Categoría: EL GUERRERO IMPECABLE

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CARTA DE MILAREPA SOBRE EL CORONAVIRUS XIV


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Descendemos sin prisa desde la estratosfera, contemplando un planeta, que a pesar de su belleza, a ti te recuerda un viejo relato inacabado, “Prisión federal galáctica”, donde un periodista avispado descubre la verdad, que el planeta Tierra es en realidad una prisión de alta seguridad para encerrar a los chicos malos de la galaxia. Es como esa prisión distópica que has visto en alguna película, donde encierran a los condenados en una isla de la que no pueden salir, porque no tienen medios y porque es vigilada por guardianes invisibles. Tu mente no deja de elucubrar, como si vaciarla de pensamientos, dejar que repose tranquila, supusiera tu aniquilación. Es comprensible, te han educado para pensar que el vacío es la no existencia y prefieres pensar lo que sea, incluso darte una vuelta por un infierno dantesco, tan espantoso como divertido, que narras en Relatos del infierno, todo antes que detener tu mente, confinarla, dejar que la cabra tire al monte y se despeñe si quiere en cualquier precipicio, al fin y al cabo la mente no es real, puedes pensar que te has contagiado y te estás muriendo, pero eso no será real mientras no suceda.

El planeta no deja de ser bonito, piensas, ¡lástima que sus habitantes lo hayan convertido en una pocilga! De pronto te sobresaltas, como el diablo cojuelo, podríamos darnos un garbeo y observar el interior de las casas a través de sus tejados, al fin y al cabo si podemos levitar por la estratosfera sin necesidad de escafandra, nada nos impide traspasar la materia con nuestros ojos dotados de rayos X o infrarrojos, pero observas que estás sobrevolando tu pueblo. Pones cara de niño malo, como si me odiaras. Otra vez me va a utilizar como metáfora ambulante. Pues sí, reconoce que a mí particularmente me resulta más cómodo desvelar la intimidad de alguien a quien conozco muy bien y con el que tengo plena confianza, que ponerme a observar a desconocidos que bien podrían querellarse conmigo por no respetar su intimidad. Donde hay confianza, da asco. Lo sé, pero qué te importará a ti, a quien ya no importa nada, según tus propias palabras. Planeamos sobre el tejado de tu casa y vemos a Zapi sesteando en el jardín, hace mucho calor. Atravesamos el techo como si tal cosa, es como si nuestros cuerpos estuvieran hechos de esas cuasipartículas que has leído en uno de esos artículos sobre física cuántica. Pues sí, ahí estás tú, o tu doble real, porque éste, que sujeto con mi mano, parece ser mental, como si la consciencia fuera menos real que una hierba del campo.

Ahí estás tú, paralizado, porque la pulsera la lleva tu doble, el que está conmigo. Resultas gracioso, el tenedor camino de la boca con un trozo de tortilla. Estabas cenando y escuchando la radio, como haces siempre para sugestionarte de que no estás solo y te acompañan otras personas. Es un programa deportivo sin deportes. Sí, el tiempo es un divertido juego, te hemos pillado en pleno confinamiento. No quieres pensar en el contagio y sus consecuencias. Reconoce que tenías mucho miedo. No sabías si te podías contagiar con la comida, con el carrito de la compra, con cualquier cosa y de cualquier manera. Eso es duro. Llegaste a imaginarte recluido un año, dos, tres. Intentaste que te trajeran la comida a casa desde el supermercado, pero estaban saturados y además vives en un pueblo diminuto, no compensa el esfuerzo ni al capitalismo de más baja estofa. Además quien te la trajera podía estar contagiado, y contagiarte a pesar de la mascarilla, los guantes de vinilo y toda la parafernalia. Reconoce que tuviste mucho miedo. Por eso ahora hasta te resulta consolador escuchar un programa de deportes sin deportes, los anuncios para que vayas a comprar a tiendas que están cerradas, el teletrabajo mediático a pesar de que la calidad del sonido no es la que era. Estás viviendo una película surrealista sin pies ni cabeza. Te están diciendo que cuando salgas del confinamiento no te olvides de volver a comprar, de volver a ir al cine, al teatro, a los conciertos, que no te olvides de hacer lo que hacías antes porque de otro modo la economía se irá al garete y a ver de qué coméis. Solo les faltaba decirte que a ver si te mueres para que los de las funerarias sigan ganándose el garbanzo. Reconoce que esta economía capitalista es para mear y no echar gota, como dices tú tan graciosamente. El capitalismo te gusta tanto como el comunismo, nada. Algo tendréis que elucubrar para solucionar esta película de los hermanos Marx en el Oeste. Claro que si tú, que elucubras tanto, no has dado con el quid de la cuestión, puede que a otros que elucubran menos les cueste mucho más. Pero algo tenéis que hacer. Te preocupa que la tortilla llegue a tu boca cuando el tiempo se restaure y que llegue a todas las bocas. Te preocupa que todos puedan seguir trabajando, en lo que sea, y comiendo, pero te preocupa más lo que hará la humanidad, los reclusos en esta prisión federal galáctica, cuando  a los carceleros se les ocurra otro divertido jueguecito y los matones de las plantas de la prisión, líderes natos, no sepan qué hacer y empiecen a pensar que si todos están muertos ellos ya no tendrán que partirse la cabeza elucubrando. Un alivio. Recuerda que conoces bien el código para salir de la prisión, porque te lo repito todos los días.

QUE LA PAZ PROFUNDA OS ACOMPAÑE SIEMPRE EN EL CAMINO

CARTA DE MILAREPA SOBRE EL CORONAVIRUS


CARTA DE MILAREPA DESDE EL TIBET

Querido amigo y hermano en el Todo: Sé que no esperabas esta carta, al menos tan pronto, porque consideras que no necesitas consuelo en esta emergencia planetaria. Sé muy bien que no tienes miedo a la muerte y que consideras que ya has vivido bastante y que tu vida ya estaba completa, aunque aceptarías con cierto entusiasmo la posibilidad de que se te diera un poco más de tiempo para disfrutar a tu manera de la vida, lo que sin duda haces muy bien. Sabes que no te escribo a ti, aprovecho que das a la luz pública mis mensajes para decir algo, lo que sea. No hay receta mágica para la fragilidad humana. No dispongo de la cura para el coronavirus. No se trata de solucionar un problema, aquí y ahora, sino de que la humanidad se encamine hacia el único lugar posible: el amor.

Sé muy bien que el amor no es la solución a todos los problemas del ser humano. Amar no evita morir, la mortalidad es parte de la naturaleza del ser humano, como lo son sus limitaciones, muchas, tal vez demasiadas. No se trata de vivir para siempre en carne mortal, de poseer una ciencia casi mágica que cure todas las enfermedades, de poseer estructuras sociales, políticas, económicas, que funcionen a la perfección. Nada de eso es posible, y mucho menos si el ser humano convierte a los demás seres humanos en instrumentos de su pequeño ego que intenta inflar hasta transformarlo en un Cosmos.

Comprendo bien tus sensaciones y sentimientos. Para ti el estar solo dentro de tu hogar, el sentirte solo, el ocupar el tiempo en tus cosas, escribir, leer, escuchar música, lo que sea, no es algo que te preocupe. Llevas solo mucho tiempo, te cuesta salir y relacionarte. Para ti no es un castigo no poder salir de casa, al contrario, el castigo sería que te obligaran a pasar todo el tiempo fuera de ella. Una emergencia sanitaria, un estado de alarma, no es para ti el fin del mundo, el Apocalipsis. Ni siquiera morir aislado, de hambre, pongamos por caso, es algo que te encoja las tripas. Por suerte para ti esta sociedad en la que vives aún es capaz, al menos, de proveer alimentos para algunos, no para todos, por desgracia. Te preocupan tus seres queridos, mejor dicho, tus seres más queridos, porque sé que quieres a todos, a toda la humanidad, aunque a algunos más que a otros, como es natural. Te preocupa su dolor, su angustia, su miedo, aunque tú no lo tengas. Te preocupa que la especie humana pueda extinguirse por unos bichitos diminutos, no porque creas que la humanidad es única en el universo o porque este planeta y este tiempo son los únicos de los que dispondrá el único ser inteligente del universo y sería una pena que el Cosmos se quedara vacío, que su belleza no pudiera volver a ser percibida por seres conscientes, porque tú crees en otras cosas, por ejemplo en que el universo es demasiado grande para que sus únicos habitantes sean estas hormiguitas de dos patas que se creen tan inteligentes; por ejemplo, en que la consciencia no desaparece cuando su recipiente se convierte en polvo, porque tú de alguna manera crees en la reencarnación, aunque tu memoria no llegue a recordar vidas pasadas, hasta que eso que llamas consciencia individual se expanda hasta fundirse con la consciencia de la Totalidad. Sé muy bien que crees en estas cosas y que no te avergüenzas de creer en ellas porque no se trata de creer en lo que digan otros que les ha dicho el mismísimo Dios, sino porque tú mismo has experimentado en tu vida el milagro del amor cuando te ahogabas en el fondo del abismo de la soledad o porque sigues milagrosamente vivo cuando sabes que deberías estar muerto desde hace mucho tiempo. No has renunciado a tu criterio propio, a la racionalidad, a la inteligencia, a la lógica, pero eso no significa que tengas que renunciar a tus experiencias más íntimas y profundas, lo mismo que a tu lógica, que te dice que si la inteligencia fuera producto de una vinculación aleatoria de partículas, también los bichitos diminutos del coronavirus podrían ser inteligentes y entonces habría que echarse a temblar, porque tal vez hayan decidido inmolarse acabando con los seres humanos. Tal vez ellos estén también hartos de su miserable vida depredadora, intentando sobrevivir a cualquier precio, sin una pizca de amor que calme sus infinitos deseos, como le sucede al ser humano, que se pasa la existencia intentando engañarse creyendo que las posesiones le darán lo que no puede conseguir del amor, porque en este planeta donde habitas hay tan poco amor que repartido entre todos no alcanzaría ni a un céntimo de euro. Este planeta está en bancarrota de amor y lo malo es que los bancos centrales no podrán inyectarlo en el mecanismo económico porque el amor no es moneda de cambio, es el sentimiento profundo de un ser humano hacia otro y del otro hacia el uno y de todos para con todos. Y eso son decisiones individuales que deben transformarse en globales, no sirven mayorías o minorías, aquí solo existe una posible decisión de todos y cada uno de los seres humanos. Elegir el amor es la única alternativa, no para acabar con el coronavirus, pero sí para encaminar a esta sociedad hacia algo que merezca la pena, aunque pueda llegar un momento en el que todos tengáis que refugiaros en vuestros búnkeres para evitar a los bichitos. Todo es más fácil con amor, incluso el apocalipsis de una especie. Tampoco me disgusta que te lo tomes con humor. Como tú dices, si no hay amor, al menos tengamos un poco de humor. Pero esto te lo seguiré contando en la segunda parte de esta carta, porque la medicina hay que tomársela cucharadita a cucharadita, o pildorita a pildorita, si se trata de pastillas.

El aislamiento, el confinamiento, se está haciendo global. Como acabas de leer en un vídeo de una psicóloga italiana que te acaba de mandar un ser querido, ha llegado el momento de la reflexión y de plantearse seriamente si la humanidad no estará saltándose todas las leyes cósmicas con una ignorancia casi demoniaca, porque ninguna ignorancia es inocente. La vida facilita suficientes lecciones, espirituales y de cualquier otro tipo, como para que alguien pueda alegar que él no sabía. Resulta aleccionador que esta pandemia parezca estar respetando a los más pequeños, a los más frágiles, a los que sí son inocentes, al menos de momento, porque su evolución es impredecible. Hay muchos que no creen en las leyes cósmicas y sin embargo estudian con atención y paciencia infinita las leyes de la ciencia. En el fondo son una misma cosa. Algunos se burlan de las leyes espirituales, como si no fueran científicas, nada más científico que el amor que mueve el sol y las estrellas. Como digo en la teoría de la vinculación, sobre la que has dejado de escribir, no sé por qué, no hay una sola partícula en el universo que permanezca sola, aislada, viviendo su propia vida individual e infinintesimal. Todas las partículas acaban vinculándose unas con otras, siguiendo unas leyes que los científicos tratan de desentrañar, pensando que ahí está la respuesta global a la pregunta única, ignorando que la única respuesta es el amor, no hay otra.

Recluido en tu casita, que ahora parece ser el lugar más adecuado para soportar esta plaga, reflexionas y te planteas muchas cosas, tales como si tiene sentido que los gobiernos planetarios se gasten cantidades ingentes en armamento para que lleguen unos bichitos y pongan a la humanidad contra las cuerdas. ¿No sería más lógico que ese presupuesto inútil en armamento defensivo, por si las moscas, se empleara en luchar contra la pandemia, en material sanitario, en lo que sea necesario ahora, y luego en crear centros científicos para la vigilancia y lucha contra las epidemias? No has oído nada de una posible suspensión de los presupuestos militares de las naciones y la utilización de ese dinero en luchar contra la emergencia que estáis viviendo. No se hace porque parece que los gobiernos no se fían unos de otros. Si bajo la guardia el otro me invadirá. Si estos bichitos acaban con todos, los armamentos se pudrirán en sus silos. La falta de valores como la fraternidad universal puede llevar a esta humanidad doliente a una extinción apocalíptica. Los gobiernos prefieren seguir armados hasta los dientes, recelosos de lo que el oponente, el supuesto enemigo, pueda hacer a su población, mientras ésta sufre y se va muriendo sin esperanza. Estas cuestiones que tú te planteas se las deberán plantear los gobiernos antes o después y la población deberá abrir los ojos y darse cuenta del alto precio en vidas humanas que se está pagando porque el dinero que se debería emplear en sanidad se está empleando en armamentos disuasorios. Resulta curioso que ahora todos se lleven las manos a la cabeza cuando mueren ciudadanos de sus países del primer mundo y hayan visto sin inmutarse las muertes por las guerras, la tragedia de los refugiados. Por cierto, ¿alguien ha dicho algo de cómo están viviendo los refugiados esta pandemia? La imagen de aquel niño refugiado, muerto en la playa, conmocionó tu alma no hace mucho tiempo. Ahora sí, ahora parece que los muertos de primera son un problema tan grave como para decretar emergencias en todos los países. ¿Y los hermanos que mueren en las guerras, los refugiados que mueren buscando una vida digna, el sufrimiento de los desheredados de la fortuna, de los parias de la tierra, no es digno de compasión, no debería hacerse algo también por ellos?

El valor de la fraternidad, del amor, la empatía, la generosidad, son prácticamente nulos en la sociedad que habitas. Ahora se llevarán las manos a la cabeza gritando qué han hecho ellos para merecer esto. ¿Acaso el mirar hacia otro lado cuando hermanos de segunda clase mueren, sufren, se retuercen en el fango, no es suficiente culpa para que tengan que replantearse en qué sociedad quieren vivir y hacia qué futuro deben encaminar sus pasos, si sobreviven a esta especie de ensayo apocalíptico? Un ser humano es igual a otro, en consciencia, derechos, deberes y sobre todo en el amor. La discriminación brutal que ha hecho esta sociedad entre humanos de primera y de segunda, tercera, e incluso humanos invisibles e inexistentes para gobiernos y sociedades avanzadas, tiene que acabar y tiene que terminar ya. Esta sociedad tiene que cambiar y debe hacerlo cuanto antes. No hay futuro para ningún humano mientras no vea a los demás como hermanos y les trate como tales. La vinculación existente en el universo es aún mayor entre las personas, porque les une su consciencia, la chispa divina que habita en todos. El amor es la única solución y seguirá siendo la única si sobrevivís a este ensayo apocalíptico. Te veo llorar, has recuperado el don de las lágrimas que creías perdido, y se me parte el corazón porque te quiero, pero también quiero a todos y cada uno de tus hermanos. Sé muy bien que no te da miedo la muerte, sino el sufrimiento de tus hermanos. Si fuera aceptada entregarías tu vida para la salvación de toda la humanidad, pero de nada serviría semejante acto redentivo si la humanidad se limitara a aceptarlo con una sonrisa desdeñosa y malévola, como diciendo, este idiota nos ha salvado la vida y ahora nosotros vamos a seguir con lo nuestro, con lo de siempre, porque la Tierra es para los depredadores sin escrúpulos. En verdad, en verdad te digo que si la humanidad no aprende la lección los bichitos no tendrán compasión con nada ni con nadie. Ellos también son depredadores y pueden demostrar que lo son hasta extremos inimaginables para los depredadores humanos. Que la paz profunda os acompañe a todos en este camino de sufrimiento. Con tu permiso seguiré diciendo todo aquello que es preciso que se diga, porque callar ahora es traicionar a tus hermanos y tú no lo quieres hacer, aunque tengas que llorar lágrimas de sangre.

UNA VENTANA AL INFINITO


UNA VENTANA AL INFINITO

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UNA VENTANA AL INFINITO

Esta mañana he visto en la televisión la entrevista que se le ha realizado al esposo que ha ayudado a bien morir a su pareja. No me avergüenza confesar que he llorado; llorar no es debilidad, es fortaleza, porque la bondad y la sensibilidad nos hacen más fuertes y no más débiles. He recordado un viejo relato que llevo años sin finalizar y que titulé “Una ventana al infinito”, en el que un tetrapléjico intenta salir de su cascarón muerto y abrir una ventana al infinito que le permita olvidarse de que está paralizado y de que eso no es vida. La ventana en la que él piensa es su propia mente. Nadie puede entrar en mi cabeza, podrán encarcelar mi cuerpo, pero no pueden encarcelar mi alma. No podré viajar con mi cuerpo pero nadie podrá impedir que viaje con mi mente.

He vacilado, he dudado. ¿Debería escribir sobre este tema, y precisamente hoy? ¿No sería aprovechar un tema tan doloroso para contribuir al morbo que se está generando? También lo pensé cuando el 11-M, pero el incontenible dolor pudo más que cualquier otra consideración. ¿Será que en el dolor hay algo matemático, que uno sufre menos por una persona que por cien, que por mil, que por un millón? No lo creo, uno sufre más por quien más ama, y en ello nada tiene que ver el número. No me resulta difícil ponerme en la piel de ese hombre, imaginar lo que ha sido su vida, ponerme en la piel de su pareja y sentir su dolor. Solo se necesita un poco de empatía, no demasiada, con un poco es suficiente.

Una de mis máximas vitales dice que la mayor muestra de amor que se puede dar a un ser querido es respetar su libertad. Es lo que ha hecho esta persona, respetar la libertad de la persona a la que ama. Lo que me parece insólito es que quienes se dicen ateos sean sensibles al sufrimiento de otro ser humano y que quienes dicen creer en Dios, con todo respeto, puedan ser tan insensibles. Algo falla aquí, tal vez el concepto que tienen de Dios los que dicen creer en Él. ¿Acaso piensan que a Dios le place el sufrimiento, como el sacrificio de sangre en el altar de los sacrificios? ¿Hay que matar y rociar el ara con la sangre para que Dios esté satisfecho? ¿Estamos en la edad de las cavernas, donde se sacrificaba a una víctima inocente para obtener el favor de los dioses? ¿Necesita Dios que el ser humano sufra hasta la aniquilación? ¿Acaso Dios puede dar un supuesto decreto de respeto absoluto a la vida y exigir que se mantenga en cualquier circunstancia, incluso cuando ya no es vida, cuando solo es dolor repetido día tras día? Fui educado en la religión católica y la abandoné por temas como estos. Yo no puedo creer que Dios sea así, no puedo creer en un Dios que manda a su hijo a redimirnos y le permite morir en la cruz por toda la humanidad para que luego otros se consideren dioses y permitan el sufrimiento en sus hermanos sin mover un párpado. Solo un dogmatismo irracional y sin sentido puede aceptar que un hermano sufra cuando se puede evitar ese sufrimiento y el que lo padece libremente decide que no quiere seguir sufriendo. Me imagino a mí mismo tumbado en el lecho del dolor, sin la menor posibilidad de recobrar una vida que en realidad ya se ha ido de mí, suplicando con desesperación que se me permita morir porque yo no puedo hacerlo y a otras personas, otros hermanos, negándome la posibilidad de acabar con ese dolor, demoníaco, porque no puede venir de Dios.  ¿Qué pensaría de ellos? El fanático del dogma no debería poder decidir por mí. El mayor signo de amor a un ser querido es respetar su libertad. No me preocupan los que aman. Me preocupan los fanáticos, quienes en base de un supuesto amor a Dios podrían dejarme sufrir por toda la eternidad.