Categoría: Relatos esotéricos

RELATOS DE A.T. (RELATOS ESOTÉRICOS) II


RELATOS DE A.T. II

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Viajar por el más allá no es fácil de describir. No se trata de subirse a un soporte físico, pongamos un tren, y con la nariz pegada a la ventanilla contemplar un paisaje que va cambiando al ritmo del movimiento que impone la locomotora al vagón donde tú vas sintiendo tu cuerpo físico y todo tu entorno a través de los sentidos. En el más allá se viaja con la mente. Si es poderosa como la de un maestro el viaje no tiene más dificultad que la de guiar tu pensamiento hacia el espacio-tiempo deseado o hacia la entidad incorpórea que ya conoces o deseas conocer. Si tu mente no es la de un gran maestro debes luchar como un neófito contra el oleaje de tus pensamientos para evitar ser trasladado a donde tu voluntad no desea ir.

En el más allá no existe un paisaje al que aferrarse ni llevas un reloj de pulsera en tu muñeca para saber el tiempo que transcurre mientras recorres el entorno físico con el movimiento de tus pies o del soporte técnico que has elegido. El más allá es la oscuridad absoluta, la noche perpetua, y la pequeña luz de tu consciencia deslizándose en el tiempo interior. Tan solo el encuentro con otras entidades da un poco de luminosidad a tu entorno. Como farolas en la infinita avenida de la noche eterna eres consciente de que deben de estar ahí en alguna parte. No las ves, no las percibes hasta que se establece el contacto. Un punto de luz aparece frente a tus ojos, surgido de la oscuridad, y te dispones al contacto con lo desconocido. Eso es todo.

Todos los desencarnados sabemos que allá abajo, por poner un punto en un espacio inexistente, está el mundo material donde habitan los encarnados en un espacio físico concreto moviéndose al lento ritmo que su consciencia ha elegido para percibir las cosas. Te lo imaginas como una gran cúpula de baja vibración energética en la que no puedes entrar si no te has encarnado en un cuerpo físico o tu mente contacta con la de un corpóreo. Ves a través de los ojos del cuerpo y sientes el entorno al contacto de esa envoltura material con lo que la rodea. No hay otra forma por eso los incorpóreos somos tan reacios a descender al mundo material. Sabes que reencarnarte es sufrir la fragilidad y caducidad de la materia y conoces perfectamente las molestas sensaciones que conlleva el contacto próximo con una mente corpórea. No es agradable dejar la cálida oscuridad donde tu mente vive al compás de tus ideas y sentimientos sin miedo al dolor físico o el temor a la muerte. Por eso dicen que los muertos no regresan para anunciar a los vivos la existencia de otra vida, para consolarles de su desgraciado caminar por la materia. Los pocos que lo han hecho alguna vez recordarán para siempre la desesperación que les invade cuando sus comunicaciones telepáticas con los seres queridos aún corpóreos son rechazadas como pensamientos ajenos generados por la tristeza de haber perdido a un ser querido. Los fantasmas asustan y son relegados a la leyenda, los sonidos físicos emitidos por el incorpóreo con grandes dificultades son calificados de psicofonías con una explicación tan razonable como sonidos producidos por extraños fenómenos físicos que nadie se atreve a explicar. No es sorprendente que los incorpóreos se desesperen de la incredulidad de los encarnados y se alejen para vivir sus vidas en el más allá de la forma más agradable posible. Al fin y al cabo todos los mortales sabrán algún día qué hay al pasar la línea. Saberlo mientras se afanan en sus estúpidos quehaceres materiales no les ayudará mucho a ser mejores, que es de lo que se trata porque en el más allá lo único que cuenta es lo que piensas, lo que sientes, lo que eres.

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El maestro me iba a llevar con el difunto que por lo visto estaba causando tanto alboroto. No esperaba que fuera un viaje largo teniendo en cuenta que los maestros que se ocupan de estas cosas conocen muy bien la mente de los recién fallecidos pero como en algo hay que ocupar el pensamiento reflexioné con mucho cuidado sobre la tarea que me aguardaba. A pesar de la discreción del maestro uno está ya muy acostumbrado a sus calambrazos mentales cuando tu pensamiento se ocupa en cosas desagradables. La elevada tasa vibratoria de su consciencia rechaza automáticamente los pensamientos bajos. Ni siquiera influye en ello su voluntad, sencillamente la alta vibración no puede mezclarse fácilmente con la baja y la rechaza con tal intensidad que aprendes rápidamente a no provocar a los maestros.

De su círculo de intensa luminosidad sale una especie de ectoplasma en forma de brazo que contacta con el mío. Es una concesión del maestro a nuestro apego a los cuerpos que tuvimos una vez. A los neófitos nos gusta pensar que aún seguimos teniendo cuerpo por eso de nuestro círculo de consciencia a veces salen brazos o piernas o se forman los rostros que fueron nuestros en el pasado. La sensación de estar siendo llevado por el aire agarrado a la férrea mano del maestro es inevitable para lo que aún no hemos sido capaces de renunciar a nuestras reencarnaciones. En realidad lo único que ocurre es que dos consciencias que se comunican están siguiendo una misma línea de pensamiento. Esa es la única forma de viajar por estos pagos.

Los maestros sienten una repugnancia, que calificaría de patológica si este viejo concepto corpóreo tuviera aquí algún significado, a contactar de alguna manera con el mundo físico. En el fondo creo que temen volver a sentirse atraídos por esa orgía perpetua de estímulos sin control que resulta tan fácil de aceptar para el vacío de la mente y tan difícil de depurar que una vez lograda esta meta solo los tontos como esta especie de Angel Tontorrón en que me he convertido somos capaces de desear alguna vez. Por esta mezquina razón nos utilizan a nosotros, los impuros, para las tareas que requieren contacto físico con ese mundo material que ellos saben ofrece tan poco y genera tanto sufrimiento. A.T. también lo sabe pero no puede evitar sentirse atraído por placeres ya casi olvidados. Por eso y no por otra razón acepto de vez en cuando estas misiones. Me imagino ser un detective incorpóreo investigando algún caso enrevesado. Otros se divierten comiendo piedras como solía decir cuando era corpóreo para disculpar las extravagancias ajenas. Supongo que cada uno se divierte como puede o quiere, incluso en el más allá. Algún día no muy lejano dejaré de sentirme atraído por estas tonterías. Entonces me transformaré en un Gran Maestro y viviré en una de esas hermosas ciudades de luz que espero, esta vez sí, me permitirá visitar el maestro como premio a esta misión verdaderamente repugnante si bien se piensa. Creo que ya me he merecido conocer de pasada esas ciudades de las que tanto se habla por aquí cuando te encuentras con otro neófito. Sí amigos, hasta en el más allá se actúa por motivos espúrios, por la mezquindad de la zanahoria delante del burro que en este caso soy yo para mi desgracia.

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La llegada a las vibraciones materiales suele ser muy dolorosa, algo así como si en pelota picada te restregaras entre las ortigas. El maestro tuvo la delicadeza de atenuar con su poderoso pensamiento este contacto. El rechazo que experimenté no pasó de un cosquilleo molesto. Allá a lo lejos pude contemplar la inconfundible forma ectoplasmática de una mente corpórea agitándose en emociones violentas o pensamientos nada equilibrados. Su color rojo intenso me produjo un fuerte rechazo que compararía a un vómito ante un alimento en malas condiciones. El maestro se acercó, es un decir, con mucho cuidado y rozó con mucha suavidad aquella mente descontrolada. No sé qué le sugirió exactamente al corpóreo pero su rostro físico se me hizo presente con gran intensidad, rojiza por supuesto. El ectoplasma que era su mente era más lechoso de lo habitual y sus rasgos eran realmente repugnantes. Parecía estar disfrutando de algo pero a un nivel muy material, no sé si ustedes me entienden. Tal vez fuera un pensamiento tan bajo que su rostro ectoplasmático se distorsionaba en una expresión feroz y muy, muy desagradable.

El maestro me hizo saber que aquel encarnado era la llave que me permitiría contactar con el difunto. En el tiempo físico fueron amigos y su deleznable conducta atraía ahora la venganza del recién fallecido. Lo demás quedaba de mi cuenta. El maestro me recomendó mucha prudencia y toda la paciencia que fuera necesaria. El estaría atento por si las dificultades se me hacían insalvables. Me deseaba una feliz misión y su expresión de intenso afecto y paz profunda me calmó lo suficiente para no salir corriendo. Pude intuir que mi escondido deseo de visitar una ciudad de luz se vería satisfecho sino me dejaba enredar por los degradantes placeres de la materia. Era un aviso conociendo como conocía mi tendencia a dejarme enredar en estas cosas. Reconozco humildemente que hecho de menos muchas cosas del mundo físico, el alimento, el sexo, esa sensación de no tener mente que tanto echamos de menos los incorpóreos agobiados por pensamientos constantes que nos vemos obligados a controlar para no caer en mundos demoniacos como los califican los encarnados y no sin razón.

El maestro aceptó mi humilde respuesta de que haría lo que pudiera y una especie de risita cantarina me cosquilleó la consciencia. No se fía mucho de mi y no se lo reprocho. Soy más bien propenso a caer en la tentación. Me aferré con repugnancia a la mente rojiza y deformada del hombre, porque era del sexo masculino, y me dispuso a recibir una vaharada de intensas y malolientes sensaciones materiales. Con suavidad, como un parásito bien entrenado, dejé que mi mente viera por sus ojos físicos.

El hombre se encontraba en lo que parecía una cocina a juzgar por la mesa, las sillas y allá al fondo un perol de comida sobre una superficie metálica. Estaba comiendo y no era malo el guiso a juzgar por los estímulos que me llegaban desde su paladar. Me dispuse a disfrutar de su comida ya que no tenía otro remedio. Mientras llegaba mi difunto rememoraría viejas y casi olvidadas sensaciones. Me rogué a mi mismo que las tentaciones no fueran tan fuertes que me impulsaran a buscar una nueva reencarnación. En varias ocasiones estuve a punto de dejarme llevar pero pude resistirme a tiempo. Aún queda algo de voluntad en este pellejo de consciencia llamado A.T.

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Continuará.

 

 

RELATOS DE A.T. (RELATOS ESOTÉRICOS) I


RELATOS ESOTÉRICOS

RELATOS DE A.T.

 

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          RELATOS DE A.T.

I

UNA VISITA INTEMPESTIVA

 

 

Aquella noche, siguiendo una inveterada costumbre que nada ha podido cambiar, me encontraba reposando mi cuerpo en el amplio lecho de mi habitación –me sigue gustando la amplitud, esa sensación de libertad con espacio suficiente para expandirse- con la espalda apoyada en un mullido cojín, mi postura favorita para leer. Y eso estaba haciendo en aquel momento, leyendo una novela de la que rezumaba toda la melancolía de un pasado muerto –esa melancolía que nada puede curar- ; mientras sostenía el libro de bolsillo con mi mano izquierda, con la derecha no cesaba de rascarme el cuero cabelludo –los picores me han acompañado siempre como un placentero estigma  que nunca he repudiado- cuando recibí un gran sobresalto al escuchar un sonido no programado, tardé algún tiempo en comprender que se trataba del timbre de la puerta.

 

Puede que ya llevara un buen rato sonando sin que me hubiera apercibido de ello, siempre me he preciado de una gran capacidad de concentración pero últimamente  ésta ha crecido tanto que  se necesita bastante más que una simple llamada de atención para volverme receptivo. El timbre está graduado de tal manera que apenas es pulsado un leve susurro musical se expande por toda la casa como una suave brisa. Si la insistencia o nerviosismo del visitante se agudizan la fuerza con que lo va pulsando transforma el sonido en una perfecta gradación de  ruidos naturales hasta llegar al último escalón: un agudo y estridente sonido que aumenta hasta hacerse irresistible.

Sin duda el visitante debía llevar largo rato llamando porque la agudeza del sonido había conseguido llamar mi atención. A pesar de ello decidí dejar que siguiera llamando, si la causa que lo atraía hasta mi puerta no era bastante urgente terminaría por cansarse y dejarme en paz. Cerré el libro y me volví hacia uno y otro lado buscando una postura más cómoda, mi espalda empezaba a sentir las molestias que conlleva  una posición largo rato mantenida. Coloqué el libro sobre la mesita y apagué la luz intentando olvidarme de lo que estaba pasando fuera de mi morada. Todo resultó inútil, el timbre llegó al grado de histerismo que mis nervios no pueden soportar. Decidí que si el visitante no se iba a marchar me convenía más abrir y escuchar lo que tuviera que decirme, ni la peor noticia conseguiría privarme de los brazos dulces de la Venus del sueño.

 

Encendí la luz, acaricié con nostalgia la suavidad aterciopelada de las sábanas recién puestas como si éstas fueran a diluirse en cualquier momento; miré hacia la pared frontal donde el hermoso cuadro de un paisaje de montaña nevada me obligó a suspirar con tristeza; finalmente alcé la vista hacia el techo para contemplar la pintura fosforescente imitando un despejado y bellísimo trozo de cielo nocturno. Solo después de cumplir este ritual puse mis pies en el suelo y busqué con ellos la presencia de las cómodas chanclas. Me puse en pie y acercándome al vestidor me coloqué la preciosa bata azul con dibujos de dragones rojos lanzando fuego. Traspasé la puerta y ya en el pasillo encendí la luz. Caminé sin prisas por el largo pasillo decorado con intrincados cuadros abstractos que acostumbro a intentar comprender, analizando una y otra vez sus dibujos geométricos colocados unos encima de otros sin ningún orden como planos reflejando mundos sin sentido.

 

Llegué a la puerta y la abrí bruscamente como queriendo dar a entender al visitante lo molesto que me sentía por su intolerable intromisión. En lugar del rostro impaciente del visitante me quedé paralizado ante una brillante luz que me deslumbró obligándome a cerrar los ojos. Cuando volví a abrirlos ya me había hecho una idea de lo que tenía delante de mis narices. En el centro del gran círculo de luz se estaba formando un rostro que no tardó mucho en adquirir su forma plena. Me resultaba totalmente desconocido, sin duda no lo había visto nunca, de ser así no lo habría olvidado porque  aquel rostro de anciano con su larga barba blanca, sus ojos profundos y brillantes y la pequeña boca sonriente desprendía una gran paz que cosquilleaba mi plexo solar con una suave y placentera energía. Nada en el universo sería capaz de descontrolar aquella expresión de paz profunda que emanaba de lo profundo de aquel rostro. Sin embargo el timbre había sonado con gran estridencia, semejante control sobre sus emociones no era muy común.

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-Te saludo A.T., sin duda dormías profundamente para no oír mis insistentes llamadas. Me has obligado a esperar mucho más tiempo del que estoy acostumbrado  a aguardar ante puertas más poderosas que la tuya.

 

La sospecha que había brotado en mi interior como un chispazo me obligó a cerrar los ojos otra vez buscando adaptarme a la conclusión que inevitablemente se presentaba a mi consciencia en estado de alerta. Al abrirlos mi mente dejó de percibir la estructura de la casa a mis espaldas, ésta  se había diluido en el aire sin el menor ruido.  Como siempre que me sucedía me sentí triste y humilde como un pajarillo en presencia de un halcón, mi mente aún no era suficientemente poderosa para mantener  dos mundos opuestos a la vez dentro del invisible círculo de su poder. No me preocupaba mucho el hecho de haber perdido mi hogar, ya lo reconstruiría cuando terminara  con aquella visita. Siempre soy muy respetuoso con mis semejantes pero el hecho de tener presente a un Gran Maestro me obligó a olvidarme de mi peculiar sentido del humor, mejor sería ver antes cómo respira un Gran Maestro.

 

-Vaya A.T., lo has hecho muy bien y con gran celeridad. Me sorprendes. Ahora que ya sabes quién está ante ti creo que podremos hablar del objeto de mi visita si no tienes inconveniente.

 

Inútil intentar engañarle, para saber mi nombre de guerra era preciso que me conociera muy bien. No puse ningún obstáculo a que dentro de mi círculo de energía se fuera formando mi rostro habitual, el de mi último cuerpo, el que mejor conozco y recuerdo. Intentando reconcentrarme en mi mismo para que la consciencia del Maestro no percibiera con demasiada intensidad mis pensamientos, analicé con mi peculiar astucia lo que me estaba sucediendo buscando las mejores soluciones. La visita de un “Gran Maestro” solo podía significar problemas, ninguno de ellos interviene en las modestas vidas de los novicios del más allá sin una causa importante.

 

El hecho de que se hubiera dirigido a mi por mi nombre de guerra debería tener algún significado. Recuerdo muy bien las estúpidas “hazañas” que me hicieron ganar a pulso este apodo tan idiota, A.T. –Angel Tontorrón- así me llamó alguien a quien intenté ayudar ingenuamente, este apodo hizo pronto furor y ya nadie me conocería desde entonces por otro nombre o apelativo. Cuando pasó el tiempo necesario para adaptarme al más allá luego de mi último tránsito emprendí un camino adecuado al carácter de que había hecho gala cuando estaba vivo en la carne. Orgulloso de mi bondad y de mis ansias de ayudar al próximo decidí que a falta de pan buenas son nueces; puesto que aquí, faltos de un cuerpo sometido a las leyes físicas, no tenemos otra diversión que la que nos buscamos, el deseo de convertirme en un ángel de bondad, ayudando a todo el que se me pusiera a tiro, era un ideal tan bueno como cualquier otro. Así inicié una larga carrera de despropósito e inútiles pérdidas de tiempo hasta que comprendí, trabajo me costó, que no hay mayor estúpido que quien intenta ayudar en contra de los deseos de la víctima. Me reciclé y de ángel tontorrón terminé en un tranquilo detective husmeando de vez en cuando aquí y allá por si pudiera descubrir algún misterio o solucionar algún enigma, en todo caso la aventura estaba asegurada. Pronto conseguí una cierta fama como sabueso pero no la suficiente para acabar con mi apodo que acabé aceptando e incluso disfrutando.

 

-A tu disposición, Maestro.

-Bien, veo que ya tienes una ligera idea de quién soy. De momento no necesitas saber más, ni siquiera mi nombre, si aceptas la misión que te voy a proponer llegaremos a conocernos mejor y entonces podrás hacerme cuantas preguntas pueblen tu fértil fantasía.

 

-Disculpa, Maestro, pero preferiría no saber nada de ninguna misión. El hecho de que me haga pasar por detective aficionado y acepte algunos encargos sin importancia es solo un juego para pasar el rato en este lugar sin tiempo donde podría acabar dormido por aburrimiento y despertar el día del juicio final sin haber notado nada. Las misiones de los Maestros sobrepasan mis facultades y deseos.

 

-Bien, A.T., no te voy a obligar a nada, sabes que toda violencia para conseguir algo es una pérdida de tiempo, después hay que volver a empezar desde el principio y con mayores dificultades. Solo te ruego tengas la cortesía de escucharme –asentí-. Tenemos un problema con un nuevo huésped. Acaba de entrar en nuestro mundo después de haber sufrido un accidente de automóvil y está tan desconcertado que actúa como si aún siguiese embutido en su endeble cuerpo de carne. No cesa de crear problemas en su antiguo entorno físico, tantos que ya se ha empezado a hablar de un fantasma. Sabes que no nos interesa que los vivos empiecen a pensar en nosotros como seres invisibles, eso solo nos crearía problemas. A los Maestros no nos haría ningún caso, aún suponiendo que lograra percibirnos; mandar a otro de su misma energía vibratoria sería peor remedio que la enfermedad, acabaría adquiriendo los peores vicios del mundo invisible y puede que su condición de fantasma le acabase gustando tanto que nos viéramos obligados a  una dura sesión mental para convencerle de que no se puede jugar con estas cosas. Necesitamos acabar con el problema, que nuestro hermano se adapte lo mejor y lo antes posible a nuestro delicado mundo y creemos que tu eres el mejor candidato para ayudarle. Por otro lado conociéndote como te conocemos suponemos que una aventurilla como esta te vendrá muy bien A.T.; no puedes engañarnos, la sofisticada morada que acabas de destruir solo hubiera sido posible si alguien muy aburrido se dedica a ello con intensidad. Estamos seguros de que no rechazarás esta misión. ¿Qué me dices?

 

-Necesitaría pensarlo, no me gusta enredarme con los de abajo, siempre termino bastante chamuscado.

 

-Tendrás mi ayuda aunque creo que no la vas a necesitar. Mientras lo piensas podemos hacer un corto viaje, sobre el terreno podrás decidir con mejor conocimiento de causa.

 

Su energía se expandió acariciando la mía como un brazo físico de piel suave y cálida. Me sentí sujetado con gran fuerza a pesar de ello, como si una dulce y bella mujer de piel suave pero amante salvaje me hubiera estrechado entre sus brazos sin el menor deseo de dejarme marchar. La experiencia me pareció muy desagradable aunque nadie en su sano juicio espera nada placentero del contacto con un “Gran maestro”. Su energía es tan sutil y depurada que la nuestra siente su rechazo como una enorme bofetada.

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EL BUNKER I


MIS SERIES DE RELATOS

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RELATOS ESOTÉRICOS

 

EL BUNKER

UNA PARÁBOLA SOBRE LA EXPANSIÓN DE LA CONSCIENCIA

 

En mi adolescencia la Biblia fue mi libro de cabecera. Ni un solo día sin al menos un párrafo bíblico. Llegué a conocerla muy bien. Hasta era capaz de citar capítulos y versículos, algo que hoy en día me parece completamente ridículo.

¿Pueden creerme si les digo que a estas alturas de mi vida lo he olvidado casi todo… menos algunas frases que se me quedaron clavadas en el alma y que considero que reflejan verdades eternas (la verdad os hará libres) y las parábolas. ¿Quién no recuerda la parábola del hijo pródigo, por ejemplo?

La parábola es una de las formas más perfectas que conozco de comunicar grandes verdades a través de los sentidos, directas al centro del alma. Las demostraciones matemáticas seguro que son perfectas y de una belleza deslumbrante, pero a mí no me dicen nada, odio las matemáticas y cualquier sistema de ecuaciones que me demostrara la estructura del universo me parecería una tomadura de pelo. Prefiero una buena historia, que me entre por los ojos, que pueda palpar, oler, degustar con la lengua, escuchar cada sonido de su entorno, prefiero una buena parábola a cualquier razonamiento, concreto o abstracto.

Es por eso que me he propuesto explicarles qué es la expansión de la consciencia y sus consecuencias y cómo el yoga tántrico o cualquier otra forma de yoga o el conocimiento esotérico o el chamanismo logran expandir nuestra consciencia y modificar nuestras vidas hasta extremos que dan vértigo.

Podría haber elegido otra metáfora, la del coche y el conductor, por ejemplo, que recorren miles de kilómetros (la vida) para llegar siempre a la misma meta: el coche al desguace y el conductor buscando otro coche, aquí, allá o acullá.  Si he elegido la metáfora o parábola del búnker es porque refleja mucho mejor que la del coche lo que yo sentí y experimenté cuando se abrieron ante mí las puertas de la percepción y supe lo que de alguna manera había sabido siempre pero que nunca me atreví a admitir.

¿Qué es la consciencia? Muchos la confunden con el conocimiento. Es cierto que la consciencia es conocimiento, pero con muchas, muchas matizaciones. El conocimiento puede ser meramente teórico. Datos, datos, datos, decía un simpático robotín que ojeaba un libro a velocidad supersónica en una película. Los datos son conocimiento, es cierto, pero no son consciencia. Ésta es fundamentalmente experiencia. Ustedes pueden ver una foto del Tibet, pongamos por caso, o un vídeo, o pueden leer datos en un libro o en Google. Esto es conocimiento, pero consciencia es mucho más, es haber estado allí, haber visto en persona la cordillera de los Himalayas, palpado sus piedras, pisado su suelo, olido todos y cada uno de sus olores y abrazado a un lama. Esto sí es consciencia. La consciencia es la experimentación directa de algo, la unión, la fusión con el objeto a conocer. La intuición es una forma de conocimiento, de consciencia, muy superior a la lógica o al razonamiento o incluso a la experimentación a través de los sentidos.

Tengan esto muy en cuenta a la hora de traducir esta parábola a claves más asequibles para ustedes. También les iré dando alguna que otra clave de forma directa y simple.

De momento solo me interesan que anoten estas claves:

-Búnker=nuestro cuerpo físico.

-Habitante del búnker= la consciencia que habita nuestro cuerpo y que no es lo mismo que él. Esto es esencial. No intentaré convencerles con razonamientos, sino con la experimentación, con la parábola.

NOTAS A RELATOS ESOTÉRICOS


NOTAS EN FORMA DE DICCIONARIO PARA COMPRENDER LOS RELATOS ESOTÉRICOS

Karma: Ley del karma. Ley de causa y efecto. Los budistas creen que toda acción genera un efecto, algo así como el efecto mariposa, desde el otro lado del mundo nos puede afectar el vuelo de una mariposa. Puede existir un karma positivo, si las acciones están encaminadas hacia la ayuda a los demás o un karma negativo si generamos dolor y sufrimiento al prójimo. De todas formas, ya sea karma positivo o negativo, ambos nos atan a la rueda del karma, la rueda que da vueltas y nos hace reencarnarnos una y otra vez. Es por ello que para el budista el apego es la causa de todos los males. Mientras estemos apegados a la tierra, incluso para el bien, seguiremos reencarnándonos. El desapego, la impasibilidad del buda nos libran de la rueda kármica.

Archivos akásicos: De ellos se habla en el budismo aunque también en otras corrientes esotéricas de conocimiento. Son como una especie de biblioteca cósmica donde quedan grabadas y archivadas nuestras vidas para siempre, de hecho todo lo que sucede, ha sucedido o sucederá alguna vez está allí. Podemos imaginarlos como una gigantesca biblioteca, con los libros de cada vida en los estantes. Dicen los budistas que se puede consultar. Mi experiencia al respecto es a través de un sueño. Me encontraba en una enorme biblioteca, como una catedral, había un anciano con barba que en mi siguiente relato aparecerá como el Archivero mayor. Pude consultar en el libro de mi vida, pero tuve que dejarlo porque el terror se apoderó de mi.

Dioses del karma: Existe el plano de los dioses. Según el budismo y concretamente en el Bardo Todol, el libro tibetano de los muertos, se habla de los diferentes planos de existencia y cómo al morir el alma se siente atraída hacia la luz que desprende uno de estos planos, se reencarna en él. En uno de estos planos están los dioses, poderosos y muy evolucionados, sin embargo también están sujetos a la rueda del karma y a la posible reencarnación. No he encontrado ningún texto en el que se mencione expresamente que existan dioses dedicados a la tarea de hacer cumplir el karma a los humanos. Más bien parece que es algo automático, cada acción genera una reacción. Como si se tratara de una ley cósmica, parecida a la gravedad, tiras una piedra hacia arriba y si no te apartas te caerá en la cabeza. Parece ser una ley modificable, no así la del karma, salvo que otro ser muy evolucionado asuma nuestro karma, tal como un buda o un maestro espiritual (el concepto cristiano de la redención del maestro Jesús, que asumió nuestros pecados, o nuestro karma, entronca bien con este concepto).

VERDUGO DEL KARMA

Creo que es un invento personal, salvo que encuentre alguna referencia a este personaje en algún texto budista o esotérico. En la serie de relatos se supone que es uno de los peldaños más bajos de la jerarquía cósmica, algo así como el verdugo en nuestra sociedad. Su función sería la de obligar a los muertos que no han asimilado su vida pasada, a repasarla a través de una especie de videos, sacados de los archivos akásicos que permiten revivir las escenas de una vida a todos los niveles, físico, emocional, mental, psíquico y hasta espiritual. Dentro de la serie hay incrustados episodios en el que el Verdugo del karma nos cuenta su vida en forma de diario.

VISITAS EN SUEÑOS A LOS ARCHIVOS AKÁSICOS

Como se narrará en el capítulo correspondiente, todos al soñar nos desprendemos de nuestros cuerpos y hacemos viajes más o menos lúcidos y más o menos voluntarios. Según contará el verdugo en otro episodio, muchos soñadores viajan a los archivos akásicos como turistas. Este personaje será encargado de hacer de guía turístico. A lo largo de la serie desempeñará muchos papeles, en uno de ellos, de gran importancia, hará de guía de un iniciado bastante pagado de sí mismo. El humor se irá haciendo más y más evidente en cada capítulo, sin perjuicio del terror que podría producir la posibilidad de que todo lo que nos cuenta este personaje fuera cierto.
Los budistas creen realmente que nuestro cuerpo astral se desprende del cuerpo físico al dormir. Existe otro cuerpo, el causal, que sería algo así como el alma, que puede ascender a planos más elevados, pero rara vez recuerda sus viajes.
Me permito remitir a una serie de fantasía, para mí una de las mejores que leeré nunca, titulada La rueda del tiempo, de Robert Jordan.En ella existen «Los caminantes de sueños». En ellos me inspiro también para algunos detalles de esta historia, así como en mi serie Narraciones oníricas o el universo onírico. Llevo algún tiempo trabajando en un Manual del perfecto soñador, que no consigo rematar. En él explico más a fondo todo el tema de los sueños.

ARCHIVERO MAYOR: Jefe de los bibliotecarios o archiveros de los archivos akásicos. Este concepto no lo he encontrado en ningún texto esotérico. Lo he inventado para mi uso en estos relatos.

ANCIANOS DE LOS DÍAS: Gobernantes de los superuniversos. Aparecen en el Libro de Urantia. Dentro de la numerosa y compleja jerarquía cósmica están situados en un lugar muy elevado. Además de gobernantes de superuniversos también tienen funciones judiciales. Son ellos los que con permiso de la Trinidad del Paraíso proceden a ejecutar la orden de aniquilación de almas o entidades espirituales rebeldes a las que se considera irredimibles.

ARCHIVOS AKÁSICOS: Algunos datos más sobre los archivos akásicos. Se supone que es la gran biblioteca energética donde se compila todo el saber de los superuniversos. Se dice que nuestras vidas están escritas allí, en un libro personal. Se supone que la biblioteca es inmensa y cada entidad consciente tiene su propio libro, donde se narra su vida. El concepto de libro de la vida no es tan extraño, aparece también en la Biblia. Me he permitido numerosas licencias acerca de los archivos akásicos. He permitido que mi personaje, el verdugo del karma, encuentre un libro en blanco donde escribe su propio diario. Como se narrará más adelante nuestro verdugo del karma es un rebelde que trastoca todo aquello a lo que accede, también revolucionará los archivos akásicos y organizará un buen follón entre los archiveros y demás burócratas a cargo de esta increíble biblioteca de Alejandría energética. Se supone que con autorización de los dioses del karma los mortales y otras entidades espirituales del universo pueden tener acceso a su propio libro de la vida y por lo tanto ser conscientes del karma que han ido acumulando.

En próximos capítulos seguiremos narrando las peripecias de este insólito personaje e intercalando su diario personal en la historia que se va contando.

 

Relatos esotéricos III


   RELATOS ESOTÉRICOS

EL VELO DE MAYA
I

LA LINTERNA

Al morir se elevó hacia lo alto y pudo ver, bajo sus pies, que sentía de cristal, la esfera azul a la que los vivos llaman planeta Tierra. Creyó entrar en una nueva dimensión, aunque a su alrededor todo era noche profunda. Pudo contemplar allá, abajo, una infinita llanura oscura por la que caminaban, con gran lentitud, una inmensa muchedumbre de seres bípedos. Portaban en sus manos diminutas linternas, de las que brotaban rayitos de luz de corto alcance. Ellos no lo sabían, porque apenas eran capaces de ver unos metros por delante de sus pies, pero, contemplados desde lo alto, formaban infinitas líneas paralelas que fosforecían en la oscuridad. Dejaban a sus espaldas un rastro de luz que cada vez se hacía menos brillante. Solo en el lugar en el que se encontraban ahora la luz de la linterna permitía observarlos con nitidez. Dicen que las líneas paralelas no se encuentran nunca o tal vez únicamente en el infinito. Por lo que él podía ver ninguna de ellas se entrecruzaba con otra a lo largo del camino.

Aunque ellos se hicieran la ilusión de seguir el mismo camino, en realidad eran muy distintos. Cada uno trazaba un sendero individual y no intercambiable. La corta distancia que separaba a cada uno de ellos de los más próximos podía darles la impresión de estar conviviendo juntos en la misma vida.

Permaneció largo tiempo contemplando la oscura llanura en la que millones de seres humanos creían compartir sus vidas, al tiempo que se trasladaban, casi a cámara lenta, hacia delante, como si en realidad hubiera una meta al final, que ellos desearan alcanzar. Sin embargo por mucho que él se esforzara, era incapaz de percibir nada en aquel horizonte, negro como boca de lobo. Lo mismo hubieran podido caminar hacia atrás o hacia los lados, por todas partes les rodeaba la noche, apenas iluminada por el tenue haz de luz de sus linternas.

A pesar de su vista de águila era imposible apreciar otra cosa que no fuera el rastro luminoso que dejaban los caminantes a su paso y las linternas moviéndose en la noche. Imaginó que todos se habían puesto de acuerdo para caminar en la misma dirección puesto que muy bien hubieran podido moverse en cualquier otra, incluso formando círculos o las más variadas figuras geométricas. Resultaba chocante observar un movimiento tan perfecto en medio de la oscuridad.

Entonces comprendió que la línea que seguían era la línea del tiempo. Atrás quedaba el pasado en forma de rastro apenas luminoso, que algunos iluminaban unos segundos al darse la vuelta para observar el camino recorrido. Enseguida reanudaban su marcha hacia el futuro, que no podían ver, puesto que el haz de sus linternas apenas alcanzaba unos pasos más allá de donde se encontraban. Ponían mucho más empeño en avanzar que en retroceder. El no encontraba explicación a este vehemente deseo de seguir hacia delante. La noche estaba también atrás y a los costados. ¿Por qué este empeño en seguir la línea del tiempo en esa dirección precisamente?. Tal vez el impulso hacia lo desconocido les impedía darse cuenta de lo chocante que era ver el tiempo avanzar en una dirección precisamente, cuando nada le impedía retroceder, por ejemplo, o moverse en diagonal.

De vez en cuando dos haces de luz se encontraban al girar en semicírculo. El tiempo que duraba este entrecruzamiento de luces les hacía sentirse unidos en el amor, en la amistad, en la fraternidad, para luego regresar a su camino solitario, sintiéndose más aislados y vacíos que al principio. Quienes no se sentían capaces de soportar la pérdida movían sus linternas frenéticamente, buscando llenar sus vidas con la compasión de los otros.

Curiosamente los amantes, los padres y los hijos, los amigos, los familiares, caminaban paralelos en un espacio tan próximo que hubieran podido pisarse, moviéndose apenas un par de pasos hacia los costados. Sin embargo creyéndoles muy alejados de su vida,  perdidos para siempre, abandonaban la ilusión de seguir caminando, posaban la linterna en el suelo y se ponían a llorar y a gemir como si no hubiera ya esperanza para ellos. Se golpeaban con los puños en el rostro y lamían la sangre que brotaba de sus heridas, como si en ello hallaran consuelo. Finalmente, agotados, se tumbaban sobre el suelo oscuro, deseando morir.

Comprendió que eso y no otra cosa era el famoso velo de Maya, sobre el que había leído en su juventud, cuando buscaba en el budismo una respuesta que no encontraba en parte alguna. El engaño en el que todos estaban inmersos procedía de la escasa luz que generaban sus linternas. Sus consciencias se adaptaban a lo que podían ver dos metros por delante y de esta manera vivían y morían en la más burda de las mentiras.

Echó mano a su rostro de vidrio y palpó buscando los ojos que le permitían estar viendo todo aquello. Encontró un ojo en mitad de su frente que desprendía una claridad muy suave y cálida. Este debe ser el tercer ojo, pensó, ese del que habla el conocimiento secreto. Unos cuantos consiguen abrirlo en vida y sus visiones son consideradas como delirios de locos. El resto permanece feliz, con sus dos ojos de carne, que no pueden ver más allá del muro de oscuridad que tienen delante de sus narices.

Ahora que había perdido la visión de sus dos ojos, pudo darse cuenta que la realidad incontrovertible, que ellos creían percibir a lo largo de su vida,  no era otra cosa que la sólida oscuridad que les rodeaba. La luz de la linterna creaba reflejos multicolores en el muro. Eso les hacía pensar en una multitud de objetos que reafirmaban su concepto de la realidad como sólida diversidad de cosas.

Cuando los haces de sus linternas se entrecruzaban con los más próximos y cambiaban unas cuantas palabras, descubrían que todos veían lo mismo. Si todos percibimos las mismas cosas, no podemos estar equivocados, pensaban, y continuaban su camino en la noche, imaginando soles y lunas, planetas y estrellas, un presente continuo, rodeado de enseres que no colmaban la sed de sus almas.

El, ahora que estaba muerto, asumía las viejas palabras bíblicas: Vanidad de vanidades y todo es vanidad; oscuridad de oscuridades, todo es oscuridad. ¿Cómo había podido ser tan ingenuo para pensar que algo que duraba tan poco podía ser tan real?. La realidad no se mide por la intensidad del estímulo, sino por el tiempo que permanece en nuestra consciencia. Un delirio no es real, por muy intenso que sea. En cambio, si su duración se prolongara en el tiempo, el delirio iría adquiriendo categoría de realidad. Eso que todos pensamos es real, aunque bien podría ser un delirio compartido. La prueba  de ello es lo poco que dura. Basta morir para que las viejas fantasías se desvanezcan. 

Los caminantes, con sus linternas férreamente oprimidas entre sus manos, no se dan cuenta de la invisible prisión en la que habitan. Creen no poder comunicarse, amarse, porque sus caminos son paralelos y nunca se encuentran. ¡Pobres ingenuos! No comprenden que bastaría con enfocar las linternas de su consciencia hacia un costado  y permanecer el tiempo suficiente entrelazando sus haces de luz, para que ambos pudieran fundirse en una sola consciencia y un solo sentimiento.

Son como ciegos con linternas, que a veces se pelean por un trozo de suelo negro cuanto tienen el infinito a su disposición. Me dan pena y desearía volar sobre ellos, como un ángel con alas, para anunciarles la buena nueva, para que apagaran sus linternas y pudieran abrir ese tercer ojo que palpita ahora en mi frente, con el que puedo ver la auténtica realidad, una vez rasgado el velo de Maya.

Así piensa al tiempo que descubre la inutilidad de su deseo. No puede moverse, está como clavado en el tiempo, y aunque pudiera hacerlo nunca se oyó de nadie que escarmentara en cabeza ajena. Por eso deberán seguir caminando, con la linterna en sus manos, imaginando que sus vidas son para siempre, felices rodeados de objetos que en el fondo no son otra cosa que un sólido muro de oscuridad. Al morir no dejarán de percibir la diversidad, porque el «yo» de su consciencia aún no ha despertado. Alguien les dará otra linterna y se creerán nuevas identidades que acabarán por iniciar un nuevo camino, cuando llevan ya milenios dando las mismas vueltas a la noria.

Algún día despertarán y entonces… Ha perdido interés en continuar contemplando tan triste panorama. Está sintiendo que algo le atrae hacia lo alto. Se deja llevar, imbuido en la paz de quien por fin ha despertado de una larga pesadilla. Una luz poderosa y tan amorosa que no puede resistirse a su atracción, lo va envolviendo. No desea volver a reencarnarse nunca, regresar otra vez para coger aquella ridícula linterna. Algo le dice que su futuro está ensus manos. Siempre lo estuvo, aunque no pudiera comprenderlo. Ahora, que está viendo la luz, nada podrá engañarlo otra vez.

Se deja atrapar en el infinito sol, no sin antes pensar por última vez en aquellos pobres ciegos, caminando en línea recta hacia la oscuridad infinita. No echa de menos el paso del tiempo, porque ahora sabe que era simplemente la luz de una linterna, iluminando un presente que en realidad existía desde siempre.

FIN

Relatos esotéricos I


Relatos esotéricos I V.C.

Sabado, 12 de Marzo de 2011

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Puntuación

RELATOS ESOTÉRICOS

 

 

  

  

  

INTRODUCCIÓN 

La literatura apenas ha incursionado en el mundo esotérico. La ficción se resiste a utilizar un universo tan rico en imágenes como en historias que nunca se han contado. Curiosamente en la actualidad muchos de los bestsellers han decidido servirse de algunos de misterios más superficiales del esoterismo. Así títulos como el Código Da Vinci o el Ocho, por poner solo dos ejemplos, han conseguido vender un gran número de ejemplares. 

No obstante la vena más secreta y fructífera del esoterismo permanece aún inédita. Tras haber incursionado durante largo tiempo y en profundidad en esta sabiduría milenaria y secreta me decidí a utilizar todo lo aprehendido para narrar las historias que a mí me gustan. No las que se sirven de un falso barniz de sabiduría para contarnos las mismas historias de siempre, utilizando los viejos géneros narrativos, el suspense, el melodrama, la novela histórica, o los conocidísimos trucos narrativos, el flashback, las historias paralelas, el terror… 

Mi intención al iniciar estos relatos esotéricos es la de llegar a los abismos de la verdad, de la sabiduría, a los enigmas más inextricables de la existencia humana. Con un material como el que proporciona la auténtica sabiduría esotérica no es necesario poseer una imaginación delirante para encontrar historias que nunca se han contado y que muy bien podrían sumergirnos en el terror vital más inusitado y en los misterios más terribles del universo. 

He procurado dar a estos relatos un toque de humor y una pizca de cinismo. Solo así el verdadero terror podrá ser apartado de nuestra mirada extraviada, aunque solo sea un momento. 

El protagonista de estas historias –el verdugo del karma- es un extraño y cínico personaje que parece intentar sobrevivir en un universo invisible, inexplorado y terrible. Su figura hace de hilo conductor de todas las historias que nos van adentrando en el más allá, que es donde realmente está el misterio y donde nada de lo que nos sirvió en el mundo material vale ahora gran cosa, ni siquiera para entretenernos con vagos recuerdos de lo que una vez fue. 

He procurado engarzar todos los relatos que había escrito anteriormente con contenido esotérico en esta saga donde no hay respiro alguno, precisamente porque en el más allá no hay aire que respirar y nuestras mentes parecen tener la última palabra… casi siempre. 

 

  

NOTA: Esta serie de relatos surgió como un intento del autor para clarificar ciertos conceptos inextricables de las filosofías orientales (budismo, yoga, zen, etc) así como ciertas ideas del conocimiento esotérico que han recorrido la historia humana como un río subterráneo que nadie ha visto, pero que unos pocos han oído zumbar bajo sus pies alguna que otra vez. 

  

El tema de la muerte está tratado con la seriedad que se merece e intenta explicar de alguna manera el concepto budista de Maya, el engaño a que nos someten nuestros sentidos, haciéndonos ver que algo que no deja de moverse puede ser real; que el tiempo es la única dimensión posible, cuando en realidad no somos otra cosa que unos pequeños náufragos en la oscuridad, alumbrándonos con diminutas linternas que iluminan el rabo de un elefante. Creemos que el universo es ese pequeño trozo de carne peluda sin darnos cuenta que el resto es lo verdaderamente importante. ¿Qué veríamos si pudiéramos rasgar el velo de Maya? 

  

El resto de relatos están narrados por un divertido verdugo del karma que nos explicará, con labia fácil, qué hay más allá de la muerte. Si usted quiere participar en la visita guiada a la gran biblioteca de los archivos akásicos no tiene que hacer otra cosa que dormirse y dejar que nuestro guía oficial, un verdugo del karma, le conduzca a lugares que nunca imaginó que existieran. 

  

El bunker II


LA PARÁBOLA DEL BUNKER I

Esta es la historia de cómo un habitante de su bunker se despertó una noche y descubrió que un intruso se había colado en su interior, saltándose a la torera todas las medidas de seguridad. Algo que era imposible había ocurrido y un evento tan imprevisible cambió para siempre su vida.

Recordemos:
Bunker: cuerpo físico.

Habitante del bunker: la consciencia.

Iniciado: Habitante del bunker que se despierta una noche y descubre que hay intrusos.

Esta es la historia de cómo el habitante del búnker llegó a descubrir que ese lugar, donde habitaba de forma permanente, no era inexpugnable como le prometieron, y que el sistema de seguridad, lo mejor del mercado, era en realidad una auténtica birria, y cómo estos acontecimientos fueron cambiando su forma de pensar hasta lograr ver la luz y descubrir que lo increíble era cierto y lo imposible real. Esta es la historia de un ser humano que creía ser vidente y era ciego, que creía ser inmortal y era mortal, que pensaba estar pisando la realidad todos los días cuando en realidad vivía en la ficción y estaba siendo pisoteado por la auténtica realidad, el universo invisible.

Había una vez… un hombre (cámbienlo a su gusto, una mujer, un niño, un adulto, un… lo que sea) que habitaba en un búnker…
Este hombre ingenuo y crédulo pensaba, más bien estaba convencido, de que su búnker era inexpugnable. Así se lo juraron y perjuraron en la tienda donde lo compró. No es eterno, se deteriora con el tiempo, pero eso sí, nada ni nadie podrá entrar en él jamás, a no ser con su permiso y en la forma que usted acuerde con el intruso.

También le dijeron que su búnker, que todos los búnkers estándar llevaban incorporado un sistema de alarma, de altísima seguridad, que permitía al residente saber cuándo alguien intentaba penetrar en su casa y poner remedio a esta intrusión.

Nuestro personaje dio las gracias y se instaló tranquilamente en el búnker. Voy a ser todo lo feliz que pueda, se prometió, y como nadie puede entrar aquí estaré a salvo de coacciones. Me relacionaré con los demás habitantes de este simpático planeta llamado Tierra de igual a igual, pactaremos una forma de convivencia y nos amaremos para siempre. Si no es posible, si el odio comienza a enraizar en nuestros corazones, entonces… entonces, me recluiré en mi búnker y nadie podrá hacerme daño. Aquí podré pensar y sentir a gusto, aquí llevaré una vida íntima que nadie conocerá ni nadie podrá interrumpir o cambiar con amenazas, pistolas o misiles.

No es extraño que nuestro amigo pensara así, nosotros también lo hacemos. Es cierto que nuestro cuerpo se deteriora y no está garantizado a prueba de bombas. El tiempo lo erosiona y una bala, un cuchillo, una bomba pueden acabar con él. Pero al menos nos garantizaron un búnker a prueba de intrusos. Nadie entrará en nuestro hogar si nosotros no le abrimos la puerta, nadie nos espiará si nosotros no se lo permitimos. A lo más que llegamos es a vernos a través de la estrecha rendija que llamamos ojos y que el vendedor del búnker nos dijo que eran en realidad unas ventanas maravillosas con un software especial que casi nos permitiría sugestionarnos con que estábamos en el interior de los búnker ajenos. Podemos notar la textura de las paredes del otro búnker si éste nos lo permite. Podemos escuchar lo que sucede fuera de nuestro refugio a través de un sofisticado sistema de escucha al que llamamos oídos. Y así sucesivamente.

Vale, todo eso entra en el interior de nuestro búnker, pero nosotros lo filtramos a través de un prodigioso ordenador que llamamos “cerebro” y que con un programa maravilloso nos permite dejar pasar solo lo que nos interesa o almacenarlo para estudiarlo más tarde.
Todo perfecto… hasta que un día descubrimos que nuestro búnker tiene “goteras”. Aquí entran intrusos cuando quieren y se van cuando les da la gana. Nos han estafado. Esto parece un queso gruyere.

Permítanme interrumpir aquí esta parábola y comenzar otra muy breve, para que se hagan idea de lo que siente el habitante de la casa cuando descubre intrusos. Será la parábola del vidente y el invidente. Con cierto parecido a la parábola de un ciego que guía a otro ciego hasta caer ambos en el abismo, solo que un poco diferente, ligeramente modificada.
Les espero en el próximo capítulo. Si prefieren seguir pensando que su búnker es inexpugnable, allá ustedes. Si quieren seguir engañados, pues muy bien. Pero si desean conocer la auténtica sabiduría, la única que puede explicarnos el Cosmos, la vida, al ser humano y a Dios… pues entonces regresen por aquí.

Continuará.

El Bunker I


MIS SERIES DE RELATOS

RELATOS ESOTÉRICOS

EL BUNKER

UNA PARÁBOLA SOBRE LA EXPANSIÓN DE LA CONSCIENCIA

En mi adolescencia la Biblia fue mi libro de cabecera. Ni un solo día sin al menos un párrafo bíblico. Llegué a conocerla muy bien. Hasta era capaz de citar capítulos y versículos, algo que hoy en día me parece completamente ridículo.
¿Pueden creerme si les digo que a estas alturas de mi vida lo he olvidado casi todo… menos algunas frases que se me quedaron clavadas en el alma y que considero que reflejan verdades eternas (la verdad os hará libres) y las parábolas. ¿Quién no recuerda la parábola del hijo pródigo, por ejemplo?
La parábola es una de las formas más perfectas que conozco de comunicar grandes verdades a través de los sentidos, directas al centro del alma. Las demostraciones matemáticas seguro que son perfectas y de una belleza deslumbrante, pero a mí no me dicen nada, odio las matemáticas y cualquier sistema de ecuaciones que me demostrara la estructura del universo me parecería una tomadura de pelo. Prefiero una buena historia, que me entre por los ojos, que pueda palpar, oler, degustar con la lengua, escuchar cada sonido de su entorno, prefiero una buena parábola a cualquier razonamiento, concreto o abstracto.
Es por eso que me he propuesto explicarles qué es la expansión de la consciencia y sus consecuencias y cómo el yoga tántrico o cualquier otra forma de yoga o el conocimiento esotérico o el chamanismo logran expandir nuestra consciencia y modificar nuestras vidas hasta extremos que dan vértigo.
Podría haber elegido otra metáfora, la del coche y el conductor, por ejemplo, que recorren miles de kilómetros (la vida) para llegar siempre a la misma meta: el coche al desguace y el conductor buscando otro coche, aquí, allá o acullá. Si he elegido la metáfora o parábola del búnker es porque refleja mucho mejor que la del coche lo que yo sentí y experimenté cuando se abrieron ante mí las puertas de la percepción y supe lo que de alguna manera había sabido siempre pero que nunca me atreví a admitir.
¿Qué es la consciencia? Muchos la confunden con el conocimiento. Es cierto que la consciencia es conocimiento, pero con muchas, muchas matizaciones. El conocimiento puede ser meramente teórico. Datos, datos, datos, decía un simpático robotín que ojeaba un libro a velocidad supersónica en una película. Los datos son conocimiento, es cierto, pero no son consciencia. Ésta es fundamentalmente experiencia. Ustedes pueden ver una foto del Tibet, pongamos por caso, o un vídeo, o pueden leer datos en un libro o en Google. Esto es conocimiento, pero consciencia es mucho más, es haber estado allí, haber visto en persona la cordillera de los Himalayas, palpado sus piedras, pisado su suelo, olido todos y cada uno de sus olores y abrazado a un lama. Esto sí es consciencia. La consciencia es la experimentación directa de algo, la unión, la fusión con el objeto a conocer. La intuición es una forma de conocimiento, de consciencia, muy superior a la lógica o al razonamiento o incluso a la experimentación a través de los sentidos.
Tengan esto muy en cuenta a la hora de traducir esta parábola a claves más asequibles para ustedes. También les iré dando alguna que otra clave de forma directa y simple.
De momento solo me interesan que anoten estas claves:
-Búnker=nuestro cuerpo físico.
-Habitante del búnker= la consciencia que habita nuestro cuerpo y que no es lo mismo que él. Esto es esencial. No intentaré convencerles con razonamientos, sino con la experimentación, con la parábola