Categoría: Narrativa no clasificable

FELIZ NAVIDAD


RELATOS NAVIDEÑOS

NOELIO

Noelio es un anciano de edad provecta, ni él conoce su edad porque la memoria le flaquea. Hace tiempo odiaba que antepusieran el don a su nombre. No soy un capo mafioso, les decía, y se enfadaba mucho. Ahora sale el primer día de cada mes para cobrar su pensión en el banco y encargar las provisiones para el mes en la tienda de Trini, una buena mujer que le cuida a distancia y está pendiente de su salud, eso sí, a distancia y con mucho cuidado por que don Noelio, perdón, Noelio a secas, odia que alguien se preocupe por él.

Noelio siempre odió su nombre, prefería que le llamarán “Noé” hasta que alguien, muy bíblico, le tomó el pelo con la famosa borrachera de Noé, desde entonces prefería que le llamaran Elio y le importó un rábano que un resabidillo le dijera que el helio era un gas. Noé, Elio o Noelio siempre odió la Navidad, no la soportaba, ni siquiera los regalos que recibía de niño calmaban ese profundo sentimiento de odio. Al parecer sus padres fueron de esas personas con espíritu navideño que decoran sus casas y sus vidas durante unos días y obligan al resto de los mortales a participar en su entusiasmo. De ahí que le pusieran un nombre tan raro que le causó tantos problemas que a punto estuvo de intentar cambiarlo en el Registro civil. Los niños le llamaban Noelia y los adultos siempre buscaban un chiste adecuado para hacerle rabiar.

Noelio se jactaba de ir solo al banco y sacar su pensión en el cajero automático. Es cierto que a veces se quedaba atascado, sobre todo cuando intentaba mandar la pensión a su ex mujer y a su hija o hijos, porque su memoria flaqueaba tanto que ya no podía recordar con exactitud si tenía una hija o varios hijos o si alguna vez estuvo casado y se divorció o si en realidad siempre estuvo solo. La memoria es tan importante que cuando nos falta la echaríamos de menos si tuviéramos memoria para recordarla.

Noelio cobraba una magra pensión pero no quería preguntar al personal del interior por qué cobraba tan poco y si alguna vez cobró más y si realmente tenía que pasar pensión a su ex mujer o a su ex hija o a sus ex hijos. Sentía pánico a que se apercibieran de su presencia y comenzaran los problemas, ¿pero usted está vivo? Entonces… y entonces todo el mundo se daría cuenta de que no debería estar cobrando pensión alguna o que en realidad hacía muchos años que no pasaba la pensión a su “ex” o a sus “ex” que le creían muerto y por eso no reclamaban, o… No le quedaba mucha memoria pero la imaginación es casi lo último en morir en el ser humano, no el cabello, ni las uñas, no es la imaginación lo último que muere y a Noelio aún le quedaba.

Noelio una vez cobrada la pensión, con ayuda humanitaria o con sus propios medios, se dirigía renqueando y sin ninguna prisa a la tienda de Trini, encargaba las provisiones para el mes y le daba el dinero para que lo guardara y lo distribuyera a su manera y medida, porque Trini era el factotum del pobre anciano que solo había encontrado un alma caritativa y era aquella mujer, viuda, sensible, tan humanitaria como una ONG sin ánimo de lucro. De haber sido Noelio más joven o con más pensión las cotillas del barrio hubieran pensado lo peor, pero viendo al pobre anciano, desmemoriado, solitario, tropezando ya con los últimos escalones de la vida, ni el corazón más duro se habría atrevido a imaginar algún asuntillo entre ambos.

Navidad. Navidad era la palabra que nunca debería pronunciarse en presencia del anciano. Trini lo sabía pero un pálpito le dijo que aquella podría ser la última Navidad que vieran los ojos del pobre hombre y por eso se atrevió a hacerlo.

¿Navidad? Preguntó Noelio y se quedó pensativo. Ya ni siquiera podía recordar que existiera. Trini arremetió, convencida de que esta vez le convencería de pasar con ella las fiestas y con sus hijos e hijos que estuvieran donde estuvieran no dejaban nunca de traerle turrones, mazapanes y cava catalán. Hubo un instante, suspendido en el tiempo en el que la buena mujer casi llegó a convencerse de que Noelio disfrutaría de su Noelia, como dicen los franceses, sobre la tierra. Pero de pronto el anciano cambió la expresión del rostro, escupió en el suelo y se marchó, intentando controlar su deseo de emprenderla a bastonazos con la pobre Trini.

Navidad era sinónimo de infierno para don Noelio por eso se refugió en la especie de sótano, semisótano o entreplanta en la que vivía y después de atizar todo lo que pudo la estufa de carbón –un regalo de Trini, lo mismo que el combustible- se sentó en el sofá, colocó la manta sobre sus piernas y se puso a pensar y pensar y pensar… en nada, porque por mucho que lo intentó no logró sacar a la luz un solo recuerdo de su pasado. ¿Alguna vez estuvo casado? ¿Existirían retoños suyos por el mundo? ¿En qué trabajó para que le pagaran una magra pensión?

Navidad. Antes de la Navidad llegó la Nochebuena y don Noelio, sin saberlo, se tomó unas sopas de ajo, hechas con un pan duro de siete días, y se bebió el último sorbo de una botella de vino que le regalara Trini el primero del mes anterior, porque éste no tuvo tiempo de regalarle nada, habida cuenta de cómo se había tomado el anciano la mención de la palabra funesta. Y así, medio transpuesto, medio triste, medio nada, pero muy calentito, se quedó el resto de la noche, hasta que….

Hasta que creyó escuchar los lloros de un niño o una niña y se sobresaltó y pensó que tal vez era su hija que volvía a visitarle tras tantos años y que como el tiempo pasa de una manera muy rara volvía a ser bebé. Y luego pensó que bien podía ser un niño y no una niña. Y luego recapacitó y dedujo que en el edificio no había niños y que él no tenía niños y que era imposible que un niño estuviera llorando allí, y mucho menos a aquellas horas de la noche, que debían de ser muy altas, tanto que Noelio no llegaba a ellas.

Tardó en aceptar que el llanto no iba a cesar, que debería quitarse la manta de encima y caminar hasta la puerta y abrirla. Pero cuando aceptó lo inevitable lo hizo, con mucha pausa, rezongando entre dientes. Casi tropieza con una canastilla de mimbre. Con sumo cuidado dobló las rodillas y entonces pudo ver algo que se movía y cuando movió la ropa pudo descubrir, tan asombrado que casi se cae de culo, que alguien, una madre desnaturalizada, desgraciada, triste y muy mal asesorada por el destino, había dejado allí, ante su puerta una canastilla con un bebé.

Tardó tanto tiempo en recoger la canastilla, en izarse, en darse la vuelta, en ingresar en su modesto hogar, en cerrar la puerta y en llegar hasta el sofá, que la Nochebuena no tardaría en despedirse y en abrir la puerta a la Navidad.

Noelio, sin saberlo, había recibido el mejor regalo que puede recibir un ser humano, un recién nacido de verdad, un Jesusito de mi vida que eres niño como yo, sin pesebre pero en canastilla y en Nochebuena, después de haber cenado unas riquísimas sopas de ajo. Pero su entusiasmo solo duró un instante. Debo llamar a la policía, que vengan a recogerlo. ¿Pero cómo llamo? ¿Tengo yo teléfono? ¿Dónde?

Tardó en comprender que le resultaría más fácil preparar algo para el recién nacido, a ver si así se calmaba, que en buscar un supuesto teléfono que no sabía ni siquiera si existía. No sabemos si fueron consideraciones egoístas o altruistas, si fue la carita sonriente de aquel bebé que le miraba con los ojos muy abiertos después de haberse llenado con leche entera y no desnatada o semidesnatada (que le le hubieran venido mejor e incluso al propio Noelio, pero su cabezonería siempre se impuso a las dulces razones de Trini), o fue su incapacidad para buscar la forma de llamar al 112, porque ese número sí que lo recordaba, de tanta insistencia que había puesto en ello la buena Trinitaria, lo que le decidieron a quedarse con el bebé, a quien sacó de la canastilla, bien arropado, y colocó sobre sus rodillas y sobre la manta deshilachada. Y así se quedó mirando la carita de rosa del bebé que se estaba quedando dormidito, con su manita apretando con fuerza el dedito índice de don Noelio.

Y así les encontraron los bomberos y la policía que acudieron porque un vecino oyó algo muy raro, como el llanto de un bebé. Y tras todos ellos los gritos de Trini despertaron a todas las personas con espíritu navideño del barrio que acababan de acostarse o que ni siquiera se habían acostado, solo cerrado un poco los ojos con una copa de cava catalán en la mano.

Y cuentan las crónicas que aquel bebé fue llamado Noelio, por una señora muy pesada que les dijo a las enfermeras del hospital que o le cuidaban muy bien y le ponían ese nombre o las capaba. Y cuentan las crónicas que el bebé fue adoptado por Trinitaria y siempre amó la Navidad y el espíritu navideño. Y cuentan las crónicas que cuando se hizo mayor, no mucho, escribió la crónica de su papá adoptivo, a quien los ángeles canten en el cielo aquella bonita canción que dice:

Jingle Bells

Dashing through the snow
On a one-horse open sleigh
Over the fields we go
Laughing all the way;
Bells on bob-tail ring
making spirits bright
What fun it is to ride and sing
A sleighing song tonight
Jingle bells
jingle bells
jingle all the way!
O what fun it is to ride
In a one-horse open sleigh

A day or two ago
I thought I’d take a ride
And soon Miss Fanny Bright
Was seated by my side;
The horse was lean and lank;
Misfortune seemed his lot;
He got into a drifted bank
And we
we got upsot
Jingle Bells
Jingle Bells
Jingle all the way!
What fun it is to ride
In a one-horse open sleigh

A day or two ago
the story I must tell
I went out on the snow
And on my back I fell;
A gent was riding by
In a one-horse open sleigh
He laughed as there
I sprawling lie
But quickly drove away
Jingle Bells
Jingle Bells
Jingle all the way!
What fun it is to ride
In a one-horse open sleigh

Now the ground is white
Go it while you’re young
Take the girls tonight
And sing this sleighing song;
Just get a bob-tailed bay
two-forty as his speed
Hitch him to an open sleigh
And crack! you’ll take the lead
Jingle Bells
Jingle Bells
Jingle all the way!
What fun it is to ride
In a one-horse open sleigh.

Y que traducida dice:

cascabeles

Estralla a través de la nieve
En un trineo abierto de un solo caballo
En los campos que vamos
Riendo todo el camino;
Bells en el anillo bob-cola
haciendo espíritus brillantes
Lo divertido que es ir y cantar
Una canción trineo esta noche
jingle bells
cascabeles
Un padre en apuros!
O lo divertido que es ir
En un trineo abierto de un solo caballo

Hace un par de días
Yo pensé en tomar un paseo
Y pronto la señorita Fanny Bright
Estaba sentado a mi lado;
El caballo era delgado y lacio;
La desgracia parecía su suerte;
Se metió en un banco de la deriva
y nosotros
llegamos upsot
cascabeles
cascabeles
Suenen todo el camino!
¡Qué divertido es montar
En un trineo abierto de un solo caballo

Hace un par de días
la historia debo decirles
Salí en la nieve
Y en mi espalda me caí;
Un caballero cabalgaba por
En un trineo abierto de un solo caballo
Se echó a reír, ya que
Me acuesto en expansión
Pero rápidamente se alejó
cascabeles
cascabeles
Suenen todo el camino!
¡Qué divertido es montar
En un trineo abierto de un solo caballo

Ahora el suelo es de color blanco
Ir mientras eres joven
Tome las chicas esta noche
Y cantar esta canción trineo;
Acaba de obtener una bahía bob-cola
dos hasta cuarenta como su velocidad
Le Enganche a un trineo abierto
Y el crack! usted tomará la delantera
cascabeles
cascabeles
Suenen todo el camino!
¡Qué divertido es montar
En un trineo abierto de un solo caballo.

Disculpen los que saben inglés, pero ha sido traducida por el traductor de Google.

Yo siempre creí que en inglés se titulaba “Single bells” pero no, es Jingle bells, cascabeles. De niño me la cantaba mi mamá, Trini, y ella decía single bells y no Jingle bells, y a continuación se ponía a llorar y no paraba y cuando paraba me hablaba del Sr. Noelio a quien los ángeles canten en el cielo, y finalmente me cantaba la canción con su linda voz de soprano, tan dulce, tan dulce, que me quedaba dormido.

EL CRONISTA

VERSIÓN PARA COLECCIONISTAS


 

Con la desaparición de Grupobuho he perdido el blog al que había estado subiendo textos durante muchos años. Hace tiempo decidí hacer una copia de seguridad. Iré poniendo los enlaces a mi almacén donde conservo los archivos de aquel blog. Comienzo por un apartado de aquel blog. Versión para coleccionistas, una forma irónica de llamar a mis textos definitivos e ilustrados. Este es el enlace.

 

http://www.divshare.com/download/22084606-ce5

Diario del silencio


 

NOTA: Es mi último texto. Escrito para un taller de relato corto que coordina mi amigo Gregotd en otra página. Cada participante decide el tema de cada trabajo, por rotación. Esta vez me tocó a mí y elegí el tema después de ver una noche temática en la 2 de tve sobre sordomudos. Lo escribí de un tirón y aunque salió un poco largo no lo he querido recortar porque hay temas más emocionales que estilísticos.

 

DIARIO DE UN SORDOMUDO

Hoy ha sido un día especialmente silencioso…Intento tomarme el pelo para evitar esos estados de ánimo depresivos que me asaltan desde que tengo uso de razón, pero me temo que el humor es un instrumento solo al alcance de las almas elevadas, sobre todo cuando debes burlarte de tus propias tragedias. Mi alma está más bien a ras de tierra, reptando de acá para allá a la busca de la supervivencia diaria. No le pido más a la vida.

Es bueno mantener la esperanza, aunque sea a costa de engañarte y sugestionarte con la posibilidad de un milagro. Nací sordomudo, como mis padres, y tardé en hacerme consciente de que el silencio que me envolvía, como un impenetrable muro de acero, no era algo natural a la condición humana, sino consecuencia de una enfermedad o tal vez de una maldición divina, como me decía mi madre con signos muy drásticos de sus manos y la expresión de sus ojos, mirando al cielo, como si pudieran fulminar a la divinidad. Desde aquel momento no he cesado de buscar fórmulas para mantenerme a flote, nadando en un océano de silencio. Primero fue la milagrosa operación que me devolvería el oído y con él tal vez la posibilidad de hablar. Luego las creencias religiosas, que mi madre me inculcó con verdadera devoción, a pesar de sus fulminantes salidas blasfemas, cuando la incomunicación con su entorno la hundía en la desesperación. Hubo un tiempo en el que imaginé que las nuevas tecnologías acabarían por resolver muchos problemas insolubles hasta aquel momento, implantando chips en el cerebro que permitieran ver a los ciegos, oír a los sordos, hablar a los mudos y caminar a los parapléjicos. Fue una etapa que acabé quemando como todas las anteriores. Ahora me da por el budismo, el yoga mental y la posibilidad de comunicarme a través de la telepatía. Cualquier cosa me sirve para no darme por vencido.

Esta mañana, después de vestirme, de forma instintiva coloqué mi libreta y el lapicero en el bolsillo de la camisa. Aún no he asimilado que aquí no lo necesito. Hace unos meses que dejamos la ciudad. Al jubilarse mi padre decidió hacerme caso y comprar una casa cualquiera en un pueblo abandonado. Me costó más convencerlo de que escogiera una zona de montaña. Con los ahorros que la familia tenía en un banco – que no se llevaron las acciones preferentes ni las quiebras- conseguimos hacernos, a buen precio, con una casa abandonada en un pueblo casi desierto, perdido en una zona montañosa del norte. Hay mucho que mejorar en la casa, pero no es precisamente tiempo lo que nos falta. En eso nos ocupamos, además de cuidar un par de vacas, unas cuantas cabras, un pequeño rebaño de ovejas y un corral de gallinas, y por supuesto dos cerdos, para tener chorizo, jamón y morcilla. Con eso y una huerta donde intentamos sembrar alguna patata, berzas, judías verdes, lechugas, tomates y lo que acepte el terreno, vamos saliendo adelante, al menos no nos moriremos de hambre.

Tras desayunar un tazón de leche recién ordeñada, con unos huevos fritos y unos torreznos, he salido a caminar por el bosque cercano. Es hermoso, pero tan silencioso como mi propia alma. A veces intento imaginarme cómo sería oír. La única comparación que se me ocurre es pensar cómo se imaginará un ciego de nacimiento la realidad coloreada. Algo indescriptible. En la ciudad gastaba más libretas que dinero en trasporte. Nadie conoce el lenguaje de signos y cuando quieres algo y no te haces entender tienes que escribir en la libreta y arrancar luego la hoja. Aquí no la necesito para nada. La pinta, mi vaca preferida, se me queda mirando con sus enormes ojos bovinos durante largo rato, pero a ella no puedo darle una hoja de papel con unas palabras. Ella me entiende igual que yo a ella, con una mirada.

En la ciudad solía acercarme por la asociación de sordomudos. Me gustaba hablar con mi propio lenguaje de signos, aparatosos, cínicamente metafóricos. Los demás se reían de mis invenciones, les hacía mucha gracia. Decían que yo era un sordomudo marciano, por eso hablaba así. Los normales no saben que no existe un lenguaje universal de signos, cada país, casi cada grupo tiene su propio lenguaje adaptado a sus necesidades e idiosincrasia. Mejor o peor cualquier sordomudo que conozca un lenguaje de signos acabará por hacerse entender de otros, pero eso siempre lleva un tiempo de adaptación. A veces me digo que nuestros gestos son tan expresivos que los normales deberían probar a convertirse en mudos por un tiempo. Creo que así se entenderían mejor entre ellos, sobre todo los políticos. Pero es solo el típico consuelo del tonto… mal de muchos…

Me gusta imaginarme a los políticos hablando el lenguaje de los sordomudos. Me troncho de risa cuando pienso en ello. Especialmente me divierte desde que con los recortes nuestras posibilidades económicas se acercan a la indigencia. Al menos la casa es nuestra y mal que bien vamos comiendo, patatas viudas como dice mi padre o sopas de ajo, o lo que sea, pero comemos. A veces mi fantasía delirante me lleva a pensar en que los brazos me crecen, me crecen, hasta hacerse gigantescos y desde lo alto, casi desde el cielo, puedo hacer un corte de mangas que todos vean. No solo a los políticos, también el resto de normales insensibles merece un severo corte de mangas.

He trabajado arreglando el tejado, luego, después de comer me he ido al bosque con mi libro electrónico y he leído hasta cansarme. Es uno de los inventos más maravillosos de la tecnología, al menos para un sordomudo al que le gusta leer, como es mi caso. Antes de venirnos para acá me bajé miles de libros de varias páginas de descargas gratuitas. Tengo lectura hasta que me muera. Me importa un rábano lo que piensen los autores de que les he quitado unas buenas ganancias. Nadie se ocupa de nosotros, son capaces de recortarnos o suprimir las magras ayudas de la ley de dependencia que casi nadie ha recibido, no existimos para ellos, los normales que no necesitan un intérprete de signos para ver un telediario. ¡Que les zurzan! Si alguien piensa que soy tan idiota como para gastarme en libros lo que necesito para comer es que es un idiota. En la ciudad conseguía trabajar de vez en cuando, muy poco, la mayor parte del tiempo estaba en el paro, cuando lo tenía. Si a los normales les va como les va, a nosotros ni te cuento.

Lo único que hecho de menos es la conexión a Internet. Me gusta escribir, llevo años haciéndolo y subiendo mis textos en blogs o donde me dejaran. Me hacía la ilusión de ser una persona normal hablando en chats y hasta intentando ligar. Lo pasaba de rechupete, hasta que la chica me pedía una cita…entonces todo se venía abajo. ¿Cómo decirle a una chica que tiene que aprender el lenguaje de signos para hablar contigo? Me deprimía tanto que pasaba meses sin conectarme. Ahora tenemos la posibilidad de mandar “esemeses” o correos electrónicos, o chatear, sí es cierto, pero yo sigo prefiriendo el lenguaje de los signos, al menos si la otra persona te entiende y te responde, sabes que estás en condiciones de plantearte una amistad o lo que sea. Una cosa es jugar en Internet y otra, muy diferente, decirle a una preciosidad, por signos, que la quieres y que contigo pan y cebolla… cebolla… y haces como si pelaras una cebolla.

He aprovechado que llevaba la libreta para escribir. Antes de llegar al pueblo, durante el traslado, hemos parado a comer en un bar de carretera, en un pueblecito que no queda demasiado lejos. He visto que tenían un pequeño cibercafé. Es posible que mi portátil, donde escribo a veces y donde guardo todos mis libros electrónicos, me pueda servir para algo más. Tal vez pueda seguir subiendo textos. Si no me sirve el pendrive creo que podría mandarme los textos al correo y luego subirlos desde el cyber.

Después de cenar ha venido mi madre a la cocina y me ha tocado el hombro con cuidado, para que no me sobresaltara demasiado. Me ha pedido que fuera con ella al salón. En la 2 de tve estaban echando la noche temática, documentales sobre sordomudos. Me he quedado porque mis padres insistieron, pero no me ha hecho mucha gracia ver cómo somos realmente los sordomudos. A los normales les gusta poner de manifiesto nuestros fantásticos logros, una mujer sordomuda que consigue que aprecien su pintura, Borges se quedó ciego al final de su vida, ese atleta de las piernas artificiales compitió en las últimas olimpiadas… No soporto esa mierda. Me siento como una hormiga que tardara un año en llevar una miga de pan desde el suelo de la cocina al hormiguero, atravesando toda la casa y el patio. Quiero ser yo quien produzca las migas, sentado a la mesa, dándome un banquete y que sean “otras hormigas” las que se arrastren buscando la miguita y recorriendo todo un universo hasta el hormiguero para que su familia pueda comer.

Me he ido a la cama antes de que acabara. Hoy no me apetece leer, ni hacer nada. En cuanto acabe esta entrada en el diario apagaré el portátil, apagaré la luz y me iré al mundo de los sueños, el único lugar donde soy igual que los demás. Por mi me quedaría dormido el resto de mi vida. También voy a dejar el budismo. Me importa un bledo que en la próxima reencarnación nazca normal y pueda hablar desde que el médico me propine un golpe en las nalgas hasta que muera, a edad provecta, sin dejar de hablar un segundo. También me importa un bledo lo que pude haber hecho en vidas pasadas para tener que pagar este maldito karma. Solo quiero dormir, dormir, dormir…

Me temo que mañana mi madre me despierte igual que hoy. Podría dar un portazo o entrar tocando la trompeta, yo no me enteraría. Solo su mano en mi hombro puede atenuar este silencio absoluto, aunque sea durante unos segundos.

 

 

Microrelatos sobre economía


Cesar Garcia Cimadevilla
Cesar Garcia Cimadevilla
16-06-2012 12:13 Editar Eliminar
MICROS SOBRE MACROECONOMÍALa crisis económica tiene un lado positivo. Se contamina menos.
Konrad Lorenzo, ecologista español
Cesar Garcia Cimadevilla
Cesar Garcia Cimadevilla
16-06-2012 12:12 Editar Eliminar
MICROS SOBRE MACROOCONOMÍA
La economía es el apego que produce un karma más pesado y terrible, a un nivel ligeramente superior a la lujuria o la ola de hedonismo que nos invade.
Milarepa a su discípulo Karmafinito, angustiado por la crisis económica.
Cesar Garcia Cimadevilla
Cesar Garcia Cimadevilla
15-06-2012 18:24 Editar Eliminar
MICROS SOBRE MACROECONOMÍALA PRIMA DE RIESGO

La prima de riesgo es como una —- que no se quita ni el liguero hasta que el cliente de turno pague por adelantado y en metálico.
Un «chulo—-s» entrevistado por un programa de humor de una conocida cadena televisiva.

Sin foto
Slictik
15-06-2012 12:04
MICROSSOBREMACROECONOMÍAEL DESCUBRIMIENTO DEL SIGLO

Tras el chasco que supuso el experimento del CRNN y que en un principio se anunció como exitoso, al descubrir una partícula que viajaba a velocidad superior a la luz, yo, Pirulo, físico teórico español estoy en condiciones de probar la existencia, no solo de una partícula que viaja a mayor velocidad que la luz, sino de todo un planeta que hace lo mismo, permaneciendo de forma constante en el futuro. ¿Qué otra cosa sino es la deuda?
Comunicado de prensa de Pirulo, físico teórico español.


Slictik es mi alias, Cesar García, mi nombre. Agradezco a Castelo y a Observador su invitación a seguir el taller de novela.
Cesar Garcia Cimadevilla
Cesar Garcia Cimadevilla
14-06-2012 16:43 Editar Eliminar
MICROS SOBRE MACROECONOMÍAEL EURO

El euro es como la herencia yacente, entre todos la mataron y ella sola se murió.
El Sr. Buenavista, economista, en una entrevista radiofónico en el programa La Brújula de la economía en Onda Cero radio.

Cesar Garcia Cimadevilla
Cesar Garcia Cimadevilla
14-06-2012 14:07 Editar Eliminar
MICROS DE MACROECONOMÍALA INTERVENCIÓN
Esto es como si yo me gastara todos los meses el sueldo de mi marido en el bingo y tuviéramos que vivir del mío. Solo que yo no tengo una línea de crédito de CIEN MIL MILLONES DE EUROS. Respondió un ama de casa a una entrevistadora de una conocida cadena televisiva.

Metrópolis Virtual I


METRÓPOLIS VIRTUAL I

 Han pasado los años, mis articulaciones ya no son lo que eran. Ahora se resienten, se quejan como viejas bisagras oxidadas. Las rodillas rechinan tanto y tiemblan de tal forma que sentarme o levantarme de mi viejo sillón se ha convertido en un tormento que cada vez sufro menos porque ya no soporto que me trasladen del lecho de enfermo hasta el viejo cuartito donde hace ya tantos años que casi no me quedan recuerdos de ello instalé mi primer ordenador.

Ahora parece la cueva de un viejo dinosaurio que no se ha dado cuenta de que la raza humana lleva milenios sobre la corteza de este planeta tras su noble meta de convertir las viejas piedras en microchips. A veces pienso en el exterior como en un mundo de microchips, el cielo está dividido en infinitas particiones pegadas una a otra con estos minúsculos artefactos y el suelo da calambre al ser pisado. En realidad no sé muy bien cómo andan las cosas ahí fuera porque hace años que no salgo de casa. A pesar de todo de vez en cuando no puedo reprimir la nostalgia y pido a mis enfermeros de la Seguridad Social que me trasladen al sillón, frente al ordenador para así poder visitar a mis viejos amigos como Smart 25 o Rey negro o Reina blanca o princesa Almarina o Angel poéticus o Sofía milenaria o Alas de Condor. Todos ellos siguen aún correteando por la Red aunque ésta o aquella enfermedad o achaque les impidan hacerlo todos los días. Nos vemos obligados a concertar citas y citas suplentes por si fallamos a las primeras como enamorados encarcelados por verdugos crueles de cuyo humor dependemos para salir un rato a estirar las piernas.

Mi enfermero me ha colocado el cinturón de seguridad que hace algunos años acoplé al sillón por si las moscas. Es una medida de seguridad elemental para que no me caiga como consecuencia de cualquier movimiento imprevisto. Me he colocado las gafas virtuales y le he pedido que se vaya, lo que ha hecho discretamente, cerrando la puerta tras de sí. Sabe que no me gusta nada su presencia cuando hablo con mis viejos amigos.

Con un parpadeo del ojo derecho he encendido el ordenador. Las pantallas ahora ya no son planas sino que tienen forma de huevo de dinosaurio que resplandece al encenderse. En su interior alguien parece haber encendido una hoguera que no acaba de coger fuelle; las llamas suben y bajan buscando el lugar justo en el aire. Dicen que su diseño es imprescindible para que las gafas virtuales funcionen y uno logre sentirse dentro de Metrópolis, la gran ciudad virtual donde miles de millones de humanos habitan, al menos durante unas horas al día.

Inmediatamente bajo por el ascensor a la cochera de mi casa virtual y escojo un mercedes con interior muellemente acolchado y me pongo al volante revestido con cuerdo artificial. En realidad no soy yo quien lo hace sino el muñequito virtual que me representa. Abre la puerta con el mando a distancia y sale al exterior. Hoy he dejado a un lado al anciano marchoso que me representa habitualmente y he escogido la piel de un Adonis con gafas de sol, gorrita verde y vaqueros agujereados por todas partes. El muñequito conduce con gran pericia mientras no cesa de guiñar el ojo a todo muñequito que aparece en su radio de visión.

En el radiocassette pongo música de los Beattles, una antigualla que me devuelve a mi época de adolescente saltarín, cuando aún no sabía lo que era un ordenador, ¡si seré viejo!. Vivo en una casita baja en las afueras de Metrópolis, rodeada de grandes árboles y con un cesped esponjoso en el que me hundo cada vez que se me ocurre entrar o salir a pie de casa. Soy soltero. He elegido esta vida virtual porque en este mundo nadie tiene tiempo para nada, menos aún para cuidar retoños.

Las calles de la urbanización están casi vacías, es un día de verano, el sol virtual en lo alto es enorme y parece calentar tanto que mi muñequito empieza a sudar como si lo estuvieran asando a la parrilla. Miro el termómetro del coche que marca cuarenta grados y yo mismo comienzo a sudar bajo el casco virtual. Supongo que con este calor la mayoría de los muñequitos se están echando la siesta como sus dueños. De no ser así las fachadas de sus casas virtuales estarían encendidas con un letrerito verde invitando a pasar y echar un trago con el dueño. La mayoría tienen un inmenso stop rojo en la fachada lo que indica que su dueño está roncando a pierna suelta.

Metrópolis está diseñada de tal forma que nadie siente necesidad de ir al centro o a un punto concreto de su perímetro ya que en todas partes hay los mismos supermercados del sexo o centros multiculturales o lo que sea, porque la realidad es que no falta de nada. Sus habitantes se van distribuyendo al azar y si por casualidad alguna vía de comunicación tiene excesivo tráfico a una hora punta se habilita otra inmediatamente. Los vehículos son cambiados de vía por una gigantesca mano artificial que sale del cielo color azul oscuro –dicen que el claro era difícil de conseguir para los diseñadores- como un sorprendente “deus ex machina” un tanto cutre, lo reconozco, pero muy práctico.

Aquella tarde las vías de comunicación estaban muy despejadas por lo que mi cochecito se movía a gran velocidad sin encontrar mas que alguno que otro coche de diseño estrambótico y matrícula extranjera –aquí es lo que se lleva aunque todos vivamos en Metrópolis- que se deslizaba sin prisas como viendo el paisaje. La Red ha avanzado tanto que recordar los viejos tiempos de los “alias” – tenían que ir de puerta en puerta echando su nombre ficticio con su correspondiente contraseña en los buzones- da la risa. Ahora cada uno tiene su cochecito por modesto que sea, con su correspondiente matrícula “ad libitum” para poder ser identificados, controlados y hasta detenidos por la policía de la Red que ha hecho de Metrópolis un lugar tan seguro que solo viejos chochos como mis amigos y yo nos atrevemos a salir de su seguridad y adentrarnos en las ciudades piratas, los barrios bajos de la Red, que cada día pululan más, lo que no es de extrañar ya que las autoridades de Metrópolis intentan controlar hasta la marca de ropilla interior de los muñequitos. Nosotros no llevamos ropa interior, un escándalo para los muñequitos policías que nos cachean al detenernos por exceso de velocidad o cualquier otro motivo tan nimio como este.

La tecnología está tan avanzada que cualquiera puede fundar su ciudad donde le plazca. Las Vegas virtual es la ciudad del juego, controlada por diferentes mafias que no cesan de pulular en la Red. Uno las puede distinguir fácilmente por sus muñequitos de anchos hombros, sombrero calado sobre los ojos y trajes a la vieja moda de los años cuarenta del siglo XX. La moda retro sigue haciendo estragos y cada vez son más los que buscan en un pasado remoto la pátina de individualidad que todos pierden, incluso los muñequitos más rebeldes, en cuanto se mueven un par de días por Metrópolis.

No existe indicador alguno para llegar a estas ciudades piratas pero los viejos internautas sabemos muy bien dónde encontrarlas. Basta con acercarse por las proximidades para que un muñequito con pinta de vagabundo salga a la carretera moviendo las manos como un muñequito loco. Paras el coche y él te indica una dirección extendiendo la manita roja. No importa que la carretera no esté señalizada, tu metes el coche entre los arbustos de un campo semidesértico y a los pocos metros surge de la nada una amplia carretera, recién asfaltada, que te atrapa con sus luces multicolores y su musiquilla marchosa.