Categoría: Una temporada en el infierno

EL INFIERNO DE LOS VIOLENTOS I


 
EL INFIERNO DE LOS VIOLENTOS

Por supuesto que mi afirmación al rematar el capítulo anterior era una broma. Yo no soy Bugs Bunny, el conejo de la suerte… Si así fuera ahora no estaría en el Infierno, sino en el Paraíso, algo que no desespero de alcanzar algún día de estos. Estoy seguro de que se han sentido un tanto desconcertados por este toque de humor, porque en el Infierno rechina un poco o más bien diría que es inaceptable. ¿Humor en el Infierno? Entonces sería de pega. Y si hubiera amor todos querríamos escaldarnos en él, en vez de aburrirnos en el Cielo.

Tienen ustedes toda la razón del mundo. Aquí hay de todo, como en botica, menos humor. De amor no hablo porque se reirían y ya estaríamos de nuevo a vueltas con el humor. Ni siquiera en el Infierno de los humoristas existe ni un ápice de humor. No, no escucharán una sola risa. ¿En qué consiste su tormento? Lo sabrán a su debido tiempo.

Si estamos en el Infierno lo lógico es que todo el mundo sufra, aquí nadie se libra de su tormento. Si alguien quiere felicidad que se vaya al Nirvana; si quieren amor al Cielo; si quieren humor al club de la comedia. Sí, porque aunque el humor debería ser una cualidad divina y empapar el Cielo de arriba abajo, yo no lo tengo tan claro. ¡Qué quieren que les diga!

Si esto fuera una película de dibujos animados, yo podría ser Bugs Bunny, el conejo de la suerte o de la mala suerte, puesto que estoy danzando por el Infierno, de un tormento a otro. Y ustedes podrían ver lo que voy a mostrarles ahora con una sonrisa en la boca, sin inmutarse. Al fin y al cabo los cuerpos de los dibujos carecen de solidez, de sensibilidad, y se pueden trocear sin otra consecuencia que la risa del espectador sádico. La piel de los dibujos es solo pintura, que se puede quemar con toda tranquilidad, con gasolina y un mechero, pongamos por caso, o rasgar con una sierra mecánica y aquí no pasa nada. Sin embargo debo decirles que esto no es una película de dibujos animados. Esto no es la vida en dibujos o caricaturas. Esto es el Infierno, con todas las consecuencias, y por lo tanto sobran las bromitas y las sonrisitas.

Lo que les voy a mostrar es la sección más terrible del Infierno. Por eso hoy estoy tan serio. Nada de bromas. Les voy a mostrar…¡Y dale! En realidad tan solo se lo voy a describir con mi bolígrafo Bic, con el que estoy escribiendo en un taco de pos-it, lo único que pude salvar de la aduana, lo que está sucediendo en la caldera de los condenados violentos. El estúpido demonio aduanero me requisó la cámara de vídeo, el móvil… Vamos, vamos, como que me dejó en pelota picada. Algo que no les he dicho hasta este momento, por vergüenza. Si bien es cierto que aquí todos, demonios y condenados, andan en bolas, como si tal cosa, a mí me sigue dando vergüenza. ¡Que le voy a hacer! El bolígrafo, el taco de pos-it y algunas cosillas más, que logré escamotear del avieso demonio aduanero, lo llevo en una mariconera que me cuelga del cuello, llegando hasta la barriga, por lo que no consigo ocultar mis partes pudendas. Parezco un cangurito gentil. Lo de mariconera no lo digo porque sea homófobo, que no lo soy, sino porque aquí es como lo llaman tanto demonios como condenados. Aunque no se lo crean también en el Infierno hay mucho machismo, sentimientos homófobos, maltrato, desigualdad de género y demás. Se lucha por evolucionar, si bien aquí lo que cuenta es que cada condenado sufra su tormento y cada demonio cumpla con su deber. No siempre es así. Como en toda burocracia, hay muchos fallos, las cosas se enredan y no hay Dios que las desenrede. Podría hablarles de ello y del transporte o de la comida, o de la vestimenta de gala (el traje de Eva es el de labor) o de las modas que imperan también por aquí. Podría hablarles de casi cualquier tema, con tal de librarme de describirles lo que están viendo mis ojos.

Para mí sería mucho más cómodo grabar en vídeo estas escenas y enchufarlas a las pantallas de sus televisores. Ustedes opinarían lo que quisieran, yo me iría mientras tanto a echar un pitillo a la calle (lo del tabaco en el Infierno es otro tema) y aquí paz y después gloria (es un decir porque de aquí el único que ha salido para el Cielo es el demonio arrepentido, Sloctik, del que les contaré sus aventuras en otro momento). Por desgracia tendrán que conformarse con mi cálido (aquí hay un calor que hasta calienta las palabras) verbo. Dicen que una imagen vale más de mil palabras, pues bien trataré de que sean dos mil por cada imagen.

La caldera de los violentos es la más grande del Infierno, con mucha diferencia. No porque los violentos necesiten más espacio que nadie, que lo necesitan, como les voy a explicar, sino sobre todo porque son muchos, muchísimos. Si el clásico dijo aquello de “infinitus es númerus stultorum”, es decir, el número de los idiotas es infinito, el de los violentos no se queda atrás, sino que se adelanta corriendo. Si no me creen extiendan su mano derecha y vayan contando con los dedos.
Los lujuriosos son cuatro gatos-dedos: Don Juan Tenorio, Casanova, Mesalina y el fundador del Playboy. ¿Han visto? Lews ha sobrado un dedo de la mano derecha. Si hicieran lo mismo en otras secciones del Infierno les pasaría tres cuartas partes de lo ya sabido. Pero no estamos aquí para perder el tiempo, aunque aquí no haya tiempo, como no me cansaré nunca de repetirles. El Infierno es cuántico, por eso dicen que está a mucha profundidad bajo nuestros pies, justo donde comienzan las partículas y subpartículas atómicas. Como saben en el cuántico uno puede estar vivo o muerto al mismo tiempo, es la paradoja del gato de… (jeje, no se lo saben, ¡vaya con el nombrecito!). También pueden estar arriba o abajo, aquí o allá. Por eso todo lo que sucede aquí, en el Infierno, es muy raro, tal como en el universo cuántico, donde nadie se aclara, ni los genios de la física, ni los tontos de la política, nadie.

Creo que les estaba diciendo (me estoy enrollando como una persiana para evitar desplegar ante ustedes los tormentos de los condenados violentos) que los violentos necesitan mucho espacio. No soportan a nadie cerca, por eso se pasan la vida pegando tiros o poniendo bombas y lanzan misiles o se lían a navajazos, lo que sea, con tal de tener su entorno muy despejadito.

Necesitan mucho espacio por la razón que les di antes, porque son tantos como arenas en la playa. Si no me creen extiendan las dos manos, descálcense y extiendan los pies, de manera que puedan verse los dedos y comiencen a contar:
.Caín-un dedo- Alejandro el Magno-otro… Napoleón el Buonaparte, tres. Y aquí me dedo en el contaje de dedos, háganlo ustedes por mí, mientras yo les doy nombres. Los dictadores que nos han asolado con su certeza de saber el camino y han intentado llevarnos por él a latigazos. Me ahorraran que les recite toda la lista, desde los emperadores persas, y antes, mucho antes, los arios, los césares romanos (Calígula, Nerón y Cia.) pasando por Atila, el rey de los hunos que quería serlo también de los otros, de todos. Kublaikan, el gran mongol… De los asesinos en serie solo les voy a citar a Jack el destripador, el más conocido, y voy a rematar con el mayor dictador, violento y genocida de la historia de la humanidad: Heil Hitler.

¿Cuántos dedos llevan ya? Seguro que han perdido la cuenta, han contado tantas veces los dedos de sus manos y de sus pies y los dedos del de enfrente que ya no saben si han llegado al infinito o se han quedado a las puertas. ¿Ven lo que les decía? Infinitus is númerus violentus.

Bien, por mucho que lo he intentado, ya no puedo dilatar más el momento. Estoy sobre una colina de brasas. No sufro porque en realidad no soy un condenado (algo que muchos de ustedes han pensado y deseado, lo sé de buena tinta) sino un visitante, con la famosa tarjetita que te cuelgan al cuello. Por eso no puedo sufrir los tormentos del Infierno, aunque quisiera. Aún no he sido condenado, aunque estoy en puertas. Espero que de ser así, comience por la sección de los lujuriosos, luego me lleven a la de los glotones y después de pasar por todas las demás, me permitan dejar la sección de los violentos para el final, si es que no puedo librarme de ella.

He sacado mis prismáticos (otra de las cosillas que logré escaquear del olfato del aduanero demoniaco) y miro la gran caldera que tengo delante. Es enorme, ciertamente lo es y no una metáfora. Diría que es casi infinita, puesto que no veo el final. A pesar de ello está a tope. No cabe un condenado más, ni una paja más en el pajar, ni un alfiler más en el alfiletero. Se parece bastante a una lata de sardinas en aceite de oliva hirviendo o al camarote de los hermanos Marx… solo que repleto de bombas lapa pegadas a los culos de los pasajeros.

Sí, efectivamente, el suelo de la caldera está plagado de minas unipersonales, y los culos de los condenados de bombas lapa. El resto del armamento, con el que son atormentados, se compone de tiros disparados por pistolas y revólveres, metralletas AK-43 y demás modelos, bombas fragmentarias y hasta misiles y bombas atómicas unipersonales. Aquí hay de todo y cada pieza de armamento está diseñada y colocada en el sitio adecuado para que cada condenado sufra lo máximo en el menor tiempo posible.

Aquí Satanás y Cia se han esmerado, han tirado la casa ardiendo por la ventana y contratado a los ingenieros más ingeniosos y a los genios de la ciencia más perversos…Me he interrumpido para mirar con la boca abierta un misil unipersonal que ha despegado de alguna parte, no sé cuál, y echando un apestoso y azufroso fuego por el culo o la retaguardia, como prefieran, y haciendo un ruido tremendo (Brooommmmm o algo parecido), ha volado sobre las cabezas de los condenados, una y otra vez, a toda velocidad, como alargando el suspense de quién será el afortunado y le ha caído en el cráneo a uno de ellos, o tal vez le ha entrado por el trasero, eso no lo puedo saber porque ha explotado de inmediato y del condenado no ha quedado ni una esquirla de hueso.

Es curioso, porque los demás, a pesar de estar pegaditos, no sufren las consecuencias, ni un trozo de víscera pegado a su piel, ni una gota de sangre… nada. Si no te toca ya puedes quedarte tranquilo… ¡Pero si te toca! Ya me gustaría a mí, ya, que los ingenieros y científicos terráqueos tuvieran estos misiles unipersonales, así, al menos, se evitarían los daños colaterales. Esto es tecnología punta donde la haya.

Verán, esto es algo realmente espantoso. Los condenados están pegaditos unos a otros, y de puntillas, porque en cuanto se descuidan, su peso, cayendo sobre la mina unipersonal, la hace estallar. El condenado de turno sufre las consecuencias, se queda sin pierna, sin las dos, sin bajo vientre (a algunos les vuelan las pelotas como si fueran de tenis), incluso el cuerpo entero se convierte en un amasijo de carne y hueso enrojecido. Sangran como cerdos, gritan como demonios o simplemente mueren en décimas de segundo (eso sí, sintiendo toda la terrible angustia de la muerte a la máxima potencia). Si esto fuera el planeta Tierra, y no el Infierno, sería una muerte dulce. Sin embargo en el Infierno cuántico el tiempo no existe o si existe se puede alargar y acortar o dimensionar de mil formas. Por lo que da lo mismo la forma en la que mueras, el sufrimiento es el máximo posible y durante el mayor tiempo que uno se pueda imaginar. No es un sufrimiento normal y corriente, como sucede en la Tierra, en la que te puedes quedar sin pierna por la explosión de una mina unipersonal, pero te desmayas enseguida y cuando te despiertas estás en el hospital, sedado, eso suponiendo que existan hospitales cerca y que te pillen a tiempo y no mueras antes o que no se les haya terminado la morfina. En cualquier caso, salvo caso de torturas sistemáticas, en cuartos iluminados de forma permanente para que te vuelvas loco o el tormento del ahogo que nunca terminan de ahogarte del todo, o tantos y tantos otros tormentos… inventados por el ser humano a lo largo de su historia, les decía que salvo en estos casos, la muerte violenta en el planeta Tierra no deja de ser mucho más liviana y agradable que en el Infierno de los violentos.

Aquí el sufrimiento que padecen los condenados violentos es intensísimos, ni punto de comparación con el que infligieron en su día a sus víctimas, por muchas que fueran y por mucho que les hicieran sufrir. Prefiero no pensar en ello, prefiero dejar la empatía a un lado. Se me revuelven las tripas y me veré obligado a salir pitando, porque no aguanto más. Si ustedes se pusieran en la piel de estos condenados y desarrollaran y desplegaran toda su capacidad de empatía, el sufrimiento les volvería locos. Por eso no les aconsejo que lo hagan.

¿Por qué no se vuelven locos estos condenados violentos que han sido capaces de infligir castigos parecidos a decenas o centenares o millares de víctimas? Recuerden que son violentos. Perdieron su capacidad de empatía, y no solo eso, porque al fin y al cabo, lo que sufran los demás a mi ni plín, ni plán. También han aumentado el umbral del dolor hasta límites inconcebibles. No porque en la Tierra hubieran sufrido mucho (los que más han sufrido no han llegado ni a la suela de los zapatos de sus víctimas) sino porque una vez aquí, y en la caldera, estallándote en el culo bomba lapa cada dos por tres o haciéndote volar en mil pedazos una mina unipersonal, en cuanto te descuidas, o recibiendo disparos en la nuca a cada instante o ráfagas de fusiles ametralladores o viendo cómo se te meten por el trasero misiles unipersonales o cómo de pronto te estalla bajo los pies una bomba atómica unipersonal (¡que vaya calor desprende, ozú mi arma!), uno aumenta el umbral del dolor casi hasta el infinito o se volvería loco, si pudiera y lo dejaran.

Es una pena que a ellos no les hubieran hecho lo mismo durante su vida en el planeta Tierra. Se hubieran arrepentido a tiempo y ahora no estarían aquí. Claro que los que les hubieran hecho eso también estarían aquí por violentos. O sea, que es la pescadilla que se muerde la cola y mea y no echa gota. En cuanto inicias la violencia ya no hay vuelta para atrás y todos los violentos acaban en las calderas de Pedro Botero. Porque estas sí, estas son las famosas calderas del Pedrito Botero, ese. Y me disculparán porque voy a salir pitando, vomitando, y con un sufrimiento tan atroz en todo el cuerpo y en toda el alma que necesito con urgencia un hospital y una buena enfermera.

EL DEMONIO ARREPENTIDO III


Lamento esta inoportuna intromisión de la realidad física y material, la única existente y la única posible, y que uno de los demonios del Consejo –no voy a decir cual- se hiciera madridista a fuerza de ausentarse del Infierno y disfrazado como un forofo cualquiera presenciara partido tras partido en el Bernabeu en la mejor época de este equipo que viste de blanco, lo contrario a los demonios, que visten de negro. Debo decir que en el Infierno en este momento no debe haber seguidores del Barça, porque todos están en el Cielo… de momento… porque a pesar de que el Cielo y el Infierno duran para siempre, los acontecimientos terrenos cambian cada dos por tres y lo que ayer fue blanco hoy es negro y lo que ayer fue negro hoy es blaugrana. Y no voy a decir más porque me pierdo y mi hija es culé y mi hijo merengue y con todo ello voy a hacerme turrón navideño.

Como esto es un microrelato no puedo ni debo seguir con el resto del himno. Interesados pueden pedirlo a Amazing Inferno, le será enviado sin gastos. Un detalle me puso los pelos de punta. Se oyó una voz infernal cantando el himno del Barça y los restantes demonios dejaron de cantar el himno infernal para cantar el himno del Madrid, aún con más fuerza, no fuera que alguno más estuviera pensando en arrepentirse.

Y mientras el demonio arrepentido Sloctik era arrebatado a los cielos por el arcángel Miradél, Satanás y Luzbél exclamaron:

¿Por qué…por qué?

Sloctik miró hacia atrás un momento y a sus negras orejas la exclamación de jefe y lugarteniente llegó como un triste:

¿Poqué… poqué?

Y apenas arcángel y demonio se perdieron de vista todos los demonios del Consejo corrieron a una especie de bunker informatizado y encendieron los monitores. Así pudieron presenciar el vuelo de Sloctik en directo y así esperaban ver el resto de la película angelical, porque el sello que le había sido estampado en la frente al demonio arrepentido no era tal sello, sino una cámara oculta.


Se oyeron carcajadas. Todos se felicitaron, dándose fuertes palmadas en los cuernos y jugando con los rabos.

-Hemos engañado a ese idiota de Miradél. El muy “gilipollas” pensó que sería más astuto que un demonio del Infierno.

¿Qué otras sorpresas nos deparará el largo viaje celestial de Sloctik? Las narraremos a su debido tiempo. Ahora nos espera una nueva visita el demonio económico y concretamente al infernal juego de la bolsa. Ustedes me disculparán, pero debo terminar rápidamente este microrelato para dedicarme a uno de mis culebrones. Que ustedes lo pasen bien en el Purgatorio. ¿Qué cómo digo? ¿Acaso no lo sabían? La Tierra es el Purgatorio. Pocos llegarán algún día al Cielo, porque la mayoría se despeñarán en el Infierno. Vivimos en una sociedad corrupta, lujuriosa y en crisis económica. Ándense con ojo. Puede que el Infierno esté más cerca de lo que parece. Cita de las profecías de San Malaquías, revisadas por Nostradamus… Amén.

EL INFIERNO ECONÓMICO

EL INFIERNO ECONÓMICO

EL TORMENTO DE LA BOLSA

Hasta ahora me he negado a contarles qué hago yo en el infierno, cómo llegué a él, quién soy, etc etc. No se preocupen, seguiré “punto en boca” hasta el final de la historia. Imagino que estarán pensando en que si estoy aquí es porque soy una buena pieza y porque me lo he ganado a pulso y…Seguro que tienen razón y aún se quedan cortos. No obstante permítanme que no desvele el secreto hasta el último párrafo de esta historia. Ya saben, por eso del suspense. Bástenles con saber que soy un simple invitado y de invitado a condenado no hay precisamente mucho trecho. Te pueden invitar a visitar el Infierno y luego contar todo lo que allí ocurre, como si fueras un reportero intrépido, y luego los demonios te agarran el culo con el tridente y te arrojan a una caldera. ¿Cómo saben luego los demás demonios que eres un invitado y no un condenado, si no llevas el DNI en la boca, y aquí todo el mundo anda desnudo y sin pegatinas que digan que eres VIP o un proletario para ser molido en el molino del capitalismo y del libre-mercado?

Es la angustia que me consume y el miedo que me hace mirar para todos los lados antes de cruzar de una caldera a otra. Me voy librando, lo que no significa que en cualquier momento cruce la línea de la que ya no se vuelve. Debo decirles que bastante tengo con la vida terrenal como para irme al infierno por propia voluntad. ¿No les parece suficiente tormento la vida que llevan en un planeta llamado Tierra? ¿Nooo? Pues no se preocupen que aquí los demonios no dirán nunca que no a torturar a un masoquista que se apunta voluntariamente al tormento. Háganme llegar su deseo y estarán en el Infierno en menos que cuento mi historia… porque como saben, aquí no existe el tiempo.

Permítanme que insista en eso del tiempo, aunque pueda parecerles un pesado, un cansino digno de que le suban la prima de riesgo hasta los cuatrocientos o incluso quinientos, si me apuran. Verán. Esto es algo bastante parecido al universo cuántico. Si no saben qué es la física cuántica es lo que ganan, porque nunca la entenderían ni aunque se lo explicara Einstein, quien por cierto está perdiendo su aureola de santo científico que descubrió el dogma sagrado etc etc. Como saben se ha descubierto alguna partícula desmadrada que supera la velocidad de la luz. Seguro que se escapó del Infierno en un descuido.

Me ha bastando con pensar en el infierno económico y ¡zape! Ya estoy aquí, sobre un montículo pelado y más negro que el carbón. Desde esta cómoda altura he podido observar cómo un condenado económico ha salido de la caldera. Algo bastante insólito, por cierto, y que solo ocurre muy de vez en cuando, de higos a peras, vamos, solo que recalentadas en el horno. Por suerte me ha sido dado poder disfrutar de un evento tan esplendoroso. Con mucho disimulo estoy siguiendo al condenado. ¡Chiiis! Les ruego silencio, no quiero que me descubra y me chafe la exclusiva. Al parecer se trata de un especulador bursátil, uno de esos pecadores tan odiados por el 15-M y con toda razón. Un demonio negro como el carbón…mejor dicho como boca de lobo… mejor dicho… Me perdonarán pero aquí en el Infierno, con tanta oscuridad y rechinar de dientes las neuronas me patinan un poco y caigo en manidas metáforas y viejos tópicos. Decía que un demonio blanco como el Madrid (¡basta ya! Dejémonos de tonterías) y con un tridente muy afilado, que no cesa de clavar en el trasero del especulador, para forzarle a ir más de prisa, va soltando reniegos a cada paso y a mí me está poniendo de los nervios. ¿Cuándo terminará esta tortura?

No me sorprende la reticencia del condenado. Sabe muy bien que al final del estrecho sendero que está siguiendo, sólo le espera otro tormento. Por eso se entretiene mirando el paisaje. Debo decirles que no es gran cosa. Todo está oscuro como… (pongan ustedes la metáfora, que a mí se me acaban) y tan solo una tenue luz rojiza procedente de la caldera que ha dejado atrás ilumina sus pausados pasos. A pesar de ello mira con embeleso a izquierda y derecho, como si en lugar de oscuridad contemplara una radiante alborada. Se hace el remolón. Eso está muy claro, sobre todo para el demonio que le trata como a un perro rabioso, azuzándole con el tridente y dando saltitos y soltando reniegos. A pesar de los esfuerzos del condenado por retrasar lo inevitable el especulador al fin llega a la meta mucho antes de lo que hubiera deseado.
Se trata de una gran cúpula transparente, muy iluminada, y no con luces rojizas, infernales, sino con aparatosas bombillas de bajo consumo, más propias de una discoteca moderna que de un lugar tan anticuado como el Infierno. Sobre la puerta de entrada, un óvalo perfecto, puedo ver en grandes letras: “LASCIATE OMNIA SPERANZA”.

El condenado también las ve, así como a otro demonio que está esperando en la puerta. Debe de tratarse de un diablo VIP, porque viste de impoluto traje de Armani y en lugar de tridente porta un maletín de piel repujada en una mano. Hace un gesto despectivo al demonio del tridente, al parecer de clase ínfima, aún por debajo del proletariado, y éste se retira, no sin antes realizar un gesto obsceno con el dedo índice de su mano derecha. El diablo VIP estrecha con efusión la mano del especulador y le coloca una pegatina reflectante sobre la frente. A continuación le invita a seguirle, con muy buenas maneras.

Aprovechando que la puerta no se ha cerrado tras ellos y que no veo a nadie por los alrededores, me cuelo en el interior de la cúpula. Parece una imitación perfecta de un edificio moderno de Bolsa, incluso es mucho más lujoso y más moderno que las mejores bolsas actuales del planeta, no me atrevo a decir que también de las bolsas del futuro, porque lo más probable es que no exista ninguna. Y me disculparán que no me pare a explicárselo. En el centro o parket o como se diga, observo una gran actividad. Numerosos demonios VIP se mueven por allí, con sus trajes de Armani y sus maletines de piel. A su alrededor condenados económicos, en traje de Adán, realizan una actividad que se parece de la de una Bolsa como una gota de agua a otra. Más que condenados parecen auténticos agentes de bolsa… de una bolsa nudista, claro. Todos se sienten allí como pez en el agua o dinero en la cartera de valores.

Me acerco con disimulo y observo cómo el novato es situado sobre una pequeña plataforma móvil que no cesa de dar vueltas en el centro del reducto. A su alrededor se forma un corrillo y comienza una especie de puja surrealista. Los agentes, en traje de Adán, de Eva las agentes, que también hay y que según la ley de igualdad del Infierno deben de ser el cincuenta por ciento del total, y que no son otra cosa que condenados que realizan ese trabajo por turno estricto, gesticulan como auténticos demonios. La puja termina y un desnudo especulador de bolsa sube a la plataforma y coloca una pegatina sobre el pecho del novato.

Un especulador se había adjudicado la mercancía tras una dura puja. Eso parecía estar muy claro, pero me pregunté cómo podría utilizarla. Sí, le habia puesto su pegatina en el pecho y por lo tanto era de su propiedad, su esclavo. Sin embargo no era capaz de entender cómo se impondría el especulador a su mercancía. Allí no había otras armas que los escasos tridentes que había visto portar a algunos demonios. En cuanto a la violencia física resultaba ridículo pensar en semejante posibilidad. Los condenados estaban tan molidos de los tormentos por los que pasaban como si hubieran estado recibiendo coces de una manada de mulas encolerizadas. ¿Entonces?

Lo supe cuando el especulador quiso obligar a su nueva propiedad a ponerse de rodillas ante él y besarle los pies desnudos. Era estúpida la actitud del amo, aunque bien pensado qué otra cosa se podría hacer con los esclavos. No se les podía obligar a trabajar en los campos de algón, porque allí no había campos ni algodón. Tampoco un especulador les podría utilizar trabajando para él en sus fábricas. Ni siquiera era factible transformarlos en empleados de hogar, porque allí no había hogar, ni desayunos o almuerzos que servir, ni jardín por el que pasar el cortacesped, ni trajes que planchar y cepillar. ¿Qué se podía hacer con un esclavo o con un proletario o con cualquier persona que trabajara para uno? ¿Qué sentido tenía la esclavitud, la lucha de clases, el sometimiento de las víctimas a los verdugos?

Visto así el que un especulador se hubiera adjudicado mercancía y la utilizara para que le lamiera los pies sin duda tenía su sentido, aunque yo, sinceramente, no era aún capaz de verlo. El condenado, novato en bolsa, se negó a pasar por semejante humillación y escupió al especulador a la cara. Fue un escupitajo repugnante que casi me hace vomitar. La respuesta del amo no se hizo esperar. Le lanzó un bofetón tremendo al otro, que se tambaleó unos instantes, el tiempo necesario para encajara el golpe y lanzarse contra su enemigo dispuesto a patearle los testículos que colgaban en el aire, a la vista de todos.

No pudo conseguirlo porque un demonio, que merodeaba muy cerca, se interpuso entre ambos. Con su traje Armani, sus zapatos Gucci, y su maletín de piel Buitón, desentonaba tanto como un chef de prestigio en un campo de alfalfa. Desde que viera a tanto demonio vestido de aquella manera y con sus maletines de piel, no había cesado de preguntarme para qué diablos querrían aquellos maletines y cuál sería su contenido. Los trajes tenían su razón de ser, puesto que los condenados estaban desnudos. Las clases siempre se han diferenciado por signos externos (los ricos van en rollsroyces y los pobres en seiscientos, par example) y aunque los cuernos, rabos y pezuñas de los demonios eran diferencia más que suficiente con los condenados, mortales enseñando sus vergüenzas, lo cierto es que un buen traje ayuda a saber quién manda y la desnudez implica siempre subordinación, más que nada porque caminando desnudo no se puede llevar encima tarjeta de crédito.

No podía creer lo que estaba viendo. Los dos condenados, el especulador y el especulado –identifiquémoslos así, puesto que ambos estaban sometidos a tormento- se negaron a respetar a su verdadero amo y señor, el demonio vestido de Armani. Por lo visto estaban tan imbuidos de sus respectivos roles que uno no podía soportar que la mercancía conseguida con su especulación en bolsa se rebelara contra él, y el otro no podía aceptar que por el simple hecho de haber sido ganado en bolsa tuviera que aceptar semejante humillación. Intentaron pagarlo con el demonio y se pusieron a darle patadas y puñetazos. Una escena muy surrealista. ¿Se imaginan a sun señor vestido de Armani, y con su maletín de piel al costado, siendo atropellado por dos nudistas, con las vergüenzas al aire?

Aquello no duró mucho. El demonio abrió el famoso maletín y sacó una especie de pistola eléctrica. Apuntó, primero a uno, y luego a otro, y disparó a ambos. Los condenados se retorcieron en el suelo, echando espumarajos por la boca. Yo no pude soportar semejante espectáculo y me dediqué a mirar los marcadores electrónicos. La prima de riesgo subía, el IBES (Indice de los Buenos Especuladores Sabios) bajaba. Las cotizaciones de las diferentes empresas ascendían, descendían o se quedaban a dormir en las escaleras. Aquello era una auténtica locura infernal. ¿A qué prima de riesgo se referían? ¿Acaso era arriesgado comprar ciertos bonos? ¡Pero qué bonos ni qué niño muerto! Allí no había bonos, ni mercancías, ni nada, solo un tormento infernal. ¿Entonces? Por lo visto los condenados actuaban como si estuvieran aún vivitos y coleando en el mundo de las finanzas y la especulación. Se habían agrupado, habían formado empresas, se habían puesto en la frente las banderas de sus antiguos paises, invertían, desinvertían, compraban, vendían, especulaban, mantenían sus mercancias en los almacenes o las tiraban al río, según necesitaran que los precios subieran o bajaran…

No me atreví a preguntarle a otro demonio, también vestido de Armani y con maletín de piel, que pasó a mi lado tocando una campanilla. Todo se paralizó. Los condenados se quedaron donde estaban, los marcadores electrónicos pasaron al blanco y luego al negro, porque se apagaron. Se produjo un horrísono silencio. Los demonios se movieron como tales, observando cómo estaban las cosas, poniendo orden, cambiando pegatinas de sitio de unos cuerpos desnudos de condenados a otros… Se organizó un buen guirigay. Cuando todo alcanzó el orden que los demonios buscaban, de nuevo pasó a mi lado –sin verme, algo que no comprendería hasta que alguien me lo explicó en otro momento y en otro espacio- el demonio de la campanilla.

A su sonido los marcadores se encendieron de nuevo, los condenados despertaron de una especie de rara hibernación, y los demonios comenzaron a patrullar con calma. Observé, divertido, cómo los que antes eran especuladores que se hacían con mercancía humana, poniendo pegatinas con sus logotipos en pechos desnudos de otros, ahora eran especulados, mercancía sometida al vaivén de la bolsa. Todo había cambiado. Los que estaban arriba, ahora estaban abajo; los que cotizaban, ahora eran cotizados y los diablos VIP, llamémosles así, ponían orden y organizaban el juego.

Regresé junto a mi trio favorito. Los condenados habían dejado de sufrir espasmos en el suelo y se levantaron como si tal cosa. El demonio seguía apuntándoles con su pistola eléctrica, dubitativo sobre el siguiente paso a dar. El condenado especulado no había tenido tiempo de sufrir el tormento que sufren las víctimas de la especulación. De hecho acababa de llegar a la bolsa y no llevaba ni cinco minutos con la pegatina en el pecho. ¿Cómo transformarle en especulador, sin haber pasado antes por el tormento del especulado?

El demonio, bastante sagaz a mi modo de ver, dejó que el juego siguiera donde lo habían dejado, sin hacer caso de la campanilla que había dado la vuelta a la tortilla. Sin embargo, el especulado, que no era tonto tampoco y se había dado cuenta de lo acaecido mientras estaba soltando espumarajos por la boca, protestó. Las reglas del juego eran las reglas del juego…El demonio no le hizo el menor caso y entonces se quitó la pegatina del pecho e intentó ponérsela al especulador. Nuestro amable diablo disparó de nuevo sobre ambos, esta vez, al parecer, una dosis eléctrica menos intensa, porque su representación epiléptica duró muy poco.

Se levantaron de nuevo. El diablillo les explicó, muy amablemente, que ellos deberían seguir con el juego sin que el sonido de la campanilla les afectara. Hasta la próxima ocasión el especulador continuaría síendolo, lo mismo que el especulado debería conformarse con su rol de víctima. Cuando la campanilla sonara de nuevo, habría llegado el momento de cambiar los papeles. Sacó de su maletín un fajo de billetes que entregó al especulador, por las molestias, al parecer. Puso un artilugio electrónico en un tobillo del especulado y entregó un mando al especulador. Advirtió a la víctima de que debería seguir los caprichos de su amo o sufriría las consecuencias, bailando a la música que le pusieran. Amonestó al especulador sobre las consecuencias de torturar demasiado al especulado, porque este haría lo mismo cuando la tortilla se diera la vuelta de nuevo, y sin más los dejó a su libre albedrío.

Casi vomito al ver la reacción del especulador. En cuando el diablo se hubo marchado comenzó a humillar al especulado y cuando este se negaba a sus caprichos le daba al mando y la pobre víctima bailaba toda clase de ritmos en el parqué de la bolsa. No pude soportar semejante espectáculo. Casi vomito. Decidí salir corriendo del edificio de la bolsa. Buscaría el Infierno de los violentos. Allí, al menos, uno sabía a qué atenerse. Nunca soporté la hipocresía y menos en el Infierno. Nada de bonos, de primas de riesgo, de recortes, de cotizaciones inextricables, de ecuaciones en la pizarra, si me tienen que matar que me claven un cuchillo bien afilado en el pecho o que me peguen un tiro en la nuca, o incluso que me pongan una bomba lapa en el trasero.

El Infierno de los violentos no iba a ser un espectáculo agradable. Lo sabía. No obstante lo prefería a la violencia de aquel juego infernal. ¿La bolsa o la vida? Mejor la vida, que me caiga un misil en la cabeza y que la Tierra se resquebraje. ¿Y la bolsa? Que se la lleven ellos. ¡Malditos especuladores! ¡Para lo que les va a servir!

Bueno, amigos, no se pierdan el siguiente episodio. El Infierno de los violentos… Y no olviden vitaminarse ni mineralizarse. Les habló Bugs Bunny, el conejo de la suerte.

EL DEMONIO ARREPENTIDO II


Vosotros os reserváis siempre las mejores carnes desnudas y a mí se me ofrecen las sobras, condenadas, feas y beatonas de tres al cuarto, y a menudo ni eso. En cuanto a los banquetes que se me prometieron son indigestos y asquerosos. En el infierno nunca se comió bien, todos los alimentos quemados o churruscados, las bebidas calientes, hasta las cervezas en verano, y qué decir del género, estropeado, maloliente. ¡Alguien ha podido pensar que un gourmet como yo podría satisfacerse con tan poco! Y en cuanto a mi asignación a los tormentos de los condenados nunca se aceptaron mis peticiones. No se me ha permitido torturar a Hitler, Stalin y los suyos. No he podido tocar a los millonarios más canallas, porque a pesar de no servir de nada el dinero en el infierno son unos lameculos profesionales de primera categoría y a cambio de besaros el culo a vosotros les habéis proporcionado lo mejor del infierno y librado de mis garras. Alguno hasta se ha dejado sodomizar por altas jerarquías, cuyo nombre no voy a mencionar aquí. Sí, porque entre vosotros hay sodomitas, y a pesar de que en el Infierno eso no es pecado, se avergüenzan de serlo. Ni siquiera se ha contestado a mis informes sobre la necesidad de un tormento psicológico, sutil y efectivo, y no esta mierda de calderas que solo calientan el cuerpo y a veces ni eso. Mi petición para que se formara una comisión, con el fin de estudiar la posibilidad de reimplantar la reencarnación, único tormento que me parece justo y rehabilitador, no solo no fue tenida en cuenta, sino que apareció en el boletín mensual de chorradas infernales y todo el mundo se burló de mí hasta que le vino en gana…

Y aquí Sloctik no pudo contener la emoción y se echó a llorar como un bendito, porque en el Infierno nadie llora. Lo que le sirvió al mismo tiempo para tomar resuello tras la larga parrafada. Satanás tenía el rostro como un tomate, no se sabe si por el calor o por la vergüenza, y los demás rechinaban dientes y daban pezuñazos en el suelo. Lo hubieran torturado allí mismo, de no ser por Miradiél, que había desenvainado la espada y les miraba muy fieramente.


Todo el Consejo demoniaco entrecruzó miradas de resignación. Hasta los tontos comprenden alguna vez que es inútil darse de cabezazos contra las ollas de Pedro Botero o enfrentarse por segunda vez a un arcángel con espada de fuego, y los demonios no eran tontos, aunque pudieran parecerlo a un visitante poco avezado. Satanás y Luzbel susurraron en voz muy bajo y al fin parecieron ponerse de acuerdo.

-Está bien. Vamos a aceptar lo inevitable sin poner el más mínimo obstáculo, pero queremos garantías de que al demonio Sloctik no se le ha lavado el cerebro ni está siendo arrebatado con astucias angélicas. Te rogamos, Miradél, que nos dejes estampar en su frente el sello infernal. Si no le asciende al Paraíso su libre voluntad, por cada puerta angelical que pase vomitará sapos y culebras y así hasta el habitante más beatífico del cielo y hasta el ángel más tontorrón sabrá que aquí hay gato encerrado. De otra forma estamos dispuestos a rebelarnos una tercera vez (la primera nos condujo al Infierno) y una cuarta y las que sean necesarias…Y a declararnos en huelga para siempre y todos los ángeles y arcángeles y serafines y demás huestes celestiales tendrán que bajar aquí y atormentar ellos mismos a los condenados. Tendrán que mancharse las manos. Y además dejaremos de pagar las hipotecas al Banco Central Celestial, el BCC, y nos declararemos en quiebra y el Infierno deberá ser subastado y…

-No es necesario. Estoy autorizado para aceptar estas condiciones.

Todo el Consejo infernal se quedó de piedra. Esperaban un largo regateo, una llamada a consulta, un tiempo de toma y daca que ellos aprovecharían para convencer a Sloctik de que como el Infierno no hay nada y que por mucho que te ofrezcan como en casita no se está en ninguna parte… y en el caso de que todas aquellas argucias fracasaran todos y cada uno de los miembros del Consejo estaba dispuesto a ofrecer su esposa a la lujuria del paupérrimo demonio de ultimísima clase y si ni aún así el demonio arrepentido se arrepentía una vez más y regresaba al redil…entonces, entonces aceptarían todas y cada una de sus condiciones: autorización para atormentar a Hitler y demás dictadores a su gusto y gana, para cambiar la estructura del Infierno de acuerdo a sus preferencias, contratando a arquitectos vivos o muertos de su cuerda, incluso a Santiago Calatrava y a Moneo. Por si esto fuera poco los condenados estarían bajo su supervisión desde principio a fin, es decir nunca, porque en el Infierno no hay final y todo es para siempre, como el matrimonio católico. Y… Las miradas de aquellos demonios sin corazón, de aquellas bestias pardas, lo decían todo. Estaban dispuestos a llegar a cualquier transacción, con tal de que Sloctik permaneciera con ellos. Todos sabemos lo terribles que son los precedentes. Basta con que algo suceda una vez para que todo el mundo se aferre a ello…Según el precedente de… Kramer contra Kramer… y la j…Donde hay un demonio arrepentido puede haber cientos, y se acabó el negocio. Satanás y Luzbel se miraron acongojados. ¿Tan bien les conocían ya en el Cielo que eran capaces de adelantarse a sus maniobras más astutas? Pues bien, de esta sacarían todo lo que pudieran y más.

-De acuerdo, Miradél, Sloctik, ese demonio cochambroso y repelente, el más vil de los demonios, es tuyo. Pero queremos algo más…

-Ni una palabra más. No hay más chantajes. Esto es todo lo que se me ha permitido concederos y sería inútil volver a comunicarme con la Sede central. Me llevo a Sloctik, este bendito y angelical arrepentido y quien se oponga sufrirá las consecuencias del fuego divino.

Todo el Consejo demoniaco se levantó como una piña, llevaron el puño derecho al corazón, que está en el costado izquierdo también en los demonios (hay cosas que nunca cambian) y a voz en grito se pusieron a cantar el himno infernal:
“Lasciate omnia speranza, voy chi intrate,
Lasciate, lasciate, condenati del averno,
Aquí esperati tuta clasi di tormento.

Lasciate il corpo materiale
Raiche del pecato originale.
Il fuoco eterno calentará vostro inverno.

Y vostro corpo espirituale
Sirá sodomizato a la brava
Y lascerato con látigo de sieti punti.

Alé Madrid… etc

EL DEMONIO ARREPENTIDO I


 

EL DEMONIO ARREPENTIDO I

En el infierno no hay tiempo, lo que no significa lo que ustedes están pensando, sino lo contrario. Vamos, que el tiempo no transcurre en el Infierno, aunque sí lo hay…Para que me entiendan, es lo mismo que si ustedes recorrieran una gigantesca estación de ferrocarril y vieran todos los trenes, infinitos, que están aparcados en las vías. A nadie se le ocurriría decir que no hay trenes, lo que ocurre, sencillamente, es que no se mueven.

Esto es algo muy difícil de explicar para quien nunca estuvo en el Infierno. No es mi caso, porque invitado por Virgilio y por Dante, y con el visado, autorizado por Satanás y adláteres, en la frente, me dispuse a recorrer todas y cada una de las dependencias del Infierno. Me vestí como si me fuera a la playa de veraneo o al trópico, donde el sol mira y calienta a todo lo que mira. Bajo mi fresca túnica, casi transparente (en el infierno nadie se escandaliza por tonterías) llevo un bañador, o mejor dicho, un tanga, por si hallare alguna piscina que no tenga el agua hirviendo o algún lago escondido al que los demonios descarguen el hielo que les sobra de las bebidas (son todos unos borrachos, créanme).

Como les decía, comprender el concepto tiempo en el Infierno es solo para genios. En cierta manea es parecido a observarla carrera de una liebre desde lo alto. Si eres un halcón tendrás la sensación de que la liebre no se mueve. Si eres una liebre, sentirás que corres como una flecha para que no te pille el halcón, aunqueéste permanezca siempre encima de ti.
Pero dejemos estas comparaciones y metáforas que no nos llevan a parte alguna. Después de observar a los pecadores millonarios en la caldera correspondiente, me dirigí hacia donde Satanás y Luzbel estaban hablando con el mensajero que les había sido enviado desde el cielo. Para que me entiendan, es como si me hubiera subido al vagón de los millonarios y luego bajado y subido al vagón donde el trío charlaba y el aire no se meneaba. Ni el vagón primero se había movido, ni el vagón segundo, ni yo me había movido, ni Satanás y compañía se habían movido. Vamos que no se había movido nadie, y sin embargo el tiempo estaba allí, y para un observador no infernal el tiempo tendría que haber transcurrido necesariamente, aunque no fuera así. Y esto es solo una pequeña muestra de lo que cuesta entender lo que sucede en el infierno.

El ángel celestial enviado para comunicar la buena nueva de que un demonio se había arrepentido se llamaba Miradél. Era la primera vez que algo así sucedía, al menos desde que Satanás y Luzbel tenían memoria y puedo asegurarles que la tenían desde siempre. No, no voy a entrar en su juego y por lo tanto no les intentaré explicar por enésima vez cómo funciona el tiempo en el Infierno. Me limitaré a decirles que nadie conocía el procedimiento o protocolo a seguir en este supuesto, por lo que los jefes demoniacos decidieron invitar cortésmente a Miradél a que les acompañara a la sala del Consejo infernal. Los tres se pusieron en camino (es un decir) formando una estampa neogótica de primera. Los demonios eran negros, negrísimos y con sus alas extendidas parecían cuervos gigantescos o buitres o pajarracos de alguna rara especie. En cuanto a Miradél era blanco, blanquísimo, y con sus alas extendidas semejaba una gigantesca paloma de la paz o un vampiro arrepentido y reconvertido. El ángel blanco iba en medio y los negros a los lados, como si le escoltaran, como si el prisionero fuera Miradél.

Les aseguro que la escena era digna de película, algo así como Matrix o Avatar, sobre el negro horizonte, enrojecido por los fuegos de las calderas, tres pajarracos se mueven –es un decir- hacia algún secreto lugar infernal. En realidad, como ya les he dicho por milésima vez, esto es como subir a un vagón de ferrocarril y ver la escena que se está desarrollando allí, si te bajas, dejas de verla y si subes a otro vagón ves otra escena. Creo que tiene algo que ver con la física cuántica, donde el observador modifica lo observado y donde las partículas pueden estar en varias dimensiones a la vez y la paradoja del Gato de Schrödinger hace de las suyas.

Cansado de contemplar el espectáculo me subí a otro vagón y resultó ser la sala del Consejo Supremo Infernal o el CSI del Infierno. Allí estaban ya reunidos todos los que contaban algo en aquel lugar infernal, que no eran muchos, como sucede en todas partes, incluido el planeta Tierra, donde los que cortan y reparten el bacalao se pueden contar con los dedos de las manos. Sentados a la gran mesa de consejos estaban todos los consejeros, con Satanás a la cabecera, Luzbel a su derecha y Belcebú, a la izquierda, luego seguían por la derecha Samael y por la izquierda… bueno, para qué vamos a seguir, ustedes se hacen una ligera idea.

Satanás se rascaba los cuernos con fruición, porque no sabía cómo enfocar el asunto y los demás, por la cara que ponían, menos aún. Dejó de rascarse el cuerno derecho, estiró el rabo por detrás del asiento, dio un formidable golpe en la mesa y abrió la sesión de esta manera:

-Como todos sabéis ya Miradél, ángel de undécima categoría celestial, ha sido enviado para comunicarnos que uno de nuestros demonios decidió arrepentirse, lo comunicó por vía administrativa y oficial al Cielo y allí comenzaron un largo proceso. Convenientemente interrogado y puesto a prueba, pasados exámenes forenses, recurridas las resoluciones de los tribunales inferiores a los superiores por el Ministerio Fiscal Celestial –el MFC- , el Tribunal Inquisitorial de la Santa Rota, ha dictado resolución inapelable, por la cual el demonio arrepentido es perdonado y autorizado para abandonar el Infierno y entrar en el Cielo. Pues bien, aún no sabemos cómo se llama el demonio arrepentido y estamos en nuestro derecho de saberlo y por otro lado yo aún no he visto la orden de excarcelación, debidamente sellada y firmada.

-Nosotros tampoco, nosotros tampoco…

Se elevó un formidable griterío entre los demonios del Consejo. Todos estaban nerviosos y muy, muy preocupados.

-De acuerdo. Aquí tenéis la orden celestial, debidamente firmada por la autoridad suprema y sellada con el sello celestial de su clase. En cuanto al demonio arrepentido se llama Sloctik, y es de clase quincuagentésimacinco, la última de las existentes y la menor y más vil de todas ellas.

Por la sala del Consejo corrió la orden, escrita en papiro “aeternus”, y todos la leyeron y después de hacerlo se rascaron los cuernos, realmente anonadados. Fue Satanás quien reaccionó y decidió coger el toro por los cuernos.

-Estamos en nuestro derecho de ver al arrepentido y de interrogarle.

-Eso no cambiará nada. Ni aunque pudierais convencerlo, cosa que dudo, el arrepentido debe salir del Infierno, bajo mi custodia. Y si en el Cielo cambia de opinión deberá hacer la correspondiente petición administrativa que seguirá el cauce legal pertinente.

-Está bien, está bien. Pero queremos verlo y lo vamos a ver. Y en cuanto a si una vez convencido podrás impedir que se quede aquí ya se verá a su debido momento.

Miradél no se anduvo con chiquitas. Se irguió cuan alto era, extendió sus alas cuan largas eran, sacó su espada de fuego de la vaina y la dirigió contra Satanás. Todos los demonios se pusieron en pie a la velocidad del rayo y sacaron sus espadas negras de fuego negro. En ese momento se oyó una voz desde lo alto.

-Aquí comando arcangélico de intervención rápida. ¿Necesita ayuda M-3-X? ¡Conteste, por favor!


Miradél no contestó. Se limitó a mirar a los demonios con mirada de triunfo y sonrisita sardónica. Todos los ángeles negros se sentaron, cariacontecidos. Hasta el último de ellos recordaba la última intervención rápida del comando arcangélico. Arrasaron un montón de calderas y encadenaron al Consejo demoniaco, cada uno a un confesionario, una especie de inteligencia artificial, que no cesaba de pedirles que recordaran sus pecados y se arrepintieran de ellos. También echaron polvos pica a pica a las demonias, sus esposas, en “salva-sea-la-parte”, lo que hizo que estuvieran aullando sin cesar una larga temporada y esto obligó a sus esposos a rascarlas con ternura para poder pegar un ojo de vez en cuando.
Nadie deseaba un nuevo enfrentamiento. Tenían todas las de perder. Se miraron entre sí y Satanás interpretó las miraditas.
-Está bien. Está bien. Nos sometemos. No pondremos impedimento alguno. Aunque sigo insistiendo en nuestro derecho
a mirar cara a cara a ese arrepentido, a ese malnacido y desagradecido que ha mordido la mano que le da de comer.
-Aquí M-3-X. Todo va bien. Ha sido una falsa alarma. Corto y cierro.

Todo el mundo se relajó y Satanás pidió unas bebidas a la servidumbre, demonios castigados por absentismo laboral y condenados premiados por su buen comportamiento en los castigos.

Por cortesía preguntó a Miradél si deseaba algo de beber y este recalcó que no deseaba nada. Eso sí, echó mano a la cantimplora que colgaba de su costado y echó un buen trago de la ambrosía celestial que calmaba la sed y el calor, porque en aquella sala hacía un calor de todos los demonios.

-El demonio arrepentido espera a la puerta. Ya di órdenes, antes de llegar, de que lo buscaran y lo trajeran aquí. Pueden interrogarle cuanto quieran, pero recuerden que la decisión ya está tomada y no se cambia. Deben saber también que no permitiré ninguna clase de maltrato físico o psíquico y cualquier intento de atormentarlo como es costumbre supondrá la incursión de una hueste arcangélica.

Satanás pensó que allí mandaba él y que Miradiél nunca debió atreverse a dar órdenes, aún así calló la boca, como todos, sabiendo que las amenazas del ángel blanco no eran en vano. La puerta se abrió. Un demonio desconocido, anónimo, un proletario del infierno, entró, bajando los ojos con timidez, trastabillando al andar y temblando por todas sus extremidades. Era negro como un tizón, obeso como un tragón, calvo como una pelota de billar negra, con unos cuernecillos timoratos que apenas eran visibles, con alas cortas y encogidas, yo diría que comprimidas a sus espaldas. Hubiera sido un demonio gris, de no haber sido negro, e invisible de no haber estado tan obeso. Se arrodilló a los pies del Consejo infernal y Miradiél lo levantó sin contemplaciones.

-Ya eres un ángel blanco. Representas la dignidad del Cielo. Levanta.

Aquello les pareció muy divertido a todos los demonios y se oyeron grandes carcajadas. Llamar ángel blanco a Sloctik era para tomárselo a chunga.

-Este es Sloctik, ángel de quincuagésimoquinta escala, sus méritos infernales no habrán sido muchos, pero su sincero arrepentimiento ha conseguido el perdón del Altísimo y que se le asigne una morada en el Cielo. La jerarquía que ocupará es algo que nadie sabe, salvo el Secreto, sólo él puede juzgar los méritos de humanos y demonios. ¡Alabado sea por siempre!
Nadie se rió aunque los demonios del Consejo sintieron ganas, como siempre que se hablaba del Cielo y sus habitantes. Satanás echó un vistazo en derredor y viendo que todos estaban de acuerdo en que fuera él quien comenzara el interrogatorio, así lo hizo.

-Sloctik, querido hermano, ¿cómo has podido morder la mano que te alimenta? ¿Cómo te atreves a pensar que en el Cielo serás más feliz y que la diversión y el orgasmo nunca cesarán?

El aterrorizado demonio no se atrevía a levantar la vista hasta Satanás y apenas pudo balbucir algo ininteligible. Miradiél se vio obligado a darle un fuerte pescozón y una patada en el pompis. Entonces Sloctik alzó la vista y respondió sin pestañear a la pregunta.

-No soy tu hermano, Satanás, ni lo he sido nunca. Fui reclutado a la fuerza y llevo toda la eternidad intentando escapar de aquí. La lujuria que se me ofreció da risa. Vosotros os reserváis siempre las mejores carnes desnudas y a mí se me ofrecen las sobras, condenadas, feas y beatonas de tres al cuarto, y a menudo ni eso. En cuanto a los banquetes que se me prometieron son indigestos y asquerosos. En el infierno nunca se comió bien, todos los alimentos quemados o churruscados, las bebidas calientes, hasta las cervezas en verano, y qué decir del género, estropeado, maloliente. ¡Alguien ha podido pensar que un gourmet como yo podría satisfacerse con tan poco! Y en cuanto a mi asignación a los tormentos de los condenados nunca se aceptaron mis peticiones. No se me ha permitido torturar a Hitler, Stalin y los suyos. No he podido tocar a los millonarios más canallas, porque a pesar de no servir de nada el dinero en el infierno son unos lameculos profesionales de primera categoría y a cambio de besaros el culo a vosotros les habéis proporcionado lo mejor del infierno y librado de mis garras.

Alguno hasta se ha dejado sodomizar por altas jerarquías, cuyo nombre no voy a mencionar aquí. Sí, porque entre vosotros hay sodomitas, y a pesar de que en el Infierno eso no es pecado, se avergüenzan de serlo. Ni siquiera se han contestado a mis informes sobre la necesidad de un tormento psicológico, sutil y efectivo, y no esta mierda de calderas que solo calientan el cuerpo y a veces ni eso. Mi petición para que se formara una comisión, con el fin de estudiar la posibilidad de reimplantar la reencarnación, único tormento que me parece justo y rehabilitador, no solo no fue tenida en cuenta, sino que apareció en el boletín mensual de chorradas infernales y todo el mundo se burló de mí hasta que le vino en gana…
Y aquí Sloctik no pudo contener la emoción y se echó a llorar como un bendito, porque en el Infierno nadie llora. Lo que le sirvió al mismo tiempo para tomar resuello tras la larga parrafada. Satanás tenía el rostro como un tomate, no se sabe si por el calor o por la vergüenza, y los demás rechinaban dientes y daban pezuñazos en el suelo. Lo hubieran torturado allí mismo, de no ser por Miradiél, que había desenvainado la espada y les miraba muy fieramente.

Continuará.

EL INFIERNO ECONÓMICO


 

EL INFIERNO ECONÓMICO

Los pecadores económicos, es decir los que han sido condenados por motivos relacionados con la economía, tales como la especulación, la insolidaridad, la avaricia, etc. Etc. Deben, antes de entrar en la sección a ellos destinada, atravesar la gran caldera. Es grande, muy grande, enorme, gigantesca, y en ella se van quemando, de forma constante, grandes cantidades de fajos de billetes, nuevecitos y de curso legal, por supuesto.

Un observador ingenuo –aún quedan muchos, incluso en el infierno- podría llegar a pensar que los pecadores económicos están recibiendo un trato de favor o que incluso han comprado y corrompido a los demonios que tienen al cargo su sección, hasta llegar a las jerarquías más altas, el ínclito Satanás, pongamos por caso.Sin embargo un testigo imparcial que permaneciera allí, en el hall, sentado tranquilamente en el suelo, y observando el espectáculo, pronto se daría cuenta de que en realidad la caldera del infierno económico es la más terrible de todas las calderas. Así al pronto parece un jueguecito inocuo. Los pecadores entran en la caldera y el fuego de la combustión de los billetes apenas consigue cosquillearles las plantas de los pies o las palmas de las manos. Cierto, si eso fuera todo el tormento que reciben el trato de favor sería evidente. Un tormento de este calibre haría reír a cualquier pecador y le reafirmaría en proseguir su camino a la perdición. En cambio el diseño de esta caldera es una de las obras maestras infernales, el producto de un genio metafísico.

Quienes allí entran se olvidan de todo lo que no sea intentar hacerse con un fajo de billetes antes de que llegue a chamuscarse en el aire o a quemarse en el suelo metálico. Se obsesionan con ello. Llegan a oprimir los fajos entre las palmas de sus manos ahuecadas, para evitar de esta manera que llegue hasta ellos el oxígeno, perfecto catalizador de la combustión. Si esto no les da resultado, que nunca se lo da, comienzan a sacudir los fajos de billetes contra la piel de sus cuerpos desnudos. Lo único que consiguen de esta manera es quemarse ellos y dejar sobre su piel marcas como de latigazos de fuego. También acostumbran a saltar en el aire. Los fajos de billetes caen del cielo y no es que el cielo quiera premiarles su arrepentimiento y buena conducta, no, lo que ocurre es que los demonios encargados de alimentar la caldera, empujan cada cierto tiempo, con sus horcas buenos fajos de billetes, nuevecitos y de curso legal. ¿De dónde los sacan? En el infierno se bromea con que los jerarcas están conchabados con los Bancos Centrales o con los especuladores más activos del planeta Tierra.

Yo, desde luego, no lo sé. ¿Chi lo sá? Me temo que nadie. Es un auténtico misterio.

Pues bien, como les decía, los pecadores económicos están muy atentos y cuando cae un buen montón de fajos, saltan como si tuvieran muelles en los pies o fueran campeones del mundo de salto de altura y se hacen con un fajo volador. Esto no les sirve de nada, ya que el dinero se incendia en cuanto llega a una cierta altura por encima de la caldera. Ni siquiera los muy altos o los mejores saltadores pueden permanecer por encima de ese nivel el tiempo suficiente hasta que la ley de la gravedad produzca su consabido efecto, así en la tierra como en el infierno.

¿Para qué quieren el dinero estos pecadores económicos? ¿Para comprar a Satanás y a sus demonios? No son tan tontos, aunque lo parezcan, y puesto que comprar a quien te suministra dinero para que lo compres es una estupidez y ellos lo saben, con toda seguridad no lo hacen por ese motivo.

¿Intentarían ustedes corromper a un Banco Central de un poderoso país ofreciéndole una propinilla? Bueno, es mejor olvidarse de esta comparación, porque en los tiempos que corren puede suceder cualquier cosa, hasta algo así. ¿Acaso lo desean para comprar a otros condenados? ¿Qué podrían obtener a cambio? ¿Entonces? No le den más vueltas a la cabeza, simplemente les puede el ansia. Ansia de poder, de riqueza, de placer, de dominio sobre sus semejantes, avaricia acumulando cosas para un futuro imposible… Su ansia no tiene límites. Si ustedes fueran tan ansiosos como ellos, ¿despreciarían hacerse con uno de esos fajos de billetes que caen del cielo?

Todos los pecadores y condenados tienen un tiempo,fijado de antemano en sentencia, para permanecer en las calderas de las diferentes secciones del Infierno. Luego pasan al interior de cada sección y allí siguen el programa de tortura y tormento establecido meticulosamente en sentencia. Los demonios de la entrada se burlan de los condenados y les pinchan con las horcas mientras piensan algo así como: “Pasa que cenas”.

Absolutamente todos los pecadores salen de estas calderas perdiendo el culo, es decir tan deprisa que la parte delantera casi pierde a la trasera, aunque esto parezca imposible. Claro que esto no cuenta para los pecadores económicos, quienes permanecen allí aún mucho después de escuchar la campana de aviso que solo oyen los que han cumplido el tiempo programado. Continúan allí, erre que erre, empecinados, ansiosos, babeando por un maldito y mísero fajo de billetes. En todas las secciones los demonios encargados de las calderas poseen látigos de diferentes texturas y formatos. Los emplean para impedir que los condenados salgan de las calderas antes de tiempo.En cambio en el infierno económico no son necesarios. Quiero decir que no son necesarios para impedirles salir antes de tiempo, porque muchos demonios encargados se sienten tentados a emplearlos con los pecadores para hacerles salir por la fuerza de la caldera de billetes quemados e impedirles permanecer allí más tiempo tras al toque de campana. No lo hacen porque les divierte más contemplar el espectáculo de estos pobres ansiosos.

Los látigos de la sección económica son un tanto peculiares, están hechos con fajos de billetes comprimidos y enlazados hasta alcanzar la dureza de una barra de hierro. Su entrelazamiento es de una exquisita factura artesana, haciendo que el filo de algunos billetes, tan cortante como una cuchilla de carnicero recién afilada, les corte la piel como hacen las chapitas convencionales en los látigos de siete puntas. Dejan la piel como si millones de diminutos arados mecánicos hubieran pasado y repasado ese campo mil veces.

¿Quieren creerme si les digo que estoy convencido de que de haberse empleado una sola vez ese látigo, el pecador o pecadores azotados no hubieran salido de la caldera a pesar del severo castigo y hubieran continuado por todos los medios a su alcance obtener su tesoro, su lindo tesoooorooo, el fajo de billetes nuevecitos y de curso legal?
Ustedes pensarán, si son muy candorosos –haberlos “hailos” hasta en el infierno- que todos los pecadores económicos son millonarios, multimillonarios, Cresos, Midas, capitalistas salvajes, especuladores sin entrañas, etc. Etc. Pues no, se equivocan. Se calcula que al menos un 50% está formado por clase medio baja, proletarios “mileuristas” y pobres de solemnidad. Creánme, el ansia no respeta a nadie. Hay quienes han perdido la decencia, la humanidad y la menor capacidad de ser solidarios y empáticos a cambio de poco, de muy poco, más bien de nada, unos ahorrillos que les permitan comprarse un chalecito de bajo standing o un coche de alta gama o simplemente tener una cuenta en el banco e ir a ver cómo crece todos los días, como si fuera una plantita.

El ansia no perdona a nadie. Existen avaros proletarios que son mucho peores que los avaros ricos, capaces de negar un “bocata”a un muerto de hambre, cuando al rico ni siquiera se le ocurrió pensar en ello, entre otras cosas porque le gusta ir en limusina o jet privado con los cristales entintados y así no se ve un muerto de hambre sino es en la televisión, a lo lejos. Lo cierto es que el dinero no influye mucho en el ansia y es más fácil que ésta se despierte y abra sus fauces si estás todos los días en contacto con el sufrimiento ajeno que si te sirves un güisqui de veinte años en el bar de tu limusina y acaricias el muslo de una prostituta de lujo (los pecados van siempre a pares y en algunos casos a docenas).

Se preguntarán ustedes cómo pueden caber todos en esa caldera, por muy grande que sea. Pues bien, les diré que siempre hay un espacio para un nuevo pecador. Tal vez se deba a que hasta el ansia se acaba agotando alguna vez o a que la caldera es mucho más grande de lo que un espectador frío y objetivo podría imaginar. Eso sí, espectadores hay muchos, desde demonios con vacaciones o licencias para asuntos propios, hasta condenados con permiso de salida de fin de semana gracias a su buena conducta, quienes acuden hasta aquí y se quedan horas y horas observando la caldera. En el infierno no hay tanta diversión como algunos piensan, aparte de los consabidos shows de tortura y tormento, y ésta sin duda es la mejor diversión de que se puede disfrutar en el infierno. La lujuria cansa y aburre al cabo del tiempo, en cambio el regocijo que sienten los pecadores que nunca pudieron disfrutar en su vida anterior de una situación económica “aceptable”, no termina nunca cuando observan dónde y cómo acaban los “ansiosos”.

Permítanme que me explaye un poco sobre las supuestas diversiones del Infierno. Se dice que el Cielo es muy aburrido y que no merece la pena sufrir tanto en vida para irte de vacaciones a un paraíso donde al cabo de una semana ya estás bostezando. En cambio los pecadores, condenados y demás ralea canalla tienen mucha suerte, porque tras una vida en la que se han dejado llevar por todas las pasiones, sin el menor control, terminan en una especie de “pub de verano tórrido”, con mucho alcohol, desnudos por doquier, lujuria y orgía perpetua, diversión asegurada y masoquismo gratis para todo el mundo durante etapas marcadas a látigo en la piel.

Para empezar a la entrada del pub hay un letrero de neón que dice: “Vosotros que entráis perded toda esperanza”. O dicho en italiano, en el original, puesto por un tal Dante, cuando estuvo dando una vueltecita por aquí, acompañado por su amigo Virgilio. “Voi qui entrati, lasciate omnia speranza”. O algo parecido, que este narrador fue español en su vida terrena y de idiomas ni “papa con tomate”, ni inglés ni mucho menos italiano, aunque me hubiera gustado aprenderlo para hablar con un millonario de aquella nacionalidad que anda de caldera en caldera, acaba de salir de la caldera económica cuando ya está en la caldera lujuriosa, con los espermatozoides hirviendo hasta el cuello. Me disculparán pero no recuerdo su nombre.
Creo que fue un tal Georges Bernanos –me perdonarán si lo pronuncio mal, porque tampoco estudié francés- quien dijo que el infierno era dejar de amar y que el hastío de la vida es el tormento más terrible, el pecado que uno nunca se perdona. Bueno, pues aquí hay hastío por un tubo, del que uno puede beber como de una cañería surtida a perpetuidad. Desconozco si el cielo es peor, porque nunca estuve allí, aunque no pierdo la esperanza de que mis buenas acciones
(tal como la de narrar lo que ocurre en el infierno para que los pecadores terrenos y aún vivos puedan corregir su vida, tirando de la brida hasta que el caballo se espatarre en el suelo) me lleven al paraíso y se lo pueda contar alguna vez, si es que es posible encontrar el último lindero de esta llanura oscura y bien caldeada.

Procuren no dejar llevarse por el ansia de conocer qué les espera a los pecadores económicos al salir de la caldera, porque no hay nada peor que el ansia, pueden creerme, y hasta es posible que con el tiempo pasen de espectadores a participantes. Les diré tan solo, para abrir boca, que el primer tormento que les espera a estos repugnantes pecadores es el juego de la bolsa. ¿En qué consiste? Ya les he dicho que controlen su ansia.

Lo que sí puedo decirles es que tal vez solo haya algo peor que el ansia, el hastío. Es como un polvillo en el aire, entra en tus pulmones sin que te apercibas de ello y te putrefactas por dentro, como les sucede a los “silicosos”
o mineros del carbón que padecen “neumoconiosis” o silicosis. Es por ello que muchos condenados se vuelven “majaras”, como becerros que llevaran un cencerro al cuello y fueran dando la murga por todo el Infierno. Por suerte alguien pensó en ello y creó una sección especial, denominada “Frenopático infernal”.

Pero esa es otra canción que ya les cantaré en otra ocasión, con voz destemplada, desesperada e hiriente. Recuerden que no deben dejarse llevar por el ansia. Todo llegará. Les prometo que comenzaré mi canción tan pronto un pecador económico salga de la caldera de los fajos de billetes. Eso llevará un tiempo que me permitirá contarles otras cosas.

Microrelatos sobre el Infierno VI



 

EL DEMONIO ARREPENTIDO Y II

 

  


 

Todo el Consejo demoniaco entrecruzó miradas de resignación. Hasta los tontos comprenden alguna vez que es inútil darse de cabezazos contra las ollas de Pedro Botero o enfrentarse por segunda vez a un arcángel con espada de fuego, y los demonios no eran tontos, aunque pudieran parecerlo a un visitante poco avezado. Satanás y Luzbel susurraron en voz muy bajo y al fin parecieron ponerse de acuerdo.
 

-Está bien. Vamos a aceptar lo inevitable sin poner el más mínimo obstáculo, pero queremos garantías de que al demonio Sloctik no se le ha lavado el cerebro ni está siendo arrebatado con astucias angélicas. Te rogamos, Miradél, que nos dejes estampar en su frente el sello infernal. Si no le asciende al Paraíso su libre voluntad, por cada puerta angelical que pase vomitará sapos y culebras y así hasta el habitante más beatífico del cielo y hasta el ángel más tontorrón sabrá que aquí hay gato encerrado. De otra forma estamos dispuestos a rebelarnos una tercera vez (la primera nos condujo al Infierno) y una cuarta y las que sean necesarias…Y a declararnos en huelga para siempre y todos los ángeles y arcángeles y serafines y demás huestes celestiales tendrán que bajar aquí y atormentar ellos mismos a los condenados. Tendrán que mancharse las manos. Y además dejaremos de pagar las hipotecas al Banco Central Celestial, el BCC, y nos declararemos en quiebra y el Infierno deberá ser subastado y…
 

-No es necesario. Estoy autorizado para aceptar estas condiciones.
 

Todo el Consejo infernal se quedó de piedra. Esperaban un largo regateo, una llamada a consulta, un tiempo de toma y daca que ellos aprovecharían para convencer a Sloctik de que como el Infierno no hay nada y que por mucho que te ofrezcan como en casita no se está en ninguna parte… y en el caso de que todas aquellas argucias fracasaran todos y cada uno de los miembros del Consejo estaba dispuesto a ofrecer su esposa a la lujuria del paupérrimo demonio de ultimísima clase y si ni aún así el demonio arrepentido se arrepentía una vez más y regresaba al redil…entonces, entonces aceptarían todas y cada una de sus condiciones: autorización para atormentar a Hitler y demás dictadores a su gusto y gana, para cambiar la estructura del Infierno de acuerdo a sus preferencias, contratando a arquitectos vivos o muertos de su cuerda, incluso a Santiago Calatrava y a Moneo. Por si esto fuera poco los condenados estarían bajo su supervisión desde principio a fin, es decir nunca, porque en el Infierno no hay final y todo es para siempre, como el matrimonio católico. Y… Las miradas de aquellos demonios sin corazón, de aquellas bestias pardas, lo decían todo. Estaban dispuestos a llegar a cualquier transacción, con tal de que Sloctik permaneciera con ellos. Todos sabemos lo terribles que son los precedentes. Basta con que algo suceda una vez para que todo el mundo se aferre a ello…Según el precedente de… Kramer contra Kramer… y la j…Donde hay un demonio arrepentido puede haber cientos, y se acabó el negocio. Satanás y Luzbel se miraron acongojados. ¿Tan bien les conocían ya en el Cielo que eran capaces de adelantarse a sus maniobras más astutas? Pues bien, de esta sacarían todo lo que pudieran y más.
 

-De acuerdo, Miradél, Sloctik, ese demonio cochambroso y repelente, el más vil de los demonios, es tuyo. Pero queremos algo más…
 

-Ni una palabra más. No hay más chantajes. Esto es todo lo que se me ha permitido concederos y sería inútil volver a comunicarme con la Sede central. Me llevo a Sloctik, este bendito y angelical arrepentido y quien se oponga sufrirá las consecuencias del fuego divino.
 

Todo el Consejo demoniaco se levantó como una piña, llevaron el puño derecho al corazón, que está en el costado izquierdo también en los demonios (hay cosas que nunca cambian) y a voz en grito se pusieron a cantar el himno infernal:
 

“Lasciate omnia speranza, voy chi intrate,
 


Lasciate, lasciate, condenati del averno,
 

Aquí esperati tuta clasi di tormento.
 


 

Lasciate il corpo materiale
 

Raiche del pecato originale.
 

Il fuoco eterno calentará vostro inverno.
 


 

Y vostro corpo espirituale
 

Sirá sodomizato a la brava
 

Y lascerato con látigo de sieti punti.
 


 

Alé Madrid… etc
 


 

Lamento esta inoportuna intromisión de la realidad física y material, la única existente y la única posible, y que uno de los demonios del Consejo –no voy a decir cual- se hiciera madridista a fuerza de ausentarse del Infierno y disfrazado como un forofo cualquiera presenciara partido tras partido en el Bernabeu en la mejor época de este equipo que viste de blanco, lo contrario a los demonios, que visten de negro. Debo decir que en el Infierno en este momento no debe haber seguidores del Barça, porque todos están en el Cielo… de momento… porque a pesar de que el Cielo y el Infierno duran para siempre, los acontecimientos terrenos cambian cada dos por tres y lo que ayer fue blanco hoy es negro y lo que ayer fue negro hoy es blaugrana. Y no voy a decir más porque me pierdo y mi hija es culé y mi hijo merengue y con todo ello voy a hacerme turrón navideño.
 

Como esto es un microrelato no puedo ni debo seguir con el resto del himno. Interesados pueden pedirlo a Amazing Inferno, le será enviado sin gastos. Un detalle me puso los pelos de punta. Se oyó una voz infernal cantando el himno del Barça y los restantes demonios dejaron de cantar el himno infernal para cantar el himno del Madrid, aún con más fuerza, no fuera que alguno más estuviera pensando en arrepentirse.
 

Y mientras el demonio arrepentido Sloctik era arrebatado a los cielos por el arcángel Miradél, Satanás y Luzbél exclamaron: ¿Por qué…por qué?

 

Sloctik miró hacia atrás un momento y a sus negras orejas la exclamación de jefe y lugarteniente llegó como un triste: ¿Poqué… poqué?
 

Y apenas arcángel y demonio se perdieron de vista todos los demonios del Consejo corrieron a una especie de bunker informatizado y encendieron los monitores. Así pudieron presenciar el vuelo de Sloctik en directo y así esperaban ver el resto de la película angelical, porque el sello que le había sido estampado en la frente al demonio arrepentido no era tal sello, sino una cámara oculta.
 

Se oyeron carcajadas. Todos se felicitaron, dándose fuertes palmadas en los cuernos y jugando con los rabos.
 

-Hemos engañado a ese idiota de Miradél. El muy “gilipollas” pensó que sería más astuto que un demonio del Infierno.
 

¿Qué otras sorpresas nos deparará el largo viaje celestial de Sloctik? Las narraremos a su debido tiempo. Ahora nos espera una nueva visita el demonio económico y concretamente al infernal juego de la bolsa. Ustedes me disculparán, pero debo terminar rápidamente este microrelato para dedicarme a uno de mis culebrones. Que ustedes lo pasen bien en el Purgatorio. ¿Qué cómo digo? ¿Acaso no lo sabían? La Tierra es el Purgatorio. Pocos llegarán algún día al Cielo, porque la mayoría se despeñarán en el Infierno. Vivimos en una sociedad corrupta, lujuriosa y en crisis económica. Ándense con ojo. Puede que el Infierno esté más cerca de lo que parece. Cita de las profecías de San Malaquías, revisadas por Nostradamus… Amén.
 


 


 


 


 


 

   
 

 

Microrelatos sobre el Infierno V



MICRORELATOS DEL INFIERNO V

  

EL DEMONIO ARREPENTIDO I

 
En el infierno no hay tiempo, lo que no significa lo que ustedes están pensando, sino lo contrario. Vamos, que el tiempo no transcurre en el Infierno, aunque sí lo hay…Para que me entiendan, es lo mismo que si ustedes recorrieran una gigantesca estación de ferrocarril y vieran todos los trenes, infinitos, que están aparcados en las vías. A nadie se le ocurriría decir que no hay trenes, lo que ocurre, sencillamente, es que no se mueven.
Esto es algo muy difícil de explicar para quien nunca estuvo en el Infierno. No es mi caso, porque invitado por Virgilio y por Dante, y con el visado, autorizado por Satanás y adláteres, en la frente, me dispuse a recorrer todas y cada una de las dependencias del Infierno. Me vestí como si me fuera a la playa de veraneo o al trópico, donde el sol mira y calienta a todo lo que mira. Bajo mi fresca túnica, casi transparente (en el infierno nadie se escandaliza por tonterías) llevo un bañador, o mejor dicho, un tanga, por si hallare alguna piscina que no tenga el agua hirviendo o algún lago escondido al que los demonios descarguen el hielo que les sobra de las bebidas (son todos unos borrachos, créanme).
Como les decía, comprender el concepto tiempo en el Infierno es solo para genios. En cierta manea es parecido a observarla carrera de una liebre desde lo alto. Si eres un halcón tendrás la sensación de que la liebre no se mueve. Si eres una liebre, sentirás que corres como una flecha para que no te pille el halcón, aunque
éste permanezca siempre encima de ti.

Pero dejemos estas comparaciones y metáforas que no nos llevan a parte alguna. Después de observar a los pecadores millonarios en la caldera correspondiente, me dirigí hacia donde Satanás y Luzbel estaban hablando con el mensajero que les había sido enviado desde el cielo. Para que me entiendan, es como si me hubiera subido al vagón de los millonarios y luego bajado y subido al vagón donde el trío charlaba y el aire no se meneaba. Ni el vagón primero se había movido, ni el vagón segundo, ni yo me había movido, ni Satanás y compañía se habían movido. Vamos que no se había movido nadie, y sin embargo el tiempo estaba allí, y para un observador no infernal el tiempo tendría que haber transcurrido necesariamente, aunque no fuera así. Y esto es solo una pequeña muestra de lo que cuesta entender lo que sucede en el infierno.

 

El ángel celestial enviado para comunicar la buena nueva de que un demonio se había arrepentido se llamaba Miradél. Era la primera vez que algo así sucedía, al menos desde que Satanás y Luzbel tenían memoria y puedo asegurarles que la tenían desde siempre. No, no voy a entrar en su juego y por lo tanto no les intentaré explicar por enésima vez cómo funciona el tiempo en el Infierno. Me limitaré a decirles que nadie conocía el procedimiento o protocolo a seguir en este supuesto, por lo que los jefes demoniacos decidieron invitar cortésmente a Miradél a que les acompañara a la sala del Consejo infernal. Los tres se pusieron en camino (es un decir) formando una estampa neogótica de primera. Los demonios eran negros, negrísimos y con sus alas extendidas parecían cuervos gigantescos o buitres o pajarracos de alguna rara especie. En cuanto a Miradél era blanco, blanquísimo, y con sus alas extendidas semejaba una gigantesca paloma de la paz o un vampiro arrepentido y reconvertido. El ángel blanco iba en medio y los negros a los lados, como si le escoltaran, como si el prisionero fuera Miradél.
Les aseguro que la escena era digna de película, algo así como Matrix o Avatar, sobre el negro horizonte, enrojecido por los fuegos de las calderas, tres pajarracos se mueven –es un decir- hacia algún secreto lugar infernal. En realidad, como ya les he dicho por milésima vez, esto es como subir a un vagón de ferrocarril y ver la escena que se está desarrollando allí, si te bajas, dejas de verla y si subes a otro vagón ves otra escena. Creo que tiene algo que ver con la física cuántica, donde el observador modifica lo observado y donde las partículas pueden estar en varias dimensiones a la vez y la paradoja del Gato de Schrödinger hace de las suyas.
Cansado de contemplar el espectáculo me subí a otro vagón y resultó ser la sala del Consejo Supremo Infernal o el CSI del Infierno. Allí estaban ya reunidos todos los que contaban algo en aquel lugar infernal, que no eran muchos, como sucede en todas partes, incluido el planeta Tierra, donde los que cortan y reparten el bacalao se pueden contar con los dedos de las manos. Sentados a la gran mesa de consejos estaban todos los consejeros, con Satanás a la cabecera, Luzbel a su derecha y Belcebú, a la izquierda, luego seguían por la derecha Samael y por la izquierda… bueno, para qué vamos a seguir, ustedes se hacen una ligera idea.
Satanás se rascaba los cuernos con fruición, porque no sabía cómo enfocar el asunto y los demás, por la cara que ponían, menos aún. Dejó de rascarse el cuerno derecho, estiró el rabo por detrás del asiento, dio un formidable golpe en la mesa y abrió la sesión de esta manera:
-Como todos sabéis ya Miradél, ángel de undécima categoría celestial, ha sido enviado para comunicarnos que uno de nuestros demonios decidió arrepentirse, lo comunicó por vía administrativa y oficial al Cielo y allí comenzaron un largo proceso. Convenientemente interrogado y puesto a prueba, pasados exámenes forenses, recurridas las resoluciones de los tribunales inferiores a los superiores por el Ministerio Fiscal Celestial –el MFC- , el Tribunal Inquisitorial de la Santa Rota, ha dictado resolución inapelable, por la cual el demonio arrepentido es perdonado y autorizado para abandonar el Infierno y entrar en el Cielo. Pues bien, aún no sabemos cómo se llama el demonio arrepentido y estamos en nuestro derecho de saberlo y por otro lado yo aún no he visto la orden de excarcelación, debidamente sellada y firmada.
-Nosotros tampoco, nosotros tampoco…
Se elevó un formidable griterío entre los demonios del Consejo. Todos estaban nerviosos y muy, muy preocupados.
-De acuerdo. Aquí tenéis la orden celestial, debidamente firmada por la autoridad suprema y sellada con el sello celestial de su clase. En cuanto al demonio arrepentido se llama Sloctik, y es de clase quincuagentésimacinco, la última de las existentes y la menor y más vil de todas ellas.
Por la sala del Consejo corrió la orden, escrita en papiro “aeternus”, y todos la leyeron y después de hacerlo se rascaron los cuernos, realmente anonadados. Fue Satanás quien reaccionó y decidió coger el toro por los cuernos.
-Estamos en nuestro derecho de ver al arrepentido y de interrogarle.
-Eso no cambiará nada. Ni aunque pudierais convencerlo, cosa que dudo, el arrepentido debe salir del Infierno, bajo mi custodia. Y si en el Cielo cambia de opinión deberá hacer la correspondiente petición administrativa que seguirá el cauce legal pertinente. 
-Está bien, está bien. Pero queremos verlo y lo vamos a ver. Y en cuanto a si una vez convencido podrás impedir que se quede aquí ya se verá a su debido momento.
Miradél no se anduvo con chiquitas. Se irguió cuan alto era, extendió sus alas cuan largas eran, sacó su espada de fuego de la vaina y la dirigió contra Satanás. Todos los demonios se pusieron en pie a la velocidad del rayo y sacaron sus espadas negras de fuego negro. En ese momento se oyó una voz desde lo alto.
-Aquí comando arcangélico de intervención rápida. ¿Necesita ayuda M-3-X? ¡Conteste, por favor!

Miradél no contestó. Se limitó a mirar a los demonios con mirada de triunfo y sonrisita sardónica. Todos los ángeles negros se sentaron, cariacontecidos. Hasta el último de ellos recordaba la última intervención rápida del comando arcangélico. Arrasaron un montón de calderas y encadenaron al Consejo demoniaco, cada uno a un confesionario, una especie de inteligencia artificial, que no cesaba de pedirles que recordaran sus pecados y se arrepintieran de ellos. También echaron polvos pica a pica a las demonias, sus esposas, en “salva-sea-la-parte”, lo que hizo que estuvieran aullando sin cesar una larga temporada y esto obligó a sus esposos a rascarlas con ternura para poder pegar un ojo de vez en cuando.
Nadie deseaba un nuevo enfrentamiento. Tenían todas las de perder. Se miraron entre sí y Satanás interpretó las miraditas.
-Está bien. Está bien. Nos sometemos. No pondremos impedimento alguno. Aunque sigo insistiendo en nuestro derecho
a mirar cara a cara a ese arrepentido, a ese malnacido y desagradecido que ha mordido la mano que le da de comer.

-Aquí M-3-X. Todo va bien. Ha sido una falsa alarma. Corto y cierro.
Todo el mundo se relajó y Satanás pidió unas bebidas a la servidumbre, demonios castigados por absentismo laboral y condenados premiados por su buen comportamiento en los castigos.
Por cortesía preguntó a Miradél si deseaba algo de beber y este recalcó que no deseaba nada. Eso sí, echó mano a la cantimplora que colgaba de su costado y echó un buen trago de la ambrosía celestial que calmaba la sed y el calor, porque en aquella sala hacía un calor de todos los demonios.

-El demonio arrepentido espera a la puerta. Ya di órdenes, antes de llegar, de que lo buscaran y lo trajeran aquí. Pueden interrogarle cuanto quieran, pero recuerden que la decisión ya está tomada y no se cambia. Deben saber también que no permitiré ninguna clase de maltrato físico o psíquico y cualquier intento de atormentarlo como es costumbre supondrá la incursión de una hueste arcangélica.
Satanás pensó que allí mandaba él y que Miradiél nunca debió atreverse a dar órdenes, aún así calló la boca, como todos, sabiendo que las amenazas del ángel blanco no eran en vano. La puerta se abrió. Un demonio desconocido, anónimo, un proletario del infierno, entró, bajando los ojos con timidez, trastabillando al andar y temblando por todas sus extremidades. Era negro como un tizón, obeso como un tragón, calvo como una pelota de billar negra, con unos cuernecillos timoratos que apenas eran visibles, con alas cortas y encogidas, yo diría que comprimidas a sus espaldas. Hubiera sido un demonio gris, de no haber sido negro, e invisible de no haber estado tan obeso. Se arrodilló a los pies del Consejo infernal y Miradiél lo levantó sin contemplaciones.
-Ya eres un ángel blanco. Representas la dignidad del Cielo. Levanta.
Aquello les pareció muy divertido a todos los demonios y se oyeron grandes carcajadas. Llamar ángel blanco a Sloctik era para tomárselo a chunga.
-Este es Sloctik, ángel de quincuagésimoquinta escala, sus méritos infernales no habrán sido muchos, pero su sincero arrepentimiento ha conseguido el perdón del Altísimo y que se le asigne una morada en el Cielo. La jerarquía que ocupará es algo que nadie sabe, salvo el Secreto, sólo él puede juzgar los méritos de humanos y demonios. ¡Alabado sea por siempre!
Nadie se rió aunque los demonios del Consejo sintieron ganas, como siempre que se hablaba del Cielo y sus habitantes. Satanás echó un vistazo en derredor y viendo que todos estaban de acuerdo en que fuera él quien comenzara el interrogatorio, así lo hizo.
-Sloctik, querido hermano, ¿cómo has podido morder la mano que te alimenta? ¿Cómo te atreves a pensar que en el Cielo serás más feliz y que la diversión y el orgasmo nunca cesarán?
El aterrorizado demonio no se atrevía a levantar la vista hasta Satanás y apenas pudo balbucir algo ininteligible. Miradiél se vio obligado a darle un fuerte pescozón y una patada en el pompis. Entonces Sloctik alzó la vista y respondió sin pestañear a la pregunta.
-No soy tu hermano, Satanás, ni lo he sido nunca. Fui reclutado a la fuerza y llevo toda la eternidad intentando escapar de aquí. La lujuria que se me ofreció da risa. Vosotros os reserváis siempre las mejores carnes desnudas y a mí se me ofrecen las sobras, condenadas, feas y beatonas de tres al cuarto, y a menudo ni eso. En cuanto a los banquetes que se me prometieron son indigestos y asquerosos. En el infierno nunca se comió bien, todos los alimentos quemados o churruscados, las bebidas calientes, hasta las cervezas en verano, y qué decir del género, estropeado, maloliente. ¡Alguien ha podido pensar que un gourmet como yo podría satisfacerse con tan poco! Y en cuanto a mi asignación a los tormentos de los condenados nunca se aceptaron mis peticiones. No se me ha permitido torturar a Hitler, Stalin y los suyos. No he podido tocar a los millonarios más canallas, porque a pesar de no servir de nada el dinero en el infierno son unos lameculos profesionales de primera categoría y a cambio de besaros el culo a vosotros les habéis proporcionado lo mejor del infierno y librado de mis garras.
Alguno hasta se ha dejado sodomizar por altas jerarquías, cuyo nombre no voy a mencionar aquí. Sí, porque entre vosotros hay sodomitas, y a pesar de que en el Infierno eso no es pecado, se avergüenzan de serlo. Ni siquiera se han contestado a mis informes sobre la necesidad de un tormento psicológico, sutil y efectivo, y no esta mierda de calderas que solo calientan el cuerpo y a veces ni eso. Mi petición para que se formara una comisión, con el fin de estudiar la posibilidad de reimplantar la reencarnación, único tormento que me parece justo y rehabilitador, no solo no fue tenida en cuenta, sino que apareció en el boletín mensual de chorradas infernales y todo el mundo se burló de mí hasta que le vino en gana…

Y aquí Sloctik no pudo contener la emoción y se echó a llorar como un bendito, porque en el Infierno nadie llora. Lo que le sirvió al mismo tiempo para tomar resuello tras la larga parrafada. Satanás tenía el rostro como un tomate, no se sabe si por el calor o por la vergüenza, y los demás rechinaban dientes y daban pezuñazos en el suelo. Lo hubieran torturado allí mismo, de no ser por Miradiél, que había desenvainado la espada y les miraba muy fieramente.
Continuará.
 
 
 

MICRORELATOS SOBRE EL INFIERNO IV


EL INFIERNO ECONÓMICO

 

 


 
Los pecadores económicos, es decir los que han sido condenados por motivos relacionados con la economía, tales como la especulación, la insolidaridad, la avaricia, etc. Etc. Deben, antes de entrar en la sección a ellos destinada, atravesar la gran caldera. Es grande, muy grande, enorme, gigantesca, y en ella se van quemando, de forma constante, grandes cantidades de fajos de billetes, nuevecitos y de curso legal, por supuesto.
Un observador ingenuo –aún quedan muchos, incluso en el infierno- podría llegar a pensar que los pecadores económicos están recibiendo un trato de favor o que incluso han comprado y corrompido a los demonios que tienen al cargo su sección, hasta llegar a las jerarquías más altas, el ínclito Satanás, pongamos por caso.Sin embargo un testigo imparcial que permaneciera allí, en el hall, sentado tranquilamente en el suelo, y observando el espectáculo, pronto se daría cuenta de que en realidad la caldera del infierno económico es la más terrible de todas las calderas. Así al pronto parece un jueguecito inocuo. Los pecadores entran en la caldera y el fuego de la combustión de los billetes apenas consigue cosquillearles las plantas de los pies o las palmas de las manos. Cierto, si eso fuera todo el tormento que reciben el trato de favor sería evidente. Un tormento de este calibre haría reír a cualquier pecador y le reafirmaría en proseguir su camino a la perdición. En cambio el diseño de esta caldera es una de las obras maestras infernales, el producto de un genio metafísico.

 
Quienes allí entran se olvidan de todo lo que no sea intentar hacerse con un fajo de billetes antes de que llegue a chamuscarse en el aire o a quemarse en el suelo metálico. Se obsesionan con ello. Llegan a oprimir los fajos entre las palmas de sus manos ahuecadas, para evitar de esta manera que llegue hasta ellos el oxígeno, perfecto catalizador de la combustión. Si esto no les da resultado, que nunca se lo da, comienzan a sacudir los fajos de billetes contra la piel de sus cuerpos desnudos. Lo único que consiguen de esta manera es quemarse ellos y dejar sobre su piel marcas como de latigazos de fuego. También acostumbran a saltar en el aire. Los fajos de billetes caen del cielo y no es que el cielo quiera premiarles su arrepentimiento y buena conducta, no, lo que ocurre es que los demonios encargados de alimentar la caldera, empujan cada cierto tiempo, con sus horcas buenos fajos de billetes, nuevecitos y de curso legal. ¿De dónde los sacan? En el infierno se bromea con que los jerarcas están conchabados con los Bancos Centrales o con los especuladores más activos del planeta Tierra.
Yo, desde luego, no lo sé. ¿Chi lo sá? Me temo que nadie. Es un auténtico misterio.

 


Pues bien, como les decía, los pecadores económicos están muy atentos y cuando cae un buen montón de fajos, saltan como si tuvieran muelles en los pies o fueran campeones del mundo de salto de altura y se hacen con un fajo volador. Esto no les sirve de nada, ya que el dinero se incendia en cuanto llega a una cierta altura por encima de la caldera. Ni siquiera los muy altos o los mejores saltadores pueden permanecer por encima de ese nivel el tiempo suficiente hasta que la ley de la gravedad produzca su consabido efecto, así en la tierra como en el infierno.
¿Para qué quieren el dinero estos pecadores económicos? ¿Para comprar a Satanás y a sus demonios? No son tan tontos, aunque lo parezcan, y puesto que comprar a quien te suministra dinero para que lo compres es una estupidez y ellos lo saben, con toda seguridad no lo hacen por ese motivo.
¿Intentarían ustedes corromper a un Banco Central de un poderoso país ofreciéndole una propinilla? Bueno, es mejor olvidarse de esta comparación, porque en los tiempos que corren puede suceder cualquier cosa, hasta algo así. ¿Acaso lo desean para comprar a otros condenados? ¿Qué podrían obtener a cambio? ¿Entonces? No le den más vueltas a la cabeza, simplemente les puede el ansia. Ansia de poder, de riqueza, de placer, de dominio sobre sus semejantes, avaricia acumulando cosas para un futuro imposible… Su ansia no tiene límites. Si ustedes fueran tan ansiosos como ellos, ¿despreciarían hacerse con uno de esos fajos de billetes que caen del cielo? 

Todos los pecadores y condenados tienen un tiempo,
fijado de antemano en sentencia, para permanecer en las calderas de las diferentes secciones del Infierno. Luego pasan al interior de cada sección y allí siguen el programa de tortura y tormento establecido meticulosamente en sentencia. Los demonios de la entrada se burlan de los condenados y les pinchan con las horcas mientras piensan algo así como: “Pasa que cenas”.

Absolutamente todos los pecadores salen de estas calderas perdiendo el culo, es decir tan deprisa que la parte delantera casi pierde a la trasera, aunque esto parezca imposible. Claro que esto no cuenta para los pecadores económicos, quienes permanecen allí aún mucho después de escuchar la campana de aviso que solo oyen los que han cumplido el tiempo programado. Continúan allí, erre que erre, empecinados, ansiosos, babeando por un maldito y mísero fajo de billetes. En todas las secciones los demonios encargados de las calderas poseen látigos de diferentes texturas y formatos. Los emplean para impedir que los condenados salgan de las calderas antes de tiempo.En cambio en el infierno económico no son necesarios. Quiero decir que no son necesarios para impedirles salir antes de tiempo, porque muchos demonios encargados se sienten tentados a emplearlos con los pecadores para hacerles salir por la fuerza de la caldera de billetes quemados e impedirles permanecer allí más tiempo tras al toque de campana. No lo hacen porque les divierte más contemplar el espectáculo de estos pobres ansiosos.

 


Los látigos de la sección económica son un tanto peculiares, están hechos con fajos de billetes comprimidos y enlazados hasta alcanzar la dureza de una barra de hierro. Su entrelazamiento es de una exquisita factura artesana, haciendo que el filo de algunos billetes, tan cortante como una cuchilla de carnicero recién afilada, les corte la piel como hacen las chapitas convencionales en los látigos de siete puntas. Dejan la piel como si millones de diminutos arados mecánicos hubieran pasado y repasado ese campo mil veces.
¿Quieren creerme si les digo que estoy convencido de que de haberse empleado una sola vez ese látigo, el pecador o pecadores azotados no hubieran salido de la caldera a pesar del severo castigo y hubieran continuado por todos los medios a su alcance obtener su tesoro, su lindo tesoooorooo, el fajo de billetes nuevecitos y de curso legal?
Ustedes pensarán, si son muy candorosos –haberlos “hailos” hasta en el infierno- que todos los pecadores económicos son millonarios, multimillonarios, Cresos, Midas, capitalistas salvajes, especuladores sin entrañas, etc. Etc. Pues no, se equivocan. Se calcula que al menos un 50% está formado por clase medio baja, proletarios “mileuristas” y pobres de solemnidad. Creánme, el ansia no respeta a nadie. Hay quienes han perdido la decencia, la humanidad y la menor capacidad de ser solidarios y empáticos a cambio de poco, de muy poco, más bien de nada, unos ahorrillos que les permitan comprarse un chalecito de bajo standing o un coche de alta gama o simplemente tener una cuenta en el banco e ir a ver cómo crece todos los días, como si fuera una plantita.
El ansia no perdona a nadie. Existen avaros proletarios que son mucho peores que los avaros ricos, capaces de negar un “bocata”
a un muerto de hambre, cuando al rico ni siquiera se le ocurrió pensar en ello, entre otras cosas porque le gusta ir en limusina o jet privado con los cristales entintados y así no se ve un muerto de hambre sino es en la televisión, a lo lejos. Lo cierto es que el dinero no influye mucho en el ansia y es más fácil que ésta se despierte y abra sus fauces si estás todos los días en contacto con el sufrimiento ajeno que si te sirves un güisqui de veinte años en el bar de tu limusina y acaricias el muslo de una prostituta de lujo (los pecados van siempre a pares y en algunos casos a docenas).

 


Se preguntarán ustedes cómo pueden caber todos en esa caldera, por muy grande que sea. Pues bien, les diré que siempre hay un espacio para un nuevo pecador. Tal vez se deba a que hasta el ansia se acaba agotando alguna vez o a que la caldera es mucho más grande de lo que un espectador frío y objetivo podría imaginar. Eso sí, espectadores hay muchos, desde demonios con vacaciones o licencias para asuntos propios, hasta condenados con permiso de salida de fin de semana gracias a su buena conducta, quienes acuden hasta aquí y se quedan horas y horas observando la caldera. En el infierno no hay tanta diversión como algunos piensan, aparte de los consabidos shows de tortura y tormento, y ésta sin duda es la mejor diversión de que se puede disfrutar en el infierno. La lujuria cansa y aburre al cabo del tiempo, en cambio el regocijo que sienten los pecadores que nunca pudieron disfrutar en su vida anterior de una situación económica “aceptable”, no termina nunca cuando observan dónde y cómo acaban los “ansiosos”.
Permítanme que me explaye un poco sobre las supuestas diversiones del Infierno. Se dice que el Cielo es muy aburrido y que no merece la pena sufrir tanto en vida para irte de vacaciones a un paraíso donde al cabo de una semana ya estás bostezando. En cambio los pecadores, condenados y demás ralea canalla tienen mucha suerte, porque tras una vida en la que se han dejado llevar por todas las pasiones, sin el menor control, terminan en una especie de “pub de verano tórrido”, con mucho alcohol, desnudos por doquier, lujuria y orgía perpetua, diversión asegurada y masoquismo gratis para todo el mundo durante etapas marcadas a látigo en la piel.
Para empezar a la entrada del pub hay un letrero de neón que dice: “Vosotros que entráis perded toda esperanza”. O dicho en italiano, en el original, puesto por un tal Dante, cuando estuvo dando una vueltecita por aquí, acompañado por su amigo Virgilio. “Voi qui entrati, lasciate omnia speranza”. O algo parecido, que este narrador fue español en su vida terrena y de idiomas ni “papa con tomate”, ni inglés ni mucho menos italiano, aunque me hubiera gustado aprenderlo para hablar con un millonario de aquella nacionalidad que anda de caldera en caldera, acaba de salir de la caldera económica cuando ya está en la caldera lujuriosa, con los espermatozoides hirviendo hasta el cuello. Me disculparán pero no recuerdo su nombre.
Creo que fue un tal Georges Bernanos –me perdonarán si lo pronuncio mal, porque tampoco estudié francés- quien dijo que el infierno era dejar de amar y que el hastío de la vida es el tormento más terrible, el pecado que uno nunca se perdona. Bueno, pues aquí hay hastío por un tubo, del que uno puede beber como de una cañería surtida a perpetuidad. Desconozco si el cielo es peor, porque nunca estuve allí, aunque no pierdo la esperanza de que mis buenas acciones
(tal como la de narrar lo que ocurre en el infierno para que los pecadores terrenos y aún vivos puedan corregir su vida, tirando de la brida hasta que el caballo se espatarre en el suelo) me lleven al paraíso y se lo pueda contar alguna vez, si es que es posible encontrar el último lindero de esta llanura oscura y bien caldeada.

Procuren no dejar llevarse por el ansia de conocer qué les espera a los pecadores económicos al salir de la caldera, porque no hay nada peor que el ansia, pueden creerme, y hasta es posible que con el tiempo pasen de espectadores a participantes. Les diré tan solo, para abrir boca, que el primer tormento que les espera a estos repugnantes pecadores es el juego de la bolsa. ¿En qué consiste? Ya les he dicho que controlen su ansia.
Lo que sí puedo decirles es que tal vez solo haya algo peor que el ansia, el hastío. Es como un polvillo en el aire, entra en tus pulmones sin que te apercibas de ello y te putrefactas por dentro, como les sucede a los “silicosos”
o mineros del carbón que padecen “neumoconiosis” o silicosis. Es por ello que muchos condenados se vuelven “majaras”, como becerros que llevaran un cencerro al cuello y fueran dando la murga por todo el Infierno. Por suerte alguien pensó en ello y creó una sección especial, denominada “Frenopático infernal”.
Pero esa es otra canción que ya les cantaré en otra ocasión, con voz destemplada, desesperada e hiriente. Recuerden que no deben dejarse llevar por el ansia. Todo llegará. Les prometo que comenzaré mi canción tan pronto un pecador económico salga de la caldera de los fajos de billetes. Eso llevará un tiempo que me permitirá contarles otras cosas.

 
Continuará.

Don Juan en los Infiernos


 

DON JUAN EN LOS INFIERNOS
 
          MICRORELATOS DEL INFIERNO III                

EL INFIERNO DE LOS LUJURIOSOS 

 

Al llegar al infierno Don Juan aceptó impertérrito que le hundieran la cabeza, con el resto del cuerpo, en aquella caldera de espermatozoides hirviendo. Tampoco se quejó de que a continuación le pusieran a remojo en las calderas de Pedro Botero. Su inación tenía como causa la profunda desesperación en la se había sumido al imaginar que sería castigado a pasarse el resto de su vida en la eternidad sin una pizca de sexo.
Por eso se sorprendió cuando no habiendo finalizado aún las veinticuatro horas prometidas, fue sacado de la caldera por un par de demonias de poca monta. Tomándole por los sobacos y extendiendo sus alas le trasladaron en volandas hasta un lujoso despacho, o más bien, un inmenso salón donde las principales demonias del infierno parecían haberse dado cita. Allí estaba Satanasa, la mujer de Satanás, de quien se decía que era la verdadera gobernanta del infierno y su marido un calzonazos, un títere, un hombre de paja, que se limitaba a andar con mucho cuidado entre las calderas para no quemarse el culo. Allí, a la derecha de Satanasa, se encontraba Luzbella, la más hermosa demonia que verían nunca los ojos libidinosos de Don Juan. Su hermosura era tal que al famoso pervertido, una leyenda entre los vivos, el miembro viril se le puso tan enhiesto que provocó aparatosas risas entre la concurrencia. Y a la izquierda de la gobernanta en la sombra del Infierno, y mordiéndose las uñas con fruición, los ojos de Don Juan contemplaron, curiosos, a Belcebusa, la esposa de Belcebú, de quien se decía que había sido la causante de que su amado esposo cayera en desgracia. Debido a las infidelidades de su esposo,  Belcebusa intrigó hasta conseguir que fuera considerado el más tonto entre todos los demonios tontos del infierno y se le destinara a tareas bajas y humillantes.

Don Juan fue obligado a arrodillarse ante tan selecta concurrencia y así dio comienzo a la rueda de preguntas:
-Parece usted hundido en la más abyecta de las miserias, Don Juan. Hemos recibido informes de su sorprendente mansedumbre en los tormentos. ¿Qué le ocurre? ¿Acaso considera que cualquier castigo carece de importancia, salvo la privación de relaciones sexuales?
Hubo risitas entre la concurrencia. Quien había preguntado era Satanasa y su voz no era precisamente amable.
Don Juan aceptó las burlas y el tormento de permanecer allí, ante tan hermosas mujeres, aunque fueran demonias, hundido en la desesperación y sin atreverse ni a tocar el bajo de sus vestidos de seda transparente, ni a imaginar sus nalgas prietas entre las que brotaba el típico rabito juguetón de los demonios y demonias del infierno.
Como no contestara se produjeron más risas y una voz venenosa como la de una serpiente de cascabel, propuso:

 


-¿Por qué no lo sumergimos en una caldera de pez hirviendo, como si fuera un yakusi, y le permitimos que repase su vida depravada pervirtiendo ingenuas mujeres? No creo que existiera mayor tormento para él.
Era la voz de Samaela, la mujer de Samel, uno de los más retorcidos demonios del Consejo de Administracción infernal.
-Se me ocurre algo mejor. Pido vuestra autorización para torturarle esta noche en mis aposentos.
Quien así había hablado era Luzbella y se produjo un gran escándalo, como de gallinero infernal. Todas deseaban hacer lo mismo, ser las primeras en torturar al famoso pecador. Por fin Satanasa golpeó la mesa con un gran falo de metal. Se produjo un gran silencio.
-Vamos chicas, os comportáis como candorosas colegialas. Habrá para todas y habrá tiempo suficiente para que cada una lo torture a su gusto y gana. Pero puesto que Luzbella ha sido la primera en ofrecerse como “verduga” que sea ella la que inicie la ronda. Se levanta la sesión.
Y aquí hizo un discreto guiño a la concurrencia que pasó desapercibido para Don Juan, hundido en la miseria, mirándose la punta del pie desnudo, por si se estuviera formando la temida pezuña.
Dos demonias de baja estofa, proletarias del infierno, tomaron a Don Juan por los sobacos y lo elevaron en el aire con ayuda de sus alas negras de cisne perverso. El pecador fue trasladado a los aposentos de Luzbella, de los más lujosos de aquel hotel tropical, muy cercanos a los conductos de ventilación y a los ascensores y montacargas que comunicaban el Infierno con el Purgatorio y el Cielo y por donde descendían y ascendían virtuosos o pecadores, cuyas sentencias habían sido revisadas por un tribunal superior. Su absolución o condena, según los casos, le obligaba a cambiar de destino, y así pecadores que llevaban una larga temporada siendo torturados debían ser puestos en libertad y conducidos al cielo, y al revés.
Las dos demonias aterrizaron justo ante la puerta que solo se abría con las huellas digitales de Luzbella o Luzbel. Allí esperaron a que la patrona llegara, burlándose de Don Juan, exhibiendo con todo descaro la desnudez de sus sexos y azotándole suavemente con sus rabitos juguetones, enseñándole sus nalgas prietas e invitándole a tocarlas.
Por fin apareció Luzbella, quien con un gesto despidió a sus empleadas y agarrando a Don Juan por el brazo lo invitó a pasar al otro lado de la puerta que se deslizaba sobre sus goznes. El pecador quedó deslumbrado ante el lujo del apartamento. Eso no le impidió escuchar como un suave aleteo que venía del exterior. Todas las demonias del Consejo de Administracción femenino del Infierno acababan de aterrizar ante la entrada. Replegaron sus alas, se hicieron signos de silencio con un dedo en los labios y cada una ocupó su posición frente a los ojos de buey acristalados del apartamento. A través de ellos podía contemplarse con toda nitidez el gran lecho del apartamento. Don Juan no Hubiera podido ver nada, de haber mirado, porque los cristales eran espejos para quien mirara desde el interior, y en cambio cristales transparentes para quien observara desde el exterior.
Don Juan, el gran pecador, observó, pasmado, cómo Luzbella se desnudaba, dejando que las sedas que cubrían la perfección de su cuerpo demoniaco cayeran al suelo enmoquetado. El rabito que afloraba entre sus nalgas se puso enhiesto y comenzó a buscar en el aire el rostro compungido y pesaroso de Juan, hasta alcanzarlo en una caricia cosquilleante. Luzbella no tuvo que desnudar al pecador, porque en el Infierno todos los pecadores iban desnudos. Eso sí, le hizo pasar al yakusi y allí le obligó a rascarse la piel de la pez que tenía pegada hasta que quedó satisfecha del color rojizo que adquirió, debido a que en el infierno todo hierve, hasta el agua del yakusi de Luzbella.
Así comenzó para Don Juan la más extraña y lujuriosa aventura que nunca se atrevió a imaginar. No podía creer que toda la tortura que se les había ocurrido a aquellas inteligentes demonias fuera el obligarle a poseer sus hermosos cuerpos desnudos, con juguetones rabitos entre las nalgas. Se empleó a fondo y disfrutó como nunca había logrado disfrutar, ni con las más tiernas novicias. Luzbella fue apasionada y terrible, amable y cariñosa, siempre insaciable. Agotado, a Don Juan se le cerraron los ojos y cuando, aliviado, se entregó en las garras del sueño reparador sufrió de incontables pesadillas.
Una tras otra, Samaela tras Belcebusa, y tras esta Satanasa y tras ella todas las demás, aterrizaban sobre el lecho y plegaban sus alas. Sus cuerpos desnudos se restregaban contra el cuerpo del dormido Don Juan y sus sexos brillantes destilaban a chorros un extraño elixir afrodisiaco que siempre conseguía reanimar el miembro del pecador, hacer afluir sangre caliente a su complejo venoso y estirarlo hasta alcanzar el dolor del desmembramiento.
Pero no lo desmembraban las demonias, no, ¡qué más hubiera podido desear Don Juan!, sino que se lo introducían en sus ardientes cuevas y allí lo mantenían hasta que agotadas de tanto juego y galopada concedían el turno a otra demonia, quien volvía a repetir el mismo proceso. Don Juan gritaba de placer, cuando alcanzaba el orgasmo, y gritaba de dolor cuando su miembro, agotado y encogido, se reanimaba con aquel prodigioso elixir. Y las pesadillas se encadenaban, una tras otra, sin un segundo de alivio, sin un momento de reposo.
Y cuando creía morir de placer o de dolor, cuando su corazón parecía próximo a reventar, un nuevo aleteo sobre el lecho abanicaba su rostro y aquel elixir demoniaco que brotaba del sexo de aquellos monstruos lo resucitaba y reanimaba. Don Juan deseó despertar de aquella pesadilla infernal y tanto lo deseó que al fin lo consiguió.
Cuando despertó estaba en el lecho, abrazando el cuerpo desnudo de Luzbella, quien aún dormida jugueteaba con su rabito, que se erguía de entre sus nalgas, justo un poco por encima de aquel orificio de suaves paredes y músculos de hierro que Luzbella le había obligado a penetrar, sujetando su pene con su rabo, como una tenaza sujeta un clavo.
Don Juan acarició el cuerpo de Luzbella, acarició su rostro bello y besó sus labios de calidez infernal. Pellizcó, lujurioso, su rabito y entonces la mujer abrió sus tiernos y azules ojos y le observó curiosa.
-¿No has tenido aún bastante, Don Juan, gran pecador?
Y su risa cristalina se expandió en el aire. Otras risas hicieron coro, y Don Juan, ahora más despierto y lúcido de lo que nunca estuvo, pudo ver cómo el techo del apartamento se abría, deslizándose sobre sus goznes, y de la noche oscura bajaron, aleteando sus alas, todas las demonias del Consejo, desnudas y hermosas, rientes y fieras. Se abalanzaron sobre su cuerpo y en una orgía desenfrenada e infernal desmembraron su cuerpo y de cada parte desmembrada hicieron brotar un clon del pecador, y todos aquellos clones estaban unidos por la misma e idéntica consciencia y todas aquellas consciencias poseían el mismo cuerpo desnudo, con un miembro erecto que era posesión exclusiva de una demonia. Y ninguno de los miembros clónicos de la consciencia individual podía encontrar reposo porque el jugoso elixir que brotaba del sexo de las demonias lo hacía resucitar una y otra vez. Y las demonias a su vez se clonaron y luego se juntaron en un único cuerpo monstruoso y enorme, con tantos sexos como demonias y tantas cabezas, pechos, brazos y piernas como Satanasas, Luzbellas, Samaelas, Belcebusas y demás ralea infernal.
Y Don Juan suplicó que le devolvieran a las calderas de pez hirviendo y al potro del tormento y al rechinar de dientes en la oscura soledad exterior. Y lloró y gimió y se arrepintió de todos sus pecados y de cada uno de ellos. Pero nada consiguió sino que un orgasmo tras otro le hicieran hipar de pánico y la postración subsiguiente a cada orgasmo era tan dolorosa como placentero el orgasmo. Y no había reposo ni descanso, ni muerte definitiva. Y cada demonia satisfacía sus infernales instintos y entregaba su cuerpo con deleite sin fin y movían sus rabitos entre sus nalgas como los desesperados tentáculos de un pulpo infernal buscando comida para su insaciable boca.
Y Don Juan se dijo que el tiempo estaba de su parte y solo tendría que esperar a que las demonias se satisfacieran de una vez. Entonces le dejarían en paz y regresaría a sus tormentos habituales.
Se oyó una risa sideral, compuesta de todas las risas de las demonias, expandiéndose por todo el infierno, y los pecadores que estaban siendo atormentados levantaron la cabeza y se estremecieron. Y los demonios del Consejo se miraron mientras extendían sus alas y salían volando. En el aire se encontraron Luzbel y Satanás.
-Ya te dije que no podrían resistir la tentación. Nunca debimos hacernos cargo de Don Juan. Si me hubieras hecho caso aún estaríamos recurriendo, tribunal tras tribunal, y ese estúpido pecador residiría en el Purgatorio, en prisión provisional. Ahora ya es demasiado tarde. No podremos arrebatarles su presa y ese pobre pecador acabará castrándose con un hierro candente en cuanto consiga librarse de ellas… si es que lo consigue. ¿Y qué me dices de nosotros? Seremos el hazmerreir de todo el infierno. Deberíamos ir buscando a otro playboy, a otro seductor famoso, puede que mientras consigan una sentencia de muerte de las Parcas podamos todos descansar una temporadita. Llevo un mes sin pegar ojo.
Y Satanás se encogió de hombros. Luzbel tenía razón, pero ya era demasiado tarde. Nunca aprendían de sus errores. Allí nadie era capaz de aprender la lección.
Mientras el enjambre de demonios volaba al rescate de Don Juan un mensajero volaba al encuentro de Satanás. Por primera vez en el Infierno, en toda su historia, un demonio se había arrepentido y esperaba el indulto que llegaría de un momento a otro. ¿Se estaba acercando el fin de los tiempos?

 

El infierno de los lujuriosos I


EL INFIERNO DE LOS LUJURIOSOS
En el centro del infierno una enorme caldera de espermatozoides hirviendo acogía a los grandes pecadores lujuriosos.
 
MESALINA


 
Al llegar al infierno el Consejo Supremo de Justicia infernal, presidido por el ínclito Satanás, decidió que la nueva penada, de nombre Mesalina, antes de ser entregada al verdugo pasaría un tiempo al servicio de dicho Consejo. Había causado tal sensación que la decisión fue unánime, caso raro.
Durante un periodo de tiempo indefinido –en el infierno no hay tiempo- fue violada brutal y persistentemente por todos los consejeros, después de que su presidente se hubiera cansado de ella.
Todos se sorprendieron mucho de que la tal Mesalina, en lugar de chillar y pedir compasión, solicitaba más y más y nunca se cansaba. Al fin, agotados todos ellos, decidieron entregarla al verdugo. Este, enterado de lo que se comentaba había hecho con ella el Consejo, decidió aprovecharse, pensando que Mesalina no elevaría queja alguna, como así fue. Terminó tan agotado que en venganza –se había vuelto impotente- la sometió a todos los tormentos del infernal lugar, empezando por los peores y terminando por los más terribles.
Asombrado elevó un informe al Consejo.
“La tal Mesalina parece no sufrir con los tormentos que se le han administrado hasta ahora. Al contrario, gime, pero como si la poseyera un placer infernal. Solicito instrucciones”.
El Consejo, reunido en sesión urgente y sumaria, deliberó hasta que a un listillo, siempre los hay, se le ocurrió mirar la ficha de la penada, pensando que el error procedía del archivero (él deseaba ocupar ese puesto tan poco trabajoso).
-Creo que el error procede del archivero, dijo, nadie llega al infierno sin una ficha detallada de sus vicios y debilidades.
El Consejo pidió la ficha y tras mirarla atentamente uno tras otro, todos dijeron: No se menciona para nada que sea resistente al dolor y al tormento. El archivero no tiene la culpa de nada.
El supremo Satanás se limitó a darle una ojeada por encima.
Cuando estaban a punto de firmar denegando la petición del demonio listillo para reemplazar al archivero, Satanás se levantó y con gran pompa dijo: Me avergüenzo de vosotros, merecéis que os destine al cielo. ¿Qué pone aquí? “Adicta al sexo, a cualquier clase de sexo y a todas sus formas y manifestaciones? ¿Acaso el masoquismo no es una clase de sexo?
Satanás decidió que al archivero fuera sustituido por el demonio listillo y abrió una deliberación sobre qué tormentos se deberían aplicar a la tal Mesalina.

EL INFIERNO


 

JUAN CANALLITA

Tras pasar por todos los tormentos del infierno, Juan Canallita Irredimible, fue citado ante el consejo de administración, presidido por el Gran Satanás.
-Es usted el malo más malo de todos los malos que han pasado por el infierno. Ningún tormento ha surtido el menor efecto en usted. Hemos pensado que al menos eche aquí una manita. Ha sido asignado como ayudante sin cartera de Belcebú, el tonto más tonto de todos los tontos del infierno. No le hemos expulsado del infierno porque el fogonero mayor nos pidió que se lo asignáramos como ayudante.
Ya en su cubículo, con calefacción central, Juan Canallita Irredimible se frotó las manos. No niego que sean malos, que lo son, pero tontos, lo que se dice tontos, lo son un rato. De haberme mantenido aislado un par de días más hubiera reconocido todos mis pecados y hasta los que nunca llegué a cometer… por falta de tiempo y me hubiera arrepentido de ellos para siempre. La soledad es el único tormento que siempre hizo mella en mí. Ahora al menos tendré a ese tonto de Belcebú para echar una parrafadita de vez en cuando.