Categoría: EL HOTEL DE LOS DISPARATES

PROFESOR ALIEN


EL PROFESOR ALIEN, EXPERTO EN FARSAS DE CONTROL

El profesor Alien, experto en farsas de control, es un hombre gris, y como consecuencia, discreto hasta la invisibilidad, sin el menor relieve, ni físico ni en cuanto a sus cualidades o defectos de carácter. Con cierta frecuencia le suele  ocurrir que transcurren meses y meses sin que  nadie en su entorno se aperciba de su presencia, hasta que alguno, más avispado que el resto, o porque tropieza con él por casualidad, le descubre. Entonces, sorprendido, le suele preguntar cuánto tiempo lleva por allí y nadie se cree nunca su respuesta.

-¡Imposible! Lo hubiera visto. Nadie es invisible.

Por muy imposible que fuera le venía sucediendodesde que años antes comenzara a impartir clases sobre farsas de control en la facultad de psicología de la universidad Mentis Galacticensis, donde fuera compañero y colega del profesor Cabeza Privilegiada.

Cuenta el anecdotario, ya convertido en mito o leyenda urbana, que estos dos egregios genios llegaron a chocar alguna vez por los pasillos, sin apercibirse el uno del otro, y siguieron caminos opuestos a la dirección que llevaban, sin ser conscientes de ello hasta que llegaron cada uno a la clase del otro y fueron acogidos con una rechifla general por los alumnos. También se cuenta que en cierta ocasión ambos rompieron sus gafas en el choque y se vieron obligados a pedir ayuda en los jardines, a donde llegaron, cada uno por su lado, y milagrosamente ilesos, sin haber chocado contra las paredes. Por último, es la anécdota más increíble, se dice que en cierta ocasión chocaron sus cabezas, como dos rebecos o cabras montesas en época de apareamiento y el golpe fue tan brutal que ambos dos terminaron en el hospital en estado de coma durante un par de días. Del que se recuperaron, gracias a Dios, porque de otra forma nuestra ciencia hubiera sufrido un gran descalabro.

Al parecer el profesor Alien fue contratado por correo por el decano de la facultad y nadie, ni siquiera sus alumnos, llegaron nunca a descubrir su presencia hasta que en un simulacro de incendio, con intervención de los bomberos locales, fue descubierto por un bombero que dijo haber visto una sombra extraña en el suelo del aula de sociología empírica. Fue llevado al hospital, creyendo que sufría un shock traumático o un síndrome por estrés postraumático y allí le tomaron la filiación, aunque luego se olvidaron de darle el alta y tuvo que salir por su propio pie, y cuando le pareció oportuno. El decano sí que sufrió un espasmo y tuvo que ser tratado por estrés postraumático al enterarse de que un tal profesor Alien había estado dando clase a alumnos que ni siquiera fueron conscientes de que ya tenían profesor y éste les había examinado y cateado.  Al parecer mientras esperaban al nuevo profesor que no llegaba y que en realidad ya había llegado, se entretenían en tirarse pelotitas de papel que a veces desaparecían como por arte de magia, como otras cosas, tanto en su clase como en otras, apareciendo donde  no deberían y desapareciendo cuando deberían estar. Esto generó otra leyenda urbana, la del fantasma de la universidad Mentis Galacticensis al que nadie podía ver pero que dejaba tras de sí un rastro de caos, desorden y amnesias muy preocupantes.

No puede, pues, resultar extraño que en la Torre de Babel nadie conociera su existencia hasta que el Sr. Buenavista, economista, buscando a todos sus habitantes para solicitarles la documentación, con el fin de iniciar los trámites para la creación dela nueva empresa multinacional que gestionaría el regalo de la fundación del millonario Slictik, se llevara una descomunal sorpresa al acceder a la biblioteca.

Pudo ver un gran montón de libros sobre una mesa, que parecían moverse solos y que proyectaban una sombra irregular y de todo punto imposible según las leyes físicas. Poniéndose con cuidado las gafas de cerca se fue aproximando con mucho cuidado, por si alguna rata hubiere trepado hasta allí desde el putrefacto sótano o desde cualquier otra planta, aún no limpiada, fregada y desinfectada por Candelaria, la limpiadora aria. Fue así como el Sr. Buenavista realizó el gran descubrimiento de su vida. Descubrió a un hombre gris, casi invisible, que parecía enfrascado en sus libros, como si no existiera nada más en el universo. Golpeando ligeramente uno de sus hombros, más que nada por ver si sufría una alucinación, se atrevió a preguntar, como quien pregunta al aire.

-¿Quién es usted?

-Soy el profesor Alien, experto en farsas de control.

-¿Y cuánto tiempo lleva aquí?

-Pues desde que se celebrara la fiesta de Nochevieja, más o menos.

-Curioso, nadie le ha visto, ni nadie que yo sepa, ha hecho el menor comentario sobre un nuevo personaje de Slictik que reclamara su derecho a formar parte de la nueva sociedad. Porque imagino que usted ha venido por el cheque. ¿Podría mostrarme su acreditación como personaje slictiano?

Toda la invisibilidad del personaje desapareció de pronto y con voz chirriante y muy enfadada exclamó:

-¡Pero qué se ha creído usted, j…¡Enséñeme usted la suya, so capullo!

Fue entonces y solo entonces que el Sr. Buenavista cayó en la cuenta de que ni él ni nadie tenía semejante acreditación y que allí podía colarse hasta el Papa, disfrazado de personaje de Slictik. La próxima vez que vea a ese maldito Slictik le pediré que me facilite una fotocopia de la lista de todos sus personajes. Y no estaría mal que nos expidiera a cada uno la correspondiente acreditación. Y tampoco estaría nada mal que hablara con Carl Future para que extreme las medidas de seguridad a la entrada y si es preciso que se ponga él mismo con un aparato que descubra a los farsantes que quieran entrar hasta la Torre de Babel, solo por la pasta gansa.  Debería inventar algo  que le permitiera saber quién es personaje, quién cliente que viene a una cita previa en algún despacho y quién un aprovechado.

El Sr. Buenavista le explicó la situación y le pidió que le ensañara la documentación habitual en estos casos, pasaporte, etc. El profesor Alien manifestó desconocer ser personaje, pero que si tenía que serlo para recibir su parte correspondiente, lo sería “ipso facto”.

-Cuál es su nombre real, no su apodo.

-Alien Alienado.

-¿Es una broma? Nadie se llama así.

-Pues ese fue el nombre que me pusieron mis padres.

-Usted no tuvo padres.

El Sr. Buenavista estaba realmente enfadado.

-¡Ah! ¿nooo? ¿De dónde cree usted que nací, de una semilla plantada por un extraterrestre?

-Pues no me extrañaría. Bueno, dejémoslo. ¿Tiene currículum?

El profesor Alien le hizo llegar una copia del mismo. Una vez tomada la filiación y los datos necesarios, el Sr. Buenavista se despidió con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba pensando en que también necesitaría su voto en la próxima asamblea constitutiva de la nueva sociedad. El Sr. Buenavista solo creía en el dinero, en lo que puede conseguirse con el dinero, en sus fluctuaciones y combinaciones, es decir en lo que el vulgo denomina economía y el profesor matemática divina. Por lo tanto del profesor Alien tan solo le interesaba una cosa: su voto.

Caminando hacia la puerta se sintió intrigado por lo que el dilecto profesor había llamado “farsas de control”. Seguramente no tendrían nada que ver con la economía, no obstante, por si acaso, se volvió para formular la pregunta. El Sr. Alien casi había regresado a su invisibilidad, como si el efecto mágico de la presencia del Sr. Buenavista se hubiera diluido.

-¿Qué son las farsas de control?

-Pues…

-Deje, deje, era solo curiosidad.

Algún tiempo después, tras haber leído el currículum, se enteraría de que en realidad los alumnos del profesor Alien tampoco llegaron a saber mucho sobre el tema. El decano de la facultad, que firmaba el documento, se limitaba a señalar a sus posibles contratantes que lo mejor, si deseaban saber algo al respecto, era que se lo preguntaran al propio interesado.  Una encuesta entre sus alumnos había llegado a la conclusión de que tan solo dos o tres, los más aplicados, tomaron alguna nota sobre la asignatura. Coincidían en una frase: “la farsa de control más complicada de llevar a efecto es la invisibilidad, solo los grandes genios en farsas de control, una materia en la que todos somos expertos,  son capaces de obtener éxito y pasar desapercibidos”. El resto de los apuntes eran expresiones deslavazadas y sin el menor sentido.

El Sr. Buenavista salió de la biblioteca y al girar a la derecha, su vista, agudizada por el esfuerzo de observar al profesor Alien, pudo notar algo extraño en el cuarto que utilizaban las limpiadoras para guardar sus útiles de limpieza. Se acercó y tras ponerse las gafas de leer y forzar mucho la vista, descubrió una plaquita en la que podía leerse: “Consulta del profesor Alien, experto en farsas de control”. Picado por la curiosidad empujó la puerta y entró.

El cuarto, diminuto, sin ventanas, aparecía relimpio y ordenado (una vez encendida la luz), ocupado tan solo por una pequeña mesa de despacho, un sillón para el profesor, una silla para el visitante y una estantería con algunos libros y que al mismo tiempo servía de archivados de expedientes. Sobre la mesa un libro abierto atrajo su atención. Ocupó el sillón y se puso a hojearlo, después de haber leído el título: “La novena revelación”, por James Ranfeld.

No tardó en encontrar una página donde se hablaba sobre las farsas de control. Continuó leyendo hasta conseguir enterarse de que al parecer el autor llamaba así a determinados comportamientos o conductas de tipo chantajista y controlador que el ser humano utiliza con sus semejantes desde su más tierna infancia y sin las cuales la vida social sería tan pacífica como incomprensible. Cerró el libro de golpe y golpeó la mesa con el puño.

-¿Qué demonios me importan a mí las farsas de control! La mayoría de los personajes de ese idiota de Slictik están locos, tarados, les faltan tornillos… Creo que soy de los pocos que mantienen los pies en la tierra. ¿Qué me dicen del doctor Sun, obsesionado por el subconsciente colectivo; de ese Brunelli, que se cree gracioso y es más tonto que el que asó la manteca; ese John Smith, un asesino en serie que acabará con todos en cuanto se despierte; del Sr. Múltiple Personalidad y de todos los locos de Crazyworld, que el doctor Sun pretende traer a la Torre de Babel y permitir que formen parte de la sociedad gestora de los fondos que generosamente nos ha donado Slictik. ¿ Y el tal Milarepa, y ese Krosnamurti, que anda dando latigazos por los pasillos? Claro que sabiendo cómo es Slictik, que está como un cencerro, mal podría haber creado otros personajes… Claro que pensándolo bien, yo también debo ser uno de sus personajes… Conmigo se rompió el molde.

El Sr. Buenavista se levantó con brusquedad, pateó el sillón, pateó la mesa, apagó la luz y cerró la puerta dando un buen portazo. Luego se perdió por los pasillos, murmurando entre dientes como un discreto poseso.

Continuará.

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NOTICIAS DEL CONVENTO


NOTICIAS DEL CONVENTO
Viernes, 8 de Abril de 2011 Editar Borrar
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Buenas. El próximo 15 de abril, viernes, se pondrá en marcha la parte virtual del taller de humor. Ya está todo listo, los blogs, donde está subida toda la documentación necesaria y una enjundiosa historia del viejo Hotel de los disparates; también están listos los foros donde se busca personal. Iñaki Lizorno, cocinero postmoderno y el detective Asta de Toro ya han abierto sus casting para que los interesados presenten sus currículums. Con la que está cayendo cualquier trabajo es bueno.

El taller ya se menciona en el listado de actividades de la Escuela de Escritores Alonso Quijano, dentro del programa cultural del Ayuntamiento de Alcázar para los meses de abril, mayo y junio. Debo decir que he sentido cosquillas al leer eso de «moderado por Slictik». Hacía mucho tiempo que Slictik no moderaba nada y que masticaba su humor a solas. Ahora me siento un tanto eufórico, aunque no hay euforia que cien años dure.

Desconozco cuántos se han apuntado y cuántos grupos tendré que hacer y el trabajo que me dará. La semana que viene hablaré con Paloma, la directora de la Escuela de escritores y pondremos los puntos sobre las «ies». Imagino que el taller me llevará mucho tiempo, pero siempre tendré unos minutillos para pasar por aquí y subir algún texto o hacer algún comentario.

Para los interesados recordarles que deben ser socios de la Escuela de escritores, algo que cuesta 30 euros al año, y todo lo demás será gratis, incluidas las horas de taller físico que se convocarán en su momento. Si alguno está interesado que me deje aquí su mensaje y le pondré en contacto con Paloma.

Ya he esbozado todo el curso. Algo que me ha mantenido ocupado estos meses. Ya están preparados los impresos, desde modelos para crear personajes, a experimentos y trabajos humorísticos. La documentación es amplia y más que se añadirá. Iremos paso a paso, sin prisas y con muchas risas. Les mantendré informados de cómo va el taller y de lo que estemos haciendo. Ya tenía que haber empezado a primeros de marzo, pero se ha retrasado un poco. Con esta crisis un día nos vamos a retrasar en respirar y luego no habrá quien nos rescate. Que ustedes se diviertan como merecen.

Para los interesados les remito al patronato municipal de cultura del Ayuntamiento de Alcázar. Aquí pueden ver todo lo programado para los meses de abril, mayo y junio, incluidas actividades de todo tipo. Ya sé que ustedes no están en Alcázar y no pueden participar y puede que no les interese para nada. ¡Pero qué me dicen de ver dos lineas sobre Slictik y su taller de humor el Hotel convento de los Disparates! Está al final de todo, junto con las actividades de la Escuela de Escritores Alonso Quijano. El narcisismo no es tan malo. Dicen que Hitler era narcisista. Bueno, es una broma, ¿o no?

http://www.patronatoculturaalcazar.org/default.asp

Hotel de los disparates III


Ya desde el principio el tráfago del hotel “Joie de vivre” se hizo tan disparatado como pronto pregonaría su fama por todos los confines del globo. A ello contribuyó con buen ánimo Alvarito, único botones por el momento, quien en su tabla de surf con ruedas no cesaba de deslizarse desde la conserjería hasta los ascensores, portando maletas y hasta huéspedes, especialmente mujeres… y atractivas, según se dijo Pestolazzi, aunque no podía estar muy seguro de ello porque el pobre hombre había tenido muy poco trato con damas… me refiero a trato íntimo, porque del menos íntimo es evidente que resultaba inevitable por su profesión. Hubo un tiempo en el que llegó a decirse de Pestolazzi que se había enmarcado claramente en una elección sexual en la que las señoritas poco podían hacer. Nada más incierto, como alguna doncella y camarera del hotel llegaría a comentar “soto voce”. Lo que le ocurría a Pestolazzi tenía mucho más que ver con su timidez congénita, de la que hablaremos en otro momento, cuando tratemos de su biografía, y con la fuga eterna a la que sometía a las damas que estiraban sus chatas naricillas hacia sus apestosos olores. Lo mismo sucedía con los hombres, con los niños y hasta con los perros, que ni siquiera se acercaban a olerle.

Por estas y otras razones Pestolazzi no dio por válida su opinión sobre la hermosura de las damas a las que Alvarito llevaba de acá para allá y hasta se atrevía a acompañarlas en el ascensor y a dejarlas en sus habitaciones, algo que no hacía con los hombres, dieran la propina que dieran. Casi todas eran mujeres solitarias, si bien se arriesgaba con otras acompañadas, siempre que su atractivo mereciera la pena. Si su acompañante no aceptaba de buen grado las miradas lujuriosas de Alvarito hacia su consorte, éste, nuestro bien amado botones, procuraba que el patín-surf perdiera la estabilidad para que el acompañante de turno se deslizara al suelo sobre sus nalgas mientras él se aferraba con mucha fuerza a la cintura de las damas. Luego, haciendo caso omiso, de los gritos de los hombres y de los gestos, más o menos compasivos de las mujeres, abandonaba a los acompañantes a su suerte y conducía a las damas a sus respectivas habitaciones.
Allí dejaba el patinete en la puerta y procuraba acompañar a la dama hasta el baño, si era preciso. Se mantenía impertérrito, a pesar de las propinas, y solo abandonaba la habitación cuando la dama de turno se lo exigía a voces, gritos o sopapos. Alguna debió de haber que no quiso arrojarle al exterior. Las causas de un comportamiento tan extravagante y lo que sucediera o no de puertas adentro no es de mi competencia, aunque puede que me vea obligado a relatar alguna que otra crónica subida de tono al respecto.

Era una delicia verle arrojar las maletas en el ascensor, sin ninguna consideración, mientras que su caballerosidad y melosidad con las damas, a las que ayudaba a descender de su patinete, a pesar de su escasa altura… la del patinete, quiero decir, porque Alvarito, a pesar de no ser muy alto, daba la talla, al menos de vez en cuando. Sujetaba el patinete con un pie hasta que se vaciaba y luego se lo echaba al hombro, lo introducía en el ascensor, haciendo caso omiso de las protestas del ascensorista y del resto de inquilinos de aquel diminuto cuarto, y mirando, bien al techo, bien a las piernas de las damas, se dejaba ascender hasta la correspondiente planta. Allí otra vez colocaba el patinete en el suelo, lo sujetaba con una pierna, ayudaba a la dama a subir, la trasladaba a su habitación a velocidad supersónica e intentaba olvidarse de las maletas. Si la dama de turno insistía regresaba veloz, colocaba los bultos en el patinete de cualquier manera y volvía a la puerta de la habitación donde la dama esperaba paciente, porque Alvarito tenía mucho cuidado en quedarse con la llave-tarjeta hasta que él pudiera abrir la puerta personalmente… no fuera que alguna lo dejara fuera, como una maleta más.

Siempre salía de las habitaciones con una oreja a oreja, sino era porque había recibido la propina que anhelaba –un cuerpo desnudo entre las sábanas- era porque se conformaba con el vil metal y cuando ni una cosa ni otra, le consolaba la esperanza de vengarse de la dama cuando llegara el momento.

Mientras estas y otras cosas sucedían en el hotel, Pestolazzi decidió encerrarse en su despacho, con un intenso olor a lavanda, descolgó el teléfono e inició una actividad frenética. Llamó a los diarios, a las cadenas de televisión y demás medios de comunicación del país y colocó un anuncio, invitando a un casting para ocupar las plazas vacantes del hotel. Los candidatos deberían presentarse en el hotel cuanto antes y se les adjudicaría una habitación hasta tanto pudiera celebrarse el casting.

EL SR. PESTOLAZZI

Se pasó el resto de la mañana, toda la tarde y parte de la noche al teléfono, hasta que le rindió el sueño, preparando un casting que pasaría a la historia como un mito del surrealismo y el esperpento. Pero antes de intentar describir aquel caos insufrible considero conveniente echar mano de los archivos del hotel de los disparates y narrarles, aunque sea someramente la biografía de este insólito personaje.
De ascendencia italiana, concretamente siciliana, sus orígenes no obstante permanecen un tanto en la niebla o la bruma más densa. Sus padres emigraron a USA, la tierra prometida, el sueño americano, donde con hartas dificultades se hicieron con un pequeño restaurante italiano, donde se servía buena pasta, ricas pizzas y todo tipo de exquisitos platos de la cocina italiana. Tuvieron que pagar impuesto a la mafia, como casi todo el mundo en La Pequeña Italia, y lograron salir adelante con sacrificio y entereza inconmensurables.
Se dice que Pestolazzi simultaneó la restauración con los estudios. Se dice que nunca los terminó, pero que de ellos le quedó una gran afición por la historia y específicamente por el barroco, las pelucas y las contradanzas. Se dice que su afición a los perfumes nació de un desengaño amoroso. Siendo aún muy joven se prendó de una jovencita GUASP (Guapa, anglosajona, blanca y presbiteriana) quien en cierta ocasión visitara el restaurante con sus padres para celebrar sus dieciocho abriles, porque era aries.
Pestolazzi se enamoró prendidamente de ella y remitió cartas a su dirección –nadie supo cómo la obtuvo- y como no obtuviera respueta se coló en el jardín de la mansión de la amada, o más bien de sus papás, y le dio una espantosa serenata nocturna, tañendo el laúd, hasta que ella, completamente k.o. salió al balcón y le dio una cita.
Fue un desastre, quiero decir la primera cita. Lo primero que hizo la joven maleducada fue hablarle del espantoso olor a comida que desprendía Pestolazzi, quien abochornado comenzó a visitar perfumerías, buscando el perfume milagroso que pudiera disimular los olores reconcentrados en su vestimenta, en su piel y sobre todo en su larga melena de joven rebelde (con el tiempo llegaría a dejarse el cráneo como Bruce Willis y a utilizar pelucas).
Remitió luego por mensajería una serie de largas misivas a su joven amada, cada una de ellas empapada en un perfume distinto, rogándole que se dignara darle otra cita. No obtuve ese placer, pero de ahí le vino su obsesión por la perfumería que no le abandonaría el resto de su vida. Investigó en las bibliotecas el sutil arte de los olores y aguzó su olfato hasta dejarse unas narices con tales orificios nasales que los túneles modernos, ingentes obras de ingeniería, no eran nada a su lado. Habló con los perfumistas más acreditados, gastándose sus ahorros para encontrar el perfume específico para su piel y solicitó por correo que le mandaran todo tipo de colonias y perfumes, con los que se rociaba todos los días, unos días con unos y otros días con hacían huir a todo el que se acercara a varias leguas de radio del lugar donde se encontrara.otros, hasta lograr que sobre su piel se formara una increíble capa de potingues apestosos que hacían huir a todo el que se acercara a varias leguas de radio del lugar donde se encontrara.

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El hotel de los disparates II


Al día siguiente todo comenzó a funcionar en el nuevo país. Funcionarios borrachos abrieron las oficinas; cuerpos de seguridad embolingados patrullaron las calles; comerciantes que tartajeaban intentaban vender sus productos mientras el resto de ciudadanos dormían a pierna suelta y cuerpo desnudo en las playas.
El Sr. Pestolazzi no logró contratar empleados para que adecentaran un poco el hotel hasta una semana más tarde. Cuando el país despertó de su borrachera todo el mundo regresó a sus quehaceres y los que llevaban un tiempo trabajando borrachos decidieron que necesitaban unas pequeñas vacaciones. Los nuevos cuerpos de seguridad contratados por el consorcio de millonarios, auténticos mercenarios de mil guerras, desalojaron por fin el hotel de todo huésped que no pagara en el acto y por adelantado su estancia. Y de esta forma el hotel “Joie de vivre” que poco más tarde empezaría a ser conocido como el hotel de los disparates fue botado, mientras numerosas botellas de champagne francés golpeaban contra sus paredes, como un yate nuevecito y reluciente.
Permítanme que me detenga un momento para hacer una descripción, aunque sea muy somera del susodicho hotel.
Creo que eran veinte plantas –nunca me detuve a contarlas- algo así como cinco mil habitaciones (unas doscientas cincuenta por planta, si no me falla la calculadora), amplias cocinas en los sótanos, tres plantas, tres, bajo tierra, dedicadas a parking vigilado; un centro de seguridad oculto en un bunker de cemento que ocupaba el centro de la primera; salón de congresos y convenciones; salones rimbombantes y muy lujosos (el número y características se dirá en su momento); tiendas de alto standing en el hall; servicio de limusinas; unos cinco mil empleados entre conserjes, botones, azafatas, camareros, doncellas, maîtres, mayordomos, personal de cocina, personal de mantenimiento, etc etc. Restaurantes de cinco tenedores y una cuchara; piscinas olímpicas, un corredor acristalado desde la playa hasta los vestuarios, etc etc etc Es una lástima que no pueda disponer de muchas fotos porque la mayoría se las tragó el photoshop en un fallo estrepitoso del shofware.


El primer botones contratado fue un tal Alvarito Pina, un jovenzuelo malhablado y que siempre estaba de broma. Se hacía llamar por sus seguidores “El botones Sacarino” y no dejaba títere con cabeza con sus pullas. El flamante director le hizo firmar el contrato preparado por la asesoría jurídica que se estaba formando, integrada por un tal Sr. Aladro, a quien por lo visto los clientes de un conocido bufete internacional denominaban “abogadro” , por sus poliédricas facetas profesionales.

El Sr. Pestolazzi tuvo que escuchar todo tipo de comentarios irónicos sobre el perfume que usaba en aquel tiempo, L`homme pour les femmes”, de París. No quiso enfadarse porque no tenía tiempo para tonterías. El hotel estaba en cuadro, hasta el punto de que los primeros huéspedes hacían cola en conserjería para registrarse y la necesidad de un botones, aunque fuera Alvarito, era perentoria. Así mismo hizo ojos sordos a la desfachatez con la que aquel rebelde jovenzuelo utilizaba una especie de tabla de surf (era muy aficionado a este deporte) a la que había puesto ruedecitas de goma, porque el director no hubiera permitido ni el menor rasguño en los suelos recién pulidos y encerados. Se deslizaba subido en ella por todo el hall, dispuesto a llevar maletas y a conducir huéspedes a sus respectivas habitaciones, como un pastor sin perros conduciría a sus ovejas: silbando y arrojando piedras, si era preciso.
Pestolazzi echó mano de todo lo que pudo encontrar y pronto muchos invasores, sin oficio ni beneficio, que se habían escondido en las habitaciones, como auténticos okupas, y donde se hicieron fuertes y enfrentaron a los mercenarios, fueron contratados. La conserjería quedó cubierta, los ascensores subían y bajaban con ascensoristas flacos y con gorritas playeras y nadie que hubiera entrado en aquel momento habría sabido distinguir entre personal y clientes. Los uniformes aún no habían llegado y tardarían en hacerlo un tiempo, el que tardara Don Alcanfor, modisto y decorador, en cumplir el encargo urgente que Pestolazzi le había transmitido, por orden del consejo, sin duda influido por la esposa de su presidente, una fan adicta y recalcitrante del más extravagante de los modistos. ¡Y mira que son extravagantes los modistos!

Ya desde el principio el tráfago del hotel “Joie de vivre” se hizo tan disparatado como pronto pregonaría su fama por todos los confines del globo.

HOTEL DE LOS DISPARATES-INTRODUCCIÓN


EL HOTEL DE LOS DISPARATES

UNA HISTORIA DE TREPIDANTE HUMOR Y MUCHA GUASA

EL HOTEL DE LOS DISPARATES

Papeles póstumos y archivos recuperados del club de humoristas. Recopilados por una mano amiga e introducidos por un tal Slictik, a quien nadie dice conocer, pero que se adjudica un protagonismo, sin duda inmerecido.

INTRODUCCIÓN

El hotel de los disparates nació hace ya algunos años en Internet, con el deseo de que con el tiempo llegara a convertirse en un taller literario y de creación de personajes, humorísticos o serios, de alguna enjundia y con proyección de futuro.

Nunca antes se me había ocurrido la posibilidad de intentar coordinar un taller literario. Al fin y al cabo solo era un escritor aficionado y además en ciernes. No había escrito mucho y lo poco que había escrito era malo o muy malo. A pesar de ello estaba emperrado, “erre que erre” en llegar a ser un día lejano un buen escritor, sino de prestigio o publicado, sí al menos aceptablemente bueno, aunque solo lo fuera para mí mismo.

En el año 1996 compré un ordenador y me puse a subir a los archivos de Word todo lo que había escrito hasta entonces y que aún se conservaba (no destruido por el fuego purificador en un momento muy bajo de ánimo). Comencé a escribir archivos como un poseso,, haciendo virtuales mis textos manuscritos, al tiempo que iniciaba, una tras otra, tablas de diferentes temas, cine, literatura, cultura en general, ajedrez, de todo un poco.

Pero no fue hasta años más tarde, no recuerdo cuántos, que llegaría a tomar la muy pensada decisión de conectarme a Internet. Tanta reflexión se debió a que para mí, como para muchos de mi generación, Internet era el caos, un monstruito virtual devorador y adictivo. Muy peligroso, muy tentador, y a saber qué podría encontrar uno allí de positivo.

Dicen que la ignorancia es muy atrevida. También es muy estúpida. Me las prometía muy felices con un correo que podría llegar a cualquier parte, transmitiendo mis manifiestos. Aún conservo alguno de los que escribí para “La Mente enmascarada”. Luego la realidad te pone en tu sitio, como hace siempre. Resultó que mi idea de poner un mensaje en el correo virtual y esperar que pudiera llegar a todo el mundo era estúpida, lo mismo que poner una carta en el buzón con la dirección: “A todo el mundo que quiera leerlo”.

En Internet también son precisas direcciones, si quieres que el correo llegue a alguien, y éstas había que conseguirlas (no caían de los árboles) y una vez logradas lo más fácil era que el destinatario ni lo mirara sino te conocía (escarmenté abriendo correos desconocidos, los virus sí que vuelan en Internet) y para conocer gente se podía acudir a un chat…

Esta etapa ridícula y surrealista de novato en el mundo virtual la parodio en alguno de mis textos: Mi vida ficticia en el chat, Metrópolis, Los Hackers Mates…

Quien no tiene un asesor experimentado sabe muy bien las dificultades a que se enfrenta un novato y las tonterías que se llegan a realizar. Eso me pasó a mí, solo que multiplicado por mil.

Para empezar, instalar un correo en el ordenador tiene su encanto. ¿Era preciso pagar por mandar correos? Descubrir un correo gratuito también tuvo su dificultad, lo mismo que registrarse. ¿Por qué todo el mundo utilizaba un Nick o un alias?

En aquel momento estaba leyendo una novela de Chestar Himes, uno de mis escritores de novela negra favoritos y en esa novela aparecía un personaje extravagante, Slic, que el traductor al inglés había trasvasado al español como “listillo”, según explicaba en una nota.

Al registrarme lo escribí mal y ese error me llevaría a cargar con un alias impronunciable que al final me resultaría muy divertido. Escribí Slictik y al enterarme de que bien podría ser una mezcla de “slip” calzoncillo y “lipstick” lápiz de labios sonreí de oreja a oreja y me regocijé durante un buen rato.

Slictik llegaría a ser mi nombre de guerra. Con él me registré en un foro de gramática española, el foro Cervantes, y allí conocería a una argentina con la que establecí una relación amistosa durante un tiempo prolongado, para la fragilidad que acostumbran a tener las relaciones en este universo virtual.

Ela había creado un grupo gratuito (ignoraba que eso fuera posible) y me invitó a formar parte. Fue allí donde el Hotel de los líos, luego de los disparates, echó a caminar como un taller de creación de personajes humorísticos y en general de cualquier género y tipo.

Éramos cuatro gatos, pero lo pasábamos muy bien. Pero no fue hasta el nacimiento de la Casa de Asterión que el Hotel de los disparates se puso a deambular con cierta prestancia.

Esta historia es un homenaje a aquella etapa y a todos los que colaboraron el Hotel. Sus autores y personajes forman parte de su historia, aunque si alguna vez es publicada deberé solicitar su permiso para reproducir sus textos y servirme de sus personajes.

Antes de transformarse en la “Torre de Babel”, un rascacielos exclusivo para mis personajes humorísticos, la mayoría de ellos, sino todos pasaron por allí. Cómo empezó todo y cómo terminó, si es que alguna vez se puede decir que acabó esta saga es lo que se narra en esta larga y extravagante historia. Espero  que se diviertan.

LA LLEGADA AL HOTEL DE OLEGARIO BRUNELLI, EL HUMORISTA NUMBER ONE

¿Quién era, es y será, este personaje extravagante? Eso lo podrían ustedes saber de “pe” a “pa” si consultaran su azarosa biografía que este narrador halló entre los papeles y archivos del Hotel de los Disparates y que luego pude confirmar en los archivos digitalizados de la ”Torre de Babel” De momento nos basta con saber que Brunelli fue invitado, lo que es un decir ya que son enemigos irreconciliables, por el Sr.  Almirante, presidente de club mundial de humoristas, asociación sin ánimo de lucro, que engloba a todos los humoristas del planeta – ya que los pocos que se le enfrentaron, decidiendo según su libre albedrío continuar su espiritual y generosa tarea en solitario se vieron tan presionados y coaccionados que acabaron suplicando la admisión- a asistir al congreso mundial de humoristas que se celebraría en el país recién nacido a la independencia y que tomó el nombre provisional de “El país de la Alegría”, con motivo de la inauguración del mejor y más lujoso hotel de aquel territorio y uno de los mejores del mundo.

Debo decirles que la invitación del Sr. Almirante expresaba muy claramente que Brunelli debería pagarse el viaje y ya se vería si también la estancia, dependiendo de si el Sr. Director del hotel les invitaba a todos o no. Se dice, se cuenta, que antes el Sr. Almirante había sido invitado por el director del hotel, el Sr. Pestolazzi, pero eso es algo muy complicado de saber con exactitud, puesto que el caos que reinó al principio y que luego se acentuaría con el tiempo, hace muy complejo rastrear nada de lo que allí realmente sucedió. Por ello me perdonarán ustedes si relleno huecos con mi fantasía y me invento algún plano-secuencia sin mucha importancia.

Brunelli viajaba en un avión pagado de su bolsillo. Su destino era el aeropuerto internacional del “País de la Alegría” o “Alegría” a secas como le empezaron a llamar todos, para abreviar.  Dicho aeropuerto aún no tenía nombre, ni siquiera provisional. En cambio el hotel donde había intentado reservar habitación sin éxito sí que había sido bautizado y bien bautizado con champán francés, con el rimbombante nombre, a juego con el país, de “Joie de vivre”.  La alegría de vivir, en traducción libre y espontánea, era un hotel sin par en el negocio hostelero mundial, su único problema al principio fue el de no tener personal y carecer de casi todo. Pero su director, el Sr. Pestolazzi, acabaría por solucionar todos los problemas, con el tiempo, y los que no se arreglaron con el tiempo se pudrieron hasta desaparecer. El disparate que reinó allí en los primeros tiempos y que luego no hizo otra cosa que crecer, le cambió el nombre para siempre, transformándose en el “Hotel de los disparates”. Pero antes de contar su historia me gustaría contarles otra.