PERDIDO EN LA BELLEZA


"Les llums de l'Ouillat" - Autor: Sirius

«Les llums de l’Ouillat» – Autor: Sirius

PERDIDO EN LA BELLEZA

FOTOGRAFÍA: «Les llums de l’Ouillat» de Sirius
Texto: Slictik

$ Copyright conjunto Sirius-Slictik.

FRAGMENTOS DEL DIARIO DE ALFREDO EL MONTAÑERO

24 de octubre del 2013-10-24

Acabo de regresar de la montaña, donde estuve perdido en un bosque durante una semana, antes de ser rescatado por la guardia civil, a quien no agradezco para nada el rescate porque ni yo lo pedí, ni lo necesitaba… y ahora encima me pasan una minuta de 3000 euros, por tonto, me ha dicho mi señora.

Desde niño- ¡qué digo, desde bebé!- adoro la montaña, adoro los bosques, adoro la naturaleza, adoro comerme una tortilla de patata con hormigas, regada con una bota de vino y sentado sobre un tronco. Mi adoración no ha llegado hasta hacer sacrificios humanos a la diosa naturaleza o a las ninfas de los bosques, por lo demás lo he hecho todo.

Hace unos diez días, aprovechando que me quedaba una semana de vacaciones, que podía alargar con un fin de semana al principio y otro al final, y teniendo en cuenta que mi señora trabajaba en turno de mañana y tarde, con alguna noche de añadidura y que además prolongaba porque nadie más quería prolongar y teniendo en cuenta… (en fin, para qué les voy a contar más, me basta con decirles que trabaja en la sanidad y con los recortes ya se sabe…), pues decidí marcharme yo solito a la montaña. Mi hijo mayor, Juanito, también tenía jornada doble y horas extras no pagadas o remuneradas con un trocito de queso de cabra, por lo que no podría acompañarme (lo que agradezco porque siempre se burla de mí y de mis historias).

Lo dicho, tomé la tienda de campaña, la mochila que llené de latas de fabada, de callos, de fiambre del bueno, de jamón, chorizo, queso y alguna lata, por si acaso; me compré una botella de tinto de Ribera del Duero y lo embutí en la bota de vino (algunos lo consideran una herejía, eso es porque no se lo han tomado en plena naturaleza con una tortilla de patata con hormigas) y con ello y un bizcocho para el desayuno me subí al coche y conduje y conduje y conduje… Confieso con toda humildad que me perdí. Al final me encontré, no diría que sin comerlo ni beberlo, porque había comido antes y bebido un poco (mi señora diría que me perdí porque estaba borracho, pero ella es así, no hay que hacerla caso) digo que me encontré en unas montañas que no conocía, y eso es muy raro porque las conozco todas. Y en un valle preciso, maravilloso, adorable, con un bosque fantástico, inimaginable. Nunca había visto árboles tan altos ni vegetación tan tupida y limpia al mismo tiempo. Era genial y no desaproveché el tiempo, me tomé unas lonchas de jamón, unos taquitos de queso y un buen trozo de chorizo montañero, ahumado y curado a la helada, y me puse en camino, adentrándome en el bosque. Llevaba conmigo la mochila, repleta de comida, por si acaso, la bota de vino y un poco de ropa de abrigo, porque nunca se sabe…

Dejé la tienda de campaña sobre un verde campo, bajo la copuda copa de un árbol, sin montar, pensando que llegaría antes de que se hiciera de noche y la montaría y podría dormir a pierna suelta. No tenía el menor miedo de que me la mangaran o chorizaran, los montañeros somos muy solidarios, empáticos, respetuosos con los colegas y buena y campechana gente. Mi señora siempre me dice que algún día me voy a arrepentir y que me darán un serio disgusto y que bla…blá y blá. Lo cierto es que nunca me ha pasado.

Como digo me adentré en el bosque y me perdí entre tanta belleza, el color otoñal de las hojas me hacía caer la baba y el suelo estaba repleto de hojas secas que rechinaban bajo mis botas de montañero que me costaron una pasta gansa (mi señora se pasó un año quejándose de semejante dispendio para un montañero que lo único que hace es irse a la montaña a tragar para que no le vea su señora y le controle) y sentado bajo un árbol escuché el trino de los pájaros y me tomé un buen trago de la bota y mordisqueé un trozo de queso con una bellota que encontré a mano. Encendí un pitillo y me sentí en la gloria. Eso sí la ceniza y la colilla la puse en una cajita metálica. Jamás me perdonaría quemar el monte en un descuido, jamás. Los que amamos la montaña y el bosque nunca lo quemamos, ni en un descuido. Sería como quemar la piel de nuestra maravillosa amante después de haber hecho el amor como dioses. Ni por un pitillo post-coito quemaría yo la piel de mi amante, nunca, jamás… y la de mi señora tampoco porque buena es ella para dejarme fumar en casa, me arrojaría a los leones y no echaría ni una lagrimita. Los que queman los bosques son esos malditos pirómanos que seguramente reciben una pasta gansa de las constructoras que quieren hacer un residencial de montaña o de millonarios que no tienen bastante con los campos de golf que ya tienen y ordenan a pirómanos idiotas que quemen lo más bello de la naturaleza, un bosque… en otoño.

Lo dicho, que me quedé ligeramente traspuesto. Al despertar miré al cielo entre dos árboles y me pareció que había pasado un tiempo (no sé cuanto porque me dejé el reloj en el coche). Me dije no obstante que nadie me impediría adentrarme aún más en el bosque y disfrutar de semejante belleza. Lo hice pero a medio camino me entró un hambre atroz, saqué el bote de fabada, lo abrí y lo puse al sol; abrí la lata de callos y lo mismo y mientras tanto me comí un poco de cecina con un pedazo de pan de hogaza. Me bebí otro trago y eché un pitillo con mucho cuidado de que la ceniza cayera en la latita y la colilla, apagada con mi pis, fuera a parar al vil metal y no a la fértil tierra.

Les digo que comí tan a gusto y con tantas ganas que no van a creerme y me entró un sopor terrible. Y así me quedé. Al despertar ya era de noche y las estrellas podían apreciarse y amarse a través de los claros del bosque. Todo estaba en silencio. Y entonces comprendí que había cometido un terrible error. Absorto entre tanta belleza no me apercibí del discurrir del tiempo. Ahora estaba perdido en un bosque, de noche, sin la tienda de campaña, solo con una mochila repleta de comida y una bota de vino que estaba en las últimas. Tampoco me había apercibido, al menos no del todo, de que era otoño y en la montaña hace un frío que pela por las noches.

Lo dicho, que pasé una noche criminal, mala de narices, un frío horroroso, tanto que me puse toda la ropa de abrigo que llevaba y me cubrí con las hojas del suelo. Ni por esas, me desperté a mitad de la noche, supongo, y muerto de frío me dispuse a comer para remediarlo, el frío, y encendí un pitillo, pero no encendí fuego, preferí pasar frío a quemar el bosque. ¡Para que luego digan que somos los montañeros los incendiarios!

No les voy a contar más. Me estoy agobiando. Me pasé una semana recorriendo el bosque sin encontrar la salida, comiendo tanto y tan m bien que terminé la mochila al tercer día, luego tuve que alimentarme de hojas, tallos y lo que encontrara. Pasé más frío que “Carracuca” y no podía avisar a nadie porque me había dejado el móvil en el coche y aunque no me lo hubiera olvidado allí no había cobertura, seguro.
Eso sí, disfruté de la belleza del bosque como nunca lo había hecho. Una experiencia casi mística. Lo malo fue el frío y el hambre y el miedo, por las noches, a que bajaran los lobos o me atacaran los jabalíes. En resumen que una mañana escuché lo que me pareció un helicóptero – ya había escuchado un ruido parecido el día anterior- y me asomé a un claro, a ver qué pasaba. Pude ver que era verde y llevaba las insignias de la guardia civil. Verde y en botella….

Enseguida pensé que mi señora les había avisado y eso que le dije que agotaría las vacaciones. No quería que me rescataran, pero por si acaso les saludé con las manos. Parece que me vieron, porque un musculoso número bajó hasta mí con una cuerda de rapel, me ató a otra cuerda y me subieron en volandas. El helicóptero, sin más, me llevó casi hasta casa. Allá abajo pude ver a mi señora, llorando a moco tendido. Ni se imaginan la bronca y todo lo demás.

Con tanta prisa se habían olvidado del coche y la tienda de campaña. Tuve que pedirle a un amigo que me llevara a escondidas, porque mi mujer no me dejaba salir de casa (me escapé por una ventana) y Juanito, mi hijo, no quería ni oírme hablar de llevarme a la montaña. Rescaté el coche y la tienda de campaña (¡ves cómo tenía razón, alma cándida! Esto se lo digo a mi señora) y ahora estoy disfrutando, arrobado, de mi aventura. Perdido en la belleza, eso sí, pero muy contento.

POSTDATA: ¿Y la tortilla de patata? Bueno, es que no se lo puedo contar todo al detalle. Miren, siempre llevo unas cuantas patatas y los huevos los llevo ya rotos y batidos. Siempre llevo una especie de sarten-cazo que lo mismo me sirve para hacer una sopa que una tortilla de patatas. Me la comí el segundo día, al anochecer, antes de disponerme a pasar frío.

NOTA PARA MÍ: Atento, si viene la guardia civil a casa, salir pitando a borrar eso del pitillito en el bosque.

2 comentarios en “PERDIDO EN LA BELLEZA

  1. Mi estimado Cesar: A mi ambienta me gusta la acampada y en verdad disfruté mucho del relato ya que la locura de andar vagando por las inmensidades de las soledades resulta ser un bálsamo para el alma. Mis bosques son a veces de pinares o en ovaciones de acacias espinazos del desierto, pero eso sí el disfrute de las noches bajo las estrellas solo se comparte con Dios o M.as bien, Dios comparte con nosotros

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    1. Hola amigo, se trata de un texto que está en la sección literaria de Sonymage, una página dedicada sobre todo a la fotografía, pero también a otras cosas. Se me ocurrió que una forma de aunar a fotógrafos y escritores era utilizar las fotografías de los compañeros para hacer algún texto. Este es el caso, aproveché una maravillosa fotografía para escribir este pequeño relato. Como la belleza del paisaje era tan extrema la tentación de caer en el lirismo empalagoso también lo era, por eso decidí utilizar el humor para conseguir un texto equilibrado, entre lirismo y humorismo. Me encanta la naturaleza y sé que a ti también, es la mejor forma de encontrarse con uno mismo que no es otra cosa que encontrarse con Dios. Un abrazo.

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