Categoría: Entretenimiento

EL INSPECTOR I


                    

                         EL INSPECTOR

 

                       CAPÍTULO I

 

El caso se inició como uno más en la rutina policial de la comisaría. Aquella mañana el inspector García se personó en el domicilio donde se halló el cadáver de una joven, aparentemente ahogada en una bañera.

La llamada, según Lorena, de guardia en la centralita, procedía de la mujer de la limpieza.

El inspector García, un hombre en la cuarentena, calvo, con una ligera panzita, que no hablaba muy bien de su dieta alimentaria ni de su puesta a punto profesional, asumió la investigación porque estaba libre en aquel preciso momento.

Cuando llegó la mujer de la limpieza permanecía en la puerta, temblando y con una expresión en el rostro que describía bien su angustia, charlaba en tono histérico con una vecina que se había asomado a la puerta al escuchar los gritos.

El inspector García cortó de raíz la histeria efusiva de la mujer madura.

-Acompáñeme y muéstreme el cadáver.

La buena señora, entrada en carnes, le precedió por un estrecho pasillo. Al llegar al fondo abrió una puerta bastante deteriorada y  decorada con pintadas de espray. El inspector leyó con curiosidad.

“Aquí todos somos iguales, ricos y pobres, hombres y mujeres. Cagué con gusto sintiéndome igual a los ricos”.

¡Vaya!, pensó García, luego dicen que los filósofos ya no existen.

La mujer se retiró, hipando y farfullando algo que el inspector no entendió. La miró antes de entrar. Ahora sí comprendió lo que decía porque había elevado en exceso el tono de su voz.

-Di no le importa, prefiero no entrar. No soportaría verlo otra vez.

-Bien. Salga. Pero no abandone el edificio. Quiero hacerle algunas preguntas.

El baño estaba muy sucio y tan deteriorado como el resto del pasillo y de la casa, supuso. Luego la examinaría con detenimiento. Aquello tenía toda la pinta de tratarse de una madriguera de drogadictos, dedujo el inspector. Sacó los consabidos guantes de goma de un bolsillo de su chaqueta y se los enfundó con la rapidez de quien está acostumbrado a hacerlo.

Con tiento miró la bañera. Pudo ver el cuerpo desnudo de una joven, que permanecía sumergido en el agua, roja de sangre y sobre la que flotaban coágulos o grumos que debieron formarse al irse solidificando el fluido vital.

¡Así que se ahogó! A esto le llamo yo ahogarse en su propia sangre.  Tendré que preguntarle a la mujer de la limpieza si fue esto lo que dijo al llamar. Lorena a veces se pasaba con la sobriedad de sus descripciones.

La cabeza de la joven permanecía aún apoyada en la repisa, los ojos abiertos, mirando el vacío, la boca entreabierta, como si hubiera intentado hacer acopio de aire, antes de que la Parca segara el último hilo. ¿De dónde procedía la sangre?

Levantó con cuidado el brazo derecho y lo volvió. Varios cortes, profundos y transversales, indicaban bien a las claras la causa del color rojizo del agua. Decidió no buscar la cuchilla de afeitar o el cuchillo afilado. Eso se lo dejaría a la brigada científica. Era su trabajo y no quería tocar nada si no era imprescindible.

Algo sin embargo llamó su atención. Había pinchazos en el brazo y no precisamente producidos por la cuchilla. Levantó una pierna y la examinó. Más pinchazos. Evidentes a primera vista.

-¡Drogas! Seguramente una sobredosis.

No necesitó activar sus neuronas. La pregunta surgió por sí misma. ¿Quién se abre las venas cuando va a suicidarse de sobredosis? ¿Había sido ella o alguien la había ayudado?

Se retiró, se despojó de los guantes, se lavó las manos en el sucio lavabo, secándose con una toalla mugrienta, y se hizo con el móvil, que siempre guardaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Marcó el número de la centralita y esperó.

-¿Lorena? Mándame a los científicos y ponte en contacto con el Juzgado de guardia. Hay que levantar un cadáver. ¿Te dijo la señora que llamó que se había ahogado?

-¡Con que también te dijo que había sangre! Pues a mí ni me lo mencionaste.

-¡Ya, ya…! Ya hablaremos tú y yo. Oye, ¿quién está de guardia esta semana?

El inspector García rezongó entre dientes.

-No, nada más. Diles que se den prisa, se acerca la hora.ra del almuerzo y no quiero volver a comer otra vez a las seis de la tarde.

Desconectó el móvil y se quitó la chaqueta, que colgó de un ganchito, detrás de la puerta. Se remangó la camisa, se endosó de nuevo los guantes bañera. Necesitaba una imagen clara y lo más completa posible de aquel cuerpo. Los detalles eran importantes. Siempre acababa volviendo a la primera inspección visual. El informe científico solo le servía para precisar lo que su mirada ya habado.

El cuerpo de la joven tenía un ligero sobrepeso, no era precisamente el físico de una drogadicta habitual, suelen estar mucho más consumidas. La tarea que estaba realizando le hubiera encantado a Hipólito, a él le gustaban todas, viejas, jóvenes, gordas y menos gordas, hasta podría disfrutar de la visión de una mujer cadáver. El no estaba disfrutando, precisamente. Ahogó una náusea mientras examinaba el resto del cuerpo.  Echó de menos los comentarios soeces de su subordinado, le habrían hecho olvidar por unos segundos que estaba tocando alimento para los gusanos. Lo llamaría más tarde, decidió.

Recorrió el cuerpo desnudo con los guantes, buscando algo que le pareciera anormal. El sexo de la joven, muy peludo, casi le hace vomitar. Sus muslos aún parecían acogedores, a pesar del frío de la muerte.

“Estoy pensando como ese salido de Hipólito. Acabará por contagiarme”.

No registró nada que le llamara la atención. Tampoco sus manos tocaron ningún objeto, ni cuchilla de afeitar ni navaja. Que lo buscaran los científicos. Miró a su alrededor y examinó el suelo detenidamente. Tampoco había jeringuillas a la vista. ¿Cómo puede uno inyectarse una sobredosis sin jeringuilla?

“Parecen unos chapuceros de mierda. Seguro que no querían que  descubriéramos la sobredosis. Por eso hicieron desaparecer la jeringuilla. ¡Pasmaos! Con estos pinchazos en el brazo hasta el más idiota habría sospechado que se trata de una drogota.  ¿Son tan idiotas que no saben que tras una muerte violente siempre se hace la autopsia al cadáver? O son tan tontos como parecen o intentan parecerlo.”

No le quedaban muchas dudas. La joven había sido asesinada. La autopsia confirmaría la sobredosis. Si no era así, mejor. Un caso de rutina, el preceptivo informe y luego archivo que te crió.

Continuará.

EL INSPECTOR


 
                       EL INSPECTOR- INTRODUCCIÓN
     Se trata de mi primera novela negra. Comenzada hace algunos años, ha dormido el sueño de los justos durante mucho tiempo. El género negro es uno de mis favoritos, pero no imaginé que fuera tan difícil hasta que comencé a escribir los relatos del detective y luego esta novela. Es endiablamente complicado. Esa fue la razón que me bloqueó en la historia durante algunos años. Un día se me ocurrió cambiar el tono de la narración. Le daría un toque de humor sin abandonar el dramatismo de las situaciones. Los personajes necesitaban un ligero maquillaje. Algo que les hiciera más susceptibles de ser tratados con toques de humor.
      Me puse a ello y la historia mejoró, se hizo más fluida. Las dificultades no han desaparecido, pero ahora me siento más a gusto y me divierto más escribiendo la historia.
      El inspector García es un honrado policía a quien la rutina policial ha ido comiendo la vieja vocación que le llevó en su juventud a tomar el camino de la investigación criminal. Es todo lo feliz que puede ser un burócrata en su trabajo y fuera de él, su mujer, doctora, pediatra, y sus dos hijas, hacen la vida muy agradable.
      Todo parece ir bien, rutinariamente bien, hasta que aquel maldito caso cae en sus manos. Todo se irá complicando y complicando a pesar de sus esfuerzos por dejarlo estar y no darse por aludido. Lo que encuentra trastocará su vida y descubrirá un submundo de cloacas morales en la pequeña ciudad de provincias donde nunca parece pasar nada que merezca la pena reflejarse en titulares.

El detective-La casada infiel


 

 

                 

 

 

                        EL DETECTIVE

                           I

 

                     LA CASADA INFIEL

 

 

No todas las aventuras de un detective privado en la vida real son tan sórdidas como las pintan en la novela negra. Esta historia en concreto comienza muy bien… Mis sucios zapatos sobre mi sucia mesa de despacho situada de cara a la puerta de mi hediondo cuchitril, al que llamo despacho, en un vano deseo de subir su baja autoestima. Creo que no encontraría mejor definición de mi, como individuo de la especie humana, aunque me pasara el resto de la vida buscándola en una enciclopedia. Releo por centésima vez "El sueño eterno" de Chandler, la novela que marcó mi vocación en esta vida miserable, cuando un vendaval de fuerte y carísimo perfume voltea la página que estoy leyendo.

 

Alzo la mirada y utilizando la puntera del zapato para hacer puntería descubro justo el comienzo de los muslos de mujer más hermosos que he visto nunca -y he visto muchos…bueno, aunque no se lo crean así es-  y siguiendo el alzamiento de la mirada llego a las caderas, a los pechos, al rostro sonriente de piel tersa y muy pintada y al cabello rubio, brillante, peinado a la moda descuidada de hoy en día. Es una mujer muy alta, la prueba está en que mi mesa de despacho no es baja y tras hacer puntería he tenido que recorrer un largo camino para llegar al fondo de sus ojos verdes, tan verdes que hasta desentonan con el resto de su cuerpo.

 

No todos los días tiene, un sórdido sabueso como este detective, el inmenso placer de contemplar a semejante sex simbol, rezumando un sex appeal que tira para atrás, haciendo de estatua en el centro de su cuchitril, alias despacho. El bombón había traspasado la entornada puerta sin que yo me enterara. Ahora continuaba sonriendo… y entonces  comprendí que lo hacía de mi desairada posición en la vida. Rápidamente me volteé como pude, me puse en pie con agilidad de mono urbanita, apreté mi cinturón de cuero basto hasta el último agujero, subí la cremallera del pantalón que acostumbro a dejar abierta cuando no hay nadie en el despacho, para que el pobre pajarito pueda respirar el poco oxígeno que sobreviva -lo tengo en gran aprecio- y una vez pasada mi mano ruda por mi duro y pelado cráneo, estuve en disposición de invitarla a sentarse.

 

Lo hizo con tal descuido que la escueta minifalda subió unos centímetros -lo que es mucho teniendo en cuenta la poca tela de que disponía- y así pude contemplar con arrobo y total desvergüenza sus hermosos muslos, expresión que reitero, y que eran la maravillosa culminación de unas piernas largas, muy laaargas, como las de Julia Roberts, pero más. Las había enfundado en medias color carne. Di un suspiro, pensando: ¡Quién fuera una de sus medias!. Ni corta ni perezosa se puso a manosear, con sus uñas laaargas y pintadísimas, el cheque que acababa de sacar de su bolso de piel de cocodrilo. En el trozo de papel hay escrita una cantidad que aún no ha mencionado mientras me contempla en un estudio que abarca todo mi cuerpo y hasta mi alma, en el caso que la tenga, por supuesto.

 

Como no se decide a escupir la primera palabra me entretengo recorriendo de nuevo sus piernas, esta vez con mucha más calma. Empiezo desde los tacones, pero al legar a las rodillas acabo desistiendo como un conductor que no termina de ver dónde puede terminar el asfalto, en una autopista recta hasta el infinito.La mujer parece estar dispuesta a casi todo por disipar mis dudas, esa supuesta renuencia que pongo a veces en mi duro rostro solo para que suban más y más…la cantidad del cheque, la faldita o lo que sea. La rubia interpretó correctamente mi expresión porque aún elevó más la tela -no sé cómo lo hizo- y me dispensó una sonrisa embriagadora, realmente comprometedora si hubiera sido mía, pero era suya y eso no significaba mucho. Me vi obligado a extender mi mano y recoger el cheque, antes de que terminara por desnudarse, en un mezquino, aunque sin duda antológico streaptease.

 

            *       *       *

Con la lista de todos sus amantes -y eran muchos- en un bolsillo de mi cazadora, recorrí casi todas las calles de la ciudad en mi viejo y destartalado utilitario (la economía no da para más). A pesar de mi nariz de sabueso sólo encontré un sospechoso que mereciera ese nombre. Era alguien que no tenía nada que perder, ni siquiera una familia, mucho menos una posición social, ni otra cosa que no fuera un agradable físico -y en mi humilde opinión ni siquiera eso-. Incluso su autoestimano  no era muy alta. Le apreté las tuercas y cantó como un jilguero. Era un vividor sin escrúpulos que había conocido a mi clienta en una extraña fiesta -tenía que ser muy extraña para que lo hubieran invitado a él- en la que se había colado del brazo de su última amante chantajeada. Porque mi amigo se ganaba la vida de esta manera tan repugnante. Descubrió a mi rubia favorita, se informó sobre ella y con todo el descaro del mundo puso a su antigua amante en otras manos y se dedicó al asedio de mi bombón.

 

Quien no le hizo mucho caso porque al menos tiene bastante buen gusto para los hombres. Entonces el chantajista se dedicó a reunir toda la información y las pruebas que pudo sobre la vida amorosa de la rubia y la amenazó con irse con el cuento a su maridito. En realidad le interesaba más su cuerpo que el dinero que pudiera obtener de ella pero mi rubia no era tonta y acudió a su detective favorito -aún sigo pensando cómo me encontró-. En realidad no me resultó muy difícil llegar a un acuerdo con el chantajista. A cambio de lo que mi bombón quisiera darle se iría con viento fresco, muy, muy lejos, donde ni ella  ni yo volviéramos a verlo. Caso contrario le apretaría las tuercas un poco más, hasta que le rechinaran los engranajes del cuerpo.

 

      Salí hasta una cabina y llamé a mi cliente, aceptó de inmediato. Llegó en un descapotable y me entregó un paquete envuelto en papel de periódico con una cantidad, módica para ella, no para mí. Sentí la tentación de quedármelo, pero soy un honrado profesional a pesar de mi mala conciencia. Al vividor le faltó tiempo para salir de estampida con el paquete bajo de los calzoncillos.

 

Al día siguiente recibí una llamada en mi humilde despachito. Ella quería agradecer mis redoblados esfuerzos por librarla de las garras de la maledicencia y el chantaje. Me invitó a cenar en un exquisito restaurante, degustamos exquisiteces y hablamos como dos viajeros de tren, solos en un vagón, camino de Siberia. A ella lo que más le preocupaba era que su marido se hubiera enterado. No quería hacerle daño. Se trataba de un matrimonio feliz a pesar de sus deslices debidos a que su horno calentaba demasiado, no podía encenderlo sin que se viera precisada a meter algo en él, una pierna de cordero, una pierna de carnero, lo que fuera. Ella creía que su marido le era fiel hasta la adoración.

 

Ante su sentimiento de culpa me vi obligado a consolarla tomando su adorable manita y pidiendo otra botella de gran reserva. A la segunda copa ya se había consolado. Tanto que me invitó a pasar la noche en un hotel, yo sería el anfitrión y ella la invitada. Tengo que admitir que su cuerpo era mejor desnudo que vestido; aunque solo fuera una faldita y una blusita de nada pero hay que ver cómo cambia una sex symbol en cuanto se desnuda. Mejora mucho, muchísimo. En la cama era un horno aún más potente de lo que yo había imaginado. Casi acaba conmigo, me chamuscó hasta los pelos.

 

Se despidió con un beso prometiendo volver a utilizar mis servicios, no dijo cuales, en cuanto se viera en otro problema. Aposté que sería pronto y me relamí los labios que sabían a carmín del caro.

 

Pasó algún tiempo. Apareció en la portada de una revista del corazón. Estaba muy guapa al lado de su rico marido. Hacían una pareja tan espléndida que a poco echo la lagrimita delante del quiosquero, que se quedó mirándome fijamente y moviendo la cabeza de un lado a otro. Me pareció entenderle que se hacía cruces del poder de sugestión de la prensa rosa, hasta los hombres empezaban a llorar mirando las portadas.

 

El detective-nota


 

 

 

 

 

NOTA: Esta serie también surgió de un fracaso: la imposibilidad de rematar mi primera novela negra, El inspector. El bloqueo fue tan rotundo que decidí iniciar una serie de relatos cortos parodiando al detective clásico de novela negra. Pensaba que de esta forma podría descubrir el engranaje de este género tan complejo y apasionante. Para ello me quedé con el andamiaje esencial del género: el detective, solitario y bastante cínico, que desde su pequeño cuchitril observa impasible a una sociedad con la que comparte muy pocas cosas y a la que ni siquiera intenta comprender; la mujer fatal, que en realidad no es tan fatal como ella quisiera y como al detective le gustaría; la trama que casi siempre es más sórdida de lo que aparenta a primera vista y los personajes secundarios que suelen retratar mejor el ambiente en el que viven que los principales, muy ocupados en sus problemas, la mayoría de las veces minucias que el detective contempla con el sarcasmo que le es propio.

 

En la novela negra clásica la violencia acostumbra a describirse sin trampa ni cartón, aunque muchas veces impacta más la violencia soterrada en la psicología de los personajes que los disparos a quemarropa y la tortura sencilla y sin alaracas con la que los violentos consiguen sus fines. En realidad saber quién es el asesino importa muy poco en la novela negra (en algunas ocasiones el lector tiene que hacerse una composición de lugar para llegar a una conclusión minimamente lógica) lo que realmente interesa es la descripción del ambiente y de los seres humanos que pululan en él.  La sociedad que se pinta aparece desnuda, sin los velos de apariencia que ocultan sus deformidades.

 

El detective suele ser un ser solitario (rara vez tiene familia, amante o amigos) y está más ocupado en desentrañar sus casos que en buscar la felicidad, un concepto al que es tan ajeno que se da por hecho que buscarla resultaría una perdida de tiempo, puesto que la naturaleza humana no permite ni soñar con ella. Nuestro personaje asume su condición de perdedor sin el menor histerismo. Incluso se siente muy a gusto en su piel. La visión que se da de los triunfadores le pone una ligera sonrisa sardónica en la comisura de los labios. No le interesa el dinero (a menudo rechaza corromperse y solucionar su futuro económico con un simple gesto de la mano) no cree en los triunfadores, los poderosos, los que manejan el cotarro. Sabe muy bien que para triunfar hay que dejar en el camino lo mejor de uno mismo. Por eso acepta ser un perdedor, un marginal, un anónimo trabajador de la observación y de la pistola bajo el sobaco, que solo emplea para salvar su vida y a veces ni siquiera para evitar un agujero en la piel. La vida, su vida, no le importa demasiado. Puede que en realidad sea un suicida en potencia. La amargura y el desencanto que le produce su pasado y lo que ve en el presente le hacen aceptar con resignación el trozo de metal que el destino le tiene destinado.

 

En la novela negra clásica nunca sabemos si el detective fue alguna vez un joven idealista, si creyó encontrar el amor en una hermosa sonrisa femenina o si tuvo la tentación de formar una familia tradicional y dedicarse a vender seguros. Lo más que nos desvela el autor es que su personaje estuvo en la policía, de donde fue echado a patadas por no aceptar la sordidez de las circunstancias y la necesidad intrínseca de corromperse para sobrevivir. Su pasado está tan vacío como su vida actual, con un apartamento de soltero, sucio y desordenado, un  tablero de ajedrez donde ensaya alguna jugada (Philip Marlowe) y una botella de whisky de centeno oculta en un cajón de su mesa de despacho para consolarse cuando el caso termina y la muerte le ha respetado una vez más o la bella dama que tocó su corazón vuelve con un marido borracho o jugador o a su mundo burgués, donde los detectives son como cucarachas.

 

Hay mucho que desentrañar en la novela negra clásica, pero eso lo dejaremos para los restantes episodios de esta serie que comencé a tientas con esta primera entrega que nos presenta a un detective sin nombre, sin pasado, casi atemporal y sin más objetivos en la vida que sonreírse cínicamente cuando lo que descubre acaba por darle la razón. No cree que la condición humana merezca la pena, su cinismo es tan negro como sus horizontes. Aunque en algún momento llegará a encontrarse con personas por las que hasta se podría morir. Lo malo es que en la novela negra estos personajes acaban muriendo, casi siempre, o cediendo al chantaje de los malos. He tenido que reescribir el episodio porque era bastante malo y la novela negra no admite chapuzas: cuando es mala al lector le entran ganas de vomitar. No ha mejorado gran cosa pero conforme la serie ha ido avanzando he logrado entonarme un poco. Creo que al lector habitual de novela negra le podrá interesar algo esta parodia, al muy apasionado puede que le resulte patética, pero uno nunca llegará a ser un Chandler o un Hammet, por mucho que lo intente, aunque no desespero de lograr una calidad discreta. Por lo menos me he divertido mucho y eso ya es suficiente recompensa.

 

Solo una nota más. La misoginia aparente en la novela negra creo que no es tal. Sencillamente todo se acaba contagiando de la negrura ambiental, hasta la figura femenina. No obstante hay algunas verdaderamente espléndidas. Ahora mismo me viene a la memoria Lauren Bacall en el sueño eterno. La dureza de un Bogart en sus películas negras es lo mejor que ha hecho el cine por este género que en mi opinión nunca morirá mientras haya un solo lector que disfrute de esta exquisitez literaria. Si nadie volviera a escribir nunca una novela negra creo que algunos lectores nos pondríamos a la faena, aunque solo fuera por rememorar viejos tiempos. En mi caso, aunque sigue habiendo detectives actuales tan "negros" como el Pepe Carvalho de Vazquez Montalbán, necesitaba saber si la sociedad actual admitiría a estos personajes. Mi conclusión es que más que nunca el detective de novela negra tiene mucho que decir en estos tiempos.

EL DETECTIVE-INTRODUCCIÓN


 
 
 
 
 
 
                EL DETECTIVE-INTRODUCCIÓN
 
 
     La serie de relatos sobre este detective anónimo que intenta emular a los grandes detectives del género negro, como Philip Marlowe, Sam Spade y tantos otros, es mi primera incursión en el género negro o policiaco. En un primer momento quise hacer una especie de puzzle, con pequeñas estampas del detective en acción, luego los episodios se fueron haciendo más y más largos, hasta los últimos que son casi novelas cortas.
 
     Nuestro detective es muy cínico, de vuelta de todo, es un hombre solitario que intenta matar el tiempo con alguna que otra aventura, más o menos sórdida. Su economía está siempre en crisis, lo mismo que su vida, sentimental y menos sentimental. Lo interesante son los personajes que desfilan por su despacho, las historias que va viviendo, unas cotidianas, otras muy poco habituales; lo interesante son las estampas de nuestra sociedad que va pintando. Su vida apenas es una sombra en las historias, pero no nos engañemos, el protagonista acabará teniendo mucho más interés que sus historias o aventuras, aunque él no lo sepa ni lo quiera admitir.
 
      Los primeros episodios son muy breves, presentan al personaje. Espero que me anime a pasar al ordenador el resto de episodios que duermen el sueño de los justos en libretas y cuadernos.