Categoría: EL BUDA LOCO

EL BUDA LOCO I


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EL BUDA LOCO-INTRODUCCIÓN

Es una de mis primeras novelas y la primera en la que me decidí a abordar el tema esotérico. No fue hasta bastante tiempo después, cuando emprendí con seriedad la escritura de una serie de relatos sobre el tema, “Relatos esotéricos”,  que me hice consciente del enorme potencial narrativo que posee el esoterismo.

Este primer intento terminó en la carpeta de los manuscritos que no llevan buen camino. Allí durmió el sueño de los justos. Ahora me propongo aprovecharlo, si es que puede serlo, creo que sí.

Uno de sus personajes, Nerea, terminó siendo personaje de “Diario de un gigoló”, eso demuestra bien a las claras la poca confianza que tenía en los personajes del “Buda loco”  y en la historia en general. El protagonista no es un personaje que haya cuajado y en cuanto al “Buda loco” creo que debe mucho al “Lobo estepario” de Herman Hesse. Como dice el aforismo: “Bienaventurados nuestros imitadores porque de ellos serán nuestros defectos”.  Creo que este personaje tiene todos los defectos posibles y ninguna de las cualidades del “Lobo estepario”.

A pesar de ello me mueve la esperanza de lograr salvar un manuscrito que ya daba por perdido.

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EL BUDA LOCO

I

No recuerdo muy bien cuándo oí hablar de él por primera vez. Puede que llevara ya algunos meses en la ciudad,  antes de que el rumor de su extraño comportamiento llegara hasta mí. Me propuse llegar a conocerlo y  comencé a pasear por las calles, donde al parecer había sido visto pero no tuve ningún éxito, no conocía su aspecto físico y su comportamiento no debería ser siempre extravagante. Hasta los locos acostumbran a pasar periodos de normalidad.

Por entonces yo no tenía otra idea de la locura que la imagen de un gran trauma, repercutiendo una y otra vez en la cabeza del condenado; la visión constante de ese trauma termina por volverlo completamente loco. Reconozco que era una imagen muy ingenua de la locura, por eso esperaba de alguna forma poder reconocerle en la calle. Tal vez hablara en voz alta o gesticulara en exceso o se metiera con la gente. El tiempo me llevaría a conocer su locura, una locura mucho más peligrosa que la gesticulante; un cáncer que hubiera podido acabar conmigo, si no fuera tal como soy: escéptico hasta la grosería, falto de curiosidad por la vida, que ya creo conocer hasta el fondo de su pozo de detritus, a pesar de mi relativa juventud y sobre todo, sobre todo me repugna la ingenuidad religiosa, espiritualista, esotérica, ese estúpido afán de intentar conocer lo incognoscible. La búsqueda del conocimiento nos hace infelices, tan infelices que hasta el ser más espiritual, mas desprendido, más generoso con sus hermanos, me da pena, mucha pena.

No obstante, como nos sucede a todos, tengo mis contradicciones. La principal tal vez sea interesarme por lo que más desprecio o por lo que menos me interesa, algo que en mi caso siempre va unido. Por eso cuando una de mis amigas –bueno en realidad más que amiga, pero es un tema demasiado complejo para tratarlo ahora- me preguntó a bocajarro por teléfono si me interesaba conocer al hombre que estaba en boca de todos, no lo dudé un instante. Reconozco no haber podido resistirme a la curiosidad, a pesar de mi apatía, voluntaria hasta el punto de que la practico todos los días e incluso me entreno para ser más y más apático, con un entusiasmo que contradice y desmiente el significado de la propia palabra. Quise saber cómo lo había conocido y todo lo que supiera de tan interesante personaje. Cuando me respondió que era su amiga moví con tal fuerza la cabeza que a punto estuve de golpearme con la pared del pasillo desde donde estaba hablando por teléfono. Al parecer le había visto en la calle y  después de hablarle e invitarle a tomar algo en una cafetería no había podido resistirse a su encanto, de hecho no se separaron en una semana. Me quedé de una pieza. Mi amiga tiene fama de ser una lanzada, una mujer muy peculiar en su forma de ser y pensar, pero no podía imaginarla abordando a aquel hombre en plena calle, invitándole a un café y luego a compartir su lecho. No me lo dijo con esa claridad, pero no necesitaba que lo hiciera, la  conocía muy bien para saber que no desaprovecharía la ocasión de ordeñar su alma al mismo tiempo que sacaba de su cuerpo todo el placer que ella necesitaba para huir de la angustia. Sí, la angustia era su talón de Aquiles, la amordazaba con el sexo y trataba de mimarla con la espiritualidad como a un monstruoso bebé: mientras duerme no te morderá. Tal era la esencia de su filosofía vital.

Nerea fue para mí el encuentro más feliz y desgraciado que podía tener un hombre anónimo, anodino, con tendencia exacerbada a la vagancia y a la vida muelle, que hasta ese momento había vivido para sus lecturas que le permitían fardar delante de los amigos de su amplia cultura. Mi relación con las mujeres se limitaba a mirarlas con lujuria abierta cuando creía no ser observado y con libinosidad enmascarada cuando esperaban sonrientes a que terminara una explicación sobre cualquier cosa. Me la presentaron unos amigos una noche en un pub, hartos de aguantar mis rollos, como ellos decían con humor, aunque aquella noche estuvieran más bien cabreados. Luego me enteraría que todos ellos habían gustado las mieles de aquel bello cuerpo; algunos, la mayoría, una sola vez, uno o dos un par de veces más. Tenía fama de elegir a sus amantes y utilizarles a su gusto exclusivo. Era muy caprichosa, decían, hoy te encontraba por casualidad y podías llegar a su cama con una invitación en toda regla. Bastaba con que la siguieran como un sabueso con la lengua acariciando el aire para que ni siquiera te viera. Eran otros tiempos anteriores a la aparición de la gran plaga sexual: el Sida. Yo tuve suerte de que me conociera antes de que el terrible peligro se difundiera por todo el orbe y se aconsejara una abstención sexual o al menos rebajar libremente la frecuencia con que se practicaba el sexo. Y digo que tuve suerte porque después Nerea comenzó a examinar al microscopio a sus posibles amantes, aunque en mi caso particular creo que fue mi erudición y sentido del humor –todo esto según ella- los que me granjearon su simpatía y favores.

Recuerdo que aquella noche estaba especialmente exaltado hablando de budismo, tantrismo, sintoismo y todos los ismos que ustedes quieran. Me los sabía todos de carrerilla y no sé porqué había surgido el tema con los amiguetes, pero acabaron tan hartos que vi a dos de ellos cuchichear y luego acercarse a una preciosa jovencita que miraba en nuestra dirección de vez en cuando con curiosidad. La , me la presentaron y antes de que tuviera tiempo de reponerme de la impresión, ya estaba solo con ella, que me miraba con irónica picardía.

-Creo que me han buscaado para librarse de ti. Les debías estar soltando un buen rollo. ¿De qué iba la cosa?

-De budismo, tantrismo…

-Creo que me interesa, sobre todo el tantrismo. He oído que tiene algo que ver con hacer el amor, sino me equivoco. ¿porqué no nos vamos a un sitio más tranquilo y me lo vas contando?.

-No te equivocas, pero es una filosofía más profunda que todo eso.

-Lo supongo, acompáñame.

Me tomó de la mano, casi me subió a su coche a empujones y me llevó a un pub muy tranquilo, decorado como el interior de un barco pesquero. Allí me sentó –literalmente- en una mesa del rincón, me preguntó qué quería beber.

-¿Cerveza negra?.

Y al momento estaa con dos jarras en la mano. Me puso una delante, se sentó con la otra frente a mí y me dijo mientras encendía un cigarrillo.

-Y ahora cuéntame soy toda oídos. Conté lo del tantrismo primero salpicando la conversación de chistes subidos de tono de mi propia invención. Un poco manidos ya y tan gastados que no me hacían mucha gracia, pero a ella sí le hicieron reír. Se divirtió, escuchó con atención y me hizo numerosas preguntas. Parecía muy interesada, tanto que acabé el tantrismo, seguí con el budismo, toqué el yoga e iba por el zen cuando me dijo muy seria si me importaría acabar el tema en su casa, el pub estaba cerrando.

Continuará

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