Categoría: Relatos eróticos

Mis relatos eróticos

DIARIO DE UN GIGOLÓ VIII


DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

BEA/ CONTINUACIÓN

Bea era una chica joven a la que no calculé más de veinticinco años, me pareció muy agraciada a pesar de su solidez, alta, ancha de hombros, tan robusta que uno se habría atrevido a pensar, aunque solo hubiera sido un segundo, en una cierta figura hombruna, de no ser por sus pechos abundantes y erguidos como si buscaran de forma consciente desmentir cualquier idea sobre su femineidad. Bajo la amplia falda que le llegaba casi a los tobillos, uno podía intuir, sin mucha imaginación muslos jamonudos y robustas piernas, así como un trasero que merecería la pena ver embutido en unos pantalones, aunque las mujeres de aquel taller no parecían muy partidarias de semejante prenda.

Con una cierta aprensión abrí la puerta. Una campanilla sonó en alguna parte y las miradas de las mujeres presentes convergieron en mi apuesta figura. Aún más azarado me dirigí con el paquete que llevaba bajo el brazo hacia el mostrador. Bea dejó lo que estaba haciendo en una estantería y se acercó, bamboleándose como una barca saltando olas. Ya mirando por el escaparate supe que era ella, no podía ser otra, porque las otras tres mujeres eran mayores, alguna más que las otras dos. Tras colocarse tras el mostrador soltó una risita agradable.

¿No te habrá dicho Paco que ni se te ocurriera mirarme o te rajaría, verdad?

-¿Cómo lo sabes?

-Es un buen hombre, pero un poco chapado a la antigua. Tanto espanta a los moscardones, que revoletean a mi alrededor, que me voy a quedar para vestir santos.

Su risa era agradable y refrescante. En cuanto le expliqué el motivo de su visita me pidió que la acompañara a la trastienda.

-En cuanto te vi supe que eras el nuevo camarero.

-¿Por qué?

-Eres alto, guapo y no pareces tonto, justo lo que mi padrino busca para su negocio.

-¿Te parezco guapo? ¿Qué sabes tú de su negocio?

-Ni que fuera tonta, querido. Tú acabarás como el resto de los camareros, calentándoles el coño a pijas y relamidas, la mayoría ya como mojamas, eso sí con mucha pasta. Tú, guapito, serás antes mío. Lo juro por estas –cruzó dos dedos y los besó- y como se te ocurra decírselo a Paco quien te va a rajar soy yo.

Miró hacia la puerta y se calló. La más vieja de las costureras empujaba en ese momento la puerta de cristal.

-Vamos niña, deja que ese guapo mozo se vista sin tu presencia. Que a ti en cuanto una se descuida se te van los ojos a la carne.

Me vestí de prisa y salí a la tienda. Las cuatro mujeres me miraron como si nunca hubieran visto un hombre. Bea se acercó.

-Pareces un figurín, guapo. Deja que te ponga unos alfileres y te tome las medidas. No dejes que mi padrino te haga pagar nada. Es un poco rácano y a todos los camareros les hace pagar los dos trajes, pero tú eres demasiado guapo y listo, y además eres mío.

Hablaba en voz baja, las otras mujeres continuaban con su labor, si bien de vez en cuando nos miraban y cuchicheaban. La mayor, una mujer tal vez de unos sesenta años, de rostro seco y malhumorado, y que parecía la que llevaba la voz cantante, hizo callar a las otras dos. Bea disimulando se arrimó a mi oreja y me susurró:

-Ven esta tarde a última hora, antes de irte para el pub, te haré las pruebas y no tengas miedo de Pacorro, perro ladrador, poco mordedor.

Me pellizcó el vientre y se le escapó una risita un poco más fuerte de lo debido. La mujer mayor se acercó.

-Vamos niña, yo hubiera tenido tiempo de tomarles las medidas a un regimiento. Acaba ya.

-La mujer se alejó y Bea me sonrió.

-A esa no se la tiraría ni un recluta con un año de calabozo.

Sin poder evitarlo noté que los colores pugnaban por pintarme el rostro de “colorao”. Antes de que se produjera la desgracia escapé como alma que lleva el diablo. La risa de Bea era ahora ya tan franca que escuché la voz de la mojama.

-¿Pasa algo, niña?

-Nada, Doña Virtudes, que aquí el mozo me acaba de contar un chiste verde.

-Ya te daré a ti y a él. Espero que no le hayas citado para última hora porque me pienso quedar aquí toda la tarde contigo.

Escuché la risita de Bea a mis espaldas.

-¡Qué cosas dice Doña Virtudes!

Me fui a comer y aproveché la tarde para estudiar un poco en el Retiro y comprar algunos discos. A última hora de la tarde me dirigí al taller de costura de Bea. Había calculado tiempo suficiente para poder ir andando hasta el pub de Paco y hacer así un poco de ejercicio, porque había tomado el metro ya dos veces y mi presupuesto no andaba muy fino, aunque sí esperaba que se afinara en cuanto recibiera mi primer sueldo.

Me quedé de piedra al ver el cartel de “cerrado” en la puerta. El suelo se abrió bajo mis pies. ¿Qué iba a decirle a Paco? Aún así decidí probar suerte intentando abrir la puerta y luego golpeando con los nudillos, primero con delicadeza y luego casi a porrazos, con desesperación. Se abrió la puerta de golpe y antes de casi caerme sobre ella escuché la risita de Bea. Allí estaba, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Hola, sotonto, he estado aquí todo el tiempo. Por un momento creí que ibas a salir pitando. Veo que no se te puede gastar ni una mísera broma. Pasa, hombre, pasa, antes de que te arrepientas. Y para otra vez procura tomar carrerilla para echar la puerta abajo, así la abriré a tiempo y podrás caer a gusto sobre mí, que estoy mullidita.

Y al reírse se llevó lasa manos a los pechos y se los acarició como una odalisca. Aquella chica iba a ser mi perdición. Mira que me había jurado mantenerme al margen, por muy “buena” que estuviera, para evitar problemas con Paco, pero es que no hacía otra cosa que provocarme.

Me quedé paralizado mirando sus pechos y todo lo demás, y ella tuvo que agarrarme de la mano y obligarme a entrar. Observé que por el interior del escaparate un visillo tapaba el cristal. Desde dentro parecía transparente pero yo juraría que por fuera no era así porque había mirado hacia el interior sin ver nada.

Caminé hacia el centro de la tienda dejando que Bea cerrara la puerta. Pronto estuvo a mi lado con cara seria.
-¿Qué miras? ¿Tanta prisa tienes?
Y moviéndose con agilidad felina para la solidez de sus carnes se colocó tras el mostrador, pero no antes de que yo pudiera contemplar su popa a mi sabor. Era una espléndida popa, de un galeón cargado de promesas. Hurgó bajo el mostrador y sacó un paquete y lo puso encima, con un fuerte golpe.
-Aquí está. No te engaño… Seguro que me has mirado el culo a placer. ¿A que sí?
¿Me había puesto colorado? Me llevé una mano a la mejilla. Estaba encendida, el calor no era normal. De haber visto algún espejo a mano me hubiera mirado con disimulo. No podía creer que aquella arrapieza estuviera poniéndome nervioso, como si fuera un adolescente timorato o una novicia que acabara de traspasar los muros del convento. Quise diseñar una estrategia, decir algo gracioso, pero solo pude toser y balbucear.
-No, no. Te lo juro.

Paquita estalló en risas.

-Te he pillado, tonto. Todos lo hacen. ¿Por qué no ibas a hacerlo tú? No me digas que no te gusto. Ni siquiera un poquito así…
Hizo un gesto con los dedos. Viendo mi expresión de desconcierto estalló en nuevas risas, como los cohetes festivos del pueblo que fueran encendidos por el pitillo del encargado. No fui capaz de soportar el ridículo, tomé el paquete y me dirigí a la puerta a toda la velocidad de mis piernas, que era mucha. No pude abrir. Estaba cerrada. Seguramente Bea la había cerrado con llave sin que yo me apercibiera de ello al entrar, tal vez cuando me encontraba de espaldas. ¡Qué tonto era! Siempre tendiendo trampas a las mujeres, para seducirlas, y no se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que ellas quisieran seducirme a mí.

Bea se estaba tronchando de risa a mis espaldas. Me volví.

-Señorita Beatriz, ¡Por Dios!

-¿Señorita?

-Digo Beatriz, señorita Beatriz.

-¿”Zeñorita Beatriz”?

Había oprimido su naricita respingona con los dedos de su mano derecha, intentando remedar la voz de pito de Gracita Morales, la conocida actriz que estaba de moda.

-Quiero decir Bea, guapa, no me tomes el pelo de esta manera.

-“Zeñorita Bea, no me tome el pelo de ezta manera”.

Esta vez no pudo controlarse y estalló en histéricas carcajadas. Se sujetaba los sólidos y llamativos pechos con las manos, como si temiera que fueran a salir despedidos en cualquier momento. No podía hacer nada al respecto, por lo que me limité a contemplarla desde la puerta. Mi cara era un incendio y mi sofoco no tenía límites. Por fin ella se fue calmando.
-No saldrás de aquí sin antes darme un beso. No lo permitiré, te lo juro. Un beso “como el fó” según dice Paco que sabe tanto de francés como yo de monja.

De nuevo se dejó llevar por la hilaridad. Me pregunté cómo reaccionaría si le pillaba bien las cosquillas. No quise ni imaginarlo. Por si las moscas lo dejaría para otro día más calmado. Me acerqué dubitativo.

-Bea, por favor, no seas niña.

-¿Tanto miedo le tienes a mi padrino? Otros no se lo tuvieron y me suplicaron lo que yo estoy dispuesta a darte de mil amores.

-¿Le has gastado esta broma a todos los camareros de Paco?

Pregunté, esperanzado de que se tratara de la típica broma que se le hace al novato.

-Me gustaba embromarles cuando venían por aquí la primera vez, a arreglar algo de sus trajes o a encargar alguno, pero algunos se pasaron varios pueblos, casi me violan. Tuve que decírselo a Paco, por eso no me extraña que te haya avisado en plan bruto.

-¡Pero mujer, que con las cosas de comer no se juega!

-No podía saber que eran unos idiotas. Además ninguno me gustaba… al menos como tú. Me gustas mucho. ¿Lo sabías?
-Deja de jugar y abre la puerta.
Ella miró su reloj de pulsera, hizo un mohín y me guiñó un ojo.
-Tienes tiempo de sobra.
-No tanto si vas andando.
-Bueno, si te pones así, mira, te pago un taxi, pero antes v as a besarme y luego nos vamos a cenar tan ricamente. ¿A que no has cenado?
-No he tenido tiempo.
-Lo suponía.
Se fue acercando a mi moviendo las caderas con mucho garbo, como una chulapona en San Isidro, y cuando consideró que ya estaba bastante cerca se dio la vuelta con brusquedad y movió el culo con tanta sensualidad como una brasileña en una comparsa de carnaval. En otro momento y con otra mujer no habría dudado en darle una palmadita en el trasero o pellizcar sus nalgas, no entendía qué me estaba pasando con aquella chica.

-¿No es el mejor culo que has visto en tu vida?
-Esto…
-Esto, esto, te hablo de esto. ¿No crees que es el culo más atractivo que verás nunca?

Se lo acarició con total desvergüenza. Se volvió y se me acercó aún más. Me tomó de la mano y me llevó hasta el mostrador como si yo fuera un niño y ella la solícita mamá.
-Deja ahí el paquete. Vas a necesitar las dos manos.
-Lo hice.
-Y ahora me vas a besar como en las películas. Mejor, porque según dicen hacen trampa.
-No deberías jugar conmigo, Bea. No deberías…
Me acerqué, puse mi mano en su nuca y atraje hacia mí aquella gran cabeza redonda, aquel rostro redondo, aquellos pómulos rellenos, como una hogaza de pan y aquellos ojos negros que se habían cerrado esperando el momento y besé sus labios gordezuelos que se entreabrían como una rosa al sol de mayo. Para hacerlo tuve que bajar mi cabeza porque aunque ella era alta para la media de su generación no me llegaba ni al pecho. La besé con pasión, creo que también con rabia, picado en mi orgullo y jugueteé con su lengua todo lo que quise. Ella me respondió como con miedo de que pudiera arrepentirme, atrapando mi lengua y aferrándose mi boca como una ventosa, no fuera que decidiera salir corriendo. Retiré su cabeza un momento, observé sus ojos cerrados, su cuello largo y estrecho, como de cisne, milagrosamente capaz de soportar aquella cabeza, y luego volví a besarla y como quien no quiere la cosa llevé mi mano derecha a sus pechos y los magreé con delicadeza, uno tras otro. No dijo nada y no se retiró por lo que bajé mis manos hacia su trasero que no pasaría desapercibido ni en un desfile militar femenino y lo acaricié y oprimí con ganas, con deseo. Decidí regresar a las dunas del desierto y para sentirme más a gusto, como pude, desabroché los botones de su blusa e introduje mi mano. Mis dedos acariciaron su piel de satén y sus pezones aguerridos.
Entonces sí, ella se apartó con brusquedad y me soltó un tremendo bofetón. Me quedé paralizado mirando su cara seria, casi hosca.
-¿No es lo que querías?
-Sí, pero no tan deprisa, grosero…

Se me quedó mirando, como sorprendida de mi atrevimiento, pero pronto su rostro se distendió y su boca se ensanchó en una sonrisa que se fue acentuando hasta estallar en carcajadas.

LOS JUEGOS ERÓTICOS DE JOHNNY (RELATO ERÓTICO)


       NOTA: Antes de irme de vacaciones os dejo un nuevo relato erótico, tan refrescante o más que una buena cervecita fresca en una terraza. No os dejo huérfanos porque ya sois grandes y sabéis valeros por vosotros mismos. Que tengáis unas buenas vacaciones.

NOTA: Los juegos eróticos de Johnny es una sección especial, desgajada de la columna vertebral de la historia principal de Diario de un gigoló. Se me ocurrieron tantas ideas que me vi precisado a centrarme en el argumento principal y dejar las otras historias para diferentes secciones o novelas complementarias. Están escritas en un tono humorístico que hace más livianas las historias y este trajín sexual que sinceramente pone los pelos de punta. Espero que lo disfruten.

LOS JUEGOS ERÓTICOS DE JOHNNY

I

EL GALLITO CIEGO

Recuerdo que durante el primer año de pupilaje con Lily (un año de prueba, y luego algún tiempo más, hasta que descubrió que Anabél y yo estábamos funcionando como pareja, casi como un auténtico matrimonio) acostumbraba a invitarme a su casa, a comer o cenar, cada vez que me llamaba por teléfono para confirmar alguna cita especial que ella había preparado para mí o para tratar algún tema delicado del negocio. No dejaba de ser una disculpa para encamarse conmigo. Cuando podía también se apuntaba Ani y formábamos un trío calaveras de mucho cuidado. Como la patrona era bisexual yo podía regular el trabajo y descansar un poco de vez en cuando, vamos lo que un burócrata llamaría salir a tomar el café. El trío se deshizo porque Lily no pudo soportar que Anabél, su mano derecha, su segunda de a bordo, la preciosa mulata que era el buque insignia, o mejor dicho la popa insignia (la mejor popa que acariciado nunca) la mintiera en un tema tan delicado e importante. No creo que influyeran los celos puesto que ambas me compartían de vez en cuando sin problemas, aunque en estos temas tan delicados nunca se puede conocer toda la verdad y nada más que la verdad. Puede que Lily quisiera ser la esposa y se sintiera relegada a un segundo término por Ani, como una suegra enamorada del yerno que llega incluso a odiar a su propia hija.

Como de esto no puedo saber más de lo que ya sé, que no es mucho, debería ir al grano. El caso es que tras su desengaño Lily dejó de invitarme para tratar “cuestiones” y me mandó a su jefe de matones, Anselmo, que utilizaba como factotum y que yo creo, más bien estoy convencido, de que formaban una pareja en la sombra, es decir que Anselmo ocupaba el lecho conyugal cuando Lily no tenía nada mejor. Este buen hombre me entregaba una carta de Lily, se bebía una copa conmigo sin negarse a comentar los avatares del negocio que no debería callar por discreción y luego se marchaba con mi respuesta manuscrita en la que abundaba la ironía, hasta el sarcasmo y mucho cariño y muchos besos que grababa en el papel tras pintarme los labios con el pintalabios de Ani, lo que no dejaba de ser un gesto bastante vengativo por mi parte. También acostumbraba a escribirle algún que otro verso erótico subido de tono.

Cuando aquella tarde escuché su voz al teléfono casi me da algo. No podía creer que la patrona se rebajara tanto como para reconciliarse conmigo. En realidad el tono de su voz no era precisamente de reconciliación, más bien frío y distante, me anunciaba que era de todo punto imprescindible que yo acudiera aquella tarde a su casa para tratar de un encargo o trabajito muy especial. Me esperaba sin falta y confiaba en que no me echara para atrás, a pesar de la dificultad del encargo. Respondí con voz desfalleciente algo así como “¡Qué no haría yo por ti, Lily, bella entre las bellas! Pero a ella no le gustó la broma y me cortó en seco. Vamos, Johnny, déjate de tonterías. Esto es serio. ¿No me puedes adelantar algo por teléfono? Lo siento, se trata de un asunto delicado y prefiero escupirlo a tus castas orejas.

Y con esta respuesta tan sardónica en el bolsillo de mi camisa Armani de donde asomaba una pluma de oro, regalo de Ani y una agendita negra, muy mona, también regalo suyo, me subí a mi descapotable, regalo mío, y me dirigí, raudo y veloz al encuentro de lo que imaginé sería un choque de trenes o tal vez un choque de barcos, con el palo de proa enhiesto, frente a una popa receptiva.

Lily tenía ya preparada la consabida mesa para la cena, con candelabros, perfumes aromáticos exóticos y un borgoña carísimo, lo que me dio a entender sin palabras que la patrona estaba escenificando la reconciliación, aunque yo no debería mostrar que lo sabía hasta que ella se quitara el sujetador. Su recibimiento fue tan frío como los cubitos de hielo que luego llenarían la cubitera de champán francés. Apenas un beso en la mejilla y una mirada distante, como si yo estuviera lejos y ella no tuviera prismáticos.

Iniciamos el aperitivo, bebimos un martíni seco y ella comenzó a hablarme del trabajo. Según me dijo el día anterior, o sea ayer, una chica muy modosita del barrio de Salamanca la había llamado para hablarle, con voz temblorosa y tan puritana que estuvo a punto de vomitar, sobre una despedida de soltera muy especial que estaba organizando para una amiga del alma, que se casaba en un tiempo muy corto. Preguntada por Lily quién le había facilitado su teléfono la habló de un conocido periodista de la prensa rosa. En realidad se trataba de Zoilín, que era más temido que conocido, en ciertos mentideros por su lengua viperina. Como hasta el momento las colaboraciones de nuestro pajarito cantor eran muchas y valiosas (hasta el punto de que estaba a punto de premiar a Zoilín con la mayor recompensa que jamás recibiría en su vida… un polvo con nuestra entrañable Ani) no dudó en escucharla, al menos. Y su propuesta, aunque extraña y tan ridícula como extravagante, la dejó pensativa. No mucho porque Lily era un águila para los negocios y una exploradora arriesgada cuando era necesario.

No se trataba de la consabida y manida despedida de soltera en la que la novia y sus amigas se “pimplan” más de la cuenta y con la disculpa de poner un billetito en el tanga del boy meten mano a su miembro y lo estrujan dolorosamente, no, en este caso se trataba de una auténtica ceremonia de la confusión o de la venganza, como sería más propio llamarla. Según le contara Almudena, con voz tímida, su amiga Marta se iba a casar, en un matrimonio de conveniencia por imposición de su padre cuyas empresas estaban en la ruina, con el hijo cabrón y botarate de un empresario de éxito. A Marta nunca se le hubiera ocurrido organizar algo así de no ser porque algo despertó sus iras, que eran muchas y muy dentadas o dentudas. Al parecer el novio había organizado una despedida de soltero antológica a la que había invitado a todos sus amigos, lo que no deja de tener su lógica, pero también a todas sus amigas, amantes, amancebadas, conocidas y en manos y en boca de la parte masculina de un estatus social residente en el barrio de Salamanca y otros barrios populares de la villa madrileña, como la Moraleja, por ejemplo. No conforme con ello invitó también a las mejores amigas de Marta. Y fue por boca de ellas que Marta se enteró de la jugada de su futuro y decidió darle un puñetazo en la boca con una estrategia semejante pero mucho más efectiva y regocijante.

Se trataba de satisfacer en todos los sentidos a una docena de amigas suyas que acudirían a la despedida de soltera en la casa de una de ellas, en la sierra madrileña. La despedida duraría todo un fin de semana, desde el viernes por la tarde hasta el domingo, noche incluida, lo que no dejaba de ser una despedida más larga que el “Largo adiós” de Raymond Chandler. En esta juerga del bello sexo cabía de todo, pero lo que no cabía era más de un gigoló puesto que el presupuesto confeccionado por mi patrona casi había agotado las arcas del nuevo estado independiente de mujeres vengativas. Ese era el problema, el verdadero y auténtico problema. Que solo un gigoló debería atender al menos a una docena de mujeres, sino más, durante todo un fin de semana. Lily había pensado en mí, precisamente en mí, porque reunía todas las cualidades, buena resistencia en las galopadas, culto y con labia para entretener las esperas y en fin, todo un dechado de cualidades. No pude resistirme y le respondí con un tono ligeramente enfadado.

-Lily, cariño, si en realidad lo que buscas es asesinarme para quedarte con mi herencia y recibir tu pensión de viuda alegre, de araña negra, me gustaría más que fueras valiente y me mataras tú a polvos, en lugar de que deban hacerlo unas niñatas pijas y tontas del barrio de Salamanca.

-Y quedarías muy feliz, con cara de angelito, si Anabél, tu dulce Ani, me ayudara a rematarte.

-De morir, patrona, me gustaría morir a gusto.

Se echó a reír con ganas.

-Eres único, Johnny, serías capaz de convencer a una mujer que te apunta con un revolver y te odia a muerte de que te pasara la pistola y con la mirilla la harías cosquillas donde tú sabes hasta que se muriera de risa.

Creo que esto marcó el inició de nuestra reconciliación y del largo y fructífero periodo que siguió a este evento. No obstante quise saber si esto era una venganza.

-Si no te conociera y te quisiera muy mal seguro que habría tramado algo así, pero conociéndote como te conozco sé muy bien que darías tu vida por satisfacer a un regimiento de mujeres, ocasión que no habías tenido hasta ahora.

-¿Y no hay otro candidato ni posibilidad de ampliar la plantilla?

-No podía rebajar más de lo que rebajé y qué otro candidato podría sustituirte, ¿Pichabrava? *, con él los cirujanos de los hospitales de Madrid estarían muy ocupados cosiendo rasgaduras y eso no sería bueno para el negocio.

*NOTA DEL EDITOR: Me remito a la larga historia que sobre este intrépido personaje, poseedor de un instrumento que Johnny calificaba de trombón, se cuenta en Diario de un gigoló, así como en varios episodios de “Cien mujeres en la vida de un gigoló”. El tremebundo tamaño de su pene había producido tantos desgarros en clientas morbosas y arriesgadas que Lily se vio obligada a contratar a un conocido cirujano, ginecólogo de prestigio, que estaba en plantilla y siempre disponible cada vez que actuaba este noble músico.

Aún tenía dudas que se disiparon cuando días más tarde me enteré de que Ani había sido escogida para premiar a Zoilín por su trabajo confidencial sobre famosos y sus buenos oficios de celestino para que famosas y famosos pudieran hacer favores a clientes escogidos, con mucha discreción, y a un elevado precio. *

NOTA DEL EDITOR: Sobre este episodio y la historia de Zoilín, en general, me remito a “Los famosos de Lily” y los “Pervertidos de Anabél”.

Al menos esa noche Lily selló conmigo una reconciliación apasionado. Al día siguiente hasta me trajo el desayuno a la cama y me anunció que Almudena me esperaba en un centro comercial para comer y afinar detalles. Que procurara llegar pronto porque al parecer tenía mucho sobre lo que hablarme, preguntarme, exponerme y negociar.

Desayuné con ganas y la patrona, muy cariñosa y generosa, me anunció que aliviaría mi trabajo de la mejor manera posible. Bajamos al sótano, abrió la enorme caja fuerte (parecida a Ford Knox) y me suministró toda clase de potingues que le enviaba regularmente su laboratorio sueco, donde su particular profesor chiflado confeccionaba esto y todo tipo de artilugios sexuales que Lily había decidido no vender en un sexshop porque este país aún no estaba preparado para semejante avance. Ayudó a preparar mi maletín y mi bolsa de viaje, que pronto estuvo repleta de consoladores, bolas chinas, potingues, consoladores con arneses automatizados –invento del profesor chiflado- una completa lista de instrumentos que pueden salvar la vida a un gigoló en plena selva.

La patrona me invitó a bañarme en la piscina, a que la diera un masaje y la echara un polvo rapidito antes de salir pitando para mi cita con Almudena. ¿Qué me esperaba? ¿Cómo sería esta mujer? ¿Qué demonios de despedida de soltera pensaban organizar estas pijas y puritanas pazguatas en un país que aún no había alcanzado la mayoría de edad, donde los machos podían despedirse de solteros cuantas veces quisieran y luego durante el matrimonio gastar media fortuna en pisos para mancebas, que se iban de putas cuando querían y que fardaban de don juanes mientras sus mujercitas se aburrían en casa o las llevaban como floreros ambulantes de acá para allá? ¿Querían hacer la revolución francesa y cortas cabezas? ¿Querían subir a los altares a un mártir del feminismo llamado Johnny? ¿Y esto lo iban a hacer ellas, precisamente ellas, pijas del barrio de Salamanca, puritanas, conservadoras, beatonas? ¿Y todo este follón por una venganza?

Continuará.

LOS FAMOSOS DE LILY II (RELATO ERÓTICO)


Zoilín se puso como la grana y mirándose la puntera de los zapatos, pudo apenas balbucir:

-Eso… eso ya lo suponía yo. No pido tanto. Solo que me deje mirar por un agujerito lo que hacen sus pupilas. Pido poco. Tengo un defecto que me impide disfrutar plenamente del sexo.

-Seguro que es usted uno de esos rapiditos que no te dejan ni preguntar si ya han entrado (porque no sientes nada de nada) cuando ya han salido.

Zoilín no sabía dónde meterse. De pronto se le soltaron unos inmensos lagrimones por la cara y casi de rodillas suplicó a las damas.

-No se burlen de mí, por Dios. Si son buenas conmigo pondré en sus manos un montón de famosos. Podrán hacer con ellos lo que quieran, siempre que les paguen, por supuesto, pero tampoco tanto como piensan. Se asombrarían ustedes de lo que estarían dispuestos a cobrar. Una bicoca para usted, señora Lily.

La señora Lily se quedó pensativa. Si Zoilín no mentía, la tentación de utilizar famosos para clientes escogidos, era una tentación demasiado fuerte para ella, una empresaria de primera y una voyeur vocacional que nunca desaprovecharía contemplar el polvo de un famoso.

-Dígame algún nombre, Zoilín. Para que me haga una idea. No le pido que me cuente todos sus secretos… no, aún no.

Fueron brotando nombres de aquella boquita de piñón que hicieron relamerse de gusto a Lily. Any, que la conoce bien, en ese aspecto mejor que yo, me describió los gestos por los que ella dedujo el enorme interés que suscitaban los nombres que iba desgranando pajarito cantor. Lo disimuló bastante bien. Un buen negociante nunca debe mostrar el gran interés que siente por un negocio determinado o el precio subirá por las nubes. Lily en esto era una maestra. Hubiera sido capaz de jugar al ratón y al gato con el mismísimo Belcebú.

Se hizo la desconfiada.

-¿Qué pruebas tengo de que esto es así y no me echarán de su casa con cajas destempladas?

Zoilín, ni corto ni perezoso, pidió un teléfono y marcó un número.

-Hola encanto. Soy Zoilín… Muy bien preciosa. No te pregunto cómo estás tú, porque no hay mujer en el mundo tan hermosa. Ya te lo he dicho muchas veces…Sí, sí, sabes que no es un halago, sino la pura realidad…Si…sí… Mira, ¿recuerdas lo que hablamos el otro día? Pues tengo a mi lado a una mujer que podría darte lo que pides y algo más. Todo con discreción absoluta…. Es de fiar. Puedes matarme si no te resulta como yo te digo… ¿Que quieres hablar con ella? Ahora mismito te la paso. Chao, preciosa. Un beso. Nos vemos mañana.

Se puso Lily y ambos mantuvieron una conversación que hubiera helado a un pingüino. Hablaron de números, de lugares, de cómo hacer que su relación fuera más discreta que la de Adán y Eva cuando, en el paraíso terrenal, ni siquiera había entrado la serpiente tentadora. Se pusieron de acuerdo con una facilidad pasmosa.

La famosa (actriz conocidísima y un poco en horas bajas por su edad y porque el teatro sufría una de sus cíclicas crisis y en el cine español se iniciaba tímidamente el destape que echaría de la pantalla a grandes actrices, con cuerpos ya un poco maduritos para el gusto del público, que iba a Perpiñán para ver El último tango en París de Bertoluchi, donde el culo de la Schneider era aún juvenil y turgente) se comprometió a venir a cenar a casa de Lily, siempre y cuando ésta garantizara discreción en el transporte, un coche con cristales oscuros, y discreción en la servidumbre, nadie se iría de la lengua. Lily le dio tales garantías que la otra quedó conforme. Any cuenta que a Zoilín le faltó tiempo para pedirle a Lily que cerrara el trato y le garantizara un sustancioso cobro en carne.

Lily hizo una seña a Anabel y ésta puso delante de Zoilín el álbum de fotos de sus pupilas que acostumbra a enseñar a los nuevos clientes, para que elijan a su gusto. En él, entre otras muchas, aparecieron desnudas y en posturas realmente excitantes (yo conocía muy bien ese album) Anabel, Venus de fuego….

Continuará.

LOS FAMOSOS DE LILY I (RELATO ERÓTICO)


NOTA: Animado por el mano a mano que se traen Gregorio y Mr. Bernie, me he animado a rescatar algunos relatos que en su momento subí a la sección erótico de la desaparecida Grupobuho, que creo recordar tenía el nombre de «En tu alcoba» o algo parecido. Los famosos de Lily formaban parte del inacabable culebrón erótico «Diario de un gigoló», pero decidí desgajarlos y crear una nueva saga con los mismos protagonistas pero con otras historias diferentes y más morbosas. Lily es Lilian, la madame que recluta a Johnny en Diario de un gigoló y que se ha montado un negocio sexual realmente delirante y también muy divertido, porque el humor nunca falta en estas historias. Anabél, Ani, como la llama Johnny, es una preciosa mulata cubana con una larga historia que se cuenta en «Cien mujeres en la vida de un gigoló» y con la que nuestro personaje llega a formar una pareja más o menos estable y peculiar. Los famosos de Lily es una sección en la que se cuenta una parte del negocio de la madame dedicada a los famosos y famosetes que buscan sus diversiones sexuales o que se prostituyen a escondidas. El primer episodio son estas historias de Zoilín, un peculiar personaje de la prensa rosa, que consigue de Lily que el pague en carne sus informaciones y alcahueteos con los famosos y famosetes de turno. Como no he tenido tiempo de revisar la versión de Buho y como ya casi ni me acordaba que conservara estos relatos pido disculpas si hay algún párrafo demasiado explícito o algún episodio un tanto demasiado-atrevido. Los relatos se escribieron para una sección de Buho que advertí al lector de lo que se iba a encontrar y no se aconsejaba la entrada a menores, por lo que no me preocupé en exceso en hacer demasiadas elipsis o en utilizar un lenguaje discreto. Siempre fue un divertimento que encajaba muy bien con la historia lineal y cronológica de «Diario de un gigoló». Espero que resulte refrescante para este verano, aunque si soy sincero creo que buena parte de estos relatos deben andar perdidos entre mis numerosos manuscritos en alguna carpeta y desconozco en este momento si la historia podrá ser rematada en su momento o no. Remito a los lectores al hilo de Diario de un gigoló donde subiré algunas anotaciones más para la guía del lector que hagan referencia y expliquen algo más de estos episodios, enmarcados en la historia general.

LOS FAMOSOS DE LILY

HISTORIAS DE ZOILÍN- EL PARAJITO CANTOR

Cuando Lily se encontró a Zoilín, el pajarito cantor, en su camino, yo aún no había sido captado por mi dulce panterita para el duro oficio de satisfacer a las mujeres a cambio de un módico estipendio ( díganme ustedes si no es módico cualquier precio por llegar al éxtasis, subir al séptimo cielo y bajar, sin verse obligados a degustar el alimento para jilgueritos de plástico de las compañías aéreas). Por tanto lo que les voy a contar no procede de cosecha propia, sino del buen vino embotellado y etiquetado por Anabel para el exquisito paladar de Johnny. Seguro que no tendrá la gracia sandunguera y esa sensualidad que Dios le dio a mi Any hasta en el tono de su voz, pero les aseguro que haré lo que pueda para que nada se pierda por el camino.

Ella estuvo presente en la primera entrevista entre ambos, en la que el ratoncito fue engatusado y transformado en correveidile de Lily entre los famosos de este país y algún que otro pajarraco de fama internacional. Ambas damas no sabían qué pensar de la extraña manía de aquel hombrecito que no dejaba un solo instante de intentar fotografiarlas con sus ojos hasta obtener un primer plano de sus rostros. Aún no habían leído a Freud y por tanto ni se les pasó por la imaginación que una persona pudiera llegar a caer en manías tan surrealistas y perversas.

El esfuerzo de Zoilín resultó inútil (está por ver el hétero que hubiera tenido éxito en lo que pajarito cantor se proponía). La vista se le desvió, contra su voluntad, a los pechos y piernas de aquellos monumentos de mujer. Se habían puesto escuetas minifaldas pensando que así seducirían mejor al hombrecito. ¡Oh, ingenuas y cándidas palomitas!

Luego de poner cara de circunstancias (me hubiera gustado ver su jeta) pajarito cantor pidió permiso para transplantarse al servicio sin pisar suelo, tal como hacían en la serie de Star Treak. Y poco le faltó para conseguirlo porque se volatilizó delante de los ojos de las damas como un cohete, pequeño pero cohete, en ignición. Lo que sucediera en aquel lugar retirado o retrete Any no lo supo nunca, pero tanto ella como yo nos lo imaginamos sobradamente.

Regresó pálido como un muerto y con la respiración bajo mínimos. De esta manera pudo hablar con las damas durante media hora sin verse obligado a poner un candado a su mirada, aunque justo es admitirlo, en un estado cercano a la catatonia.

Lily, cuenta Anabel con gracia inigualable, le miraba y remiraba como si un extraterrestre, pequeñito pero extraterrestre, se hubiera colado por su ventana con el único deseo de alegrar su colita, masturbándose en sus narices. No sabía muy bien qué tono emplear con aquel ridículo pervertido que sacaba su lengüita y ponía los ojos en blanco cada vez que fijaba su mirada atrevida en pechos o muslos. Any, muerta de risa, le echó una mano, mejor dicho, un par de tetas y de muslos, y así mientras la miraba a ella Lily podía reencontrarse y tranquilizarse antes de formular su siguiente pregunta.

-¿Es cierto que es usted el periodista de este país mejor informado sobre los trapos sucios de famosos, famosas, aristócratas, poderosos y gente escogida por la vida para ser únicos e irrepetibles?

La pregunta no estaba formulada de esta manera pero Any lo adornaba todo y sus adornos resultaban siempre mejores que el mobiliario, por lo que mantengo y reitero la pregunta. Se produjo un corte de respiración en Zoilín, a quien ponía en trance hasta el vibrato de la voz de Lily.

-No encontrará otro mejor. Por un módico precio le cuento hasta la talla de las bragas y calzoncillos de los famosos.

-¿Y qué módico precio sería ese?

-Yo preferiría que se me pagara en carne. Usted me entiende.

-No, no le entiendo, querido amigo. Un polvo con cualquiera de estas dos damas aquí presentes le costaría un ojo de la cara y la mitad del otro.

Enrojecimiento progresivo y convulso del rostro de Anabel que estaba a punto de reventar de risa, al tiempo que intentaba controlarse por arriba, la risa, y por abajo, el pis. Se hubiera ido corriendo también al servicio o retrete, aunque por un motivo distinto que Zoilín, si la sensación de que se perdería algo muy importante no la hubiera aplastado contra el sillón.

Aguantó como pudo y así yo pude enterarme, con el tiempo, de esta clamorosa escena. Me la contaba Any entre risa y risa e hipido e hipido. Estábamos en su apartamento, concretamente en su habitación y aún más concretamente en su lecho. Desnudos, por más señas, y en el relajo subsiguiente a un polvo antológico en el que ambos dimos lo mejor de nosotros mismos, sin dejar ni un litro de gasolina en la reserva. A mí me entró sueño, indomeñable y evidente, y Any, despierta, como Julieta en el balcón esperando otra vez a Romeo, decidió que la única forma de mantenerme en vela, con el posible premio de otro polvote de propina, era contarme una nueva historia de Zoilín, un personaje que me resultaba particularmente simpático y divertido. Se pueden imaginar la escena con muy poco esfuerzo: dos cuerpazos de primera, desnudos sobre la cama revuelta, riéndose a mandíbula batiente conforme la historia avanza.

 

DIARIO DE UN GIGOLÓ VII


 

DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

EL PUB DE PACO/ CONTINUACIÓN

Nadie se atrevió. Como llegaría a saber con el tiempo, Paco tenía fama de calar a la primera al personal y nunca apostaba si el otro le iba a salir respondón o le complicaba la vida. No tuve tiempo para fijarme en la señorita Julia, supe que se había ido cuando un compañero se acercó para decirme que me encargara yo de poner la música porque a Antoñito, el supuesto “pincha” porque allí servían todos, se lo había llevado “la pianista” como al parecer la llamaban por allí.

No quise saber más, me sentí bastante dolido de la actitud de aquella mujer que primero me lisonjeaba y seducía y luego se iba con otro, como si yo le importara un comino. Mi veta rencorosa me hizo maldecir en voz baja y me juré que aquella pianista promiscua y beatona me las iba a pagar todas juntas. Eché un vistazo a los discos de vinilo que se apretujaban unos contra otros, sin orden ni concierto, en una caja de cartón y elegí la música que me pareció menos mala.

Al cabo de un rato Paco se acercó y me felicitó.

-Parece que les gusta tu música. Desde mañana te encargarás de pincharla. Puedes traer la que tengas en casa, te recompensaré de alguna manera y si alguno de tus discos se pierde o se rompe te daré para que compres uno nuevo. Y toma, esto es para que compres alguno de tu gusto.

Y me soltó dos o tres billetes verdes.

 

-Y no te hagas mala sangre por la elección de la señorita Julia para calentarle la cama esta noche, es una mujer muy rarita, hay que saber llevarla. Se hace de esperar pero cuando te echa el ojo no decepciona.

Paco no había estudiado psicología pero tenía un excelente ojo. Me había calado sin necesidad de hacer preguntas. Decidí poner un poco de rock porque la parroquia parecía un poco soñolienta y aún no era hora de cerrar. Que yo supiera no llevábamos comisión por las copas, pero no me apetecía esconderme tras la barra y echar una cabezadita, no esta noche al menos, quería documentarme todo lo posible sobre lo que me iba a esperar en aquel barco en el que acababa de ser contratado como marinero. Al cabo de unos minutos me sobresaltó el ruido de mesas y sillas arrastrándose. Al fondo del local unos jóvenes apartaban sillas y mesas para hacer una pequeña pista de baile, Se pusieron a bailara con gran entusiasmo. Paco se acercó de nuevo frotándose las manos.

-Estoy pensando en poner una pequeña pista de baila. ¿Qué te parece la idea?

-No me parece mal, aunque la juventud no suele tener mucho dinero y sería negativo para el negocio que se asustaran los que sí lo tienen, como la señorita Julia, por ejemplo. Habría que buscar una fórmula, hacer un tabique o reservados. Ignoro de qué espacio se podría disponer.

-Creo que me vas a traer suerte, no sé por qué, pero lo huelo. Lo consultaré con la almohada.

-También deberías consultarlo con un arquitecto, ellos saben de estas cosas.

-“Equiliqua”. Tienes buena cabeza, chico.

 

Y se alejó tarareando al tiempo que movía los pies con cierta gracia. ¿Le gustaría el rock a aquel “carroza”? Decidí probar de registro y cambié la música, a ver qué tal resultaban las baladas. Como suele ocurrir en estos casos bailan las parejas ya formadas y el resto se queda a dos velas, son pocos los que se lanzan a buscar pareja y no la consiguen. Una chica agraciada se acercó a la barra.

-¿Te gustaría bailar conmigo?

-Como gustar sí que me gustaría, pero no sé si el patrón querrá darme permiso.

-Yo se lo pido.

Y allá que se fue, atrevida. Regresó muy contenta.

-El patrón ha dicho que eso es cosa tuya, ji,jí.

Su risita era un poco desagradable, parecía una de esas chicas pijas, de familia adinerada que parecen haberse olvidado de la finalidad del lenguaje y haberse convencido desde la cuna que el dinero de papá lo puede todo. Miré a Paco que se encogió de hombros. Bueno, pensé, mejor bailar que dormitar, y si la chica me quiere llevar a la cama no diré que no, al fin y al cabo esta noche ya está totalmente perdida para mí.

El otro camarero me miró con cara de sentirse ninguneado y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo se acercó a otra chica y tras una breve conversación comenzaron a bailar muy cerca de nosotros. Eso acabó de animar al personal que se buscó la vida para bailar, aunque fuera con la fregona que uno sacó del almacén. Se produjeron risas y el ambiente se animó. Paco se puso tras la barra, se sirvió un cubalibre y nos observó sonriente y frotándose las manos, aquel gesto parecía ser una manía compulsiva e incontrolable cuando se entusiasmaba demasiado o se le tensaban los nervios.

La chica se frotaba contra mí con la tranquila decisión de la ola que sabe que antes o después acabará conquistando la playa. Me preguntó el nombre y fue enlazando pregunta tras pregunta hasta que comprendió que nos veíamos obligados a levantar mucho la voz. Estábamos llamando la atención y eso la desanimó. Se apretó aún más y dejó que yo la acariciara con suavidad las nalgas sobre su vestido de boutique cara. Todo iba muy bien hasta que la mala suerte quiso que uno de los discos que había apilado en el soporte, para que fueran cayendo uno a uno sobre el plato, estuviera rayado. Tuve que soltar a mi “partenaire” y salir pitando, entre las risas, silbidos y la bronca del populacho. Me costó un tiempo probar a ver si aquella rayadura se debía a la suciedad del disco o era ya una cicatriz irremediable, repasé los dos discos que aún quedaban por caer y busqué alguna balada más con la intención de prolongar el “tete a tete” con aquella chica cuyo físico no me disgustaba aunque me repateaba un poco aquella risita tonta y aquella forma de hablar tan engolada, como si fuera la reina del baile. Cuando me disponía a regresar a la improvisada pista de baile observé que el grupo de jóvenes había desaparecido dejando las mesas sin colocar. Miré a Paco quien se encogió de hombros.

 

-La juventud es así, tarambana hasta para mear. Coloca las mesas y vamos cerrando, que esto parece que no va a dar más de sí por esta noche.

Aquella fue mi primera noche en el pub de Paco. Antes de cerrar éste me recordó que fuera por la mañana, antes de la una, a la dirección que me había dado. Allí me arreglarían el uniforme que llevaba y me harían un par de ellos.

-Eso corre por mi cuenta, pero con la condición de que no vuelvas a acercarte a Bea. Fui su padrino y para mí es como una sobrina, qué digo, como una hija. Como se te ocurra desgraciarla da por hecho que te buscaré y te rajaré allí donde te encuentre.

Pensé que no era para tanto y así se lo hizo saber. Paco se enfadó mucho y a punto estuvo de arrearme un bofetón. La cosa iba en serio, mejor saberlo antes que después. Me escabullí sin despedirme y en cuanto llegué al piso me tumbé sobre la cama tal como estaba.

BEA

A la mañana siguiente, en cuanto me desperté, decidí acercarme hasta el taller de costura. Era un pequeño local por la zona de Sol en el que trabajaban tres o cuatro mujeres, al menos que yo pudiera ver desde el escaparate. Paco me había dicho que era manchego, no sé de qué pueblo, y que en el taller todas las costureras eran del pueblo.


Diario de un gigoló VI (Versión Sonymage)


DIARIO DE UN GIGOLÓ, VERSIÓN SONYMAGE
EN EL PUB DE PACO/CONTINUACIÓN

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Miré a la dama en cuestión. Una mujer delgada, bien vestida, aunque un poco remilgada para mi gusto. No estaba mal, aunque tan poco tan bien como para ir corriendo tras sus posaderas. La dama me observó con detenimiento e hizo un gesto a Paco.

-Quiere lo de siempre, un jerez seco. Esta es su botella, es especial, solo para ella. Si le sirvieras a otro y ella te viera se quejaría y yo tendría que echarte un buen rapapolvo a su presencia. Se lo vas a llevar. Te preguntará si eres nuevo. Es posible que te pida que te sientes con ella unos minutos. Me miras y yo asentiré, así sabrá que estás en el ajo. Te hará alguna pregunta. Procura ser discreto y muéstrale un poco de tu cultura, no demasiado, no te pavonees con ella. No tengo nada más que decirte. Y ahora lleva el jerez.

Lo hice. Dije un buenas noches simpático, no demasiado y dejé el jerez ante ella con cuidado. Ya me disponía a marcharme cuando ella me retuvo.

-¿Eres nuevo?

En otras circunstancias me hubiera gustado responder con alguna broma, algo así como “sí, con cara de huevo”. Pero no estaban los tiempos para hacer bromas con el trabajo.

-He comenzado esta noche.

-Siéntate ahí, solo será un minuto.

Miré a Paco que asintió. Me senté frente a ella, la silla era un poco baja para mí, procuré que mis pies no la rozaran.

-¿Es tu primer trabajo?

-No. Soy universitario y tengo que trabajar un poco para ayudarme en los estudios.

-¿Qué estudias?

-Psicología.

-Interesante carrera. ¿Te gusta la música?

-Mucho, sobre todo la música clásica.

-¿Qué compositores te gustan más?

-Beethoven…(observé un gesto en ella como diciendo, lo de siempre)… eso me hizo titubear buscando su compositor favorito… Chopin…

-¿Chopin? Tienes buen gusto. Puede que un día de estos te invite a mi casa. Tengo un maravilloso piano. Te tocaré algún nocturno y luego podremos bailar un vals. ¿Te gustan los valses chopinianos?

-Ya lo creo, son maravillosos, parece como si el alma te bajara a los pies.

-¡Qué metáfora tan bonita? ¿No serás poeta?

-Nunca he intentado escribir. Creo que no es lo mío.

-¿Y qué es lo tuyo?

-Amar. Creo que lo mío es amar.

La señorita Julia se rió de buena gana.

-Veo que a tus dedos les gusta tocar otras cosas más que los nocturnos. ¿Sabes tocar el piano?

-Me gustaría pero no tengo tiempo, estoy demasiado ocupado con la universidad, y aunque lo tuviera, no me queda dinero para tomar clases.

-Eso tiene arreglo. A mí no me importaría enseñarte… si eres bueno, claro.

Lo dijo con una malicia que me dejó descolocado. Por lo que me contara Paco me había hecho una idea de ella más cercana a la beatería y gazmoñería que al desparpajo que indicaba ahora el tono de su voz. Claro que si era verdad que se llevaba a casa a camareros y clientes para algo más que tocar el piano, estaba claro que no podía ser una beata, al menos por dentro. Tal vez se le hubiera escapado, pero por si acaso decidí recoger el guante antes de que fuera tarde.

-Lo seré-dije con un entusiasmo y una intención tan evidente que los ojos de la mujer se humedecieron.

-Así me gusta. Y ahora puedes marcharte. Gracias por tu tiempo.

El cambio fue tan brusco que creí haberla ofendido. ¿Dónde estaba el límite entre su gazmoñería y atrevimiento, entre la beata y la amante sin inhibiciones. Decidí que solo el tiempo me permitiría ver claro en aquel tupido bosque.

Regresé junto a Paco quien me ordenó ponerme a su lado, tras la barra.

-¿Cómo te ha ido?

Creo que bien- y le conté la conversación-.

La tienes en el bote, muchacho. Lo que menos esperaba era encontrarse con un camarero al que le gustara ese tipo de música. Los demás siempre se quejan de que les obliga a escucharla tocar el piano. Dicen que es una petarda. Pero si a ti te gusta ese tipo de música haréis buenas migas.

La noche se fue agitando y me vi obligado a ponerme las pilas. Algunos se quejaron de la impericia del nuevo y Paco tuvo que salir en mi defensa.

-En una semana será el puto amo de este barco. ¿Alguien quiere apostar?

Continuará.

 

Diario de un gigoló V (Versión Sonymage)


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DIARIO DE UN GIGOLÓ

CAPÍTULO I/ LILIAN

EN EL PUB DE PACO/ CONTINUACIÓN

Sin ninguna prisa, observando el entorno como un detective que se introdujera en la boca del lobo para investigar la mala vida de la esposa de su cliente, me acerqué hasta la barra, donde pedí una cerveza negra. Un hombre, mitad oso, dada su envergadura, y mitad humano, a juzgar por su tripita cervecera, se acercó hasta el lugar donde me había aposentado, con una sonrisa servicial en la boca.

-¿Qué va a ser?

-Una cerveza negra.

-¿Cualquiera?

-Cualquiera.

Me sirvió una jarra.

-A esta invita la casa.

-¿Y eso?

-Me da en la nariz que vienes a algo más.

Me enfadé un poco por su soberbia de creerse capaz de leer mis pensamientos.

-¿Cómo a qué? Si puede saberse.

-No te enfades, chico, ¿no has visto el letrero en la puerta?

-Así es, pero cómo puede saber que me interesa.

-Pareces universitario y perdona que te lo diga así, pero también se te ve como necesitado de redondear tus ingresos.

Me miré la ropa. Llevaba la camisa desgarrada y con manchas, tal ves de la copa que alguien me arrojara por encima. Eso me ablandó un poco.

-¿Sigue en pie la oferta?

-Pues claro. Si tuviera camarero ya habría retirado el cartel. ¿No crees?

Así se inició mi relación con Paco. Así dijo llamarse mientras me tendía su manaza de oso.

-El empleo es tuyo, si lo quieres.

-¿Así, sin más?

-¿Quieres que te haga una entrevista de trabajo?

-No, claro pero no me conoce de nada. Ni siquiera sabe si he trabajado alguna vez de camarero.

-¿Lo has hecho?

-Sí, pero…

-Pero nada. Eres un chaval fuerte y pareces despierto. Aprenderás pronto.
Con el tiempo, otro camarero (el pub tenía tres, además de Paco) me sacaría de dudas. Fue mi prestancia la que le hizo decidirse tan pronto. El atractivo físico era una condición básica para trabajar allí. Al parecer acudían muchas damas solitarias buscando compañía fácil. Cuando no encontraban algo de su gusto entre la clientela habitual acostumbraban a invitar a una copa al camarero de su gusto y luego podían pedirle que les acompañara a casa o donde fuera que hubieran situado su nidito de amor.

Paco hacía la vista gorda de todos estos tejemanejes a cambio de un porcentaje, un tanto por cien que cobraba al camarero de turno o al cliente de turno que quisiera utilizar las habitaciones que poseía el dueño en el piso de arriba. En resumidas cuentas que Paco era un discreto y amable celestino. Incluso solía invitar al pelma de turno que iba por allí solo a echar un “vistazo” con el fin de saber si se trataba de un cliente potencial o si acabaría por dar más problemas de lo que valía, como el mismo Paco me contaría con el tiempo.
Pidió a uno de los camareros que ocupara su lugar tras la barra y me hizo pasar a la trastienda. Me invitó a sentarme en una silla y él ocupó un sillón tras una pequeña mesa de despacho. No había lugar para más en aquel diminuto cuartucho. Iniciamos la conversación hablando de lo que más nos interesaba a ambos. Quise hacerme el duro y puse mis condiciones.

-Soy universitario, necesitaré una noche libre la víspera de exámenes y horario a tiempo parcial cuando tenga que preparar alguna asignatura difícil.

-Hecho.

-Antes de abandonar mi trabajo como portero de discoteca me gustaría saber cuánto voy a ganar aquí. Para perder dinero no necesito cambiar de trabajo.

-¿Cuánto ganas allí?

Inflé mi salario, intentando hacerme el listillo, a ver si colaba.

-Hecho.

-Y paga usted el uniforme.

Había observado que los camareros llevaban camisa negra con pajarita, con pantalón de tergal del mismo color.

-Hecho. ¿Algo más?

Abrí la boca buscando conseguir mejores condiciones puesto que me lo había puesto tan fácil, “a huevo”, pero no se me ocurrió nada más. Paco escupió en la palma de su mano derecha y me la tendió con una sonrisa.

-Soy de pueblo, hijo mío, allí sellamos los tratos de esta manera. Nada de papeles. Si estás descontento con algo me lo dices y veremos qué se puede hacer. Si estás enfermo llamas y yo me lo creo, siempre que no abuses. ¿Podrías empezar ahora?

-¿Ahora? Tendría que trabajar tal como voy vestido.

Y señalé mi camisa. Paco rió.

-¿Has tenido alguna batalla campal con una chica?

-Algo parecido.

Su sonrisa se ensanchó.

Así me gusta. Vamos a probarte uno de mis uniformes.

Abrió un armario disimulado en la pared y descolgó de una percha una camina y un pantalón.

-Nadie va a fijarse en tus zapatos por esta noche. ¿Tienes zapatos negros?

-Sí, un par para vestir. No me desagrada el negro.

-Me gusta tu honradez, chico, podrías haberme dicho que no para que te comprara un par. Pues mira, por “honrao” te voy a dar para un buen par de zapatos y un pequeño adelanto. Mañana quiero verte con zapatos negros.
Abrió un cajón, rebuscó en él y me tendió un par de billetes.

-Y ahora pruébate esto, mañna por la mañana pasarás por la dirección que te voy a dar para que te hagan unos arreglos y te confeccionen una camisa y un pantalón de repuesto. Mucho ojo, chaval, la chica es mona pero es del pueblo, es como si fuera una hija para mí. ¿Me entiendes? Como se te ocurra camelarla y luego dejarla tirada te voy a dar una somanta de “ostias” que no te va a reconocer ni tu padre. Y te lo dogo muy en serio. ¿Lo has pillado?

-A sus órdenes.

-Nada de bromitas con esto. Y ahora quítate la ropa y ponte esto. No te preocupes que te vea en calzones. Estoy curado de espantos y además me gustan las mujeres y mucho. Si fueras una mujer y te viera en bragas no respondería de mis instintos. Pero tú llevas calzones, ¿no, chaval?

-Imagino lo que quiere decir. Me gustan demasiado las mujeres para hacer tonterías.

-Eso espero, porque aquí los camareros somos todos muy machos. Te adelanto que si alguna dama te tira los tejos debes hacerle caso. Habla conmigo y podrás salir antes. Si luego te hace un “regalito”. ¿Sabes lo que quiero decir? Pues me lo dices y hacemos cuentas. Confío en ti, chaval, tienes cara de “honrao”.
Me probé sus ropas, las mangas me quedaban largas. Paco las recogió con mimo. El pantalón era un poco ancho. Paco me apretó el cinturón sin contemplaciones. Apenas me sobraban unos dedos de largo. Nuestra estatura era muy parecida. Recogió un poco los bajos y me colocó la pajarita.

-Listo. Si tienes alguna dificultad vienes a la barra y te pongo al loro. Hoy te echarán una mano los compañeros, pero mañana quiero que te defiendas tu solito y dentro de una semana serás el amo en “The Sailor”.

Lo pronunció tal cual, “De Sailor”. De esta guisa me acompañó hasta la barra. Me colocó a su lado mientras echaba un vistazo a la concurrencia.

-De momento está tranquilo. Te enseñaré dónde están las botellas, cómo servir una jarra de cerveza “como el fó” y cómo preparar un martín, los cócteles los dejaremos para mañana. ¿Ves aquella dama del rincón? Es la señorita Julia, una solterona aceptable, tiene mucha pasta, vive de las rentas, y ya te ha echado el ojito. Esta noche no te invitará, no te conoce de anda, antes querrá ver cómo te desenvuelves, pero lo hará un día de estos, seguro. Hazte un poco el remilgado, no mucho, porque a ella no le gustan demasiado fáciles, pero tampoco muy complicados. Tú mismo sabrás cómo maniobrar, ni demasiado fácil ni se lo pongas muy complicado. Te llevará a su piso y te dará una buena propina. Quiero el veinte por ciento y no me engañes. Sería una estupidez por tu parte.

Continuará

Diario de un gigoló IV (Versión Sonymage)


 

 

 

DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

CAPÍTULO I (LILY)

EL PUB DE PACO/CONTINUACIÓN

Fue entonces cuando se me acercó una chica a la que tampoco conocía. Con todo desparpajo me pidió que bailara con ella. Estaba sonando una canción lenta y todo el mundo aprovechaba para arrimarse y sobarse con esmero. Recordé haberla visto con el anfitrión de la fiesta o alguno de sus amigos. Podría muy bien ser su novia. Me juré ser discreto. Cumplí mi juramento, pero no así ella que enseguida se arrimó todo lo que pudo dentro de un espacio físico que no presentaba obstáculos a los cuerpos, y desde luego pudo mucho, creo que hasta el aire debió sentirse un tanto comprimido. No contenta con ello bajó las manos y me sobó el trasero y si me hubiera descuidado un poco hasta me hubiera bajado la cremallera de la bragueta. Semejante actitud no era muy frecuente en las mujeres, al menos en las que yo conocía, que solían limitarse a poner el semáforo en rojo, en ámbar o en verde o a dirigir el supuesto tráfico hacia ellas con un “savoir faire” que daba gusto. Eso me indicó que se trataba de una chica “progre” y tan libre como se lo permitía el entorno y las circunstancias.

A pesar de que supuestamente el ambiente universitario era de lo más libre y “progre” del país, el escándalo que se armó fue mayúsculo. Por suerte no duró mucho porque un chico se acercó hasta nosotros con una mirada luciferina en sus ojos de jaguar nocturno, me separó a empujones de la chica y continuó empujándome como si le estorbara en cualquier espacio que ocupara mi cuerpo. Al parecer era el novio porque ningún otro ser querido, ni siquiera su padre, se habría comportado de aquella manera, como un toro que cornea la capa roja una y otra vez.

Tuve que ponerme serio, agarrarle del cuello, hacerle una llave inmovilizadota y gritarle a la oreja que yo ignoraba que la chica fuera su novia, que no tenía obligación de saber acerca de las relaciones de las chicas que me pedían un baile, que no fui yo quien la invitó a bailar, sino ella a mí y que eran sus manos, las delicadas manos de su novia las que me estaban magreando a mí, tocándome el culo con mucho salero y no las mías, humanoides y bastas las que habían buscado su delicioso culo. O sea, dicho en plan pijo, que arreglara sus problemas con su novia y no conmigo, un discreto invitado que no conocía a nadie en la fiesta, y rematé diciéndole con cierto “recochineo” que si yo fuera su novia ya le hubiera mandado a tomar por donde amargan los pepinos, dicho con toda fineza.
El muy estúpido no me hizo el menor caso, emperrado en que nos diéramos de puñetazos. Como estaba bien sujeto comenzó a forcejear con las piernas y en un descuido me acarició un poco el tobillo. Eso colmó mi paciencia y lo lancé con todas mis fuerzas contra unas mesas, donde quedó espatarrado. Un amigo suyo intentó separarnos y la novia del mencionado amigo se puso de uñas por salir en defensa de aquella guarra que iba también a por su novio…Detuvieron la música, todo el mundo intentó separar a todo el mundo, acabaron por pelearse quienes no tenían la culpa de nada y llovieron puñetazos y patadas por todas partes. Yo salí de allí, tan discreto como si no tuviera la culpa de nada, y tan precavido como si tuviera la culpa de todo, incapaz de aclarar mi mente de la confusión en que había caído, puesto que ahora no sabía muy bien si la chica que me había metido mano era la novia del que me había golpeado o en realidad era la novia del anfitrión que supuestamente me había invitado y el que se enfrentara conmigo era un amigo del anfitrión o si la chica que llamara guarra a “mi chica” era novia del anfitrión, de su amigo o del amigo de su amigo. Aquello era un rompecabezas que daba dolor de cabeza. ¡Menudo follón!

En el camino hacia la salida recibí algún golpe perdido, alguna colleja sin importancia, y una chica se acercó a mí pidiéndome que la acompañara a casa y a cambio de recompensaría. Con la oscuridad que se hizo cuando las bombillas se rompieron y las luces se apagaron no supe, hasta que estuvimos fuera, que en realidad era la chica que me había metido mano y por la que se había organizado todo aquel “guirigay”. Cuando estaba a punto de aceptar su amable invitación y sacar algo positivo de aquella noche nefasta un chico se acercó poniéndome de chupa de dómine. No sabía quién era y no me paré a averiguarlo. Salí de allí como alma que fuera a llevar el diablo, sin culpa por su parte, un poco magullado y bastante malhumorado.

Tal vez se debiera a esa confusión que me perdiera por calles que conocía muy bien y en lugar de seguir en línea recta hasta mi destino, de regreso al piso que compatía con varios compañeros de universidad, terminara frente al pub de Paco, también llamado The Saylor o tal vez fuera Popeye, the saylor, porque mis ojos se fijaron más en un letrero que colgaba de la puerta que de las luces de neón que parpadeaban como si fueran bizcas. En letras manuscritas mayúsculas aquel letrero decía: SE BUSCA CAMARERO, PREGUNTAR EN EL INTERIOR.
Aquello me dio una idea. Estaba ya harto de hacer de portero de discoteca, recibiendo todos los golpes e insultos que se les escapaban a aquellos energúmenos y ninguna solicitud de compañía por parte de las chicas que frecuentaban el antro, –item más- habida cuenta de que el dueño de referido antro había desestimado mi solicitud de ascenso a relaciones públicas, un cargo más adecuado a mi prestancia, mi cultura universitaria y mi necesidad de cobrar un poco más, la posibilidad de cambiar de oficio que me estaba ofreciendo el destino… me pareció de perlas.

Me colé en el interior, pensando que por mal que me fueran las cosas no me irían peor que en la fiesta, y al menos me podría tomar una cerveza o una “copichuela” para el camino. Me sorprendió la decoración. Lo más que había esperado era un poster de Popeye o un barquito dentro de una botella en alguna estantería. En realidad todo el interior semejaba la proa de un barco, con el timón en su sitio, las paredes decoradas en madera y repletas de artilugios marineros, brújulas, sextantes y todo tipo de objetos cuyo nombre y utilidad ignoraba, como buen marinero en tierra que era (acababa de leer el poemario de Alberti). Incluso pude observar la existencia de pequeños camarotes, sin duda lugares íntimos para que las parejas necesitadas pudieran darse un ligero achuchón, algo así como un beso a hurtadillas, porque no estaban los tiempos para otras cosas en los lugares públicos.
Continuará.

Diario de un gigolo III (Versión Sonymage)


DIARIO DE UN GIGOLÓ

CAPÍTULO I

LILIAN (CONTINUACIÓN)

Nunca podría pagarle todo lo que hizo por mí, lo que me enseñó, ni en dinero, ni mucho menos en “carne”. Eso sí, apreciaba el cariño como el mayor tesoro del que puede disponer un ser humano, tal vez por eso lado podría intentar pagar mi deuda, aunque me llevaría muchos años.

Lily estaba sobre todo interesada en que Amako me enseñara shiatsu, un masaje japonés del que había oído hablar, pero no se decidió hasta recibir lo que debió ser un esplendoroso masaje shiatsu por un japonés (fue un viaje de negocios, aunque mi patrona siempre aprovechaba los viajes también para sus placeres). Estaba convencida de que sus clientes pagarían lo que fuera por un buen masaje, en cuanto lo descubrieran. Se puede decir que yo era un adelantado, lo mejor de su “tropa” según ella. Si luego conseguía darle un masaje aceptable, aunque no fuera como el del japonés, mandaría a más personal a recibir lecciones de Amako, salvo que yo fuera capaz de dárselo a sus pupilas, de pupilos ni hablar Lily, le dije, y ella sonrió con aquella sonrisa suya que lo mismo podía elevarte al cielo que hundirte en el infierno.

Pero me estoy adelantando. Mi mente retrocedió un poco, algo más de un año, para recordarme cómo había comenzado todo.

EL PUB DE PACO

A pesar de lo agradable que me estaba resultando recrearme en la imagen de Amako y lo placentera que fue nuestra intimidad durante los meses que convivimos, la mente, siempre caprichosa, siempre voluble, me impidió retener a la dulce Amako entre mis brazos por más tiempo. Una parte de mi mente parecía muy interesada en rememorar los orígenes, cómo empezó todo, como si de esta manera pudiera encontrar explicaciones que nunca nadie le había pedido, ni yo mismo, o ser absuelta de hipotéticos pecados que yo nunca creí haber cometido. A pesar de que mi vida siempre había sido para mí transparente y cristalina, como el agua fresca de un arroyo de montaña, algo en mi interior, tal vez el “yo” hipócrita, ese que siempre quiere ir con los demás, vayan donde vayan y aunque se arrojen al abismo (¿dónde va Vicente?, donde va la gente?) quisiera a toda costa justificar lo que casi todo el mundo considera injustificable, que alguien venda su cuerpo por dinero y se convierta en un prostituto o gigoló.
Fuera la que fuere la razón que tenía mi mente más hipócrita, pacata y reprimida, parecía estar obsesionada con hacerme revivir unos recuerdos que yo conocía ya muy bien.

El pub de Paco estaba situado por la zona de Bilbao, para quienes conozcan la capital, y de cara al exterior no se diferenciaba en nada de los muchos bares de copas del barrio, que entonces comenzaban a llamarse “pub” y que a mí, siempre tan romo para los idiomas, me sonaba como a “puf”. ¿Dónde vas tío? “Puf”, dónde voy a ir, a tomarme una copa. ¿Sería por eso que los llamaban “pufs”? Creo recordar que la aparición de los bares de copas tuvo mucho que ver con el ansia imitativa, anglófila, que nos invadía a los españoles por entonces, imagino que en gran parte debido a los famosos Beatles y al rastro que dejaron aquellos escarabajos o cucarachas, como me comentó un compañero sabiondo y que “fardaba” de hablar inglés como los ángeles ingleses, que era la traducción al español.

La casualidad, o el destino, o tal vez mi deseo subconsciente de acabar de una maldita vez por todas con aquella miserable vida que llevaba, trabajando en empleos desagradables y mal pagados para lograr juntar lo indispensable para los gastos de matrículas y otros a los que no llegaba la cortísima asignación de mis progenitores, me llevaron aquella noche frente al pub de Paco. Regresaba yo del cumpleaños de un compañero de clase en la universidad al que apenas conocía y con el que solo había intercambiado un par de frases por pura cortesía. Con el tiempo me enteraría de que la invitación había tenido un claro tinte egoísta, con ella buscaba atraer a muchas chicas guapas entre las que hizo correr la voz de que “el guaperas” asistiría. En aquel tiempo me costaba mucho aceptar que pudiera tener algún atractivo para el bello sexo. Fui un adolescente larguirucho, pecoso, granuloso, repelente, como me decían las chicas, y tanto me acostumbré a sus desplantes y burlas, que mi éxito nada más llegar a la universidad me pilló de sorpresa por completo. Además mi desgraciada historia con María me hacía mirar con muchísimo recelo incluso a las chicas más guapas. *

*NOTA DEL EDITOR: Los lectores pueden conocer la historia completa de María, así como la de todas las mujeres que aparecen en esta historia, leyendo “Cien mujeres en la vida de un gigoló” que pueden adquirir en todos los comercios del ramo a un precio módico.

Como decía, regresaba de aquel malhadado cumpleaños al que nunca debí haber ido. ¿Por qué acepté? ¿Puede uno saber porqué elige un camino en una encrucijada y no otro, por qué mover un dedo puede cambiar tu vida y no moverlo significará ser un gris y anónimo oficinista? Nadie conoce el profundo sentido de la vida, ni si hay oficinistas allá arriba que van trazando nuestro itinerario en la vida como un funcionario de justicia tramita la ejecución de una condena, una vez que la sentencia ha adquirido el carácter de firme. Tal vez influyera en ello que me lo pidiera casi de rodillas la supuesta novia de uno de los amigos íntimos del homenajeado. Como supe después, para mi desgracia, la chica al parecer estaba colada por mis huesos y estaba esperando el momento de arrojarse en mis brazos y dar un desplante público y drástico a su novio.

Apenas conocía a nadie en la fiesta, excepto a la mencionada novia y a un par de amigas suyas. La mencionada novia estaba muy ocupada preparándole la trampa al novio y las dos amigas estaban tan asediadas que me serví un gintonic y me dediqué a observar “el percal” desde un rinconcito a oscuras.

Continuará.

DIARIO DE UN GIGOLÓ II (VERSIÓN SONYMAGE)


DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

 

CAPÍTULO I/LILIAN (CONTINUACIÓN)

Concertada la cita nos dijimos algunos cumplidos (los míos sinceros, los suyos tendría que demostrarlo) y colgamos. Regresé a la bañera, no sin antes pasar la toalla por el suelo de parqué, para evitarle a Angélica, mi empleada de hogar, un trabajo extra por el que recibiría una buena bronca. Angelitita, como la llamo yo cuando quiero hacerla rabiar, es una matrona de buen ver, unos cuarenta años, casada, yo diría que mal casada y peor tratada, a quien escogí en un “casting” que realicé tras un anuncio en la prensa, cuando comprendí que no podía ser un buen gigoló y una buena ama de casa al mismo tiempo. Aparte de por su buen hacer, quiero decir por limpiar mejor que ninguna, como me demostró cuando me pidió una oportunidad a cualquier precio (estuve a punto de gastarle una broma machista) también la escogí por su boca, no por sus labios sensuales que deben besar como los ángeles del cielo cuando bajan al infierno en vacaciones, sino por su boca-boca, es decir es una mujer mal hablada donde las haya, pero dice unas cosas… unas cosas… Me encanta escucharla, ya despotrique de su marido, de las vecinas, del mundo en el que vivimos o hasta de nuestro Jefe del Estado, a quien Dios nos conserve muchos años… lo más lejos posible. Especialmente me gusta cuando se mete con él o con los ministros, de quienes sabe sus nombres, de todos y cada uno, o con los pantanos o con los curas, o con… Ella se mete con todo el mundo, incluso conmigo, cuando le da por ahí y hasta llega a ponerse a sí misma a caer de un burro o de una burra, porque mira que es “burra” la Angelita, y cómo se pone cuando su autoestima baja como el termómetro en invierno. A veces la tengo que consolar y ella se deja y se deja… un día de estos la voy a consolar por completo y sin que tenga que darme nada a cambio, aparte de su sonrisa de ángel maltratado por la vida.

Terminé de limpiar el suelo como pude, regresé al servicio y eché más potingues al agua, salió mucha espuma y me sumergí de nuevo. Las variaciones Golberg no habían dejado de sonar un solo instante. ¡Qué relajantes! ¡Qué divinas! Aquella noche me las había prometido muy felices puesto que era lunes y los lunes Lily cierra sus numerosos quioscos, puede que sea la única madame en el mundo que da un día de descanso a sus sementales y potrancas. Ella es única para cuidarnos y mimarnos… Que no se me olvidaran los potingues que Lily nos suministra para que seamos los mejores en la cama, fogosos e insaciables, recién traídos de su laboratorio farmacéutico en Suecia, el lugar por excelencia de la libertad sexual. Aquella noche los iba a necesitar. Martita no había llamado precisamente hoy y concertado la cita para la noche porque le viniera bien a ella, sabía muy bien que yo libraba, y así se ahorraría pedirle permiso a Lily y obligarla a cancelar mis citas, y pagar una buena pasta por ello. Sabía que yo un lunes hasta se lo haría gratis, de hecho pensaba proponérselo, aunque si hay algo en lo que Marta es generosa hasta la tontería es con sus amantes o gigolós, o al menos concretamente conmigo. No ataba la bolsa cuando venía a verme.

Me dispuse a relajarme tanto como pudiera, la faena nocturna que me esperaba iba a exigirme estar en plena forma. Me introduje en la bañera, me tumbé, colocando una almohadilla de espuma bajo la nuca y comencé a respirar rítmicamente, buscando una adecuada preparación para los mantras que me disponía a vocalizar. Necesitaba relajar y centrar mi mente. La llamada de Marta me había descentrado completamente. Mi intuición me decía que esta noche sería crucial en nuestra relación. Conociendo a aquella mujer suponía que ya había tomado su decisión, pero siempre podría cambiarla con el estímulo adecuado.

Inspiré profundamente, retuve el aliento todo lo que pude y espiré, lanzando el aire hacia el velo del paladar, procurando que todo mi cráneo retumbara al tiempo que vocalizaba el mantra. El sonido se expandió dentro de mi cabeza, haciendo vibrar carne y huesos. Cerré los ojos. Repetí el mantra tres veces, tal como me había enseñado la dulce Amako, y luego cambié a otro mantra.

¿Por qué siempre calificabade dulces a todas las mujeres que me gustaban? ¿Lo era Marta? Debería serlo, a pesar de su carácter fuerte, porque de otro modo no me habría enamorado de ella. ¿Lo era Amako? No tenía la menor duda al respecto. Ella sí era la mujer más dulce y tierna que había conocido. Mi viaje a Barcelona, un regalo de Lily, entre otros motivos, tenía por objeto que una experta masajista japonesa, Amako, me enseñara el masaje shiatsu, y también algo de yoga tántrico. Aunque pocos clientes de Lily sabían que era el tantrismo la mayoría de ellos se quedaban deseosos de que el profesional de turno les diera un buen masaje. Mi patrona, siempre tan avispada y creativa par los negocios, quería experimentar conmigo la posibilidad de ampliar las prestaciones de sus pupilos y pupilas, introduciendo el masaje y alguna novedosa forma de relación sexual.

Por lo visto Lily ya lo tenía todo pensado desde hacía tiempo y también había hablado con Amako, llegando a un acuerdo económico satisfactorio para ambas partes. Yo recibiría lecciones de shiatsu y tantrismo durante unos meses, ampliables, tanto en tiempo como en disciplinas, siempre con la aprobación de mi patrona. El acuerdo no incluía las clases de yoga mental que Amako decidió darme por su cuenta y de forma gratuita. Me enseñó a relajarme y a practicar técnicas de respiración y mantras, pero sobre todo a meditar, la cumbre de todas las disciplinas mentales según ella, algo que a mí me estaba costando tanto como subir el Everest, de habérmelo propuesto, para cumplir uno de mis sueños utípicos.

Amako fue la más dulce de mis amantes. Nuestra relación era algo muy especial. A mí nunca se me ocurrió pedirle el consabido estipendio (nuestras relaciones sexuales no eran para mí parte de mi trabajo) y a ella nunca se le pasó por la cabeza pedirme un extra por las clases de yoga mental. Por supuesto que si yo le hubiera propuesto cobrarme por las relaciones sexuales ella habría intentado desentrañar mis palabras como si fuera un koan-zén, buscando el sentido oculto. Ella no era una prostituta y su negocio no solo perfectamente legal, sino también moral. Nos hicimos amantes porque nos sentimos atraídos. Eso fue todo. Nos entendíamos casi sin hablar, solo con mirarnos, nos hicimos amigos de esta manera y dimos el paso hacia una mayor intimidad de la misma forma, con una mirada más profunda e intensa.

Continuará.

 

Diario de un gigoló I (Versión Sonymage)


DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

CAPÍTULO I

LILIAN

Me encontraba en la bañera de mi apartamento, la cabeza sumergida bajo el agua y conteniendo la respiración todo lo que me fuera posible, como si quisiera batir algún record del mundo. Filtrado por el agua me llegaba el sonido, lejano, como desde otra dimensión, de las variaciones Golberg de Bach. Era una costumbre adquirida tras la dura ruptura con mis padres y mi familia en general. Por una de esas extrañas carambolas que a veces tiene la vida habían logrado enterarse de que había dejado el pub de Paco, donde trabajaba cinco noches a la semana, para conseguir pagarme los estudios universitarios y disponer de metálico para lo que surgiera, y me había convertido en un “puto” como decían ellos, en un gigoló más bien, como me gustaba denominarme. No pudieron asimilar algo inimaginable para sus creencias “católicas de toda la vida” y decidieron arrojarme de sus vidas, afuera, al infierno, al crujir de dientes bíblico.

Al poco tiempo tomé la decisión de abandonar la carrera de psicología que estaba cursando en la Complutense y por la que había hecho el gran sacrificio de convertirme en un gigoló, en un semental de la cuadra de Lily, mi patrona, la madame que me había reclutado en el pub de Paco. Tras la ruptura con mis padres y antes de iniciar mi trabajo nocturno en la casa número 1 de Lily, donde me esperaba una noche ajetreada, decidí darme un baño y fue entonces cuando sumergí por primera vez la cabeza bajo el agua y aguanté y aguanté hasta que mis pulmones estuvieron a punto de reventar. Mis piernas, como muelles, me sacaron del agua como la espada Excalibur en la película del mismo título, solo que no precisamente a cámara lenta. Tardé en recuperarme y cuando la sangre regresó de golpe a mi cabeza comprendí que había estado a punto de suicidarme de la forma más extravagante posible.

No era un hombre depresivo, ni siquiera cuando María, la bella y promiscua vecina que me desvirgara, me abandonó para irse con una tía a París, obligada por sus retrógrados ancestros, había pensado seriamente en el suicidio, tan solo estuve unos meses un poco cabizbajo y con ganas de quemarles la casa a los vecinos e irme a buscar a mi amada a la ciudad más bella del mundo. Me sorprendió mi reacción ante aquella ruptura que estaba cantada. No nos entendíamos, éramos como el día y la noche, y si no hubiera sido por convertirme en “puto” lo habría sido por cualquier cosa y en cualquier circunstancia. Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, como decía un tonto compañero de estudios, con el que compartí piso una temporada, que utilizaba esa frase para justificar cada suspenso.

Me había quedado solo puesto que era el menor de seis hermanos que ya llevaban tiempo viviendo sus propias vidas, una hermana casada con un alemán y que residía en Munich, un hermano, el mayor, un vividor nato, que era el relaciones públicas de una discoteca en Marbella y se tiraba, como él decía a cuanta sueca, alemana o escoba con faldas que encontrara en su camino. Visto desde la perspectiva de mis padres, los antecedentes de mi hermano ya anunciaban mi futuro. Tal vez fuera esa sensación de soledad la que me llevara a decirle a Lily que podía contar conmigo a pleno rendimiento, que abandonaba los estudios. La patrona no se lo tomó bien, yo era el único semental de su cuadra que tenía estudios universitarios y eso era algo que daba prestigio.

Llevaba unos segundos escuchando un ruido extraño que descentraba el plácido discurrir de mis pensamientos. Tardé en darme cuenta de que se trataba del timbre del teléfono que ya debía llevar sonando un buen rato. Me puse en pie de un salto, como debí hacer la primera vez que sumergí mi dura cabeza de chorlito bajo el agua de la bañera, y me lancé hacia el pasillo donde había colocado el aparato. Intuía que la llamada era importante, y no me equivoqué. Antes arranqué la toalla del colgador, me sequé lo que pude para evitar luego tener que pasar la fregona por el baño y me la enrosqué por la cintura, no porque me estuviera viendo nadie o porque me molestara mi desnudez, simplemente era un tic adquirido tras tanta ducha después de las refriegas con las clientas, muchas de ellas eran tan puritanas o “tiquismiquis” que no soportaban ver mi miembro al aire después de haber visitado su cueva como un dragón encendido en la santa cólera del deseo.

Descolgué con brusquedad y al escuchar aquella dulce voz supe enseguida que no me había equivocado.

-Johnny… querido Johnny. ¿Cómo estás?

Por supuesto que era Marta, Martita la divina, como yo la llamaba para mi coleto. La mejor clienta de Lily, de largo, una morenaza de cuerpo espléndido, espléndidas curvas, pechos como dunas del desierto del paraíso y culo como la mejor y más sensual popa de un Bateau Mouche parisiense, vestido por Coco Chanel y en el que todos los modistos parisinos hubieran puesto su detalle chic. Adoraba su culo, me volvía loco, pero aún me afectaba más aquella voz, dulce, sensual, tan amable, tan gentil, tan…tan…tan… Mi poderoso miembro viril casi había alcanzado la máxima erección y solo tras la primera frase. ¿Qué me esperaba?

Pues una cita, ni más ni menos. Algo tan habitual llegó a emocionarme porque mi Martita llevaba mucho tiempo sin hacer acto de presencia en mi vida, desaparecida, “missing”, tras soportar estoicamente aquella repugnante debilidad que sufrí aquella malhadada noche en la que me atreví a confesar mi amor. Llegué a pensar que no la vería nunca más. Escuchar su vocecita dulce, con un punto de ironía, la que le salía del alma, sin poder evitarlo, cuando necesitaba pedirme un favor, casi produjo el milagro de mi resurrección, de la resurrección de Lázaro, escondido en su tumba hedionda durante tanto tiempo. Al menos mi pajarito sí había resucitado y deseaba cantar un aria a duo y cuanto antes.

En realidad no sería a duo, sino a trío, porque el favor que me pedía Marta era sobre todo para su amiga Esther, una amiga del alma que había descubierto que su marido le ponía los cuernos… ¡Vaya novedad! Martita lo sabía desde hacia tiempo, me lo había dicho a mí en la cama, entre las numerosas confidencias a que la llevaban mis caricias y el pequeño Johnny, siempre tan juguetón y locuelo cuando se trataba de la dulce Martita. No se lo había dicho. Ella siempre tan discreta, tan amable, tan elegante, siempre tan “chic” y tan “comme il faut”. Seguro que cuando Esther se lo comentó ella casi se desmaya del susto. “¡Tu marido! ¡Imposible! ¡Si te amaba con locura! Mi dulce Martita es una redomada hipocritilla. Tiene que serlo para triunfar en los negocios y en la jungla social de los guapos de este mundo y concretamente en la sociedad española, una de las más “ñoñas” del mundo, sino la que más.

Casi se me quiebra la voz al responder y lo que es peor, faltó el canto de un duro para que me echara a llorar como una Magdalena de Magdala. Tuve que hacer un esfuerzo ímprobo para que ella no notara nada. Me limité, pues, a confirmar que estaba muy bien, como ella comprobaría y que sería un placer consolar a su amiga y convencerla de que todos los hombres somos unos “c…” por eso mejor elegir a un gigoló, que te cuesta una pasta gansa, pero al menos es amable y le puedes despedir cuando quieras.

Continuará.

Guía para lectores de Diario de un gigoló


DIARIO DE UN GIGOLÓ

UNA GUÍA PARA EL LECTOR

NOTA INTRODUCTORIA

La complejidad de la trama de este culebrón erótico es un auténtico laberinto, incluso para el autor, mucho más para el lector que se encuentra constantemente con personajes nuevos y con saltos en el tiempo y en las historias que lo despistan por completo. El lector poco avisado que cae sobre un capítulo por casualidad se siente tan perdido como un elefante en una cacharrería.

Para ayudar al lector a situar cada capítulo en su contexto cronológico, topográfico y a cada personaje en su rama, como cada mochuelo en su olivo, y sobre todo para ayudar al autor a no perderse en el ramaje de esta especie de secuoya erótica he confeccionado esta guía donde cada lector podrá buscar al personaje correspondiente o el capítulo de la historia que esté leyendo en ese momento. Para el autor será una valiosa herramienta a la hora de situar cada parte de la historia en el trozo de puzzle que corresponda.

GUÌA CRONOLÓGICA, TOPOGRÁFICA Y DE PERSONAJES

ENTORNO ESPACIO-TEMPORAL

CRONOLOGÍA

Se supone que la historia se inicia hacia 1973, el dictador aún no ha fallecido. Nuestro protagonista está estudiando psicología en una universidad madrileña y al mismo tiempo trabajo en lo que puede para conseguir pagarse los estudios y para sus gastos. Sus padres le ayudan muy poco, si es que le ayudan, y necesita trabajar por las noches, como portero de discoteca o como camarero. Al comienzo de la historia nuestro personaje trabaja en el pub de Paco, donde es descubierto por la coprotagonista de la historia, Lilian o Lily para los amigos, una madame muy original, creativa y sorprendente, quien por cierto se parece un poco a Joan Collins, sí, exacto, la actriz de la serie Dinastía, entre otras.

Aunque durante la novela no se dan fechas concretas ni se sitúan los episodios en un momento concreto del tiempo, sí podemos decir que el protagonista comienza los estudios en una universidad madrileña, que pudiera ser la Complutense o cualquier otra, entre 1970 y 1973. Su reclutamiento como gigoló por Lily se sitúa antes de la muerte del dictador, sin especificar fechas.

Su primera etapa que podría durar dos o tres años, estaría entre 1974 y 1977, es decir, le pillaría la muerte del dictador y el comienzo de la transición. El resto de la historia bien podría llegar hasta 1982, más o menos, momento en el que aparece el SIDA y nuestro protagonista decide jubilarse. No se concretan fechas, aunque por los acontecimientos históricos que se mencionan el lector puede hacerse una idea bastante cabal.

ESPACIO

Estamos en Madrid, el Madrid de los últimos tiempos del franquismo y los primeros de la transición. Como el autor estuvo durante ese periodo en Madrid, más o menos, se supone que lo que nos cuente de ese entorno y ese tiempo tiene algún punto de realidad, aunque debe advertir que todo lo que sucede en la historia es absolutamente ficticio y surgido de su imaginación. En realidad en aquel espacio y en aquel tiempo aún no estaba muy en boga la prostitución masculina, que aunque existente era algo tan discreto que solo te enterabas de algo si alguien que estaba en el ajo te lo contaba. El destape, las revistas de desnudos y todo aquel «boom» sexual de la transición bien hubieran podido propiciar una historia parecida a la que se cuenta en esta novela, aunque todo es tan delirante que hasta el lector más despistado se da cuenta de que esto es pura fantasía, pura imaginación, una especie de tomadura de pelo con mucho humor y que ni el Madrid que se describe es el Madrid real, ni el entorno del negocio de la prostitución, tal como se cuenta, existió nunca, ni esa especie de limbo de prostitutos para damas de alta clase tiene mucho que ver con la cruda y dura realidad de esa lacra social que es la prostitución, que se ha convertido en un negocio muy rentable a lo largo de la historia y donde tantas mujer, especialmente mujeres, han sido esclavizadas y destrozadas para que los machos que no podían seducir a mujeres con su personalidad las pudieran comprar a traficantes de carne humana. Los lectores saben desde el principio que esta no es una historia real y por lo tanto el autor no se hace responsable de que la realidad sea muy diferente a como la cuenta.

HISTORIA Y ESTRUCTURA NARRATIVA

Se puede decir que la mayor parte de la historia se cuenta en un flashback. El protagonista se está dando un baño en la bañera de su apartamento cuando suena el teléfono y tiene que salir desnudo de la bañera para atenderlo. Es Marta, una cliente de la que está enamorado. Le pide una cita y un favor. Él accede y regresa a la bañera. Es allí cuando se produce el flashback recordando cómo fue reclutado por Lily para su negocio de prostitución y se inició su vida como gigoló.

La estructura es muy compleja, hasta el punto de que la historia principal es dividida en secciones: Cien mujeres en la vida de un gigoló; Las orgías de Lily; Los famosos de Lily, etc etc. La historia principal nos cuenta, como si fuera el tronco, lo principal, mientras que cuando hay que detenerse en historias particulares, salen las ramas y se van encuadrando en las diferentes secciones.

Para un lector no avisado toda la historia parecerá una delirante tomadura de pelo, pero hay que llegar al final para situarla en su verdadero contexto. El final explica todo lo que durante la narración pareció algo fantástico e inverosímil, pero no voy a desvelarlo porque eso le quitaría todo el suspense.

ADVERTENCIA

Debo advertir que la historia de Diario de un gigoló es para adultos, aunque tal como están los tiempos y las «mores» o costumbres, esta advertencia resulta ridícula y surrealista. Muchos adolescentes de hoy en día sabrán mucho más de sexo y habrán tenido más experiencias sexuales de todo tipo que el autor, pero como nuestra sociedad es como es, bastante hipócrita, y donde al parecer alguien supone que un adolescente no puede tener relaciones sexuales antes de llegar a la mayoría de edad y que las relaciones sexuales entre un adulto y un joven de 16 años, pongamos por caso, están en la línea roja de la legalidad, vamos a dejar esta advertencia a efectos legales, aunque con franqueza a mí casi me da la risa. Muchos adolescente podrían asesorarme para escribir esta novela.

Todo lo que se cuenta es pura ficción, el autor jamás vivió experiencias parecidas y jamás las vivirá. El autor es consciente de que la sexualidad humana no funciona así exactamente y que algunas cosas son imposibles físicamente, aunque se intentan hacer verosímiles gracias a los inventos de otro profesor chiflado, un sueco que trabaja en unos laboratorios en aquel país en una empresa farmacéutica de la que Lily es propietaria.

Los capítulos que comenzaré a subir son puramente narrativos y en ellos no hay prácticamente ninguna escena de sexo por lo que entiendo pueden ser leídos con la misma «asepsia» con la que se leería un relato normal.

Espero que les guste.

PERSONAJES PRINCIPALES

JOHNNY, EL GIGOLÓ.

Es el protagonista de las historias que narra en primera persona y en forma de diario.

Descripción física: Tiene la altura de un jugador de baloncesto y un cuerpo musculoso, entrenado en el gimnasio y las artes marciales. Los rasgos de su rostro son duros, aunque tiene una mirada suave y acariciadora. De adolescente fue un enclenque larguirucho y pecoso del que todo el mundo se burlaba. Jugó durante un tiempo a baloncesto, aunque no destacó.

Gustos y pasiones: Es un lector apasionado de la buena literatura que lee compulsivamente en cualquier momento libre. Le gusta la música clásica, especialmente Bach y sus variaciones Golberg. Le gusta escribir y le hubiera gustado ser escritor aunque no se considera con cualidades y su diario y otros escritos los conserva en la intimidad y no se los ha enseñado a nadie, de momento. Le gusta cocinar y comer bien, por lo que tiene que controlarse y le gusta mucho la naturaleza y perderse en la montaña.

Solo al final del relato se sabrá la verdadera edad que tiene cuando remata su diario y en qué situación vital se encuentra.

Su sentido del humor hace que lo que cuenta parezca menos sórdido de lo que en realidad fue. Solo al final se expurgará la verdadera realidad de lo que él nos cuenta. La razón de por qué ha sido tan delirante al contarnos ciertas escenas es bastante lógica y tiene mucho sentido.

LILIANA, LILY, LA MADAME

Es una mujer madura. Nunca se conocerá su verdadera edad. Se conserva muy bien y a Johnny le encanta su parecido físico con Joan Collins.

Johnny accederá al diario íntimo de Lily tras un acontecimiento trágico y de esta forma contrastará toda la información que ha ido recogiendo tras años a su servicio. Eso le permitirá saber cómo pudo llegar poseer un negocio que casi llegó a ser una multinacional y quiénes estaban tras él. Cómo era verdaderamente esta mujer y las razones que le hicieron dedicarse a la prostitución, primero, y luego a regentarlo como madame.

Su conducta en el negocio llega a ser delirante en ciertos momentos y poco verosimil, aunque cuando se conocen ciertos acontecimientos de su pasado logra entenderse su peculiaridad como madame.

Conoce a Johnny en el pub de Paco y lo recluta para su negocio. Pronto lo convertirá en su amante con quien compartirá cama esporádicamente. Es una mujer inquietante, una especie de esfinge, tan pronto dulce y amable como terrible cual capo mafioso. Solo a su amante le dejará ir accediendo poco a poco a su verdadera personalidad.

ANABÉL, ANI, PROSTITUTA Y MANO DERECHA DE LILY

Es una mulata con un gran atractivo físico. Fue reclutada por Lily en un salón de masajes. Procede de un país del Caribe y llegó a España engañada por un empresario español y huyendo de las condiciones de vida de su país.

Pronto se convertirá en amiga íntima de Johnny con quien compartirá cama y confidencias, primero escondiéndose de su madame por temor a que ella pueda vengarse y luego con su consentimiento. Su relación será tan estrecha y apasionada que en un determinado momentos ambos reflexionan sobre la posibilidad de abandonar el negocio, casarse y establecerse en un lejano país donde intentarían vivir sin recurrir a la prostitución. Solo la llegada de Marta, una cliente muy especial, de la que Johny se enamora, dará al traste con estas buenas intenciones. A pesar de ello ambos conforman una auténtica pareja y parte de la historia, la que no podría conocer Johnny, le ha sido contada por Anabél.

Su protagonismo en la historia es tan importante que ésta quedaría coja sin su presencia.

MARTA, MARTITA

Es una mujer morena, muy atractiva, empresaria y ex de un poderoso empresario español. Se mueve en círculos sociales muy elevados y a veces sale en las portadas de las revistas del corazón. La historia comienza con su llamada a Johnny y toda ella rotará alrededor de su persona y circunstancias. Tras el largo flashback en el que el protagonista cuenta su historia hasta conocer a Marta, pasamos al presente, la cita que tiene con ella y con una amiga. Es un presente ficticio puesto que el narrador nos está engañando y el verdadero presente se conocerá al final de la historia.

La personalidad de esta mujer es apabullante. Se podría decir que casi cae en la múltiple personalidad. Es una mujer en sociedad, en sus negocios y otra, bastante diferente en su vida privada. Su personalidad más dulce es la que enamora a Johnny. Acabará cayendo en una patología de adicción al sexo y viajará a USA para curarse en una clínica privada. El viaje del gigoló a USA, acompañando a Lily, para acudir en ayuda de Marta que les ha mandado un S.O.S. porque al parecer no la dejan salir de la clínica es tan delirante como la historia de Crazyworld.

Al final de la historia tomará una decisión sobre Johnny que parece definitiva, pero en realidad es entonces cuando el narrador nos desvela su auténtico presente.

El primer capítulo de Diario de un gigoló se titula «Lilian» y nos cuenta el inicio de la historia. La única escena erótica del capítulo es la de Johnny saliendo desnudo de la bañera, pero él ni siquiera describe su cuerpo desnudo por lo que imagino que sería autorizada para todos los públicos.

Toda la novela está reescrita y reformada, capítulo a capítulo, aunque para los que la conozcan de Grupobuho no significará un cambio fundamental en lo básico de la historia.

MANUAL DEL PERFECTO ESCRITOR ERÓTICO I


MANUAL DEL PERFECTO ESCRITOR ERÓTICO

CONSIDERACIONES GENERALES

¿Qué es un relato erótico? ¿En qué se diferencia este género o subgénero literario de otros?

Un relato erótico no deja de ser un relato y por lo tanto en poco se diferencia de cualquier otro relato o narración del género que sea. Por lo tanto la mayoría de las cosas que nos funcionan en una narración convencional deben de funcionar igualmente en el género erótico. La estructura narrativa no tiene que ser diferente, salvo que cada tema requiere un tratamiento distinto y personalizado. Los personajes requieren el mismo tratamiento y funcionan igual que en cualquier otro relato, salvo que en el relato erótico los personajes suelen estar más tiempo desnudos que vestidos, pero ese no es un detalle demasiado importante.

Se puede decir que lo que diferencia al género o subgénero erótico de otros es su temática. Lo mismo que en el género negro el tema está centrado en un crimen y en su investigación, en el género erótico nos centramos en el acto sexual y en todo lo que lleva a él. Hay escritores poco duchos en el relato erótico que piensan que si no se pasan toda la narración describiendo el acto sexual es que su relato no es bueno o no es exactamente un relato erótico. Es como si un escritor de novela negra se pasara toda la novela relatando crímenes sin parar, con breves pausas, es decir, el asesino comete un crimen y luego se va a comer, comete otro y luego duerme, etc etc. Es lo mismo que hacen algunos con el relato erótico, narran una escena de sexo, luego los personajes comen o beben o hablan y luego otra vez a repetir el mecanismo mil veces descrito.

El que un relato pertenezca a un género concreto no quiere decir que no puedan tratarse otros temas y tocarse otros palos o géneros, simplemente en un relato erótico se da más importancia al sexo, lo mismo que en un relato negro o policiaco se da más importancia al crimen y su investigación que a otras cosas, pero eso no significa que esas realidades no sigan existiendo y puedan ser descritas.

La estructura narrativa, el trabajo con los personajes y todo lo demás debe ser tratado con más intensidad y profundidad en el género erótico que en otros, porque hay más peligro de que la historia se concentre exclusivamente en el sexo y nos olvidemos del resto. Si ponemos un tarro de miel abierto, las moscas irán a la miel, no es que sea malo, pero todos sabemos cómo termina la fábula «a un panal de rica miel, dos mil moscas acudieron y todas…» Sí, eso es fácil que le suceda al escritor erótico, que disfrute tanto describiendo el acto, una y otra vez, que se olvide de los demás… de que los personajes son humanos y deben ser tratados como tales, de que hay infinidad de historias adyacentes que pueden ser contadas, aunque el centro del relato será siempre el acto sexual de los personajes.

Pongamos un ejemplo:

Estamos escribiendo un relato, hemos elegido una sencilla historia: Una mujer y un hombre van a comer al mismo restaurante y se encuentran solos, cada uno en su propia mesa. A partir de ese momento el desarrollo de la historia puede ser muy diferente y muy bueno o muy malo.

DESARROLLO MALO

La mujer mira al hombre, el hombre mira a la mujer, la mujer o el hombre se levantan e invitan al otro a tomar una copa, luego sin muchas palabras van a la habitación de él o de ella y practican sexo. Nada más. Esto lo podrían hacer dos robots con un mínimo de programación. Como ya he comentado para mi el sexo entre robots es pornografía, con perdón de los pobres robots que no tienen culpa de nada.

DESARROLLO ACEPTABLE

El narrador nos cuenta porqué están allí esos dos personajes. Nos esboza un poco su psicología, además de darnos una somera descripción física, nos describe un poco el ambiente. Hace creíble que uno se dirija al otro. Utiliza unos diálogos verosímiles y adecuados a la personalidad de cada personaje. Nos habla de cómo uno seduce al otro o el otro al uno o ambos danzan al ritmo de la música del cortejo o nos cuenta cómo se desnudan y hacen el amor dos personas y no dos robots.

DESARROLLO BUENO

El narrador está abierto a todas las posibilidades. No le importa que en esa historia se mezclen otros géneros. Pongamos que el hombre es un asesino y la mujer se siente atraída por él. Ya hemos introducido en la historia el suspense policiaco además del sexo, típico del género erótico. Los personajes van acompañados. Podemos ampliar la historia hacia la comedia. Por ejemplo resulta que ya se conocían y no se ven desde hace años. Intentan dar de lado a los acompañantes y marcharse ellos solos por la ciudad, a recordar viejos tiempos… Las posibilidades son casi infinitas.

DESARROLLO MUY BUENO

El narrador esboza dos personajes muy sólidos y si necesita secundarios también les da un buen tratamiento, no se limita a utilizar marionetas como comparsas. Les sitúa en un entorno adecuado a sus necesidades narrativas. Decide si la historia se va a centrar en la seducción, el sexo, el amor o prefiere mezclar también otros ingredientes. Es decir, podemos hacer un gin-tonic o podemos mezclar un sofiticado cóctel. Así por ejemplo nada impide que un relato erótico se desarrolle en un mundo futuro y utilicemos la cienciaficción como un elemento del cóctel, y quien dice esto dice fantasía o novela negra o comedia o lo que sea. No se limita a presentarnos a los personajes en el presente, nos da a conocer un poco de su pasado a través de flashbacks o monólogos interiores. Construye la psicología y el pasado de los personajes como si fuera a escribir una novela, cuando en realidad los va a utilizar en un relato más o menos corto. El narrador describe la seducción y el cortejo y el acto sexual no como algo mecánico con etapas perfectamente definidas y que siempre se repiten, sino como un medio de desarrollar la psicología de los personajes, su comunicación y la historia. No estamos en una fábrica, describiendo el proceso de construcción de un automóvil, estamos ante una historia en que dos o más personas se encuentran y terminan en la cama o en el ascensor, practicando sexo, pero son personas, con una psicología, con un pasado, con una historia que contarnos. Cuando un personaje le quita al otro una prenda íntima no está quitando esa prenda de un maniquí, está viendo un cuerpo humano, donde late un corazón y en cuyo interior hay una personalidad que se expresa a través de su mirada. Describir cómo los personajes se quitan las ropas y cómo se miran las partes anatómicas y las acarician o manosean y cómo es el proceso de un coito en la especie humana, no es un buen relato erótico, estamos muy cerca de la robotización.

Y nada más por el momento. Subiré un fragmento de la «Guía para lectores de diario de un gigoló» para que veamos cómo son los personajes, cómo se les sitúa en un tiempo y en un espacio y cómo se estructura narrativamente la historia. Que ustedes-vosotros lo pasen bien y se animen a escribir un relato erótico, no es tan complicado, ni tan morboso, y puede llegar a ser algo muy divertido y placentero. Un saludo.

Los juegos eróticos de Johnny I



LOS JUEGOS ERÓTICOS DE JOHNNY

 
 

INTRODUCCIÓN

Mi vida como profesional del sexo no fue tan dilatada como me hubiera gustado. Se extendió a lo largo de dos décadas, más o menos, los setenta completos y los ochenta partidos. Me jubilé antes de llegar a los cuarenta, por razones que solo conocerán al finalizar Diario de un gigoló.

El cúmulo d experiencias fue tan variado como interesante. Todo ello lo narro en el diario y en sus ramificaciones, “Cien mujeres”, “Las orgías de Lily” y otras secciones que ya conocen e irán conociendo. En ellas abundan tanto los momentos dramáticos como los divertidos, éstos últimos menos, puesto que he ido reservando el aspecto más lúdico del sexo para esta sección en la que iré mezclando historias de aquí y de allá, entremezcladas, entrelazadas, para que no se aburran con largas descripciones. Las he unido en grandes bloques que se irán alternando, mezclando, según mi estado de ánimo, según vayan aflorando los recuerdos y se unan por temas, personajes u otras incidencias similares.

Paso a inventariar los grandes bloques o secciones, no de forma exhaustiva ya que irán surgiendo otros que no había previsto.

EL JUEGO DE CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO FEROZ

Este juego no lo inventé, aunque me hubiera gustado. Todo comenzó una noche, cenando con Lily y Anabel, en casa de la primera. A los postres Lily nos dijo que nos iba a ofrecer algo muy especial y un tanto surrealista. No estábamos obligados a aceptar “ipso facto”, pero era conveniente que nos lo fuéramos pensando. Y nos puso en antecedentes.

La presidenta de una asociación feminista, una treintañera de buen ver, a la que luego conocería a fondo, acudió a Lily con una petición tan desusada y contradictoria como inquietante. Al parecer la mujer estaba
harta de las quejas de sus asociadas sobre sus maridos, parejas y hombres en general. Dándole vueltas a este problema se le ocurrió un juego que viniendo de una feminista convencida resultaba cuando menos chocante.

He aquí, a grandes rasgos, lo que se le había ocurrido. Una vez propuesto el juego en asamblea fue aprobado por unanimidad. Luego se discutió la logística y se llegó al acuerdo de contratar a profesionales, que son los que saben, para que el juego no terminara en un chasco monumental.

Se establecieron cuotas especiales para cubrir los gastos y se confeccionaron las correspondientes litas. En una de ellas figuraban todos los nombres de las asociadas, incluido el de la presidenta, puesto que ninguna dio un paso atrás. En otra sus maridos, parejas, amantes o “amigos machistas”.

El juego consistía a grandes rasgos en:

-Una pareja de profesionales iría visitando a los miembros de la lista e intentaría seducirles con buenas maneras, de forma tal que lograran hacerse con una prenda, objeto o pertenencia que el seducido o seducida no hubiera entregado nunca de buena gana, a no ser que se le obligara a rendirse con armas y bagajes.

-Las parejas de las feministas serían seducidas por Anabel, quien procuraría que no cupiera la menor duda de que había caído en sus redes.

-Se celebraría una asamblea final en el que cada uno contaría su historia, a presencia del único que podría saber de primera mano si era cierta o no. Si se ajustaba a la realidad el contador de la historia se haría acreedor a un premio en especie.

La pareja de profesionales, caperucita roja y el lobo feroz, recibirían un premio muy especial si la puntuación alcanzaba X puntos. El premio era un secreto bien guardado por la presidenta. En cuanto a Lily recibiría un premio extra, en metálico, si sus pupilos cumplían.

No contenta con este endiablado jueguecito la presidenta lo complicó aún más, incluyendo en las listas nombres ajenos al juego, y especialmente incluyó a sus “enemigos” y a personas públicas de renombre por las que sentía una antipatía feroz. Como ni Anabel ni yo conocíamos a las participantes ni a sus novios o parejas deberíamos andarnos con mucho cuidado, no fuera que metiéramos la pata de donde no la podríamos sacar indemne.

Cada día de la semana nosotros elegiríamos un nombre de la lista e iniciaríamos la seducción en la forma que nos pareciera más oportuna. Caso de no obtener éxito podríamos elegir otro nombre y luego regresar al recalcitrante o juntar a varios de la lista y seducirles a la vez, etc

Anabel y Johnny estaban pillados por sus partes íntimas puesto que desconocíamos a los “infiltrados” y eso nos impediría presentarnos en sus casas como Caperucita roja y el Lobo feroz, y de esta forma allanar las dificultades. La discreción sería nuestro lema y la astucia nuestro escudo frente a las trampas de la vida.

Lily nos cedía por una temporada y a cambio recibía el cincuenta por ciento de lo acordado. El resto se haría efectivo al terminar el juego. Nuestra patrona había pensado en nosotros, pero éramos libres de renunciar y cederle el puesto a otros. Tanto a Anabel como a mí nos pareció un juego original, impactante y demoledor. Nos pondría en situaciones propias de una película de suspense, saldríamos mal parados si no andábamos con tiento y sobre todo pondría en jaque nuestros encantos y el arte de la seducción que cada uno había adquirido hasta ese momento. Como no se trataba de una transacción, yo te pago y tú me das placer, la seducción lo sería todo. Salvo que los jugadores nos reconocieran y se dejaran llevar. Para impedir este supuesto la única que conocía nuestras identidades fue la presidenta. Cuando fui a visitarla ella me conocía y yo la conocía a ella. Aparentemente todo debería haber sido muy sencillo, pero aquella mente diabólica ideó un plan que me los puso de corbata. Me lo reservo para su momento oportuno.

EL JUEGO DE LOS GLOBITOS

Tampoco se me ocurrió a mí y lo lamento, porque es un juego de lo más interesante y también de lo más dramático. Mentir para intentar seducir a otro es muy común, pero decir la verdad, hasta desnudar el alma, no lo es tanto. ¿Alguien se atrevería a hacerlo?

El jueguecito de marras me lo propuso una clienta quien me invitó a su casa, con el permiso expreso de Lily. Allí me hizo pasar a una habitación y me explicó las normas del juego. Una vez desnudo me echaría por encima un montón de globitos que ya estaban preparados al efecto. Ella me esperaba en el salón, desnuda bajo otro montón de globitos de todos los colores.

De esta guisa me invitó a una copa y me explicó el juego. No haríamos preguntas personales y si el otro consideraba que su contrincante había dicho la verdad explotaría un
globito con un alfiler. Si por el contrario creía que había mentido otro globito rojo se añadiría al montón. De esta forma si no lograbas convencer a tu oponente la desnudez no llegaría nunca y el coito sería imposible.

Se trataba de una especie de juego de prendas, tan apasionante como psicoanalítico. Debo decir que ella logró explotar mis globitos mucho antes que yo los suyos, no en vano era la inventora del juego y la experta. Así pudo contemplar mi cuerpo desnudo con gran delectación mientras yo intentaba acabar de explotar sus dichosos globitos.

Fue un juego divertido aunque muy pesado. Hasta las tres de la mañana no logré explotar todos sus globos, tras una sesión maratoniana profundizando en su personalidad. Acabamos sabiendo uno de otro y el otro del uno más que si hubiéramos asistido a una terapia psicoanalítica conjunta.

El juego me chocó y se lo comenté a Lily, quien decidió utilizarlo para el negocio, proponiéndoselo a grupos de clientes que desearan una experiencia fuerte y diferente a las habituales. Logró que el juego se pusiera de moda y yo, como primer experto, me las vi y me las deseé para que aquellas reuniones terminaran en sexo y no en asesinato.

En el próximo capítulo les hablaré de mis experiencias sadomasoquistas y del juego tántrico que inventé en cierta ocasión en que me encontraba muy cansado y necesitaba complacer a tres amigas. Pero eso lo sabrán a su debido tiempo.