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DIARIO DE UN GIGOLÓ VIII


DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

BEA/ CONTINUACIÓN

Bea era una chica joven a la que no calculé más de veinticinco años, me pareció muy agraciada a pesar de su solidez, alta, ancha de hombros, tan robusta que uno se habría atrevido a pensar, aunque solo hubiera sido un segundo, en una cierta figura hombruna, de no ser por sus pechos abundantes y erguidos como si buscaran de forma consciente desmentir cualquier idea sobre su femineidad. Bajo la amplia falda que le llegaba casi a los tobillos, uno podía intuir, sin mucha imaginación muslos jamonudos y robustas piernas, así como un trasero que merecería la pena ver embutido en unos pantalones, aunque las mujeres de aquel taller no parecían muy partidarias de semejante prenda.

Con una cierta aprensión abrí la puerta. Una campanilla sonó en alguna parte y las miradas de las mujeres presentes convergieron en mi apuesta figura. Aún más azarado me dirigí con el paquete que llevaba bajo el brazo hacia el mostrador. Bea dejó lo que estaba haciendo en una estantería y se acercó, bamboleándose como una barca saltando olas. Ya mirando por el escaparate supe que era ella, no podía ser otra, porque las otras tres mujeres eran mayores, alguna más que las otras dos. Tras colocarse tras el mostrador soltó una risita agradable.

¿No te habrá dicho Paco que ni se te ocurriera mirarme o te rajaría, verdad?

-¿Cómo lo sabes?

-Es un buen hombre, pero un poco chapado a la antigua. Tanto espanta a los moscardones, que revoletean a mi alrededor, que me voy a quedar para vestir santos.

Su risa era agradable y refrescante. En cuanto le expliqué el motivo de su visita me pidió que la acompañara a la trastienda.

-En cuanto te vi supe que eras el nuevo camarero.

-¿Por qué?

-Eres alto, guapo y no pareces tonto, justo lo que mi padrino busca para su negocio.

-¿Te parezco guapo? ¿Qué sabes tú de su negocio?

-Ni que fuera tonta, querido. Tú acabarás como el resto de los camareros, calentándoles el coño a pijas y relamidas, la mayoría ya como mojamas, eso sí con mucha pasta. Tú, guapito, serás antes mío. Lo juro por estas –cruzó dos dedos y los besó- y como se te ocurra decírselo a Paco quien te va a rajar soy yo.

Miró hacia la puerta y se calló. La más vieja de las costureras empujaba en ese momento la puerta de cristal.

-Vamos niña, deja que ese guapo mozo se vista sin tu presencia. Que a ti en cuanto una se descuida se te van los ojos a la carne.

Me vestí de prisa y salí a la tienda. Las cuatro mujeres me miraron como si nunca hubieran visto un hombre. Bea se acercó.

-Pareces un figurín, guapo. Deja que te ponga unos alfileres y te tome las medidas. No dejes que mi padrino te haga pagar nada. Es un poco rácano y a todos los camareros les hace pagar los dos trajes, pero tú eres demasiado guapo y listo, y además eres mío.

Hablaba en voz baja, las otras mujeres continuaban con su labor, si bien de vez en cuando nos miraban y cuchicheaban. La mayor, una mujer tal vez de unos sesenta años, de rostro seco y malhumorado, y que parecía la que llevaba la voz cantante, hizo callar a las otras dos. Bea disimulando se arrimó a mi oreja y me susurró:

-Ven esta tarde a última hora, antes de irte para el pub, te haré las pruebas y no tengas miedo de Pacorro, perro ladrador, poco mordedor.

Me pellizcó el vientre y se le escapó una risita un poco más fuerte de lo debido. La mujer mayor se acercó.

-Vamos niña, yo hubiera tenido tiempo de tomarles las medidas a un regimiento. Acaba ya.

-La mujer se alejó y Bea me sonrió.

-A esa no se la tiraría ni un recluta con un año de calabozo.

Sin poder evitarlo noté que los colores pugnaban por pintarme el rostro de “colorao”. Antes de que se produjera la desgracia escapé como alma que lleva el diablo. La risa de Bea era ahora ya tan franca que escuché la voz de la mojama.

-¿Pasa algo, niña?

-Nada, Doña Virtudes, que aquí el mozo me acaba de contar un chiste verde.

-Ya te daré a ti y a él. Espero que no le hayas citado para última hora porque me pienso quedar aquí toda la tarde contigo.

Escuché la risita de Bea a mis espaldas.

-¡Qué cosas dice Doña Virtudes!

Me fui a comer y aproveché la tarde para estudiar un poco en el Retiro y comprar algunos discos. A última hora de la tarde me dirigí al taller de costura de Bea. Había calculado tiempo suficiente para poder ir andando hasta el pub de Paco y hacer así un poco de ejercicio, porque había tomado el metro ya dos veces y mi presupuesto no andaba muy fino, aunque sí esperaba que se afinara en cuanto recibiera mi primer sueldo.

Me quedé de piedra al ver el cartel de “cerrado” en la puerta. El suelo se abrió bajo mis pies. ¿Qué iba a decirle a Paco? Aún así decidí probar suerte intentando abrir la puerta y luego golpeando con los nudillos, primero con delicadeza y luego casi a porrazos, con desesperación. Se abrió la puerta de golpe y antes de casi caerme sobre ella escuché la risita de Bea. Allí estaba, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Hola, sotonto, he estado aquí todo el tiempo. Por un momento creí que ibas a salir pitando. Veo que no se te puede gastar ni una mísera broma. Pasa, hombre, pasa, antes de que te arrepientas. Y para otra vez procura tomar carrerilla para echar la puerta abajo, así la abriré a tiempo y podrás caer a gusto sobre mí, que estoy mullidita.

Y al reírse se llevó lasa manos a los pechos y se los acarició como una odalisca. Aquella chica iba a ser mi perdición. Mira que me había jurado mantenerme al margen, por muy “buena” que estuviera, para evitar problemas con Paco, pero es que no hacía otra cosa que provocarme.

Me quedé paralizado mirando sus pechos y todo lo demás, y ella tuvo que agarrarme de la mano y obligarme a entrar. Observé que por el interior del escaparate un visillo tapaba el cristal. Desde dentro parecía transparente pero yo juraría que por fuera no era así porque había mirado hacia el interior sin ver nada.

Caminé hacia el centro de la tienda dejando que Bea cerrara la puerta. Pronto estuvo a mi lado con cara seria.
-¿Qué miras? ¿Tanta prisa tienes?
Y moviéndose con agilidad felina para la solidez de sus carnes se colocó tras el mostrador, pero no antes de que yo pudiera contemplar su popa a mi sabor. Era una espléndida popa, de un galeón cargado de promesas. Hurgó bajo el mostrador y sacó un paquete y lo puso encima, con un fuerte golpe.
-Aquí está. No te engaño… Seguro que me has mirado el culo a placer. ¿A que sí?
¿Me había puesto colorado? Me llevé una mano a la mejilla. Estaba encendida, el calor no era normal. De haber visto algún espejo a mano me hubiera mirado con disimulo. No podía creer que aquella arrapieza estuviera poniéndome nervioso, como si fuera un adolescente timorato o una novicia que acabara de traspasar los muros del convento. Quise diseñar una estrategia, decir algo gracioso, pero solo pude toser y balbucear.
-No, no. Te lo juro.

Paquita estalló en risas.

-Te he pillado, tonto. Todos lo hacen. ¿Por qué no ibas a hacerlo tú? No me digas que no te gusto. Ni siquiera un poquito así…
Hizo un gesto con los dedos. Viendo mi expresión de desconcierto estalló en nuevas risas, como los cohetes festivos del pueblo que fueran encendidos por el pitillo del encargado. No fui capaz de soportar el ridículo, tomé el paquete y me dirigí a la puerta a toda la velocidad de mis piernas, que era mucha. No pude abrir. Estaba cerrada. Seguramente Bea la había cerrado con llave sin que yo me apercibiera de ello al entrar, tal vez cuando me encontraba de espaldas. ¡Qué tonto era! Siempre tendiendo trampas a las mujeres, para seducirlas, y no se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que ellas quisieran seducirme a mí.

Bea se estaba tronchando de risa a mis espaldas. Me volví.

-Señorita Beatriz, ¡Por Dios!

-¿Señorita?

-Digo Beatriz, señorita Beatriz.

-¿”Zeñorita Beatriz”?

Había oprimido su naricita respingona con los dedos de su mano derecha, intentando remedar la voz de pito de Gracita Morales, la conocida actriz que estaba de moda.

-Quiero decir Bea, guapa, no me tomes el pelo de esta manera.

-“Zeñorita Bea, no me tome el pelo de ezta manera”.

Esta vez no pudo controlarse y estalló en histéricas carcajadas. Se sujetaba los sólidos y llamativos pechos con las manos, como si temiera que fueran a salir despedidos en cualquier momento. No podía hacer nada al respecto, por lo que me limité a contemplarla desde la puerta. Mi cara era un incendio y mi sofoco no tenía límites. Por fin ella se fue calmando.
-No saldrás de aquí sin antes darme un beso. No lo permitiré, te lo juro. Un beso “como el fó” según dice Paco que sabe tanto de francés como yo de monja.

De nuevo se dejó llevar por la hilaridad. Me pregunté cómo reaccionaría si le pillaba bien las cosquillas. No quise ni imaginarlo. Por si las moscas lo dejaría para otro día más calmado. Me acerqué dubitativo.

-Bea, por favor, no seas niña.

-¿Tanto miedo le tienes a mi padrino? Otros no se lo tuvieron y me suplicaron lo que yo estoy dispuesta a darte de mil amores.

-¿Le has gastado esta broma a todos los camareros de Paco?

Pregunté, esperanzado de que se tratara de la típica broma que se le hace al novato.

-Me gustaba embromarles cuando venían por aquí la primera vez, a arreglar algo de sus trajes o a encargar alguno, pero algunos se pasaron varios pueblos, casi me violan. Tuve que decírselo a Paco, por eso no me extraña que te haya avisado en plan bruto.

-¡Pero mujer, que con las cosas de comer no se juega!

-No podía saber que eran unos idiotas. Además ninguno me gustaba… al menos como tú. Me gustas mucho. ¿Lo sabías?
-Deja de jugar y abre la puerta.
Ella miró su reloj de pulsera, hizo un mohín y me guiñó un ojo.
-Tienes tiempo de sobra.
-No tanto si vas andando.
-Bueno, si te pones así, mira, te pago un taxi, pero antes v as a besarme y luego nos vamos a cenar tan ricamente. ¿A que no has cenado?
-No he tenido tiempo.
-Lo suponía.
Se fue acercando a mi moviendo las caderas con mucho garbo, como una chulapona en San Isidro, y cuando consideró que ya estaba bastante cerca se dio la vuelta con brusquedad y movió el culo con tanta sensualidad como una brasileña en una comparsa de carnaval. En otro momento y con otra mujer no habría dudado en darle una palmadita en el trasero o pellizcar sus nalgas, no entendía qué me estaba pasando con aquella chica.

-¿No es el mejor culo que has visto en tu vida?
-Esto…
-Esto, esto, te hablo de esto. ¿No crees que es el culo más atractivo que verás nunca?

Se lo acarició con total desvergüenza. Se volvió y se me acercó aún más. Me tomó de la mano y me llevó hasta el mostrador como si yo fuera un niño y ella la solícita mamá.
-Deja ahí el paquete. Vas a necesitar las dos manos.
-Lo hice.
-Y ahora me vas a besar como en las películas. Mejor, porque según dicen hacen trampa.
-No deberías jugar conmigo, Bea. No deberías…
Me acerqué, puse mi mano en su nuca y atraje hacia mí aquella gran cabeza redonda, aquel rostro redondo, aquellos pómulos rellenos, como una hogaza de pan y aquellos ojos negros que se habían cerrado esperando el momento y besé sus labios gordezuelos que se entreabrían como una rosa al sol de mayo. Para hacerlo tuve que bajar mi cabeza porque aunque ella era alta para la media de su generación no me llegaba ni al pecho. La besé con pasión, creo que también con rabia, picado en mi orgullo y jugueteé con su lengua todo lo que quise. Ella me respondió como con miedo de que pudiera arrepentirme, atrapando mi lengua y aferrándose mi boca como una ventosa, no fuera que decidiera salir corriendo. Retiré su cabeza un momento, observé sus ojos cerrados, su cuello largo y estrecho, como de cisne, milagrosamente capaz de soportar aquella cabeza, y luego volví a besarla y como quien no quiere la cosa llevé mi mano derecha a sus pechos y los magreé con delicadeza, uno tras otro. No dijo nada y no se retiró por lo que bajé mis manos hacia su trasero que no pasaría desapercibido ni en un desfile militar femenino y lo acaricié y oprimí con ganas, con deseo. Decidí regresar a las dunas del desierto y para sentirme más a gusto, como pude, desabroché los botones de su blusa e introduje mi mano. Mis dedos acariciaron su piel de satén y sus pezones aguerridos.
Entonces sí, ella se apartó con brusquedad y me soltó un tremendo bofetón. Me quedé paralizado mirando su cara seria, casi hosca.
-¿No es lo que querías?
-Sí, pero no tan deprisa, grosero…

Se me quedó mirando, como sorprendida de mi atrevimiento, pero pronto su rostro se distendió y su boca se ensanchó en una sonrisa que se fue acentuando hasta estallar en carcajadas.

DIARIO DE UN GIGOLÓ VII


 

DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

EL PUB DE PACO/ CONTINUACIÓN

Nadie se atrevió. Como llegaría a saber con el tiempo, Paco tenía fama de calar a la primera al personal y nunca apostaba si el otro le iba a salir respondón o le complicaba la vida. No tuve tiempo para fijarme en la señorita Julia, supe que se había ido cuando un compañero se acercó para decirme que me encargara yo de poner la música porque a Antoñito, el supuesto “pincha” porque allí servían todos, se lo había llevado “la pianista” como al parecer la llamaban por allí.

No quise saber más, me sentí bastante dolido de la actitud de aquella mujer que primero me lisonjeaba y seducía y luego se iba con otro, como si yo le importara un comino. Mi veta rencorosa me hizo maldecir en voz baja y me juré que aquella pianista promiscua y beatona me las iba a pagar todas juntas. Eché un vistazo a los discos de vinilo que se apretujaban unos contra otros, sin orden ni concierto, en una caja de cartón y elegí la música que me pareció menos mala.

Al cabo de un rato Paco se acercó y me felicitó.

-Parece que les gusta tu música. Desde mañana te encargarás de pincharla. Puedes traer la que tengas en casa, te recompensaré de alguna manera y si alguno de tus discos se pierde o se rompe te daré para que compres uno nuevo. Y toma, esto es para que compres alguno de tu gusto.

Y me soltó dos o tres billetes verdes.

 

-Y no te hagas mala sangre por la elección de la señorita Julia para calentarle la cama esta noche, es una mujer muy rarita, hay que saber llevarla. Se hace de esperar pero cuando te echa el ojo no decepciona.

Paco no había estudiado psicología pero tenía un excelente ojo. Me había calado sin necesidad de hacer preguntas. Decidí poner un poco de rock porque la parroquia parecía un poco soñolienta y aún no era hora de cerrar. Que yo supiera no llevábamos comisión por las copas, pero no me apetecía esconderme tras la barra y echar una cabezadita, no esta noche al menos, quería documentarme todo lo posible sobre lo que me iba a esperar en aquel barco en el que acababa de ser contratado como marinero. Al cabo de unos minutos me sobresaltó el ruido de mesas y sillas arrastrándose. Al fondo del local unos jóvenes apartaban sillas y mesas para hacer una pequeña pista de baile, Se pusieron a bailara con gran entusiasmo. Paco se acercó de nuevo frotándose las manos.

-Estoy pensando en poner una pequeña pista de baila. ¿Qué te parece la idea?

-No me parece mal, aunque la juventud no suele tener mucho dinero y sería negativo para el negocio que se asustaran los que sí lo tienen, como la señorita Julia, por ejemplo. Habría que buscar una fórmula, hacer un tabique o reservados. Ignoro de qué espacio se podría disponer.

-Creo que me vas a traer suerte, no sé por qué, pero lo huelo. Lo consultaré con la almohada.

-También deberías consultarlo con un arquitecto, ellos saben de estas cosas.

-“Equiliqua”. Tienes buena cabeza, chico.

 

Y se alejó tarareando al tiempo que movía los pies con cierta gracia. ¿Le gustaría el rock a aquel “carroza”? Decidí probar de registro y cambié la música, a ver qué tal resultaban las baladas. Como suele ocurrir en estos casos bailan las parejas ya formadas y el resto se queda a dos velas, son pocos los que se lanzan a buscar pareja y no la consiguen. Una chica agraciada se acercó a la barra.

-¿Te gustaría bailar conmigo?

-Como gustar sí que me gustaría, pero no sé si el patrón querrá darme permiso.

-Yo se lo pido.

Y allá que se fue, atrevida. Regresó muy contenta.

-El patrón ha dicho que eso es cosa tuya, ji,jí.

Su risita era un poco desagradable, parecía una de esas chicas pijas, de familia adinerada que parecen haberse olvidado de la finalidad del lenguaje y haberse convencido desde la cuna que el dinero de papá lo puede todo. Miré a Paco que se encogió de hombros. Bueno, pensé, mejor bailar que dormitar, y si la chica me quiere llevar a la cama no diré que no, al fin y al cabo esta noche ya está totalmente perdida para mí.

El otro camarero me miró con cara de sentirse ninguneado y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo se acercó a otra chica y tras una breve conversación comenzaron a bailar muy cerca de nosotros. Eso acabó de animar al personal que se buscó la vida para bailar, aunque fuera con la fregona que uno sacó del almacén. Se produjeron risas y el ambiente se animó. Paco se puso tras la barra, se sirvió un cubalibre y nos observó sonriente y frotándose las manos, aquel gesto parecía ser una manía compulsiva e incontrolable cuando se entusiasmaba demasiado o se le tensaban los nervios.

La chica se frotaba contra mí con la tranquila decisión de la ola que sabe que antes o después acabará conquistando la playa. Me preguntó el nombre y fue enlazando pregunta tras pregunta hasta que comprendió que nos veíamos obligados a levantar mucho la voz. Estábamos llamando la atención y eso la desanimó. Se apretó aún más y dejó que yo la acariciara con suavidad las nalgas sobre su vestido de boutique cara. Todo iba muy bien hasta que la mala suerte quiso que uno de los discos que había apilado en el soporte, para que fueran cayendo uno a uno sobre el plato, estuviera rayado. Tuve que soltar a mi “partenaire” y salir pitando, entre las risas, silbidos y la bronca del populacho. Me costó un tiempo probar a ver si aquella rayadura se debía a la suciedad del disco o era ya una cicatriz irremediable, repasé los dos discos que aún quedaban por caer y busqué alguna balada más con la intención de prolongar el “tete a tete” con aquella chica cuyo físico no me disgustaba aunque me repateaba un poco aquella risita tonta y aquella forma de hablar tan engolada, como si fuera la reina del baile. Cuando me disponía a regresar a la improvisada pista de baile observé que el grupo de jóvenes había desaparecido dejando las mesas sin colocar. Miré a Paco quien se encogió de hombros.

 

-La juventud es así, tarambana hasta para mear. Coloca las mesas y vamos cerrando, que esto parece que no va a dar más de sí por esta noche.

Aquella fue mi primera noche en el pub de Paco. Antes de cerrar éste me recordó que fuera por la mañana, antes de la una, a la dirección que me había dado. Allí me arreglarían el uniforme que llevaba y me harían un par de ellos.

-Eso corre por mi cuenta, pero con la condición de que no vuelvas a acercarte a Bea. Fui su padrino y para mí es como una sobrina, qué digo, como una hija. Como se te ocurra desgraciarla da por hecho que te buscaré y te rajaré allí donde te encuentre.

Pensé que no era para tanto y así se lo hizo saber. Paco se enfadó mucho y a punto estuvo de arrearme un bofetón. La cosa iba en serio, mejor saberlo antes que después. Me escabullí sin despedirme y en cuanto llegué al piso me tumbé sobre la cama tal como estaba.

BEA

A la mañana siguiente, en cuanto me desperté, decidí acercarme hasta el taller de costura. Era un pequeño local por la zona de Sol en el que trabajaban tres o cuatro mujeres, al menos que yo pudiera ver desde el escaparate. Paco me había dicho que era manchego, no sé de qué pueblo, y que en el taller todas las costureras eran del pueblo.


Diario de un gigoló VI (Versión Sonymage)


DIARIO DE UN GIGOLÓ, VERSIÓN SONYMAGE
EN EL PUB DE PACO/CONTINUACIÓN

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Miré a la dama en cuestión. Una mujer delgada, bien vestida, aunque un poco remilgada para mi gusto. No estaba mal, aunque tan poco tan bien como para ir corriendo tras sus posaderas. La dama me observó con detenimiento e hizo un gesto a Paco.

-Quiere lo de siempre, un jerez seco. Esta es su botella, es especial, solo para ella. Si le sirvieras a otro y ella te viera se quejaría y yo tendría que echarte un buen rapapolvo a su presencia. Se lo vas a llevar. Te preguntará si eres nuevo. Es posible que te pida que te sientes con ella unos minutos. Me miras y yo asentiré, así sabrá que estás en el ajo. Te hará alguna pregunta. Procura ser discreto y muéstrale un poco de tu cultura, no demasiado, no te pavonees con ella. No tengo nada más que decirte. Y ahora lleva el jerez.

Lo hice. Dije un buenas noches simpático, no demasiado y dejé el jerez ante ella con cuidado. Ya me disponía a marcharme cuando ella me retuvo.

-¿Eres nuevo?

En otras circunstancias me hubiera gustado responder con alguna broma, algo así como “sí, con cara de huevo”. Pero no estaban los tiempos para hacer bromas con el trabajo.

-He comenzado esta noche.

-Siéntate ahí, solo será un minuto.

Miré a Paco que asintió. Me senté frente a ella, la silla era un poco baja para mí, procuré que mis pies no la rozaran.

-¿Es tu primer trabajo?

-No. Soy universitario y tengo que trabajar un poco para ayudarme en los estudios.

-¿Qué estudias?

-Psicología.

-Interesante carrera. ¿Te gusta la música?

-Mucho, sobre todo la música clásica.

-¿Qué compositores te gustan más?

-Beethoven…(observé un gesto en ella como diciendo, lo de siempre)… eso me hizo titubear buscando su compositor favorito… Chopin…

-¿Chopin? Tienes buen gusto. Puede que un día de estos te invite a mi casa. Tengo un maravilloso piano. Te tocaré algún nocturno y luego podremos bailar un vals. ¿Te gustan los valses chopinianos?

-Ya lo creo, son maravillosos, parece como si el alma te bajara a los pies.

-¡Qué metáfora tan bonita? ¿No serás poeta?

-Nunca he intentado escribir. Creo que no es lo mío.

-¿Y qué es lo tuyo?

-Amar. Creo que lo mío es amar.

La señorita Julia se rió de buena gana.

-Veo que a tus dedos les gusta tocar otras cosas más que los nocturnos. ¿Sabes tocar el piano?

-Me gustaría pero no tengo tiempo, estoy demasiado ocupado con la universidad, y aunque lo tuviera, no me queda dinero para tomar clases.

-Eso tiene arreglo. A mí no me importaría enseñarte… si eres bueno, claro.

Lo dijo con una malicia que me dejó descolocado. Por lo que me contara Paco me había hecho una idea de ella más cercana a la beatería y gazmoñería que al desparpajo que indicaba ahora el tono de su voz. Claro que si era verdad que se llevaba a casa a camareros y clientes para algo más que tocar el piano, estaba claro que no podía ser una beata, al menos por dentro. Tal vez se le hubiera escapado, pero por si acaso decidí recoger el guante antes de que fuera tarde.

-Lo seré-dije con un entusiasmo y una intención tan evidente que los ojos de la mujer se humedecieron.

-Así me gusta. Y ahora puedes marcharte. Gracias por tu tiempo.

El cambio fue tan brusco que creí haberla ofendido. ¿Dónde estaba el límite entre su gazmoñería y atrevimiento, entre la beata y la amante sin inhibiciones. Decidí que solo el tiempo me permitiría ver claro en aquel tupido bosque.

Regresé junto a Paco quien me ordenó ponerme a su lado, tras la barra.

-¿Cómo te ha ido?

Creo que bien- y le conté la conversación-.

La tienes en el bote, muchacho. Lo que menos esperaba era encontrarse con un camarero al que le gustara ese tipo de música. Los demás siempre se quejan de que les obliga a escucharla tocar el piano. Dicen que es una petarda. Pero si a ti te gusta ese tipo de música haréis buenas migas.

La noche se fue agitando y me vi obligado a ponerme las pilas. Algunos se quejaron de la impericia del nuevo y Paco tuvo que salir en mi defensa.

-En una semana será el puto amo de este barco. ¿Alguien quiere apostar?

Continuará.

 

Diario de un gigoló V (Versión Sonymage)


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DIARIO DE UN GIGOLÓ

CAPÍTULO I/ LILIAN

EN EL PUB DE PACO/ CONTINUACIÓN

Sin ninguna prisa, observando el entorno como un detective que se introdujera en la boca del lobo para investigar la mala vida de la esposa de su cliente, me acerqué hasta la barra, donde pedí una cerveza negra. Un hombre, mitad oso, dada su envergadura, y mitad humano, a juzgar por su tripita cervecera, se acercó hasta el lugar donde me había aposentado, con una sonrisa servicial en la boca.

-¿Qué va a ser?

-Una cerveza negra.

-¿Cualquiera?

-Cualquiera.

Me sirvió una jarra.

-A esta invita la casa.

-¿Y eso?

-Me da en la nariz que vienes a algo más.

Me enfadé un poco por su soberbia de creerse capaz de leer mis pensamientos.

-¿Cómo a qué? Si puede saberse.

-No te enfades, chico, ¿no has visto el letrero en la puerta?

-Así es, pero cómo puede saber que me interesa.

-Pareces universitario y perdona que te lo diga así, pero también se te ve como necesitado de redondear tus ingresos.

Me miré la ropa. Llevaba la camisa desgarrada y con manchas, tal ves de la copa que alguien me arrojara por encima. Eso me ablandó un poco.

-¿Sigue en pie la oferta?

-Pues claro. Si tuviera camarero ya habría retirado el cartel. ¿No crees?

Así se inició mi relación con Paco. Así dijo llamarse mientras me tendía su manaza de oso.

-El empleo es tuyo, si lo quieres.

-¿Así, sin más?

-¿Quieres que te haga una entrevista de trabajo?

-No, claro pero no me conoce de nada. Ni siquiera sabe si he trabajado alguna vez de camarero.

-¿Lo has hecho?

-Sí, pero…

-Pero nada. Eres un chaval fuerte y pareces despierto. Aprenderás pronto.
Con el tiempo, otro camarero (el pub tenía tres, además de Paco) me sacaría de dudas. Fue mi prestancia la que le hizo decidirse tan pronto. El atractivo físico era una condición básica para trabajar allí. Al parecer acudían muchas damas solitarias buscando compañía fácil. Cuando no encontraban algo de su gusto entre la clientela habitual acostumbraban a invitar a una copa al camarero de su gusto y luego podían pedirle que les acompañara a casa o donde fuera que hubieran situado su nidito de amor.

Paco hacía la vista gorda de todos estos tejemanejes a cambio de un porcentaje, un tanto por cien que cobraba al camarero de turno o al cliente de turno que quisiera utilizar las habitaciones que poseía el dueño en el piso de arriba. En resumidas cuentas que Paco era un discreto y amable celestino. Incluso solía invitar al pelma de turno que iba por allí solo a echar un “vistazo” con el fin de saber si se trataba de un cliente potencial o si acabaría por dar más problemas de lo que valía, como el mismo Paco me contaría con el tiempo.
Pidió a uno de los camareros que ocupara su lugar tras la barra y me hizo pasar a la trastienda. Me invitó a sentarme en una silla y él ocupó un sillón tras una pequeña mesa de despacho. No había lugar para más en aquel diminuto cuartucho. Iniciamos la conversación hablando de lo que más nos interesaba a ambos. Quise hacerme el duro y puse mis condiciones.

-Soy universitario, necesitaré una noche libre la víspera de exámenes y horario a tiempo parcial cuando tenga que preparar alguna asignatura difícil.

-Hecho.

-Antes de abandonar mi trabajo como portero de discoteca me gustaría saber cuánto voy a ganar aquí. Para perder dinero no necesito cambiar de trabajo.

-¿Cuánto ganas allí?

Inflé mi salario, intentando hacerme el listillo, a ver si colaba.

-Hecho.

-Y paga usted el uniforme.

Había observado que los camareros llevaban camisa negra con pajarita, con pantalón de tergal del mismo color.

-Hecho. ¿Algo más?

Abrí la boca buscando conseguir mejores condiciones puesto que me lo había puesto tan fácil, “a huevo”, pero no se me ocurrió nada más. Paco escupió en la palma de su mano derecha y me la tendió con una sonrisa.

-Soy de pueblo, hijo mío, allí sellamos los tratos de esta manera. Nada de papeles. Si estás descontento con algo me lo dices y veremos qué se puede hacer. Si estás enfermo llamas y yo me lo creo, siempre que no abuses. ¿Podrías empezar ahora?

-¿Ahora? Tendría que trabajar tal como voy vestido.

Y señalé mi camisa. Paco rió.

-¿Has tenido alguna batalla campal con una chica?

-Algo parecido.

Su sonrisa se ensanchó.

Así me gusta. Vamos a probarte uno de mis uniformes.

Abrió un armario disimulado en la pared y descolgó de una percha una camina y un pantalón.

-Nadie va a fijarse en tus zapatos por esta noche. ¿Tienes zapatos negros?

-Sí, un par para vestir. No me desagrada el negro.

-Me gusta tu honradez, chico, podrías haberme dicho que no para que te comprara un par. Pues mira, por “honrao” te voy a dar para un buen par de zapatos y un pequeño adelanto. Mañana quiero verte con zapatos negros.
Abrió un cajón, rebuscó en él y me tendió un par de billetes.

-Y ahora pruébate esto, mañna por la mañana pasarás por la dirección que te voy a dar para que te hagan unos arreglos y te confeccionen una camisa y un pantalón de repuesto. Mucho ojo, chaval, la chica es mona pero es del pueblo, es como si fuera una hija para mí. ¿Me entiendes? Como se te ocurra camelarla y luego dejarla tirada te voy a dar una somanta de “ostias” que no te va a reconocer ni tu padre. Y te lo dogo muy en serio. ¿Lo has pillado?

-A sus órdenes.

-Nada de bromitas con esto. Y ahora quítate la ropa y ponte esto. No te preocupes que te vea en calzones. Estoy curado de espantos y además me gustan las mujeres y mucho. Si fueras una mujer y te viera en bragas no respondería de mis instintos. Pero tú llevas calzones, ¿no, chaval?

-Imagino lo que quiere decir. Me gustan demasiado las mujeres para hacer tonterías.

-Eso espero, porque aquí los camareros somos todos muy machos. Te adelanto que si alguna dama te tira los tejos debes hacerle caso. Habla conmigo y podrás salir antes. Si luego te hace un “regalito”. ¿Sabes lo que quiero decir? Pues me lo dices y hacemos cuentas. Confío en ti, chaval, tienes cara de “honrao”.
Me probé sus ropas, las mangas me quedaban largas. Paco las recogió con mimo. El pantalón era un poco ancho. Paco me apretó el cinturón sin contemplaciones. Apenas me sobraban unos dedos de largo. Nuestra estatura era muy parecida. Recogió un poco los bajos y me colocó la pajarita.

-Listo. Si tienes alguna dificultad vienes a la barra y te pongo al loro. Hoy te echarán una mano los compañeros, pero mañana quiero que te defiendas tu solito y dentro de una semana serás el amo en “The Sailor”.

Lo pronunció tal cual, “De Sailor”. De esta guisa me acompañó hasta la barra. Me colocó a su lado mientras echaba un vistazo a la concurrencia.

-De momento está tranquilo. Te enseñaré dónde están las botellas, cómo servir una jarra de cerveza “como el fó” y cómo preparar un martín, los cócteles los dejaremos para mañana. ¿Ves aquella dama del rincón? Es la señorita Julia, una solterona aceptable, tiene mucha pasta, vive de las rentas, y ya te ha echado el ojito. Esta noche no te invitará, no te conoce de anda, antes querrá ver cómo te desenvuelves, pero lo hará un día de estos, seguro. Hazte un poco el remilgado, no mucho, porque a ella no le gustan demasiado fáciles, pero tampoco muy complicados. Tú mismo sabrás cómo maniobrar, ni demasiado fácil ni se lo pongas muy complicado. Te llevará a su piso y te dará una buena propina. Quiero el veinte por ciento y no me engañes. Sería una estupidez por tu parte.

Continuará

Diario de un gigoló IV (Versión Sonymage)


 

 

 

DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

CAPÍTULO I (LILY)

EL PUB DE PACO/CONTINUACIÓN

Fue entonces cuando se me acercó una chica a la que tampoco conocía. Con todo desparpajo me pidió que bailara con ella. Estaba sonando una canción lenta y todo el mundo aprovechaba para arrimarse y sobarse con esmero. Recordé haberla visto con el anfitrión de la fiesta o alguno de sus amigos. Podría muy bien ser su novia. Me juré ser discreto. Cumplí mi juramento, pero no así ella que enseguida se arrimó todo lo que pudo dentro de un espacio físico que no presentaba obstáculos a los cuerpos, y desde luego pudo mucho, creo que hasta el aire debió sentirse un tanto comprimido. No contenta con ello bajó las manos y me sobó el trasero y si me hubiera descuidado un poco hasta me hubiera bajado la cremallera de la bragueta. Semejante actitud no era muy frecuente en las mujeres, al menos en las que yo conocía, que solían limitarse a poner el semáforo en rojo, en ámbar o en verde o a dirigir el supuesto tráfico hacia ellas con un “savoir faire” que daba gusto. Eso me indicó que se trataba de una chica “progre” y tan libre como se lo permitía el entorno y las circunstancias.

A pesar de que supuestamente el ambiente universitario era de lo más libre y “progre” del país, el escándalo que se armó fue mayúsculo. Por suerte no duró mucho porque un chico se acercó hasta nosotros con una mirada luciferina en sus ojos de jaguar nocturno, me separó a empujones de la chica y continuó empujándome como si le estorbara en cualquier espacio que ocupara mi cuerpo. Al parecer era el novio porque ningún otro ser querido, ni siquiera su padre, se habría comportado de aquella manera, como un toro que cornea la capa roja una y otra vez.

Tuve que ponerme serio, agarrarle del cuello, hacerle una llave inmovilizadota y gritarle a la oreja que yo ignoraba que la chica fuera su novia, que no tenía obligación de saber acerca de las relaciones de las chicas que me pedían un baile, que no fui yo quien la invitó a bailar, sino ella a mí y que eran sus manos, las delicadas manos de su novia las que me estaban magreando a mí, tocándome el culo con mucho salero y no las mías, humanoides y bastas las que habían buscado su delicioso culo. O sea, dicho en plan pijo, que arreglara sus problemas con su novia y no conmigo, un discreto invitado que no conocía a nadie en la fiesta, y rematé diciéndole con cierto “recochineo” que si yo fuera su novia ya le hubiera mandado a tomar por donde amargan los pepinos, dicho con toda fineza.
El muy estúpido no me hizo el menor caso, emperrado en que nos diéramos de puñetazos. Como estaba bien sujeto comenzó a forcejear con las piernas y en un descuido me acarició un poco el tobillo. Eso colmó mi paciencia y lo lancé con todas mis fuerzas contra unas mesas, donde quedó espatarrado. Un amigo suyo intentó separarnos y la novia del mencionado amigo se puso de uñas por salir en defensa de aquella guarra que iba también a por su novio…Detuvieron la música, todo el mundo intentó separar a todo el mundo, acabaron por pelearse quienes no tenían la culpa de nada y llovieron puñetazos y patadas por todas partes. Yo salí de allí, tan discreto como si no tuviera la culpa de nada, y tan precavido como si tuviera la culpa de todo, incapaz de aclarar mi mente de la confusión en que había caído, puesto que ahora no sabía muy bien si la chica que me había metido mano era la novia del que me había golpeado o en realidad era la novia del anfitrión que supuestamente me había invitado y el que se enfrentara conmigo era un amigo del anfitrión o si la chica que llamara guarra a “mi chica” era novia del anfitrión, de su amigo o del amigo de su amigo. Aquello era un rompecabezas que daba dolor de cabeza. ¡Menudo follón!

En el camino hacia la salida recibí algún golpe perdido, alguna colleja sin importancia, y una chica se acercó a mí pidiéndome que la acompañara a casa y a cambio de recompensaría. Con la oscuridad que se hizo cuando las bombillas se rompieron y las luces se apagaron no supe, hasta que estuvimos fuera, que en realidad era la chica que me había metido mano y por la que se había organizado todo aquel “guirigay”. Cuando estaba a punto de aceptar su amable invitación y sacar algo positivo de aquella noche nefasta un chico se acercó poniéndome de chupa de dómine. No sabía quién era y no me paré a averiguarlo. Salí de allí como alma que fuera a llevar el diablo, sin culpa por su parte, un poco magullado y bastante malhumorado.

Tal vez se debiera a esa confusión que me perdiera por calles que conocía muy bien y en lugar de seguir en línea recta hasta mi destino, de regreso al piso que compatía con varios compañeros de universidad, terminara frente al pub de Paco, también llamado The Saylor o tal vez fuera Popeye, the saylor, porque mis ojos se fijaron más en un letrero que colgaba de la puerta que de las luces de neón que parpadeaban como si fueran bizcas. En letras manuscritas mayúsculas aquel letrero decía: SE BUSCA CAMARERO, PREGUNTAR EN EL INTERIOR.
Aquello me dio una idea. Estaba ya harto de hacer de portero de discoteca, recibiendo todos los golpes e insultos que se les escapaban a aquellos energúmenos y ninguna solicitud de compañía por parte de las chicas que frecuentaban el antro, –item más- habida cuenta de que el dueño de referido antro había desestimado mi solicitud de ascenso a relaciones públicas, un cargo más adecuado a mi prestancia, mi cultura universitaria y mi necesidad de cobrar un poco más, la posibilidad de cambiar de oficio que me estaba ofreciendo el destino… me pareció de perlas.

Me colé en el interior, pensando que por mal que me fueran las cosas no me irían peor que en la fiesta, y al menos me podría tomar una cerveza o una “copichuela” para el camino. Me sorprendió la decoración. Lo más que había esperado era un poster de Popeye o un barquito dentro de una botella en alguna estantería. En realidad todo el interior semejaba la proa de un barco, con el timón en su sitio, las paredes decoradas en madera y repletas de artilugios marineros, brújulas, sextantes y todo tipo de objetos cuyo nombre y utilidad ignoraba, como buen marinero en tierra que era (acababa de leer el poemario de Alberti). Incluso pude observar la existencia de pequeños camarotes, sin duda lugares íntimos para que las parejas necesitadas pudieran darse un ligero achuchón, algo así como un beso a hurtadillas, porque no estaban los tiempos para otras cosas en los lugares públicos.
Continuará.

Diario de un gigolo III (Versión Sonymage)


DIARIO DE UN GIGOLÓ

CAPÍTULO I

LILIAN (CONTINUACIÓN)

Nunca podría pagarle todo lo que hizo por mí, lo que me enseñó, ni en dinero, ni mucho menos en “carne”. Eso sí, apreciaba el cariño como el mayor tesoro del que puede disponer un ser humano, tal vez por eso lado podría intentar pagar mi deuda, aunque me llevaría muchos años.

Lily estaba sobre todo interesada en que Amako me enseñara shiatsu, un masaje japonés del que había oído hablar, pero no se decidió hasta recibir lo que debió ser un esplendoroso masaje shiatsu por un japonés (fue un viaje de negocios, aunque mi patrona siempre aprovechaba los viajes también para sus placeres). Estaba convencida de que sus clientes pagarían lo que fuera por un buen masaje, en cuanto lo descubrieran. Se puede decir que yo era un adelantado, lo mejor de su “tropa” según ella. Si luego conseguía darle un masaje aceptable, aunque no fuera como el del japonés, mandaría a más personal a recibir lecciones de Amako, salvo que yo fuera capaz de dárselo a sus pupilas, de pupilos ni hablar Lily, le dije, y ella sonrió con aquella sonrisa suya que lo mismo podía elevarte al cielo que hundirte en el infierno.

Pero me estoy adelantando. Mi mente retrocedió un poco, algo más de un año, para recordarme cómo había comenzado todo.

EL PUB DE PACO

A pesar de lo agradable que me estaba resultando recrearme en la imagen de Amako y lo placentera que fue nuestra intimidad durante los meses que convivimos, la mente, siempre caprichosa, siempre voluble, me impidió retener a la dulce Amako entre mis brazos por más tiempo. Una parte de mi mente parecía muy interesada en rememorar los orígenes, cómo empezó todo, como si de esta manera pudiera encontrar explicaciones que nunca nadie le había pedido, ni yo mismo, o ser absuelta de hipotéticos pecados que yo nunca creí haber cometido. A pesar de que mi vida siempre había sido para mí transparente y cristalina, como el agua fresca de un arroyo de montaña, algo en mi interior, tal vez el “yo” hipócrita, ese que siempre quiere ir con los demás, vayan donde vayan y aunque se arrojen al abismo (¿dónde va Vicente?, donde va la gente?) quisiera a toda costa justificar lo que casi todo el mundo considera injustificable, que alguien venda su cuerpo por dinero y se convierta en un prostituto o gigoló.
Fuera la que fuere la razón que tenía mi mente más hipócrita, pacata y reprimida, parecía estar obsesionada con hacerme revivir unos recuerdos que yo conocía ya muy bien.

El pub de Paco estaba situado por la zona de Bilbao, para quienes conozcan la capital, y de cara al exterior no se diferenciaba en nada de los muchos bares de copas del barrio, que entonces comenzaban a llamarse “pub” y que a mí, siempre tan romo para los idiomas, me sonaba como a “puf”. ¿Dónde vas tío? “Puf”, dónde voy a ir, a tomarme una copa. ¿Sería por eso que los llamaban “pufs”? Creo recordar que la aparición de los bares de copas tuvo mucho que ver con el ansia imitativa, anglófila, que nos invadía a los españoles por entonces, imagino que en gran parte debido a los famosos Beatles y al rastro que dejaron aquellos escarabajos o cucarachas, como me comentó un compañero sabiondo y que “fardaba” de hablar inglés como los ángeles ingleses, que era la traducción al español.

La casualidad, o el destino, o tal vez mi deseo subconsciente de acabar de una maldita vez por todas con aquella miserable vida que llevaba, trabajando en empleos desagradables y mal pagados para lograr juntar lo indispensable para los gastos de matrículas y otros a los que no llegaba la cortísima asignación de mis progenitores, me llevaron aquella noche frente al pub de Paco. Regresaba yo del cumpleaños de un compañero de clase en la universidad al que apenas conocía y con el que solo había intercambiado un par de frases por pura cortesía. Con el tiempo me enteraría de que la invitación había tenido un claro tinte egoísta, con ella buscaba atraer a muchas chicas guapas entre las que hizo correr la voz de que “el guaperas” asistiría. En aquel tiempo me costaba mucho aceptar que pudiera tener algún atractivo para el bello sexo. Fui un adolescente larguirucho, pecoso, granuloso, repelente, como me decían las chicas, y tanto me acostumbré a sus desplantes y burlas, que mi éxito nada más llegar a la universidad me pilló de sorpresa por completo. Además mi desgraciada historia con María me hacía mirar con muchísimo recelo incluso a las chicas más guapas. *

*NOTA DEL EDITOR: Los lectores pueden conocer la historia completa de María, así como la de todas las mujeres que aparecen en esta historia, leyendo “Cien mujeres en la vida de un gigoló” que pueden adquirir en todos los comercios del ramo a un precio módico.

Como decía, regresaba de aquel malhadado cumpleaños al que nunca debí haber ido. ¿Por qué acepté? ¿Puede uno saber porqué elige un camino en una encrucijada y no otro, por qué mover un dedo puede cambiar tu vida y no moverlo significará ser un gris y anónimo oficinista? Nadie conoce el profundo sentido de la vida, ni si hay oficinistas allá arriba que van trazando nuestro itinerario en la vida como un funcionario de justicia tramita la ejecución de una condena, una vez que la sentencia ha adquirido el carácter de firme. Tal vez influyera en ello que me lo pidiera casi de rodillas la supuesta novia de uno de los amigos íntimos del homenajeado. Como supe después, para mi desgracia, la chica al parecer estaba colada por mis huesos y estaba esperando el momento de arrojarse en mis brazos y dar un desplante público y drástico a su novio.

Apenas conocía a nadie en la fiesta, excepto a la mencionada novia y a un par de amigas suyas. La mencionada novia estaba muy ocupada preparándole la trampa al novio y las dos amigas estaban tan asediadas que me serví un gintonic y me dediqué a observar “el percal” desde un rinconcito a oscuras.

Continuará.

DIARIO DE UN GIGOLÓ II (VERSIÓN SONYMAGE)


DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

 

CAPÍTULO I/LILIAN (CONTINUACIÓN)

Concertada la cita nos dijimos algunos cumplidos (los míos sinceros, los suyos tendría que demostrarlo) y colgamos. Regresé a la bañera, no sin antes pasar la toalla por el suelo de parqué, para evitarle a Angélica, mi empleada de hogar, un trabajo extra por el que recibiría una buena bronca. Angelitita, como la llamo yo cuando quiero hacerla rabiar, es una matrona de buen ver, unos cuarenta años, casada, yo diría que mal casada y peor tratada, a quien escogí en un “casting” que realicé tras un anuncio en la prensa, cuando comprendí que no podía ser un buen gigoló y una buena ama de casa al mismo tiempo. Aparte de por su buen hacer, quiero decir por limpiar mejor que ninguna, como me demostró cuando me pidió una oportunidad a cualquier precio (estuve a punto de gastarle una broma machista) también la escogí por su boca, no por sus labios sensuales que deben besar como los ángeles del cielo cuando bajan al infierno en vacaciones, sino por su boca-boca, es decir es una mujer mal hablada donde las haya, pero dice unas cosas… unas cosas… Me encanta escucharla, ya despotrique de su marido, de las vecinas, del mundo en el que vivimos o hasta de nuestro Jefe del Estado, a quien Dios nos conserve muchos años… lo más lejos posible. Especialmente me gusta cuando se mete con él o con los ministros, de quienes sabe sus nombres, de todos y cada uno, o con los pantanos o con los curas, o con… Ella se mete con todo el mundo, incluso conmigo, cuando le da por ahí y hasta llega a ponerse a sí misma a caer de un burro o de una burra, porque mira que es “burra” la Angelita, y cómo se pone cuando su autoestima baja como el termómetro en invierno. A veces la tengo que consolar y ella se deja y se deja… un día de estos la voy a consolar por completo y sin que tenga que darme nada a cambio, aparte de su sonrisa de ángel maltratado por la vida.

Terminé de limpiar el suelo como pude, regresé al servicio y eché más potingues al agua, salió mucha espuma y me sumergí de nuevo. Las variaciones Golberg no habían dejado de sonar un solo instante. ¡Qué relajantes! ¡Qué divinas! Aquella noche me las había prometido muy felices puesto que era lunes y los lunes Lily cierra sus numerosos quioscos, puede que sea la única madame en el mundo que da un día de descanso a sus sementales y potrancas. Ella es única para cuidarnos y mimarnos… Que no se me olvidaran los potingues que Lily nos suministra para que seamos los mejores en la cama, fogosos e insaciables, recién traídos de su laboratorio farmacéutico en Suecia, el lugar por excelencia de la libertad sexual. Aquella noche los iba a necesitar. Martita no había llamado precisamente hoy y concertado la cita para la noche porque le viniera bien a ella, sabía muy bien que yo libraba, y así se ahorraría pedirle permiso a Lily y obligarla a cancelar mis citas, y pagar una buena pasta por ello. Sabía que yo un lunes hasta se lo haría gratis, de hecho pensaba proponérselo, aunque si hay algo en lo que Marta es generosa hasta la tontería es con sus amantes o gigolós, o al menos concretamente conmigo. No ataba la bolsa cuando venía a verme.

Me dispuse a relajarme tanto como pudiera, la faena nocturna que me esperaba iba a exigirme estar en plena forma. Me introduje en la bañera, me tumbé, colocando una almohadilla de espuma bajo la nuca y comencé a respirar rítmicamente, buscando una adecuada preparación para los mantras que me disponía a vocalizar. Necesitaba relajar y centrar mi mente. La llamada de Marta me había descentrado completamente. Mi intuición me decía que esta noche sería crucial en nuestra relación. Conociendo a aquella mujer suponía que ya había tomado su decisión, pero siempre podría cambiarla con el estímulo adecuado.

Inspiré profundamente, retuve el aliento todo lo que pude y espiré, lanzando el aire hacia el velo del paladar, procurando que todo mi cráneo retumbara al tiempo que vocalizaba el mantra. El sonido se expandió dentro de mi cabeza, haciendo vibrar carne y huesos. Cerré los ojos. Repetí el mantra tres veces, tal como me había enseñado la dulce Amako, y luego cambié a otro mantra.

¿Por qué siempre calificabade dulces a todas las mujeres que me gustaban? ¿Lo era Marta? Debería serlo, a pesar de su carácter fuerte, porque de otro modo no me habría enamorado de ella. ¿Lo era Amako? No tenía la menor duda al respecto. Ella sí era la mujer más dulce y tierna que había conocido. Mi viaje a Barcelona, un regalo de Lily, entre otros motivos, tenía por objeto que una experta masajista japonesa, Amako, me enseñara el masaje shiatsu, y también algo de yoga tántrico. Aunque pocos clientes de Lily sabían que era el tantrismo la mayoría de ellos se quedaban deseosos de que el profesional de turno les diera un buen masaje. Mi patrona, siempre tan avispada y creativa par los negocios, quería experimentar conmigo la posibilidad de ampliar las prestaciones de sus pupilos y pupilas, introduciendo el masaje y alguna novedosa forma de relación sexual.

Por lo visto Lily ya lo tenía todo pensado desde hacía tiempo y también había hablado con Amako, llegando a un acuerdo económico satisfactorio para ambas partes. Yo recibiría lecciones de shiatsu y tantrismo durante unos meses, ampliables, tanto en tiempo como en disciplinas, siempre con la aprobación de mi patrona. El acuerdo no incluía las clases de yoga mental que Amako decidió darme por su cuenta y de forma gratuita. Me enseñó a relajarme y a practicar técnicas de respiración y mantras, pero sobre todo a meditar, la cumbre de todas las disciplinas mentales según ella, algo que a mí me estaba costando tanto como subir el Everest, de habérmelo propuesto, para cumplir uno de mis sueños utípicos.

Amako fue la más dulce de mis amantes. Nuestra relación era algo muy especial. A mí nunca se me ocurrió pedirle el consabido estipendio (nuestras relaciones sexuales no eran para mí parte de mi trabajo) y a ella nunca se le pasó por la cabeza pedirme un extra por las clases de yoga mental. Por supuesto que si yo le hubiera propuesto cobrarme por las relaciones sexuales ella habría intentado desentrañar mis palabras como si fuera un koan-zén, buscando el sentido oculto. Ella no era una prostituta y su negocio no solo perfectamente legal, sino también moral. Nos hicimos amantes porque nos sentimos atraídos. Eso fue todo. Nos entendíamos casi sin hablar, solo con mirarnos, nos hicimos amigos de esta manera y dimos el paso hacia una mayor intimidad de la misma forma, con una mirada más profunda e intensa.

Continuará.

 

Diario de un gigoló I (Versión Sonymage)


DIARIO DE UN GIGOLÓ (VERSIÓN SONYMAGE)

CAPÍTULO I

LILIAN

Me encontraba en la bañera de mi apartamento, la cabeza sumergida bajo el agua y conteniendo la respiración todo lo que me fuera posible, como si quisiera batir algún record del mundo. Filtrado por el agua me llegaba el sonido, lejano, como desde otra dimensión, de las variaciones Golberg de Bach. Era una costumbre adquirida tras la dura ruptura con mis padres y mi familia en general. Por una de esas extrañas carambolas que a veces tiene la vida habían logrado enterarse de que había dejado el pub de Paco, donde trabajaba cinco noches a la semana, para conseguir pagarme los estudios universitarios y disponer de metálico para lo que surgiera, y me había convertido en un “puto” como decían ellos, en un gigoló más bien, como me gustaba denominarme. No pudieron asimilar algo inimaginable para sus creencias “católicas de toda la vida” y decidieron arrojarme de sus vidas, afuera, al infierno, al crujir de dientes bíblico.

Al poco tiempo tomé la decisión de abandonar la carrera de psicología que estaba cursando en la Complutense y por la que había hecho el gran sacrificio de convertirme en un gigoló, en un semental de la cuadra de Lily, mi patrona, la madame que me había reclutado en el pub de Paco. Tras la ruptura con mis padres y antes de iniciar mi trabajo nocturno en la casa número 1 de Lily, donde me esperaba una noche ajetreada, decidí darme un baño y fue entonces cuando sumergí por primera vez la cabeza bajo el agua y aguanté y aguanté hasta que mis pulmones estuvieron a punto de reventar. Mis piernas, como muelles, me sacaron del agua como la espada Excalibur en la película del mismo título, solo que no precisamente a cámara lenta. Tardé en recuperarme y cuando la sangre regresó de golpe a mi cabeza comprendí que había estado a punto de suicidarme de la forma más extravagante posible.

No era un hombre depresivo, ni siquiera cuando María, la bella y promiscua vecina que me desvirgara, me abandonó para irse con una tía a París, obligada por sus retrógrados ancestros, había pensado seriamente en el suicidio, tan solo estuve unos meses un poco cabizbajo y con ganas de quemarles la casa a los vecinos e irme a buscar a mi amada a la ciudad más bella del mundo. Me sorprendió mi reacción ante aquella ruptura que estaba cantada. No nos entendíamos, éramos como el día y la noche, y si no hubiera sido por convertirme en “puto” lo habría sido por cualquier cosa y en cualquier circunstancia. Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, como decía un tonto compañero de estudios, con el que compartí piso una temporada, que utilizaba esa frase para justificar cada suspenso.

Me había quedado solo puesto que era el menor de seis hermanos que ya llevaban tiempo viviendo sus propias vidas, una hermana casada con un alemán y que residía en Munich, un hermano, el mayor, un vividor nato, que era el relaciones públicas de una discoteca en Marbella y se tiraba, como él decía a cuanta sueca, alemana o escoba con faldas que encontrara en su camino. Visto desde la perspectiva de mis padres, los antecedentes de mi hermano ya anunciaban mi futuro. Tal vez fuera esa sensación de soledad la que me llevara a decirle a Lily que podía contar conmigo a pleno rendimiento, que abandonaba los estudios. La patrona no se lo tomó bien, yo era el único semental de su cuadra que tenía estudios universitarios y eso era algo que daba prestigio.

Llevaba unos segundos escuchando un ruido extraño que descentraba el plácido discurrir de mis pensamientos. Tardé en darme cuenta de que se trataba del timbre del teléfono que ya debía llevar sonando un buen rato. Me puse en pie de un salto, como debí hacer la primera vez que sumergí mi dura cabeza de chorlito bajo el agua de la bañera, y me lancé hacia el pasillo donde había colocado el aparato. Intuía que la llamada era importante, y no me equivoqué. Antes arranqué la toalla del colgador, me sequé lo que pude para evitar luego tener que pasar la fregona por el baño y me la enrosqué por la cintura, no porque me estuviera viendo nadie o porque me molestara mi desnudez, simplemente era un tic adquirido tras tanta ducha después de las refriegas con las clientas, muchas de ellas eran tan puritanas o “tiquismiquis” que no soportaban ver mi miembro al aire después de haber visitado su cueva como un dragón encendido en la santa cólera del deseo.

Descolgué con brusquedad y al escuchar aquella dulce voz supe enseguida que no me había equivocado.

-Johnny… querido Johnny. ¿Cómo estás?

Por supuesto que era Marta, Martita la divina, como yo la llamaba para mi coleto. La mejor clienta de Lily, de largo, una morenaza de cuerpo espléndido, espléndidas curvas, pechos como dunas del desierto del paraíso y culo como la mejor y más sensual popa de un Bateau Mouche parisiense, vestido por Coco Chanel y en el que todos los modistos parisinos hubieran puesto su detalle chic. Adoraba su culo, me volvía loco, pero aún me afectaba más aquella voz, dulce, sensual, tan amable, tan gentil, tan…tan…tan… Mi poderoso miembro viril casi había alcanzado la máxima erección y solo tras la primera frase. ¿Qué me esperaba?

Pues una cita, ni más ni menos. Algo tan habitual llegó a emocionarme porque mi Martita llevaba mucho tiempo sin hacer acto de presencia en mi vida, desaparecida, “missing”, tras soportar estoicamente aquella repugnante debilidad que sufrí aquella malhadada noche en la que me atreví a confesar mi amor. Llegué a pensar que no la vería nunca más. Escuchar su vocecita dulce, con un punto de ironía, la que le salía del alma, sin poder evitarlo, cuando necesitaba pedirme un favor, casi produjo el milagro de mi resurrección, de la resurrección de Lázaro, escondido en su tumba hedionda durante tanto tiempo. Al menos mi pajarito sí había resucitado y deseaba cantar un aria a duo y cuanto antes.

En realidad no sería a duo, sino a trío, porque el favor que me pedía Marta era sobre todo para su amiga Esther, una amiga del alma que había descubierto que su marido le ponía los cuernos… ¡Vaya novedad! Martita lo sabía desde hacia tiempo, me lo había dicho a mí en la cama, entre las numerosas confidencias a que la llevaban mis caricias y el pequeño Johnny, siempre tan juguetón y locuelo cuando se trataba de la dulce Martita. No se lo había dicho. Ella siempre tan discreta, tan amable, tan elegante, siempre tan “chic” y tan “comme il faut”. Seguro que cuando Esther se lo comentó ella casi se desmaya del susto. “¡Tu marido! ¡Imposible! ¡Si te amaba con locura! Mi dulce Martita es una redomada hipocritilla. Tiene que serlo para triunfar en los negocios y en la jungla social de los guapos de este mundo y concretamente en la sociedad española, una de las más “ñoñas” del mundo, sino la que más.

Casi se me quiebra la voz al responder y lo que es peor, faltó el canto de un duro para que me echara a llorar como una Magdalena de Magdala. Tuve que hacer un esfuerzo ímprobo para que ella no notara nada. Me limité, pues, a confirmar que estaba muy bien, como ella comprobaría y que sería un placer consolar a su amiga y convencerla de que todos los hombres somos unos “c…” por eso mejor elegir a un gigoló, que te cuesta una pasta gansa, pero al menos es amable y le puedes despedir cuando quieras.

Continuará.