RELATOS MUSICALES
REQUIEM de LIGETI
El silencio infinito…, pero no el silencio imaginado un segundo antes de la creación del universo, de la explosión primigenia, sino un silencio ominoso, pavoroso, tan brutalmente potente que ninguna criatura real o imaginaria, ni siquiera las huestes angélicas podrían percibirlo sin sumergirse voluntariamente en la nada absoluta.
De pronto el grito horrísono de las criaturas humanas perdidas en un punto azul en mitad de un universo vacío. El grito de las víctimas… las víctimas del terror, del odio más puro y frío, aquel donde no hay la menor mezcla contaminante de emociones o sentimientos; las víctimas del hermano asesino, de la espada degolladora, de la maza aplastante de vísceras, de la pez hirviendo sobre desnudas cabezas, del potro de tortura descoyuntando huesos, de la sal en las heridas sangrantes, de la bala asesina, de la mano estranguladora, de los dientes afilados, de los cañones estruendosos, de los misiles silenciosos, de los aviones rugientes, de las botas claveteadas, de las miradas rencorosas, de los machetes afilados, de los insultos obscenos, de las amenazas sibilantes, de la limpia bomba de neutrones, del hongo infernal.
Las víctimas… las víctimas son mujeres indefensas ——– con sadismo, niños inocentes masacrados, sin respuesta a su ingenua pregunta, campesinos honrados inclinados sobre la tierra arisca, hombres buenos huyendo de la violencia con mirada de infinita tristeza, bebés inocentes balbuceando la súplica de una caricia, parturientas dolientes aterrorizadas ante la posibilidad de traer nuevas vidas para la muerte infame.
Las víctimas… las víctimas son las consciencias, las emociones más puras, las esperanzas más anhelantes, el amor más hermoso.
Los asesinos…los asesinos son nuestros propios hermanos, nuestros padres, nuestras madres, nuestros hijos queridos, nuestros vecinos de atractiva sonrisa, nuestros amigos de la infancia. Los asesinos… los asesinos tienen rostro humano, utilizan palabras humanas, su sonrisa es agradable, su corazón tan caliente y su sangre tan roja como la de sus víctimas, pero a pesar de ello siegan nuestras gargantas con sus cuchillos afilados, perforan nuestra piel con sus suaves dedos engatillados, corrompen nuestras entrañas con ciegos bacilos, virus y toda clase de invisibles bichitos manipulados por manos enguantadas que no tiemblan.
Los asesino…los asesinos están aquí y están allí; a este lado de la línea que se ve en el mapa y más allá de todas las líneas blancas, azules o rojas. Los asesinos no creen en el hombre, no creen en Dios, no creen en nada. Los asesinos odian, matan, violan, torturan, masacran, pisotean, escupen, escarban, blasfeman, maldicen… Los asesinos…los asesinos son fríos, se creen omniscientes; no tiemblan, no aman, no comen, como sus hermanos, el alimento cotidiano, ni beben el dulce vino del olvido; sus dientes están manchados con la sangre caliente de las vísceras de sus víctimas mordidas a dentelladas; son caníbales implacables, no hacen el amor, no perdonan, no acarician a los niños, no besan a sus madres, no duermen, no sueñan…
Los asesinos…los asesinos solo son capaces de odiar y el odio que nace en sus entrañas va corrompiendo sus corazones, se expande a través de su sangre y llega a sus diminutos cerebros donde bloquea sus pocas neuronas activas; sus ojos se tiñen de rojo sangrante coloreando todo su alrededor. Temen la aparición en sus frentes de la marca de Caín; el sarpullido infecto que va apareciendo en su piel sin que puedan evitarlo, son los únicos signos visibles de su odio invisible. Cuando éste les ha consumido por dentro deciden suicidarse pilotando aviones asesinos, se atan a bombas, cabalgan en fríos misiles metálicos, se empequeñecen hasta convertirse en bacterias o hacerse balas de sus propias pistolas, si todo les falla, en el clímax de su furor asesino intentan matar a cabezazos a todo hermano que encuentren a la vuelta de la esquina.
Los asesinos… los asesinos no respetan la vida, no dignifican la muerte, no se hacen pan para el hambre de sus hermanos, no creen en la inocencia de los niños, no sonríen nunca. Viven como bestias y mueren como bestias, incapaces de alcanzar otra evolución que unas uñas más afiladas, colmillos más desgarradores o corazones más pétreos.
Los asesinos…los asesinos no nacen, se hacen día a día en el fragor del odio constante. Los asesinos somos todos, cuando no tendemos la mano a nuestros hermanos dolientes, cuando escupimos en su hambre, en su frío, en su impotencia, en su desesperanza, en su sonrisa resignada, en su cálido perdón.
Una misa de réquiem para las víctimas. Una oración por los asesinos… Luego nada… después el silencio… finalmente… el vacío más absoluto.
¿Es eso lo que deseamos para la raza humana?.
El futuro está doblando la esquina. Su rostro está siendo moldeado en nuestras manos.
PARA TODAS LAS VICTIMAS DE LA VIOLENCIA
Descubrí a György Ligeti, compositor húngaro, nacido en 1923 y dedicado especialmente a la música electrónica y a las variantes de la música aleatoria, al ver por primera vez 2001, odisea del espacio de Kubrik. Creo que a lo largo de la película se utilizaban dos de sus obras, una era su requiem. Su música me estremeció, porque el futuro de la raza humana que yo capté en aquellos sonidos cósmicos, no era muy agradable que digamos. Ahora vivimos en el terror y el futuro está ahí, a la vuelta de la esquina. Nos queda poco tiempo para enmendar los pasos perdidos.