Categoría: RELATOS LARGOS

EL CONSTRUCTOR DE PUENTES Y II


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Hoy se acaba de hundir el último puente y estoy aquí, sentado junto a la orilla, mirando cómo el agua arrastra una estación de duro trabajo, una nueva concepción de lo que es un puente. Ya no puedo llorar, pero algo me roe las entrañas y me siento dispuesto a renacer, a volver a balbucear como un bebé, a caminar a gatas, a temerlo todo porque no conozco nada, a soportar la oleada de sufrimiento que recorre la sangre de esta criatura, sin las caricias de una madre, desnudo y sólo frente a lo desconocido. Porque sé que he tenido una madre, todos los animales del territorio tienen madres.

No puedo recordar mi nacimiento, si alguna vez nací, tuvo que ser así, salvo que esto sea un sueño, donde nadie nace ni muero, pero necesito explicarme cómo llegué hasta aquí, de dónde he venido, cómo he surgido de la nada, del olvido. Es una pregunta fundamental que requiere una respuesta, pero no la tengo, así que mi fantasía se encarga de crearla. He inventado toda una Cosmogonía, complicadamente irracional, pero que me ayuda en los momentos de angustia.

No sé por qué imagino haber surgido del vientre de otro ser al que llamo madre, haber recibido sus caricias cuando sólo era un trozo de materia diminuto. Me veo gateando por el suelo, aprendiendo las leyes más esenciales para la supervivencia e intento comunicarme con ese ser extraño que no tiene ningún rostro ni figura definida, sólo produzco sonidos inconexos a los que llamo balbuceos en mi vocabulario mental. Los animales que conozco en este territorio tienen madre, les he visto nacer, he visto su enternecedora relación. Yo también soy un animal, también he tenido que nacer de una madre. ¿Pero dónde está?

A veces en sueños vivo mi nacimiento, el momento terrible de salir de ese vientre cálido y dulce donde solo el placer sin preguntas me rodea, y la luz del sol me produce un terrible sufrimiento, y un miedo espantoso a lo desconocido se apodera de mi esencia. Es una pesadilla de la que huyo constantemente pero que algunas veces viene repentinamente a mí por las noches y me despierto sudoroso y loco de dolor.

Han pasado los días, supongo que ha sido así, porque mi estómago me ha obligado a buscar comida unas cuantas veces. He utilizado mi rudimentaria caña de pescar y he malgastado un poco de mi infinito tiempo consiguiendo suficientes peces para cerrar la boca del monstruo que habita en el pozo sin fondo de mi vientre, ya no oigo sus berridos repugnantes. No disfruto de la comida, del tiempo que camina sin prisas a mi alrededor, no disfruto de nada. Como ocurre siempre que se hunde un puente, me refugio en mi choza, me arrojo sobre la yacija de hojas e intento dormir. Soñar es mi refugio aunque rara vez recuerdo lo que sueño y cuando lo recuerdo nada tiene sentido.

He decidido construir un nuevo puente. Me estrujaré el cerebro para encontrar otro proyecto distinto que no tenga los defectos de los anteriores, será difícil, pero no tengo prisa, además no podría hacer otra cosa; es la misma tarea de siempre, la única que se me permite realizar. Si tengo que exprimirme los sesos, que sea algo positivo, es inútil encontrar verdades que no sirven para nada. Todos mis razonamientos y mis fantasías no me han sacado de este lado del “Gran Rio”, solo el puente puede hacerlo.

Tumbado a su orilla dejo que mi mente funcione por si misma, que busque en su archivo los datos que necesito y los vaya uniendo a su gusto, he comprendido la inutilidad de esquemas previos, de intentar reconstruir un rompecabezas cuyo modelo no he visto nunca y cuyas piezas pueden encajar de infinitas maneras. Es preferible que sea la realidad la que acabe por imponerse, que sean sus leyes eternas las que me esclavicen y no perder todas mis energías en un esfuerzo titánico e inútil, pretendiendo modificar la esencia inmutable de las cosas y adaptarla a mis deseos, caprichos y aspiraciones.

Dejo que el tiempo corra al ritmo de la corriente del “Gran Rio”, he llegado a pensar que no existe el tiempo, ni el espacio, que no existe nada, ni siquiera el Rio y la otra orilla, que todo es un desvarío de mi mente, que ha creado un mundo a su medida en el que soy prisionero, donde no puedo hacer otra cosa que doblegarme a su implacable tiranía.

He pensado muchas veces en acabar con ese sutil déspota. La rabia ha hecho tambalear la inconmovible fortaleza de mi “yo”, pero siempre ha vuelto atrás, aterrorizado. ¿Qué queda si destruyo mi mente, mi propio “yo”? ¿Acaso existe algo más allá de mí, algo que no pueda ser medido y cuadriculado por mi mente?

Por un instante un fogonazo deslumbrador ha clarificado todo y he intuido la ”Gran Realidad”, la verdadera realidad, y he sentido una horrible turbación, porque “yo” formaba parte de ella, porque mi mente, mi “Yo” no existían, todo era una misma y sola cosa. La individualidad, la variedad, la multiplicidad, el tiempo y el espacio, los otros, no eran sino una monstruosa y despiadada mentira que me tenía acorralado en el territorio de la tristeza y la angustia. Pero solo duró un instante, lo suficientemente largo para que haya permanecido en mi memoria y también lo bastante corto para que no pueda sino considerarlo como un sueño.

He regresado a mi tarea cotidiana, una vez que mi mente ha perfilado la estructura del nuevo puente. Como siempre he vuelto a recorrer el largo desierto hasta llegar a las primeras estribaciones de la montaña, allí me he aprovisionado de fruto y he talado algunos árboles. Lo he cargado todo en un vehículo de mi invención, hecho íntegramente de madera y he comenzado a empujarlo a través del desierto.

El peso es enorme, aparte de los frutos y de la madera tengo que llevar suficiente cantidad de agua para el camino, eso hace que las etapas deban ser muy corta el recorrido hasta el rio me parece tan infinito como los pensamientos en que voy sumergido.

El calor sofocante del sol durante el día convierte en una verdadera tortura el arrastrar tanto peso, me voy deshidratando poco a poco como un odre con agujeros, pero debo controlarme y beber solo el agua necesaria, ya que llevo la imprescindible para disminuir la carga y ahorrar energía; mi tiempo parece eterno pero mis fuerzas son limitadas.

Cuando me siento agotado me tumbo a la sombra del vehículo, como algunas frutas y bebo un poco de agua, luego me quedo adormilado y tengo extrañas pesadillas que nunca he podido clarificar. En una de ellas, otro ser semejante a mí, pero con unas diferencias anatómicas que no comprendo, me acaricia dulcemente, primero el pelo, luego la cara, acerca sus labios a los míos y los mordisquea suavemente, parece como si absorbiera algo de mi boca; experimento un placer inexplicable que embarga todo mi ser. Me dice cosas que no entiendo, pero con una ternura que me hace llorar; son sonidos que jamás percibí, completamente distintos a los del rio, el aire, la pradera, incluso los que emito cuando me duele algo, cuando lloro o cuando me asalta la rabia. Tras reflexionar mucho he llegado a la conclusión de que esos sueños han surgido de mis observaciones sobre los animales. En ciertos periodos se unen machos y hembras y luego la madre tiene una camada que cuida con una entrega conmovedora. La diferencia entre machos y hembras es muy simple, tiene que haber diferencias anatómicas claras, es como un palo que solo penetra en la tierra si hay un agujero.

Nunca necesité crear un lenguaje de sonidos, no lo preciso para hablar conmigo mismo, ni para comunicarme con la naturaleza que me rodea. Supongo que tengo un lenguaje porque en mi mente cada idea tiene un nombre que la distingue de las demás, pero no he intentado formar sonidos con mi garganta que me sirvan de código para que alguien pueda saber con un poco de aproximación lo que estoy pensando cuando emito un sonido, ¿pero para qué hacerlo, a quién necesito comunicar mis ideas y sentimientos?

A veces he imaginado seres semejantes a mí con los que convivía y he pensado de qué forma podríamos comunicarnos, pero no veo la necesidad de emitir sonidos ¿por qué un pensamiento no puede hablar con otro utilizando su propio lenguaje, qué nostalgia nos obliga a encontrar esas ideas dentro de sonidos? Quizás sea esta fantasía de tener a mi lado otros seres semejantes, afines, la causa de este intrigante sueño. Lo más curioso sucede después, con sus manos suaves y cálidas me va quitando las pieles que un día tan lejano, que apenas recuerdo, conseguí matando a un ser tan raro que solo pudo llegar atravesando el Gran Río y que me atacó cuando me aventuré por primera vez al otro lado del desierto; ahora me sirven de vestido protector frente al frío. Quedo desnudo, como me recuerdo hace tiempo cuando aún no sabía protegerme de los vientos gélidos en la estación fría, entonces va acariciando mi piel con sus manos y sus labios y un ardor desconocido me empieza a palpitar en las entrañas; el trozo de carne que poseo entre las piernas y que utilizado para evacuar líquidos se pone erecto y un deseo espantosamente fuerte e incontrolable de acariciar también su cuerpo y de unir el mío con el suyo hasta convertirse ambos en uno solo, se apodera de mi y sin saber lo que hago también comienzo a acariciar su piel, de la misma forma que hace el otro ser.

No sé cómo, pero nuestros cuerpos se acaban uniendo a la altura de las caderas, comienzan a vibrar al unísono, a jadear, perdido el aliento y una oleada de calor y de placer recorre todos los rincones de mi ser; al final algo parece desprenderse de mí, algo muy intimo y profundo como si me partieran el alma en dos, pero en vez de quedarme vacio y dolorido me invade una infinita plenitud, un placer inconmensurable que me despierta de repente. La realidad entonces se hace más amarga que nunca y deseo volver a quedarme dormido y que el maravilloso sueño se repita. He pensado que todo esto debe tener algo que ver con lo que hacen los animales, solo que yo no tengo una contraparte, una hembra con la que poder unirme. Tal vez de todo esto surgiera una camada de pequeñuelos semejantes a mí. Me imagino cómo sería mi vida cuidando de esos pequeñuelos junto con la hembra-madre y ya no puedo desear otra cosa. Tal vez al otro lado del Gran Río exista una hembra con la que pueda realizar mis sueños. Entonces ya no volveré a sufrir la soledad y todo tendrá sentido.

Tras largas y penosas jornadas llego a la orilla de la corriente, allí descanso un tiempo, reponiéndome del esfuerzo, del calor insufrible, del agua putrefacta y de la ausencia del “Gran Rio”, que magnetiza todo mi ser, que se ha convertido en la razón de todo lo que hago, busco o deseo.

Antes de iniciar un nuevo proyecto deberé hacer innumerables viajes, igualmente penosos y largos, para acumular suficiente madera. Mientras tanto mi mente va perfilando nuevos detalles y modificando otros, empieza a nacer otra vez la esperanza, muerta con el último hundimiento; lentamente va formándose y creciendo en mi interior y ya siento la alegría de colocar el último trozo de madera sobre la tierra virgen de la otra orilla, de hollarla con mis pies y de  revolcarme en ella en un delirio de felicidad.

Comienzo la construcción con ansia, casi con prisa, madera sobre madera el puente va adquiriendo forma sobre el Gran Rio. El desafío consiste en llegar hasta el centro con pilares que soporten la corriente, incluso en la estación del frío y las lluvias, eso me permitiría emprender la segunda etapa durante la estación cálida y si pudiera aguantar una nueva estación fría tal vez lograra en la cálida siguiente llegar hasta la otra orilla. Esta idea me parece razonable. Debo llegar hasta el centro y conseguir que los pilares soporten la corriente. Entonces estaré en condiciones de culminar la obra de toda mi vida.

Conforme el puente va avanzando y empiezan las auténticas dificultades para sostener el inmenso armazón en un precario equilibrio el desánimo me va corroyendo y al final apenas quedan los esqueletos de las esperanzas e ilusiones que brotaron al principio con la fuerza que tiene todo lo nuevo, pero a las que el brutal choque de la realidad va devorando toda esa carne con que la mente viste la fría desnudez de los hechos, los objetos, la esencia de las cosas. A veces pienso si no serán esos adornos, sin los que la mente no parece ser capaz de mirar la realidad, los que destruyen la calidez de las cosas, las deforman hasta transformarlas en algo monstruoso que me atemoriza, monstrándome una nada ficticia que hay que llenar con hermosos engaños que no pueden durar mucho y a los que doy el nombre de esperanza, ilusión, ideal, sueño…Es un extraño proceso destructivo-creativo que nunca he podido comprender, la mente deforma una realidad bella, amorosa y razonable y la convierte en algo repulsivo, odioso, irracional, en algo tan vacio e incomprensible que debe ser la emoción ciega quien destruyéndolo todo, lo vuelve a crear de una forma armoniosa. Desgraciadamente las piezas del rompecabezas ya no encajan como antes y por mucho que uno intente engañarse siempre acaba viendo todos los desajustes y errores.

Empiezo a mover todos los bloques que configuran el infinito puzzle, pero nunca encuentro la clave que me permita volver a colocar todos los fragmentos de realidad en su sitio, la mente necesita de un arquetipo del que ir copiando hasta reproducir perfectamente el modelo y al no encontrarlo se ve obligada a utilizar su pobre fantasía con la ayuda de los míseros pinceles de su paupérrima lógica para pintar un cuadro ilusorio con el que poder engañarse unos breves instantes antes de que el implacable recuerdo de lo que observó con absoluta claridad en otro tiempo le atrape en su inexorable atractivo.

Cuando el desánimo es ya absoluto me tumbo tranquilamente bajo el armazón de madera que he construido para protegerme del sol y dejo que el tiempo vaya pasando mientras contemplo las montañas, más allá del desierto. Voy consumiendo los alimentos almacenados, pescando algunos peces de vez en cuando y un día en que me quedo sin frutos, decido volver a la montaña, esta vez sólo para aprovisionarme de comida y caza. Emprendo el camino desganadamente, dispuesto a que esta vez sea el tiempo el que me vaya consumiendo y transforme la visión negativa que ahora tengo de todo en una nueva esperanza; surgirá de la nada e irá aumentando gradualmente hasta llegar a su climas, luego regresará a la nada de donde nació. Parece ser un eterno e implacable círculo del que nunca saldré, me balanceo de un lado a otro, regular y constantemente, de la esperanza a la desilusión y al vacio, de la actividad a la pasividad, de la construcción a la destrucción. Unas veces devoro el tiempo como si fuera limitado, me consume la impaciencia de llegar a la otra orilla y otras dejo que sea el tiempo quien me devore hasta que el vacio sea tan grande que acabe absorbiendo todo lo que le rodea, a veces es sólido y entonces me siento pleno y dispuesto a luchar sin desmayo, pero otras es algo tan etéreo que tengo una terrible sensación, como si fuera a explotar en mil pedazos y vomito sin descanso sin expulsar nada, es una nausea seca que me destroza el alma.

Hago el recorrido tan lentamente que llego a olvidarme de que estoy inmerso en el tiempo. Cuando alcanzo la montaña me recuesto a la sombra de los árboles y mientras me alimento de frutas y respiro el aire de la altura, me voy recuperando.

Una vez conseguida suficiente energía e ilusión decido volver a la orilla del “Gran Rio”, pero antes subo a la cumbre más alta y desde ella contemplo las lejanas montañas que son apenas una sombra al otro lado del desierto donde termina la cadena montañosa en que me encuentro. Hace ya mucho, mucho tiempo y con un esfuerzo titánico llegué hasta ellas, subí a un pico, rodeado de nubes y desde allí, en un día claro, pude ver algo de las tierras que hay al otro lado del rio, otro desierto, otro bosque, todo parece igual y todo parece tan deshabitado como este territorio.

Mi vista no podía darme una respuesta segura, pero hubiera jurado que ese territorio también estaba rodeado por una gran masa de agua, tal vez otro Gran Río, o éste mismo deslizándose en círculos caprichosos o puede que se trate de la gran masa de agua donde desemboca el Gran Rio y a la que he llamado mar. Si fuera así todos mis esfuerzos serían inútiles, no haría otra cosa que cruzar ríos para encontrarme en el mismo lugar en el que me encuentro ahora. Sólo la esperanza de hallar semejantes me consuela de tan inútiles esfuerzos.

Mañana regresaré a la orilla una vez más y continuaré mi trabajo en el puente, antes o después acabará hundiéndose, pero no tendré la suerte de caer con la madera en medio de la corriente, me salvaré y el mazazo del fracaso destruirá todo en un angustioso final definitivo. Ya no existirán las montañas, el desierto, ni el “Gran Rio”, ni el puente, ni siquiera la otra orilla, solo “LA NADA,YO Y MI ESPERANZA” balanceándose entre ambos como un frágil e indestructible puente.

EPÍLOGO

CUADERNO DE BITÁCORA DE LA NAVE INTERGALÁCTICA EXPLORER V

Una profunda decepción nos invade a todos. Esperábamos mucho más de este planeta que reunía todos los signos, sino de vida inteligente, al menos de vida. Un planeta habitable es siempre un motivo de gran alegría para la tripulación. Puede ser colonizado o puede ser preparado como prisión federal galáctica, siempre se le saca provecho. Esta alegría se convierte en euforia si el planeta alberga vida inteligente. Es cierto que supone un gran trabajo, primero de observación, luego de contacto y finalmente, tras un largo proceso, la admisión en la fraternidad de la vida inteligente de la galaxia.

Los más optimistas ya daban por supuesto que les esperaba una apasionante aventura. Los menos optimistas esperaban al menos incluir el planeta en los catálogos de planetas habitables de la galaxia. No son muchos y menos aún los planetas que albergan vida en evolución hacia el nacimiento de vida inteligente. Son aún menos los que ya poseen esa vida inteligente evolucionando, eso es casi un milagro. El universo es demasiado grande para la vida que alberga, demasiado trabajo para tan poco. Es un misterio que aún no ha sido desentrañado por nuestros científicos, a quienes parece un derroche inútil y delirante construir casas enormes para cada hormiguita que aparezca.

Ha sido un mazazo advertir que estamos ante un planeta desechable y con menos futuro que los planetas en formación. Las sondas robóticas nos habían proporcionado datos muy esperanzadores. Lo único que no descubrieron fue vida inteligente y la fauna y flora poseía características un tanto extrañas. Solo tras un exhaustivo reconocimiento se descubrió, en una isla fluvial, un espécimen que se comportaba como si poseyera un atisbo de inteligencia. La construcción del puente que estaba realizando sobre un caudaloso río, así nos lo hizo pensar. Con gran discreción se hizo un seguimiento muy cercano, fabricándose una sonda robótica imitando a uno de los animales del territorio más apropiados para la tarea.

La decisión de nuestro asesor científico fue clara, aquel espécimen poseía inteligencia. El consejo asesor pidió un examen no lesivo en la nave, toda la tripulación estuvo de acuerdo y yo no vi inconveniente siempre que se tomaran medidas para que el espécimen no sufriera lesión física alguna ni el menor trauma psicológico. La intervención fue planeada con toda prudencia y meticulosidad y tras un examen biológico exhaustivo se procedió a extraer, con mucho cuidado, toda la memoria que fuera posible, incluidos recuerdos bloqueados. El examen de dichos recuerdos fue sencillo y no aportó nada interesante, salvo cuando se llegó a las primeras imágenes bloqueadas de su infancia. Algo terrible había ocurrido, un apocalipsis planetario que fue acabando con toda la población inteligente y animal. El consejo asesor barajó diferentes hipótesis que fueron rechazadas por falta de pruebas. La catástrofe nuclear fue la primera que salió a relucir como en otros casos semejantes. El descubrimiento de la energía atómica suele acompañar una etapa de gran evolución tecnológica en las poblaciones planetarias inteligentes, que desgraciadamente suele ir unida a una inmadurez emocional que hace de este descubrimiento científico el más peligroso de todos los avances tecnológicos. Estadísticamente está demostrado que la mayoría de planetas con vida inteligente terminan aniquilados por guerras nucleares.

Pero no era este el caso. No se encontró radioactividad ni otros signos de guerras nucleares o accidentes, ni invierno nuclear ni  consecuencias climáticas y mucho menos la desaparición de la vegetación del planeta, que era obvio que no había ocurrido. ¿Qué había ocurrido entonces? Se echó mano de la inteligencia artificial de la nave para buscar similitudes en otros casos de aniquilación de vida inteligente en otros planetas y se le pidió que formulara hipótesis. Ninguna coincidía en un todo con lo que era aquel planeta. En cambio formuló una hipótesis de guerra biológica que a todos nos pareció suficientemente interesante como para estudiarla a fondo. El espécimen fue examinado de nuevo a fondo y ahora sí se encontraron mutaciones genéticas que bien podrían confirmar la hipótesis de la guerra biológica. La pregunta era, entonces, cómo había podido sobrevivir solamente él a la catástrofe planetaria.

Se tomó la decisión de hacer regresar al espécimen a su entorno, donde sería despertado del sueño inducido, con un bloqueo artificial de su memoria para que bajo ningún concepto pudiera tener el más mínimo recuerdo de su estancia en la nave. Para nosotros comenzó un trabajo agotador y muy meticuloso. Se buscaron restos biológicos por todo el planeta para lo que se pusieron en marcha todas las sondas robóticas de la nave y se formaron equipos de trasporte y análisis de los restos.  No fue tarea sencilla. Del análisis de los pocos restos encontrados se dedujo que el factor biológico empleado en esa supuesta guerra biológica era en extremo complejo y sutil, incluso para nuestra tecnología que era lógico suponer, tendría que superar a la mayoría de tecnologías de planetas con vida inteligente, sino a todos. Este descubrimiento pasmó a nuestro consejo asesor y preocupó hasta la angustia a toda la tripulación. Era razonable pensar que bien se podría haber producido algún tipo de contaminación, por pequeña que fuera, que habría podido transmitir la enfermedad, si es que aún seguía activa, a nuestra tripulación. Se suspendieron las tareas y toda la tripulación fue examinada a fondo. Se tardó mucho tiempo en decidir que no se había producido ningún tipo de contaminación, pero se reforzaron las medidas de seguridad.

Los trabajos en el laboratorio con las muestras extraídas del cuerpo del espécimen dieron una gran sorpresa. Su edad era muy superior a la que en un principio se calculó, hasta el punto de comenzar a barajarse la hipótesis de una muy seria mutación genética, debida al factor biológico que aniquilara a toda la población del planeta. Esa podría ser la explicación de su supervivencia, algo en lo que nuestro asesor científico no estaba muy de acuerdo. Teniendo en cuenta que el código genético del espécimen procedía de un árbol genealógico común a toda la especie, no parecía probable que una pequeña mutación de sus genes diera lugar a que el factor biológico, en combinación con sus genes, pudiera llegar, no sólo a salvarle la vida sino a prolongarla hasta unos límites que hacían que nos preguntáramos qué tipo de civilización se había desarrollado en aquel planeta y hasta dónde había llegado su evolución científica y tecnológica como para desarrollar un factor biológico, genético o de cualquier otro tipo, capaz de producir semejantes efectos. La gran pregunta era qué clase de tontos podían haber creado algo que los iba a aniquilar a todos. No era probable que su tontería llegara a semejante extremo o que alguien decidiera acabar con toda la población de un planeta por considerar que no existía futuro para la misma o por haber llegado él a una grave patología psíquica que le llevara a un genocidio absoluto. Parecía más verosímil pensar que algo salió mal en el experimento y que los especímenes que deberían haber sido respetados por el factor biológico no lo fueron, quedando aniquilada toda la población del planeta, a excepción de aquella pobre criatura. Se me ocurrió imaginar qué pensaría él de todo aquello si su memoria pudiera acceder a los recuerdos bloqueados y le explicáramos que los semejantes a los que estaba buscando con desesperación, habían sido aniquilados en una guerra planetaria causada, sin duda, por lo peor de su especie.

Sometí, primero al consejo asesor, y luego a toda la tripulación, la posibilidad de llevarnos con nosotros al espécimen y con el tiempo ir despertando su memoria bloqueada, poniéndole al tanto de todo lo que sospechábamos había ocurrido en su planeta. Todos estuvimos de acuerdo en que dejarle allí – intentando construir un puente tras otro, para pasar al otro lado de un gran río, para encontrarse con que el planeta estaba vacío y que a lo más que podía aspirar era a descubrir nuevos paisajes y entornos que no le iban a aportar nada de lo que él buscaba- era de una crueldad insufrible, pero la posibilidad de llevarnos con nosotros a una bomba biológica que podría contaminar toda la galaxia, era algo muy a tener en cuenta. Además, nuestro consejo asesor, opinó que el trauma de hacerse consciente de lo que había sido su vida y de cómo había terminado la población de su planeta, podría acabar quebrando su mente para siempre. Se decidió que semejante decisión solo se tomaría cuando se hubiera acabado de examinar todo el planeta y se hubiera encontrado suficiente información sobre el factor biológico como para saber a qué nos encontrábamos.

No podemos abandonar este planeta a su suerte sin saber o al menos hacernos una idea aproximada de qué tipo de civilización lo habitaba y qué fue lo que realmente ocurrió. A todos nos apena ver cómo su último habitante dedica su vida a buscar a semejantes que ya no existen y que fueron aniquilados por la estupidez de unos pocos. Alguien ha sugerido la creación de un robot femenino, a su imagen y semejanza, para que al menos se sienta acompañado en una existencia tan mísera, pero los técnicos han visto que la dificultad de crear un algoritmo que pudiera enfrentarse a todas las dificultades que le iba a poner el espécimen era algo demasiado arriesgado. Si un milagro le había salvado de los suyos, no tenía sentido que una civilización extraterrestre viniera a rematarlo.

Remitiré esta anotación en el cuaderno de bitácora por comunicación cuántica, a la espera de que el tiempo nos traiga una explicación coherente de lo ocurrido en este planeta.

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EL CONSTRUCTOR DE PUENTES I


 

NOTA INTRODUCTORIA/Tal vez éste sea mi primer relato o uno de los primeros. Escrito en León, puede que junto con mis primeros escritos, la novela El planeta de los vampiros que luego pasaría a ser la trilogía del planeta Omega, una obra de teatro que perdí y ni siquiera recuerdo de qué trataba y algunos poemas. Recuerdo muy bien haber pasado el manuscrito a una copia mecanografiada con una máquina de escribir portátil que compré para preparar las oposiciones a auxiliar de justicia que lograría sacar. Conservé aquellos manuscritos mecanografiados como oro en paño en una carpeta, aunque algunos se han perdido. Por entonces estaba leyendo toda la obra de Kafka, escritor que tuvo una gran influencia en mi juventud, y este relato está muy influenciado por el mundo kafkiano, como lo prueba la dedicatoria que va con el relato, no fue añadida posteriormente. Siempre me pareció un relato flojo, mal acabado y que nunca conseguí reescribir a mi gusto. Ahora que estoy haciendo una biblioteca digital con mis textos he creído conveniente rescatar este primer relato y darle un final que explique una historia tan inverosímil y sitúe en una perspectiva inesperada y de ciencia ficción una historia que como relato kafkiano es demasiado pobre. He querido mantener el título porque refleja todo lo que quise hacer con este relato, a pesar de títulos tan emblemáticos como El puente de Kafka o Los constructores del puente de Kipling.

EL CONSTRUCTOR DE PUENTES

A Kafka que escribió El puente.

Elpuente

No sé cuándo empezó este tormento, hasta donde mi memoria alcanza ésta siempre ha sido mi única tarea, aunque no sé si llamarla así, nadie me obliga a hacer nada o dejar de hacer lo que estoy haciendo, quizá sea yo mismo quien se lo haya planteado como una obligación. En realidad ni siquiera sé si existen los otros, alguien parecido a mí, porque sólo me he visto a mi mismo reflejado en el espejo del agua.

No recuerdo a nadie que me enseñara lo que tenía que hacer, debo confesar que no recuerdo haber conocido nunca a nadie, ni siquiera mi origen, mis progenitores, no recuerdo nada anterior a lo que estoy viviendo; quizá es que nunca existió nada antes de mí. Solo sé una cosa: que a este lado del “Gran Rio” estoy yo y en la otra rivera lo demás, sea lo que sea,  puede que otros como yo o totalmente diferentes u otras cosas o nada. Nunca he visto algo que me haga pensar que al otro lado hay un mundo distinto a éste, sólo pequeñas sombras lejanas que se movían o puede que no se movieran o que ni siquiera fueran sombras, ¡qué importa!.

No sé cuánto tiempo ha pasado porque nunca he querido inventar nada para medir el tiempo, ni siquiera algo tan sencillo como hacer rayas en la corteza de un árbol y agruparlas de alguna forma; me basta con seguir el ciclo de los días y las noches, de las estaciones marcadas por el frío o el calor, la lluvia o la nieve;  tal vez el tiempo no exista, sería un gran consuelo porque en caso contrario yo tendría ya muchas estaciones, sería, muy viejo, no diría tanto como El Gran Rio, pero no mucho menos. Sé que existen las noches y los días porque unas veces el sol brilla fuerte y hermoso en lo alto y otras se oculta y tan solo veo puntitos de luz a los que llamo estrellas y la cara pálida de algo colgado del cielo como burlándose de mí, con eso me basta;   nunca se me ocurrió ponerme a contar los días y las noches o si en algún tiempo decidí hacerlo  ya ni me acuerdo. Bueno, es un lio tan complejo e inútil que solo pienso en ello cuando me aburro, como un bonito juego en el que importa más entretenerse en buscar una solución que en encontrarla.

Apenas nace el día, es decir, desaparece la negrura y aparece ese círculo brillante, salgo de mi choza y comienzo la tarea. Mi choza es poco más que cuatro palos con techo, pero no necesito nada más, el clima es excelente aunque mi memoria registra alguna época de frío en que tuve que confeccionarme vestidos con cortezas de arboles y arreglar la choza con troncos, ramas y musgo para evitar el viento frío que soplaba de las montañas.

La tarea consiste en cortar la madera en las montañas, con un hacha de piedra que me construí en cuanto decidí pasar al otro lado del Gran Rio; al principio de mi existencia, si es que existencia y recuerdo van unidos. Las montañas están al otro lado del desierto y toda la zona está llena de árboles, de grandes bosques inagotables; la voy acumulando junto al rio, comienzo un nuevo puente o continuo con el ya comenzado si aún no se ha hundido. Por suerte el desierto no es muy extenso ni tan duro que no pueda ser atravesado una y otra vez, de noche y con unas cuentas calabazas huecas repletas de agua. Esto lo pienso comparando la realidad con una vaga sensación de haber visto otros desiertos, otras montañas, otros bosques, otras realidades. Puede que no sea así, lo pienso, y eso me basta y me sobra.

Cada puente es distinto, una diferente obra de ingeniería, un nuevo modelo sacado del infinito archivo de mi mente, donde hay de todo, muy confuso y revuelto, pero de todo. Todavía no he  descubierto por qué todos los puentes se acaban hundiendo siempre, parece una maldición,  un concepto muy oscuro que parece proceder de una vida anterior que no recuerdo. Sigo las leyes físicas que he llegado a conocer, pero una mano invisible aniquila todos mis esfuerzos. Es posible que haya cosas esenciales que aún no conozco, incluso después de haber perdido la memoria de mis años que podrían haber llenado el tronco de muchos bosques con líneas simulando cada día y cada noche pasada. He llegado a pensar que soy un juguete manipulado por algún ser poderoso e invisible, un cachorro ignorante de ser que aún no ha llegado a la madurez o el más estúpido de los seres, si existe alguno además de mi, o un grupo de seres menos poderosos pero aún más malvados, que han decidido utilizarme como su bufón, en lugar de admitirme en su comunidad. Tal vez sea un poco de todo esto o un mucho de nada. He pasado tanto tiempo pensando, en mis ratos libres, que ya no puedo estar seguro ni de existir, la lógica me ha enjaulado en su eterno laberinto y he llegado a creer que solo encontraré la salida cuando aniquile los razonamientos y empiece otro camino desde el principio, aunque aún no sé qué camino ni dónde está su principio.

 

Tal vez haya otras formas de conocer, otras fuentes de sabiduría dentro de mí, pero no me atrevo a romper los esquemas, a tirar mis conocimientos. No puedo volver a nacer después de tanto tiempo. El nacimiento, un concepto que surgió en mi mente hace mucho tiempo, para explicarme de alguna manera mis orígenes. No quiero creer que todo ha sido inútil, me resisto admitir que me he equivocado. Puede que tirando las muletas pueda recorrer otros caminos, pero ¿cómo arrojarlas al “Gran Rio”, donde jamás las recuperaría, si luego no puedo andar sin ellas y tengo que permanecer aquí, tumbado, torturándome para siempre? Sé o intuyo o creo-¡qué importa! -que al otro lado del inmenso rio puede estar la respuesta o al menos podré ver otros seres semejantes, hablar con ellos, aprendiendo su lenguaje, compartiendo cosas o ideas, sentimientos, pero ¿cómo llegar a ellos? No se puede luchar contra la corriente, no he aprendido a nadar y jamás aprenderé porque el Gran Río es demasiado caudaloso y peligroso, no puedo arriesgarme, una vez fabriqué una cuerda con el tallo de ciertos vegetales fibrosos y a punto estuve de perder la vida, lo único que tengo;  no jugaré teniendo todo en contra: solo puedo perder. Además si nadie ha llegado hasta aquí nadando, o de cualquier otra forma,  es que no se puede hacer o que no existen otros seres, prefiero pensar lo primero, no tendría sentido pasar al otro lado para estar tan solo como lo estoy a este lado.

Me queda un vago recuerdo de haberlo intentado ya todo al principio de mi historia, de mi vida o de lo que sea esto. Recuerdo haber explorado, buscando nuevos paisajes, nuevos seres, otras formas de vida, para descubrir que el Gran Río forma un gran círculo alrededor de este territorio, lo rodea totalmente, su caudal regresa al punto de partida, suponiendo que sea así, y luego continúa deslizándose hacia abajo, un concepto que también nace de confusos recuerdos. Pienso que el terreno se inclina hacia algún punto que no puedo definir. Lo que no entiendo es cómo logra rodear este territorio, para luego seguir. He decidido llamar isla aun terreno rodeado de agua. Puede que ahí fuera haya cosas aún más extrañas.

También al principio intenté construir lo que yo llamo balsa o barco para llegar al otro lado, pero me encontré con la dificultad de lograr que no fuera arrastrada por el gran caudal. No podía fabricar una cuerda tan larga que cruzara el río, pero lo peor era conseguir atarla al otro lado. Sin ello era un gran riesgo dejarse arrastrar por el Gran Rio, no sabía si me llevaría a un territorio mejor o mucho peor. Aún así, decidí probar, construí una balsa y dejé que la corriente la arrastrara. Fue hundida antes de desaparecer de mi vista. Un gigantesco ser salió del agua y con su enorme boca en su gran cabeza destrozó los troncos como si fueran tallos de flor. Eso me desanimó por completo. No sé cuántos de estos seres terribles habitan el río, la posibilidad de que no atacaran la balsa en la que yo viajara sería muy remota. Me limito a pescar otros seres más pequeños que nadan por el río, a los que llamo peces.

Antes de que se me ocurriera la idea del puente, mi prioridad fue sobrevivir. Necesitaba alimento. Descubrir las plantas que podía comer sin sufrir graves consecuencias me llevó mucho tiempo y fue muy trabajoso. Creo que nunca lo hubiera conseguido de no ser por los confusos recuerdos que acudían a mí todos los días. Me acostumbré a hacerles caso y estoy convencido de que ello me salvó la vida. Recolectar plantas me llevaba demasiado tiempo y esfuerzo, así decidí plantar aquellas que resultaban más alimenticias y sabrosas cerca de mi choza, regarlas y ver cómo iban creciendo, más con ciertos cuidados. El frío me obligó a buscar plantas lejanas que seguían creciendo incluso con bajas temperaturas. Pero eso no era suficiente. Descubrir y acechar animales que podrían servirme de comida fue la etapa más difícil y dolorosa. En algún momento, sin saber por qué, imaginé que aquellos seres, en su mayoría diminutos, bien podían llegar a aliviar mi soledad, una prioridad tan importante que llegué a plantearme una especie de relación amistosa con ellos, un concepto también confuso que me llegó de algún lugar oculto de mi mente, pero la necesidad de supervivencia en los ciclos fríos me obligó a hacer algo que no deseaba. Incluso lo probé durante el primer ciclo frío, pero estuve a punto de morir, así que decidí que mi supervivencia era mejor y superior a la suya. No tenía otra opción. Descubrí que su carne era un excelente alimento y algunas eran muy sabrosas, deliciosas. Así que aprendí a matar y ese fue un punto sin retorno. Ya no podía parar y resultó inútil la estrategia de dejar con vida a aquellos que, a mi juicio, reunían mejores condiciones para ser mis amigos. Algo, no sé qué, hacía que todos los animales me huyeran, incluso aquellos a los que respetaba la vida. Ya no pude convencerles de que mi presencia les trajera algo que no fuera muerte.

Por suerte para mí no descubrí ningún animal mayor que yo, poderoso depredador, que pusiera mi vida en peligro. Allí era el amo y señor, algo que en un principio no tenía el menor significado, estaba solo, era capaz de sobrevivir pero aquella vida no tenía el menor interés, salvo que encontrara algo mejor. Tras la muerte de mis primeras presas me sentí anonadado, lloré durante varios días y finalmente me acosté en mi jergón de hojas, esperando la muerte. El hambre no me lo permitió. Volví a comer, pero solo plantas, finalmente el frío y la debilidad me hizo volver a la carne. Solo mataba cuando comenzaba a notar una preocupante falta de fuerzas. Algo me impulsó a pedir perdón a cada presa cobrada, colgué sus calaveras de los árboles más próximos y hablaba con ellas cuando me sentía un ser repugnante, lo que cada vez era más frecuente.

La soledad resultaba insufrible. Fue entonces cuando se me ocurrió la idea del puente sobre el río. Parecía algo disparatado, sin embargo era lo único que tenía para alimentar mi esperanza. Los primeros puentes no eran otra cosa que un vano intento de colocar algún pilar cerca de la orilla y mantenerlo firme. La corriente se llevaba al poco tiempo un trabajo denonado durante toda una estación. No era sencillo viajar hasta los bosques, cortar árboles, podar sus ramas y arrastrarlos por el desierto hasta la orilla del Gran Río. Cuando acumulaba suficiente material comenzaba la tarea de iniciar el puente. Extrañas y sorprendentes ideas me llevaron a intentar estrategias de construcción que parecían funcionar durante un tiempo, especialmente en el ciclo de calor, cuando el río, tras un pequeño periodo de gran y rápido caudal, disminuía su fuerza y las orillas se introducían más adentro. Se me ocurrió hacer profundos agujeros, clavando en ellos los pilares, rellenándolos de tierra y piedras, sujetándolos con otros troncos, a su vez clavados en otros agujeros, y los puentes comenzaron a hacerse más largos y seguros. Solo cuando se iniciaba el ciclo de lluvia y frío, el puente terminaba por derrumbarse, aunque siempre quedaba un trozo cercano a la orilla que parecía resistir todos los embates de la corriente. Eso me permitió no empezar desde cero tras el hundimiento de cada puente. Poco a poco fui avanzando. Cuando gran parte del río se helaba, cavaba nuevos agujeros, atravesaba el hielo, luego la tierra e hincaba un nuevo pilar, más alto, más robusto. De esta manera la primera etapa del puente era segura, resistía a casi todo, aunque las zonas más cercanas al centro siempre terminaban por derrumbarse. Era una tarea demoledora que terminaba con mis fuerzas. Cada vez cazaba más, el huerto iba creciendo y aumentaba mi sabiduría sobre plantas y animales. Cada vez que se hundía un puente me daba un respiro, dejaba de trabajar una temporada, comía bien, descansaba y me dedicaba a pensar, a darle vueltas a todo y a disfrutar con pequeños juegos que me inventaba. Pero eso no duraba mucho, necesitaba imperiosamente saber si había alguien al otro lado del río, necesitaba compañía, dejar de estar solo, necesitaba nuevos horizontes, nuevos paisajes, saber si existía algo mejor.

CLAVE I (OPERACIÓN RESCATE)


 

L

 

NOTA INTRODUCTORIA/ Se trata de uno de mis relatos más antiguos, en plena etapa juvenil, y surgió de un sueño, como muchos de mis relatos. Fue mi primer sueño largo y el más extraordinario de todos. En aquel tiempo llevaba unos meses trabajando sin descanso con la relajación y otras técnicas de yoga mental, a menudo me quedaba profundamente dormido, a medias de una relajación, sobre todo si la hacía en la cama y después de comer, durante la siesta. Algunas veces me despertaban mis horrísonos ronquidos. El sueño profundo está considerado por grandes figuras de la sabiduría esotérica como uno de los estados de consciencia más positivos y que genera más consecuencias revitalizantes para el cuerpo físico, la mente, y nuestra individualidad. Un sueño profundo de diez minutos puede sustituir horas de sueño normal y traer a nuestra consciencia estados espirituales tan elevados como en las mejores meditaciones. Lo que yo ignoraba era que el sueño profundo pudiera hacerte viajar por la eternidad y que luego pudieras recordar buena parte del sueño al despertar.La sensación que yo tuve cuando volví a la consciencia fue que el sueño había durado horas y horas. No fue así porque según el despertador apenas había transcurrido una hora, pero no me hubiera sorprendido lo más mínimo de haber transcurrido varios días o incluso un mes.

La impresión que me produjo el sueño y el impacto de los recuerdos de aquel misterioso viaje fue tal que decidí escribir inmediatamente todo lo que recordaba. Conforme lo iba haciendo el sueño se fue desvaneciendo poco a poco y tornándose muy confuso, no obstante siempre perviviría en mi la sensación de haber sido guiado por alguna entidad espiritual desde mi más remoto pasado hasta mi más lejano futuro. Por aquellos tiempos también estaba muy interesado en el fenómeno ovni e incluso en los delirios que me producía mi enfermedad mental llegaba a obsesionarme hasta extremos muy peligrosos. Aquel sueño comenzaba con una abducción por un ovni en uno de mis paseos por la montaña, sufría una de esas experiencias curiosas que yo había leído ya en el relato de otras supuestas abducciones. Lo que me resultaba completamente nuevo fue aquella extraña comparecencia en una nave extraterrestre ante los doce ancianos de los días y luego aquella supuesta visión en un insólito monitor de televisión de lo que había sido mi vida hasta ese momento, no solo mi vida actual sino, digamos, desde que fuera creado como partícula consciente, pasando por todo tipo de vida, mineral, vegetal, animal, hasta todas y cada una de mis reencarnaciones. La historia continuaba desde el momento presente de mi vida hasta mi muerte y más allá, más vidas, más historias, al tiempo que toda la historia de la especie humana se me ponía de manifiesto con toda profundidad e intensidad.

Aquel sueño llegó a obsesionarme durante muchos, muchos años. Al final decidí deshacerme de él transformándolo en un simple relato sobre ovnis. Y así quedó. En momentos puntuales de mi vida es como si algún recuerdo de aquel sueño olvidado regresara a mí, haciéndome vivir determinadas situaciones como un dejá vu. No se puede decir que este sea el mejor momento de la humanidad y del planeta, pero aún se me hace muy cuesta arriba aceptar aquella escena final del sueño en la que se procedía al rescate de los supervivientes de aquella humanidad para su traslado a otro planeta. Aunque la mayor parte del sueño lo pudiera encuadrar en uno de mis delirios de enfermo mental, la parte central, aquel largo viaje que la humanidad había seguido hasta su rescate definitivo siempre me pareció intensamente real y probable. La pérdida de memoria de los detalles de aquel sueño hacen que cuando algo se reaviva en mí, como un dejá vu, me ponga en guardia para no caer en algún delirio obsesivo.

Este es uno de mis primeros relatos y no me parece bueno, ni siquiera merecería salvarse sino fuera porque de alguna manera refleja lo básico de aquel sueño. He decidido intentar mejorarlo, en lo posible, y olvidarme de él definitivamente.

 

     CLAVE 1 (OPERACIÓN RESCATE)                UN RELATO SOBRE OVNIS

I

 

Mientras la niebla comienza a bajar de la alta montaña, en sutiles oleadas, cubriéndolo todo con el velo que protege su desnudo cuerpo invisible, con rapidez temerosa escoge un lugar resguardado, en medio de unas escobas y monta la tienda de campaña a apresurados trompicones. Apenas ha terminado de hacerlo una lluvia fina y penetrante comienza a caer con lasitud, empapando la hierba seca a su alrededor.

 

Ha resguardado la mochila en el interior y se acomoda como puede en un espacio tan diminuto. Se siente cansado, agotado, tras una larga caminata a través de montañas y bosques. Necesita relajar los músculos, pero sobre todo la mente que siente aún más embotada que el cuerpo. Respira con ritmo forzado, boca arriba, en la postura más cómoda posible y con los ojos cerrados; una cierta agitación le incomoda al principio pero poco a poco va llegando la calma; muy suavemente toma aire, en respiraciones profundas, hasta que la mente revive,  y entonces con gran alivio vuelve a retomar las riendas que el agotamiento le arrebatara. El más dulce de los sueños le está llamando.

 

Un recuerdo le asalta con la brusquedad de una inoportuna tormenta que estuviera oscureciendo el cielo azul de un maravilloso día de verano. Aquella extraña sensación, al ir trepando por  la montaña, se le hace presente ahora con intensidad alucinatoria. Con una mano poderosa alguien parece tomar su nuca, empujándolo hacia arriba, sube con prisa, casi con angustia, los últimos metros que le quedan hasta la cumbre. No puede creer lo que está viviendo. Nunca ha perdido el control de  forma tan rápida y misteriosa, ni siquiera le sucede en los sueños, tan misteriosamente imaginativos, que le persiguen desde la niñez en forma cíclica.

 

Se sienta y espera sobre la elevada cumbre, mientras el viento ruge a su alrededor, a que algo maravilloso llegue del horizonte, que no deja de contemplar con ojos extasiados. La puesta de sol es muy hermosa, observa cada detalle del horizonte con ojos nuevos, absolutamente maravillados. Resulta curioso que su mirada en ningún momento se aparte de un punto del cielo,  por encima de una montaña situada hacia el este. Su comportamiento no es normal, al contrario le resulta en extremo chocante; en especial el hecho de quedarse allí mientras la noche se le va echando encima, sin pensar ni por un instante en lo que está haciendo. A pesar de ello no se pierde ni un solo detalle del entorno que se domina desde la cumbre, matices que en otro momento le hubieran pasado desapercibidos.

 

La oscuridad  llega poco a poco, casi de puntillas. Solo cuando la noche está ya cerrada despierta bruscamente de su letargo y en un segundo se hace cargo de la situación. Es muy arriesgado intentar bajar ahora, aunque algunas estrellas punteen el cielo, la visión es muy difusa, un simple tropezón y se despeñaría montaña abajo. Por otro lado quedarse allí, a la intemperie, a merced de todos los vientos, exponerse cuando menos a una pulmonía, sino a la congelación es muy arriesgado. Sin ropa adecuada no tendrá muchas posibilidades de sobrevivir al intenso frío de la noche. Lo  piensa con toda la frialdad que le permite el miedo, ya casi pánico, que se adueña de sus emociones.

 

Antes de tomar una decisión se produce lo inesperado. Una luz brillante llama su atención, justo en el punto que ha estado contemplando toda la tarde. Parpadea claramente tres veces y se lanza hacia arriba a una velocidad vertiginosa para volver a su primera posición y allí permanece, quieta, inmóvil, como una estrella más.

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