorbitado. Los compró la universidad y el decano había gastado una parte muy importante del presupuesto anual en aquellas adquisiciones. Esa era en parte la razón por la que aquel hombre ruin estaba tan interesado en mi descubrimiento. La comisión de expertos que nombrara para el estudio de aquellos documentos no había sacado gran cosa de ellos. Tenía al Consejo universitario tras sus pasos y se rumoreaba que su cargo estaba en juego.

-¿Quién está hablando? ¿De dónde viene esa voz?

-No se inquiete, pronto aparecerá la imagen. Parece una tecnología muy simple, pero juraría que es mucho más avanzada que la nuestra.

El decano se apresuró a tomar un largo trago de su copa. Cada vez sudaba más y no podía dejar de moverse, de acá para allá. Por fin la figura holográfica del anciano se mostró. Continuaba paseándose por el recinto donde había efectuado la grabación. En uno de estos paseos su cuerpo virtual atravesó las paredes del despacho del decano. Éste casi sufre un soponcio.

-¿Ha logrado traducir algo?

-Por supuesto. El nombre de este anciano es Ermantis y dice ser el presidente del Consejo planetario de Omega. Salvo que sea una excelente falsificación, y permítame decirle que lo pongo seriamente en duda –no conozco una tecnología que se parezca a ésta- estamos sin duda ante el diario del que fuera el “mandamás” supremo del legendario planeta Omega. Si se confirma sería el descubrimiento más importante a nivel científico e histórico de los últimos siglos. ¿Qué le parece?

-¿Podría poner su programa traductor en marcha? Necesito saber lo que está diciendo.

Hice lo que me pedía. Si quería la nave con la tripulación necesaria y que se me concediera una licencia en blanco para el viaje que pensaba realizar de inmediato en busca de Omega no podía enfadar el decano. El programa traductor se puso en marcha y sobre la voz del anciano una voz metálica de mujer –me gustaba utilizar voces femeninas en mis programas, los hacía menos molestos- comenzó lo que supuse una traducción muy poco fiel, dado que aquel programa, uno de los mejores del mercado, sino el mejor, no había tenido tiempo suficiente para comparar aquella lengua, con la que yo le había ordenado trabajar, con el lenguaje utilizado en los “documentos omeguianos” –así los llamaron los expertos- y que a simple vista  uno podía apreciar eran lenguas distintas, aunque sin duda procedentes de un tronco común.

El decano escuchó con atención un largo rato. Finalmente me hizo un gesto con la mano y desconecté la traducción.

-Le facilitaré una nave de exploración académica, recién salida del taller, donde ha sido remozada con la última tecnología. Tendrá la tripulación que necesite y la que usted elija, con la condición de que yo pueda conformar un grupo científico aprobado por el Consejo rector de esta universidad, en el que irá un delegado del decanato, con amplios poderes.

-¿Cómo de amplios, decano? No estoy dispuesto a ceder el mando de la expedición a nadie, ni siquiera a usted.

-Vamos, hijo, no está usted en condiciones de exigir.

-¿Usted cree? ¿Qué sucedería si me llevara esta cajita y buscara financiación privada?

Alargué la mano en un gesto que cortó rápidamente el decano.

-Está bien. Usted tendrá el mando sobre la expedición, pero mi delegado podrá opinar sobre todo y decidirá cuándo la nave regresará a casa. Todos los descubrimientos científicos formarán parte del copyright de esta universidad, aunque eso sí, usted podrá escribir sus memorias y los libros que desee. Recibirá una cantidad por la cesión de sus derechos de explotación y una pensión que podrá transmitir a sus herederos y…

-Un momento, decano, no puedo estar de acuerdo con sus condiciones.

-¡Ah, nooo…! ¿Y qué sugiere usted?

-Quiero una participación en los beneficios de la explotación de todo lo que se consiga con la expedición…

-Un dos por ciento. No hay nada más que hablar.

-Quiero un  diez por ciento o me voy con la cajita.

-Está bien. ¿Algo más?

-Podré utilizar todos los descubrimientos en mis memorias, ensayos y tratados, sin restricción. La universidad me permitirá dar cuantas conferencias quiera y no se me prohibirá ni censurará la difusión de cualquier dato que considere debe ser divulgado.

El decano se sentó en su sillón, tras la mesa de despacho y redactó un borrador. Me lo pasó con gesto hosco y tras una meticulosa lectura di mi aprobación.

-Mañana a primera hora pasará a firmar el contrato. Desayunaremos juntos y remataremos los detalles de la expedición. Y ahora, si me disculpa, tengo muchas cosas que hacer para que mañana esté todo listo. Apague ese trasto y lléveselo. Le espero mañana a las nueve, ni un minuto más ni un minuto menos.

-Como usted diga, decano.

Logré apagar la grabación, algo que me costaba siempre mucho más que encenderla, ignoraba la razón. Hice un saludo militar al decano, bastante sarcástico, y salí del despacho con toda la rapidez posible. Estaba satisfecho de lo conseguido. Sabía que el decano me odiaba o al menos sentía hacia mí una repugnancia casi física, no obstante me había escuchado con atención y una vez convencido de la importancia del descubrimiento no le quedó otro remedio que tragarse su bilis y aceptar mis condiciones. Ahora me esperaba Oliana, otro hueso duro de roer, aunque mucho más guapo.

De pronto mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados. A punto de iniciar un año sabático, placentero por el ocio que me iba a proporcionar, pero bastante aburrido en cuanto al proyecto científico que me lo proporcionara –eso sí, con la generosidad del decano que habría aceptado cualquier cosa con tal de perderme de vista- en cuestión de horas  estaba a punto de embarcarme en la mayor aventura científica de nuestra historia. Incluso, con un poco de suerte, me acompañaría Oliana. ¡Qué más podría pedir!

Continuará.

Diario de Ermantis III


Pronto estuve en condiciones de asegurar que aquella lengua tenía muchas posibilidades de ser la raíz materna de la mayoría de lenguas habladas en los planetas habitados del “Segmento Antiquus”, origen de las leyendas sobre Omega, “El Cuadrante», El planeta de los Sabios, Noctor, el planeta de los Hombres pájaro, Ermantis y sobre todo de la increíble inteligencia artificial llamada “H” una abreviatura de “HDM-24” por su creador “Helenio de Moroni” y la generación que alcanzó la meta que se había propuesto el genial y excéntrico inventor, una especie de profesor chiflado de su época, la 24. Preparé el programa adecuado para descubrir su estructura y conseguir una traducción básica. Ordené la grabación del resto del parlamento ya que ignoraba el mecanismo de retroceso de la grabación y me dispuse a esperar, no podía hacer otra cosa. Ignoraba el tiempo que tardaría el programa en desentrañar una pauta que le permitiera una traducción rápida.
Me senté y reflexioné sobre el hallazgo. Mi fantasía se desbordó. Ya veía mi nombre en grandes caracteres. “Diario de Ermantis, prologado, traducido y anotado por…profesor de arqueología y antropología de la universidad de…” Sería un bombazo, lo que yo había estado esperando desde que tomara posesión de mi cátedra. Sería rico, sería famoso y si además de traducir aquella reliquia histórica lograba encontrar el planeta Omega y algo sobre lo que hurgar mi nombre pasaría a los libros de historia, de arqueología, de antropología… ¡Qué digo! Mi nombre quedaría para siempre en la historia. No podía desaprovechar aquella ocasión que el destino había puesto en mis manos. No, no podía.
Entonces se me ocurrió el plan a seguir. Podría pedirle al decano que ampliara mi año sabático. Tal vez me concediera dos o tres años. Podría aprovecharlos para intentar descubrir el cuadrante y el planeta Omega o lo que quedara de él. Estaba seguro de que el decano, a pesar de su fama de tonto lameculos no era tan tonto como para no darse cuenta de la importancia del descubrimiento. Le pediría una nave exploradora, una tripulación y todo lo que necesitara. ¿A quién llevaría conmigo?
Intenté controlarme. Ahora más que nunca necesitaba ser un hombre práctico. El decano me impondría un consejo de científicos. Aquello era demasiado importante para que lo manejara yo solo. Todos serían de su cuerda y aprovecharía para librarse de unos cuantos, los que más quebraderos de cabeza le habían dado. Yo era uno de ellos, por supuesto, esa y no otra era la razón por la que había accedido con tanta facilidad a concederme un año sabático, sin ninguna investigación pendiente ni plan alguno que lo justificara. Ahora sí lo iba a tener. La convivencia con el resto de científicos de la exploración no sería fácil. Necesitaba al menos un grupito a fin a mí, a los que pudiera controlar e imponerme. Ya sabía lo que haría. Con la disculpa de agradecer a los alumnos un regalo de cumpleaños tan preciado impondría al decano una representación de alumnos. Eso me ayudaría a no sentirme solo y a encontrar partidarios cuando lo necesitara.
Hablando de sentirse solo…Necesitaba una mujer. Sin sexo la aventura se haría muy dura. Y no solo sexo, también compañía y si pudiera ser amistad, y si además la mujer era científica y de las buenas, pues todo perfecto. ¡Sería idiota! Ya tenía la mujer perfecta y ni siquiera había pensado en ella. Oliana era la mujer que necesitaba. Profesora de física cuántica e ingeniera de ordenadores cuánticos. No solo éramos compañeros sino que también habíamos sido amantes. Primero de forma esporádica, cuando nos apetecía, luego probamos a vivir juntos. Fue un desastre. No podíamos soportarnos en la convivencia diaria. Lo dejamos de mutuo acuerdo, yo diría que amistosamente si no fuera porque la decisión fue mía y ella la aceptó un poco a regañadientes. Desde entonces no me había vuelto a poner en contacto con ella. No me recibiría bien, pero estaba seguro de que todo cambiaría cuando la invitara a formar parte de la expedición. Creo incluso que tendría que sentirse agradecida.
Era preciso ponerse en movimiento, ya. Mientras Ermantis seguía dando vueltas a su habitación virtual, hablando y hablando sin parar en aquel idioma sorprendente, decidí comunicarme con el decano. Eso era lo primero. Activé el chip que la mayoría de profesores y alumnos del planeta universidad nos habíamos implantado en el cerebro (un novedoso invento, aún en fase experimental) con un código de parpadeo que solo yo conocía y pedí comunicación con el decano. Su tono de voz me dijo que era inoportuno (¿qué habría interrumpido?). Lo que menos esperaba era que yo diera señales de vida antes de cumplirse el año sabático. Cuando le comenté el descubrimiento su voz cambió, se hizo más suave, diría que casi acariciadora, la voz de lameculos que todo el mundo conocía tan bien. Me pidió que le diera más datos y casi sin darme tiempo a terminar me preguntó si podría presentarme en su despacho de forma inmediata. Y trae la cajita. Me dijo recalcando la frase.
La primera parte del plan ya estaba en marcha. ¿A quién llamaría ahora? Oliana me daba un poco de miedo, pero era inútil retrasar lo inevitable. Los alumnos eran secundarios, si ninguno aceptaba la propuesta, por mí podían irse todos al diablo. Activé de nuevo el chip y pedí comunicación con Oliana. Solo tuve que decir su nombre. El microprocesador la había llamado mil veces antes. Su voz sonó a sorpresa, primero, luego se volvió recriminatoria, despechada, casi odiosa y repugnante. ¿Qué tripa se te ha roto ahora para llamarme después de tanto tiempo? ¿Así era como yo veía la amistad? ¿No la había prometido que seríamos amigos y que nos veríamos de vez en cuando? ¿Acaso me picaba el pubis después de tanto tiempo? ¿Qué había ocurrido, tal vez las putas ya no me fiaban? Hubiera seguido así hasta que la eternidad diera su último suspiro. Decidí cortar por lo sano.
Le hablé de la cajita, de sus implicaciones, de mi llamada al decano, de que necesitaba a alguien como ella, una experta en ordenadores cuánticos –los únicos capaces de almacenar le información que aquella aventura iba a generar- y de que estaría encantado de tenerla a bordo. ¿Tenía que agradecérmelo con su cuerpo? Aunque sus palabras seguían siendo rechinantes y vengativas, noté un cambio importante, aquel toque de dulzura que tan bien conocía y que tanto me gustaba. ¿Se estaba ablandando Oliana? Creía que sí.
Me puse serio. No, ningún compromiso en ese terreno. Mi propuesta era pragmática. Ella era la mayor experta en ordenadores cuánticos de la galaxia. La necesitaba como científica. Eso sí, el viaje sería muy largo y no me vendría mal un poco de compañía, de afecto y un cuerpo como el suyo en la cama. Claro que esa no sería una condición. Me buscaría a otra mujer para la cama si ella no estaba dispuesta a pensárselo, al menos.

Diario de Ermantis I


DEL PLANETA OMEGA – LIBRO TRILOGÍA DEL PLANETA OMEGA

TRILOGÍA DEL PLANETA OMEGA

I

DIARIO DE ERMANTIS

Diario de Ermantis I

DEL PLANETA OMEGA – LIBRO PRIMERO

                D I A R I O   DE ERMANTIS

                 CAPÍTULO I

Mi nombre es Ermantis que en la antigua lengua de los habitantes de las Montañas Negras, los oromantios, viene a significar, en traducción libre, algo así como «Hijo de la montaña». Mis padres, Eunis y Eraia, lo tomaron prestado de un antiguo manuscrito oromántico que los granjeros rebeldes conservaban con veneración religiosa en un refugio secreto solo conocido por el sumo sacerdote ( mi abuelo materno) y los guardianes de la antiquísima creencia en la Mente Universal. El abuelo, Arminias, era un ser extraordinario en todos los aspectos pero el que a mi más me atraía era su facilidad para narrar historias y leyendas tan antiguas que ni el mismísimo HDM-24 guardaba en sus bases de datos. Fue una verdadera lástima que nuestras granjas estuvieran tan separadas y que mi padre padeciera de misantropía, era tan raro que los granjeros le llamaban «El hombre invisible» porque nunca se le veía ni el pelo ni el resto del cuerpo. Me hubiera gustado disfrutar mucho más de la compañía del abuelo pero éste ya era muy anciano y le costaba moverse de la granja y mi madre estaba demasiado ocupado con las dura tarea de mantenerla en pie para atender a mis peticiones de visitarle.

En cuanto a «H» -así llamaban abreviadamente a HDM-24 la más portentosa inteligencia artificial imaginada por seres inteligentes- formaría parte de mi vida hasta extremos impensables para cualquier omeguiano. A la muerte de Eunis, mi padre, dejaría en la granja a mi madre y a mi hermanita, Aline, para ir de visita por primera vez a Vantis, la capital planetaria. En mi corazón abrigaba amargos deseos de venganza que «H» se encargaría de transformar en amor, un sentimiento sin sentido cuando se trata de una inteligencia artificial pero no adelantemos acontecimientos.

Han pasado más de trescientos años desde que viera la luz en la granja La vieja Ahrma, así llamada en honor a la hembra de caeros regalada por los abuelos y que llegaría a ser un miembro más de la familia. El tiempo puede modificarlo todo, hasta la solidez de un planeta. Omega sufrió un cataclismo imprevisible, ahora todo el planeta se encuentra cubierto por una gruesa capa de nievo. No se trata de una glaciación temporal sino de la muerte irreversible de un organismo vivo -al menos eso fue siempre para mi Omega- en el que ya no queda más vida que unos cientos de omeguianos enjaulados en el subsuelo alrededor del gran laboratorio construido por «H» para los locos que han decidido quedarse y buscar el milagroso cambio genético que les permita seguir viviendo sobre la superficie.

No quieren abandonar su hogar y eso es comprensible, casi tanto como mi actitud de esperar la cercana muerte en la misma tierra que me vio nacer. La posibilidad de que me encontrara a bordo de una nave en cualquier rincón del universo, entre estrella y estrella, era de todo punto impensable. Así lo entendió también «H» que aceptó construir un refugio subterraneo dotado de un gran laboratorio para todos los que quisieran quedarse. Con tiempo suficiente previó lo que se avecinaba y preparó la evacuación de todos los omeguianos que ya se encuentran lejos, navegando en una poderosa y numerosísima flota, camino de un nuevo hogar. No todos los que se han quedado son viejos y sin familia como Ermantis, algunos jóvenes matrimonios y sus hijos junto con un grupito de maduros solitarios tomaron la arriesgada decisión de quedarse e intentar un nuevo futuro para sus hijos aunque ello supusiera echar abajo el imposible metafísico de la adaptación de sus cuerpos a un planeta helado.

Omega significa en lengua oromantia «Madre de todos». Desde hace milenios ha sido el planeta más envidiado del cuadrante 2NC, único habitado por vida inteligente. Al menos a esa conclusión han llegado los numerosos exploradores que se atrevieron a pasar las puertas imaginarias de las estrellas gemelas de Arian que dan acceso al universo desconocido. Su clima templado, ideal para casi todas las razas de seres inteligentes que habitan el cuadrante, le conviertieron en el planeta turístico por excelencia. Los omeguianos vivieron muchos milenios del facil trabajo de ser amables con sus visitantes hasta que la acumulación de riqueza y el lógico deseo de dejar un estado servil les llevaron a diseñar a HDM-24, la inteligencia artificial más ambiciosa diseñada por las civilizaciones inteligentes conocidas. En un principio tenía como misión la de encargarse de facilitar a los omeguianos una vida de ocio total, lo que significaba preocuparse de la alimentación, vivienda y la regulación de las estructuras sociales que permitieran a todo el mundo disfrutar de una vida tranquila haciendo lo que cada cual quisiera. Para ello se diseñó un complejísimo programa que le permitiera buscar las mejores fórmulas para solucionar los grandes problemas que alcanzar esta meta iba a generar y entre los que no era el menor de todos organizar un mecanismo de defensa muy poderoso que permitiera rechazar las invasiones que indefectiblemente se iban a producir, al menos por parte de los noctorianos.

El bunquer construido por «H» está a más de dos omeg, medida de longitud que viene a ser lo que medía una vieja nave interplanetaria. Está compuesto de un enorme laboratorio en forma circular con dormitorios y comedores en un círculo externo. Un estrecho y largo pasillo comunica con los hangares de las naves que están preparadas para la evacuación del resto de omeguianos en cuanto se de la orden. Unos gigantescos ascensores pueden colocar estas naves en la superficie en apenas unos minutos y de allí despegarían verticalmente sin la menor complicación aunque la tormenta generara vientos huracanados. Mi pequeño cubículo está justo al lado de la entrada a ese pasillo. Ormis, el comandante científico, me obligó a ocuparlo por si en el último momento cambiaba de opinión y decidía unirme a ellos. El no cree en milagros pero decidió quedarse para echarles una mano y cuidar de su viejo amigo. Otra de las razones para obligarme a aceptarlo es la conocida misantropía que continúa siendo la cualidad más llamativa de mi carácter. Nadie pasa por aquí excepto los técnicos de mantenimiento que revisan las naves cada dos o tres meses. El cubículo es tan pequeño que no podría recibir a más de tres visitantes a ala vez. Aquí duermo y me traen la comida una vez al día, otro detalle de Ormis con su viejo amigo. Aprovecho mi tiempo grabando mi diario en una grabadora holográfica regalo de «H» con el encargo expreso de escribir un diario de mi vida que ayudara a las futuras generaciones a rehacer Omega allí donde estuvieran. No pude dárselo al capitán de la flota principal de evacuación pero les llegará a través del espacio gracias a la tecnología que «H» puso a mi disposición antes de desaparecer.

PLANETA OMEGA-INTRODUCCIÓN


  






         PLANETA OMEGA, TRILOGÍA DE CIENCIA-FICCIÓN


                              INTRODUCCIÓN


         Es la primera novela que comencé a escribir, allá a mis dieciocho años, tal vez por el año 1975. Entonces se titulaba "El planeta de los vampiros". Llevo décadas intentando rematar esta trilogía. He llenado cuadernos y libretas con esbozos de personajes, de capítulos, pero no hay manera de que pueda finalizar, ni siquiera la primera parte, "Diario de Ermantis".

        La trilogía se compone de tres novelas, en la primera, Diario de Ermantis, un anciano de más de trescientos años, Ermantis, nos relata cómo fue su vida, hasta llegar a presidente del Consejo Planetario de Omega y cómo este planeta finalizó su andadura para la vida.

         La segunda parte se titula "Espes" y en ella un joven asume la tarea de evacuar a los últimos habitantes de Omega, antes se había producido un gran éxodo y los que permanecieron hasta el último momento intentaron con todas sus fuerzas volver habitable el planeta, aunque para ello tuvieran que modificar su estructura biológica. Fue inutil. De aquel desgraciado experimento quedaron dos grupos de vampiros o de seres que se alimentan de energía, los vampiros "positivos o buenos" y los "negativos o malos", comandados estos últimos por el retorcido Nector.

      En la tercera parte los "buenos", comandados por Espes, arriban a un planeta habitado y donde hay alimento suficiente para los buenos, aunque es mucho mejor despensa para los malos. Descubrirán que los esbirros de Nector han llegado antes que ellos y están organizando una buena en ese planeta, al que sus habitantes llaman Tierra. Nada más sencillo que manipular a los terrestres para que permanezcan en un estado permanente de odio entre sí y de guerras constantes. De esta manera ellos pueden alimentarse de estas energías negativas. La llega de Espes cambiará la situación provocando una guerra invisible para lograr que la especie humana se decante por el bien. De esta manera los buenos podrán alimentarse de energías positivas al tiempo que ayudan a la evolución de esa especie.

       ¿Dónde está el resto mayoritario de la raza omeguiana que fue evacuada al comienzo del apocalipsis de Omega? Esa es la sorpresa final que tal vez requiera un cuarto libro, transformando esta trilogía en tetralogía.