Autor: Slictik

Escritor aficionado. Subo mis textos a Internet con frecuencia en otras páginas y blogs. Coordino un taller de humor esponsorizado por la Escuela de Escritores Alonso Quijano. Este es un blog que he abierto para almacenar mis novelas y relatos y tener a mano los textos cuando los necesite.Modero la sección literaria de Sonymage. Escribo porque me divierto, es una diversión, no un trabajo.

LA VENGANZA DE KATHY X


LA VENGANZA DE KATHY X

Alice se quedó mirándome con ojos tiernos, mientras esbozaba una sonrisa picarona. Mi cabeza era un revoltijo de cosas sin la menor importancia que rodaban y rodaban buscando un sumidero como una bola de billar golpeada por un cachas. Me preguntaba por qué yo no tenía reloj. Se me ocurrió cuando ella miraba el suyo, pequeño y coqueto. Es posible que hasta portara un rolex de oro cuando llegué a Crazyworld. Tendría que preguntarle a Kathy…si la encontraba. Eso me hizo plantearme lo que convenía hacer. Salir con aquel tormentón era un riesgo suicida. Mejor quedarse allí toda la noche si la tormenta no amainaba. Miré a Alice y me dije que no era una mala idea.

-No podemos salir ahora, tal como están las cosas. Esperaremos media hora y si continúa yo me marcharé, pase lo que pase. Tengo que dar la cena, no puedo escaquearme.

-¿Y si nos quedamos a pasar la noche?

-¿Ya no piensas en seguir buscando a Kathy? No sabes cómo me alegro. A mí también me gustaría, ya lo creo. Pero las cosas no están para bromas. Si no aparezco Jimmy pensaría que también me ha ocurrido algo y se pondría aún más histérico. No quiero ni pensar lo que haría.

-¿Y yo?

-Tú puedes seguir buscándola el resto de la noche y enfrentarte a los rayos y los truenos. No creo que Jimmy se preocupara mucho. ¿Qué piensas hacer?

-A ver qué pasa con la tormenta. Si tú te vas, creo que la buscaré. Cada vez me convenzo más que le ha pasado algo muy grave.

-No pensabas así hace un segundo, cuando me hablabas de pasar la noche. Eres un veleta.

Callamos porque un inmenso racimo de rayos encendió la oscuridad. Los truenos parecían explosiones de bombas atómicas, por poner una comparación. No sé de dónde me vino aquella idea, porque no recordaba que existieran bombas atómicas ni nada parecido. Alice se asustó tanto que se acercó a mí. Yo la abracé. Los dos estábamos temblando como hojas a merced de la tormenta. El espectáculo era grandioso, aunque aterrador. Al cabo de un tiempo que no contabilicé, Alice miró su relojito.

-Tengo que irme o llegaré tarde. Tú puedes quedarte aquí hasta que termine. Luego no te olvides de cerrar la puerta.

-Voy contigo.

-Como quieras.

Se lanzó hacia la trampilla que aún continuaba abierta. Pensé que iba a cerrarla y me acerqué para ayudarla. Lo que hizo fue bajar las escaleras de dos en dos. Volvió con dos chubasqueros y dos linternas.

-Yo ya tengo linterna.

-Toma, estas son impermeables, indestructibles y con una potencia de luz que necesitaremos si no queremos darnos de morros contra los árboles. Ponte también el chubasquero, no lo atraviesan ni las balas. Hice lo que me pedía. Observé que estaba hecho de algo indescriptible, mitad tela, mitad metal raro. Lo toqué con curiosidad. Seguro que nada lo atravesaba, parecía de acero, aunque era tan liviano como una pluma. Me pidió que la ayudara a cerrar la trampilla y luego a mover la cama hasta dejarla como antes. Entonces nos dispusimos a salir. Alice parecía una difunta de lo pálida que estaba y yo debía de tener una pinta parecida. Tocó donde antes y las paredes se movieron en sentido contrario. Nos acercamos a la puerta con un ligero tembleque. Salimos al exterior. Cerró la puerta y encendió su linterna. Yo hice lo mismo con la mía. La potencia de luz era acojonante –otra palabra que me vino a la cabeza sin saber desde dónde- pero no veíamos ni a tres pasos. La oscuridad era como boca de lobo. Ella abrió camino como tanteando, mirando al suelo de vez en cuando.

-Tú sigue mis pasos. Te llevaré hasta donde comimos. Luego si quieres hacer el loco puedes buscar por allí. Yo seguiré mi camino.

Asentí sin decir nada, la perspectiva de quedarme solo en el bosque, con aquella tormenta me ponía el vello de punta, pero algo, una fuerza oscura, el destino, lo que fuera, me impulsaba a cometer la mayor locura de mi corta vida, que apenas podía contarse por días, porque nadie puede decir que ha vivido lo que no recuerda. El tiempo se me hizo eterno. El camino estaba ya muy embarrado. Comenzaba a formarse un arroyo que discurría con alguna fuerza puesto que al parecer estábamos descendiendo. El agua se perdía por todas partes ya que no existía cauce que lo mantuviera recogido. Las grandes gotas que caían con fuerza hacían sonar las hojas de los árboles, produciendo un sonido como tambores de guerra. Al menos así me sentía yo, como un guerrero dispuesto a luchar con enemigos invisibles. Me dije que era un auténtico idiota. Debería seguir a Alice y refugiarme en Crazyworld. Nada se me había perdido en aquella batalla contra los elementos. Ahora soplaba un viento fuerte, casi huracanado, que amenazaba con quebrar ramas, y hasta los árboles más pequeños y frágiles. Al fin Alice se detuvo.

-Solo tienes que seguir este camino. No está lejos. Yo me desvío aquí. Espero que conserves el walkie talkie. Si necesitas ayuda llama a Jimmy, aunque me temo que nadie saldrá a buscarte hasta mañana, cuando la tormenta haya amainado.

Busqué el walkie en la mochila y sentí un gran alivio cuando lo encontré. Lo activé, parecía funcionar, aunque solo se escuchaba un ruido molesto. La abracé, besándola en la boca. Nos deseamos suerte y ella siguió su camino. Yo permanecí iluminando su espalda hasta que dejé de verla. Estaba solo frente a la tormenta. Me repetí una vez más que era una estupidez buscar a Kathy. Si estaba muerta no había prisa. Si estaba viva de nada serviría mi presencia si no la encontraba. Me puse en movimiento, peleando contra el viento y la lluvia. Los rayos y truenos eran cada vez más frecuentes e intensos. Creo que por primera vez era plenamente consciente de la increíble tormenta que estaba descargando sobre Crazyworld. No recordaba otras tormentas pero ésta me parecía la peor de todas. Tampoco estaba seguro de que estuviéramos en verano, aunque había hecho mucho calor desde mi llegada. Nada me encajaba, aunque no sabía muy bien por qué. Un rayo espectacular cayó sobre un árbol, no muy lejos de donde me encontraba. Lo partió en dos y lo tumbó como la mano de un gigante quitándose de en medio una ramita. Cuando llegué hasta allí algunas ramas aún continuaban encendidas. Era un espectáculo amedrentador. De nuevo pensé en dejar la busca de Kathy y refugiarme en Crazyworld. Si aquello no era un aviso, se le parecía mucho, pero decidí seguir adelante. Era más una obsesión que cualquier otra cosa en la que pudiera pensar.

Decidí trepar al tronco y saltar al otro lado. Me pareció lo más razonable para no desviarme del camino. Cuando estaba de pie sobre el tronco, a punto de saltar al otro lado, el trueno retumbó como si toda la trompetería del infierno entonara un himno ominoso. Me llevé tal susto que salté de forma inconsciente. Caí de bruces sobre el suelo embarrado y allí permanecí, atontado, hasta que el trueno fue muriendo poco a poco. Tampoco podía comparar, aunque me pareció el trueno más largo de cualquier tormenta sobre la Tierra desde el albor de los tiempos. Me levanté como pude, limpiándome la cara de barro. No debía de quedar mucho para llegar al claro donde habíamos almorzado Alice y yo. Solo me di cuenta de que había llegado cuando un encadenamiento de rayos me permitió verlo. Así era, en efecto, pero qué podía ser aquella figura que parecía danzar en el centro. Tardé un tiempo en comprender. Sin duda se trataba de una figura humana. Traté de iluminarla con la linterna, pero el haz no llegaba hasta ella. Me fui acercando poco a poco. Identifiqué el sentimiento que me atenazaba. Miedo. Más que miedo. Terror. Ningún ser humano podría permanecer al aire libre, en medio del bosque, de la oscuridad más tenebrosa, a no ser que estuviera completamente loco. Caí en la cuenta de que yo también era otro ser humano bajo la tormenta, así, pues, también yo estaba completamente loco.

Otro encadenamiento de rayos me hizo ver lo que mi razón se negaba a contemplar. La figura era femenina y estaba completamente desnuda, bailando una danza salvaje bajo la tormenta, como invocando a todos los demonios del infierno, invocando el apocalipsis y el fin de la especie humana. Intenté gritar un nombre, pero no pude hacerlo. Quedé paralizado, de pie, con la boca abierta. Porque, en efecto, aquella mujer era Kathy. Estaba desnuda, o más bien cubierta completamente de barro como un animal prehistórico. Su danza era tan extravagante como solo a un demonio loco se le hubiera podido ocurrir. Al mismo tiempo era salvaje, brutal, pero bella, hermosa. Tanto como su cuerpo desnudo. Una bailarina de ballet danzando La consagración de la primavera de Stravinsky no lo hubiera hecho mejor. Los brazos subían como implorando al cielo un castigo para la humanidad, bajaban como suplicando al Averno se apoderara de su cuerpo. Sus caderas se ofrecían para un coito salvaje. Todo su cuerpo parecía poseído por dioses primigenios.

Permanecí largo tiempo sin poder apartar la mirada. Los relámpagos iluminaban aquella danza obscena, los truenos acompañaban, como una orquesta de timbales, atenuando a la orquesta sinfónica que interpretaba la pieza de Stravinsky. Al fin desperté de mi pesadilla y me lancé hacia delante, gritando su nombre. Kathy, Kathy, Kathy. El suelo estaba embarrado, parecía un pantano de arenas movedizas. Eso me hizo caer otra vez. Me levanté y continué corriendo. Ella no parecía haberse dado cuenta de mi presencia. Caí más veces y otras tantas me levanté. Lo único que importaba era que estaba viva. Aunque estuviera loca, aunque acabara pillando una neumonía, aunque no me reconociera. Era Kathy y estaba viva. Lo demás no importaba. Al fin llegué hasta ella y la abracé con una fuerza insana. En aquel momento un increíble relámpago cruzó el cielo, deslumbrándome, rasgándolo todo. Luego cuando llegó el ruido infernal noté. como el pinchazo de un gigantesco mosquito, en mi cuello y perdí la consciencia.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XX


Después comenzaron las habladurías. Imparables. El chofer, aquel jovencito tímido y guapito, se instaló con ella. ¡Ya se imaginará lo que llegaron a decir. De todo. Que si Julita era una puta redomada. Que un hombre, más si es joven, y una mujer, sobre todo guapa moza, como lo era Julita, no pueden vivir juntos sin quemarse, por aquello de “que la mujer es fuego, el hombre estopa, viene el diablo y sopla. ¡Qué tontería! ¿No le parece, señorito?

 -Bueno. Eso del fuego y la estopa está muy bien traído. ¡A saber quién es el ruego y quién la estopa! Pero lo cierto es que un hombre y una mujer acaban siempre enredados, a poco que se lo propongan.

 -Lo dirá por usted, señorito. Quien ricamente que estamos usted y yo aquí solitor, y el fuego no ha prendido en la estopa o la estopa no se ha encendido con la proximidad del fuego. ¿Por qué será? Además en estos tiempos cada uno hace lo que le viene en gana. Los jóvenes pueden vivir solos en un piso, revueltos, chicos y chicas, y nadie dice nada, ni le importa lo que hagan o dejen de hacer a nadie, si es que hacen algo, que los de nuestra generación teníamos fama de tontos, pero bien que nos lo montábamos.  

No como ahora, que con la pildorita, el estuche ese de goma y tanto desenfreno, seguro que si pudiéramos mirar por una mirilla hasta descubriríamos que las chicas son monjitas de clausura, comparadas con nosotras, y los chicos monjes de convento, sino son maricas o “lesbanas”.

 -Lesbianas, Horti, lesbianas. ¿Tú crees que no se dedican al fornicio, follando como monos? No es esa la idea que tnego yo. Y en cuanto a nosotros, Horti, seguro que si te vistieras de otra manera y te arreglaras un poco, hasta llegarías a encender mi estopa.

 Y Córcoles manoseó los muslos de la mujer y llegó hasta las bragas, restregando su sexo por encima de la prenda. Hortensia se quedó muda y sin respiración, esperando que el señorito continuara, introduciendo su mano bajo sus bragas y buscando ese bultito que da tanto placer a las mujeres. Hortensia no recordaba su nombre en aquel momento. Pero el señorito se cansó pronto, le dio una palmadita en el muslo izquierdo y reposó la mano en la rodilla, como si no hubiera roto un plato en su vida. El hechizo se deshizo y Hortensia maldijo aquel mujeriego que  
ni siquiera era consciente de cuándo una mujer estaba caliente.

-Veo que tienes la mente un poco estrecha, Horti. ¿No crees que haya más formas de disfrutar del sexo, aparte de las tradicionales?

 -Que cada uno se lo monte como quiera, que yo solo sé de una. Una buena polla en la raja y san se acabó. Y en cuanto a mi estrechez de mente puede que sea cierto, señorito, que no soy culta, como usted, pero le aseguro que tengo una cosita que no es tan estrecha, no, por ella entraría hasta el nabo de un caballo. Si no le molesta que me exprese así.

 Dijo Hortensia muy enfadada y tal vez Córcoles, de no haber estado en aquella especie de somnolencia agradable producida por el alcohol, habría comprendido que la mujer se le estaba ofreciendo con tal vehemencia y claridad que despreciarla, como estaba haciendo él, tenía que dolerla, y muy dentro.

-No me molesta, no, puedes expresarte como quieras. No soy un puritano.

-¿Qué es eso?

 -Alguien que no se asusta por las palabras y no huye de la realidad de la vida.

 -¡Cuántas palabras raras sabe usted, señorito!

 Córcoles no advirtió el tono irónico de la mujer, ni cómo, al inclinarse, para darle una palmadita en la rodilla, le puso el pecho derecho, que había resbalado completamente de la bata, tan cerca que el pezón estuvo a punto de hacerle cosquillas en las narices. O bien el alcohol había empapado en demasía sus sesos o puede que ella le pareciera tan fea que ni siquiera era capaz de empinársela a un mujeriego como el señorito. Fuera lo que fuera, Hortensia decidió seguir con la historia, puesto que Córcoles no deseaba iniciar otra distinta.

 -Como le decía, las cotillas no se hicieron esperar. Las más benevolentes llamaban puta a Julita y desvergonzado al chico, del que no sabían ni el nombre, aunque bien que se ponían cachondas hablando de sus encantos a escondidas. Yo pude escuchar alguna de sus conversaciones, aunque entonces era tan tontuela que no llegué a saber a qué se referían con eso de “los encantos” del chico. Porque lo que es guapo, eso sí, a mí me lo parecía, y mucho. Pronto los mozos del pueblo comenzaron a rondas la casa del molino y allí dieron unas cuantas y muy sonadas cencerradas.

 -¿Qué es una cencerrada?
 

-Una cencerrada es una murga que se da con las esquilas de las vacas. Y no me pregunte qué son las esquilas. Una campanita que se le pone en el cuello a la vaca para que, ande por donde ande, no se pierda. Las vacas, señorito, son unos animales muy bobos, pero que muy bobos, se pierden con facilidad y luego el dueño tiene que ir a buscarla al monte y escornarse entre los espinos. Pues bien, las cencerradas suelen darse a los novios, como despedida de solteros, en su noche de bodas o simplemente cuando los mozos del pueblo están aburridos y necesitan jolgorio. Así que aprovechan cualquier motivo y circunstancia para dar una cencerrada.

“No se conformaron solo con eso, no, que hasta tiraron piedras a las ventanas y al tejado.   
Yo creo que esos bestias hasta hubieran quemado la casa, con ellos dentro, si una noche no hubiera aparecido por allí Sisebuto y descargado unos cartuchos con sal en los cuartos traseros de un par de mozos, los que más destacaban.  
No volvieron en una temporada. Jeje. Los dos mozos se estuvieron rascando el culo unos cuantos días. Jaja.

-¿Y Sisebuto? ¿No estaba celoso?

-Mucho, pero lo primero era proteger a Julita de aquellos desalmados. Todos en el pueblo estaban convencidos de que el mozuelo se “calzaba” al ama, a aquella putita, todas las noches y aún durante el día, cuando le apeteciera, porque lo cierto es que apenas salían de la casa, excepto para la compra, en el ultramarinos de Nati. Dejaron de hacerlo al ver las caras que les ponían todos y cansados de los insultos. Comenzaron a comprar en la capital, como llamamos a Villar de Alba, el ayuntamiento y capital de la comarca. El chico desapareció unos días, sin llevarse el coche. Luego nos enteramos de que había ido a examinarse a la universidad, donde estudiaba derecho y otra carrera, que no sé cual era. Por lo visto el chaval era una lumbrera.

Julita se quedó sola y los mozos que se atrevieron a volver vieron a Sisebuto patrullando cerca de la casa. Uno de ellos, que intentó enfrentársele a garrotazos salió por pies en cuanto Sisebuto le disparó. Ya no eran cartuchos de sal. No fue un milagro que no le diera, que Sisebuto era el mejor cazador de la comarca, lo hizo adrede.

Se decía que se pasaba las noches en claro, rondando el molino. Algún espía, que los hubo, dijo que le habían visto llegarse a la puerta en más de una ocasión. Incluso Julita llegó a abrirle, por lo visto, y Sisebuto estuvo dentro cerca de media hora. Tiempo suficiente, según algunos, para echar un buen polvo. Porque aquella puta hacía a todo, según comentaban las comadres.

Así transcurrió un tiempo. Todos en el pueblo se convencieron de una vez de que Julita había venido para quedarse. Sisebuto dejó de trabajar los campos de su padre para proteger a Julita y se le  
enfrentó. Le había perdido el miedo como comprobaron cuando le amenazó con la escopeta en la plaza del pueblo, delante de todo el mundo. Su padre no le denunció. Seguro que por miedo.

Julita salía en el coche, nadie sabía dónde y se pasaba fuera unos cuantos días, a veces semanas. Un día regresó con el chofer, que esta vez se quedó muy poco. Se comentó que ya era abogado y que iba a trabajar de pasante en un despacho de Madrid. Durante la temporada que aún permaneció en el pueblo no dejó de visitar la taberna de Pascualín, donde compraba unas botellas de vino o se tomaba un vasito de orujo. Era un mozo bragado, no les tenía miedo a los del pueblo, a pesar de la pedrada que le escalabró la cabeza. En la taberna alguien debió sonsacarle o una moza se fue de la lengua. Muchas le seguían de regreso al molino, como lobas en celo.

A una de ellas, la más guapa, y menos basta que las demás, se la vio con él, una noche, paseando por la era. Nadie supo con seguridad si ella se había dejado quitar las bragas. Pero eso fue lo que se comentó. Un motivo más para que se acrecentaran las maledicencias contra Julita. Era tan puta que permitía que su enamorado se acostara con otra.

Lo cierto es que la chica negaba que Julián fuera el amante de Julita. Se lo había dicho él, que lo negara, que dijera que eran buenos amigos y que ella le pagaba los estudios por caridad. La chica parecía enamorada, por lo que nadie le hizo mucho caso. ¿Cómo podía saber su nombre sino se lo había dicho a nadie? Lo cierto es que por esa chica se supo en el pueblo que el chofer se llamaba así. ¿Y qué hacían de noche rondando por la era? Se había dejado quitar las bragas, eso estaba claro, y muy enamorada de él que estaba la muy putita. Por eso defendía a Julián de aquella manera, negando lo que para todos era evidente.

“El caso es que desapareció, me refiero al chofer, y Julita se quedó sola. Los espías decían que Julita dejaba entrar a Sisebuto con más frecuencia que antes y le invitaba a un vaso de vino en la cocina, según pudieron verle, donde charlaba con julita como si fueran dos buenos amigos. Nadie podía creer que Sisebuto se hubiera hecho un parlanchín, pero así lo parecía. No solo eso, ahora la acompañaba a la compra, con la escopeta en bandolera y el rostro fiero. Iba unos pasos tras ella, como un perro faldero, la lengua fuera, siempre dispuesto a cualquier cosa que le pidiera Julita con un gesto.

“Todos decían que se había enamorado de ella, como un tonto, y puede que fuera verdad, porque desde la llegada de Julita no se le había vuelto a ver tras las mozas del pueblo. Incluso alguna llegó a visitarle en la choza, propiedad de su padre, cerca del molino, donde paraba ahora. La moza fue muy mal recibida, incluso la amenazó con darle un cartuchazo de sal en sus llamativas nalgas. Todos comentaban  
que ahora tendría bastante con la puta y ya no necesitaba a las mozas, dando por hecho que la visitaba a escondidas todas las noches, aunque nadie lo viera, ni siquiera los espías que se turnaban para saber lo que se cocía en el molino.

“Lo cierto, señorito, esa que nadie sabe lo que realmente ocurrió. Los comentarios fueron para todos los gustos. Unos decían que Julita se había enamorado de su amante, el mismo que la había violado, que la había hecho aquel bombo que ella dejara en algún lugar ignoto. Otros decían que había sentido compasión de aquel bruto enamorado y había cedido a su constante asedio. Otros que Sisebuto le propuso matrimonio porque no soportaba verla en los brazos del chofer, ahora abogado, con quien al parecer se continuaba viendo en Villar de Alba, donde alguien dijo haberlos visto. Lo cierto fue que el rumor de boda se extendió por todo el pueblo, como un reguero de pólvora. Se supo por el padre de Sisebuto, quien comentó que su hijo le había pedido permiso para casarse con la puta. No solo se negó a ello, sino que le amenazó con desheredarle, si se casaba. Sisebuto se rió en sus narices y se emperró en restregar a la ahora novia por los hocicos de todo el pueblo. Hasta bailaron en la fiesta del pueblo aquel verano. Los mozos no les molestaron, porque Sisebuto llevaba la escopeta al hombro hasta para mear.

-Perdone, Hortensia. Tengo una curiosidad. ¿Qué piensas tú que sucedió realmente?

LOS PEQUEÑOS HUMILLADOS XXX


Y así, entre unas cosas y otras llegó la Semana Santa. Pensé que nos iban a dejar ir a casa de vacaciones, como en Navidad, pero no fue así. Era solo una semana y además santa, teníamos que hacer ejercicios espirituales y abonar nuestra vocación, como si fuera una flor en el jardín. Yo no sabía lo que eran los ejercicios espirituales, me sonaba a correr una carrera, pero espiritual, lo que no entendía de ninguna de las maneras. Al principio me puse triste, luego me di cuenta de que así ahorraba a mis padres los billetes de tren y el tener que darme de comer durante una semana. Estaba dispuesto a los mayores sacrificios, sabía muy bien lo mal que lo estaban pasando por mi culpa. No teníamos clases y eso era importante, aunque supuse que nos harían estudiar unas horas al día, como así fue.

Me gustó la misa del Domingo de Ramos, fue muy bonita. A algunos les dieron unas palmas para la procesión, no a todos, porque éramos muchos. El evangelio fue interesante, hasta divertido, aunque no podía comprender cómo un grandullón, como era Jesús de Nazaret pudo haberse montado en una borrica hasta Jerusalém. Ningún burro ni pollino soporta tanto peso sin sufrir mucho. Si Jesús era tan bueno, ¿cómo hizo sufrir de esa manera al pobre burrito? Sabía que eran muy resistentes porque cuando iba a visitar a los abuelos a su pueblo de montaña allí había algunos borricos y llevaban cargas muy pesadas, pero los pobres son pequeñitos y por mucha fuerza que tengan tienen que sufrir mucho. Hubo música de órgano y cantos que llaman gregorianos, no sé por qué. Se celebró en la iglesia grande, que es enorme, para que cupiéramos todos. Aquel canto gregoriano me gustó mucho. Nunca lo había oído ni en las misas del pueblo. Las palabras eran en latín y no comprendí mucho. Nos dieron una buena comida, un pollo muy rico con patatas, porque la cuaresma había terminado y con ella el ayuno, o al menos eso es lo que entendí de lo que hablaban otros niños. En el pueblo no había visto cómo eran los carnavales, porque estaban prohibidos, por lo que supuse que en la ciudad también. De todas formas. no nos hubieran dejado ir a la ciudad a ver el carnaval porque al parecer era pecaminoso. No se me ocurría qué pecados se podían comer yendo disfrazado.

Todo fue bien hasta el lunes, cuando comenzaron los ejercicios espirituales. No se podía hablar, silencio absoluto. Nos llevaban a la capilla, a los tres primeros cursos de bachillerato y a la iglesia a los mayorones. Allí un fraile se puso a hablar de lo que él llamaba las postrimerías, que al parecer era la muerte y lo que había más allá. Insistía mucho en que si moríamos en pecado mortal iríamos al infierno, donde unos demonios terribles nos meterían en calderas llenas de pez ardiente y allí nos dejarían sin dejarnos salir por toda la eternidad. Solo de pensar en ello me dolía la tripa y me mareaba. Imaginar cómo sería el calor terrible de las calderas y cómo lo sufriría el cuerpo y no una hora o dos y luego te dejan salir, no, por toda la eternidad, que era un día tras otro y tras otro y un mes tras otro y tras otro y un año tras otro y tras otro. Y así para siempre, porque no te mueres, porque ya estás muerto. Me puse pálido y sentí mareos, recé para que aquello terminara pronto, pero no terminó, porque el fraile nos hablaba de que un solo pecado mortal te llevaba al infierno si morías sin haberte confesado y absuelto en peligro de muerte. Con lo difícil que era no cometer un pecado mortal todos, todos acabaríamos en el infierno. El fraile además lo recalcaba y nos decía que había que estar siempre preparados, porque no sabemos cuándo nos llegará la muerte. Yo me creí morir. Si decir muchas mentiras, pecados veniales, podía llegar a ser un pecado mortal, por acumulación, entonces yo nunca me libraría de los pecados mortales, porque solo en la confesión decía muchas para evitar que luego como penitencia me pusiera muchos padrenuestros, avemarías y rosarios. Los otros pecados mortales, matar, eso de la lujuria, que no comprendía qué era, robar y todas esas cosas de los diez mandamientos, no me preocupaban nada, porque no me imaginaba matando o robando o lo que fuera la lujuria. En cambio, las mentiras me traían por la calle de la amargura.

Lo que peor llevaba era el silencio. Yo hablaba muy poco, por timidez, por miedo, porque prefería pasar desapercibido, que nadie se fijara en mí, que nadie me viera, como si fuera invisible, pero ahora que nadie podía hablar echaba de menos el sonido de las voces, que ahora comprendía que me hacían mucha compañía y también ayudaban a ocultarme entre el rebaño de niños. Me asusté mucho cuando me di cuenta de lo rara que es nuestra mente. Hasta entonces no había pensado en ello. Durante los ejercicios espirituales pasábamos la mayor parte del tiempo sentados, sin hacer nada. Cuando nos hablaba el cura podías entretenerte siguiendo sus palabras, pero pronto te cansabas e intentabas pensar en otra cosa, pero no podías porque lo del infierno te atrapaba, al menos a mí, y no eras capaz de imaginar nada más. Lo que más me angustiaba era la eternidad. Podía imaginar  una hora, un día, un mes, hasta un año, pero no toda una vida y después otra y otra más, sin morirte, porque ya estabas muerto, sin descansar ni dormir ni nada, solo en aquella tinaja con pez hirviendo, aquel horrible calor que te quemaba todo el cuerpo y el dolor que no cesaba nunca. Y así un año y otro y una vida y otra. La eternidad era lo que más miedo me daba de todo lo que conocía o conocería algún día. Intentaba imaginarme a los demonios, con cuerno y rabos, y con sus horcas pinchando aquí y allá. Intentaba ver a los que estaban conmigo en la caldera, quiénes serían y por qué estarían allí. Intentaba imaginarme cómo sería el dolor, un día tras otro, y cómo sería el calor que no podía atenuarse pero tampoco aumentar, porque era el calor más terrible que uno se pudiera imaginar. Pero no conseguía permanecer mucho tiempo mirando esas escenas, porque a mí lo que más miedo me daba, un terror que me cortaba la respiración, era imaginarme lo que sería una eternidad así. No, no podía ser cierto. Dios no nos castigaría nunca a sufrir por toda la eternidad, por muchos pecados que cometiéramos y por muy graves que fueran, porque entonces no sería Dios. ¿No nos decían que Dios era bueno, lo más bueno que uno podía imaginar? ¿Entonces cómo sería tan malo como castigar al infierno por toda la eternidad? Eso tenía que ser mentira. Los curas nos estaban mintiendo. Pero si nos mentían en algo tan serio, cómo te podías fiar de ellos en lo demás. Lo de los pecados mortales y veniales y que muchos pecados veniales se convertían en uno mortal y daba igual las veces que te confesaras porque si morías estando en pecado mortal te ibas al infierno y allí sufrías por toda la eternidad, metido en la caldera de pez hirviendo, sin poder salir nunca. ¿Cómo podías morirte en gracia de Dios si era tan fácil cometer un pecado mortal, especialmente si era verdad que al acumularse los pecados veniales se convertían en mortales? Necesitaba saber cuántas mentiras veniales había que decir para que el pecado pasara de venial a mortal. Eso me traía de cabeza y me angustiaba. No podía respirar. Necesitaba no pensar en ello y para conseguirlo volvía a centrar la atención en lo que nos decía el cura. No podía estar hablando del infierno a todas horas, porque por terrible que fuera el infierno no podías estar contando lo que allí había durante horas y horas y días y días. Además, ¿cómo podía saber el cura lo que había en el infierno si nunca había estado allí? ¿Qué lo decía la Biblia? No la había leído entera, pero algo sí cuando estudié catecismo para hacer la primera comunión. El evangelio era bueno con los niños. Me gustaba aquello que decía sobre el que escandalizare a uno de estos pequeñuelos más le valdría atarse una rueda de molino al cuello y arrojarse al mar. No entendía qué era aquello de escandalizar y qué nos podía escandalizar a nosotros, los pequeñuelos, pero estaba claro que si nos hacían daño serían castigados mucho peor que si les ataran una rueda de molino al cuello. Yo sabía lo que era una rueda de molino porque me habían enseñado un molino de agua y había visto la piedra. Algo así atado al cuello tiene que hacer mucha pupa. Si a los niños nos protegían de esa manera, ¿cómo era posible que luego nos castigaran al infierno porque moríamos sin habernos confesado de unas cuantas mentirijillas que habían alcanzado el número suficiente para convertirse en pecado mortal? Que a los adultos los castigaran, me parecía más comprensible, al fin y al cabo los adultos eran malos y cometían muchos pecados mortales. Si matabas a alguien que fueras al infierno podía tener su explicación. Si azotabas hasta hacer sangre, si robabas y dejabas que otros se murieran de hambre, también. Aquello de la lujuria no lo entendía. Lo de comer hasta reventar, puede que fuera un pecado mortal, pero en aquellos tiempos nadie tenía tanta comida como para comer hasta reventar. El bueno de Carpanta, el de los tebeos, siempre estaba muerto de hambre y nunca encontraba comida suficiente para hartarse y dejar de comer unas horas. No acababa de entender algunos pecados mortales y tampoco los mandamientos. No me parecía que unos fueran iguales que otros. El matar sí me parecía lo peor de lo peor o el hacer sufrir a otros robándoles y matándoles de hambre, pero había muchos mandamientos que no eran para tanto. Que unos pecados mortales pudieran llevarte al infierno igual que otros, no me parecía bien, no eran iguales, unos eran peor que otros, eso estaba claro.  Y si te castigaban igual por unos pecados que por otros y daba igual que los cometieras una vez que un millón, entonces casi era mejor hacerse pecador y pasarlo bien que andar siempre preocupado por no cometer un pecado mortal e ir al infierno. Aquello me parecía tan injusto que no podía soportar que fuera verdad. Los curas nos estaban mintiendo. Decidí que cuando me fuera posible leería la Biblia, de cabo a rabo, incluso el antiguo testamento que sonaba tan mal y tan raro, especialmente aquellas normas de que no podía hacer ni esto, ni lo otro, ni lo de más allá. Todas me parecían tan idiotas que me hubiera echado a reír de no pensar que a lo mejor era cierto y cometía un pecado mortal y me castigaban al infierno. Tampoco entendía aquello del purgatorio. No sabía si podías ir allí con pocos pecados mortales o solo con veniales y por qué unos iban al infierno y otros al purgatorio. Todo era muy raro. Y lo que más me asombró fue que el cielo del que hablaban no me pareciera tan bien como a ellos. Porque además del infierno, que era de lo que más hablaban y de los pecados mortales y veniales, también nos hablaron del purgatorio y hasta del cielo. Eso de ser felices por toda la eternidad viendo a Dios, no me parecía tan extraordinario como a ellos. Por muy guapo y bueno y cariñoso que fuera Dios, uno se cansaría de verlo un día tras otro y tras otro y así durante toda la eternidad.

No entendía nada y cuanto más pensaba en ello más mentira me parecía. No soportaba pensar en el infierno, por eso empecé a inventarme cosas, como contar hasta diez y luego hasta cien y luego vuelta a empezar. O contaba ovejas, como decían que había que hacer cuando no conseguías dormirte. Luego pasé a imaginarme cómo sería aquel verano, cuando fuera a casa de los abuelos, donde lo pasaba tan bien. Pero había tiempo para todo y sobraba. El día se hacía muy largo, nunca acababa. Las horas de ejercicios espirituales, esos de San Ignacio de Loyola, como nos decían, se hacían mucho más largos y aburridos que las clases. Luego en el recreo no podía jugar a nada, porque había que estar meditando y rezando y no podía hablar, por lo que tenías que pasear solo, como unos santitos. Y en las comidas, especialmente si eran de las que no nos gustaban, la media hora se hacía eterna. Menos mal que el prefecto sacó una mesa y un micrófono y le pidió a uno de tercero que se sentara allí a leer el libro que había escogido. No era de los que me gustaban, de aventuras, tampoco de santos, porque sus vidas, aunque fueran increíbles, resultaban entretenidas y a veces hasta divertidas. El resto del día se iba en rezos. Rezábamos mucho, además de la misa y el rosario, también había viacrucis y cuando no estábamos con los ejercicios ni rezando, los curas aconsejaban que nos fuéramos a la capilla cuando no supiéramos qué hacer. De esa manera rezando mucho se nos perdonarían nuestros pecados. Fueron tres días, pero a mí se me hicieron eternos. Nunca creí que el tiempo pasara tan lentamente.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXII


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXII

-Hola Alirina y la compañía. Retomamos desde aquí el programa, una vez satisfechas nuestras necesidades biológicas más básicas. No, no hemos estado viendo el programa mientras almorzábamos. Nuestras agotadas mentes necesitaban también un descanso. Tampoco vamos a pedirte que nos resumas lo ocurrido, puesto que nuestros holovidentes saben perfectamente lo que ha pasado y no vamos a hacer repeticiones inútiles. Mientras vosotros viajáis tranquilamente hacia la casa de campo, granja, mansión o como queráis llamarla de nuestro tertuliano Artotis, para ver a sus mascotas, sus simpáticos y amistosos caeros, vamos a hacer una conexión con la finca para que su esposa Arleina nos hable de los preparativos y cómo está allí la situación. No tenemos otra reportera que nos haga los honores porque hemos pensado, atinadamente, que podría hacerle la competencia a Alirina, se producirían roces y demás molestias que generan estas situaciones, por lo que Arleina hará de reportera, con la ayuda de nuestro dron favorito Discretus, sin número de serie, porque es único. Así pues, Arleina, cuéntenos. Por favor no salude a su esposo Artotis, porque si toma la palabra ya no la soltará. Ya tendrán tiempo de saludarse, hablar, besarse y lo que consideren conveniente cuando se vean, que no será ahora ni dentro de un rato, porque el bueno de Artotis ha aceptado permanecer aquí como tertuliano en lugar de intervenir desde su finca. Ha ayudado un pago especial en créditos que seguramente utilizará para sus proyectos de mejorar la vida de sus mascotas. Adelante, Arleina.

-Je,je. Usted le conoce bien, Arminido, pero yo aún mejor, y los holovidentes lo irán conociendo tan bien como usted y como yo. Saludos cordiales desde nuestra finca, llamada Caerniense en honor ya saben ustedes a quién. Nombre que le puso Artotis y que yo acepté. No vamos a discutir por ello. Si nuestro adorable Discretus deja de enfocar un instante mi adorable hermosura, podremos ver a nuestra manada de caeros paciendo allá a lo lejos, guiados por su lideresa Caerina. Ellos no saben que ustedes vienen, por lo que me he visto obligada a montar a mi equanus favorito, Arti –los holovidentes deducirán en honor a quién le puse ese nombre- y acercarme cerca de las cuevas donde los caeros gustan de pacer, para atraerles hasta aquí. En dicha empresa fui ayudada por nuestro fiel Carti, un canius, muy fiel, muy cariñoso y muy hábil y por nuestro robotdrón Amantanimales, nombre que eligió para sí mismo tan pronto fue activado y que nunca hemos podido cambiar. Como verán los holovidentes su gracia es la de aprender todos los lenguajes animales y emplearlos con gran efectividad para hablar con ellos. Le he pedido a Discretus que no enfoque la casa para que puedan apreciarla y sorprenderse en cuanto lleguen. Como ya han comido les hemos preparado un bufé al aire libre con exquisitos y muy ligeros bocaditos, junto con deliciosas bebidas, sin el menor átomo de alcohol. Y ahora te devuelvo la conexión, Arminido, a ver qué haces con ella.

-Gracias Arleina. Pues lo que voy a hacer con ella es darle la palabra al doctor Noir para que nos hable de los géneros, las relaciones de pareja y otras cuestiones que será interesante recordar cuando Alirina se introduzca esta noche en Omostrón, esa especie de Metaverso creado por “H” para uso y disfrute de todo el mundo, menos nosotros que odiamos todo lo artificioso. Alirina hará esta noche una excepción para no dejar aparcada una forma de vida mayoritaria en Omega. Creo, si no me falla la memoria, que aún no le hemos concedido la palabra, por lo que le ruego brevedad y esquematización, no es necesaria una historia de la evolución del género y otras zarandajas en Omega y especialmente en Vantis que como saben todos ustedes es un mundo aparte. Como dicen en otras partes del planeta, a los vantianos hay que darles de comer aparte. Adelante, doctor Noir.

-Muchas gracias Arminido por la deferencia en dejarme hablar, cuando ya lo ha hecho todo el mundo. Seré breve y esquemático, como si me fuera en ello la vida. Los géneros y las relaciones de pareja evolucionaron de forma muy creativa cuando el Mesías de Omega, de quien parece hablarán en otro programa, llegó a nuestras costas en su portentosa nave intergaláctica y lo cambió casi todo, incluidos los géneros y relaciones de pareja que funcionaban con naturalidad, de forma parecida a cómo eran entre los animales salvajes, es decir, un caos bien administrado. Pero fue con el advenimiento de nuestro querido “H” cuando sufrieron una metamorfosis original e impensable. La portentosa medicina genética que nos trajo su cara presencia, entre otros muchos avances de todo tipo, hizo que los omeguianos, y especialmente los vantianos, tan suyos, pudieran dar rienda suelta a su creatividad. La causa fundamental de este nuevo horizonte fue, sin duda, la creación de Omostrón y la nueva vida virtual que pronto se hizo adictiva. Todo el mundo quiso probar el cambio de sexo, nuevas relaciones sexuales y de pareja y todo tipo de experiencias, la mayoría inútiles, que se podían permitir en el increíble metaverso que “H” puso a nuestra disposición y que yo, específicamente, no he probado, ni probaré nunca, como es natural siendo tertuliano de este programa, lo que significa que comparto la mayoría de las filosofías e ideologías que aquí se defienden. Al principio todo fue un caos, luego continuó siendo un caos, para al final atenuarse un poco, casi nada. Como saben en nuestro planeta hubo siempre dos sexos básicos, masculino y femenino, salvo en algunas especies animales, algunas muy raras, puesto que, si bien el sexo es la forma de reproducción básica, todos sabemos lo raritas que son algunas especies que ni siquiera se reproducen por sexo y utilizan mil formas imaginativas para que la especie siga reproduciéndose y sobreviviendo. Pues bien, en el Omostrón se pusieron de moda toda clase de tendencias. Algunos desearon cambiar de sexo, de cuerpo, de sexualidad, de especie, de todo lo que se les ocurrió –y eran muy imaginativos- y el bueno de “H” no encontró motivo para disuadirles o prohibirles semejantes desmanes que les hubieran vuelto locos a todos de no ser por la estricta vigilancia que la máquina de Helenio de Moroni ejerce sobre todos los que han aceptado sus condiciones, excepto nosotros, que queremos vivir aparte, pero aprovechando ciertas ventajas, no como los granjeros de las montañas Negras. La consecuencia de todo ello fue que muchos cambiaron de cuerpo, cambiaron de sexo, cambiaron de pareja, cambiaron de sexualidad, cambiaron de casi todo. Como he dicho solo la vigilancia de “H” logró que siguieran cuerdos. Menos mal que ya por entonces existían pocas relaciones sociales, familiares, extracraneanas, por lo que aquel desmán no se notó demasiado en las vidas corrientes de los omeguianos que vivieron aquella época. Pocos se encontraron con un hombre que el día anterior había sido mujer, o con una mujer que había sido hombre, o con un niño que el día anterior había sido anciano, y así podría seguir. Todos los cambios acabaron pasando de moda puesto que solo los pocos que continuaban relacionándose pudieron epatar a sus semejantes. El resto se dio cuenta de que era una tontería cambiar tantas cosas para nada por lo que los cambios se siguieron produciendo en el metaverso, no así en lo que nosotros llamamos realidad y el resto una forma de vida en peligro de extinción. Ahora mismo existen todo tipo de familias, parejas y géneros, aunque los que ya han cruzado la línea roja o el umbral de un nuevo mundo sin sentido se limitan a vivir solos en el mundo real, que solo utilizan para conseguir créditos cuando necesitan algo en el metaverso. Las familias tradicionales, los géneros tradicionales, las parejas tradicionales, son una minoría. Siguen existiendo en las montañas Negras, entre los granjeros rebeldes y aquí, en Vantis, y en el resto del planeta, entre nosotros, los que solo aceptamos algunos avances técnicos de “H” que nos permiten vivir sin trabajar, aunque en otros tiempos, ahora muy remotos, esto era un trabajo y además muy bien pagado. Total, que resumiendo y esquematizando hasta la náusea, en Omostrón cada uno es y hace lo que quiere. En el mundo real esto sería un caos si la gran mayoría no hubiera visto la practicidad de quedarse como son o eran para conseguir créditos reales o relacionarse un poco, casi de pasada, con el resto de los omeguianos. Intuyo que la mayoría de nosotros nunca hemos pisado Omostrón y por lo tanto no sabemos qué se cuece allí. Lo mismo que gran parte de nuestros holovidentes, que estarían viendo otro canal o ninguno si se pasan los días y las noches encerrados allí, salvo cuando “H” los echa a patadas para evitar que su salud física y mental se deterioren gravemente y mueran, lo que sería un fracaso total del profesor Helenio de Moroni y su máquina infernal. Y eso es todo, salvo decir que todos estamos muy ansiosos por conocer Omostrón sin necesidad de contaminarnos, gracias a la intrépida Alierina, a quien adoro con toda intensidad y me gustaría invitar a cenar una noche de estas.

-Gracias, profesor Noir. Si esto es una esquematización que vengan los habitantes de otra galaxia y lo vean. Pues sí, todos estamos interesados en lo que vamos a ver con los ojos de Alierina. Y ahora vamos a dejar que Artotis nos cuente, por encima, cómo es su finca, lo que vamos a ver y la famosa aventura con los caeros.

EL BUSCADOR DEL DESTINO VI


EL BUSCADOR DEL DESTINO VI

Fue uno de esos momentos que te hacen amar la vida. Comprar lo que quieres, lo que más te gusta, lo más rico, imaginar las comidas y cenas de las que iba a disfrutar. Sin ninguna prisa, sin miedo a las miradas desaprobadoras de quienes no soportan que otros disfruten mientras ellos sufren porque quieren, porque son masoquistas y huyen de la felicidad como de la peste. Estaba solo, más solo que el uno antes de encontrar pareja con el cero, pero eso me libraba de las broncas de mi pareja, que si esto te engorda, que si lo otro está muy rico pero tiene millones de calorías, que si que si. Iba más feliz que un ocho tumbado y sin hacer nada. Claro que a ello ayudaba, y mucho, las dos jarras de cervezas muy frías, deliciosas, que me había trasegado. Total que llené el carro hasta arriba y empezó a escorarse a izquierda y derecha, como si tuviera mal una rueda delantera. Me pasa siempre y no sé por qué. Mejor dicho, no lo sabía hasta que descubrí las asechanzas del destino. Da lo mismo el carro que elija, que revise las ruedas haciendo carreras por el parking como niño en patinete, siempre-siempre-siempre elijo el carro que me va a dar problemas con una rueda delantera, o con las dos, o que se va contra una estantería y tengo que ponerme delante para no ser el causante de una debacle comercial. Eso me pasó también en este caso y en este momento. Pude llegar hasta la caja con mucha paciencia y un gran esfuerzo. Allí sorteé la mirada de la cajera no mirándola ni una sola vez y dándome mucha prisa para colocar todo en la cinta de arrastre y luego vengarme del carro vacío haciendo que volara sobre el parqué o mejor dicho el suelo de baldosa o de lo que sea, que nunca me he fijado a pesar de mirar constantemente al suelo. Amontoné todo otra vez en el carro y no maldije, como otras veces, de los inventores que no han sido capaz todavía de inventar una inteligencia artificial que lea las etiquetas a distancia con un láser o los códigos QR o deduzca el producto y su precio por su forma, volumen, peso o lo que sea. Pagué con expresión beatífica, como si sufriera un orgasmo al ser desplumado. Expresión que se atenuó cuando el carro comenzó a atravesarse, como guiado por una yunta de vacas rebeldes y vengativas. Como pude llegué a las escaleras mecánicas, las bajé, o más bien me bajaron, conseguí hacer el recorrido hasta mi coche sin sufrir graves percances. Dejé el carrito tocándole el culo al coche e inicié una sistemática busca de las llaves, porque no las encontré a la primera donde deberían estar, en el bolsillo derecho del pantalón. Bueno, tal vez las metiera en el izquierdo, esos despistes son muy comunes en mí. Nada. Pues en la cazadora, pues en los bolsillos traseros. Nada. Inicié una busca sistemática, sacándolo todo, colocándolo en el techo del vehículo y luego volviendo a meter cosa tras cosa en los bolsillos. Nada. Entonces se encendió la luz roja de alarma, de fuego bajo las asilas, en el trasero, en mi cabeza de chorlito. Claro, se me debieron caer en el restaurante, al sacar la cartera para pagar. Con dos jarras de cerveza haciendo espuma en mi mollera no era de extrañar que ni notara que las llaves caían al suelo, ni el ruido que hacían, porque tuvieron que hacerlo, el ruido era muy liviano, pocos comensales y separados.

Me planteé seriamente regresar por donde había venido, zahiriendo al carrito con insultos procaces. No, no era viable, antes preferiría que todos los habitantes del centro comercial me dieran una tunda de latigazos. Y fue entonces cuando recordé mi batalla vital con el destino, que había comenzado antes de mi nacimiento, cuando me obligó a ponerme a la cola y aceptar el nacimiento que me tocara. Recordé todos los acontecimientos que me habían hecho maldecirle como un picapedrero que se ha pillado la mano con el mazo. Porque yo le había descubierto apenas boqueé al nacer, por eso lloré tanto, como contaba mi madre entre risas a las vecinas. Debí de alborotar a todo el hospital. Claro que ellos no sabían, ignoraban, ni se planteaban la existencia del destino, pero yo que le acababa de ver la cara no pude dejar de llorar, como un becerro llevado al matadero. Y entonces sufrí una iluminación mística. Recordé todas las escenas de mi vida en la que las desgracias cayeron sobre mí como de un árbol, intentando abrirme la cabeza por la mitad. En todas ellas maldije al destino como un picapedrero que se hubiera aplastado la mano con la maza. Y que me perdone el lector si esta metáfora ya ha sido empleada con anterioridad, que no lo recuerdo, porque adoro esta metáfora. Me imagino al pobre picapedrero maldiciendo y me troncho de risa, en esos momentos se te tienen que ocurrir todas las maldiciones existentes y las aún por descubrir. Sí, ahora lo recordaba, una vez superado el bloqueo propiciado por momentos de calma que me hicieron olvidar que aquello no era normal, no podía serlo de ninguna manera. Tras la iluminación sentí una rabia sorda que me hizo tomar una decisión drástica y tan arriesgada como alzar una bandera blanca en una guerra fratricida. Me enfrenté al destino y le maldije cien veces más. Cabrón, cabroncete, cabronzote, No podrás conmigo. Mira, si quieres puedes hacer que mientras busco la llave aparezca un necesitado, o simplemente una persona avara y mezquina, sin la menor honradez, y se lleve el carrito y lo esconda o lo descargue en el maletero de su coche a velocidad de vértigo. Me cago en el dinero, lo voy a perder encantado, solo de ver cómo te las arreglas para conseguir que ese colega tuyo, tan cabroncete como tú tira del carrito cargado hasta los topes, con las ruedas que se van a su aire, como los ojos de un bizco, y es capaz de encontrar un lugar escondido donde yo no pueda encontrarlo ni siquiera mirando hasta los rincones más ocultos del parking. O cómo es capaz de descargar en el maletero de su coche todo lo que llevo aquí en un tiempo record, eso suponiendo que le quepa en el maletero o en los asientos traseros.

Maldije, me enfrenté al destino y salí disparado, intentando perder el menor tiempo posible, por si acaso. Subí las escaleras mecánicas sin dejar que ellas me subieran a mí. Mirando, por si acaso, el suelo, por si no fue en el restaurante, y las llaves se cayeron en cualquier parte, las muy cabronas. No vi nada y entré en el restaurante en tromba. Vi al camarero de los pircings y no perdí un segundo. Pregunté con la voz entrecortada si había visto unas llaves de coche. Me dijo que sí y que las había dejado en el mostrador. Me sonrió y a punto estuve de darle un beso en la boca. Me acerqué al camarero de la barra, un hombretón tan gordo como yo y muy serio y le pregunté por mis llaves. Claro, están aquí, pero no entiendo cómo ha tardado tanto usted en darse cuenta. Mientras me la daba le expliqué que había estado comprando en el supermercado y solo había notado su falta al llegar al coche. No se me ocurrió darle una propina, salí disparado, pensando que tal vez aún estaba a tiempo de rescatar el carrito de mis entretelas, antes de que al destino le hubiera dado tiempo de jugármela. Mientras descendía las escaleras mecánicas a saltitos sentí un alivio casi infinito. Se me apareció, en toda su crudeza, lo que hubiera tenido que hacer de no haber encontrado las llaves. Pedir un taxi que me subiera al pueblo y buscar las llaves de repuesto del coche en la mesita de noche. Luego volver al taxi, regresar al parking y poder abrir el maletero. En cuanto al carrito, que todas las maldiciones caigan sobre el cabrón del destino, hubiera imposible que siguiera en el mismo sitio. ¿Entonces para qué necesitaba las llaves de repuesto si ya no podía meter las viandas en el maletero? Mejor arrastrar el carrito por las calles a la busca de una pensión donde dormir y que aceptaran cuidarme en el carrito, escondiéndolo en el sótano, el tratero o lo que tuvieran más a mano. Al día siguiente sí podría tomar un taxi y hacer lo que acababa de hacer sin miedo a que el carrito desapareciera. Pero, ¿y si no me hubieran dejado sacar el carrito del centro comercial? ¿y si un guardia de seguridad me hubiera dado el alto? Pero gracias al antagonista del destino, fuera quien fuese, aquello no había ocurrido. Tenía las llaves en la mano y el suspiro de alivio debió oírse en las antípocas. A punto estuve de dar zapatiestas en el aire o bailar una jota. No lo hice porque estaba completamente agotado. Sin tomarme un respiro descargué todo en el maletero, de cualquier manera, subí al coche, encendí el motor, miré que no pasara nadie, salí a la calle con la flechita en el suelo en dirección a la salida y me lancé hacia ella, como si pensara que al cabrón del destino se le podía ocurrir cualquier cosa para detenerme…

Y se le ocurrió. Llegué a la barrera de salida, introduje el ticket y la barrera, erre que erre, no quería levantarse. Acudió el guardia de seguridad, un mocetón amable, y me preguntó si había pasado por la máquina automática. Le dije que no. Él me explicó que había que convalidar el ticket en la maquinita aunque si había comprado en el supermercado el tiempo de aparcamiento era gratuito. Me dijo que diera marcha atrás y colocara el coche de forma que no estorbara. Lo hice mirando con mil ojos no rozar a otro. Si el destino me había reservado aquella, bien podía tener más trampas en la cartuchera, a punto de disparar. Salí corriendo a la maquinita, me equivoqué de ranura, lo volví a intentar, un ciudadano amable me explicó el intríngulis, le hice caso y salí de nuevo corriendo. El guardia de seguridad me sonrió amable y me ayudó a salir de allí sin mácula, incluso me fue guiando con gestos de guardia de tráfico de los de antes. Esta vez la barrerita de los ceones se levantó y pude salir. Antes de reintegrarme al tráfico miré con mil ojos, una y otra vez. Fui despacio, me centré en la conducción como un chofero de fórmula I que si se descuida una millonésima de segundo se puede dar el gran batacazo. Al salir de la ciudad aparqué un momento para respirar, calmarme y echarme un pitillito. Después de todo las trampas del destino no habían sido para tanto.

Reemprendí el camino de regreso con más concentración que un jugador de póker que se estuviera jugando en una mano no solo todo su dinero, sino también su casa, su coche, su mujer, sus hijos y hasta la misma vida. Conseguí llegar a mi casita rural sin otro incidente. Iba tan despacio que al llegar casi era ya de noche. Dejé los alimentos no perecederos en el maletero y transporté los perecederos hasta la casa, abrí el frigorífico y los embutí allí de cualquier manera. Subí las escaleras, dispuesto a tumbarme sobre la cama y relajarme. Y justo en ese momento el móvil dio un pitido, por fin se había restablecido el servicio. Abrí mi portátil, lo encendí y comprobé que aquello no iba. Sería la wifi, el router o la madre que parió a todos los artilugios modernos. Me puse cabezón, como me pongo siempre en circunstancias como éstas. En lugar de tumbarme en la cama, cerrar los ojos y mañana sería otro día, decidí llamar al servicio técnico de la operadora. Expliqué la situación lo mejor que pude y la tele operadora debió de tomarme por un abuelete rural que no sabe de la misa a la media de estas cosas. Se puso un tanto borde. Yo aguanté el tipo… Y en ese preciso momento me entró un apretón de órdago. ¿Qué hago? Si cuelgo y me voy al servicio puede que no consiga arreglar hoy el problema, ni mañana, ni nuca. Apreté los dientes, apreté las nalgas, apreté todo lo que se pudiera apretar y seguí sus instrucciones. Desenchufe el router, cuente hasta treinta, luego busqué un clip y oprima el botoncito de rasetear que estará en un agujerito, justo ahí.

Conté mentalmente hasta treinta, apretando todo lo que había que apretar que temí haberme roto todos los huesos del cuerpo. Luego raseteé y conté hasta cinco o diez, o lo que fuera. Mientras contaba maldije a la operadora, para mi coleto, a los números y a todo lo que se moviera, pero sobre todo maldije al destino. A aquellas alturas yo ya estaba convencido de que todo era culpa suya y me estaba buscando las vueltas hasta terminar con mi paciencia, si es que me quedaba alguna. Esperé como me pedía la gentil operadora, ahora ya mucho más amable. En efecto, se había arreglado, ahora todo carburaba como en un Ferrari testarrosa. Lo urgente era llegar hasta el servicio y echar todo lo que hubiera que echar. Pero no, la operadora me daba las gracias, me deseaba un buen día, se deshacía en amabilidades que no venían a cuento, mucho más en mis circunstancias, que ella ignoraba, pero yo no. Por fin, por fin colgó y salí disparado hacia el retrete. Durante toda la odisea me había hecho a la idea de que no saldría indemne de aquella trampa del destino. Asumí que me iría por la pata abajo, que ensuciaría los calzoncillos, los pantalones, hasta los calcetines. No importaba, luego me los quitaría, los arrojaría a la bolsa de la basura, me daría una larga y meticulosa ducha y a dormir, nene, que no sabes cuánto lo necesitas. Por suerte pude llegar al servicio a tiempo. Me senté en el trono y tranquilo observé cómo la diarrea explosiva se despachaba a gusto. Explosiones como cañones en una guerra, obuses que estallan y se desparraman, como gelatina. Me dolía tanto la barriga que sin la menor vergüenza comencé a chillar y a llorar como un niño. Aun así me dio tiempo a preguntarme qué me había hecho tanto daño. No podía ser la cazuelita de merluza y rape, estaba exquisita. ¿Entonces qué? Decidí que la culpa la tenía el miedo y la tensión y sobre todo el odio que rezumaba contra aquel cabrón del destino. No se hundió el suelo, no estalló el retrete, pero casi casi. Al fin regresé al dormitorio y me arrojé sobre la cama como un náufrago sobre un tronco. No duró mucho, otro apretón y vuelta a correr. Cuando al fin regresé a la cama estaba tan agotado que me dormí como un tronco, no de náufrago, como un tronco que ni siente ni padece.

EL BUSCADOR DEL DESTINO V


EL BUSCADOR DEL DESTINO V

Y lo fue. Me desperté temprano porque había dormido mal. Me dije que lo esencial era hacer acopio de comida. Medio dormido fui al servicio para hacer mis necesidades y acicalarme un poco. Encendí la luz y los gatitos salieron disparados en todas direcciones. Me llamaron la atención dos pequeñines a los que llamé chiquitinines cariñosamente. Me llegaron al corazón. Muchas de sus posibilidades de supervivencia pasaban porque yo les ayudara. Eran tan pequeños que mamá gata –así la llamé- les debía de estar amamantando. Decidí que les dejaría quedarse en casa conmigo, a toda la familia, allí estarían a salvo de los depredadores y podría dar de comer a mamá gata y luego a ellos, cuando los destetara. Me había olvidado por completo de que el alquiler de la casa lo había pagado solo por un mes, el mes de vacaciones, luego tendría que regresar al trabajo y a mi pobre vida solitaria. Antes de salir dejé en un cuenco un poco de leche, lo único que tenía de momento, restos de un cartón de leche que había comprado para el viaje. Me subí al coche, encendí el motor y me dispuse a viajar unos veinte kilómetros hasta un pueblo grande donde había supermercados. Allí podría comprar todo lo que necesitaba. La carretera era toda cuesta abajo, estrecha, con curvas, por lo que extremé la precaución. Las mañanas siempre me sientan mal, más si madrugo, si he dormido mal. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no dormirme y centrarme en la conducción.

Por fin llegué al pueblo, aparqué y se me ocurrió, antes de bajar del coche, comprobar en el móvil la situación y el horario de los supermercados. Un acierto, porque descubrí, pasmado, que el pueblo estaba en fiestas y todo estaba cerrado. A pesar de ello me acerqué a dos de ellos, comprobando con mis ojitos que se han de comer los gusanos, que así era, en efecto, estaban cerrados, lo mismo que las tiendas, los estancos, las fruterías, todo menos los bares, repletos de gente deseosa de pasarlo bien. Me puse cabezón. Puesto que había bajado con el coche, no iba a volver a subir a mi casita rural en el pueblecito con las manos vacías. Comprobé que en otro pueblo, aún más grande, no había fiestas y los supermercados estaban abiertos. Era una suerte tener cobertura y poder utilizar el móvil, eso te soluciona muchos problemas. Antes de ponerme en marcha miré el recorrido y me hice una idea bastante aproximada de cómo ir y de los puntos clave en los que me podría despistar. Algo tan habitual en mí que siempre doy por supuesto que me perderé y necesitaré mucho más tiempo del que marcan los itinerarios en Internet. Resulta muy curioso que siempre, siempre que voy a un pueblo o ciudad que no conozco, tras muchas vueltas y revueltas acabe terminando en el cementerio, esté donde esté. Se trata de una jugarreta del destino, como pude comprobar con el tiempo, cuando acepté que todo lo malo que ocurría en mi vida era culpa de este maldito diosecillo, también llamado Fatum. Hasta ese momento me había limitado a pensar que yo era un hombre con mala suerte, un gafe, un gafado, como se les suele llamar a esos que son marcados por el destino desde la cuna. Procuraba no hablar de ello a nadie, porque. aunque nadie dice ser supersticioso, todos creen en los gafes y huyen de ellos como de la peste. Me limitaba a tomar mis precauciones, es decir a tener un plan B y C y D y todos los que pudiera porque los días en los que todo me salía bien a la primera eran para ser marcados en el calendario como algo milagroso, los jueves milagro, pongamos por caso. Por eso y por otras razones que no vienen al caso, siempre he estado solo. Ya desde niño observé, muy intrigado, que mis padres procuraban no acompañarme a parte alguna si no era estrictamente necesario. Como si fuera un apestado. Lo que se comprobó apenas pasada la adolescencia. Mis padres me llevaron al médico, quien a su vez me derivó a un especialista y este a otro más competente, un psiquiatra que no tardó en diagnosticarme como psicótico, luego esquizofrénico y finalmente me puso todas las etiquetas habidas y por haber, para no equivocarse. En esta situación tan desgraciada no se me ocurrió otra cosa que marcharme de casa y desaparecer para siempre. Lo hice tan bien que nadie me encontró, o más bien pudo ser que no me buscaran. Salí adelante, ya muy consciente de que era un gafe de mucho cuidado, y gracias a mi estrategia de planes, que se me ocurrió una vez por casualidad en una intuición certera, cuando el destino estaba descuidado. El tiempo fue pasando, yo fui creciendo, primero, y luego envejeciendo, hasta llegar a este preciso momento que estoy recordando, porque no es el presente, es el pasado más o menos cercano.

Resumiendo que es gerundio. Medio dormido como estaba abrí mucho los ojos, como platos y me fijé en la carretera como si en ello me fuera la vida, lo que no dejaba de ser bastante cierto. En la primera encrucijada de caminos, o más bien de carreteras, acerté, porque giré a la izquierda. En la segunda giré también a la izquierda y acerté. Pero en la tercera –a la tercera va la vencida- me equivoqué por no girar a la derecha. Seguí todo recto y me pasé. Recorrí más kilómetros de los que tenía anotados en mi mente. Pero solo cuando llegué a un pequeño aeropuerto, cercano a la capital de la provincia o Comunidad, comprendí que me había pasado. Ni siquiera maldije. Estaba acostumbrado. Di la vuelta donde pude y recorrí el tramo de carretera que ya había recorrido antes. A punto estuve de meterme donde no debía, porque mi idea era la de que el gran pueblo a donde me dirigía no podía estar tan cerca del otro pueblo, más pequeño, en el que todo estaba cerrado porque eran las fiestas. Por suerte iba tan atento a los indicadores que no se me pasó uno con el nombre del pueblo al que me dirigía. Encendí el intermitente, me puse en el carril de acceso, hice el stop, y equiliqua que ya estaba bien encaminado. Apenas en unos minutos ya estaba en la entrada de la urbe. En estos casos mi plan A consiste en seguir la vía principal, el plan B en que si me salgo de la vía principal doy las vueltas que sean necesarias hasta volver a ella y el plan C, si acabo en el cementerio, paro el coche, miro los muros y pienso en la fugacidad de la vida mientras me fumo un pitillo. Como se me había acabado el tabaco no pude hacerlo. pero sí recorrer unas cuentas calles hasta percibir un letrero que decía “estanco”. Aparqué encima de la acera, cerca de un paso de cebra, en la esquina de una calle lateral. Antes de bajar del coche saqué la cartera y miré el efectivo. Bien, tenía suficiente para comprar un cartón y al mismo tiempo pagar la multa que me iban a poner, por estar encima de la acera, por entorpecer el paso por el paso de cebra, o por lo que fuera. Salí corriendo como alma que lleva el diablo, entré en el estanco y mientras la estanquera metía el cartón en una bolsa, con mucha calma, le pregunté por el supermercado. Salió conmigo fuera, después de pagarle, y me indicó con precisión la dirección. Di las gracias encarecidamente y en cuanto ella entró en su establecimiento eché a correr esperando ganar al destino. Lo gané, no sé si por poco o por mucho. No había multa bajo el limpiaparabrisas ni un policía rellenando un impreso. Expelí el aire con fuera, me metí en el coche, encendí el motor y salí disparado, no sin antes mirar por el retrovisor. Como sabía en qué dirección ir, era pan comido, si a la izquierda había una calle de dirección prohibida, iba a la derecha o continuaba recto hasta encontrar la forma de seguir la dirección marcada, no sé si norte, sur, este u oeste.

Conseguí llegar a la plaza que la estanquera me había indicado. Pero ahora no recordaba si era en la primera calle a la derecha o la segunda. Tomé la primera, porque si tomaba la segunda y era la primera tendría que dar la vuelta y a saber hasta dónde me vería obligado a ir para dar la vuelta. Me equivoqué. No era la primera, una callecita muy estrecha que seguí porque no podía hacer otra cosa. Desemboqué en una calle peatonal donde se celebraba un mercadillo. ¿Y ahora qué hago? Una mujer se me acercó, tan nerviosa como si la estuviera atropellando. No me insultó, pero casi. Le dije que era nuevo y no conocía la ciudad. Lo hice para contentarla y calmarla un poco. Pues por aquí no puede pasar, es calle peatonal, hay un mercadillo y está llena, como puede ver. Además, la policía está allí abajo. ¿La ve? Ya lo creo que la veía. No me quedaba otro remedio que dar la vuelta como pudiera, pero no podía porque el espacio era muy reducido y no quería atropellar a nadie ni tirar ningún tenderete. Me vi obligado a dar marcha atrás. Algo que se me da muy mal. Odio conducir marcha atrás y siempre que lo hago tengo un percance. Ahora me daba cuenta de que la calle estrecha, además tenía coches aparcados a izquierda y derecha, algo en lo que no me había fijado hasta ese momento. ¡Si estaría dormido! Con un cuidado exquisito comencé a dar marcha atrás, a paso tortuga, mirando por los retrovisores. No tienes prisa, no dejaba de repetirme, estás de vacaciones y si llegas a casa a las diez de la noche, como si llegas a las tres de la madrugada, lo importante es llegar sin tropiezos. Lenta, muy lentaaaaamente fui esquivando coches, sin romper retrovisores, hasta que ya llegaba casi al final de la calle cuando vi a un impedido en silla de ruedas que venía hacia mí a una velocidad de vértigo. Miré al impedido y le hice gestos de que lo sentía muchísimo. El debió comprender que yo era una de esas personas de las que es mejor alejarse cuanto antes porque dio la vuelta a su silla de ruedas y salió disparado.

Llegué al final, había espacio para dar la vuelta al coche y no seguir de culo. Pero me volví a equivocar, giré a la derecha, cuando era a la izquierda. Calle cerrada. Subí a una cera, di marcha atrás, subí a la otra acera, hice maniobras y volví por donde había venido. Entonces me fijé en que había señales en el asfalto, flechas que indicaban que yo había llegado al mercadillo en dirección prohibida. Tengo la culpa, lo reconozco, señor guardia. Pero por suerte allí no había guardias. Conseguí alcanzar la arteria principal y esta vez sí giré por la segunda calle, la buena. Había unas flechas indicando el parking del supermercado. Las seguí, habían cortado la calle con una barrera metálica, por suerte la entrada al parking estaba antes de la barrera. Entré por una rampa que me pareció un tanto arriesgada. Bajé con el pie en el freno. En la primera planta no había plazas libres, bajé a la segunda. Conseguí aparcar, eligiendo una plaza que no estaba junto a una columna como otra a la que no hice caso. Tras muchas maniobras aparqué bien y me bajé del coche. Miré el reloj. Era tarde. Como el supermercado estaba en un centro comercial, con todo tipo de comercios, incluidos restaurantes, me pensé ir a comer primero, nadie piensa bien con el estómago vacío. Pero me acordé de mamá gatita. Con tatos gatitos chupando de sus tetitas iba a necesitar comida sustanciosa para que no la dejaran en el esqueleto. Pensé que tal vez unos higadillos de pollo la vinieran muy bien, pero suelen desaparecer pronto. Así que me dirigí en tromba al supermercado. Por suerte aún quedaban algunas bandejitas de higaditos. Las cogí todas y compré de paso una bolsa térmica para que se conservaran. Estábamos en verano, no era cuestión de darle a mamá gatita un alimento putrefacto. Hacía calor. pero no tanto como en unos días, en que llegaría la primera ola de calor. Dejé la bolsa térmica en el maletero. Subí por unas escaleras mecánicas buscando un restaurante y lo encontré justo donde terminaban las escaleras. Miré el menú. Me pareció bueno y no muy caro. Entré en el restaurante. No había demasiada gente, mejor, pensé para mi coleto, no me gusta la gente. Me senté a una mesa suficientemente alejada de los pocos comensales que comían allí. Vino un camarero, un joven de uniforme negro, negros los pantalones, negro el niqui, negro el pelo cortado a cepillo, con un pirsing en la oreja, otro en la nariz. Parecía un poco amanerado. Puede que fuera homosexual o puede que no, hasta yo puedo parecer amanerado cuando camino con todos mis kilos, cansado y arrastrando los pies. Cada cual vive su sexualidad como quiere. En eso no tengo reparos. Entre otras cosas porque no he podido ejercer mi sexualidad de ninguna manera. Por mí hubiera elegido el hermafroditismo, pero ni eso me fue concedido.

Me pasó el menú. Elegí un revuelto de setas y una cazuelita de merluza y rape. ¿Y para beber? Una jarra de cerveza bien fría, helada. Adoro la cerveza helada en verano, sobre todo cuando hace mucho calor. Tengo una norma que cumplo, siempre que puedo. Después de cada desgracia, después de cada fallo del plan A, del plan B o C, raras veces llego al D, me premio, con lo que a mí más me gusta, una buena comida y una jarra de cerveza fría, muy fría, helada, sobre todo si hace mucho calor. Claro que también me doy otros premios, comprar unos libros, un viaje –si la desgracia ha sido muy gorda- o yo qué sé, ya se me ocurrirá, si la desgracia ha sido gordísima. El camarero me trajo la cerveza, la jarra que dejé a la mitad de un solo trago. Disfruté del revuelto de setas, muy rico y antes de que trajera el segundo pedí otra jarra, tenía sed y la cerveza helada estaba riquísima. Noté que me ponía contento, pero no importaba, por muy contento que me pusiera no compensaría las desgracias de aquel día, avería en la cobertura que me impidió mirar a ver si había fiestas en el pueblo, el compromiso de tener una familia de gatos, sin comerlo ni beberlo, porque la mamá era muy lista y al ver un habitante en la casa y que se podía colar por una ventana abierta en la habitación de la caldera de la calefacción… pues lo hizo. Lo que no entiendo es que tuviera tanta confianza en mí, sin conocerme. A veces los animales son más listos que las personas… bueno, casi siempre. Disfruté muchísimo la cazuelita de merluza y rape. Estaba riquísima. Disfruté del postre y el café. Luego saqué la cartera y pagué. Me alejé a paso tranquilo, ligeramente en zigzag y me dispuse a comprar para un mes en el supermercado. Ahora sin prisa. Tenía la barriga llena y toda la tarde para hacer la compra. Con llegar a casa antes de que oscureciera ya tenía bastante.

LA VENGANZA DE KATHY IX


LA VENGANZA DE KATHY IX

Imaginé que me llevaría a algún lugar secreto, escondido en la biblioteca, por ejemplo, habría un mecanismo que pondría en movimiento un trozo de estantería al sacar un libro concreto y dejaría al descubierto una puerta oculta, con unas escaleras por las que descenderíamos a un sótano. Para ser un amnésico poseía una viva imaginación. No recordaba ninguna película en la que sucediera algo parecido, aunque sí tenía la sensación de que aquellas imágenes habían llegado de alguna parte, tal vez se abrió una puertecita del subconsciente, ellas salieron bailando como bailarinas de ballet clásico, me soplaron algo a la oreja, regresaron rápidamente, sobre sus puntillas y la puerta se cerró de golpe. Todo puede ocurrir en la mente de un amnésico. No había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre las cosas extrañas que sucedían en mi cabeza desde mi llegada a Crazyworld, ni tampoco existía un estado, al que se podría llamar normal, para comparar, todo era posible. Tomé nota para preguntar a mi interlocutor, cualquiera que fuese, sobre sus pensamientos, si es que en algún momento se detenía aquel tiovivo infernal y era capaz de bajarme y sentarme en algún sitio.

Pero no fue así. Me pidió que la ayudara a mover la cama de agua, de aire comprimido, gas neón o xenón o lo que fuera. El lecho estaba pegado al suelo, por lo que parecía ser algo sencillo, a no ser que el agua pesara mucho, lo que no sabía. No fue sencillo, la cama se estiraba y encogía como un chicle, pero al final logramos descubrir un trozo de suelo de madera, igual que el resto de la habitación, pero a ella le pareció bien, y a mí también. Se puso de rodillas, tanteó con la mano hasta encontrar algo que no se apreciaba a simple vista. Oprimió con un dedo algún botón que solo ella veía y dejó que el suelo se deslizara sin cambiar de postura. Yo me puse tras ella para observar el mecanismo y lo que lo activaba, fuera lo que fuese. Solo entonces fui consciente de que ambos estábamos desnudos, y ella arrodillada con el culo en pompa. La tentación acarició mi espalda, pero no la hice caso, lo que estaba ocurriendo era tan interesante que solo tenía ojos para el movimiento del suelo. Aunque debo decir que mi biología –la de un amnésico es como las demás- sí reaccionó ante el estímulo y mi pene comenzó a tener una erección que me pilló de improviso. El hueco que se hizo en el suelo dejó ver una escalera de madera que se adentraba en las profundidades. Alice se activó por completo y tocando en algún sitio encendió luces atenuadas que iluminaron la escalera. Se puso en pie y fue bajando con cuidado, sin invitarme. Yo la seguí con una curiosidad que me superaba. Mientras bajaba no podía dejar de observar toda su parte posterior, desde la cabeza a los pies. Era una mujer muy hermosa, tanto que deseaba casarme con ella a cualquier precio. ¡Vaya mierda de obsesión! No podía quitármela de la cabeza, no sabía por qué. Llegó abajo y ni me miró, por si tropezaba y le caía encima. Estábamos en una especie de habitación, pequeña, aunque suficiente, con una mesa de madera sobre la que había dos monitores y mandos y botones propios de una nave espacial. El resto eran sillas, alfombras, cuadros en las paredes y estatuas en las esquinas, una decoración somera, aunque interesante. Alice ni miró la mesa, se dirigió a una pared, levantó un pequeño cuadro y tocó algo. La pared se deslizó dejando ver el interior de un armario con ropa. Me acerqué dispuesto a cubrir mi desnudez a la mayor velocidad posible, pero entonces ella se volvió, me miró la cara y luego más abajo. Entonces tuvo una reacción inesperada y peligrosa. Me puso una zancadilla, caí sobre la alfombra y ella se arrojó sobre mí. Luego se me pondría el vello de punta al observar lo cerca que había estado de dar con mi nunca contra la esquina de la mesa.

-No se puede desperdiciar nada, la vida nos quita todo al instante, si es que nos lo da.

No supe a qué se refería hasta que introdujo mi pene que ya tenía una erección completa dentro de su vagina. Se regodeó un rato hasta que algo la activó de nuevo y el galope fue imparable. Yo me dejé ir, mi libido no parecía ser capaz de satisfacerse por completo. Llegó a donde quería llegar, y yo también. Descansó sobre mí un buen rato. Cuando se recuperó suspiró aliviada y mordisqueó cariñosamente mi oreja izquierda.

-No voy a dejarte así como así, aunque tenga que pelear con todo tu harén.

-Alice, quiero casarme contigo.

No sé de dónde salió aquella voz, desmayada y anhelante, ni siquiera lo había pensado. Ella se dejó llevar por una risa tonta y destemplada y luego me arreó un formidable mordisco en mi oreja derecha. Grité con ganas. Ella volvió a reírse, esta vez con una risa sádica. Se levantó y comenzó a hurgar en el armario empotrado. Yo me levanté casi de un salto, estaba deseoso de vestirme y salir de allí corriendo. Pero la que corría era mi mente. Me preguntaba qué hora sería, si ya se habría hecho de noche, si Kathy nos había estado espiando, si al final abandonaría su búsqueda y me iría tranquilamente a cenar o me quedaría el resto de la noche en el bosque, a merced de las alimañas. Se me ocurrieron muchas más preguntas delirantes en los segundos que Alice tardó en tirarme unos calzoncillos.

-Creo que son de tu talla. Pruébalos.

Luego me arrojó unos pantalones, una camisa, unos calcetines y hasta un chubasquero. Me lo puse todo en un santiamén y observé, pasmado, que todo me quedaba bien.

-Oye, Alice, ¿cómo hay tanta ropa aquí y además de mi talla? Y ya puestos. ¿Cómo sabías tú que la ropa estaba aquí?

-Deja de hacer preguntas y vístete.

Ya estoy vestido.

Ella me miró y sonrió. Se puso a correr perchas hasta que encontró algo.

-Espero que no te molestes, pero ¿no crees que deberíamos haber mirado antes si Kathy estaba en la casa?

-Olvídate de esa puta.

Encontró todo lo que buscaba y se puso a vestirse con tanta rapidez como había hecho yo. Una blusa verde, unas bermudas muy ajustadas en color vino y sobre todo unas braguitas y un sujetador en color negro, que realzaban su cuerpo espectacular. En cuanto estuvo vestida se acercó a la mesa, tocó unos botones y las pantallas se encendieron.

-No había nadie más en la casa, excepto nosotros. Si hubiera sido de otra manera habría saltado la alarma y ahora podríamos ver al intruso o intrusa.

-Vale, pero eso no lo sabías cuando entramos.

-Mira, me estás hartando. Si Kathy nos ha visto, mejor, que rabie hasta morderse. Pero no ha sido así. La alarma no ha saltado, si lo hubiera hecho ahora podríamos verla en algún punto de la casa. Aquí todo está automatizado y controlado por una inteligencia artificial. Te lo voy a mostrar.

Se acercó a la mesa grande y maciza que parecía dormitar en el centro de la habitación. Observé que era mucho más grande de lo que en un principio me pareció y no tenía patas, reposaba su panza en el suelo. Apenas un hueco en su centro permitía colocar las rodillas en su interior, una vez alguien se hubiera sentado en la silla anatómica con ruedas que permanecía pegada a la madera. Alice se sentó como si estuviera acostumbrada, como si lo hubiera hecho muchas veces. Ni siquiera tuvo que regular la silla a su estatura. Abrió un cajón a la derecha, oprimió varios botones y la mesa crujió, comenzaron a brotar cosas de su interior, un monitor grande que ascendió de un hueco que se había formado en su superficie, un teclado, un ratón, un artilugio pequeñito con antena, cuyas luces comenzaron a parpadear como si se hubieran vuelto locas. Me pidió que me acercara. El monitor se encendió y el sistema operativo pidió una contraseña que ella introdujo sin vacilar. Eso me hizo pensar en cómo podía conocerla y en su sospechosa facilidad para manejarlo todo sin tantear. Solo encontré una explicación. Alice se había acostado con Mr. Arkadin en aquella cama y le había comido el coco para que le enseñara todos los secretos de la casa. No quise preguntar para no estropearlo todo.

-Ves. Si hubiera saltado la alarma aparecería una ventana en rojo en la pantalla. Ahora vamos a retroceder hasta nuestra entrada en la casa. Nada. Y para que quedes contento pongo en marcha el escáner de rayos infrarrojos que también puede detectar cualquier calor biológico que se mueva por la casa o permanezca en reposo en cualquier sitio. Ahora vamos a ver las imágenes de todas las dependencias. Ves nada.

La pantalla se había dividido en numerosas pantallitas que mostraban habitaciones y más habitaciones. En efecto, todo estaba vacío. Tampoco el escáner mostraba ninguna fuente de calor.

-Oye, tampoco aparecemos nosotros. ¿Cómo es eso?

-Todo lo quieres saber. No funciona en el dormitorio de Mr. Arkadín ni aquí. El no necesita saber quién está en su dormitorio porque ya lo sabe. ¿Lo entiendes?

Iba a decir algo cuando se produjo un ruido horrísono que parecía venir de fuera, pero que también podía haberse producido en el interior. Nos sobresaltamos. Alice apagó todo con prisa, oprimió los botones en el interior del cajón y lo cerró. Pude comprobar que todo volvía a su sitio. Y nos lanzamos por las escaleras, asustados, apresurándonos para hacernos una idea de lo que significaba aquel extraño retumbar. Enseguida me hice una idea, porque se volvió a repetir, esta vez con más fuerza aún. Estuve a punto de soltar una gran carcajada. Era un trueno. Fuera debía de estar produciéndose una tormenta de aúpa. Mi primer impulso fue lanzarme a la puerta y ver lo que estaba sucediendo, sin duda un espectáculo terrorífico. Alice corrió en cambio hacia una pared. Tocó algo invisible y la pared comenzó a moverse, mejor dicho, su parte interior, porque la exterior era una gran cristalera doble o triple, imposible de romper, o mejor dicho la parte central, porque la exterior era también una pared de madera que se estaba descorriendo al mismo ritmo de la interior. Me quedé con la boca abierta. Aquella casa parecía algo mágico. Recordé que Kathy me había hablado del profesor Cabezaprivilegiada. Todo tenía una explicación, hasta la inteligencia artificial de la que Alice me había hablado abajo. Ya le preguntaría por el tema en otro momento. Tenía mucha lógica, dado que en Crazyworld existían robots, si bien yo no había visto ninguno hasta el momento.

Nos quedamos patidifusos, con las manos apoyadas en el cristal, observando ahora con gran claridad lo que ocurría fuera puesto que las paredes habían llegado al tope, dejando al descubierto toda la cristalera. La oscuridad era absoluta, como en la noche más cerrada. De vez en cuando un relámpago diabólico, porque en el cielo no creo que los haya, marcaba la oscuridad como el tridente de Satanás. A continuación se escuchaba un trueno, cada vez más horrísono, como si quisiera dejarnos sordos.

-Alice, ¿qué hora es?

-Casi las siete de la tarde. ¿Por qué?

-Por nada. Me pregunto cuándo habrá empezado la tormenta y cuándo terminará.

-Tú eres tonto, chiquillo. ¿Crees que no habríamos oído estos truenos cuando estábamos en la cama?

-Yo no. Te aseguro que no me habría enterado, ni aunque hubieran caído sobre mi cabeza.

DICCIONARIO DE NOVELA NEGRA VI


LEVIN, IRA

Conocido por las versiones cinematográficas de algunas de sus novelas como La semilla del diablo de Polanski, Los niños de Brasil, Las mujeres perfectas y Acosada.

Novelas

  • Un beso antes de morir (1953). A Kiss Before Dying. Barcelona, Grijalbo, 1971
  • El bebé de Rosemary (1967). Rosemary’s Baby. Barcelona, Grijalbo, 1968
  • Chip, el del ojo verde (1970). This Perfect Day. Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1972
  • Las poseídas de Stepford (1972). The Stepford Wives. Barcelona, Plaza y Janés, 1978
  • Los niños del Brasil (1976). The Boys from Brazil. Bogotá, Pomaire, 1977
  • Sliver (1991) (La astillaISBN 84-226-4206-9
  • Son of Rosemary (1997) (El hijo de RosemaryISBN 978-84-253-3145-9

Piezas teatrales

  • No Time For Sergeants (1956)
  • Interlock (1958)
  • Critic’s Choice (1960)
  • General Seeger (1962)
  • Dr. Cook’s Garden (1968)
  • Veronica’s Room (1974) El cuarto de Verónica (ISBN: 84-01-44213-3)
  • Deathtrap (1978), premio Tony.
  • Break a Leg: A Comedy in Two Acts (1981)
  • Cantorial (1982)

LUDLUM, ROBERT

Muy conocido por las versiones cinematográficas de su saga de Bourne.

Obras

  • Trece en Zúrich (The Scarlatti Inheritance, 1971)
  • El caos Omega (The Osterman Weekend, 1972)
  • El desafío de Matlock (The Matlock Paper, 1973)
  • Y nada más que la verdad (Trevayne, 1973, escrita bajo el seudónimo de Jonathan Ryder)
  • El grito de Halidon (The Cry of the Halidon, 1974, escrita bajo el seudónimo de Jonathan Ryder)
  • El intercambio Rhinemann (The Rhinemann Exchange, 1974)
  • La carretera de Gandolfo (The Road to Gandolfo, 1975, escrita bajo el seudónimo de Michael Shepherd)
  • El enigma de Constantina, también traducida como El cofre de Constantina (The Gemini Contenders, 1976)
  • El manuscrito de Chancellor (The Chancellor Manuscript, 1977)
  • El pacto de Holcroft (Holcroft Covenant, 1978)
  • El círculo Matarese (The Matarese Circle, 1979)
  • El caso Bourne (The Bourne Identity, 1980)
  • El enigma de Parsifal (The Parsifal Mosaic, 1982)
  • La progresión de Aquitania (The Aquitaine Progression, 1984)
  • El mito de Bourne (The Bourne Supremacy, 1986)
  • La agenda de Ícaro (The Icarus Agenda, 1988)
  • El ultimátum de Bourne (The Bourne Ultimatum, 1990)
  • La carretera de Omaha (The Road to Omaha, 1992)
  • La trama del escorpión (The Scorpio Illusion, 1993)
  • Los guardianes del apocalipsis (The Apocalypse Watch, 1995)
  • El retorno de los Matarese (The Matarese Countdown, 1997)
  • Conspiración Prometeo, también traducida como El engaño (The Prometheus Deception, 2000)
  • El protocolo Sigma (The Sigma Protocol, 2001; la última novela escrita completamente por Ludlum; fue publicada después de su muerte)
  • La Herencia de los scarlatti (Best seller 2.ª Edición)

Novelas póstumas atribuidas a Ludlum

  • The Janson Directive, 2002
  • The Tristan Betrayal, 2003
  • La advertencia de Ambler (The Ambler Warning, 2005)
  • La estrategia de Bancroft (The Bancroft Strategy

LETRA M

MACBAIN,ED

Salvatore Lombino (Nueva York15 de octubre de 1926Weston (Connecticut)6 de julio de 2005), más conocido como Ed McBain, fue un escritor y guionista estadounidense. Aunque adoptó legalmente el nombre de Evan Hunter en 1952,1​ nombre con el cual publicó varios novelas, entre ellas Blackboard Jungle, más conocida por su versión cinematográfica como Semilla de maldad (1955), dirigida por Richard Brooks y protagonizada por Glenn Ford.

Como Evan Hunter

  • Find The Feathered Serpent (1952)
  • The Evil Sleep! (1952)
  • Don’t Crowd Me (1953)
  • Blackboard Jungle (Semilla de maldad) (1955)
  • Second Ending (1956)
  • Mothers and Daughters (1961)
  • A Horse’s Head (Una cabeza de caballo) (1967)
  • Last Summer (1968)
  • Come Winter (Cuando llega el invierno) (1973)
  • Streets of Gold (Calles de oro) (1974)
  • The Chisholms (Los Chisholms) (1976)
  • Love, Dad (Con cariño, papá) (1981)
  • Lizzie (1984)
  • Me & Hitch! (1998) – autobiografía sobre sus colaboraciones con Alfred Hitchcock
  • Let’s Talk (2005) – autobiografía
AñoTítuloSerieComentarios
1956Cop HaterDistrito 87
1956The MuggerDistrito 87
1956The PusherDistrito 87
1957The Con ManDistrito 87
1957Killer’s ChoiceDistrito 87
1957Vanishing LadiesOriginalmente publicado por Richard Marsten
1958Killer’s PayoffDistrito 87
1958Lady KillerDistrito 87
1958Even The WickedOriginalmente publicado por Richard Marsten
1958I’m Cannon—For HireOriginalmente publicado por Curt Cannon pero reeditado como The Gutter and the Grave
1959Big ManOriginalmente publicado por Richard Marsten
1959Killer’s WedgeDistrito 87
1959til DeathDistrito 87
1959King’s RansomDistrito 87
1960Give the Boys a Great Big HandDistrito 87
1960The HecklerDistrito 87
1960See Them DieDistrito 87
1961Lady, Lady I Did It!Distrito 87
1962Like LoveDistrito 87
1963Ten Plus OneDistrito 87
1964AxDistrito 87
1964He Who HesitatesDistrito 87
1965DollDistrito 87
1965The Sentries
196680 Million EyesDistrito 87
1968FuzzDistrito 87
1969ShotgunDistrito 87
1970JigsawDistrito 87
1971Hail, Hail the Gang’s All HereDistrito 87
1972Let’s Hear It for the Deaf ManDistrito 87
1972Sadie When She DiedDistrito 87
1973Hail to the ChiefDistrito 87
1974BreadDistrito 87
1975Where There’s Smoke
1975Blood RelativesDistrito 87
1975DoorsOriginalmente publicado por Ezra Hannon
1976So Long as You Both Shall LiveDistrito 87
1976Guns
1977Long Time No SeeDistrito 87
1978GoldilocksMatthew Hope
1979CalypsoDistrito 87
1980GhostsDistrito 87
1981HeatDistrito 87
1981RumpelstiltskinMatthew Hope
1982Beauty & The BeastMatthew Hope
1983IceDistrito 87
1984LightningDistrito 87
1984Jack & The BeanstalkMatthew Hope
1984And All Through the HouseDistrito 87
1985Eight Black HorsesDistrito 87
1985Snow White & Rose RedMatthew Hope
1986Another Part of the City
1986CinderellaMatthew Hope
1987PoisonDistrito 87
1987TricksDistrito 87
1987Puss in BootsMatthew Hope
1988The House that Jack BuiltMatthew Hope
1989LullabyDistrito 87
1990VespersDistrito 87
1990Three Blind MiceMatthew Hope
1991Downtown
1991WidowsDistrito 87
1992KissDistrito 87
1992Mary, MaryMatthew Hope
1993MischiefDistrito 87
1994There Was A Little GirlMatthew Hope
1995RomanceDistrito 87
1996Gladly The Cross-Eyed BearMatthew Hope
1997NocturneDistrito 87
1998The Last Best HopeMatthew Hope
1999The Big Bad CityDistrito 87
2000CandylandNovela en dos partes publicada como una «colaboración» entre Evan Hunter y Ed Mcbain
2000Driving Lessons
2000The Last DanceDistrito 87
2001Money, Money, MoneyDistrito 87
2002Fat Ollie’s BookDistrito 87
2003The Frumious BandersnatchDistrito 87
2004Hark!Distrito 87
2005Alice in Jeopardy
2005FiddlersDistrito 87

Como Ed McBain y Evan Hunter

  • Candyland (2001)

Con otros seudónimos

  • Danger: Dinosaurs! (1953) – como Richard Marsten
  • Rocket To Luna (1953) – como Richard Marsten
  • Runaway Black (1954) – como Richard Marsten y más tarde reeditado bajo el nombre de Ed McBain
  • Cut Me In (1954) – como Hunt Collins
  • Murder in the Navy (1955) – como Richard Marsten
  • Doors (1975) – originalmente publicado como Ezra Hannon, y más tarde reeditado bajo el nombre de Ed McBain
  • Scimitar (1992) – como John Abbott

Adaptaciones de sus obras al cine

MACDONALD,JOHN D

Conocido por la adaptación de su novela The Executioners al cine con el título del Cabo del miedo.

Serie de Travis McGee

  • (1964) Adiós en azul (The Deep Blue Good-by) trad.: Mauricio Bach; Libros del Asteroide, Barcelona, 2015.
  • (1964) Pesadilla en rosa (Nightmare in Pink) Mauricio Bach; Libros del Asteroide, Barcelona, 2016.
  • (1964) La tumba púrpura (A Purple Place for Dying); Editorial Bruguera.
  • (1964) La zorra roja (The Quick Red Fox); Editorial Bruguera.
  • (1965) La dorada sombra de la muerte (A Deadly Shade of Gold); Editorial Bruguera.
  • (1965) La mortaja color naranja (Bright Orange for the Shroud); Editorial Bruguera.
  • (1966) Más oscuro que el ámbar (Darker than Amber); Editorial Bruguera.
  • (1966) One Fearful Yellow Eye
  • (1968) Pale Gray for Guilt
  • (1968) The Girl in the Plain Brown Wrapper
  • (1969) Dress Her in Indigo
  • (1970) The Long Lavender Look
  • (1971) A Tan and Sandy Silence
  • (1973) The Scarlet Ruse
  • (1973) Lamento turquesa (The Turquoise Lament); Emecé Editores.
  • (1975) Cielo trágico (The Dreadful Lemon Sky); Emecé Editores.
  • (1978) El mar desierto (The Empty Copper Sea); Emecé Editores.
  • (1979) El hombre verde (The Green Ripper); Emecé Editores.
  • (1981) Caída libre (Free Fall in Crimson); Emecé Editores.
  • (1982) Piel canela (Cinnamon Skin); Editorial Bruguera.
  • (1985) Lluvia plateada (The Lonely Silver Rain); Editorial Laia.

Novela negra

  • (1950) The Brass Cupcake
  • (1951) Murder for the Bride
  • (1951) Judge Me Not
  • (1951) Weep for Me
  • (1952) Los condenados (The Damned); Ediciones Corregidor.
  • (1953) Marea trágica (Dead Low Tide); Compañía General Fabril.
  • (1953) The Neon Jungle
  • (1953) Cancel All Our Vows
  • (1954) Todos esos condenados (All These Condemned); Emecé Editores.
  • (1954) Muerte de un ejecutivo (Area of Suspicion); Editorial Caralt.
  • (1954) Contrary Pleasure
  • (1955) Cindy, un nombre para la muerte (A Bullet for Cinderella); Editorial Granica.
  • (1956) Cry Hard, Cry Fast
  • (1956) Maldad en abril (April Evil); Editorial Caralt.
  • (1956) Border Town Girl
  • (1956) Murder in the Wind
  • (1956) You Live Once
  • (1957) Death Trap
  • (1957) The Price of Murder
  • (1957) La trampa vacía (The Empty Trap); Emecé Editores.
  • (1957) A Man of Affairs
  • (1958) The Deceivers
  • (1958) Clemmie
  • (1958) Los verdugos (The Executioners); Editorial Caralt.
  • (1958) Soft Touch
  • (1959) Deadly Welcome
  • (1959) The Beach Girls
  • (1959) Please Write for Details
  • (1959) Cruce de autopistas (The Crossroads); Editorial Caralt.
  • (1960) Slam the Big Door
  • (1960) La única mujer en el juego (The Only Girl in the Game); Emecé Editores.
  • (1960) El fin de la noche (The End of the Night); Emecé Editores.
  • (1961) Where is Janice Gantry?
  • (1961) Un lunes los matamos a todos (One Monday We Killed Them All); Editorial Caralt.
  • (1962) A Key to the Suite
  • (1962) A Flash of Green
  • (1963) I Could Go On Singing
  • (1963) On the Run
  • (1963) The Drowner
  • (1966) La superviviente (The Last One Left); Plaza & Janés.
  • (1977) Donde terminan los sueños (Condominium); Editorial Bruguera.
  • (1984) Un nuevo domingo (One More Sunday); Editorial Vergara.
  • (1986) La isla Bernard (Barrier Island); Editorial Laia.

UN POEMARIO NEGRO XXIV


IN MEMORIAM MARILYN MONROE

Utilizaron tu hermoso cuerpo

Para templar su soledad

Y tu manipulaste su ingenuidad

Para comprar el precio de la fama.

Todos querían tu cuerpo,

Tu deseabas sus almas,

Ellos perdían, tú ganabas.

Era un contrato perfecto,

Pero ni el propio Mefistófeles

Hubiera podido llevar a efecto

Tan diabólico pacto.

Tu perdiste la vida,

Ellos ganaron un ídolo de barro

Al que aún adoran, blasfemos.

La belleza es un don del cielo

Pero siempre lleva su carga de dolor.

No todos estamos preparados

Para recibir un regalo de los dioses.

Cuentan que tus amantes

Eran príncipes y reyes,

Pero no por eso menos brutales

Que cualquier otro ser humano.

Utilizabas tu cuerpo de diosa

Para comprar las dosis de afecto

Que no encontrabas en el supermercado.

Ellos ganaban una lujuria triste

Tu perdías el afecto en besos comprados.

La magia te hizo presente

En la mente de todo un universo.

Ellos sabían que tu cuerpo

No se movía como un robot

Mientras se afanaban en desnudarte.

Ellos ganaban un placer solitario

Tu perdías la autoestima a chorros.

Sabías cuál era el camino

Hacia el oro y el laurel

Pero no eras consciente

De estar vendiendo tu alma de mujer.

Es hermoso cantar para un presidente,

Es hermoso actuar para el mundo,

Pero quién te canta a ti a la luz de la luna

Cuando tienes encogido el corazón.

Al apagarse los focos

Ya no eres Marilyn Monroe

Sino la desvalida Norma Jean.

Ya no sirven los aplausos,

Ni cosquillean las miradas ardientes.

Ellos no te conocen en el retrete

Donde te refugias para el sollozo

La píldora y la angustia a chorros.

Norma Jean es una mujer triste,

Ellos no lo saben mientras, sórdidos,

Se manosean entre cuatro paredes.

Marilyn perdió a Norma Jean

Ellos ganaron una mujer desnuda

En un gigantesco calendario.

No era fácil ser actriz

Y la estrella alumbraba

Todas las noches de la ciudad.

Ellos ganaron una estrella desnuda

Una farola con curvas en medio de la noche

Y tu perdiste la posibilidad de ser tu misma.

Todos caímos en tus redes celestes,

Eras la mujer de nuestros sueños adolescentes

Conocíamos cada poro de tu cuerpo desnudo

Pero ni un retazo de tu alma escondida.

Todos te violaban pero nadie hablaba contigo:

No tenían nada que decirte.

Tu pagaste el precio de la belleza felina,

Ellos se lo cobraron en fantasías como dardos

                                                  que dejaron tu corazón

con tantos agujeros

como un queso gruyere.

Al final todos contentos,

Ellos tienen su hermoso ídolo de barro

Y tu conseguiste librarte de ellos.

Ahora descansas en un lugar solitario

Barrido por ráfagas de viento

A donde nadie ya puede llegar.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXI


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXI

-Querida Rosindra, espero que ningún koori se haya quedado escondido en el interior o se haya aferrado a algo en el exterior y nos veamos obligados a regresar.

-No sería la primera vez que sucede. Estos pequeños demonios son capaces de todo con tal de divertirse.

-Perdona. Acabo de caer en la cuenta de que estamos volando y no sé muy bien cómo hemos podido despegar con semejante caos. ¿La nave tiene piloto automático, o la pilota un robot o es un voluntario tan discreto que ni siquiera nos hemos dado cuenta de su presencia?

-En efecto. Buena pregunta. La mayoría de las naves al servicio del zoológico son pilotadas por robots, salvo excepciones hay dos tripulantes robóticos, uno pilota la nave y el otro es un mayordomo para todo, como has podido ver. Existen voluntarios que pilotan naves, como existen guías, como yo, que hacen los honores a los visitantes. También hay guías robóticos, porque nunca tenemos voluntarios suficientes para atender todas las necesidades de este complejo, muy visitado en verano y menos en invierno. Esta nave está pilotada por un voluntario al que no has visto porque permanece en su cabina, allí al fondo, separada del resto de la nave por un mamparo. Es un chico un tanto rarito al que le gusta comer en su cubículo y nunca sale a comer con los demás, guías y visitantes. Se llama Loirni.

-¿Puedo entrevistarlo?

-No le gustará, pero está obligado a seguir los protocolos. Si quieres podemos intentarlo, ahora que parece que todo está en calma.

-Pues vamos allá.

-Como pueden ver nuestros queridos holovidentes, esta pequeña nave es un prodigio tecnológico, se mantiene siempre en horizontal sin la menor sacudida y despega y aterriza desplazándose en vertical hacia arriba o hacia abajo. No voy a entrar en detalles técnicos, porque los desconozco y porque se lo pueden preguntar a nuestros colaboradores técnicos que participan en otros programas de este canal y también en el segundo canal que ha comenzado a emitir no hace mucho tiempo. Nos desplazamos sin problemas, como en suelo firme. Ahora Rosindra ha oprimido un intercomunicar con la cabina.

-¿Qué quieres, Rosindra?

-Hola, Loirni. Como sabes estamos en directo en el canal 1 de Omega humanizada. Alirina, la reportera que nos acompaña, quiere hacerte unas preguntas. Será breve. ¿Podemos pasar?

-Sabes que no me gusta interactuar con los visitantes, pero dadas las circunstancias y que el protocolo así lo exige, aceptaré unas breves preguntas.

-Estamos en el interior de la cabina. Un cubículo diminuto, como pueden ver los holovidentes. Nuestro piloto se llama Loirni y es un guapo mozo, bastante joven, que viste un uniforme en color verde, plagado de dibujos de animales. Vamos a comenzar la entrevista y procuraremos que sea breve. ¿Cómo es que se dedica a pilotar naves en el zoo de Vantis, pudiendo estar tan ricamente en su casa, disfrutando de todas las comodidades que nuestra civilización nos otorga sin trabajo y sin mérito alguno por nuestra parte? ¿Es usted de los nuestros, querido Loirni, quiero decir de los que pensamos que la vida no es vida si todo se nos da a la boca, sin el menor trabajo y sin la libertad de hacer lo que queramos, cuando queramos, sin que una inteligencia artificial guie nuestros pasos?

-A la primera pregunta contesto que en parte estoy aquí porque necesito créditos para la construcción de mi casa independiente. Sí, soy joven, y anhelo independizarme de mis padres, pero para ello necesito conseguir suficientes créditos y convencer a “H” de que soy un nuevo ciudadano omeguiano con el derecho a ser independiente y formar una nueva familia, si quiero y si no quiero, no, puedo vivir solo como hacen muchos. La segunda razón, y no menos importante es porque me gustan los animales. Cuando no tengo trabajo y hay alguna nave libre, he sido autorizado por “H” para viajar por el zoológico y establecer contacto con los animales. Algunos ya me conocen y me saludan cuando me ven. En cuanto a la segunda pregunta, debo decir que me gusta la vida que nos proporciona nuestra inteligente y bondadosa IA, si bien me gustaría que hubiera más omeguianos que vivieran la vida como se debe vivir, en contacto con la realidad y no idiotizados permanentemente por el mundo virtual. En ese sentido comparto algunas cosas con ustedes y suelo ver sus canales de vez en cuando. ¿Alguna pregunta más?

-Pues sí, me gustaría saber por qué estas naves no vuelan en automático, dirigidas por el bueno de “H” y necesitan pilotos robóticos o voluntarios. Usted debe saberlo.

-Que “H” podría pilotarlas todas, es evidente, si puede con la logística de todo un planeta, podría hacerlo. Si no lo hace es porque le gustaría que tanto ciudadanos como robots tuvieran sus propias vidas y fueran más activos, en lugar de convertirse en patéticos habitantes del mundo virtual. Sí, ya sé lo que me va a preguntar. ¿Cómo puedo saber lo que piensa “H”? Pues bien, hablo mucho con él, algo que deberían hacer todos los omeguianos. Y en cuanto a que los robots no viven en el mundo virtual, por ahora no, gracias sean dadas a quien haya que darlas, pero sí sé de algún caso de un robot al que sus amos le pusieron el casco virtual, en una broma sin gracia, y luego hubo que llevarlo al taller de reparación porque se pasaba las horas muertas, navegando virtualmente, sin hacer caso de nadie. Sí, también lo sé porque me lo ha dicho “H”. Y ahora, si no hay más preguntas, me gustaría seguir con mi trabajo.

-Una última pregunta, paciente Loirni. ¿Qué futuro le gustaría tener cuando consiga su casita?

-Quiero que tenga una gran extensión de terreno, para tener allí a todas mis mascotas, que serán muchas y robots que cuiden de mis nenes y cuanto sea necesario para que todas ellas lleven una vida muy feliz. Viviré solo mientras no encuentre a la mujer de mi vida, que sería Rosindra, si ella quisiera. Continuaré trabajando en el zoológico y nunca me pondré el casco virtual, porque la vida real es mucho más agradable. Y ahora…

-Sí, paciente Loirni, le dejamos con su trabajo. Gracias por su amabilidad.

-Ya estamos fuera del cubículo. Rosindra ¿por qué no quiere convivir con Loirni, parece un buen chico?

-Aún soy joven para atarme a nadie. Ni siquiera sé si deseo pasar por la complicada experiencia de vivir con alguien. A Loirni me une nuestro mutuo amor a los animales, pero no sé si sería suficiente para que nuestra convivencia fuera posible.

-Muchas gracias, Rosindra, por tu generosidad al contestar preguntas tan personales e íntimas. Y ahora, queridos holovidentes, les adelanto nuestro programa para el resto del día. Nos dirigimos a la hacienda de Artotis, donde nos espera su esposa Arleina, junto con su numeroso servicio robótico. El propio Artotis hará de anfitrión desde el estudio y nos presentará a su pequeña manada de kaeros dirigida por su matriarca, Kaerina, que en cierta ocasión salvó la vida de nuestro tertuliano. Pero eso mejor nos lo contará él. Luego nos desplazaremos por Vantis, que seguro nuestros anfitriones nunca han visto en su totalidad. Y para rematar, regresaremos a su casa, cenaremos y les acompañaremos en su viaje virtual cuando se pongan el casco. Cómo lo haremos es una gran sorpresa que no vamos a desvelar. Me comunican que Arminido y nuestros tertulianos ya están de regreso de su ágape. Así que le paso a él la comunicación, que ya tengo la garganta rasposa de tanto hablar.

CANCIONES PARA LA SOLEDAD VI


YO NO NACÍ, ME NACIERON

           BASADO EN LA CANCIÓN QUEEN OF DENMARK DE JOHN GRANT

Odio la vida porque está saturada de odio.

No soporto tanto odio que respiro con el aire.

Sé que hay buenas personas, pero para encontrarlas

Debo moverme por el infierno como un condenado

Dantesco que buscara flores en conos de volcanes.

Sé que en el infierno no puede haber buenas personas,

Dicen que todas están en el cielo, en el paraíso,

Pero yo estoy en el infierno, condenado

Por pecados que no recuerdo haber cometido.

No tengo alas para volar hacia arriba,

Donde dicen que están los cielos.

Solo puedo esperar encontrarme con algún error.

Que el tribunal apocalíptico del Juicio Final

Se equivocara con una buena persona

Y la mandara al infierno por un error burocrático.

Como Sísifo subo la enorme piedra colgada de mi cuello

Por la agreste ladera de la montaña más alta del infierno

Confiando que al llegar a lo más alto, un alma buena

Me abrace con cariño y quite la piedra de mis hombros.

Pero nunca sucede. Almas miserables me empujan

Una y otra vez hacia el abismo tenebroso

Rodando sobre trincheras con cuerpos destrozados,

Mientras caen las bombas y soplan los misiles,

Mientras los drones enfocan sus haces infrarrojos

Hacia el movimiento de mi cuerpo condenado.

En el valle de la muerte los demonios asaltan

A mujeres indefensas, las violan y las matan.

Y luego siguen con los niños que lloran escondidos

Y aún les parece poco y se revuelcan en una orgía

De odio, donde la guerra nuclear les parece una bendición,

Donde el holocausto es un paraíso terrenal.

Quiero salir de este infierno sin esperanza,

Quiero volar hacia los cielos límpidos

Quiero encontrar almas buenas y hermosas.

Quiero retroceder hasta el útero materno

Y decidir que no quiero nacer en este infierno.

Quiero alejarme de todos estos demonios

Que me persiguen como si me odiaran por algo.

Y así, un día tras otro, debo subir la enorme piedra

Hasta lo alto del Himalaya de la oscuridad.

Y allí de nuevo un ser vestido de número

Un monstruo con múltiples caretas

De político sin escrúpulos, un populachero

De boca soez y pensamientos criminales,

De vendedores de burbujas, de pompas de jabón,

Que hacen explotar en cuanto les llega la transferencia,

De feriantes de pacotilla que te nublan los ojos

Con fama de un minuto y sueños de grandeza,

De mentirosos compulsivos que visten la verdad

Con colores chillones, según sople el aire,

Y de nuevo allí un número enmascarado

Me arroja al abismo de los números,

Donde soy un miserable cero a la izquierda.

Mientras ruedo cuesta abajo veo animales destripados.

Bosques incendiados, ballenas suicidadas en la arena,

Lluvias torrenciales arrastrando casas, ahogando humanos,

Calores tórridos que quiebran las piedras y secan las pieles,

Banderas blancas horadadas por balas silenciosas,

Dogmáticos desencajados que creen que el odio es su salvación,

Fronteras espinosas entre los elegidos y los marginados,

Almas candorosas arrebatadas por vientos huracanados,

Cementerios de sueños entre montones de basura.

Quiero un poco de cariño, de quien sea, de lo que sea.

Quiero ser puro. Lavado por las lágrimas del sufrimiento.

Quiero regresar a la nada, la madre de criaturas sin nombre.

Quiero olvidarme de los demonios que quieren comprar mi alma.

Quiero escuchar la música de las esferas antes de morir.

Quiero morir en la cima de la oscuridad de los infiernos.

Quiero que mi sangre riegue los campos de odio.

Quiero que fructifique una nueva humanidad que no veré.

Quiero sentir el frescor de la desesperanza compasiva.

Porque yo no nací. Me nacieron.

RELATOS DE A.T. III (RELATOS ESOTÉRICOS)


RELATOS DE A.T. III

Terminó de desayunar y le acompañé hasta el servicio. A pesar de mi repulsión no podía dejar el contacto con su mente o terminaría perdiendo la vinculación con aquel lugar físico que necesitaba conocer como la palma de mi mano. Me alejé todo lo que pude para percibir lo más atenuado posible el placer que le producía el acto escatológico que estaba realizando, muy rápido por cierto, enseguida comprendí la razón. Empezó a pensar con toda la libidinosidad de que era capaz su imaginación en la viuda de su amigo y esta capacidad era mucha puedo asegurarlo. Su fantasía tenía mucho más de brutal violación que de agradable y fácil seducción. No pude evitar sentir asco a pesar de la atracción que empezaba ya a sentir por aquella mujer por lo que me alegré cuando terminó de masturbarse y dejó que cuerpo y mente se relajaran.

Esperé pacientemente a que decidiera afeitarse, pero como tardaba se lo sugerí muy sutilmente haciéndole ver lo feo que estaría si tuviera que ver luego a la viuda sin afeitarse. Este brevísimo pensamiento le catapultó hasta el armario de baño de donde cogió los utensilios necesarios para el afeitado y cuando por fin se enjabonó delante del espejo pude contemplar a placer su rostro. Su cabeza era redonda y grande, a pesar de su cuello de toro me pareció que pujar por aquel peso tenía que ser todo un deporte. Su rostro coloradote estaba erizado de agrestes cerdas que harían huir a la mujer más  necesitada de caricias. Pero lo que más llamó mi atención fueron sus ojos. Negros y duros, miraban con recelo y un odio difícil de ocultar. Aquel hombre odiaba a todo el mundo, odiaba la vida, la luz  la oscuridad, incluso se odiaba a sí mismo, bueno esta era la razón de que odiara tanto todo. Tan solo este odio se atenuaba frente a una mujer atractiva que pudiera darle placer.

Mi mente estaba tan concentrada en fijar sus facciones en mi consciencia que apenas tuve sensación alguna de su afeitado. Terminó y se acercó otra vez a la cocina para beber un trago de agua de una botella que tenía en el frigorífico. Debía haber cenado algo fuerte y salado porque hasta mí llegaba la frenética actividad de su estómago e intestinos, eructó con gran fuerza y su mujer, que aún seguía desayunando sin prisa, le llamó guarro a lo que el contestó con una fuerte ventosidad. Momento que aproveché para dejar su mente y quedarme en contacto con la de su mujer.

En mis anteriores vidas tuve un cuerpo del sexo masculino. En el más allá las mentes no tienen sexo, no obstante toda mente no es otra cosa que el conjunto de sus recuerdos por lo que quienes nos recordamos con cuerpos masculinos nos consideramos mentes macho y al contrario. Por eso el contacto con la mente de aquella mujer era una experiencia difícil, no me adaptaba a las sensaciones de su cuerpo y menos en aquellos momentos en que pude detectar un desarreglo hormonal propio del cuerpo femenino. No estaba de muy buen humor y mis pensamientos masculinos podían desequilibrarla más si no tenía cuidado así que tuve que inventar sobre la marcha, la sugerí que las ideas raras que comenzaban a asaltarla procedían de los desarreglos de la regla que aquel mes eran muy dolorosos. Ya más tranquila comencé a sugerirla pensamientos que me dieran la información que necesitaba.

La sugerí pensara en su marido y una oleada de repugnancia me invadió. Seguía con él por motivos económicos y por los niños, pero el odio que sentía hacia su persona se iba acrecentando día tras día. No le dejaba acercarse con intenciones sexuales y dormían separados desde el día del accidente en el que había muerto el amigo después de una noche loca en un prostíbulo. No se lo perdonaba y el frustrado deseo de que el muerto hubiera sido él aún la consumía. En cambio tenía buen concepto de su amigo e incluso se había sentido atraída por él. Trabajé esta idea hasta empezar a sentir cómo su imaginación se desbocaba, su fantasía la llevaba a acostarse con él, algo de lo que ahora se arrepentía no haber hecho o intentado por lo menos. Con un toque aquí y otro allá pude gozar de la excitación que le producía aquella fantasía. Llevaba mucho tiempo sin experimentar  estos orgasmos mentales con humanas que dicho sea de paso son más satisfactorios que los revolcones con mentes femeninas que van perdiendo la intensidad de estímulos que proporciona el cuerpo, muchas veces se pierden en sus recuerdos y se olvidan de lo que están haciendo. La mujer, asombrada pero excitada, se dejó llevar y juntando sus muslos se rozó suavemente hasta llegar al orgasmo. Luego se relajó y dejando caer su cabeza sobre los brazos apoyados en la mesa se quedó dormida.

Este es un momento delicado para las mentes descarnadas que estamos en contacto con las mentes humanas, a pesar de que no pueden vernos y su percepción de nuestra presencia es fácil de transmutar en sueños o pesadillas no me gustan mucho estos contactos. Su mente se sintió libre y alejándose un poco de su cuerpo empezó a jugar con la mía como si fuera un sueño, lo que aproveché para  hacerla revivir aquella noche y los acontecimientos posteriores.

Ya de madrugada recibió una llamada del hospital donde había sido internado su marido. La impresión había sido tan grande que no pudo reprimir sollozos histéricos que confundieron a la enfermera. La muerte de su marido era una noticia tan agradable que perfectamente consciente se hubiera visto obligado a un gran esfuerzo para disimular su alegría, la somnolencia la ayudó a reaccionar de una manera perfectamente normal. La voz de la enfermera la consoló rápidamente, no su marido no estaba muerto, saldría adelante, pero lamentaba decir que su acompañante que no estaba identificado porque salió despedido del coche y se perdió su documentación acababa de fallecer. Ella no sabía con quién había salido de jarana esa noche, cosa por otro lado muy habitual, pero lamentaba profundamente que no hubiera sido su marido el fallecido. Dio las gracias y se dispuso a vestirse sin ninguna prisa, tenía que hacer el paripé de la mujer desconsolada pero tampoco necesitaba correr.

Ya en el hospital la calmaron respecto a su marido, pequeñas lesiones en la cara y un brazo roto pero no parecía  tener lesiones internas aunque tendría que estar unos días en observación. La rogaron les ayudara a identificar a su acompañante. Tenía el cuerpo destrozado y apenas le miró unos segundos, suficientes para que su rostro magullado le resultara familiar. Era el marido de una vecina de su mismo edificio, un hombre agradable y cortés a quien ella saludaba siempre con suave dulzura imaginando que era con él con quien se había casado y no con la bestia parda de su marido.

Decidió llamar ella a su vecina, era lo menos que podía hacer ya que según informaron  su marido era el conductor y la causa del accidente se debía al alto grado de alcohol en su sangre. Tuvo que hacer de tripas corazón para abrazar a su vecina que se desmoronó en sus brazos como un muñeco roto. La acompañó al cementerio consolándola lo mejor que pudo y cuando su marido volvió a casa le obligo a trasladarse a otra habitación y no volvió a dirigirle la palabra.

Aprovechando la imagen de la viuda sugerí siguiera pensando en ella hasta hacerme una imagen bastante precisa de su físico, luego la desperté para que me mostrara el resto de la casa, quería contactar con la viuda pero no podía hacerlo hasta conocer bien aquel piso,a donde tendría que volver con frecuencia ya que al parecer el fantasma campaba allí sin respeto alguno. Tardó en levantarse dándole vueltas al sueño que acababa de tener, solo pudo recordar que se trataba de una pesadilla referente a la muerte de aquel hombre. La acompañé a su habitación, luego al servicio de donde acababa de salir su marido que se estaba vistiendo en su habitación, finalmente a la habitación de los niños a quienes tenía que despertar para llevarles al colegio. Durante estos traslados conseguí que pensara en los extraños fenómenos que venían ocurriendo en el piso desde el accidente, ella no les daba ninguna importancia aunque empezaban a ser preocupantes para su marido que había presenciado en solitario algunos fenómenos sumamente extraños de los que se había visto obligado a hablar con ella para no volverse loco según decía. Ambos habían presenciado juntos algún fenómeno telequinésico muy fuerte.

Decidí dejarla, ya tendría tiempo de volver al tema aquella noche, si aún no había aparecido mi fantasma, que no asomaba su invisible morro por ninguna parte. Quería conocer a la viuda que sería  el principal instrumento que utilizaría para intentar controlar a aquel nuevo descarnado descontrolado. Di un toque a mi portadora para que pensara un buen rato en su vecina y lo hizo con tal intensidad que la viuda proyectó su mente hasta allí sobresaltada por la intensidad del pensamiento que percibía como una obsesión de su mente.

LA VENGANZA DE KATHY VIII


LA VENGANZA DE KATHY VIII

Por lo visto no lograba desabotonarme con suficiente rapidez para satisfacer el ansia viva de poseerme que la embargaba, así que dejó de desabotonar y se limitó a tirar con fuerza hasta que todos los botones cayeron al suelo, la camisa se rasgó. Me la quitó de encima a fuerza bruta y continuó con los pantalones. Es curioso lo que puede hacer la amnesia, y más si se junta a una actividad desenfrenada que no te deja ni tiempo para pensar. Porque en aquel momento fui consciente de muchas cosas, o puede que solo de algunas, pero para mí muy importantes y sugestivas. No había caído en la cuenta de la ropa que llevaba, ni quién me la había facilitado, ni cuándo, ni de lo que había sido de la ropa que llevaba cuando aterricé, inconsciente, en Crazyworld. Aunque esto último podía suponerlo. Seguramente estaría manchada de sangre después del accidente y la habrían tirado a la basura o la habrían quemado, porque no me parecía lógico que allí se reciclara nada, dado lo bien abastecido que estaba Crazyworld. ¿Cómo era la ropa que portaba cuando conducía mi coche deportivo, seguramente de marca muy conocida y último modelo? Semejante pensamiento era una idiotez, pero me pareció un buen ejercicio para ir recobrando la memoria poco a poco. No pude dedicarme al ejercicio porque Alice estaba intentando aflojar mi cinturón, pero no de la forma habitual, quería romperlo, como la camisa, pero aquel no era de tela, si no de cuero, como es habitual y con sus esfuerzos solo conseguía apretarlo más y más alrededor de la cintura. Me estaba haciendo realmente daño. Bajé las manos y saqué la piececita metálica del agujero y yo mismo me bajé los pantalones, que eran unos vaqueros que me quedaban bastante bien y parecían caros, de una marca de postín. ¿De quién era la ropa que portaba? Era una pregunta interesante. Pero otra más interesante acudió a mi cabeza y entró sin llamar a la puerta. No recordaba haberme cambiado de calzoncillos en todo el tiempo que llevaba allí. No es que aquello me hubiera importado hasta el momento, ni siquiera había pensado en ello, pero sentí una especie de vergüenza de que Alice los viera sucios. Pero no fue así, ni siquiera le dio tiempo a mirarlos, porque me los bajó de un tirón y entonces… se quedó quieta mirando y remirando. ¿Qué estaba pasando? La luz se fue abriendo camino en mi mente oscurecida donde no había dejado de ser de noche desde mi llegada a aquel oscuro lugar. Estaba mirando mi sexo, miembro viril, pene o como se llamara, que las palabras acudían en tropel a mi mente, como si empezara a recordar todo a la vez, aunque solo lo referente al sexo, al erotismo, al diccionario de términos sexuales o eróticos o erotómanos o como diablos se denominara todo aquello. Por un momento pensé que mi sexo la había decepcionado, por eso estaba bloqueada. ¿Tal vez era pequeño, para su gusto, o en general, o por bajo de las estadísticas convencionales, o puede que fuera grande, de acuerdo a estos mismos criterios o incluso descomunal? ¿Cómo podía saberlo yo que no había visto más penes que el mío y a éste ni siquiera lo había mirado? Seguramente en mi pasado tuve que ver otros penes, en películas, en vestuarios, donde fuera que uno pudiera ver penes, pero no recordaba nada al respecto. De nuevo Alice cortó mis elucubraciones porque se arrodilló e introdujo mi miembro viril en su boca y lo chupó y masajeó con muchas ganas. ¿Significaba eso que le gustaba?

Me sentí tan excitado que no pude controlarme. La tumbé sobre la alfombra y busqué su cueva, su venusberg, o como lo denominaran en los diccionarios eróticos. Ni siquiera fui consciente de si ella llevaba pantalones o faldas, aunque me inclinaba más por lo primero, teniendo en cuenta que eran más cómodos para caminar por el bosque. No supe cómo eran las braguitas que llevaba ni si fui capaz de llegar hasta sus pechos desnudos porque sus manos introdujeron con maña y fuerza el miembro viril en sus entrañas, húmedas, cálidas, acogedoras. Me hubiera gustado disfrutar de una buena visión de su cuerpo desnudo, pero ni siquiera era consciente de que ella estuviera desnuda. Ni siquiera recordaba cómo había actuado con Kathy, con Heather, con Dolores, si había tenido tiempo o no de observar su desnudez, de explorarla, de deleitarme con ambas cosas. Ahora no podía recordar nada, porque ya estaba galopando como un caballo salvaje. Ella me animaba con grititos, suspiros, gemidos y toca clase de sonidos animadores. No supe el tiempo que pasó hasta la explosión y si ella había explotado al mismo tiempo, o antes o después. Lo cierto es que exploté y ella se volvió loca moviendo la cabeza de un lado a otro y gritando que no lo dejara y más y más. Caí rendido sobre su cuerpo y éste no se movió, como si estuviera tan agotada como yo lo estaba.

Finalmente nos recobramos un poco, lo que aproveché para besarla con ansia, con delectación, con placer y sobre todo con amor, con mucho amor, porque yo la amaba y me hubiera casado con ella en aquel momento si un cura o presbítero o lo que fuera anduviera por allí cerca. Entonces me di cuenta de que no me había quitado el calzado adecuado para caminar por un bosque que aún oprimía mis pies. Me daba igual. Estaba bien, me sentía feliz y así hubiera permanecido largo tiempo si ella no se hubiera quejado de mi peso. Me aparté a un lado, suspiré relajado, aliviado, feliz. Ella me abrazó y me besó. Luego se puso en pie y me arrastró hasta el lecho redondo, cama de agua o colchón neumático, o lo que fuera. Dejó que me detuviera a quitarme el calzado y ella aprovechó para bajarse los pantalones por completo, quitarse la blusa, el sujetador y todas las prendas que acariciaban su cuerpo. Entonces pude contemplarla desnuda a mi sabor.

-¿Te gusta mi cuerpo, te gusto yo, te ha gustado?

Solo pude asentir con la cabeza porque no me salían las palabras. Los dos caímos sobre el lecho, que se hundió, produjo un boquete que luego se rellenó lanzándonos al aire, como si tuviera muelles. Nos reímos con ganas hasta el histerismo. Luego nos fuimos calmando y probamos aquella mágica cama redonda.

-Seguro que Mr. Arkadin la encargó con todos los mecanismos inimaginables para satisfacer sus perversiones. ¿No crees?

-No lo sabía, nunca la había probado y me alegro de haberlo hecho contigo. Pero seguro que tienes razón.

Me alegré de que no la hubiera probado antes con nadie, aunque podía estar mintiendo.

-Me imagino la cara que pondrá Jimmy cuando le enseñe la grabación.

-¿Cuándo activaste el sistema de grabación? No recuerdo que lo hicieras.

-Jaja, claro, el idiota del Pecas no sabe que hay un sofisticado y ultramoderno sistema de grabación que se activa con el movimiento. En cuanto alguien entra en la casa y se mueve comienza a grabar. Ese payaso cree saberlo todo de esta casa y de Crazyworld pero ignora más que sabe.

-Perdona, pero entonces tú has tenido que estar aquí muchas veces para conocer todos sus misterios.

-No te sientas celoso, mi bebé. Yo no conocía la existencia de este antro de perversión hasta que Jimmy me trajo aquí. Sí, lo hizo con la intención de disfrutar de mi bello cuerpo, pero yo no tendría sexo con ese imbécil ni aunque fuera el único hombre de Crazyworld, ni aunque fuera el último hombre sobre el planeta. En cuanto intentó propasarse le di un rodillazo en sus huevitos, lo arrastré fuera y cerré la puerta. Debió de irse cuando se recuperó. Yo tuve tiempo sobrado para explorarlo todo. Él te habrá enseñado el antiguo sistema de grabación con cintas, el moderno está bien escondido. Luego me llevaré un pendrive con la grabación para verla una y otra vez. Tienes que prometerme que ésta no será la última vez. Vale que otras te asedien y caigas en la tentación, pero a mí no me abandones.

-No Alice, no te abandonaré nunca. Si anduviera por aquí un presbítero le pediría que nos casara. Te amo con locura.

-Jajá. Presbítero. De dónde sacas esas palabras.

-No lo sé, soy amnésico.

-Eres increíble. ¿Te casarías conmigo? ¿Y también con Kathy, con Heather, con Dolores y con todas las mujeres de Crazyworld? ¿Vas a fundar un harén?

-No lo sé, cariño. Me has dejado turulato. Eres adorable.

-Pues demuéstramelo.

-Creo, salvo que esté equivocado que los machos necesitamos tiempo para que nuestro pene se recobre.

-¿No has oído hablar del sexo oral? Nos divertiremos hasta que vuelvas a estar en forma.

Y así lo hizo. Esta vez no hubo prisas, y sí mucha exploración, muchas caricias, mucho sexo oral. No me acordé de mis elucubraciones, no me acordé de nada. Ni siquiera del tiempo que seguía corriendo en algún reloj invisible. Descansamos, hablamos, reanudamos, hasta que mi mente entró en bucle. ¿Qué hora sería? ¿Y si Kathy nos estaba espiando? Alice también recobró la cordura. Bueno, vamos a vestirnos, ya debe ser tarde. Me haré con el pendrive y regresaré para la cena, tú puedes hacer lo que quieras, te mereces un descanso.

-¿Con qué nos vamos a vestir? Veo que nuestras ropas están en el suelo, desgarradas, inservibles.

-¿En algún momento has supuesto que ese cabrón de Mr. Arkadín no lo tiene todo previsto? Ahora te enseñaré los armarios ocultos donde hay ropa de todas las tallas, masculina y femenina.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LIV


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No puedo recordar lo que hice esa noche. Si regresé a casa porque había autobús –pocas veces utilizaba el tren, no me gustaba y me quedaba más a trasmano-  o me quedé paseando o durmiendo en un banco. Lo que es seguro es que no tomé un taxi porque no me quedaba dinero. El tiempo transcurrió mientras yo intentaba asimilar que mi más grave obsesión se había cumplido. Ya no era virgen. Ahora sabía lo que podía esperar del sexo. Supuestamente ya no existía razón para que siguiera intentando una y otra vez el suicidio. Al fin y al cabo, si todos mis intentos tenían por causa el ser virgen, ahora ya no lo era. ¿Entonces?

Entonces comprendí que mi obsesión por el suicidio era producto de mi enfermedad y que el sexo era un bucle en el que había caído, como podía haber caído en otros, y así ocurriría durante el resto de mi vida. Ahora que ya no era virgen lo que deseaba era tener sexo, cuanto más mejor, todos los días si fuera posible, con todas las mujeres que quisieran tenerlo conmigo… hasta encontrar a mi verdadero amor, a mi media naranja, al amor de mi vida. Esta obsesión me llevó a una disparatada historia que me hizo comprender lo mal que estaba y lo que aún iba a empeorar. Había oído hablar de una novela que no compré ni leí, pero que se me quedó en la memoria porque al parecer trataba del tema de la prostitución y ese era un tema que ahora me interesaba mucho, me obsesionaba. Se titulaba Madrid, Costa Fleming, de lo que deduje que en Madrid existía un barrio con ese nombre o una calle o algo que era una especie de barrio chino, solo que para ricos, prostitución de altura, de altura económica, por supuesto porque en el sexo mercenario no hay altura ni profundidad es solo una cuestión económica, los pobres buscan la prostitución barata y los ricos la cara, así de sencillo.

No recuerdo cómo supe por dónde caía Costa Fleming. De haber ocurrido en estos tiempos me habría limitado a conectarme a Internet y buscarlo, pero entonces ni siquiera una imaginación delirante era capaz de fantasear con un futuro parecido. Es posible que fuera en un periódico o que leyera la crítica de la novela o viera algo en la televisión, aunque esto último lo dudo porque no tenía televisión ni la tendría hasta años más tarde. En cuanto situé la famosa Costa Fleming –ahora se me ocurre que pude haber consultado un callejero, en el supuesto que fuera un barrio o una calle- me acerqué hasta allí y pateé la zona hasta hacerme una idea de cómo era y dónde estaban los prostíbulos o los locales de copas o lo que fuera que existiera en la zona rica de la prostitución. Una vez que tuve los datos necesarios decidí que iría cuando fuera capaz. Viendo lo que pasó debo deducir que para mi desvirgamiento debí de abandonar la medicación durante un tiempo, porque en aquella época no dejé de tomar pastillas en ningún momento. Como no sabía lo que me iba a costar el sexo mercenario en una zona tan burguesa, ahorré durante un tiempo y un día metí los billetes en la cartera y allá que me fui. Debía de estar muy mal para no darme cuenta que con la medicación con la que me atiborraba todos los días iba a ser muy difícil, imposible, que llegara a tener una erección suficiente para penetrar a una mujer. Como descubriría con el tiempo el sexo mental sigue funcionando aunque el cuerpo esté embotado, aunque seas un zombi. Como leería en alguna parte, en el sexo al menos un cincuenta por ciento es imaginación, el resto es biología y afecto, si es que lo hay. Desde mi desvirgamiento no dejaba de pensar en el sexo, las fantasías eran constantes y a cual más delirante. Me excitaba mucho, aunque no tenía erecciones ni me podía masturbar. Uno de los efectos de la medicación, si no el más importante sí el más molesto, es la castración. Se podría decir que es una especie de castración química. No me importaba, el nuevo bucle en el que había caído venía a decir que puesto que había sufrido tanto con los intentos de suicidio todo placer sexual sería insuficiente para compensarlo.

Supongo que me tomé mi tiempo para tentar suerte en el local que había elegido. Al entrar comprendí cómo mi presencia allí era tan chocante como un empleado de la basura, con su uniforme, en un acto de gala. Mis ropas desentonaban, mi aspecto llamaba la atención, mi timidez era como una diana para todas las miradas. Estoy convencido de que aún no había engordado, como lo haría más tarde, debido en buena parte a la medicación, como supe después, y a ese trastorno de alimentación en el que caería como una forma de suicidio, lenta y no desagradable del todo. Lo deduzco porque aún no trabajaba en Madrid y conservo fotos de cuando trabajaba en el juzgado de donde sería expulsado tras el intento de suicidio de la pistola. Era un chico joven, delgado, con un cierto atractivo.

Diera la imagen que diera, lo importante allí, como en todas partes, pero mucho más allí, era el dinero. Se me acercó una mujer joven, despampanante, con pinta de sueca, algo que me confirmaría ella. Hablaba mal el español pero se le entendía lo suficiente. Puede que no fuera exactamente sueca, también podía ser noruega o escandinava en general. En aquel tiempo las suecas estaban de moda como el paradigma de las mujeres explosivas y liberales, algo que reflejaría el cine español de la época, tan cutre como la sociedad en la que se manufacturaba. Su amabilidad, supongo, iba en consonancia con mi aspecto y lo que se podía esperar de mí. Tras los saludos y la pregunta de costumbre sobre si la podía invitar a una copa, debió sentir una cierta compasión hacia mí, porque me dijo claramente que allí todo era muy caro y tal vez yo no tuviera suficiente dinero. Pregunté lo que costaba una copa y me atreví a preguntar cuánto costaría media hora con ella. Me lo dijo y no tuve que hacer muchos cálculos. El dinero me llegaba, aunque no me iba a sobrar mucho. Mientras apurábamos la copa le dije que tenía dinero suficiente y que me gustaría estar con ella. Me hizo subir por unas escaleras hasta el piso superior, donde había varias habitaciones. Todo en aquel local era lujoso, desde el mobiliario hasta las vestimentas de los personajes que pululaban por allí. Un lugar para ejecutivos, empresarios, gente con mucha pasta. El dormitorio era amplio, lujosamente amueblado y el lecho amplio y acogedor. Me ofreció un condón que rechacé. Le dije que era virgen, para que sintiera un poco de compasión y sobre todo para que no insistiera con eso de las enfermedades venéreas. Aún tardaría unos años en llegar la plaga del SIDA. Por otro lado, la posibilidad de morir de una enfermedad venérea, tal como la sífilis, no me espantaba¸ al contrario, era una manera de suicidarse, aunque lo de la sífilis sonaba muy serio. Pensé que la mujer se cuidaría mucho para estar allí, análisis médicos cada poco y todo tipo de precauciones para evitar cualquier enfermedad venérea. La protesta de un cliente allí sería tenida muy en cuenta. A los ricos se les hace más caso que a los pobres, en este terreno como en todos los demás. Lo primero era la pasta, saqué la cartera y conté los billetes. Ella los volvió a contar y me dijo que había suficiente. No me lavó la minga, como la prostituta de mi primera vez, ella tenía demasiada categoría para hacer eso, pero me dijo que lo hiciera yo. Mientras se desnudaba me sentí mareado, aquel era un cuerpo diez, de película. Solo de imaginarla en mis brazos sentía vértigo. A mi vez me desnudé y subí al lecho que parecía propio de una película en cinemascope, una especie de lecho de Cleopatra, solo que en moderno. No se podía besar, ya lo sabía, tampoco los pechos, un extra, apenas pude acariciarla un poco. Cuando antes llegara la penetración antes terminaría su trabajo. Juro que lo intenté con todas mis fuerzas. No debería haber habido el menor problema, porque su cuerpo sería capaz de enderezar una curva de carretera, pero yo iba hasta arriba de medicación. No fui capaz de generar una mínima erección, apenas pude penetrarla ayudándome con las manos. Lo intenté e intenté hasta que ella perdió la paciencia. Yo estaba rojo. Le dije que estaba tomando medicación, para disculparme y porque era la verdad. Ella pensó que se trataba de una disculpa. Fue amable. A todos los hombres les pasa alguna vez, me dijo. Debió de pensar que yo era un niñato patético. En lugar de burlarse de mí, puso cara compungida y trató de consolarme. Seguro que en otra ocasión sería diferente. Me vestí a toda prisa, pedí perdón y salí de estampida sin esperar a que ella se vistiera. Hasta es posible que atravesara el local corriendo y no dejara de hacerlo hasta encontrarme lejos.

Unos meses más tarde, ya trabajando en Madrid, me encontraría por casualidad con R. No la vi. Fue ella la que llamó mi atención y tuvo que hacerlo varias veces. No es que no la conociera, no había cambiado tanto, era yo que con la medicación caminaba como un zombi y a duras penas era capaz de tomar contacto con la realidad. Me sentí muy mal, fatal. Ella iba acompañada de una especie de osote bondadoso. Una especie de armario, pero con una cara tímida, casi ingenua. Nos presentó. Era el matón de la güisquería donde ahora trabajaba ella. Me dijo que tenía que pasar por allí para charlar un rato, ella me invitaría a la primera copa. Me pasó una tarjeta. Estaba deseando hablar, se le notaba, incluso me invitó a tomar un café. Yo estaba deseando salir de allí como en los dibujos animados, dando vueltas a las piernas y tomando una velocidad de vértigo. Hice de tripas corazón y aguanté lo suficiente para no parecer descortés. Hasta es posible que ya hubiera salido en la televisión y ella me viera. Tal vez esa fuera la causa de su amabilidad conmigo y de su ofrecimiento para hablar. En cuanto pude puse una disculpa cualquiera y me alejé a buen paso.

Mientras caminaba no dejaba de pensar en ella. Puede que no hubiera caído en la prostitución, puede, pero estaba a un paso. De servir güisqui a los clientes y darles cháchara a acostarse con ello solo existía una delgada línea que se podía pasar en cualquier momento. Me sentí mal. No era una buena vida, ni para ella ni para cualquier otra mujer. Puede que el armario fuera su chulo, aunque su cara tenía una expresión tan bondadosa que lo dudé. Por supuesto que nunca fui a verla. No dejé de lamentarme de no haber sido más atrevido aquella noche. Todo podría haber sido muy distinto. Años más tarde, recordando aquella situación como una de las encrucijadas de mi vida me dije que no debería quejarme, aquello no podía salir bien, de ninguna de las maneras. Mejor que todo continuara por el camino que me llevaría a conocer al amor de mi vida, casarme, fundar una familia y ser feliz, todo lo feliz que puede ser un enfermo mental, hasta el divorcio.

Me imagino en el tren, de vuelta a León, una vez conseguido el traslado. Estoy saliendo del primer círculo del infierno. Desde la ventanilla del tren miro, atravesando la barrera del tiempo, hacia el pasado, a aquel ingenuo jovencito que va en el otro tren, camino de Madrid, donde ocurriría lo que ocurrió y donde viviría aquella temporada en el infierno, como acostumbro a llamar a aquella etapa de mi vida. Entonces no sabía que estaba entrando en el primer círculo infernal, como ahora tampoco sabía que estaba entrando en el segundo círculo del infierno. Un círculo más mental que físico, pero tan infernal como el anterior o mucho más. Ahora desde la distancia que dan décadas de tiempo pienso que es un milagro que saliera de aquellos círculos infernales. Solo un milagro pudo conseguirlo. Creo que en buena parte debo agradecérselo a mi Beatriz particular, pero sobre todo las fuerzas poderosas que controlan y dirigen el universo. No es posible que yo siga vivo sin alguna intervención de algún tipo de fuerzas invisibles y poderosas. Un enfermo mental como yo tenía todas las cartas del tarot en la mano, todas ellas con el símbolo de la muerte; el que al final saliera otra carta tuvo que ser una trampa, no mía porque no soy un mago ni un tramposo, sino de las fuerzas poderosas, solo ellas pudieron hacerlo.

Sentado en el asiento de aquel tren que me devolvía a León, pensaba en que estaría mucho mejor que en Madrid. Viviría con mis padres que seguramente no mencionarían mis intentos de suicidio, aunque los conocían todos, y en el trabajo me las arreglaría para pasar desapercibido. Ingenuidad de enfermo mental, porque yo era ya un obeso, barbado y desaliñado con mi mariconera al hombro, algo que en Madrid pasaba desapercibido, pero no en una ciudad pequeña, como comprobaría en cuanto tomé posesión. Allí me encontraría con una rubia alcoholizada que intentaría ser mi profesora de francés, el tiempo que no estaba bebiendo algo en alguna cafetería. Se me ocurrió que leía bastante bien el francés, pero no lo hablaba nada, por eso busqué una profesora con la que hablar y adquirir soltura. Por eso el segundo círculo del infierno se titulará así. No tendría como Dante un Virgilio que le asesora y protegiera. El infierno iba a continuar y el sufrimiento sería aún mayor que de todos los condenados en todos los círculos infierno dantesco.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XIX


 

-¿Por quién lo hubiera hecho, Hortensia?

Ésta le miró con cara fosca, apretando los dientes y respondió.

-Por usted, señorito, por usted lo hubiera hecho. Y creo que su Nely también lo haría, porque le quiere. Ninguna mujer soportaría a un hombre como usted si no estuviera enamorado de él hasta las cachas. Me temo que usted no, señorito, porque usted solo se quiere a sí mismo. Es un egoísta de tomo y lomo y no creo que haya estado enamorado nunca de ninguna mujer.

Córcoles la miró asombrado y no dijo nada.

-¿Qué ha traído usted, Hortensia?

-Vodka, señorito, a ver si se la bebe entera y se lo llevan a usted también los demonios. A todos los hombres se los deberían llevar los demonios, las mujeres estaríamos más tranquilas.

Córcoles se bebió de golpe la copia de anís que le había servido Hortensia. Estaba tan borracho que ni siquiera notó que aquel vodka era demasiado dulce. No quiso decir nada. Estaba claro que a la mujer le había sentado mal el aguardiente.

-Hace frío. Deberíamos atizar la chimenea.

-Ya lo he hecho, señorito, y he cerrado la puerta que dejó abierta.

-¿Cómo lo consiguió? Usted no tiene precio.

-Usted lo hubiera logrado también si hubiera cogido el paletón de la cocina. Y tiene toda la razón, no tengo precio, no podría comprarme con todo su dinero. Aún no sé porque sigo a su lado. Me cae bien. Solo Dios sabe por qué.

-¡Vaya nochecita de perros, verdad Hortensia! No me hubiera extrañado si un lobo se cuela por la puerta abierta y me muerde el trasero, jeje.

-No se extrañe, señorito. Hace un momento escuché dos aullidos que me pusieron los pelos de punta. Debe de ser un lobo solitario y hambriento. Aunque juraría que la manada tampoco debe estar muy lejos.

-¿Están cerradas todas las ventanas?

-Esta tarde las cerré todas, cuando comenzó a nevar. Ya imaginé que no sería una nevada de juguete.

-¿Por qué no se sienta y me termina de contar esa historia, Hortensia?

-Creí que no iba a conseguir despertarle.

-Le prometo que no me dormiré.

Hortensia se sentó en el sofá y Córcoles, en un gesto mecánico, puso su mano sobre su muslo y comenzó a acariciarlo como si acariciara una longaniza. La mujer se sintió ofendida y le dio un fuerte pescozón. Córcoles retiró la mano, sobresaltado, temiendo que la mujer se lanzara sobre él y comenzara a abofetearle. 

A Hortensia le sentaba mal el aguardiente por lo visto. Ésta de pronto le tomó la mano y la colocó sobre el muslo, muy arriba, casi rozando sus bragas. Y allí la retuvo con fuerza, como un castigo bien merecido.

-Le decía que Sisebuto siguió el rastro de Julita como un sabueso. No sé si estaba enamorado de ella ni me importa, pero lo cierto es que logró su objetivo. 

-Pues que aúllen los lobos cuanto quieran. ¿Dónde habíamos quedado? Te prometo Hortensia que no me volveré a dormir.

-Le juro, señorito, que si se duerme le despierto a sartenazos.  Pues bien, Sisebuto regresó de su búsqueda de Julita y nadie le pudo sacar ni media palabra. Se dijo que no la había encontrado y que por eso no quería decir ni media palabra. Como eso llegara a sus oídos pegó una foto de Julita en la plaza. La moza iba ligerita de ropa, vestida como las vedetes, o como se llamen, van en las revistas musicales. Estaba de pan y moja y eso dijeron todos los mozos del pueblo que pasaron por allí en grupo y todos los casados que pasaron por allí, de noche y de uno en uno, hasta que alguna, celosa, despegó la foto y se deshizo de ella.

“Se dijo que si había logrado encontrarla, nada pudo saber de su supuesto hijo y de por dónde paraba. Aquí Sisebuto no dijo nada. Lo mismo que cuando se rumoreó que alguien estaba comprando la casa del antiguo molino, en el valle, y que esas manos anónimas bien podrían ser las de Julita. Se dijo de todo y de casi todo con muy poco fundamento. Los mozos del pueblo entraron a saco en su casa, una mañana en que había salido al monte, y se llevaron fotografías, una para cada uno, y programas de las revistas que al parecer protagonizara Julita. Pusieron su cuarto patas arriba, pero no debieron encontrar lo más importante, que Sisebuto había escondido bajo unas tablas flojas, en el suelo.

Muchos mozos hicieron escarnio de las fotos, incluso se habló de que algunos se habían masturbado sobre ellas, en la era. Debió ser cierto porque a lo largo de una semana, todas las noches, un mozo salía escalabrado, se escondiera donde se escondiera. Un par de ellos tuvieron que ser llevados al hospital, donde no abrieron la boca, negándose a señalar la mano que les había propinado tan brutal paliza.

El pueblo estaba en pie de guerra, todo el mundo tenía miedo y solo se hablaba de Julita en susurros y en privado, dentro de las casas. Así fue como un día estalló la bomba. Habían llegado obreros de la ciudad, en un camión medio destartalado, con andamios, herramientas y material para hacer obras en la casa del valle.

Todo el mundo se agolpó en la plaza, donde se habían detenido para comer y echar unos tragos. Así pasaron la tarde, porque quien más quien menos les invitaba a un trago y les hacía preguntas. Así pudo saberse que quien les contratara era una mujer, joven, amable y muy hermosa. Que pensaba ocupar la casa en cuanto ellos terminaran y que antes les había dicho que pasaría para ver cómo iban las obras y darles las últimas instrucciones. Poco más sabían de ella, excepto que era del pueblo, que se había marchado a servir a la capital y allí un empresario de Madrid la había visto y contratado para el teatro. Debía de haber hecho mucho dinero porque les había ofrecido una buena propina si terminaban antes de la Navidad.

Todas las comadres del pueblo andaban en ascuas por saber si había estado o no embarazada y qué se había hecho de su hijo, entre otros detalles morbosos. Pero los albañiles y el encargado no pudieron dar más detalles, a pesar de que lo intentaron con su lengua estropajosa. Estaban borrachos como cubas y aquella noche tuvieron que dormir en la posada de la tía Antonia.

-Perdone Hortensia que la interrumpa. Pero yo también estoy en ascuas. ¿Se marchó Julita embarazada? Y en ese caso, ¿qué fue de su hijo o hija?

-Pues se va a tener que j… señorito, porque no pienso decirle nada hasta el final. Así no volverá a dormirse.

-Cómo eres “Horti”, una auténtica demonia. No volveré a beber más, te lo prometo, y cada vez que de una cabezadita saldré a refrescarme con la nieve y dejaré que los lobos me muerdan el culo, si eso te hace feliz.

-Por mí podrían morderle también por delante, a ver si terminaban con su vida de crápula.

Córcoles se arrimó lo que pudo e intentó hacerle carantoñas, que ella rechazó con aspavientos, pero cuando la mano del hombre inició un delicado sobeo de sus muslos, ronroneó como una gatita, aunque no por ello quiso contestar a la pregunta que tenía en ascuas al señorito.

-Pues verá usted, señorito, aquellos meses fueron trepidantes. Todo el mundo hablaba con todo el mundo para saber si fulanita o menganita tenían nuevas noticias y hasta se atrevieron a dirigirse a Sisebuto e invitarle a tomar unos vinos. El hombre se negó en redondo. Se pasaba la mayor parte de los días perdido en el monte. Había dejado de trabajar para su padre y cuando éste se lo reprochó, delante de todos los jornaleros, Sisebuto lo amenazó de muerte. Un jornalero lo contó en el bar del pueblo y juró y perjuró que nunca había visto al mozo tan fuera de sí. Todos temimos que lo matara allí mismo.

Un día se oyó el ruido de un coche a lo lejos y la comadre que estaba de turno, haciendo guardia a las afueras del pueblo (se turnaban esperando ver aparecer a Julita) dio la alarma.  Habían quedado en disimular paseando por la plaza como quien no quiere la cosa, y así lo hicieron. El coche que llegó era efectivamente el de Julita. Conducía un hombre joven, con traje gris y una gorra de plato que llamó mucho la atención. Muchos señalaban su cabeza y reían como paletos que eran. Los niños aprovechamos la ocasión para divertirnos con lo que divertía a los adultos y un par de pilluelos le tiraron los huevos que llevaban preparados para Julita. Algunas madres habían confiado, en secreto, a sus hijos lo mucho que les gustaría que la oveja negra del pueblo fuera recibida a tomatazos, huevazos o lo que estuviera más a mano, ni siquiera prohibieron el uso de piedras. Eso sí, ninguno tenía que decir quién les había sugerido la idea. Se trataba de un secreto que debería quedar en familia. Por supuesto que los primeros en enterarnos fuimos los restantes niños a quienes sus madres habían encomendado semejante encargo. Los padres no quisieron saber nada del tema, tal vez pensando que si pasaban desapercibidos en la primera algarabía podrían reservarse un as en la bocamanga para el caso de que Julita fuera tan puta como decían sus mujeres y se decidiera a buscar algún macho en el pueblo que la calentara durante el duro invierno.

Yo entonces era una niña, pero muy avispada, no se crea el señorito. ¡Lo que a mí se me escapara! Escuchaba conversaciones a escondidas y procuraba enterarme de una u otra manera de las respuestas a las preguntas que bullían en mi cabecita de chorlito. Lo que le estoy diciendo, señorito, de los deseos ocultos de los mozos y hombres del pueblo no me lo estoy inventando. Se lo escuché a varios y deduje, muy acertadamente, que quien más quien menos se hacía ilusiones con calentarle alguna vez la cama a la única puta oficial que había dado el pueblo, porque hubo muchas, aunque a escondidas, y los embarazos se tapaban de la mejor manera posible, con bodas rápidas, de penalti, como se hizo frase hecha, o largas visitas a parientes lejanos de las embarazadas que nadie conocía ni de los que se había oído hablar hasta entonces.

“Julita tuvo suerte en aquella ocasión y los tomates y huevos que estaban preparados para ella los recibió el pobre chofer. Incluso alguna piedra llegó a rozarle. Con el tiempo se supo que aquel joven de buen ver era un estudiante universitario de un pueblo de la comarca, a quien había conocido Julita en su camerino de vedete, después de que el chico lograra vencer su timidez y presentarse como un admirador de un pueblo cercano al suyo. A ella le cayó muy bien y enterada de sus apuros para terminar la carrera le contrató como su chofer. El hecho de que fuera de la comarca y pudiera difundir secretos de su vida privada no le importó. Por lo visto el chico era muy serio y formal y muy cumplidor de su palabra.

“Entre ellos debió surgir algo más, como se pudo comprobar unos meses más tarde, cuando el chaval se quedó a vivir con ella en la casa recién acomodada. Era unos años más joven que Julita, pero muy guapo, muy serio y culto y sobre todo muy discreto. Nadie en el pueblo se enteró de nada que la afectara tirándole a él de la lengua. Pero eso ya se lo contaré al señorito en su momento.

-¿Y del embarazo qué, Horti, cariño?

Córcoles estaba encandilado con la historia que Hortensia le estaba contando a la pata la llana, pero como una consumada narradora.  La borrachera se iba disipando muy lentamente y él no hacía nada por evitarlo. Era una noche perfecta para una historia perfecta. Acuciado por el morbo de conocer aquel detalle siguió acariciando los muslos de su criada y hasta llegó a poner sus dedos en sus bragas, aunque no intentó introducirlos bajo ellas y ver qué le esperaba. Estaba claro que Hortensia no le excitaba sexualmente o que una historia tan completa le bastaba por aquella noche. La mujer se dejó hacer y no dijo nada. En su fuero interno tal vez estuviera rezando para que la borrachera del amo se disipara totalmente y los que ella consideraba sus pobres encantos fueran suficientes para ponerle rijoso. No obstante como nada de ello acaecía decidió divertirle con la historia y ver qué ocurría al final de la noche, si es que tenía la suerte de que ocurriera algo.

-Lo cierto, señorito, es que nunca llegó a saberse nada a ciencia cierta. Tal vez el único que pudo haber alcanzado la verdad fue Sisebuto. Al menos las comadres achacaron a ese conocimiento su posterior conducta con Julita. No dejó en ningún momento de seguir sus pasos a escondidas, como un perro apaleado, hasta alcanzar su objetivo, que no era otro que matrimoniar con ella. Pero antes ocurrieron muchos acontecimientos que pusieron el pueblo patas arriba y que terminarían para siempre con su tranquilo aburrimiento “antestral” como dice usted.

 -Ancestral, Horti, ancestral. Haces bien en utilizar las palabras que nos regala el diccionario para describir lo mejor posible la realidad y ciertamente que la historia que me estás contando parece una típica leyenda ancestral. Sino la hubieras vivido y presenciado con tus ojos hasta juraría que es uno de esos cuentos de abuelas que corren por la comarca.

 -Puede estar seguro, señorito, de que todo lo que le estoy contando es verdad, aunque dada la tierna edad a la que presencié estos acontecimientos es posible que la imaginación, tan acendrada a estas edades, pueda haberme hecho dar algún que otro ligero traspiés. Lo que otros me contaron se lo cuento con la apostilla de que eran rumores y cotilleos. En cuanto a la esencia misma de la tragedia usted podrá conocerla si visita la casa donde ocurrió, a la entrada del valle del que ya le hablara.

-Perdona, Horti, ¿pero de verdad, de verdad, que nunca llegó a saberse si Julita estaba embarazada?

 -¿Tanto le importa eso, señorito?

 -No es que sea un morboso, entiéndeme, pero la historia cobraría otro sentido si Julita hubiera estado embarazada.

 -¡Si usted lo dice! Pues no, nunca se supo a ciencia cierta. Tal vez el único que podría haber dicho algo fue Sisebuto, pero ahora está muerto, y entonces aunque estuvo vivo se quedó más mudo que un difunto. A nadie se le ocurrió contar las palabras que dijo a lo largo de su vida, pero no debieron ser muchas.

 -¿Y ningún historiador averiguó en los registros civiles la posibilidad de que se registrara un recién nacido con los apellidos de Julita?

 -¡Historiador! ¡Qué cosas tiene el señorito! El único que se ocupó luego de la historia fue “”El Caso”, aquel periodicucho que se leía mucho en el pueblo para saber los crímenes que se cometían en otros lugares.

 -¿Tú lo leías?

 -Pues sí, a veces. Debe ser “morboza” como usted dice.

-Morbosa, Horti, morbosa.

 -Usted se entienda con sus palabras. Sí, a veces llegué a echarle un vistazo y se me pusieron los pelos de punta de la brutalidad que hay en el mundo. Claro que entonces ya conocía la tragedia ocurrida en el pueblo y pensé en aquello de que “ en todas partes cuecen habas…” De niña lo único que llegué a leer fueron las letras de los comercios y ello con dificultad. No tuve su suerte, señorito, apenas pisé la escuela. Me necesitaban en casa, para hacer la comida, mientras la familia trabajaba en el campo… El campo es algo muy, muy duro, señorito. Pero usted nunca lo sabrá. Tuvo mucha suerte.Con los años aprendí a leer mejor, por mi cuenta, pero aún así me costaba leer “El Caso”.

 -Después de todo fue una suerte que te hicieran cocinar desde niña. Así te hiciste una cocinera tan buena. Hortensia de mi vida.

 -Suerte para usted, que puede pagarme. Para mí no lo fue tanto. Hubiera preferido ir a la escuela y llegar a escribir algún día los libros que usted escribe. Haber tenido la posibilidad de hacerme rica y famosa y poder contratar a un cocinero como usted y abrirme de piernas a ver si picaba, aunque solo fuera por una propina. De todas formas le agradezco el cumplido. Nunca viene mal que a una le reconozcan el trabajo. Cocinar no es tan difícil cuando te gusta un buen plato y no comer de todo, como los burros. Como le decía, señorito, Sisebuto estuvo varios meses siguiendo el rastro de Julita y se rumoreó que incluso había contratado a un detective. Él tuvo que saberlo, seguro. Lástima que esté muerto, porque él es posible que se lo dijera. Lo que es Julita no se lo hubiera dicho viva y no creo que muerta pueda hacerlo, aunque quisiera, cosa que dudo.

 -¿Julita nunca trajo a un niño al pueblo, ni de visita?

 -No tuvo tiempo. ¡La pobrecita! Todo ocurrió demasiado deprisa. Cuando apareció por el pueblo nadie sabía aún que había comprado la casa del molino. Es cierto que se rumoreaba algo y preguntaron a los albañiles contratados, pero su respuesta no acabó de convencer a nadie. ¡Quién se podía imaginar que Julita regresaría al pueblo! El único que lo supo a ciencia cierta fue el tío Perido, el dueño, claro, pero éste no soltó prenda, porque la compradora le había amenazado con volverse atrás si alguien llegara a saberlo antes de que ella estuviese instalada en la casa. El tío Perico era más agarrado que una garrapata, lo que cogía no lo soltaba. Así que se volvió mudo de repente. ¡Por la cuenta que le traía! Se rumoreó que Julita había pagado un precio muy alto, mucho más de lo que el molino valía. Aquel viejo molino destartalado y aquella casa, que el tío Perico utilizaba como pajar, y de la que sólo se podrían salvar las paredes, de piedra como todas las casas en la comarca en aquel tiempo, no valía dos duros. Alguno del pueblo se los ofreció al tío Perico, pensando en reformarla, pero aquella garrapata juraba y perjuraba que no la vendería por menos de mil duros de la época. Así que Puede que Julita le pagara tres, cinco veces más. ¡Yo que sé! Nunca se supo por qué estaba tan interesada en regresar al pueblo y comprar precisamente aquella casa.

 -¿Y no pudo ser el lugar donde la violara Sisebuto?

 – Ahora que lo dice, señorito, “pué” que tenga razón. No había caído en ello. Lo cierto, y como le decía, fue que Julita llegó al pueblo y se armó la marimorena. ¡Menudo revuelo!  

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XX


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XX

-Hazlo, Rosindra. No me gustaría perderlo si al fin me decido adoptarlo.

-Hecho. Señores, terminemos de comer mientras nos lo permitan. Luego dejaremos que nuestro robot doméstico recoja todo y nos iremos zumbando al interior de nuestra nave. Les aconsejo que ocupen sus asientos, coloquen las sujeciones y permanezcan lo más quietos que sea posible. Si es posible no muevan ni una ceja. Nuestro robot se encargará de todo. Está acostumbrado a lidiar con los kooris y nunca pierde el control. Hará lo que tenga que hacer para ponernos a salvo. Veo, querida Alierina, que tu bebé permanece dormido. No lo despiertes, si es posible, hasta que todos estemos dentro. Luego con cuidado lo dejas fuera o la turba nos invadirá al rescate…Jajá, ha despertado y te ha debido de confundir con su mamá, porque está intentando alimentarse a tus pechos. Es gracioso.

-Lo será para ti, Rosindra, que no sufres sus chupetones ni sus dientecitos clavados en los pezones… ¡Uff! Me lo han arrebatado de un tirón. Casi me quedo sin pezón. Cómo duele. Creo que será mejor que nos traslademos a la nave cuanto antes y dejemos que el robot se entienda con ellos.

-Cierto, ya han probado todo y parece que no les ha gustado. Han iniciado una batalla lanzándose la comida como en un juego bélico de primera. ¡Ay! Me han dado con un trozo de tarta en los ojos. No veo nada.

-Vamos, todos en pie. Procuremos dispersarnos y que cada cual llegue a la nave como pueda. He perdido la pista de mi bebé. Esto es un pandemónium. Los holovidentes se lo estarán pasando en grande, luego veremos los comentarios, pero esto es una auténtica guerra. Jajá. Perdona Rosindra, dame la mano. Un montón de kooris se han enredado en tus pies y te han tirado al suelo. Espero que no te hayas hecho daño. Y por favor, límpiate los ojos de una vez, o no podremos llegar a la nave. Arminido también se cachondeará de lo lindo cuando lo vea después de terminar de almorzar. Aviso a producción. Se me ha ocurrido que deberíamos hacer una campaña para que todos los vantianos adopten a una familia de kooris. ¡Sería fantástico! No tendrían tiempo para seguir viviendo en su mundo virtual. Ojo producción. Hay que hacer una campaña en ese sentido. Acabemos con el universo virtual. Nunca imaginé que fuera tan fácil.

-Jajá, déjate de bromas Alierina. Es muy gracioso pero esto se pone cada vez más feo. Han trepado al pelo de Elielina y se están balanceando como si fueran lianas. Y su marido no solo no la está ayudando sino que corre como si le persiguiera algún diablo mitológico. Va a ser el primero en llegar a la nave. Si será cobarde… Oh, no, sí, quiero decir sí, le han zancadilleado y ha besado el suelo. Ahora se han subido a sus espaldas media tribu y lo están atando con lianas diminutas, pero que parecen ser muy resistentes. Lo han inmovilizado por completo. ¡Bravo por los kooris!

-Por lo que más quieras, Rosindra, no los animes o harán lo mismo con nosotras. El robot ha entrado en fase hiperactiva y está recogiendo todo a velocidad supersónica. Pero él tampoco se libra. Intentan ponerle la zancadilla, pero ha encendido sus pequeños cohetes y va volando de acá para allá. ¡Bravo robotín, bravo! Le están persiguiendo, yo diría que casi con saña, en cuanto toca el suelo hay unos cuantos kooris que trepan a su cabeza e intentan mover las antenas, que como sabéis son elementos esenciales para ciertas percepciones robóticas…¡Oh, no! Parece que han conseguido desajustarlas porque nuestro robot está haciendo cosas muy extrañas, yo diría que graciosas si no me pusiera en su piel y sintiera que me lo están haciendo a mí, así me lo parecería. Ha subido sobre los árboles y al descender se ha enredado en las ramas de un tupido arbestis, que como todos sabéis es el árbol más numeroso en estos bosques donde habitan estos simpáticos kooris y cuyas ramas forman un auténtico laberinto. A toda velocidad ha subido la mayoría de esta tropa de kooris y de alguna manera lo han atado con lianas y zarcillos. El pobre robot debe de estar muy desorientado, porque de otra manera ya se habría librado, tiene suficientes herramientas para hacerlo…¡Aaatchís! Perdón. No todos los kooris se han ido detrás del robot, uno de ellos ha trepado hasta mi cabeza y me ha escupido a la cara una sustancia pegajosa y repugnante. ¡Aaatchís! Lo siento, pero creo que me está produciendo alergia.

-Otro ha hecho lo mismo conmigo. A mí lo que me produce es un lagrimeo terrible. Estoy llorando a lágrima viva, algo que no recuerdo me haya sucedido nunca. Nuestro robot tiene sustancias antialérgicas en aerosol para impedir que hagan efecto en los visitantes, pero ahora está prisionero y no nos puede atender. Los kooris las producen masticando ciertas plantas que solo ellos conocen. En alguna ocasión lo han hecho con otros visitantes, pero nuestro robot estaba libre para auxiliarles. Cada vez aprenden nuevas cosas. En esta ocasión parece que se han puesto de acuerdo para anular al robot antes de proceder a escupirnos las sustancias. Son unos verdaderos diablillos. Pido disculpas por los gemidos, los sollozos y balbuceos que son producto de la sustancia que me han arrojado. Por suerte nuestro robot ha debido orientarse porque se ha librado de sus ataduras y está volando hacia nosotras para combatir nuestras dolencias… Ya lo tenemos aquí. Por fin. ¡Qué alivio! Vuelvo a estar normal.

-Yo también, Rosindra. Ha sido muy molesto. Ya nos queda poco para alcanzar la nave. Veo que Oloronte no ha podido desatarse, cada vez está más sujeto al suelo. Bueno, que lo zurzan. Ya lo librará nuestro robot cuando pueda. ¡Uff! Ya estamos dentro. Ahora solo queda que el robot termine de recoger y se libre de los kooris para que podamos despegar. Su programación de emergencia ha debido acudir en su ayuda, porque ahora ya no toca con los pies el suelo, ni se acerca a los árboles. Los kooris no pueden trepar a él. Ya casi ha terminado de recoger. Ahora libra a Oloronte y a cuestas lo coloca en el interior de la nave. Creo que ya podemos despegar. Oh, no, qué tengo en el escote. ¡Pero si es mi bebecito! Ni siquiera lo he visto.

-Será mejor que con cuidado lo coloques fuera de la nave o toda la tribu nos asaltará para rescatarlo. Así. Eso es. Estamos todos, hasta el robot. Despeguemos. En efecto despegamos. ¡Uff, uff! Qué inmenso alivio. Qué gran alivio.

LOS PEQUEÑOS HUMILLADOS XXIX


           

            PRIMERO DE BACHILLERATO/TERCER TRIMESTRE

Me gusta el invierno, porque hace mucho frío y me encanta el frío, aunque a veces lo paso mal. Me gusta sobre todo la nieve. También la lluvia. La niebla no tanto, porque es muy molesta. Por eso he sentido alegría cuando ha comenzado la primavera. Los días de niebla son cada vez menos y se levanta pronto cuando el sol de mediodía puede con ella. En esta ciudad el calor tarda en llegar, aunque sea primavera. Me asusta un poco saber que en tres meses llegará el verano y el calor sofocante. Odio el calor, me siento muy mal, no quiero moverme porque sudo y me canso enseguida. Me pregunto cómo serán las clases de gimnasia cuando llegue el calor. Es la primera vez que pasaré el verano aquí, aunque no será mucho tiempo porque nos darán las vacaciones de verano y regresaré a mi pueblo. Me da un poco de miedo también entrenar para la tabla de gimnasia que haremos para la fiesta del colegio. Es el día de San Agustín, que es en agosto, pero se celebra antes para que puedan asistir nuestros familiares y de esta manera no tenemos que volver antes de las vacaciones.

En el pueblo yo pensaba que era un buen deportista. Corría mucho cuando jugábamos al pañuelo. Me gustaba ese juego. Los niños del pueblo nos reuníamos en la plaza y los dos mejores iban escogiendo a los que deseaban formaran parte de su equipo. Se tiraba una moneda al aire y el que acertara escogía primero. Iba eligiendo a los mejores corredores o a los más astutos y los últimos eran siempre aquellos a los que nadie quería. Yo nunca fui el líder que escogía a su equipo. Me daba vergüenza porque soy muy tímido, pero siempre me escogían el primero o como mucho el segundo. Al que le tocaba de poste sacaba un pañuelo del bolsillo y lo sujetaba en el aire con los dedos de la mano derecha y la izquierda, no demasiado fuerte para que se lo pudieran llevar al dar el tirón. Cada jefe hablaba en voz baja y nos daba un número a cada uno. El que hacía de poste gritaba un número, el uno, el dos, o el que le apeteciera. Entonces de cada equipo salía corriendo el que tuviera ese número, para llegar antes y llevarse el pañuelo. Si eras mucho más rápido que el contrario te llevabas el pañuelo hasta pasar la raya en el suelo que se había hecho antes de empezar a jugar, contando pasos desde el poste. Tenía que hacerse bien para que la distancia fuera la misma, si se hacía trampa un equipo tenía siempre la ventaja. A veces los jefes no se fiaban y discutían. Entonces se contaba con los pies, en lugar de con pasos. El que contaba ponía un pie, luego el otro, pegado y contaba hasta el número que se hubiera acordado. De esta manera todos miraban y contaban y era imposible hacer trampa. Los más rápidos siempre tenían ventaja, pero si te tocaba con el más rápido del equipo contrario y estabas igualado, aquí era muy importante ser astuto. Algunos no eran tan rápidos, pero eran muy listos, hacían como que se llevaban el pañuelo pero se quedaban quietos. El otro venía como un toro, pensando que le iba a pillar y a eliminarlo tocándolo antes de llegar a la raya. Pero si pasabas la raya del poste sin que el otro se hubiera llevado el pañuelo estabas eliminado. A veces los dos se quedaban tocando el pañuelo, hacían como que se lo iban a llevar, pero no lo hacían. El otro tampoco picaba y hacía un gesto de cogerlo. Así podían tirarse mucho rato, hasta que uno se decidía. Si pillaba al otro por sorpresa ganaba. Me gustaba mucho ese juego.

Yo pensaba que era un buen corredor, de los mejores, por eso no me asustó saber que todas las semanas tendríamos una hora de gimnasia, por la tarde. El gimnasio estaba en el sótano de un pabellón y era muy grande, enorme. Además, tenía de todo. Espalderas. Así llamaban a unos listones redondos de madera que estaban sujetos a las paredes. Te colgabas de la parte de arriba, que sobresalía, y el profe te obligaba a hacer distintos ejercicios. También había aparatos de gimnasia, el plinto, el potro y algunos más. Primero hacías calentamiento, una tabla de ejercicios de brazos y piernas, luego corrías alrededor del gimnasio, descansabas, los aparatos y las espalderas. Pensé que la carrera se me daría bien, pero dabas tantas vueltas que acababas agotado y te parabas. Entonces el profe te daba una advertencia, si volvías a hacerlo te castigaba. Yo me cansaba pronto, como otros niños. Las espalderas se me daban fatal porque había que hacer flexiones con los brazos y yo tenía poca bola, poco músculo. Al principio los aparatos me daban mucho miedo. Ibas corriendo, dabas un salto para tocar con los dos pies una especie de trampolín de madera y pasabas con las piernas separadas una especie de caballo de madera hasta caer en la colchoneta que había al otro lado. A muchos les daba miedo y ponían las manos en el caballo para no saltar. Lo peor era cuando te hacías daño en los huevines, bien porque golpeabas con el pito y los huevines contra la madera o bien porque te quedabas a mitad del caballo y caías de golpe con las piernas abiertas. Yo ya sabía el daño que hacía eso, porque cuando te pegaban un balonazo en las partes el dolor era espantoso y tardaba mucho en pasar. Aunque lo peor era que todos se rieran de ti a mandíbula batiente, con lo mal que lo estabas pasando.

Antes de que me pasara a mí les pasó a otros. Cuando Gallego, el empollón de las gafas con cristales de culo de vaso, se golpeó en los huevines y estuvo un rato en el suelo, llorando, yo no me reí como hicieron otros, pero si pensé que me alegraba de que fuera malo en gimnasia. Era un pecado pensar eso y tuve que confesarme el sábado. Pero el peor de todos era Calzón Agudo. Era tan alto, tan desmadrado y tan inútil corriendo que se quedó a mitad del caballo y cayó sobre la madera. Se hizo tanto daño que estuvo un rato en el suelo, quejándose. El profe se asustó y a punto estuvo de llevarlo a la enfermería. Todos odiábamos la clase de gimnasia al principio, salvo algunos que eran muy buenos deportistas y lo hacían todo bien. Luego, con el tiempo, me acostumbré a casi todo y así pude sacar un aprobado. No podía suspender ninguna asignatura o no me darían la beca, al menos eso creía. Me habían suspendido en matemáticas los dos primeros trimestres y mucho me temía que me iban a suspender el curso. Pero otras asignaturas me preocupaban, la gimnasia era una de ellas, aunque tenía esperanza de que con el tiempo llegara a ser un buen deportista. El dibujo era otra de las que aprobaba con un cinco raspado. No es que fuera mal dibujante pero se me daba mal pasar los dibujos a tinta china. No podía evitarlo, echaba alguna mancha y tenía que repetirlo. Eso me ponía de los nervios. En el resto de las asignaturas sacaba notable o sobresaliente. Al principio solo sacaba matrícula de honor en conducta. Era muy buenín, no hablaba, no me salía de la fila, rezaba con devoción en la iglesia, y trataba de comer todo lo que ponían en el comedor, aunque algunas veces no lo conseguía, pero eso no debía contar mucho para la conducta porque desde el principio empezaron a ponerme matrícula de honor en conducta.

Con la primavera empezamos a aprender las tablas de gimnasia para la fiesta del cole. Lo hacíamos en la clase semanal de gimnasia y luego los sábados por la mañana, todos los cursos juntos en el patio. Los ejercicios no eran difíciles, pero sí ir todos conjuntados, porque desde lo alto se veía muy bien cuándo alguien o muchos se retrasaban o adelantaban. Yo me limitaba a mirar al profesor y seguir a pies juntillas todos sus movimientos. Había que estar muy atento, porque la menor distracción te hacía perder el ritmo. Era difícil que te vieran en un desliz, salvo que estuvieras un buen rato fuera de ritmo. Repetíamos la tabla una y otra vez, hasta que por la fuerza de la costumbre ya lo hacías automáticamente. Cada vez me gustaba más el deporte, sobre todo porque quería que me cogieran para la liga de futbol. La de los pequeños, de primero, segundo y tercero de bachillerato, porque los mayores tenían su propia liga. Por eso cuando el Madriles, un chico que era de Madrid y que no paraba de hablar de que Madrid era la mejor ciudad del mundo, por eso le pusieron ese mote, nos preguntó a unos cuantos si queríamos correr con él y entrenar en los recreos, dije que sí. En un terreno, al lado de los campos de futbol, donde no había nada, ni árboles ni hierbas, hicimos una pista de atletismo. En un recreo, con dos palos y una cuerda, trazamos la pista siguiendo sus instrucciones. El Madriles medía, sujetaba los palos, y nosotros hacíamos un reguero profundo cavando con palos. Eso nos hizo sudar, porque decía que cuanto más profundo fuera el reguero, más nos duraría y no tendríamos que volver a hacerlo.

Como durante los días de niebla no me gustaba jugar al futbol, porque no se veía la pelota y además el campo de primero se llenaba de jugadores, ya que era el más pequeño y los chivinas de primero los más numerosos, me iba a correr con el Madriles. El primer día pensé que se trataba de llegar primero y corría con toda mi alma, pero como nos dijo el chico, no se trataba de correr los cien metros lisos, sino de hacer carreras de fondo, la maratón, que llamaba él. Nunca había oído esa palabra. Se trataba de pasarse todo el recreo corriendo sin parar, por lo que había que calcular muy bien las fuerzas. Las primeras veces no conseguí pasarme la media hora corriendo. Me agotaba enseguida y además me entraba un dolor muy fuerte en el costado. El Madriles decía que era el flato, lo que a mí me sonaba a pedo, pero no, era un dolor muy agudo que te impedía seguir corriendo. El aguantaba más que todos los chicos que corríamos e iba contando las vueltas, siempre era el que más vueltas hacía y además nos doblaba a todos, a algunos hasta dos y tres vueltas. Nos enseñó a mantener el ritmo y a respirar. La competición me picaba y me propuse vencerle algún día, pero nunca lo conseguí.

Un fin de semana el prefecto dijo que íbamos a acompañar al equipo de baloncesto del colegio a jugar contra los dominicos. No estaban lejos, por lo que fuimos andando. Pasamos la fábrica de Fasa Renault, el huerto y por un bosque llegamos a su colegio. Por lo visto había un pique muy fuerte entre nosotros y los dominicos. Así supe que nuestro colegio tenía equipos de baloncesto, de balonmano, de futbol, de casi todo y lo formaban los mayores, aunque en futbol también había equipo de infantiles. Me dije que algún día yo formaría parte de ese equipo, pero mientras tanto tenía que mejorar. Al pasar cerca de un árbol caído y chamuscado, creo que fue un chico de tercero, el que nos dijo que un rayo había caído sobre aquel árbol y había matado a un niño que estudiaba en los dominicos. Aquello me asustó mucho. La muerte siempre me asustaba mucho desde que, teniendo cinco años, una vecina vino corriendo a casa de mi madre, diciendo que papá se había desmayado al bajar del autobús de la mina y creía que estaba muerto. Me puse muy pálido y pasé lo más alejado que pude del árbol, sin mirarlo. Por eso no disfruté del partido, a pesar de que ganamos. El baloncesto me gustaba, pero era muy bajo y nunca había jugado en el pueblo, donde no había canastas.

Otro fin de semana también nos llevaron andando a Valladolid, donde el equipo de balonmano jugaba contra San Viator, que era el más fuerte. Fue una buena caminata, aunque mereció la pena. Quedé asombrado con el portero de San Viator. Era un chico que tenía el cuerpo deformado y algo de parálisis, según nos dijeron. Pero paraba todo. Era increíble. Nosotros teníamos un equipo muy bueno, especialmente un chico de sexto que era muy alto y fuerte. Se alzaba sobre la barrera contraria y disparaba unos cañonazos que daban miedo, pero el portero siempre los paraba, lo mismo daba que la pelota fuera abajo, arriba, a un lado o a otro. Incluso nosotros aplaudíamos las paradas. A mí me pareció inconcebible que un chico con aquella enfermedad pudiera ser tan buen portero. Eso me hizo pensar que yo podría llegar a donde me propusiera porque no tenía ninguna parte del cuerpo paralizada. Cuando me daba el flato corriendo pensaba en aquel chico y continuaba corriendo, hasta que un día el dolor se hizo tan intenso que me desmayé y caí al suelo. Luego Madriles me echó la bronca. Había que cuidar el cuerpo para sacarle rendimiento en atletismo.

Hacer deporte me ayudaba mucho a no pensar en los suspensos o en la confesión del sábado, donde tendría que contar todos los pecados y eso hacía que me muriera de vergüenza. Comprendí que la mente era peligrosa, lo que había dentro de mi cabeza podía amargarme la vida. Me ponía triste sin querer, por cualquier cosa. No podía dejar de pensar en algo que había hecho mal, aunque supiera que ya no lo podría cambiar. Me asustaban los exámenes y me pasaba los días anteriores tan nervioso que hasta me costaba dormir. Hubiera dado cualquier cosa por poder controlar lo que bullía en mi cabeza. La mente era algo malo, muy malo, que cada día me preocupaba más. Por eso cuando escuché aquello de “mens sana in corpore sano” me apliqué con todas mis fuerzas a sanar mi mente machacando mi cuerpo lo que hiciera falta. El deporte era lo que necesitaba y además me gustaba mucho. Por eso lo practicaba hasta el agotamiento. Yo era un niño delgado, enclenque. En casa mi mamá no dejaba de decirme que estaba muy delgado y que comía poco. A veces me hacía las comidas que más me gustaban, solo para verme comer con ganas. Las habas verdes con patatas, cocidas y respiñadas con aceite, ajo y pimentón me volvían loco, podía comer dos platos tranquilamente. También me gustaba mucho el chicharro guisado con mucho ajo, me chupaba los dedos. O la palometa frita. Me gustaban casi todos los pescados. También el filete con patatas, pero eso lo comíamos una vez al año como mucho. La carne estaba cara y salvo el pollo apenas la comíamos. En cambio el pescado estaba barato y lo comíamos muchos días a la semana. A pesar de ello yo no engordaba nada. Siempre estaba delgado, con las patitas de alambre y el cuerpo enclenque. Mamá llegó a obsesionarse con mi delgadez y a veces me había llevado al médico para que me recetara vitaminas y todo eso. Yo no tenía hambre, por eso no comía mucho. Si la comida me gustaba, entonces sí comía y hasta podía repetir. Como con los garbanzos con arroz, muy ricos. En cambio allí en el cole no me gustaba nada, todo estaba mal cocinado y había muchas comidas que yo no comía en casa y que allí tenía que probar por primera vez. Creo que por eso me cansaba tanto al hacer deporte, porque comía poco, estaba delgado y tenía poca resistencia. A pesar de ello intentaba hacer deporte siempre que podía, porque me gustaba y porque no dejaba de repetirme aquello de “mens sana in corpore sano”. Necesitaba quitarme de la cabeza aquellas ideas que me hacían daño pero que no podía parar.

LA VENGANZA DE KATHY VII


LA VENGANZA DE KATHY VII

Y eso hicimos. Yo notaba ya una erección un tanto molesta que se agudizó cuando ella tomó la delantera y yo la seguí con la mochila a la espalda. No podía apartar mis ojos de su trasero, hasta el punto que en un momento determinado se volvió y me preguntó si le gustaba su popa. Me puse un poco colorado, la verdad, e inquirí si tenía ojos en la nuca. Se limitó a echar una mirada prolongada a mi entrepierna y a reírse con ganas. Aceleró el paso como si le corriera mucha prisa llegar a la cabaña, deteniéndose tan solo de vez en cuando para observar sus señales, sus códigos, que continuaban siendo totalmente invisibles para mí. Habíamos salido del bosque de secoyas, más despejado, con grandes espacios entre los árboles que permitían un fluido caminar, y nos encontrábamos de nuevo en el bosque más tupido con árboles menos altos, más cercanos entre sí, atiborrados de maleza y zarzas que los rodeaban, haciendo tan difícil moverse por allí que sólo la fijeza de mi mirada en la popa de Alice me impedía perderme, evitando quedar enganchado en algún espino. Ella parecía seguir un sendero, invisible para mí, que apenas era suficiente para dejar pasar un cuerpo humano, y ello con suma dificultad. Maldije mi dejadez y falta de prudencia al trasegar el contenido íntegro de la botella de vino. Tenía la cabeza como embotada y de vez en cuando sentía una curiosa sensación como de agradable mareo que aumentaba su intensidad cuando contemplaba la popa de Alice a plena satisfacción. Mi exaltada imaginación la iba desnudando y ya sentía su cuerpo desnudo entre mis brazos. Fantasía que generaba una molestia, más bien un curioso dolor en mi entrepierna, mezcla de placer no satisfecho y deseo frustrado que al aumentar en intensidad expandía mis gónadas, atraía más sangre al miembro viril, que crecía hasta descoyuntarse, haciendo que su roce contra el pantalón se hiciera insoportable por momentos.

Para evitarlo, en la medida de lo posible, decidí pensar en cualquier otra cosa que entretuviera mi mente, alejándola de aquel tormento que se iba haciendo cada vez más insoportable. Así se me ocurrió pensar en el bosque que atravesábamos a velocidad desmedida. Parecía extrañamente caótico. Una mezcla insólita de bosque de secoyas, rodeado por otro bosque más convencional y salvaje, tal vez debido a la falta de cuidado. Parecía que nadie lo hubiera desbrozado nunca, aunque la lógica me obligaba a pensar que hubo un tiempo en el que aquello debió de ser un paraíso natural, con senderos bien cuidados y marcados, bancos de madera para descansar en el camino y claros con mesas y hasta cabañitas y columpios para los niños. Intenté controlar aquel desvarío que me llevó a otro. ¿Cómo sería aquel entorno antes de que Mr. Arkadín lo eligiera como sede de su disparatado Crazyworld? Seguramente se trataba de un parque natural con numerosos visitantes. Pertenecería a algún organismo público. ¿Lo había comprado todo aquel millonario loco? La cabeza comenzó a irse de paseo, por lo que cambié de tema. No recordaba muy bien cómo había sido el camino que realizara con Jimmy cuando me llevó a la cabaña. Tenía la impresión de que todo había resultado más fácil y hasta más corto. ¿Era el camino del Pecas más fácil que el de Alice? ¿Existía fauna salvaje en aquel bosque? No se me ocurrió preguntárselo a aquel idiota, tal vez porque con la luz del sol no procedía pensar en semejantes temeridades. ¿Habría lobos, jabalíes, pumas, yo qué sé qué más animales salvajes?

No podía hacerme una idea, ni siquiera vaga, del tiempo que llevábamos caminando, de la hora solar… por cierto que parecía haber oscurecido, todo era mucho más gris ahora. A lo lejos sonó un trueno como amordazado y una gota de lluvia cayó sobre mi nariz. No me quedó otro remedio que fijarme en el culito de Alice y tratar de seguir sus pasos, ahora casi al borde del galope o la carrera. Me pregunté cuánto más quedaría y supliqué al cielo que se aguantara hasta que llegáramos. Lo que ocurrió de repente, tal vez porque el cielo me oyera o porque había llegado el momento de llegar a la cabaña. Salimos al claro que recordaba y allí Alice, sin mediar palabra, me tomó de la mano y corrimos juntos hacia donde ella me dirigió. La cabaña estaba escondida. Como cuando me guió El Pecas solo alguien que supiera de su existencia la podría encontrar. Nos refugiamos bajo un saledizo que ocupaba toda la fachada, oculta por hiedra y otros vegetales y ramas, porque había comenzado a llover con ganas. Un formidable trueno, ahora nítido, estalló sobre nuestras cabezas. Alice se movió a toda prisa rodeando la fachada, la perdí de vista y cuando regresó llevaba una llave en la mano, con la que abrió la puerta. Nos refugiamos a toda prisa en el interior. Entonces se me ocurrió una idea elemental.

-¿No deberíamos buscar a Kathy primero?

-Esa psicópata es demasiado lista para refugiarse donde sabe que la buscaríamos primero.

-¿Entonces crees que andará por el bosque con esta tormenta, como un animal salvaje?

-Me importa una mierda Kathy y toda su parentela. Ya habrás deducido que si te he acompañado no ha sido para buscarla, si no para tenerte solo para mí. Y ahora te tengo, guapo.

Cerró la puerta con la llave y me arrastró hasta una puerta de madera que abrió como si supiera qué nos íbamos a encontrar. Era un dormitorio enorme, decorado todo en maderas preciosas –al menos es la impresión que me dio, yo no sabía nada de maderas, ni de casi nada, continuaba siendo un amnésico- armarios de madera, mesas y sillones de madera, paredes de madera, lámparas de madera, un enorme lecho en madera, redondo, formando una rueda gigantesca y sobre él lo que me pareció un colchón de agua. Había cuadros de caza, bastante brutales para mi gusto y lo peor de todo eran aquellas cabezas de animales disecados, algunos con cuernos, otros con colmillos, todos con ojos transparentes. Yo no iba a poder tener sexo con Alice bajo la mirada de aquellos pobres animales, trofeos de caza de cazadores sin entrañas. Me desprendí de ella y me dirigí al primer armario, lo abrí con rabia. Nada que me sirviera. Abrí el segundo. Sí, allí había sábanas, mantas, colchas, edredones y toda la parafernalia de un dormitorio para millonarios. Comencé a sacar un montón de sábanas, perfectamente dobladas y colocadas en una estantería. Fui tapando cabezas a toda prisa. Entonces miré hacia Alice para pedirle que me ayudara, así terminaríamos antes. Ella a su vez me estaba mirando con ojos como platos, tan asombrada que no era capaz de decir palabra.

-Vamos, ayúdame. No sería capaz de hacer nada con los ojos vidriados de estos pobres animalitos mirándome.

-Pero, pero… tú estás completamente loco. Me entrego a ti, pongo este maravilloso cuerpo a tu disposición y tú… y tú solo piensas en tapar estos malditos trofeos. Estás majara, tío, completamente majara.

-Como casi todos en este frenopático que llaman Crazyworld. Lo que es perfectamente lógico. Claro que como tú eres la única cuerda en este antro, te puedes permitir el lujo de llamarme loco.

-Perdona, tío, perdona. Es que me has pillado por sorpresa. Entiendo que seas tan sensible a estas cosas, yo también lo sería si no estuviera tan ansiosa.

Me ayudó a tapar todos aquellos espantosos trofeos que solo a un auténtico loco como Mr. Arkadin se le ocurriría poner precisamente allí, en el dormitorio de sus orgías y depravaciones. Me sentí un poco idiota, pero yo amaba a los animales, o al menos así debería ser en cuanto recobrara mi perdida memoria. No supe hasta ese momento lo mucho que odiaba a Mr. Arkadin, aquel cerdo multimillonario que nos tenía allí encerrados de por vida. Y ahora, además, le odiaba aún más por aquella carnicería llevada a cabo con animales que no molestaban ni se metían con nadie. No podía recordar nada de mi pasado que se refiriera a mascotas o animales en general, pero aquel sentimiento era algo visceral que brotaba de mis entrañas como una ola dispuesta a arrasarlo todo. Y entonces se me ocurrió la gran idea. Puede que la amnesia fuera la causa de mi idiotez, o tal vez tan solo me hiciera aún más idiota de lo que ya era, el caso es que ni siquiera había pensado en la posibilidad de matar a aquel cerdo y librarnos a todos de la jaula de oro que era Crazyworld. Nada de seguir buscando delirantes e imposibles formas de fugarnos. La solución al problema había estado ahí todo el tiempo, frente a mis narices, y no la había visto. Aquel cabrón vendría, antes o después, a solucionar el asesinato del director, y entonces… Sí, porque por muchos guardaespaldas que trajera, no podía ser tan difícil pegarle un tiro, y más si todos nos poníamos de acuerdo, conspirábamos para llevar a cabo lo que todo el mundo estaría dispuesto a hacer para alcanzar la libertad. No pude seguir elucubrando al respecto, porque Alice se abalanzó sobre mí y comenzó a intentar desabotonar mi camisa.

EL BUSCADOR DEL DESTINO IV


EL BUSCADOR DEL DESTINO IV

Y justo un coche venía de frente por dirección prohibida. Toqué el claxon, encendí las luces, me di a todos los demonios. Nada, no funcionó. Seguro que el destino había nublado la mente de aquel conductor imbécil y nos dimos un batacazo, de frente, como hacen los toros y los tontos. Pensé que si el destino me la había jugado, ahora estaría esperando que perdiera los nervios, los papeles, hasta los calzoncillos. Que me liara a golpes, que viniera la policía municipal y me llevaran a chirona por desacato a la autoridad. Llevé la contraria al destino. Esta vez no me iba a pillar, ni esta, ni otra, ni nunca. Bajé del coche con lentitud, con calma, con paciencia, como un buda impasible. No respondería a los insultos, me dejaría dar de bofetadas, me echaría la culpa de todo, de absolutamente todo. Me comprometería a pagar los desperfectos, daría cuenta a mi seguro, lo que fuera, lo que me pidiera el otro, el imbécil. Cuando ya me disponía a hincarme de rodillas y pedir perdón a voz en grito. El conductor del otro coche, un hombre de mediana edad, delgado, despistado, con el pelo rapado, se acercó a mí con cara compungida.

-Perdone, perdone, me acabo de dar cuenta de que esta calle es de una sola dirección y por la flecha que he visto en el suelo soy yo el que iba en dirección prohibida. Mire vamos a rellenar un parte amistoso, quedará claro que yo tengo la culpa de todo. En realidad, lo voy a rellenar yo, no quiero molestarle, puesto que la culpa es mía y solo mía. Firmaremos, usted se queda con la copia. Le aseguro que mañana mismo lo pongo en conocimiento de mi seguro. Si no me cree, aquí tiene mi tarjeta, si hay algún problema me llama y le pagaré las reparaciones del taller, lo que sea preciso. No se preocupe.

Se puso a rellenar el parte encima del capó de su coche, mientras yo miraba y remiraba, pensando que. en efecto, aquel hombre había sido deslumbrado por el destino, le había engañado como a una oveja solitaria que solo busca la compañía del rebaño, balando sin descanso. Era un pobre hombre, que ignoraba las asechanzas del destino. Me dio pena. No obstante, acepté firmar y quedarme con una copia, lo mismo que con su tarjeta. Por si las moscas del destino se ponían furiosas y se ponían a picarme, como moscas cojoneras. El pobre hombre volvió a pedirme perdón, me dio un abrazo y subió a su coche, reculando, reculando, hasta subirse a un trozo ancho de cera y tocó el claxon para que pasara. Lo hice. Me despidió con un beso lanzado con los dedos desde su boca y así le perdí de vista, gracias a Dios.

No podía creer lo que acababa de pasar. El destino me la había jugado, pero cosa rara, todo parecía indicar que para bien. No era posible. Seguro que lo había hecho buscándome las cosquillas. Claro, sin duda estaría pensando que algo así me pondría muy, muy nervioso, más que si hubiera perdido los estribos y montado una trifulca. Olía a chamusquina por todas partes, hasta mi ropa. Habría previsto que con el nerviosismo sería muy fácil ponerme celadas por todas partes. Decidí salir de la ciudad cuanto antes, mejor dicho, con mucha calma, sin apresurarme, la celada me estaría aguardando en cada esquina. Me centré en lo que estaba haciendo, conducir, iría muy despacio, mirando cada paso de peatones, cada intersección, cada semáforo. Donde menos se espera salta la liebre, o un peatón despistado, o un semáforo en ámbar, o un policía municipal, todo podía ser susceptible de transformarse en un cepo para lobos.

No sé lo que tardé, pero lo conseguí. Abandoné la ciudad sin un rasguño, pero tan cansado, tan agotado, que me metí por el primer camino de tierra, aparqué junto a unos árboles desnudos y allí, una vez puesto el freno de mano, parado el motor y abierto las ventanillas, solté un grito estridente, horrísono. Golpeé con los puños el volante, lo mordí y una vez calmado encendí un pitillo. Eso me calmó definitivamente. Me disponía a continuar el camino cuando un recuerdo afloró a mi mente, echó raíces y no pude quitármelo de encima hasta que lo recapitulé de pé a pá, no me dejé un detalle en el tintero, hasta los más humillantes.

Había dado por supuesto que mi lucha contra el destino comenzó en la famosa bolera. Ahora sabía que no era cierto. En realidad. fue mucho antes. Aquel verano decidí alquilar una casa rural en un pueblecito casi abandonado de montaña. Me costó un ojo de la cara, pero supuse que merecía la pena. Solo, abandonado, meditando en una especie de monasterio rural. ¿Qué me podía ocurrir? Nada, absolutamente nada, salvo que las vacas tiraran y pisotearan el vallado de madera que rodeaba el jardín. Sí, me había preocupado de que la casa tuviera jardín, para salir a tomar el sol y olvidarme por completo de mi aciaga vida.

Todo fue bien. Llegué sin problemas, no me perdí, el climatizador del aire no se estropeó –porque hacía mucho calor- las llaves que me habían dado en la inmobiliaria entraban en las cerraduras. La casa era grande, tres pisos, el jardín coqueto, estaba lo suficientemente limpia para mí. La cama hecha, con sábanas. La habitación tenía internet, hasta wifi, para que pudiera instalar mi portátil donde me diera la gana y podría mirar el móvil hasta cansarme, sin consumir ni una micra de datos. Todo me pareció perfecto. Una vitro antigua, pero que funcionaba, el frigorífico estaba vacío, pero ya lo llenaría. Me eché una siesta larga y profunda. Me desperté vital, lúcido, lleno de esperanzas y sueños románticos. Salí al jardín. El silencio era monacal. Me puse a leer un libro. Decidí cenar. Había preparado suficiente comida, parte la trasegué en el camino y aún me quedaba un táper, una barra de pan, chorizo, queso y jamón. Lo saqué todo al jardín, colocándolo sobre la mesa que había instalada en el centro. Arrimé una silla metálica, suspiré de felicidad y me dispuse a trasegar como el tragón que soy. Acabé el chorizo, el jamón. Me quedó un poco de queso y algo de ensalada en el táper. Entonces caí en la cuenta de que no había bebido nada. No me apetecía beber agua. Recordé que había metido una botella de vino en el maletero. La había sacado y puesto a enfriar en el frigorífico, que funcionaba como si tal cosa. La fui a buscar, la descorché y salí sin vaso, bebería a morro. Entonces me encontré con un gato, o gata, porque todos los gatos tienen bigote, no sé distinguir a un gato de una gata. Estaba encima de la mesa, mordisqueando el trozo de queso que había sobrado. Me quedé pasmado. Siempre había creído que eran los ratones los que comían queso, no los gatos. El gato o gata era de un color rubio desvaído, estaba delgada y parecía no haber llevado una buena vida hasta entonces. En cuanto me vio dejó el queso y atrapó un currusco de pan, salto de la mesa y se alejó un buen trecho. No dejaba de mirarme, tal vez para adivinar mi próximo paso. Me dio pena. Le dije palabras cariñosas. Me hubiera gustado darle algo más sabroso, pero no quedaba nada. Mañana tendría que bajar a la ciudad más próxima para hacer la compra para un mes en el supermercado. Aprovecharía para comprar algo para aquel gato o gata. ¿Qué comen los gatos? Pienso, tal vez un poco de jamón de york, higaditos de pollo, algo de pescado.

Aquel gato, porque decidí que era gato y le llamé Silvestre, tal vez por los dibujos animados o porque vivía asilvestrado, se marchó con el currusco de pan en la boca. ¡Me dio una pena! A mí siempre me han gustado los animales, gatos, perros, ovejas, caballos, vacas… Nunca había tenido una mascota, porque me daba pena encerrarles en un piso de ciudad, como en una cárcel. Cuando me jubilara tendría una casita como aquella, con jardín, y si fuera posible con un gran trozo de terreno. Mejor una finca, vallada, con mucho terreno y allí tendría como mascotas toda clase de animales. Perros, gatos, ovejas, pocas, cabras, alguna, gallinas… Me puse a soñar. Llevaría una vida muy feliz rodeado de animales. Pero la realidad actual era muy distinta. Me acomodaría a ella, mientras soñaba en un futuro perfecto.

Me bebí media botella. Estaba frío y entraba muy bien después de un chorizo picante y un queso curado, seco, que daba sed. No me había dado cuenta de la sed que tenía hasta que me llevé la botella a los morros. Recogí lo que quedaba. Me levanté para llevarlo todo a la cocina. Me tambaleé. ¿Era posible que estuviera borracho? No suelo beber, pero media botella de vino bebida a gollete y casi sin respirar. Sí todo era posible. Como pude llegué a la cocina, cerré la puerta. Dejé la maleta donde la había dejado, mañana ya me ocuparía de ella. Subí hasta el dormitorio y encendí el portátil, me apetecía ver una película, incluso quedarme dormido en el cómodo sillón del dormitorio. No había internet. Había puesto correctamente la contraseña de la wifi que me habían facilitado en la inmobiliaria. Nada. No hay servicio, decía un letrerito. Creo que el vino me había soliviantado. Decidí llamar al servicio técnico de mi operadora y echarles una buena bronca. Marqué en el móvil el número que tenía en la agenda de contactos. No hay servicio, decía un letrerito. ¿Esto qué es? Esto no me puede pasar a mí. Les recuerdo que en aquel tiempo yo no sabía quién era el destino ni las putadas que te puede hacer cuando la toma contigo. Aún no me había rebelado contra él, ni había empezado a buscarlo para ajustarle las cuentas.

Quería ver una película, no leer un libro. Me fui a la cama. Noté que estaba completamente agotado del largo viaje. Lo supe porque tenía los nervios crispados, tensos como una cuerda de violín, o de guitarra, pongamos por caso. Me tumbé encima de la cama, en calzoncillos, porque hacía mucho calor, con las ventanas abiertas. Di vueltas y más vueltas hasta que logré quedarme dormido. Me despertó una necesidad acuciante de orinar, o de mear, seamos vulgares. ¿Sería el vino? En realidad sufro de la próstata y me paso las noches levantándome a mear cada dos horas. Casi lo había olvidado con el cambio de aires. Encendí la luz del servicio y casi me da un pasmo. El servicio estaba ocupado por una camada de gatitos, preciosos, eso sí, pero gatitos, que salieron corriendo en todas direcciones. ¿Y adivinan quién era la mamá gata que también salió corriendo? Silvestre se había convertido en Silvestrina, en mamá Silvestrina. No podía creerlo. Se había colado por la ventana abierta en el cubículo de la caldera y el depósito de la calefacción. Había dejado la puerta, que comunicaba el habitáculo con el servicio para que se formara una corriente de aire, aunque no soplaba ni una brisilla, y eso que estaba en un pueblo de montaña. No podía hacer otra cosa que mear, a pesar de la presencia de la mamá gata y los gatitos. Estuve un buen rato, luego me fui al dormitorio y cerré la puerta. Mañana sería otro día.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XVIII


CAPÍTULO IV CONTINUACIÓN

 Como pudo se levantó y regresó al sofá, ahora un poco menos bamboleante que antes, tal vez porque el frío le había despejado un poco. Ni siquiera miró a Hortensia que no se había molestado en tapar sus desnudeces; no porque aún conservara alguna esperanza de que aquel zopenco, borracho como una cuba, pudiera satisfacer sus anhelos más íntimos, que los seguía teniendo, sino porque lo mismo se hubiera podido desnudar completamente delante de sus narices, que ni se habría enterado. Algo bailaba en el cráneo del señorito, porque éste, tan pronto se hubo aposentado, preguntó a Hortensia:

-Oiga, Hortensia, ¿por casualidad no se habrá conservado aquel pasquín o alguna foto de la moza?

-Me temo que no, aunque tal vez mi padre haya guardado alguna foto de Julita. Tendré que mirar entre sus pertenencias que aún conservo en el desván.

-¿Aparecieron más fotos de Julita?

-Esa es otra. Como le dije los mozos no lograron ponerse de acuerdo, pero ocurrió algo del todo imprevisto. Y fue que Sisebuto acabó por bajar al pueblo y al enterarse de la novedad comenzó a dar vueltas alrededor de la casona como un perro en celo. Se enfrentó a la cuadrilla de mozos y acabó amenazándolos con la escopeta. Todos sabían lo bruto que era y nadie se atrevió a hacerle frente. Le dejaron que diera vueltas  por las noches alrededor de la casa de la moza como el mismo Satanás prendado de una mortal. Durante el día regresaba a la casa de su padre, para dormir. Éste le recibió, más creo yo por miedo que por otra cosa. Así estuvo una semana hasta que de pronto un día desapareció. Alguien comentó que le había visto tomar el autobús que venía al pueblo desde la capital, a días alternos. Todos supusieron que había decidido husmear el rastro de Julita.

-No hay mejor sabueso que un enamorado, puede seguir el rastro de su amada hasta el fin del mundo, siguiendo su perfume o el color de su pelo o…

-¿Cree usted, Hortensia, con la mano en el corazón, que aquella mala bestia podría estar enamorado de Julita?

-No me atrevo a pensar tal cosa, señorito, y más si fue cierto, como se rumoreaba, que llegó a violarla. Ningún violador está enamorado de la mujer que ha violado. Son malas bestias que pueden volverse locas por un coño, pero amar, lo que se dice amar, de eso son incapaces. Y perdone, señorito, que emplee expresiones tan fuertes, pero algunas palabras son imprescindibles, por su fuerza, para describir la vida tal como es y no como nos gustaría que fuera.

-Te perdono, Horti, te perdono.

Córcoles estaba tan borracho que se atrevió a emplear un diminutivo cariño que no había empleado hasta entonces, pero que tal vez hubiera estado rondando su subconsciente. Se levantó como pudo y sirvió en la copa de la mujer lo que restaba de la botella de aguardiente, que no era mucho.  Quiso llenar también su copa, pero no lo consiguió, a pesar de ponerla boca abaja durante un buen rato e incluso sacudirle el culo con fuertes palmadas.

-Bebe, Horti, bebe. Creo que lo vas a necesitar, porque la historia tiene todas las trazas de ir a terminar trágicamente. Antes permíteme que baje a la bodega y traiga algo más suave para mí. Necesito echar otro trago. Tengo la boca seca, como si hubiera tragado arena.

-Siéntese, señorito, y olvídese de beber más. Lo que usted se ha tragado es un barril de alcohol y no arena como dice. Si bebe un trago más se quedará dormido como un alcornoque y me dejará con la historia a medias.

Córcoles no hizo caso. Dio unos pasos tambaleándose como un esquife en mitad de la tormenta y cayó de bruces. Hortensia, como pudo, porque ella también estaba bastante “piripi”, lo arrastró hasta el sofá y logró izarlo como si fuera un saco de pienso. Allí lo dejó y se decidió a bajar a la bodega. Se hizo con una botella de anís, pensando que el idiota del señorito apenas notaría la diferencia y ella no podría seguir bebiendo algo más fuerte sin sufrir un soponcio. Córcoles estaba por emborracharla hasta que perdiera la consciencia. Si sus intenciones fueran “malas” o “buenas” según se mirase, e intentara alegrarla más de la cuenta para que luego no opusiera resistencia, ella lo habría dejado hacer, pero estaba claro que el señorito había perdido el tino por completo y seguiría bebiendo como una esponja y haciéndole beber a ella, solo porque no había nada mejor que hacer en aquella noche de lobos.

Hortensia oyó un aullido prolongado cuando subía las escaleras y el espanto hizo que trastabillara y cayera rodando escaleras abajo. Se levantó como pudo, muy magullada, alegrándose de que la botella no se hubiera roto y a juzgar porque aún era capaz de andar, tampoco su cadera.

Córcoles estaba roncando como una locomotora. El aullido lobuno se repitió, más cerca, y una ráfaga poderosa de viento golpeó contra la ventana, penetró por la puerta y a punto estuvo de apagar el fuego en la chimenea. Hortensia, maldiciendo del señorito y de la madre que lo había parido, se dirigió a la puerta y como no pudiera cerrarla, debido al montón de nieve acumulado, caminó renqueante hasta la cocina y allí se hizo con un paletón. Quitó trabajosamente la nieve y cerró la puerta con fuerza, temiendo a cada instante que algún lobo atrevido o hambriento se lanzara sobre ella. Como campesina que llevaba viviendo toda la vida en la comarca sabía muy bien que en raras ocasiones los lobos se atrevían a acercarse a las poblaciones o las casas, pero cuando el hambre aprieta y no hay nada que comer los lobos pierden el miedo. Había escuchado contar a su padre, muchos años atrás, la historia de un mozo del pueblo, el Aniceto, quien saliera una noche de nevada para visitar a una moza a la que andaba rondando. Fue atacado por un lobo y acabó con él a hachazos. Con un hacha pequeña que había metido en su cinturón por si las moscas.

No era algo corriente, ni mucho menos, lo de los lobos, porque los hombres de aquel pueblo eran conocidos por su brutalidad y en cierta ocasión el Sinforoso organizó una batida de caza para deshacerse de unos jabalíes que habían levantado uno de sus prados. Los que tenían escopetas, los menos, salieron con ellas y los que no tenían con hachas y horcas. Regresaron con media docena de ejemplares, algunos salvajemente troceados a hachazos. En aquel pueblo eran así de brutos.

Hortensia se rió entre dientes. Ya le había contado al señorito muchas de aquellas anécdotas, pero la de los jabalíes no, se le había pasado. Dejó la nieve acumulada en el recibidor, para que se fuera deshaciendo con el calor, ya limpiaría por la mañana, y hurgó en la lumbre, soplando en las brasas. Como no tuviera éxito buscó el fuelle y lo utilizó con denuedo hasta que salió una llamita. Entonces puso algunas ramitas secas y un par de troncos.

Se notaba el frío, aunque el señorito parecía tener mucho calor. Se había desabotonado la camisa, enseñando su pecho de lobito, porque apenas podían verse cuatro pelos y ni punto de comparación con el pecho robusto de su Pacorro. Hortensia suspiró. Aquella noche le hubiera venido bien el calor de su Pacorro, lo hubiera agradecido. ¿Dónde pararía aquel culo de mal asiento y con quién?

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XIX


-Y ya hemos vuelto. Antes de restablecer sonido e imagen debo decirles que tenemos grabado todo lo que ha ocurrido en directo durante la publicidad, pero no vamos a mostrárselo, no al menos de momento porque Alierina se enfadaría mucho y queremos que este programa continúe y termine bien, todos alegres, todos felices y pasando un buen rato, que es de lo que se trata. Ya hemos dado el aviso a nuestra intrépida reportera y ustedes, los holovidentes, pueden cantar con nosotros la cuenta atrás. Cinco, cuatro, tres, dos uno y dentro.

-Alierina, aquí estamos de nuevo, deseando que nos cuentes lo que ha pasado y lo que prevés que va a ocurrir durante ese almuerzo al aire libre que todos envidiamos, hasta el punto que si no tienes inconveniente vamos a dejar que asumas el protagonismo absoluto mientras nosotros trasegamos los alimentos que nos ha preparado producción, porque como sabes en un programa de veinticuatro horas hay que comer y atender a nuestras necesidades físicas que son las que son, para qué nos vamos a engañar. Vamos a cortar la imagen y el sonido en el plató y te dejamos con los holovidentes, que son todos tuyos desde este momento. Volvemos en cuanto hayamos finalizado el refrigerio. Que os aproveche.

-Gracias, Arminido, igualmente os deseamos. Y ahora que no nos escucha puedo decir que estoy segura de que ha grabado nuestra conversación durante la publicidad. Lo que él no sabe es que poseo partidarios en el equipo de producción a los que he sugerido que también graben su conversación durante el refrigerio. Si él falta a su palabra y difunde lo que ha ocurrido aquí, que no ha sido gran cosa, yo también lo haré con lo que ocurra allí. Vosotros, los holovidentes, podéis pensar que Arminido y una servidora somos enemigos mortales, que nos llevamos a matar, que siempre estamos a la greña y que cualquier día de estos acabaremos muy mal. No es así, o al menos no es para tanto. En realidad somos amigos, compañeros, nos profesamos el afecto normal en estos casos, pero un poco de gresca de vez en cuando intriga a nuestros espectadores, hace más entretenida la transmisión y les divierte, que es de lo que se trata. No creo que los programas oficiales de “H” sean tan divertidos y tan humanos. Lo digo sin saber muy bien lo que digo, porque apenas veo esos programas, casi nunca, por lo que hablo por hablar. A todos los que trabajamos en este canal nos gustaría atraer a los espectadores del resto de canales, que son muchos, y no porque nuestra vida fuera a cambiar mucho, sin embargo nada me satisfaría más que cambiar la mentalidad de los omeguianos y convertirlos a nuestra causa.

“Dicho esto, continuemos con la transmisión. Este simpático koori sigue dormidito entre mis pechos. Es tan deliciosamente tierno que estoy pensando en adoptarle y llevarlo a mi casa como mascota. Si dudo es porque no se permite la adopción de un solo koori, no sobreviviría sin su familia. Y toda una familia de kooris en casa puede convertir mi vida en un caos, que ya lo es, pero más, mucho más. Nuestro mayordomo robótico está manteniendo a raya al resto de la tribu, ha disparado una serie de diminutas sondas que expiden un olor muy peculiar, que vuelve locos a estos divertidos animalillos. Como pueden ver están siguiendo a las sondas por todo el claro. Mientras dure el efecto podemos disfrutar de este almuerzo campestre tan delicioso. Nuestros invitados han pedido los platos que más le gustan del dispensador que posee nuestro transporte. Algo que hacen todos los días en su casa, por lo que la única novedad es poder hacerlo al aire libre, tomando el sol o la sombra y mirando los árboles y el cielo. En cambio Rosalindra y yo disfrutamos de alimentos naturales y ecológicos suministrados por la producción del programa y por la propia Rosalindra que ha traído de los huertos de los cuidadores del zoo. La mayoría de ellos viven en él, no por obligación si no por devoción, adoran vivir entre estos animalitos y aquí tienen sus casas y sus huertos. ¿No es así, Rosalindra?

-Así es, entrañable amiga. Los cuidadores somos vocacionales, amamos a los animales y hemos solicitado este puesto que estaría perfectamente cubiertos por los cuidadores robots. No queremos caer en la molicie y degeneración que “H” ha propiciado entre los omeguianos, con la mejor de las intenciones, por supuesto, pero así es y así será hasta que esto cambie algún día. Ya veo que has probado la ensalada, querida Alierina. ¿Qué me dices?

-Deliciosa, amiga, realmente deliciosa. ¿Qué me dice, Elielina, no quiere probar la ensalada?

-No, gracias. La comida no es precisamente uno de mis placeres preferidos. Te confieso, aunque ello sea desvelar mi intimidad más íntima, algo de lo que soy bastante celosa, que a veces descuido los horarios de comida y “H” debe recordármelo bajo la amenaza de inyectarme en vena todos los elementos que necesita mi cuerpo. Si no estoy equivocada –tú lo sabrás mejor que yo- ese es un problema serio que afecta a gran parte de la población. La vida en el metaverso es tan completa que nos cuesta desconectar, incluso para comer, hasta para dormir, mucho más para salir de casa y ver el mundo que ahí aquí fuera. Esta es una experiencia nueva para nosotros y reconozco que tiene su encanto e interés, pero mucho me temo que si fuera posible no desconectarse, poder vivir sin comer, sin dormir, sin necesidad de saber lo que hay en el mundo que vosotros llamáis real, muchos lo haríamos, sin dudar.

-Pero eso es terrible, Elielina. ¿Para qué necesitáis entonces vuestros cuerpos?

-Me gustaría acompañaros a ver a “H” si al final conseguís el permiso. Le pediría que congelara nuestros cuerpos y nos dejará para siempre en el metaverso. No quiero que los destruya porque nunca se sabe, tal vez algún día nos podamos llegar a aburrir de esa vida, aunque no lo creo.

-Disculpadme, pero observo que los kooris parecen haberse cansado de seguir el olor, o puede que las sondas se hayan vaciado. Ahora nos invadirán y se pondrán a jugar con nosotros, gastándonos toda clase de bromas pesadas. ¿No es así, Rosindra?

-Mucho me temo que estás en lo cierto. Vamos a intentar terminar el almuerzo a la mayor velocidad posible. Rara vez los kooris permiten hacerlo en estas excursiones diarias. Comer con ellos zumbando a nuestro alrededor puede resultar una pizca desagradable.

-Ya los tenemos aquí, están saltando desde los árboles más cercanos y los más atrevidos olisquean nuestros alimentos y juegan con ellos. Querida Rosindra, antes de que despierten a mi bebesito, ¿Puedes hacer algo para marcarlo, tal vez, solo tal vez, me decida a adoptarlo a él y a su familia?

-Por supuesto, Alierina. En este bolsillo de mi traje llevo un marcador invisible e indoloro. Si me permites, puedes sacarlo con cuidado de entre tus senos y le dejaré marcado. No es necesario que lo haga con el resto de su familia, que no sabemos cuántos y cuáles son, porque si te decides a adoptarlo ya acudirán a su rescate.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LIII


Por desgracia en aquellos tiempos yo aún no había descubierto mi vocación literaria, aunque es cierto que tres o cuatro años antes había comenzado a emborronar algunos cuadernos con algunas historias y poemas. Recuerdo muy bien el esbozo que hice de la que pretendía fuera mi primera novela. La titulé “El planeta de los vampiros”. Deseaba que fuera una historia de ciencia ficción y elegí el tema vampírico, no porque fuera un fan apasionado de las historias de terror, que no lo era, sino porque el vampirismo psíquico era algo que me obsesionaba y creí que mezclar las dos cosas, un lejano planeta de ciencia ficción y sus habitantes, que se volvían vampiros psíquicos a raíz de un fallido experimento, podía dar mucho juego. Con el tiempo se convertiría en una trilogía que nunca terminaré, titulada “Omega”, con la que llevo sufriendo toda la vida y que ahora se ha transformado en una historia mucho más sencilla y humorística titulada “Breves historias de Omega”, donde intento aprovechar todo aquel ingente material que acumulé en numerosos cuadernos. También esbocé una obra de teatro de la que no recuerdo nada, ni siquiera el título y escribí algunos poemas, sin duda muy malos que no conservo. Creo que aún no había comenzado a escribir poesía de forma compulsiva porque continuaba viviendo en una ciudad dormitorio y mi obsesión poética se inició en los viajes que hacía en el metro.

He dicho que por desgracia yo no era el escritor compulsivo que llegaría a ser con el tiempo, porque de haberlo sido, la experiencia que iba a vivir no me habría traumatizado tanto al pensar en utilizarla como material para una serie de relatos. Una vez, no sé cuándo, escuché a alguien, no sé quién, decir algo parecido a que algunos escritores serían capaces de matar a su propia madre por una buena historia. Imagino que lo dijo irónicamente si era escritor o con muy mala sangre si no lo era y pretendía burlarse de los escritores. Basta con tener suficiente imaginación para no tener que andar buscando historias reales para transformarlas en ficción. Incluso es suficiente con escribir sobre la propia vida, a no ser que esta sea tan gris que no pueda distinguirse un día de otro. Es posible que el dicho que he mencionado más arriba pueda aplicarse mejor a los periodistas, aunque mi recuerdo es claro, se refería a los escritores. Aquella frase me picó hasta el punto de comenzar a escribir mi novela “Un escritor frustrado” con esa simple base. La novela se transformaría tanto que se convirtió en lo que he llamado una novela donjuanesca y el título dejó de tener sentido, aunque no quise cambiarlo.

Tampoco había superado la represión que me inculcaron en el colegio religioso, respecto a muchas cosas, pero fundamentalmente en cuanto al sexo. De haber tenido a mi disposición esos dos instrumentos o palancas, como se las llama ahora, la experiencia que iba a vivir pudo haber sido muy distinta. Como escritor humorístico podría hacer una descripción delirante e hilarante de este episodio, pero no voy a seguir por ese camino, no porque no me apetezca, que me apetece mucho, describiendo, por ejemplo, mis andares de zombi y mis temores paranoicos pensando que todo el mundo me miraba y sabía a dónde iba, sino porque aquella tragedia juvenil no merece ser desvirtuada por un humor que aquí no viene a cuento. Estoy tardando mucho en narrar el camino desde la Puerta del Sol a la calle la Ballesta, que estaban bastante cerca, porque así me sentí en aquellos momentos, como un Dante que retrasa todo lo que puede su llegada al infierno y que camina angustiado y solitario, sin la compañía de Virgilio.

Todo llega en la vida, aunque tarde, porque es como un río caudaloso que por muy lento que discurra te lleva consigo hacia el mar, que es el morir, como dijo el gran poeta Jorge Manrique en su poema más conocido. De pronto me encontré mirando el nombre de la calle y descubriendo que era la que buscaba. Me sentí un poco decepcionado porque era una calle más bien estrecha y corta, como descubriría minutos más tarde. Había imaginado un barrio entero, el barrio chino que llamaban entonces, no sé por qué, allí no había chinos. Supongo que la ignorancia sobre culturas y gentes que no conocemos lleva al tópico sin sentido. Trabajar como un chino o ser tan incomprensible como una escritura en chino, han dejado de tener sentido con las redes sociales y la comunicación global. A punto estuve de dar la vuelta y salir corriendo, pero mi carácter no me permite caer en las sagas-fugas. Suelo tardar mucho en tomar decisiones importantes, pero cuando lo hago nunca me vuelvo atrás, aunque tenga que romper una pared a cabezazos. Con paso medroso y lento caminé por la acera donde estaban las puertas de los clubes de alterne. Lo que no me esperaba fue que delante de cada puerta hubiera un portero o matón, o lo que fuera, quien me chistaba invitándome a entrar. Me sentí tan avergonzado que aceleré el paso. Recorrí todos los clubes existentes en la calle sin decidirme a entrar en ninguno. Cuando llegué al final, me vi obligado a dar la vuelta. No se me ocurrió contar los lugares de alterne, eran bastantes, porque aunque la calle fuera corta, las puertas estaban casi pegadas. Era preciso decidirse o marcharse. A mitad de mi camino de regreso un hombretón fornido me volvió a chistar. Decidí entrar allí, no sé si porque la cara del portero era bastante amable y bonachona o porque empecé a sentir miedo de desmayarme en la acera. Tanto era el miedo y la angustia que me atenazaban.

Me ofreció una invitación con la que podría tomarme la primera copa gratis. Aquello sin duda tenía trampa, como era lógico. El lugar no era grande, aunque tampoco pequeño. Estaba muy mal iluminado y el color predominante era el rojo. Solo la barra tenía suficiente luz para que se pudieran ver las caras de los que estaban acodados en ella. No eran muchos. Había decidido ir pronto porque me parecía menos peligroso que retrasarme hasta las dos o tres de la madrugada, pongamos por caso. La camarera, guapa y agradable me preguntó qué deseaba beber y me pidió la invitación. Seguramente me tomé un gin-tonic o un cubalibre de ron, que eran mis bebidas habituales en discotecas y demás locales nocturnos. Me puse a mirar alrededor. Algunas mujeres, jóvenes, menos jóvenes, mayores, vestidas discretamente, con menos discreción, charlaban con hombres, en su mayoría menos jóvenes. Comprendí que allí llamaba la atención, yo era el único joven, el más joven de todos. Con mis veintitrés o veinticuatro años hasta un tonto podía ver que era novato, tal vez mi primera experiencia. Y el hecho de que fuera solo parecía ponerme un letrero en la cara: soy virgen y necesito que me desvirguen. No estuve solo mucho tiempo. Enseguida se acercó una mujer mayor, calculé unos cincuenta años, vestida con pantalón y blusa oscuros y no precisamente de boutique. De no haber estado donde estaba hasta la hubiera podido confundir con una mendiga que había entrado a pedir limosna. Se presentó y me preguntó si podía invitarla a una copa. La invitación era claramente una trampa, porque si mi bebida me salía gratis, la suya no. Supuse que así funcionaban las cosas y acepté. Inició una conversación que intentaba ser amable pero que enseguida derivó hacia el trato. Le dije que no y puso mala cara. Me sentí muy triste y le expliqué que había ido a perder la virginidad y deseaba hacerlo con una chica más joven y guapa. Mi sinceridad la desarmó. Se alejó y pude ver que hablaba con una rubia que ya me había llamado la atención. La calculé unos treinta años. Vestía un vaquero ajustado que ponía de relieve sus finas caderas y culo. Su blusa blanca no podía disimular unos pechos bien formados y protuberantes, sin llegar a ser demasiado llamativos. Tuve que invitarla a otra copa mientras calculaba si el dinero que había llevado sería suficiente para todo. Se mostró muy amable, aunque poco habladora. Enseguida me preguntó si me gustaba y le dije que mucho. Pasó al trato mercantil. Me dijo el precio por media hora, que tendría que pagar el taxi hasta su apartamento, ida y vuelta y me expuso las tarifas por los extras. Ignoraba qué era el griego y demás extras. Me dejó bien claro que no se podía besar. Hice unos pequeños cálculos y decidí que el dinero me llegaba si no pedía extras. Lo que yo quería era perder la virginidad, ya habría tiempo en otra ocasión para aventurarme un poco más.

Me tomó del brazo y salimos a la puerta, donde ya nos esperaba un taxi. Subimos. Por el camino me explicó que vivía en un apartamento, que no estaba lejos, pero que como comprendería no era cuestión de ir andando. Balbuceé que sí, que lo comprendía perfectamente. De hecho, como comprobé, estaba tan cerca que la tarifa del taxi, aun contando con el regreso y el tiempo de espera de media hora, me pareció bastante caro. Vivía en un edificio moderno que supuse estaba destinado a las mujeres de los clubs. No imaginaba que allí pudieran vivir también ciudadanos corrientes. Abrió la puerta del portal con una llave, tomamos el ascensor y subimos hasta un tercer o cuarto piso. Mi sorpresa no tuvo límites cuando accedimos a un saloncito donde un hombre joven y delgado estaba viendo el partido de futbol en la televisión. Eso me indica que era sábado, como no podía ser menos, porque yo no hubiera aprovechado un domingo, sabiendo que al día siguiente madrugaría para ir a trabajar. Aquel hombre deshizo en un instante mi visión literaria y peliculera de los chulos de putas. Tenía en brazos a un bebé con el que jugaba como un padrazo. Sobre la mesita tenía una cerveza y unas aceitunas. Se limitó a mirarnos mientras nos deslizábamos hacia una habitación. Me pareció percibir una seña entre ambos, lo que no hubo fue el menor saludo.

El pequeño dormitorio era limpio y bien decorado, sin excesos. Ella se puso a desvestirse de inmediato. Me pidió que hiciera lo mismo y que le pagara por anticipado. Luego me explicó que iba a lavarme el pene en una palangana con unos productos desinfectantes. Me preguntó si era la primera vez y le expliqué mi situación con cierta ternura porque ella estaba siendo muy amable, y además me gustaba mucho. Ella también se lavó el sexo con los productos desinfectantes con un desparpajo que tal vez en otra ocasión me hubiera parecido bastante sórdido.  Acabamos desnudos en la cama, tras un lavado concienzudo. Sacó unos preservativos de la mesita de noche y yo le supliqué que me creyera, era virgen, no podía tener ninguna enfermedad venérea. Era mi desvirgamiento y me apetecía mucho hacerlo sin condón. Se lo pensó un poco mientras me miraba y al fin accedió. Supuse que tomaría la píldora, algo bastante lógico porque fiarlo todo a un preservativo era correr un cierto riesgo.

Le pregunté si podía abrazarla y acariciarla. Dijo que sí. Su cuerpo era espléndido y su piel suave y cálida. Me sentí tan enternecido que por un momento imaginé que estaba enamorado de ella. Aprovechó para preguntarme si no quería algún extra. Me puse colorado y le dije que no sabía nada de los extras, era virgen. Ella sonrió con cierta ternura y me los explicó, así como sus correspondientes tarifas. Contesté que en otra ocasión. Quería besar sus pechos. Pero eso también era un extra. Probamos diferentes posturas que ella desechó porque al parecer yo no sabía muy bien cómo actuar. Al final se puso en la postura del perrito y me pidió que probara. La penetré con facilidad y al notar su vagina cálida y acogedora me sentí en el paraíso. El deseo se hizo explosivo y aceleré el ritmo. Curiosamente ella parecía estar pasándolo muy bien, gemiditos placenteros, que yo hubiera pensado que eran puro teatro de no haber notado una humedad y un calor especiales en su sexo. Mi inexperiencia era manifiesta, aún así no pude quitarme de la cabeza la idea de que se lo estaba pasando en grande conmigo. Más tarde me plantearía si su chulo, o pareja, o lo que fuera, no estaría oyendo sus gemidos de placer. Tal vez por eso tuviera puesta la televisión, a un volumen bastante alto. Es posible que el niño no estuviera dormido precisamente por eso. Exploté en un orgasmo que era algo completamente diferente al resultado de la masturbación. Me quedé prendido a ella, incapaz de soltarme. La hubiera dicho que la quería, la hubiera dicho muchas cosas, pero solo pensar en el hombre que estaba fuera se me quitaron todas las ganas. Me dejó estar y cuando me separé ella me preguntó si había disfrutado. Respondí que mi desvirgamiento había sido mucho mejor de lo que esperaba y le agradecí su amabilidad. Ella me sonrió. Y a continuación me dijo que aunque había pagado media hora no creía que yo pudiera volver a hacerlo otra vez. Si no me importaba nos vestiríamos y ella regresaría al local. No puse ninguna pega. Me volvió a lavar el pene, se lavó ella, nos vestimos y salimos. El hombre continuaba viendo la televisión y el niño parecía estar dormido en su cuna. Pasamos a su lado, no me atreví a mirarle y ellos no se hablaron. Abajo esperaba el taxi. Antes de subir me preguntó si no quería volver al local y tomarme otra copa. Respondí que la experiencia había sido maravillosa y quería disfrutarla paseando. Sonrió, me dijo que volviera cuando quisiera. Asentí con la cabeza. El taxi se marchó y yo caminé por aquellas callecitas hasta perderme. No me importó, me sentía tan feliz por haber perdido la virginidad y por lo bien que había ido que casi hubiera dado pataletas en el aire, como si hubiera ganado la liga o la champion. Tardé en volver a encontrar la Puerta del Sol. Hubo momentos en los que sentí miedo, aquello estaba tan solitario que alguien podía atracarme con una navaja y nadie haría caso de mis gritos. Casi me reí. Lo que me quedaba en la cartera era muy poco y si me daba un navajazo y me mataba, pues mejor. Cierto que ahora que sabía lo agradable que podía ser el sexo, especialmente si había afecto, ternura, si era con una amiga, me hubiera gustado seguir vivo para hacerelo muchas veces,pero me dije que eso nunca iba a suceder y tendría que volver a utilizar el sexo mercenario si quería repetir la experiencia. Por un momento pensé que si alguien me mataba todo sería perfecto. Ya no era virgen, como pretendía y podía irme de este mundo sin lamentar nada. No ocurrió y al final encontré la plaza Mayor y me senté en el mismo banco para analizar el antes y el después.

LA VENGANZA DE KATHY VI


LA VENGANZA DE KATHY VI

La comida fue deliciosa. Sin poder evitarlo hice un elogio, tal vez un poco desmesurado de Dolores. Fue un error porque Alice me describió los platos que mejor le quedaban y remató invitándome a cenar una noche en su apartamento. Alegué que la cena iba a ser complicada porque antes o después regresaríamos al orden draconiano que imperaba antes del asesinato del director. Se rió con ganas. Con el doctor Sun al frente no regresaríamos al orden. En todo caso los pacientes acabarían de nuevo en las celdas de aislamiento con el menor pretexto. Además yo había cenado y dormido en casa de Heather y en la de Dolores. ¿Por qué no en la suya? Me daría una copia de la llave de su apartamento en cuanto regresáramos, porque había salido con lo puesto. Ante estas razones acepté encantado, pensando en cómo sería una noche en el lecho de Alice y en la posibilidad de despistar a Kathy, puesto que no tenía claro de que le hubiera pasado algo tan grave como la muerte. Luego reflexioné en cómo daría disculpas a Heather y a Dolores. Algo saldría. Empecé a plantearme si yo sería un guapo mozo mucho más guapo de lo que imaginaba para tener tanto éxito con las mujeres en Crazyworld. ¿Tal vez mis dotes de gigoló estaban ayudando? Esa era otra. No me imaginé dedicado a tan entretenida profesión en el pasado. Aproveché para preguntarle sobre una pregunta que se me había quedado en el buche, la de si existían clases sociales en Crazyworld. Por suerte habíamos dejado los turnos para entablar una conversación amigable durante la comida.

-Lo único que sé de los sueldos que ganan otros es lo que me han dicho en conversaciones amigables o de los rumores que corren, pero de los rumores te puede hablar Dolores con más propiedad. Parece que a todos, al firmar el contrato, nos hizo firmar un acuerdo de confidencialidad, al menos a mí sí. No sé si se trata de una broma, aunque me extrañaría porque Mr. Arkadin no es un humorista nato ni creo que sepa siquiera lo que es el humor. Por supuesto que hay diferencias salariales importantes. Creo que el director, que esté en el infierno, era el que más ganaba. No entiendo por qué, no hacía nada, aparte de perseguir mujeres y pedirle al doctor Sun que le contara los secretos de sus pacientes. Mucho menos entiendo la razón de que Mr. Arkadín lo contratara y menos de director. Era una nulidad absoluta. Imagino que fuera de Crazyworld debió de llevar una vida bastante arrastrada, si no llevó a la bancarrota a algunas empresas o arruinó a algunos inversores sería porque no le dejaron. No me preguntes en qué trabajó, ni lo que hizo, ni lo que fue. Es un misterio. También lo es si Mr. Arkadín y él se conocían de antes del casting, porque seguro que hubo un casting para el puesto de director. Puede, y es una idea mía, tal vez muy delirante, que fuera un conseguidor. Me refiero a que le conseguía las mujeres que venían con Mr. Arkadín a la cabaña del bosque. Tú le has conocido y sabes que como hombre no valía nada, no tenía físico ni era un seductor de libro, y su labia era un chorreo de sandeces. Se pasaba los días mandando llamar a las mujeres a su despacho, por cualquier motivo. A veces recorría Crazyworld mirando aquí y allá, por si se le había escapado alguna mujer que mereciera la pena. Disimulaba tan mal que daba risa verle. A mí me llamó también a su despacho en los primeros meses después de que esto se pusiera en marcha. Quiso seducirme con una estrategia tan ridícula que me reí en su cara. Entonces se enfadó y me amenazó con esto y aquello. Continué riéndome. Entonces intentó forzarme, llevándome a rastras al cuarto acondicionado como dormitorio que tenía tras el despacho. Por suerte para mí era un alfañique que no hubiera podido sujetar ni a un niño. Me defendí como una gata, le arañé, le di un puñetazo en un ojo y le rematé con un rodillazo en las ingles. No volvió a llamarme.

-Oye, Alice, ¿Tú crees que ha sido una mujer la que se lo cargó?

-No se me ocurre nadie que hubiera perdido el tiempo con ese payaso. Es cierto que algunas debiluchas cedieron ante su acoso, pero precisamente por eso no las veo yo en plan de apuñalamiento sanguinario. Y en cuanto a la doctora Patricia, el que un cabrón viole a tu hija es un buen motivo, aunque no la veo apuñalando con saña. Si yo fuera ella me haría con un veneno de efectos retardantes para que sufriera lo suyo antes de diñarla. Para mí que semejante saña en el apuñalamiento es más propio de alguien que necesitaba disimular y que pensaran en alguna mujer. El director era un payaso que solo metía miedo a los caguicas…

-Perdona, se me ocurre una pregunta importante. ¿Tenía algún sicario que pudiera utilizar para sus desmanes, fueran los que fuesen? Me refiero a los guardias de seguridad o incluso a algún celador. Me estoy acordando ahora de un celador cabrón, que me trató muy mal cuando tuvo que llevarme a la consulta del doctor Sun. ¿Cómo se llamaba? Lo tengo en la punta de la lengua…

-¿Te refieres a Albert? Sí es un cabrón, pero inofensivo, es un faltón, pero lengua es lo único que tiene, en cuanto le plantas cara se acoquina. Ya te he dicho que el director era un payaso ridículo, nadie hacía caso de sus amenazas, porque en cuanto llamaba a seguridad para que nos metieran en vereda, todos se burlaban de él y no le hacían ni puto caso. Aquí hay pocos castigos que puedan dar miedo, el mayor es estar encerrados sin poder salir y en eso el director no pintaba monigote.

Así de esta guisa dimos buena cuenta de la comida, enfrascados en una amena conversación, que me impidió darme cuenta de que había acabado la botella de vino que la buena de Dolores había introducido en la mochila junto con algo de comida picante para mí. Alice se limitó a beber una sangría que iba en un termo, junto con otros refrescos que ocupaban una pequeña caja que parecía una nevera portátil. Fui consciente del efecto que me había producido el vino cuando se me acabaron los temas y comencé a poner ojitos de querer. Alice debió darse cuenta porque se echó a reír y me preguntó si me apetecía hacer algo especial.

-El vino me ha dado un poco de somnolencia. Me vendría bien una pequeña siesta.

-No seas tonto, palomino. Tú lo que quieres es otra cosa. Ayúdame a recoger y nos vamos pitando a la cabaña.

LA VERDADERA HISTORIA DE MICI Y ZAPI II


Ha pasado mucho tiempo desde que escribiera este capítulo. El dolor era muy intenso y me bloqueé, por eso he dejado pasar tanto tiempo. Luego vino la pandemia y el confinamiento y finalmente tuve que pasar el luto por la pérdida de Zapi. Una mañana salió de casa como hacía todos los días y desapareció, ya no le volví a ver más. No sé si le pasó algo, porque no he podido encontrar su cuerpo o tal vez se marchó de casa y del pueblo por algún motivo que desconozco, o puede que se alejara demasiado y se perdiera. En mi corazón siento que está muerto y el dolor no ha sanado, aunque sí se ha ido atenuando. Todas las noches le recuerdo, porque acostumbraba a venir a dormir a mi cama, a veces temprano, otras, tarde y otras no venía en toda la noche. Bromeaba con él diciéndole que se había ido de discoteca. Había una ventana con barrotes en la casa que daba al cuarto de la caldera de calefacción y éste al baño. Existía una puerta que cuando estaba él siempre dejaba abierta para que pudiera entrar y salir de la casa cuando quisiera. Ahora está cerrada y antes de dormir siempre le recuerdo con esta especie de oración: Zapi, Dios te bendiga y te lleve al cielo de los gatitos; gracias por acompañarme en el camino; te quiero mucho y siempre te querré.

Escribiendo este capítulo me he acordado de que también hubo algún que otro animal más en mi vida, además de la perrita Tula. Creo que yo tenía menos de diez años cuando mis padres me compraron un pollito en una feria. Lo habían pintado, creo que de color azul y ahora entiendo la razón de aquel extraño regalo. Aunque yo había olvidado lo que pasó con Tula, había bloqueado el recuerdo, ellos debieron pensar que aquel pollito me haría ilusión. Como así fue. Le tomé tal cariño que jugaba en casa con él constantemente. Le tomaba en brazos y le hablaba. El pollito se fue haciendo grande y un día mi madre me dijo que había que matarlo, porque ensuciaba toda la casa y ya era muy grande para estar dentro de una casa. Me llevé un disgusto terrible, lloré y supliqué. No conmoví a mis padres. Un domingo, a la hora de comer pusieron pollo. Hasta entonces había comido carne de pollo como si tal cosa, pero en aquella ocasión algo me dijo que era mi pollito. Me negué a comer, lloré, me levanté de la mesa y tardaría mucho, mucho tiempo en volver a comer pollo. No se me ocurrió que los filetes que comíamos muy de vez en cuando, porque en aquel tiempo la carne estaba cara, no así el pescado, también procedían de terneritos a los que hubiera querido mucho de haberlos conocido.

Ya no hubo más animales en mi vida, aunque sí es cierto que cuando iba a casa de los abuelos, en la montaña, echaba de comer a las gallinas y jugaba con ellas. Sentía un gran cariño por todos los animales, vacas, terneros, conejos, ovejas, cabras… hasta por aquella cabra que parecía haberme tomado inquina, no sé por qué. Me gustaba mucho ir con la becera de los terneros y observarlos con cariño. También iba con las vacas y creo que alguna vez con las ovejas y las cabras. Los animales formaron parte importante de mi vida durante las vacaciones de mi infancia. Luego, en el colegio, había un perro, un pastor alemán, por el que yo sentía un gran cariño, hasta que un fraile, al que llamábamos El Fantasma, que era muy odiado y que tenía un humor muy retorcido, me lo embriscó en el recreo como si fuera una broma. El pobre animal, acostumbrado a obedecer se lanzó sobre mí y como mostrara miedo y echara a correr, me persiguió y acabó por morderme en la rodilla. Recuerdo que me dio un gran bocado y me tuvieron que dar puntos. El dolor fue terrible y tomé tanto miedo a los perros que tardaría años en volver a acercarme a ellos. Eso no me impidió disfrutar con las aventuras de Rin-tin-tín y con los documentales de animales que veía en la televisión.

No volví a tener mascotas, entre otras razones, porque vivir en un piso con una mascota era algo que me repugnaba. Para mí los animales deberían de vivir en libertad. Cuando me jubilé y comencé a buscar un lugar donde vivir, decidí que tenía que ser en un pueblo, a ser posible en la montaña y en una casa con jardín o un poco de terreno. Mi ilusión era hacerme con un cachorro de perro y otro de gato y criarlos juntos para que se llevaran bien. La casa sería para ellos un lugar donde recogerse cuando les apeteciera, podrían entrar y salir a su antojo. Me había divorciado y estaba solo por lo que una mascota me ayudaría mucho a soportar la soledad. Las circunstancias no permitieron que mi ilusión se cumpliera, pero al menos logré de los dueños de la casa en la que viviría de alquiler durante tres años, que me permitieran tener un gato.

Una amiga me había ofrecido gatos porque tenía una gata que todos los años criaba una camada de gatitos. Le dije que esperara hasta que me jubilara y encontrara la casa adecuada. El momento llegó y cuando fui a su casa a recoger el gatito, macho, porque no quería verme en el lío de que cada cierto tiempo una gata tuviera su camada de gatitos con los que no sabría qué hacer, me encontré con que solo le quedaban dos gatitos, el resto los había dado en adopción. Me pidió que me quedara con los dos porque eran dos hermanitos que se llevaban muy bien y sería una pena separarlos. No lo había previsto, de hecho había comprado en un supermercado un transportín, comedero, bebedero, arenero y demás adminículos necesarios para cuidar de un gato. Aquello me pilló por sorpresa y durante un momento no supe qué hacer, porque el acuerdo con los dueños de la casa era que tendría un solo gato y mis proyecciones de futuro se basaban en un solo gato y no en dos. Finalmente me dio pena separar a los dos hermanitos y me quedé con los dos.

Quise volver al supermercado para comprar otro transportín, pero ya era tarde y al día siguiente hacía la mudanza a hora temprana. Tendría que adaptarme a la situación. Los gatitos eran pequeños y cabían los dos en aquel artilugio, aunque no iban a estar cómodos, como comprobé cuando puse el transportín en el asiento trasero e hice el corto trayecto hasta el apartamento. Cuando los subía en el ascensor no dejaba de preguntarme si sería capaz de cuidarles y darles todo el cariño que se merecían y necesitaban. Una de mis mayores preocupaciones era que no escaparan. Siendo tan pequeños si se perdían no iban a ser capaces de sobrevivir. Cerré la puerta con cuidado y entonces sí, les dejé libres. Lo que agradecieron saltando sobre las cajas de la mudanza. Durante el viaje los pobres no dejaron de maullar lastimeramente. Se me partía el corazón. Menos mal que el trayecto fue muy corto. Aquella fue la primera y dolorosa lección que aprendí. Los gatos sentían y sufrían. Puede que no fueran como nosotros, los humanos, puede que no tuvieran nuestro nivel de consciencia, ni pudieran expresarse con un lenguaje que comprendiéramos, pero estaba claro que sufrían cuando se les encerraba en una diminuta prisión, sin saber si iban a volver a ser libres y cuándo ocurriría esto. Aún después de muchos años sigo sin saber el concepto que los gatos tienen del tiempo, si pueden prever el futuro, si pueden llegar a atisbar lo que les puede suceder al cabo de un corto periodo de tiempo, pero lo cierto es que sufren, y mucho, cuando se les priva de libertad. Como sufren cuando se les priva de la presencia y cuidados de mamá gata. Cuando miré a su mamá, después de introducirlos en el transportín, en casa de mi amiga, sus ojos me dijeron que sabía lo que estaba pasando, algo bastante lógico teniendo en cuenta que todos sus nenes acababan igual, raptados por los dioses humanos y privados de su presencia y su cariño cuando aún eran unos cachorritos. Mentalmente pedí perdón a mamá gata por privarla de sus nenes y le juré solemnemente que cuidaría der ellos como si de mi propia vida se tratara. No me atreví a hablarla en voz alta porque no todos, incluso los que tienen mascotas, pueden comprender que uno hable con los gatos, como si le comprendieran. Ahora lo hago todos los días y ellos me responden con sus maulliditos que son más expresivos que si me hablaran en el lenguaje humano. Cuando uno está solo puede hacer lo que quiera, hablar con gatos como si fueran humanos, aprender de ellos como ellos aprenden de nosotros, y tratarlos como niños que irán comprendiendo con el tiempo el complejo mundo de los seres humanos.

Les puse pienso en el comedero, agua en el bebedero y esperé a ver cómo reaccionaban. Entonces caí en la cuenta de un grave error o de un despiste monumental como suelen ser casi todos mis despistes. Había comprado un arenero, pero me había olvidado de la arena. A pesar de ello puse el arenero donde pudieran verlo y recé para que les gustara e hicieran allí sus necesidades. Al llegar al apartamento y soltarles, observé que se habían hecho caca en el transportín. Otra lección aprendida. Los gatos se van por la pata abajo cuando tienen miedo, como también nos sucede a los humanos. Debí haber comprado unas bayetas empapables. Otra cosa de la que me había olvidado. Tuve que limpiar con papel de cocina y tirarlo por el retrete. Como tenía bayetas en la cocina, puse unas cuantas en el suelo del transportín.

Cuando los gatitos se cansaron de saltar sobre las cajas, de perseguirse, de esconderse en los huecos de las cajas de cartón, y les fue entrando el sueño, debieron recordar a su mamá, porque la buscaron por todo el apartamento, maullando tan lastimeramente que otra vez se me partió el corazón, como se me partiría una y otra vez a lo largo de mi vida con los gatos. Fui consciente de lo que los pobres estarían pasando. Pensamos que los animales tienen un repertorio de emociones muy limitado y que se les pasa todo enseguida. Otra lección que aprendí. Basta con una pizca de empatía para darse cuenta de lo que supone para un gatito que le arrebaten del lado de su mamá y se lo lleve un humano desconocido que no deja de ser un depredador para sus instintos elementales. Tras cenar y dejarlo todo preparado, poner la alarma del móvil y rezar para que el viaje del día siguiente fuera lo más liviano posible, me fui a la cama. No podía dormir. Eran demasiadas emociones y preocupaciones. Ahora yo era el papá o abuelito de dos gatitos que dependían de mí para casi todo. Sus maulliditos lastimeros me traspasaban, pero no podía llevarlos de nuevo con su mamá. Ya había supuesto que tener mascotas no era algo tan sencillo, pero lo que estaba sucediendo me estaba superando. Sentí la tentación de cerrar la puerta del dormitorio, para no escuchar sus lamentos y poder dormir unas horas, me esperaba un largo viaje. Pero no pude hacerlo, yo era ahora su única referencia afectiva. Esperé que vinieran conmigo a la cama, pero no se acercaban más allá de una distancia de seguridad que delimitaba con precisión su instinto de supervivencia. Otra lección que estaba aprendiendo. Los gatos son muy desconfiados y hay que tener mucha paciencia con ellos. Su instinto les dice que no hay que fiarse de un depredador humano, por bueno que parezca. Siempre hay que mantener una distancia de seguridad que les permita salir pitando si observan algo que no les guste. Conseguir la confianza de un gato lleva mucho tiempo. Puedes demostrarles que no eres un depredador. Puedes alimentarles y hablarles cariñosamente. Ellos son muy frágiles y su supervivencia depende de la desconfianza, de estar siempre atentos a lo que haga cualquier depredador cercano.

Me pasé la noche dando vueltas, angustiado por la responsabilidad que había adquirido. Pero mi decisión era firme e inquebrantable. Ahora estaba solo, tras el divorcio y necesitaba la compañía de una mascota para soportar los años que me esperaban. Era algo que tenía muy claro y haría todo lo que estuviera en mi mano para que aquellos gatitos tuvieran las mejores vidas gatunas que fuera posible. Durante la noche me entretuve en buscarles nombres. Me acordé de la fábula. Micifuz y Zapirón se comieron un capón en un asador metido…No me gustaban los nombres, además eran largos. Los abrevié de la forma más simple. Mici y Zapi. Sí me gustaban. No iba a bautizarlos echándoles agua por encima. Todos saben que los gatos huyen del agua. Pero empecé a llamarles así. Podía distinguirlos a pesar de su extraordinario parecido, porque uno tenía la cola quebrada y el otro normal. Al de la cola quebrada le puse Zapi. El otro se llamaría Mici. Zapi me daba un poco de penina porque pensaba que la cola quebrada deformaba su silueta gatuna. Eso hizo que le quisiera un poco más que a su hermanito.

Había puesto la alarma del móvil con tiempo suficiente para dejar todo listo antes de la hora convenida. Lo primero que hice fue mirar si habían comido. En efecto, a pesar de lo mal que lo habían pasado durante la noche, el comedero estaba vacío. Lo llené de pienso y cambié el agua del bebedero. Yo no quise desayunar, tenía el estómago encogido. Aún no sabía qué hacer. Si les encerraba demasiado pronto en el transportín iban a maullar lastimeramente. Pero si me descuidaba mucho puede que no me diera tiempo a cogerles y encerrarles antes de que se iniciara la mudanza. Esperé hasta que diez minutos antes de la hora me puse a la difícil tarea de cogerles y meterles en el transportín. Me llevó más tiempo del esperado porque no se dejaban coger. Normal, yo era para ellos un desconocido. Aún no había confianza. Tuve mucha paciencia, cerré las puertas y los perseguí por el salón. De no haber estado tan angustiado, hasta me habría reído, fue una escena que sería muy divertida en una película del cine mudo. Hasta tropecé varias veces, cayéndome sobre las cajas. Al final los atrapé y los encerré. Sus maullidos eran insoportables, así que decidí bajarles al coche, a pesar de que dejarles solos allí mientras se bajaban las cajas, iba a ser muy duro para los pequeñines. Pero no me quedaba otro remedio. Así lo hice y cuando empecé a colocar las cajas, observé que habían hecho sus necesidades por las esquinas. El despiste de no coger arena me iba a salir muy caro. Cuando el piso estuvo vacío limpié con la fregona, echando lejía por doquier. A pesar de ello el olor no desaparecía. Iba a tener problemas con el dueño. Como así fue. Le ofrecí quedarse con la fianza y me despedí deprisa y corriendo. Cuando bajé hasta el coche los gatos lloraban como dos bebés.

Nos esperaba un largo camino, más de cinco horas. Entonces no sabía, como me dijo una veterinaria, que el primer viaje en coche de un gato le marcaría. Si era agradable no le importaría volver a viajar en coche, pero si era muy desagradable, serían una verdadera tortura los viajes. No dejaban de maullar, tan lastimeramente que ya no sabía qué hacer. Les hablé con cariño, intentando convencerles de que serían muy felices en su nueva casa, con jardín. Les canté hasta cansarme. Finalmente puse la radio. Necesitaba estar muy atento a la conducción. No era cuestión de tener un accidente. A mitad de camino me paré en un área de descanso. Estuve tentado de sacarles del transportín para que se sintieran más libres. No me disuadió la posibilidad de que me pararan y ser multado, sino el peligro de que se escaparan. Por muy rápido que abriera la puerta y me colara dentro y luego la cerrara, sabía que un gato es tan ágil y escurridizo que se podía escapar del coche y luego mira a ver cómo corres tras él por todo el aparcamiento. Fue un viaje demoledor para mí, pero mucho más para los gatitos que no dejaron de maullar un momento.

Todo acaba pasando, hasta las mayores tragedias. El tiempo siempre va hacia delante. Es el único consuelo que nos queda. Hasta los mayores males acaban pasando con el tiempo. O te matan o los dejamos atrás. No hay otra. Sentí un inmenso alivio cuando al fin llegamos a destino y pude bajar el transportín del coche. Abrí la puertecita y los gatos salieron disparados. Otra nueva lección. Eran gatitos urbanos y no sabían lo que era un jardín. La hierba les daba miedo. Tardaría bastante tiempo en convencerles de que la hierba no hacía daño. Se subieron a un árbol del jardín y allí permanecieron mientras las cajas se descargaban en el garaje. Eran muchas, la mayoría repletas de libros. No tenía muchas pertenencias, además de los libros. La ropa iba en dos maletas y el resto en bolsas de viaje. Habían hecho sus necesidades. El transportín olía muy mal. Ya lo limpiaría. Había una manguera para regar el jardín. Cuando me quedé solo fui a llamar a los gatitos. No me hicieron caso. Dejé la puerta de la casa abierta y la curiosidad pudo más que cualquier otra prevención. La curiosidad mató al gato, dice el refrán. Al final entraron y comenzaron a olisquearlo todo. Por fin estaban en casita, de donde no pensaba moverme en mucho tiempo.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XVII


Como pudo, Córcoles recuperó su posición, se disculpó, buscó acomodo y su mano se posó sobre el muslo de Hortensia con la ingenuidad con que se hubiera posado sobre la cabeza de un bebé. La mujer dejó de gemir, se colocó la bata como pudo y por lo bajo maldijo de aquel cabestro, que encontró la lucidez suficiente para repetir la pregunta.

-Si preñó a toda la que se le puso a mano, raro es que no le descerrajaran un tiro en alguna noche oscura o que lo denunciaran a  la guardia civil.

-¿A la guardia civil? Jaja. Usted no ha entendido de la misa a la media, señorito.

Hortensia  estaba muy enfadada con Córcoles y no precisamente por su pregunta. De buena gana le hubiera arreado un bofetón que lo habría tumbado cuan largo era. De haber estado segura de que su pajarito habría piado en cualquier circunstancia no se lo hubiera pensado dos veces. A bofetadas lo arrojaría al suelo, le quitaría los pantalones y se montaría a horcajadas sobre él. Lo estuvo pensando unos segundos mientras el hombre cerraba los ojos, a punto de quedarse dormido, pero decidió que semejante fantasía era más propia de las copitas de aguardiente que ya había trasegado que de la lógica real de la situación. No obstante aprovechó la ocasión y le arreó un fortísimo pescozón a Córcoles, quien despertó sobresaltado.

-¿Qué ocurre, por Dios, Hortensia, qué ocurre?

-Nada señorito, nada, que se ha quedado dormido en lo mejor de la historia.

-¿Por dónde íbamos?

-¿Ya no se acuerda? Me preguntó por qué nadie denunció a Sisebuto a los “civiles”.  Y yo me reí en su cara. Su padre tenía tan untado al sargento del puesto que su mujer iba a hacerse la permanente todas las semanas a la ciudad. ¿De qué cree que hubiera servido una denuncia? Y si hubiera pasado de allí el cacique tenía también untado al juez y a no sé cuántos más.  Era tan rico que podía permitírselo. Y en cuanto a que no le descerrajaran un tiro al bruto de su hijo ya se encargaba él de dar una buena dote a la preñada para que nadie sintiera siquiera la tentación de arrimarse a la escopeta.

El padre de Sisebuto soltaba la mosca pero luego se vengaba bien, ¡ya lo creo! Llegaba a escatimarle la comida y la mala bestia tenía que robar comida por las casas del pueblo para poder trabajar las doce o catorce horas a que le obligaba su progenitor sin desmayarse. Sisebuto tenía que morderse la lengua cada vez que su padre iba al campo, a verle trabajar, y escuchaba con paciencia las sumas que iba desgranando en voz alta, con el lapicero subrayando la vieja libreta.

-Por la preñez de menganita, tanto, su dote asciende a… Un regalito al sargento, que sube a… lo que sumado a la preñez de fulanita y zutanita y…, creo Sisebuto, más que bruto, que te estás quedando sin herencia. Te la estás comiendo en vida o mejor dicho, se la está comiendo ese maldito trozo de carne que llevas entre las piernas. Que un día te la voy a cortar, hijo, y vas a quedar más castrado que el toro de Ambrosio, que era tan rijoso como tú y su dueño se vio obligado a cortársela, porque lo que sacaba con los terneros lo perdía con las vacas que aquel animal destripaba.

Como comprenderá el señorito no se sabe quién de los dos era más bestia, si el uno o el otro. De no haber sido Sisebuto el único macho en la familia del cacique estoy por apostar que su padre ya hubiera ordenado a uno de sus matones que le abriera la cabeza, como al descuido, y lo enterrara en el monte. Para su desgracia solo tenía dos hijas y aquel cabestro que le estaba desbaratando la hacienda por la bragueta. Pero la herencia del primogénito era sagrada en aquellos tiempos y así uno iba restañando las heridas que el otro iba abriendo.

Era cuestión de tiempo que Sisebuto acabara violando a la mejor moza del pueblo, porque a nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido la posibilidad de que semejante belleza se acostara por su propio pie con semejante bestia parda. Julita no era bocado para aquel gañán. Por eso cuando un buen día desapareció todo el mundo sacó la misma conclusión: Sisebuto ha vuelto a hacer de las suyas. Espiaron a los padres de Julita pero nadie pudo apercibirse de un solo “rial” que se hubiera gastado de más. Se habló de que la dote de la moza estaba bajo algún colchón, pero lo cierto fue que nadie pudo jurar sobre la Biblia que en aquella ocasión ni la moza preñada ni sus padres hubieran exigido la consabida dote o que el padre de Sisebuto la hubiera negado por alguna razón. ¿Habría otra razón para que Julita se hubiera marchado sin decir adiós? Nadie creía que la hubiera. La moza estaba preñada y bien preñada, y el hecho de que nadie la hubiera visto con barriga solo significaba que ella era más lista que las demás. Y el hecho de que sus padres no se hubieran gastado parte de la dote en algo que todo el mundo hubiera podido ver, solo significaba que eran menos tontos que el resto.

Lo que terminó de convencer a todos de que Sisebuto había preñado a Julita no fueron pues estos signos evidentes sino otros, porque el bruto y la bestia también desapareció del pueblo durante una temporada. Nadie lo vio durante semanas hasta que el tío Juanito se lo encontró un anochecer en un bosque y se llevó tal susto que a poco muere del corazón. Juró y perjuró que era Sisebuto y no otro, ni un fantasma con su misma forma. Caminaba cabizbajo entre las hayas con su escopeta al hombro e iba hablando en voz alta, maldiciendo a todo lo que se podía maldecir. El tío Juanito juró y perjuró que le oyó hablar de Julita y de sus palabras dedujo que estaba tan enamorado de ella como un becerro de la única becerra que hubiera quedado en el mundo. Pero esto último ya fue menos creíble y todos lo achacaron al deseo que existía en el pueblo de cerciorarse de la preñez de la moza. Incluso se llegaron a ofrecer recompensas de unos cuantos duros a quien se hiciera con una prueba que fuera considerada aceptable por todos.

-¿Y fue verdad, Hortensia, de que Sisebuto la preñó o nunca llegó a saberse?

-Nunca se supo. Rumores, eso sí, hubo muchos y para todos los gustos. Que si había abortado en Madrid; que si había dado a luz y luego entregado el retoño a un matrimonio que no podía tener hijos; que si se había convertido en madre soltera y se dedicaba a la prostitución, en muchos lugares a la vez, porque cada rumor la situaba en un sitio… En fin, que cada uno dijo lo que le parecía. No creo que nadie la viera, al menos no presentaron pruebas y se contradecían a cada momento. Lo único seguro es que debió encontrar un buen trabajo, porque cada mes les enviaba una apreciable cantidad a sus padres. Se supo porque la mujer del cartero lo pregonó por todo el pueblo.

-¿Y nunca volvió?

-Por desgracia para ella. Mejor hubiera estado en cualquier parte, lejos de aquí. Pero la moza tenía demasiado carácter para esconderse y no dar la cara. Un día nos enteramos que alguien había comprado la casona del tío Ambrosio, a la entrada del valle. Ya le indicaré algún día, cuando le apetezca dar un paseo a caballo. Es una casa grande y sólida que el tío Ambrosio utilizaba como cuadra y pajar. Pronto aparecieron por el pueblo una cuadrilla de albañiles de una empresa que nadie conocía. Llegaron con un camión donde traían una hormigonera y todos los utensilios necesarios. La gente comenzó a hacerse preguntas y en los ratos libres se acercaban hasta la casona para ver cómo iban las obras y preguntar a los albañiles; que no sabían nada, limitándose a decir que preguntaran al jefe de la empresa… No hubo necesidad porque el tío Ambrosio, atosigado por todos, acabó por admitir que la nueva propietaria era Julita.

El escándalo que se armó fue morrocotudo. Lo menos fuerte que se dijo fue que la muy puta había conseguido el dinero traficando con su cuerpo. Las bromas que le gastaron a Sisebuto fueron tantas y tan gruesas que éste pilló la escopeta y desapareció en el momento quince días. Se oían disparos aquí y allá, pero nadie llegó a verle. Su padre estaba que bufaba y hasta habló a todo el que quiso escucharle de que Sisebuto ya no era su hijo y que pensaba desheredarle tan pronto tuviera ocasión de acercarse por la ciudad.

Un día Julita apareció por el pueblo, conduciendo un coche moderno. Por entonces nadie tenía otro vehículo que el tractor, ni siquiera el padre de Sisebuto. Además conducía ella, algo impensable, como lo fue que viniera embutida en unos vaqueros muy ajustados. El escándalo no fue por lo ajustado de los pantalones, sino porque los llevara. ¿Dónde se había visto que una mujer llevara pantalones?

Estaba más guapa que nunca. Y se lo digo de primera mano, señorito, porque yo la vi bajar del coche que estacionó en la plaza de la Iglesia para hacerse con unas mercaderías en la tienda de la tía Elvira. Peinada a la última moda, con zapatos de tacón y una blusa preciosa que traía desabrochada varios botones, lo que permitía ver el color de su sujetador y la parte superior de sus pechos. Sus andares eran los de una reina y su mirada parecía traspasar cráneos como la flecha de un indio. Su cuerpo había madurado, sus pechos pletóricos (eso convenció  a alguna comadre de que había dado a luz) y muy erguidos.

Era como una artista de cine, señorito. Los hombres se quedaron con la boca abierta, incapaces de decir nada, y las mujeres se los llevaron a rastras, para encerrarlos en casa. Había llegado la puta al pueblo y ninguna mujer decente estaría libre de que su marido o su novio no fueran a visitarla con un fajo de billetes en la cartera.

Un mozo, que había permanecido mudo hasta entonces, se atrevió a decir que la había visto en una revista en la capital de la provincia. Y enseñó un pasquín con su foto. Allí se anunciaba a la famosa vedette “Juliette L’amour” en letras grandes sobre la foto de una mujer que aparecía semidesnuda, vestida tan solo con un bañador que a todas las mujeres del pueblo les pareció escandaloso, y con más plumas que un avestruz, según comentó el graciosillo del pueblo.

El pasquín hizo furor, hasta el punto que al mozo se le ocurrió cobrar entrada por verlo en su casa. Cinco minutos, un duro. Lo increíble no fue que todos los hombres del pueblo pagaran religiosamente el exorbitante precio e incluso repitieran varias veces, sino que hasta las mujeres, picadas por la avispa venenosa de la curiosidad malsana, primero intentaron entrar con sus maridos o novios o hermanos por el mismo precio y luego, al no lograrlo, pelearon como bravas para que el precio se redujera para ellas hasta tres pesetas. 

Lo consiguieron y eso dio tema de conversación para mucho tiempo. Nadie dudaba ya de a qué profesión se había dedicado Julita. Un comité de mozos pidió audiencia al padre de Sisebuto, que seguía echado al monte, para pedirle un préstamo con el fin de que uno de ellos pudiera ir a investigar la vida y milagros de la única famosa del pueblo. Pelearon con ahínco para que les rebajara el desorbitante interés que pedía en todos sus préstamos aquel usurero, pero que si quieres arroz Catalina, “nanaina”.  Se mostró inflexible. Ni siquiera se mostró más contemporizador cuando le ofrecieron ir al cincuenta por ciento en la exhibición de los pasquines o fotos que encontraran. No hubo manera.

Al final nadie fue, pero no por el dinero, que aunque fuera a regañadientes todos hubieran apoquinado su parte, sino porque no se pusieron de acuerdo en quién sería el afortunado detective que seguiría las pistas de Julita. Ni siquiera aceptaron los sorteos que se hicieron, en el de las pajitas porque dijeron que había hecho trampa el mozo del pasquín, creo que se llamaba Almacio,  que fue el de la idea y el que sostuvo las pajitas en su mano, y en los otros por tres cuartos de los mismo. Los que no resultaban afortunados protestaban ruidosamente y se negaban a pagar un billete al supuesto tramposo.

Así estaban las cosas en el pueblo, señorito. Se hablaba mucho y se trabajaba poco. El cacique se frotaba las manos, porque si no pagaban los préstamos su fortuna aumentaría. Pero nadie pensaba en otra cosa que no fuera en el pasado de Julita y en lo que habría venido a hacer en este pueblo perdido de la mano de Dios. Los mozos iban a darle la cencerrada todas las noches a la pobre mujer. Mientras hubo albañiles en la casa, que dormían en el pajar que estaban reformando, la cosa no pasó a mayores, pero en cuanto las reformas terminaron y mientras llegaban o no los decoradores los mozos arreciaron en su acoso y noche hubo en que alguno, muy borracho y pasado de orujo hasta las cejas, intentó echar la puerta abajo. No logró su propósito porque la puerta era de primera, muy moderna y sólida. Aún así Julieta desapareció del pueblo una semana. Las comadres dijeron que por miedo y que no volvería, pero regresó y con un una escopeta reluciente colgada a la espalda. Cuando el sargento del puesto le pidió la documentación ella se la enseñó, muy ufana, y los “civiles” tuvieron  que respetar la ley como cualquiera, porque el permiso de armas de caza iba acompañado de una carta del gobernador provincial, dirigida al comandante de puesto de la guardia civil que correspondiera, haciendo saber que la susodicha había obtenido permiso para portar armas de caza y que reglamentariamente estaba en su perfecto derecho de cazar, como los demás, y de tener el arma en su casa.

Se dijo que el gobernador había sido su amante y de ahí lo estrambótico de la misiva. Nada se pudo comprobar, ni que eso era cierto, ni que había tenido un hijo, ni sus pasos por la senda del pecado, porque los mozos jamás llegaron a ponerse de acuerdo y nadie vino al pueblo que les sacara de dudas.

El interés de Córcoles por la historia fue “in crescendo” como lo demuestra el hecho de que dejara de manosear nerviosamente el muslo desnudo de Hortensia y comenzara a pellizcarse las mejillas y los brazos, intentando no quedarse dormido. Como no surtieran efectos los pellizcos le pidió a la narradora que hiciera un alto y con gran dificultad se arrastró hasta la puerta, que consiguió abrir con dificultad. Con sus manos tomó puñados de la nieve acumulada hasta el alfeizar de la ventana y se restregó con ella el rostro. Luego se desabotonó la camisa y resoplando como un fuelle se restregó también el pecho. Por si esto fuera poco dejó caer varios puñados sobre su cabeza y formando una bola compacta se la puso en lSus intentos de cerrar la puerta resultaron vanos, porque parte de la nieve había caído sobre el vestíbulo. En el esfuerzo resbaló y cayó de culo cuan largo era. No pudo ver cómo Hortensia  se reía histéricamente “por lo bajini”. De haberlo visto tal vez se hubiera hecho una idea aproximada del bufonesco espectáculo que estaba dando.

LA VENGANZA DE KATHY V


LA VENGANZA DE KATHY V

-Bien, así me gusta. Tengo muchas preguntas que hacerte. Empezaremos por la primera. Por lo que sé muchos de los profesionales que ahora trabajan aquí –los pacientes al parecer han sido secuestrados contra su voluntad- fueron escogidos por Mr. Arkadin, aparte de por su profesionalidad, porque estaban solos, sin familia o con poca familia, imagino que habrá algún huérfano y más de un marginado. Algunos aceptaron porque tenían que alimentar a su familia, como Dolores. Pero a ti no te imagino huérfana, sola, con la imperiosa necesidad de ganar más dinero de lo habitual. ¿Por qué te dejaste captar, Alice?

-Jé. Parece que te llama la atención. Pues bien, la razón principal fue el dinero, como creo que nos ha sucedido a todos. Mr. Arkadin paga muy bien. No, no soy huérfana, tengo padres, hermanos, una familia. Necesitaba dinero, mucho dinero, quería ser actriz, irme a Hollywood, prepararme estudiando, conseguir pequeños papeles e ir progresando. Para eso se necesita mucho dinero.

-Pero tuvo que resultarte sospechoso todo esto. ¿Sabías que no podrías volver a salir?

-Claro que no, de haberlo sabido no hubiera aceptado. ¿Para qué me iba a servir el dinero si luego no podía emplearlo para lo que lo quería? Pensé que estaría dos o tres años, así ganaría suficiente dinero y luego me podría ir.

-No entiendo cómo Mr. Arkadin pudo contratarte sabiendo que tenías familia, que te echarían de menos, que denunciarían tu desaparición…

-Bueno, debió informarse muy bien, en mi caso como en los otros. Imagino que tenía un escuadrón de detectives siguiendo nuestros pasos y enterándose de todo. La relación con mis padres y hermanos no era buena, de vez en cuando me marchaba y pasaba un tiempo, a veces mucho, por ahí, trabajando, buscando oportunidades. No les decía nada y no sabían nada de mí hasta que volvía. Estaban acostumbrados a mis desapariciones. No harían nada en mucho tiempo. Además Mr. Arkadín seguro que borró nuestras huellas, tiene medios más que suficientes. En mi caso pudo haber mandado una postal desde Europa o cualquier otro truco. Mis padres se conformarían, siempre se conforman.

-¿No te parece muy raro todo esto? ¿No te parece desmesurado el esfuerzo y el dinero gastado solo para mantener encerrados a unos enfermos por mucha fortuna que tengan sus familias? No he tenido mucho tiempo para pensarlo, pero hay muchas cosas que no encajan.

-Claro, creo que todos hemos pensado lo mismo. Yo misma me he llegado a plantear la posibilidad de que seamos parte de un experimento. Ese malnacido de Cabezaprivilegiada puede haber convencido a Mr. Arkadin de llevar a cabo alguno de sus locos experimentos. ¿No lo hizo con Kathy?

-Oye, ¿cómo sabes tú eso?

-Cuando llegué había aquí muy poca gente. Estaban Kathy y Jimmy que fueron de los primeros, luego empezaron a llegar los restantes. Kathy y yo éramos de la misma edad y entonces había aquí pocas mujeres. Nos hicimos amigas y hablábamos mucho en el jardín. Ella parecía una jovencita adorable, encantadora y necesitaba hablar con alguien. Tuvo momentos de debilidad y me contó lo que le hicieron en el laboratorio y lo de su clítoris, claro. Como soy mujer no pude comprobarlo pero los hombres con los que se acostó no dejaban de hablar de ello. Se hacían cruces… Permíteme que te diga algo. No te lo tomes a mal. Ten cuidado con Kathy. Es una psicópata. Puede ser una mujer muy dulce, adorable, pero hay algo bestial en su interior. No me extraña sabiendo lo que ha tenido que sufrir la pobre. No sé el poder que tendrá su clítoris, imagino que mucho. Intenta no volver a probarlo. Los demás hombres de Crazyworld no parecen interesarle mucho, los usa y luego se olvida de ellos. Pero contigo es distinto. He visto como te miraba. Hazme caso, ten mucho cuidado.

-Te agradezco que seas tan sincera conmigo. Sí yo también he pensado que es una mujer extraña. ¿Ha hecho algo que te haga pensar que podría matar a alguien?

-Cuando Crazyworld se fue llenando, ella dejó de hablar conmigo y se dedicó a los hombres. No ocurrió nada especial hasta que me acosté con uno de los guardias de seguridad. Sí, aquí tienes mucho tiempo libre, aparte de trabajar casi todo está permitido, salvo escaparte, claro. Kathy se lo tomó muy a mal y durante un tiempo me persiguió con bromas pesadas, sustos y todo tipo de trampas. No sé si se le pasó por la cabeza matarme. Por suerte para mí no se le ocurrió otra cosa que acostarse con Jimmy el Pecas. Fue un error tan descomunal que mi valoración de su inteligencia cayó por los suelos y nunca se levantó. Reconozco que es astuta, a veces, pero de ahí no pasa. Pasó de ser mi perseguidora a ser perseguida por Jimmy. Ambos se enzarzaron en una guerra sin cuartel. Ahora se puede decir que están en una especie de tregua bastante frágil. Te puedes imaginar cómo fue la guerra.

-¿Crees que algún día podremos escapar de Crazyworld? Me llama la atención que a los guardias de seguridad no se les haya ocurrido marcharse y dejar que el resto haga lo mismo.

-Eso es porque eres nuevo y aún desconoces cómo funciona Crazyworld. Se podría decir que los guardias de seguridad son el primer círculo de seguridad. Están dentro, con nosotros y son tan prisioneros como el resto. No escapan porque no pueden. También lo probaron en cuanto supieron que esto era para siempre. Al principio hubo muchos intentos de fuga. Todo el mundo pensó que era más listo que Mr. Arkadin y que es posible fugarse de cualquier prisión, tenga la seguridad que tenga, pero pronto aprendieron que Crazyworld está tan bien diseñado que me rio yo de las mejores prisiones de alta seguridad. Los guardias de seguridad no tienen las llaves de las puertas del perímetro, solo las abren los robots con códigos que al parecer vienen de fuera. Saltar el muro electrificado es jugársela. No se puede cortar la corriente ni provocar un cortocircuito. Al parecer viene también de fuera y está a prueba de cortocircuitos. Los robots son el segundo círculo de seguridad. Están siempre vigilantes, incluso de día, aunque no se les vea. A los perros se les suelta de noche, pero podrían hacerlo de día también. Esa es una hipótesis mía porque nunca ha ocurrido. ¿Te imaginas a los robots dando órdenes a los perros? Pues eso hacen. Como te acabo de decir al principio hubo muchos intentos de fuga y se pusieron a prueba todos los círculos de seguridad. Por eso lo sé. ¿Perros entrenados para obedecer órdenes de robots? Parece increíble. ¿Verdad? Si fallara todo eso imagino que hay un tercer círculo de seguridad, es solo una hipótesis, porque nadie ha logrado saltar la valla. Puede que haya más guardias de seguridad fuera, cámaras vigilando todo el perímetro e incluso un ejército de mercenarios. Con Mr. Arkadín se puede esperar cualquier cosa.

-¿Entonces yo fui recogido por robots al llamar a la puerta?

-No lo sé. Si no te lo ha contado Kathy, que es la única que lo sabe, no creo que nadie más pueda hacerlo, salvo que la acompañara algún guardia de seguridad. Podrías preguntarle también a Heather si estaba de guardia esa noche. Lo que es seguro es que alguien desde fuera dio órdenes a algún robot, que abriría acompañado de algún perro y al verte en el suelo pedirían ayuda a la enfermería donde estaba Kathy. Lo cierto es que allí te llevaron y los demás nos enteramos por la mañana. No tenemos periódicos, ni radio, ni se nos permite la conexión a Internet salvo a páginas censuradas previamente, todo lo demás está bloqueado. El correo electrónico también. Solo podemos escribirnos entre nosotros y para eso mejor vernos y hablar. Bueno, ahora me toca a mí. He hablado demasiado para las pobres respuestas que has dado a mis preguntas.

Al parecer –según pude saber en respuesta a mi última pregunta- el bosque que estábamos recorriendo era tan extenso que nadie en Crazyworld lo había recorrido entero y los que lo habían intentado se habían perdido y tuvieron que ser rescatados desde el aire por un helicóptero de fuera del perímetro. Según la hipótesis de Alice o bien éramos vigilados por drones –un concepto nuevo para mí que me tuvo que explicar- o bien todos llevábamos algún chip injertado, como los perros –también me lo tuvo que aclarar- no encontraba otra explicación al rápido rescate. Jimmy fue el primero o de los primeros en ser rescatado. Se le había metido en su cabezota la idea de que si uno recorría todo el bosque sin duda llegaría a salir de él hasta dar con una zona que no tuviera muro. Por mucho dinero que tuviera Mr. Arkadin, hacer un muro que rodeara todo el bosque tenía que costar una pasta. Lo cierto es que ni él ni nadie había llegado a saber si la hipótesis del Pecas era cierta o no. El bosque estaba repleto de árboles de distintas especies, la mayoría muy altas. Existían zonas de secuoyas que permitían un caminar fácil entre ellas, aunque la mayoría del bosque era muy tupido. La maleza crecía libre. Nadie sabía de jardineros o forestales encargados de cuidarlo como un jardín. Los pocos caminos transitables lo eran porque alguien cuidaba de desbrozarlos cada cierto tiempo. Ese alguien era Jimmy, por supuesto, pero también algún que otro residente aficionado a las excursiones y deseoso de olvidarse de la prisión en la que habitaba. Incluso algún que otro paciente gustaba de recorrer el bosque, no mucho, para pintar caras o palabras obscenas en el tronco de los árboles o recolectar setas que debían entregar en la cocina para que los conocedores dieran el visto bueno antes de preparárselas para alguna comida. Cada cual desbrozaba sus propios caminos y los señalaba con sus códigos particulares. Cuando Alice me dijo eso caí en la cuenta de que ella también se detenía cada cierto tiempo para ver algo que nadie más que ella podía ver. Estuve tentado de preguntarle por su código. No lo hice, bien porque no me lo iba a decir, bien porque había asumido que estaríamos juntos durante toda la búsqueda y regresaríamos también juntos antes de que se hiciera de noche.

Caminábamos despacio, porque el sendero no era como para hacer deporte, hablando tranquilamente, aunque también hubiéramos podido hacerlo a mayor velocidad. El turno de preguntas de Alice lo ocupó sobre todo en saber de mis andanzas amorosas, ya que el resto no podían ser contestadas porque yo era amnésico. Esa fue su primera pregunta. Dudaba de que yo lo fuera. Podía estar disimulando por algún motivo oculto que yo me encargué de disipar puesto que no tenía el menor sentido a la luz de la lógica, ni incluso a la oscuridad del caos delirante. ¿Para qué iba yo a engañar a todo el mundo haciéndome el amnésico? Si iba a permanecer allí el resto de mi vida no tenía sentido hacerme el tonto, antes o después cometería deslices o me aburriría de ser un desmemoriado o el doctor Sun se pondría serio conmigo y recobraría la memoria antes de seguir soportando sus test o sus sesiones de hipnosis. Eso la convenció. En cuanto a mis andanzas amorosas quería saber todos los detalles. Le dije que yo era todo un caballero y no hablaba de la intimidad de las damas. Di algunos detalles que no me parecieron importantes, tales como que en efecto, había pasado una noche con Heather en su apartamento y del regalo de un gatito por parte de Kathy, ya que no podía ser otra persona. Me dijo que era una mala señal. Yo estaba enfilado y eso era un aviso serio. Pensé que tal vez lo pensara por el color del gato o gata. El negro era signo de mal agüero. Me sorprendió que yo recordara eso. De Dolores le dije lo de su sabrosa comida mexicana y de inmediato ella me confesó que era una excelente cocinera, comida italiana o china –había tenido una amiga de esa nacionalidad que la enseñó a cocinar- sobre todo. Eso me puso sobre aviso. En cualquier momento me invitaría a su apartamento y tendría que colgarme otra llave del cuello, bien en forma de tarjeta, la de Heather, o metálica como la de Dolores. Apunté la pregunta para cuando me volviera a tocar el turno. ¿Existían clases en Crazyworld? ¿Mejores apartamentos y otras prerrogativas según el trabajo de cada uno?

De esta guisa y ritmo caminamos lo que me pareció un buen rato. No sabría decir cuánto tiempo porque me fijé en que yo no llevaba reloj de pulsera –tendría que preguntar también por mi reloj, si es que lo llevaba al llegar- y tampoco Alice, no se lo vi en las muñecas. Cuando ella satisfizo su curiosidad morbosa aproveché el tiempo para enterarme de algunas cosillas que me habían llamado la atención y que no se me ocurrieron hasta recapitular con aquella caminata ecológica. Estuve a punto de preguntar detalles propios de amnésico, tales como en qué día estábamos, en qué estación, si era lunes o martes, si nevaba o llovía y en qué épocas… No lo hice porque a lo mejor descubría algo que no me gustaba. Supuse que estábamos al final de la primavera y principios del verano, por el calor, ya que me habían dado ropa de verano. Porque el cielo estaba despejado, aunque se vislumbraban algunas nubecillas que tal vez pudieran dar lugar a una tormenta de verano, si estábamos en verano, o primaveral si en realidad aún no habíamos salido de la primavera. Todas las preguntas se me quedaron en el gaznate porque habíamos llegado a una especie de claro, rodeado de un montón de enormes secoyas. Me quedé pasmado cuando observé bancos de madera pegados a los árboles y mesas del mismo material, troncos adaptados como sillas y algún que otro detalle que me hizo pensar en una especie de parque o lugar de asueto. Enseguida pregunté cómo era posible que existiera todo eso y no un camino ancho y preparado para excursionistas. Me dijo que en efecto, lo hubo, pero a la vista de los follones que se habían montado entre pacientes y trabajadores por reservar el parquecito para sus expansiones, el director dio orden a los jardineros de que no cuidaran el camino, que al cabo de un tiempo se convirtió en bosque salvaje. Muchos se desesperaron y no regresaron. Otros hicieron sus propios caminos con códigos pero era raro ver juntos a más de uno, o dos o tres. Las excursiones grupales desaparecieron. Alice escogió un árbol, una mesa y un banco y nos preparamos para comer lo que Dolores nos había preparado. En efecto mis tripas ya habían comenzado a rugir, pero enfrascado en la conversación no me había dado cuenta.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LII


Hace ya bastantes años, convertido en un escritor prolífico, aunque aficionado, algo que nunca he dejado de ser, se me ocurrió una idea extraña para una novela en la que pretendía imaginar lo que habría sido de mi vida si en lugar de tomar ciertas decisiones en las encrucijadas que hay en todo camino vital, hubiera tomado otras. Era una idea muy creativa aunque bastante disparatada, puesto que los mundos paralelos que ahora están de moda en bastantes ficciones literarias y cinematográficas entonces no dejaban de ser una elucubración cuántica. Además, yo no pretendía contar una historia autobiográfica de personajes paralelos que vivían en dimensiones diferentes y se comunicaban o no. Me limitaba a utilizar mi fantasía para hacerme una idea aproximada de por dónde hubiera discurrido mi vida si mis decisiones hubieran sido otras o las circunstancias me hubieran llevado en otra dirección. Recuerdo que una de estas historias, que esquematicé en el esbozo que hice de las grandes encrucijadas de mi vida y de lo que hubiera cambiado de haber sido otro el camino a recorrer, fue precisamente ésta. En ella contaba cómo en lugar de haberme dejado acoquinar por el miedo, lo hubiera intentado, es decir, que hubiera actuado como si la invitación que me hizo R de acudir a su dormitorio para darle un masaje fuera una invitación al sexo en toda regla. En esa historia imaginaria, por supuesto que ella tenía sexo conmigo, puesto que la invitación no podía ser para otra cosa, nadie en su sano juicio habría pensado lo que yo pensé, que cuando una mujer te invita a su dormitorio, con un salto de cama trasparente y muy sexy, no podía ser para que le diera un masaje. Puede que muy pocos hombres lo hubieran visto así, era una época muy machista, como ahora, aunque bastante más hipócrita.

Es posible que de haber deslizado mis manos bajo sus braguitas negras y hacer como que el masaje era más completo de lo supuestamente acordado, ella me hubiera rechazado, como ocurrió algunos años más tarde, cuando también estuve dando una especie de masaje energético a una mujer. Entonces, también me vino a la cabeza aquella escena ocurrida años antes, y decidí tomar una decisión que no me atreví a llevar a cabo en aquel momento. Mi mano se deslizó hacia su sexo, para un masaje o caricia. Ella se limitó a quitar la mano y a dejarme bien claro que no quería sexo. No hubo más. Claro que era otra mujer y otras circunstancias. No esperaba algo diferente, pero me dije que debía intentarlo y lo hice. Sin embargo con R estoy convencido de que habríamos acabado haciendo el amor. Es algo que aún creo hoy en día y de lo que estuve convencido durante muchos meses, mientras me debatía entre acudir o no a una profesional para perder mi virginidad de una vez por todas. Desde luego que hubiera sido una pérdida más afectiva, cariñosa y feliz de lo que en realidad sería mi desvirgamiento. El esquema que tracé para desarrollar aquella historia que nunca llegué a terminar, ni siquiera alcanzó la copia de trabajo como hacía con la mayoría de mis historias, consistía en unas ramificaciones básicas y bastante verosímiles, teniendo en cuanto cómo era yo y como era ella y sus circunstancias. Hacíamos el amor, esto se repetía unas cuantas veces hasta llegar un punto de inflexión inevitable. O bien su amante nos descubría y yo salía con el rabo entre las piernas, o bien ella me pedía un compromiso y yo lo aceptaba. Habría que buscar un alojamiento acorde a mis posibilidades económicas, que eran pocas, y vivir en una estrechez cercana a la pobreza. Yo tendría que hacerme cargo de sus niños, que irían a otro colegio más barato o regresarían a casa. La posibilidad de que ella se pusiera a trabajar y pudiéramos vivir de forma aceptable, era muy remota. Estoy convencido de que aquello hubiera acabado mal, como no podía ser de otra forma. Aunque tal vez mi etapa negra, plagada de suicidios, muy bien no hubiera sido tan negra, si bien dudo mucho que pudiera haber evitado algún intento de suicidio. Lo que sí es fácil que hubiera ocurrido, porque la cronología estaba muy ajustada, casi traída por los pelos, es que yo no hubiera conocido a la que luego sería mi esposa durante casi veinticinco años. El tiempo en esa historia resultaba de todo punto un factor imprescindible. Tan solo unos meses antes o unos meses después y los caminos no se hubieran cruzado. Salvo que se produjera un milagro, como al fin y al cabo fue lo que ocurrió en mi peripecia vital.

Analizando como analicé mi vida, con una meticulosidad rayana en el delirio, fui consciente de que el encuentro con determinadas personas no habría sido posible de haber cambiado un poco la flecha temporal, como si ciertas decisiones y circunstancias hubieran sido otras, mi vida no sería la que es. La primera encrucijada que anoté para una posible novela que no sé cómo llamar, aunque ahora parece que le han puesto el nombre de ficción autobiográfica, y que definen, según acabo de ver en Internet, como “la ficción autobiográfica se compone principalmente de acontecimientos y personajes inventados que pueden estar basados en la propia experiencia del autor y en su persona. El protagonista puede tomar como modelo al autor y hacer al menos algunas de las cosas que éste ha hecho realmente en su vida”, fue sin duda la encrucijada raíz que me llevó a seguir un camino que pudo hacer factible lo que ha sido el resto de mi vida, con algunas encrucijadas que también pudieron modificarla, aunque pienso que no sustancialmente. Cuando en aquella escuela de pueblo levanté la mano porque quería ir al colegio del que nos había hablado maravillas el fraile que andaba por allí reclutando vocaciones como pescadores de hombres evangélico, mi vida cambió sustancialmente. No hubiera podido estudiar de otra manera y el futuro que me aguardaba no podía ser otro que convertirme en minero del carbón como era mi padre. Salvo milagros, que algunas veces ocurren, no me quedaba otra. Eso o ir a vivir con los abuelos a la montaña y hacerme ganadero, algo que no me disgustaba, aunque dudo que hubiera podido soportarlo. Esa encrucijada y la que se mostró claramente en aquella noche en el apartamento de R fueron sin duda decisivas en mi vida.

Perder la virginidad con R hubiera modificado sustancialmente muchos episodios de mi vida y sin duda habría sido algo mucho más afectivo y feliz que lo que realmente ocurrió. Me veo con gran viveza y solidez –es un recuerdo que ha permanecido anclado en mi memoria durante todos estos años- sentado en un banco, sudando angustia por todos los poros, mientras decidía si ir o no a la calle de la Ballesta y perder la virginidad con una profesional.  Puede que aquel banco no estuviera en la Puerta del Sol, no es un detalle claro e indubitable, porque tal vez no hubiera bancos en aquel lugar, pero si no fue allí fue en algún punto cercano a dicha calle que no estaba lejos. Llevaba la cartera con suficiente dinero para lo que yo preveía que me iba a costar, incluyendo también una o dos copas y alguna incidencia no prevista. Estaba corriendo un gran riesgo, puesto que me podían robar el dinero y eso hubiera supuesto un grave tropiezo en mi economía. Pero mi angustia no estaba centrada en eso, si no en una parálisis psicológica que me impedía ponerme en pie y caminar. Muchos años después me ocurriría algo parecido con mi fobia social. La timidez enfermiza que me acompañó durante toda mi infancia, adolescencia y juventud, se intensificó hasta el límite puesto que lo que iba a hacer era ya de por sí una decisión complicada para cualquier jovencito de mi edad. Aunque no existía un dilema moral, ya que al abandonar el colegio religioso había hecho una limpieza mental muy a fondo, desprendiéndome de dogmas religiosos y toda clase de represiones que mi razón me decía que eran totalmente irracionales, sí es cierto que en la parte más oscura de mi subconsciente continuaban dando guerra.

Y aquí voy a hacer un pequeño inciso, que no quiero sea muy extenso, porque a estas alturas de mi vida ya he tirado la toalla respecto al sexo y mucho más en cuanto al sexo mercenario, y nada me afecta en este terreno. No obstante sí me gustaría decir algo sobre la prostitución que utilicé en alguna que otra ocasión en mi etapa juvenil. En la actualidad se está hablando de una nueva legislación sobre la prostitución, que básicamente se pretende que sea prohibitiva y punitiva, algo que por otra parte no es precisamente algo nuevo. Es el viejo dilema de siempre. Estoy totalmente de acuerdo en que es una lacra social y que las mafias y la delincuencia organizada explotan descaradamente, hasta llegar a pisotear los derechos humanos más elementales, a la inmensa mayoría de las prostitutas. Habría que acabar con ello de una vez por todas, como con otras muchas lacras que convierten nuestra sociedad en una auténtica selva. Mi pregunta – y no puedo dejar de hacerla- se refiere a cómo lograrlo de una forma más efectiva que la de una prohibición y criminalización que nunca ha tenido demasiado éxito. Me pregunto si una buena educación sexual no ayudaría mucho. Una sociedad en la que el sexo dejara de ser el tabú que es y ha sido siempre y se convirtiera en algo natural, regido por las mismas normas y valores que otros aspectos de nuestra naturaleza humana, también ayudaría mucho. Cuando la única opción que tiene un jovencito como el que yo era entonces es el sexo mercenario, y no hablo de pornografía porque en aquel periodo histórico, en el que se transitaba desde una dictadura represiva a una democracia en pañales, muchos ni sabíamos qué era eso, resulta algo tristísimo y paupérrimo.

Debí de permanecer durante horas sentado en aquel banco, en medio de la noche, mientras la ciudad se iba despoblando hacia el sueño. Al final tomé la firme decisión de acabar de una vez por todas con mi virginidad, aunque eso me costara un sufrimiento que yo creía con sinceridad no me merecía. La obsesión era ya tan intensa que estaba transformando mi patología de enfermo mental en algo tan grave que me había llevado por el camino de los intentos de suicidio y aquello aún podía empeorar más. Necesitaba saber si el sexo era algo tan maravilloso y placentero como yo imaginaba o simplemente se trataba de una forma distinta de masturbación que no merecía la pena. Quería saberlo a toda costa, esperando que eso calmara mis ardores y me ayudara a llevar con más ecuanimidad los trastornos de mi enfermedad mental. Soy muy testarudo, muy cabezón, por lo que cuando he tomado una decisión la llevo a cabo, aunque eso me pueda costar la vida.  Debí recordar en aquel momento mi descubrimiento de la masturbación. Se produjo a los doce años, mientras yo estaba pasando una gripe en el colegio religioso. No había enfermería, por lo que permanecía en la cama, solitario en aquel inmenso dormitorio. Estaba aburrido y mis ojos se habían fijado en una especie de patito, dibujado en la cristalera de enfrente por un dedo anónimo, aprovechando el vapor que surge cuando en el interior hay más temperatura que en el exterior. Supongo que era invierno. La fijeza con que miraba, sin saber por qué, llegó a causarme un problema en los ojos, hasta el punto de que durante mucho tiempo a veces aparecía aquel dibujo cuando cerraba los ojos o miraba de una forma determinada. Sentía una rara comezón en mis partes pudendas. Nadie me había hablado del sexo, de la masturbación ni de que la “pilila” sirviera para algo más que para “mear”. Comencé a tocarme, buscando un cierto alivio, y descubrí asombrado que eso me producía un placer desconocido. Cuanto más me tocaba, y de una forma determinada, más placer sentía. Estaba solo, todos permanecían en las clases y no esperaba que nadie apareciera por allí, por lo que me entretuve con aquel descubrimiento que en cierto modo también me aterrorizaba. Nunca había tenido una erección, el que el pene estuviera erecto, me parecía podía ser el signo de alguna rara enfermedad de la que nadie me había hablado. Cuando llegó la eyaculación sentí un placer tan vivo, tan intenso, que me desmayé durante un tiempo, no creo que fuera mucho. Cuando regresé a la consciencia me dije que acababa de descubrir un nuevo mundo del que me iba a aprovechar. Recuerdo aquel placer como uno de los más intensos que me ha dado el sexo. Aquello me llevó a una desesperada busca de repetir una y otra vez un placer inaudito. Hasta el punto que aquel verano, durante las vacaciones, me descubrirían lo que el médico llamó una anemia perniciosa, cercana a la leucemia. Estuve a punto de morir, según aquel médico el que me salvara fue un milagro. Tres meses en la cama con hígado, ponches de huevo y vino dulce, una alimentación especial y reposo absoluto, vitaminas y todo lo que se conocía en aquel tiempo que podía ayudar a superar una anemia. Cuando el médico le preguntó a mi madre si me habían hablado de la masturbación, me sentí terriblemente avergonzado. Así que así se llamaba lo que yo estaba haciendo. Masturbación.

Cuando comencé a caminar hacia aquella calle, donde al parecer existían montones de locales en los que las mujeres aceptaban tener sexo contigo a cambio de dinero, recordé aquella experiencia y me dije que si el sexo era parecido a aquella primera masturbación merecería la pena. Por desgracia tras las primeras experiencias masturbatorias el placer decreció tanto que se convirtió en un placer mezquino y sórdido. Sabía muy bien que la mujer que me desvirgara no me iba a dar amistad, afecto, cariño, simplemente con que no me tratara como a un mierdecilla, me conformaba. De nuevo pensé en R y en lo mucho que me hubiera ayudado hacer el amor con ella aquella noche. Yo era joven, con cierto atractivo, me preguntaba por qué razón no encontraba una chica con la que tener sexo. Mi físico no era el problema, pero sí la educación represiva que había sufrido en aquel colegio y la timidez enfermiza que me había llevado en los primeros tiempos, tras abandonar el colegio, a mirar al suelo para no ver a las chicas y a las mujeres que me podían gustar. Ya no lo consideraba pecado, pero la cara se me ponía como un tomate y sentía tanta vergüenza que pasaba de una acera a la otra o buscaba mil subterfugios para no encontrarme de frente con una mujer atractiva.  Me preguntaba si algunos estábamos condenados a tener que renunciar al sexo, por lo que fuera, algunos porque su cuerpo no atraía, otros porque sufrían algún tipo de discapacidad, o como yo que además de una enfermedad mental tenía que soportar que la timidez enfermiza me impidiera hacer lo que la mayoría de los jóvenes hacían con total normalidad. Iba a tener que renunciar al sexo por el resto de mi vida, a un placer que no debería avergonzar a nadie. No había derecho. ¿Qué había hecho yo para merecer esto? Las cosas podrían ser muy distintas si alguien hacía algo. Con que me hubieran hablado del sexo, de la masturbación, del coito, a tiempo, mi vida hubiera sido diferente, más ecuánime, menos angustiante.

Una sociedad menos reprimida, más abierta a estos temas, donde los jóvenes pudieran tener sexo sin necesidad de casarse antes, donde la virginidad fuera un simple estado transitorio, donde el afecto, la amistad, podrían conducir al sexo o no, que fuera una opción y no una canallada que uno solo puede realizar a escondidas, disimulando, tratando de que nadie te descubra, se entere, te castigue, me hubiera evitado lo que iba a ocurrir. Pretender que cualquier persona deba renunciar al sexo, por mil razones o circunstancias, es como pretender que solo te puedas alimentar de los alimentos putrefactos que encuentres en los contenedores de basura. Es desesperante, repugnante, y más cuando ves que otros comen bien, a veces muy bien, a veces lo que quieren. Cuando observas que a los que tienen mucho dinero se les permite todo, cuando oyes hablar de todo tipo de perversiones y explotaciones por parte de los hipócritas que luego condenan en público lo que hacen en privado. Cuando vives en una sociedad que utiliza el sexo como un cebo para vender casi todo. Cuando te ponen a una hermosa mujer sentada en un coche y no sabes si pretenden venderte el coche o la mujer. Es como si te dijeran que si quieres sexo tienes que ganar mucho dinero y hacerte rico y así tendrás todo el sexo que quieras con las mujeres que quieras. Vale que uno debe trabajar para sobrevivir, que uno debe trabajar las relaciones sociales, interpersonales, que debes conquistar y seducir si quieres sexo. Si quieres amigos tendrás que dar, que trabajar la amistad, es justo que quien más se esfuerza consiga más, pero el sexo no debería ser una pepita de oro que sacas de una mina a fuerza de picar y sudar, debería ser algo más natural. Cada cual es libre y no está obligado a tener sexo con cualquiera porque éste sea un pobre hombre que no sabe relacionarse con mujeres, pero una buena educación sexual, una sociedad menos hipócrita, menos reprimida, donde conseguir una relación sexual no fuera tan difícil como que te toque la lotería, sería mejor para todos. Lo hubiera sido también para mí. Me pregunto si criminalizar el sexo mercenario es una solución. La explotación sexual de las mujeres es algo bestial, impropio de una sociedad civilizada. Yo mismo hubiera renunciado al sexo mercenario en mi juventud si con ello hubiera acabado con la explotación sexual, con las mafias y delincuencias organizadas que convierten a muchas mujeres en esclavas. Por algo así no solo habría renunciado al sexo, también a la vida. Pero me pregunto si uno puede renunciar al sexo como se renuncia a conducir, no sacando el permiso de conducir. El sexo forma parte intrínseca de la naturaleza humana y lo mismo que no puedes renunciar al amor, al afecto, a la amistad, al cariño, sin sufrir serias consecuencias psicológicas, vivir sin sexo también tiene consecuencias, el agua se acaba escapando por cualquier sitio cuando la presión es demasiado grande.

Iba a perder la virginidad como quien pierde un brazo tras un accidente. Iba a ser algo muy traumático pero no estaba dispuesto a pasarme el resto de mi vida sin saber cómo era el sexo, cómo era hacer el amor.

EL BUFÓN DEL UNIVERSO II


De una manera tan peculiar se iniciaría mi vida como bufón de corte. La desgracia quiso que en pleno vuelo el comandante decidiera inventariar toda la bodega de carga, buscando dar un escarmiento a la tripulación, de la que se había quejado un jerarca a quien habían arrebatado una de sus jovencitas recientemente adquiridas. El comandante negó que su tripulación estuviera implicada y a cambio de que su nave no fuera puesta patas arriba por la guardia personal del jerarca entregó una buena provisión de películas históricas que reservaba para la burguesía de otro planeta más rico. El enfadado jerarca se dejó convencer ante la perspectiva de que su esposa le dejara en paz por una larga temporada con sus quejas sobre el excesivo número de sus concubinas. El comandante quiso cerciorarse de que la jovencita, objeto del litigio estaba en la bodega, escondida por algún grupo de tripulantes rijosos y desvergonzados. No la encontraron, a cambio yo tuve que sufrir un severo castigo como polizón. El frustrado y encolerizado comandante no me ahorró tortura alguna, incluso decidió utilizar conmigo una extraña sonda psíquica que había adquirido en un planeta tecnológico, donde le prometieron que hasta las mentes más rebeldes se convertirían en mansos corderitos tras pasar por la sonda. No encontró mejor ocasión para probarla y aquel desatino descubriría una faceta tan escondida en mi mente que nunca supe de su existencia. De pronto me convertí en el “bufón del universo” como sería presentado en las grandes mansiones por pomposos mayordomos, deseosos de agradar a sus señores hasta el vómito.

Aquel hombre era un sádico redomado y su tripulación la hez de los planetas por donde pasaba. La reclutaba en los bajos fondos de las capitales planetarias. Con el tiempo llegaría a saber que la nave no era en realidad una de las numerosas naves comerciales que suelen hacer los mismos trayectos, consiguiendo mercancía aquí, vendiéndola acullá, aceptando pedidos, trapicheando con todo, sino una peligrosa nave pirata que había adoptado la fachada de una inocua nave comercial para pasar desapercibida. El comandante sólo buscaba conseguir la mayor riqueza posible en el menor tiempo y luego retirarse a un planeta desconocido donde sería amo y señor. Es posible que esta mezquina meta transformara su carácter o tal vez fuera precisamente ese carácter frío y mezquino el que le llevó a una profesión donde solo medran los malos y sobreviven los peores.  No podía haber elegido una nave peor. Yo iba a ser el entretenimiento de aquellos sádicos sin entrañas durante el tiempo que durara el viaje. Iba a morir, o si lograba sobrevivir, me venderían a cualquiera en cualquier parte por el dinero que quisieran darle.

El comandante se dirigió a su camarote, donde al parecer guardaba la sonda en su caja fuerte particular. Regresó con una pequeña caja como las que suelen vender en los bazares para regalos entre los más desfavorecidos. Pero aquel artilugio no era precisamente un regalo. Sin duda debió de formar parte del botín de algún abordaje, o comprada a un alto precio en un planeta de tecnología muy avanzada. Me ataron a un sillón y el comandante oprimió una serie de botones que se pusieron en rojo. Había colocado la sonda sobre mi regazo y de ella comenzaron a brotar numerosos tentáculos. En un principio pensé que se limitarían a pegarse a mi cuerpo con ventosas. No fue así. Cada tentáculo escogió una parte de mi cuerpo y penetró hasta mis órganos vitales. Todo ello sin anestesia. El dolor me hizo gritar como si me estuvieran destripando. Se apresuraron a colocarme una mordaza sobre la boca y a comprobar las ataduras. Unos cuantos tentáculos penetraron en mi cabeza, horadaron mi cráneo y allí se pusieron a buscar determinadas terminaciones nerviosas siguiendo un programa que solo su inventor podía conocer. Observé cómo se hacía un gran silencio y todas las miradas convergían en mi persona. Estaba seguro de no ser el primero que probaba aquel espantoso artilugio. ¡A saber cuántas víctimas inocentes lo habían experimentado antes y qué fenómenos extraños se habían producido! En cada víctima el efecto debía ser diferente y en muchos casos, con seguridad, se generarían espectáculos entretenidos y graciosos o al menos las muertes serían tan variadas como placenteras para aquella tropa de brutos. Un tentáculo de la cabeza dejó de hurgar por haber encontrado lo que buscaba. De pronto caí en una especie de catalepsia onírica muy extraña. Ante mí comenzaron a desfilar imágenes de una pesadilla sin sentido y angustiosa de la que intentaba salir haciendo esfuerzos sobrehumanos. Todos los habitantes del universo parecían haberse reunido en un salón sin paredes que se extendía por el espacio infinito. Todos se reían de mí, señalándome con el dedo y haciendo todo tipo de visajes. Sin saber cómo podía leer las mentes de los más cercanos, con una claridad y complejidad que me producía un asco infinito. Quise bloquear aquella lectura de pensamientos que tanto daño me estaba haciendo, pero, al contrario, aquel don o castigo demoniaco se intensificaba más cuanto mayor era mi odio y mi rabia. Cuando el número de mentes que podía leer se hizo tan numeroso que creí volverme loco, sentí una náusea infinita y sin poder evitarlo comencé a vomitar.

Desperté con brusquedad, sin transición. Alguien debió haberme quitado la mordaza de la boca durante la tortura, porque en efecto, estaba vomitando. Era un vómito extraño. De mi boca salía una sustancia lechosa, grisácea, que permanecía en el aire, como si pudiera flotar, y poco a poco se iba transformando en caras y cuerpos, como hologramas manejados por un ordenador completo y potentísimo. Por toda la habitación se movían en el aire cuerpos ya completos con unos rostros deformados, de una fealdad terrorífica. Asombrado comprobé que algunos rostros tenían un parecido feroz con los tripulantes que estaban más cerca, desde el comandante al resto de los cargos de la nave, que eran los que habían tomado las mejores y más cercanas posiciones. Cualquiera podía ver que eran sus rostros, si bien habían adquirido formas demoniacas que sin duda correspondían a sus pensamientos y emociones más íntimas. Los demonios que aquella tripulación llevaba en su interior, bajo sus rostros de carne que habían sido aceptables hasta aquel momento a pesar de los rictus que los desfiguraban, habían salido al exterior, bajo algún hechizo inexplicable y se movían en el aire, con un movimiento pausado, casi una danza. Cada uno de aquellos cuerpos se había acercado a su sosias como impelido por una atracción irresistible. Permanecía a su lado, de pie, como un gemelo respetuoso. Mis vómitos seguían un curioso proceso. Notaba en mi interior como un cosquilleo que se intensificaba hasta llegar a la náusea, algo repugnante, feroz, como un monstruo recién despertado que anhelaba salir fuera, para lo que hubiera llegado a trepanar mi carne, pero encontraba un camino ya hecho, mucho más sencillo y por él se dirigía hacia la superficie, hacia mi boca. Antes de que llegara a salir mi cuerpo se doblaba en dos, estremecido por el asco. Mi laringe y boca se taponaban, lo mismo que mis fosas nasales. Quedaba sin respiración y cuando creía que la muerte era inevitable sufría unas sacudidas epilépticas que arrojaban fuera de mí esa sustancia demoniaca. Sentía un infinito alivio mientras esa especie de ectoplasma lechoso y casi transparente levitaba en el aire, como tomando consciencia de quién era y de que ya estaba fuera de su prisión. Entonces parecía reorganizarse, buscando su esencia más profunda. Comenzaba a formarse un cuerpo, bien por los pies o por la cabeza y no paraba hasta conseguirlo. Su última fase la dedicaba a moldear el rostro, buscando la expresión exacta de un modelo que solo él podía percibir. Era como contemplar el trabajo de un artista, de un escultor, que moldeara con aire pintado el semblante del arquetipo monstruoso que estaba posando para él. Esta tarea llevaba su tiempo, porque era muy meticulosa. Una vez terminado el trabajo el monstruo etéreo levitaba por la sala hasta encontrar el tripulante que más se le pareciera, hacía una reverencia grotesca, esbozaba una sonrisa estereotipada y se situaba a su lado, a su izquierda o derecha, dejando que en su rostro inmaterial se fueran reflejando los pensamientos de su doble como en una película de holovisión creada solo por emociones. Era algo tan repugnante que observé, entre vómito y vómito, cómo los tripulantes de carne habían vomitado frente a sí. El suelo era un lodazal de vómitos, una pista resbaladiza donde cualquiera que se hubiera movido habría aterrizado dando volteretas. Tal vez por eso nadie se movía, aunque el aspecto cadavérico de sus semblantes me indicaba que tampoco lo hubieran podido hacer de haberlo intentado. Semejaban cadáveres petrificados, el museo de un perverso coleccionista que se deleitara con la muerte y sus formas.

Cuando cada tripulante tuvo su sosias, sentí en mi interior un vacío maravilloso, ya nada pugnaba por salir. Ni siquiera sentía mis órganos internos, era como uno de esos globos con los que juegan los niños en las ferias. Estaba agotado por el esfuerzo, deseoso de dormir horas y horas, días y días. Me sorprendió que mi cuerpo no levitara también y por el aire se dirigiera a mi camarote, con silla y todo. Durante mucho tiempo nadie se movió, nada rompió el silencio. Finalmente escuché un grito inhumano que solo al cabo de unos segundos comprendí que era mío. Eso hizo reaccionar a uno de los tripulantes, el más bestia, el más sádico, al que yo más odiaba. Sacó de su cartuchera una pistola desintegradora y me apuntó mientras gritaba que me iba a matar. Concretamente dijo: Te voy a matar, maldito bufón. Y lo hubiera hecho de no haber observado cómo sus compañeros le miraban, con miedo, con repugnancia. Debo decir que más bien miraban a su sosias, con tal fijeza que hasta él mismo volvió la cabeza intrigado. El rostro de su doble era tan espantoso que nadie que lo contemplara podría permanecer en su juicio. Un demonio, su propio demonio, expresaba con total claridad los pensamientos y emociones que sin duda albergaba aquella bestia sin entrañas. La impresión fue tal que dejó caer el arma, que rebotó en el suelo metálico produciendo un sonido que ayudó a que los demás fueran reaccionando. Mientras el modelo de aquel monstruo ectoplasmático salía corriendo y chillando de la sala, los demás se miraron y miraron al capitán.

-No os quedéis ahí, como estatuas. Quiero que lo amordacéis, que lo sujetéis con más ligaduras y que unos cuantos vayan a la bodega y traigan el contenedor vacío que utilizamos para enjaular a los animales más feroces que cazamos para el zoo de Ixirion. Rápido. No sabemos lo que será capaz de hacer este monstruo.

Todos se apresuraron a ponerse en pie y moverse, pero los vómitos que enlodazaban el suelo les hicieron resbalar y caer en las posturas más extravagantes que uno hubiera podido imaginar. El comandante maldijo a voz en grito y tecleó en el artilugio que siempre llevaba en su muñeca izquierda. Como salidos de la nada un rebaño de robots domésticos se dispersó por el salón limpiando en un santiamén el suelo de aquel fango repugnante, incluso limpiaron también las botas y ropas de los tripulantes. Solo la mordaza me impidió expresar el regocijo que sentía. Con el tiempo aquella escena formaría parte de uno de mis shows más famosos. Me vi asaltado y sujetado aún con más fuerza por ligaduras electrónicas. Al cabo de un tiempo otros tripulantes entraron manejando una plataforma donde venía el famoso contenedor para animales exóticos y peligrosos. La situaron frente a mí y se abrió la parte delantera con gran rapidez. Entre varios me levantaron con silla y todo, introduciéndome en su interior. La puerta se cerró y yo permanecí aterrorizado sin poder ver nada del exterior. Imaginé que me llevaban a la bodega de carga, donde me dejaron a buen recaudo. Dejé de escuchar voces y el silencio cayó sobre mí como la oscuridad materializada. Por suerte caí en un estado catatónico que me impidió pensar.

LOS PEQUEÑOS HUMILLADOS XXVIII


AVENTURAS Y DESVENTURAS DEL PEQUEÑO CELEMÍN

Querido Bubú: Perdóname, llevo mucho tiempo sin escribirte, pero es que tengo miedo de que me descubran el cuaderno. Lo escondo bajo el colchón, donde creo que nadie va a mirar nunca porque no creo que nadie piense que tengo algo que esconder. Aquí lo único que escondemos es la comida que no nos gusta. El último fin de semana nos obligó el padre prefecto a darle la vuelta al colchón, lo de abajo para arriba y lo de delante para atrás. Menos mal que La Vaca estaba lejos y los niños que duermen al lado estaban demasiado ocupados en darle la vuelta a un colchón que aunque es pequeño pesa mucho para un niño. He visto que algunos niños se ayudaban entre sí, pero yo no tengo amigos ni nadie que me ayude. La verdad, amigo Bubú, que me siento muy solito, como si me hubieran abandonado y aunque al principio pensé mucho en mis papás, mis hermanitos y en nuestra casa, luego me he ido olvidando de ellos, porque no sé nada de sus vidas, salvo por alguna carta que me llega de vez en cuando y que siempre es muy corta. La escribe mamá y lo único que me dice es que están todos bien, que estudie mucho porque si no consigo la beca no podré seguir estudiando, que cuide la ropa, porque no podrán comprarme más, que rece por ellos a Dios ya que estoy estudiando para cura y que a nosotros nos hace más caso que a los demás. Termina con un cuídate mucho y no te olvidamos. Eso es todo. No hay ni una sola palabra de cariño. Lo entiendo porque en casa tampoco la había. En todas las familias debe ser igual, por lo que he oído contar a algunos niños. No sabes lo que me gustaría vivir en el parque Yellostoun, o como se escriba, con el oso yogui y contigo. Sé que tú me darías mucho cariño, porque eres muy cariñoso.

Alguna vez he pensado en llevarme el cuaderno al servicio, escondido en la toalla, pero me da miedo que me descubran y además no tenemos mucho tiempo antes de que apaguen las luces. Si tengo que hacer necesidades mayores, porque no las he hecho por la mañana, ya no me da tiempo a más. Y si me lavo los dientes y meo, aunque no tenga muchas ganas, porque me da miedo levantarme por la noche a mear, ya apenas me da tiempo a llegar a mi cama antes de que escuche al prefecto dar palmadas y anunciar que en un minuto se apagan las luces. No puedo venir al dormitorio durante el día, no nos dejan, solo cuando vamos a dormir. Solo me queda el rato antes de que apaguen las luces por la noche o despertarme pronto y aprovechar hasta que el prefecto da las palmadas para que nos levantemos, pero por las mañanas nunca me despierto antes y además estoy demasiado dormido para escribirte. Si ahora lo estoy haciendo es porque me he atrevido a bajar el cuaderno a clase, lo he escondido en el pupitre, bajo los otros libros, así puedo disimular cuando por las tardes tenemos que estudiar para el día siguiente. Hago como que escribo las lecciones y a nadie le parece raro, porque he descubierto que se me quedan mejor si hago esquemas en el cuaderno de apuntes. Abro una llave para cada lección y voy escribiendo arriba lo más importante del comienzo, luego otra línea con lo que me parece debería poner si me preguntaran eso en el examen. Una vez que resumo la lección con esquemas y me los aprendo, puedo estudiarla todo seguido. Como lo hago todos los días a nadie le parece raro que te esté escribiendo. Durante el estudio de la tarde, antes de cenar, todos estamos muy cansados y con pocas ganas de que nos castiguen por hablar o por mirar a otros. Hay que estar en silencio, mirando al libro, estudiando, y cualquier otra cosa te puede costar una cruz en la lista.

Por eso hoy te estoy escribiendo y te voy a contar lo más importante que ha sucedido desde que llegué al cole. Como eres mi mejor amigo te lo puedo contar todo, sin que me de vergüenza, porque sé que tú me comprendes. Echo de menos verte en los dibujos animados y escuchar tu vocecita tan graciosa y cariñosa. Antes tenía otros amigos de los que no podía hablar porque eran invisibles para los adultos y los otros niños. Si hablabas de eso se reían de ti y decían que tenías mucha imaginación y todo era mentira. Yo sé que tú eres de verdad, lo mismo que otros amiguitos, con los que hablaba antes, pero aquí tengo tanto miedo que solo me atrevo a hablar contigo y a escondidas. Si alguien lo supiera todos se burlarían de mí y los mayorones me buscarían para gastarme bromas pesadas, me llamarían niñito, nenaza y chivina idiota. No sé si los demás niños tienen sus secretos, supongo que sí, pero no hablan nunca de ello. Verás te voy a contar mi mayor secreto. Tengo miedo, mucho miedo, me paso el día temblando por todo, porque los prefectos me den un bofetón si hago algo que ellos llaman infracción y que luego debo confesar como pecado venial. Eso me asusta mucho, que me den un bofetón y tener que confesarlo el sábado en la confesión semanal. Me dan miedo los profesores porque te pueden castigar sin recreo si te preguntan y no sabes la respuesta. Algunos son peor que otros. El que más miedo me da es el profe de matemáticas, no te castiga nunca sin recreo, pero en cuanto le ves ponerse colorado y coger la corbata con una mano y mover la cabeza a izquierda y derecha, ya sabes que está muy, muy cabreado. Da unas cuantas voces y todos nos echamos a temblar. No es un cura. Viene vestido con traje y corbata y dicen que fuera es o fue un militar. Eso de las militares sí que me da miedo, mucho, me siento aterrorizado, porque sé que van de uniforme y que llevan armas. Son los que hacen las guerras, o mejor dicho, son los que van a las guerras cuando se lo ordenan los generales, que deben mandar mucho. El que manda a todos es el caudillo de España, el generalísimo Franco. Menos mal que ahora no tenemos guerra, porque debe de ser espantoso que disparen al enemigo y éste les dispare a ellos. Tienen que morir muchos, muchísimos. Cuando nos hacen cantar el cara al sol, al principio de las clases, especialmente el profe de mates, porque los curas a veces solo nos obligan a rezar un padre nuestro y un ave maría, me siento muy atemorizado por lo que dice la letra, aunque la música me gusta un poco. No entiendo casi nada, pero sí que los soldados saben que van a morir y les da igual. La canción dice, más o menos: Cara al sol, con la camisa nueva, que tu bordaste en rojo ayer; me hallará la muerte si me llega y no te vuelvo a ver. No entiendo por qué tienen que ponerse de cara al sol, con una camisa nueva. Tampoco sé quién se la bordó, aunque puede ser su mujer o su mamá, si son jóvenes. El que sea en rojo tampoco lo entiendo muy bien, porque al parecer van vestidos de azul, o al menos esos que llaman los falangistas. Eso de que la muerte los encuentre me asusta de verdad. Es como si la muerte los estuviera buscando todo el día y al final los encontrara. Debe ser espantoso que la muerte te encuentre y el enemigo te dispare una bala en el corazón y ya no vuelvas a respirar. Imagino que ya no volverán a ver a nadie, aunque la canción debe referirse a sus mujeres, si las tienen, o a sus mamás, o vete a saber a quién más. Yo no quiero ser nunca soldado, aunque dicen que cuando te haces muy mayorón tienes que ir a un cuartel y hacer lo que llaman el servicio militar. Allí vas vestido de uniforme y te enseñan a disparar con un fusil y tienes que obedecer a todo el mundo, a los sargentos, a los capitanes, a los generales. No sabes, Bubú, el miedo que me da todo eso. Dicen que si te haces cura no tienes que ir al servicio militar. Puede que sea verdad o puedo que no. Ya no creo en todo lo que me dicen los adultos ni los mayorones, ni los curas, ni nadie. Desde que descubrí que los Reyes Magos no lo eran porque a un vecino que iba vestido de rey Baltasar, que es negro, se le corrió la pintura y pude ver claramente que era un vecino al que conocía muy bien. Me sentí tristísimo porque me habían engañado, porque yo creía que eran los Reyes Magos los que nos traían los juguetes y resultó que no existían y los juguetes los compraban los papás. Nos lo decían tan convencidos que me enfadé muchísimo cuando lo supe. Todos los adultos son unos mentirosos y no se puede confiar en un mentiroso. Sé que tú nunca me mientes, por eso eres mi único amiguito.

Verás, Bubú, además de los prefectos, los profesores, los curas, los militares, los mayorones y hasta algunos chivinas que son malos y para hacer la pelota a los mayorones se meten con nosotros, lo que más pena me da es que también tengo miedo a Dios. Cuando estudié el catecismo para hacer la primera comunión en el pueblo, el cura de la parroquia nos decía que Dios era nuestro papá, que era muy bueno, buenísimo, que lo sabía todo y lo podía todo. Yo pensaba que un Dios tan bueno se tenía que preocupar por nosotros, para que no nos pasara nada malo y nos perdonaba siempre y no nos castigaba porque éramos pequeños. Ahora me dicen aquí que Dios lo ve todo, pero para castigarnos por todo. Cuando no son cosas graves lo llaman pecados veniales y si lo son entonces los llaman pecados mortales y vas al infierno. Claro que también te puedes ir al infierno si cometes muchos pecados veniales, porque se acaban convirtiendo en un pecado mortal y basta uno solo para que te vayas al infierno para siempre, para toda la eternidad, como dicen ellos. Lo que no sé, porque no nos lo han dicho, es cuántos pecados veniales tienes que cometer para que se convierta en mortal. A veces pienso que basta con una docena de mentirijillas para que sea un pecado mortal. No sabes, Bubú, el miedo que me da el infierno. Es lo que más miedo me da. ¿Te imaginas lo que debe ser pasarte un día y otro y otro, y una semana y otra y otra, y un mes y otro, y un año y otro, toda la vida, y otra vida y otra más, metido en una caldera de pez hirviendo, quemándote todo el cuerpo desnudo, pasando tanto calor que no puedes ni respirar? Solo de pensarlo me pongo malito, casi no puedo respirar y pienso que me voy a morir.

Eso es lo que más miedo me da, pero como no puedo verlo y está muy lejos, a veces me olvido. De lo que no me olvido es de lo que duele un bofetón, una trompada o las patadas o la correa con la que dan correazos los prefectos, los sábados durante la cena, cuando leen las listas con cruces que les pasan los cuidadores mayorones. A cada cruz, una bofetada, cuando se cansan dan patadas o se sueltan la correa del hábito y dan correazos y alguna vez utilizan una regla para darte en las manos. Que eso debe doler muchísimo. No lo sé, porque aún no me he tenido que poner de rodillas por una cruz durante las horas de estudio. Estoy demasiado ocupado en estudiar para sacar la beca, como para hacer tonterías, como otros niños, que parece no necesitan becas. Algún sábado, que había muchas cruces en las listas, he visto cómo el Fantasma, que es el más malo, comenzaba a dar patadas porque le dolían las manos de tanto dar bofetadas. Claro que eran unos bofetones terribles, con todas las ganas. No me extraña que acabaran doliéndole las manos, y mucho. También se cansaba de dar patadas y se sacaba la correa del hábito y daba correazos. A la Vaca le gusta más la regla. He visto como algunos niños se daban ajo en las manos para que les resbalara la regla. No sé de dónde habrán sacado los ajos. Puede que se los manden sus papás en los paquetes o los roben de la cocina. La vaca que es muy bruto, pero no tan malo como el Fantasma, sí que se enfadó muchísimo cuando le pasó eso. Se puso tan colorado que parecía que le iba a arder la cabeza. Si el Fantasma es pálido como un muerto y a veces se le notan los pelos de la barba, cuando se afeita mal, la Vaca se pone coloradísimo cuando se enfada, da hasta miedo lo muy colorado que se pone. Entonces dejó la regla y comenzó a dar patadas y hasta puñetazos, porque le dolían también las manos. Dan mucho miedo esas palizas. Por eso yo procuro ser muy buenín y no solo para que me den un diez o una matrícula de honor en conducta, que me sirve para la beca, sino porque creo que si me dieran una paliza así no lo resistiría y me volvería a casa. Ya no podría estudiar y eso me asusta mucho, porque tendría que ir a la mina como papá, y sé lo mal que lo pasa y que trabajas mucho y te pagan poco y acabas poniéndote enfermo de silicosis y muchos mueren.

No quiero entristecerte, amiguito Bubú, pero tengo que contártelo, o reviento. Además me dan miedo los mayorones, que no dejan de meterse con los chivinas y a veces gastan bromas tan pesadas que casi preferiría una paliza de un prefecto. Por orden, los que más me asustan son: Dios, porque puede castigarte al infierno; los prefectos porque te pueden dar una paliza tan terrible que solo de pensarlo me asusta; los profesores, porque te pueden castigar sin recreo o el de matemáticas hasta te podría fusilar, porque dicen que en la guerra civil fusiló a muchos, luego los mayorones y todos los adultos, porque son unos mentirosos. El profe de música también me asustó mucho. Es cura y estudió música en Alemania, en una universidad que se dice Heidelberg o algo así. Allí tocó la música de un tal Bach que según él es el mejor compositor de toda la historia de la humanidad. Pues bien, al principio del curso nos hizo cantar la escala y como yo tengo muy mala voz me salieron varios gallos. Como había visto que a otros les tiraba la flauta de plástico duro y con teclas a la cabeza, yo estaba preparado para esconderme bajo el pupitre, pero tuve suerte, fui el último y solo me dijo que fuera a la huerta y me presentara al hermano lego y ya no volviera nunca a clase de música. Nos fuimos todos los que habíamos soltado gallos y al principio me dolió mucho porque quiero ser bueno en todo y me gusta la música. Creo que la asignatura no cuenta para la beca. Eso me tranquilizó.

Y no voy a poder contarte nada más porque ha sonado el timbre y tenemos que ir a cenar. Voy a esconder el cuaderno y ya encontraré la forma de escribirte otra carta.

Te quiero mucho Bubú, mi mejor amiguito, mi amiguito del alma. Espero que estés bien y no hagas mucho caso al oso Yogui que siempre te mete en líos.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LI


Conociéndome como me conozco, y aunque el recuerdo es muy vago, lo más verosímil es que por la mañana no quisiera desayunar con ella y alegara cualquier disculpa para marcharme. Me sentía tan idiota que es difícil que aceptara una posible invitación a pasar también el domingo con ella. R debió de enfadarse un poco, no mucho, porque el recuerdo de otros momentos pasados con ella es claro e indubitable. No sé si fue aquel sábado cuando me enseñó un álbum de fotos en el que aparecían sus hijos y su madre. Lo más probable es que fuera en otra ocasión. Yo manifesté mi deseo de conocer a sus hijos, de irlos a ver algún fin de semana. Por supuesto que nunca fuimos, bien porque ella no quisiera o puede que yo cayera en la cuenta de inmediato del riesgo que eso suponía. Los niños se irían de la lengua con su padre y la situación de R se volvería insostenible. Tal vez para congraciarse o porque al enseñarme las fotos de su madre manifestara también mi deseo de conocerla, lo cierto es que sí fuimos a verla otro fin de semana. El recuerdo es asimismo claro e indubitable.

Ella me había hablado de su madre en aquella tarde sabática de confidencias. Era una historia dramática. Me sorprendí mucho cuando me contó que su madre había sido bailarina de ballet. Dada mi pasión por la música clásica y el ballet seguro que hice bastantes aspavientos y le pedí que me contara más cosas de ella. Su situación actual era muy triste. Teniendo en cuenta la edad de R calculé que su madre estaría en la cincuentena si no era aún mayor. Estaba atada a una silla de ruedas, no sé si debido a un accidente de tráfico o a una enfermedad. Vivía en un piso con un hombre que había sido su amante y que la había seguido en la salud y en la enfermedad. No recuerdo detalles de la vida profesional de su madre, lo más verosímil es que se tratara de una bailarina de coro, de esas que aparecen en grupo tras la diva correspondiente. No creo que su madre fuera bailarina solista, aunque todo es posible. R no tenía muchas fotos de ella y menos vestida de bailarina. Creo que no se llevaban muy bien, pero aún así aceptó hacerle una visita. Debo deducir la mayoría de los detalles, porque recuerdo muy poco, no en vano han pasado décadas. Deduzco o intuyo que la tuvo muy joven y que ese acontecimiento trastocaría su vida profesional. A su padre no llegó a conocerle por lo que es claro que aquel hombre, fuera bailarín de ballet o uno de esos moscones con pasta que aparecen en las novelas y películas de época, la abandonó, dejándola que saliera adelante por sí misma. No recuerdo que me contara detalles concretos de cómo fue su infancia, deduzco que o bien se encargarían de ella los abuelos maternos o tuvo una cuidadora, y posiblemente acabara en un internado, como sus hijos, algo bastante en consonancia con la psicología familiar, tanto para lo bueno como para lo malo. Los hijos maltratados suelen terminan siendo maltratadores y los abandonados suelen tener tendencia también a abandonar a sus hijos. La carrera profesional de su madre si no fue como para tirar cohetes, lo cierto es que al parecer le permitió llevar una vida más que aceptable económicamente. Debió de ser muy guapa, a juzgar por la belleza de la hija. Es lógico pensar que tuvo muchos amantes, algunos o muchos de ellos con una sólida posición económica. Pero los años, y sobre todo aquel maldito accidente -que no recuerdo cuándo ocurrió y si para entonces su madre ya había abandonado el ballet o estaba pensando hacerlo y montar una academia, como suele ser bastante habitual- la hicieron caer de su pedestal. Creo recordar que aún vendía joyas que le habían regalado, de un valor elevado, no eran precisamente baratijas. Entre esto y tal vez lo que aportara su amante, que no debía de ser mucho porque se dedicaba en cuerpo y alma a cuidarla, llevaban una vida aceptable, muy alejada de los buenos tiempos, pero lo importante era que sobrevivían.

El recuerdo más sólido es la escena del piso donde vivía su madre. No recuerdo en qué barrio, ni cómo llegamos, ni si el piso era tan pequeño como creo rememorar, pero la decoración era importante, no se trataba de un piso decorado al estilo proletario precisamente. Nos abrió la puerta el amante y cuidador de su madre. R nos presentó, nos estrechamos la mano y pasamos al salón. Solo una memoria portentosa me permitiría describir a aquel hombre con todo lujo de detalles, y no la poseo. Sí recuerdo que era alto, estilizado, musculoso, más bien moreno, puede que de algún país sudamericano, y de una edad indefinida, aunque más joven que la madre de R. El recuerdo indeleble que conservo se refiere a la bondad, la amabilidad, la solicitud de aquel hombre que parecía haber estado profundamente enamorado de ella y que aún parecía estarlo. Me trató con una amabilidad rayana en la fraternidad.

De la madre de R solo recuerdo la impresión que me produjo verla en una silla de ruedas, sabiendo que había sido bailarina de ballet clásico. Era delgada y su rostro estaba muy deteriorado por el tiempo y los sin sabores de la vida. No vislumbré la belleza que debió ser en su juventud. La conversación no fue fluida, la madre estaba de mal humor, lo que se supone que era algo bastante habitual dada la vida que llevaba, y la hija no supo disimular su resquemor hacia ella. Supongo que yo intentaría llevar la conversación hacia la música clásica y su vida como bailarina, lo que era un error de bulto. También es posible que madre e hija tuvieran una enganchada. Lo cierto es que no fuimos invitados a comer, de eso estoy seguro, y que acabamos saliendo rápido y de mala manera. El recuerdo de aquel hombre despidiéndonos en la puerta con cara compungida y pidiendo disculpas hizo que se me cayera el alma a los pies. Aunque por aquel entonces yo apenas iniciaba mi “carrera” de escritor, ya tenía cierta facilidad para imaginar muchas escenas novelescas, y aquella lo era. La devoción de aquel hombre hacia la madre de R era conmovedora, por un lado, y humillante, casi de esclavo servil, por el otro. Nunca he entendido estos servilismos amorosos y sigo sin entenderlos, hasta el punto de crear una máxima que dice: el amor sin libertad es control y servilismo.

No fue una experiencia agradable. Imagino que R estaba tan afectada como yo o más. Debimos comer en algún sitio, para quitarnos el amargor de boca. No sé cuántas veces más vería a R. Todo es muy confuso. Puede que fuera ella la que me llevara al museo de cera o a conocer el Retiro, no es seguro porque mi amigo A de quien hablo en la primera de estas historias me hizo conocer lo más llamativo de Madrid para un provinciano como yo. Puede que fuera al museo con él y no con R. Sí es seguro que con A fui al parque de atracciones, al Pardo y al Escorial. De lo que sí tengo una seguridad bastante aceptable es que nunca volví a dormir en casa de R. Puede que sí volviera a pisar su apartamento y hasta comiera en él, pero no volví nunca a quedarme a dormir. Con una noche espantosa, como la que había pasado, ya tenía bastante. No sé durante cuántos meses continuamos viéndonos. No creo que fueran muchos, porque tal vez a los seis meses, más o menos se produjo mi primer intento de suicidio en Madrid y a partir de ese momento perdimos el contacto, yo no volví a llamarla y ella no podía hacerlo porque yo no tenía teléfono y le había encarecido que nunca me llamara al juzgado donde trabajaba. Tampoco puedo situar cronológicamente la pérdida de mi virginidad. La obsesión por perderla se hizo aún más angustiosa después de aquel episodio. Lo que no sé es si en algún momento de aquel aciago primer año que pasé en Madrid estuve lo suficientemente bien como para acercarme a la calle de la Ballesta, entonces una especie de barrio chino, para acostarme con una mercenaria del sexo.

EL VERDUGO DEL KARMA XI


JUICIOS KÁRMICOS CONTINUACIÓN

No anduvo mucho, en realidad se quedó a unos pasos de la puerta. La impresión que debió de recibir le dejó paralizado. A todos nos pasa la primera vez que entramos en la sala especial, la dedicada a los juicios contra los genocidas, cuya deuda kármica es tan vasta y laberíntica e involucra a tantas almas que no son precisamente juicios sencillos. No ocurre como en las apelaciones en los juicios kármicos individuales, donde un individuo no está conforme con la sentencia dictada contra actos realizados en su vida terrena o quiere discutir la acusación particular de alguna víctima a la que aún le parece poco su condena kármica y quiere otra condena mayor, mucho mayor. Son juicios bastante sencillos. Una vez que ambos han pasado por la recapitulación de sus vidas -con ayuda del casco virtual o kármico o akásico, que de todas estas formas se llama y cada verdugo le da su propio nombre, acorde con su personalidad y sentido del humor- muestran su disconformidad, el verdugo por su excesiva condena kármica y la víctima por lo corta que se ha quedado. Como estas posturas suelen ser irreductibles, no queda otra que celebrar un juicio rápido ante un tribunal unipersonal que rara vez preside un alto cargo, como un Anciano de los Días, por ejemplo. Suelen delegar en autoridades más bajas, más burocráticas, y solo en caso de apelación por quebrantamiento de alguna ley o reglamento kármico, interviene un Anciano de los Días, que en un juicio muy rápido y contundente suele dictar una sentencia mucho más onerosa para ambos de las que se han dictado con anterioridad. El fallo suele contener la famosa frase: si la recapitulación de sus vidas pasadas no les parece suficiente para aceptar con ecuanimidad la carga kármica correspondiente, es claro que su evolución espiritual aún deja mucho que desear, por lo que algunas vidas dramáticas, en consonancia con su karma, les vendrán muy bien para espabilar de una vez.

En cambio los juicios kármicos por genocidio suelen ser tan largos y complejos y hay involucrado tanto sufrimiento que siempre los preside un tribunal formado por los tres Ancianos de los Días que están de turno en ese momento. Es el primero de los juicios y si existiera apelación, ésta sería ante el Padre Universal quien deberá juzgar si la actitud del genocida es tan recalcitrante que procede una sentencia de aniquilación de su personalidad o consciencia o existen pruebas favorables, tan contundentes, que resulta insólito que entidades tan evolucionadas y con una jerarquía tan elevada puedan cometer semejante error. Como ustedes comprenderán, con los medios que existen en estos tribunales, no hay manera de que alguna prueba, a favor o en contra, se pueda traspapelar o resultar tan confusa que pueda inducir a confusión a un tribunal de Ancianos de los Días. Bien pudiera ocurrir- aunque es harto improbable y hasta imposible- que un Anciano estuviera ese día algo dormido y poco atento, pero tres a la vez, eso es imposible, como ya he dicho antes.

Los juicios kármicos por genocidio son más frecuentes de lo que deberían ser en planetas relativamente evolucionados. El caso del planeta Tierra es muy especial. Hay tantos juicios kármicos por genocidio que uno se pregunta si los genocidas del universo han sido trasplantados todos ahí, mi planeta de nacimiento, para mi desgracia,  y por eso la proporción es tan desproporcionada –permítaseme la redundancia- que puede llegar a cien juicios terrestres por uno del resto del universo. Lo que sin duda es muy, pero que muy desproporcionado. Esta estadística, así como otras, son muy conocidas en los archivos akásicos y en el resto de estamentos jerarquizados del más allá o mundos paralelos como algunos lo llaman, que viene a ser un intento de sinónimo menos feroz, pero bastante ridículo puesto que la realidad es la misma en todas partes, solo que la invisible resulta más desconocida en el más acá que en el más allá, porque los habitantes del más acá acostumbran a ser unos incrédulos de tomo y lomo. Permítaseme una pequeña anécdota. En los primeros tiempos de mi función como verdugo del karma, yo acostumbraba a presentar mi currículum, un día sí y otro también, solicitando algún puesto superior, menos simple y más agradable  que esta mierda de profesión de verdugo del karma. Lo hacía ante el burócrata de turno, que se reía en mis barbas cuando leía mi disculpa de que no tenía la culpa –perdón por el pareado- de haber nacido en un planeta tan delincuente y genocida. Así no había manera de conseguir los méritos apropiados para otros puestos más elevados y agradables. Tantas fueron las risas que suprimí la frasecita, primero, y luego el currículum. Dejé de esperar que la suerte me fuera favorable y hasta descubrí que ser verdugo del karma tiene su aquel, como el de bufón de una corte real, que se puede reír de todo el mundo, sin que le corten la cabeza, porque para eso es el bufón.

Regresando a mi somera descripción del juicio kármico por genocidio, debo decir que aquilatar el karma por genocidio solo está al alcance de un Anciano de los Días, mejor si son tres. Porque aquí no se trata del sufrimiento causado a una víctima en particular por un desgraciado sin sensibilidad ni conciencia, esto es mucho más serio. El sufrimiento causado a miles y miles y hasta millones de almas por un genocida sin entrañas no es moco de pavo. Los Ancianos de los Días son muy duros con esta clase de sufrimiento. Tanto que a pesar de mi fama de bufón dicharachero que utiliza las peculiaridades de su planeta de origen para hacer chistes y chascarrillos a cuanto burócrata ocioso me encuentro por estos pasillos, lo cierto es que nunca se me ocurrió contar ningún chiste a los Ancianos de los Dias, a pesar de que suelen tener un gran sentido del humor, cuando no están de servicio. Y mucho menos sobre genocidas terrestres. Eso me hubiera proporcionado una orden de aniquilación que hubiera tenido que apelar, sí o sí. Y a pesar de la fama de bondadoso que tiene el Padre Universal, prefiero no saber si eso me habría librado de la aniquilación total.

Ni siquiera sería un juicio fácil si consistiera únicamente en medir el karma del genocida. No habría si no que sumar el sufrimiento causado. Tantas víctimas, a tanto sufrimiento cada una, dan un total de… Solo habría que pesar en la balanza el sufrimiento de cada víctima y restar la consciencia del acto del genocida sus atenuantes. Lo complicado viene cuando está claro que un genocida no puede matar o hacer sufrir a tantas víctimas él solito. No existe avión que pueda portar tantas bombas como para que pilotado por un solo genocida alcance a producir millones y millones de víctimas. Es cierto que en la época nuclear del planeta Tierra con una sola bomba atómica se generaba un número incalculable de muertos, pero ni aún así un genocida puede matar solo a tantas almas. Aparte de que no se sabe de genocidas que supieran pilotar aviones. Con esto quiero decir que todo genocida, por muy genocida que sea y se precie, necesita de la colaboración, la complicidad, la omisión de ayuda por parte de otros, de muchos, de millones diría yo. Y es aquí donde el tribunal debe aquilatar mucho. El karma del genocida suele estar bastante claro, tan solo hay que analizar lo consciente que fue durante todo el proceso de genocidio, las agravantes y atenuantes, la herencia genética, hasta dónde llegó una demencia genética o aguijoneada por los pelotas y asesores de turno y si existe algún atenuante para su falta de empatía.

Lo laberíntico de estos juicios son la cantidad ingente de testigos –todas las víctimas- como de coadyuvantes, cómplices, colaboradores necesarios, asesores sin conciencia, pelotas asquerosos, o simplemente pecadores por omisión, los que podían haber hecho algo y no hicieron nada. Adjudicar a cada cual su correspondiente karma resulta muy lioso. Porque aunque no se le quite ni un ápice de karma al genocida, no es lo mismo ser un colaborador necesario, pongamos por caso, o un asesor malintencionado, que un pelota ridículo y estrafalario o que un pobrecito cobardica a quien el miedo impidió levantar siquiera el dedo para protestar. Para soportar estos juicios hay que tener mucho estómago para no echar la bilis a cada instante. Razón por la cual estamos solos en las tribunas para espectadores.

El iniciado no ha tenido problema para elegir el asiento que más le gustaba. En lo más alto, justo el asiento de la derecha del pasillo central. No se engañen, no ha estado todo el tiempo impactado, sin mover una ceja, mientras yo les endilgaba este largo discurso. Les recuerdo que aquí el tiempo no existe, por lo que lo que para él ha sido un instante en su consciencia, para ustedes ha sido un largo periodo de tiempo, aburrido, que sin duda les habrá hecho bostezar. Porque no existe el tiempo es también la razón por la que estamos a punto de presenciar en directo, en el momento actual, un juicio que para el iniciado ocurrió justo después de la muerte del genocida, hace ya muchas décadas de su tiempo actual en el mundo físico de donde procede. Todos los espectadores que acudirán, si es que acuden, lo harán en su momento presente en el mundo de la vigilia, y para todos ellos será como si contemplaran el juicio en directo, no en grabación. Como ya habrá tiempo para descripciones, me limitaré a darles una somera imagen de esta gigantesca y solemnísima sala de juicios. Una especie de hemiciclo con asientos, un pasillo central, una zona para acusados y testigos, y una tarima muy alta donde están los jueces, los Ancianos de los Días, que debido a su altísima presencia no necesitan una tarima elevada para destacar por encima de todos los asistentes para quienes su elevadísima consciencia y jerarquía les hace parecer gigantes o titanes con los pies en un extremo del universo y la cabeza en el otro. Hay una cúpula elevadísima, acristalada, que deja pasar una luz tan hermosa y pura que no puede ser otra que la del amor, aunque es cierto que no todos la ven igual, algún que otro genocida, la mayoría ni ven la luz del amor ni ven tan altos a los jueces, ni ven nada que no sea lo que quieren ver.

Me siento al lado del Iniciado y éste me habla como si el tiempo transcurrido entre su entrada a la sala y mi aposentamiento a su lado fuera un tiempo corriente, unos segundos. Ustedes saben que no, que me ha llevado un largo tiempo este discursito introductorio.

-¿Por qué estamos solos?

-Hay que tener mucho estómago para soportar estos juicios. Las declaraciones de los genocidas y sus adláteres harán vomitar al más templado. Y en cuanto a los testigos, la exposición “in persona” de sus sufrimientos hundirían en el abismo de la desesperación al más inquebrantable. Será un juicio muy largo y muy duro. Si quieres podemos levantarnos y salir. No es obligatorio permanecer aquí todo el tiempo. Estamos en una visita guiada, turística. Si en algún momento te supera solo tienes que decírmelo y nos vamos.

-Entiendo lo que quieres decirme, pero quiero permanecer aquí todo el tiempo y ver con mis propios ojos las disculpas que va utilizar el genocida en su defensa. Hitler es el prototipo de los genocidas, pero hay otros, algunos tan demoniacos como él o más. ¿Podría ver también esos juicios?

-Podrías. Solo sería preciso salir otra vez por la puerta y volver a entrar pensando en el genocida de turno. Pero no te lo aconsejo. Si eres capaz de soportar este juicio sin salir corriendo confesaré humildemente que te juzgué mal.

-Lo aguantaré. Te apuesto lo que quieras.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XVI


Hortensia se arrimó en el sofá hasta que sus rodillas se tocaron. Hizo un gesto como dando a entender que su voz enronquecía y que tal vez el señorito no pudiera oírla desde la distancia que guardara hasta entonces. Córcoles puso con naturalidad su mano sobre la rodilla más cercana y la animó con un gesto.

  -Ya sabe el señorito cómo somos en los pueblos. Te despellejan vivo aunque te escondas bajo tierra. ¡Imagínese cómo la despellejaron a ella! Las mujeres, especialmente las casadas, temerosas por la felicidad de su matrimonio, hablaban de ella verdaderas barbaridades. Una decía que la había visto cierta noche, con aquellos ojitos que se comerían los gusanos, en la era, toda espatarrada bajo el corpachón del mozo más guapo del pueblo, aquel al que ellas también ansiaban, siguiendo sus pasos con miradas de loba. Otra anunciaba con voz apocalíptica que pronto su barriga comenzaría a crecer y crecer. Entonces no habría duda y la expulsarían del pueblo a escobazos. Se decía de todo, aunque nadie pudo probar nunca nada.

 Córcoles centró su mirada en el fuego, sin quitar la mano de la rodilla de Hortensia que acariciaba como al descuido. Intentaba imaginarse con toda viveza a la moza y recrear una escena en la que él era el mozo más guapo y buscaba sus muslos bajo la falda.

 -Todo lo que usted se imagine, es poco, señorito. Mientras ellas hablaban la moza tenía que espantar todos los días a los machos que la asediaban como moscones en agosto. Aún le sobraba tiempo para responder con lengua afilada a alguna comadre o a quien soltara algo ofensivo a su presencia. Aparecieron  algunas pintadas en las paredes de su casa. Yo pude ver unas cuantas. Una decía con letras muy grandes: ¡Vete del pueblo, so puta!

  ¿Pero dónde podría haber ido aquella pobrecilla? En aquel tiempo no había más trabajo para una mujer que el campo y la casa o atreverse a ir a servir a la ciudad y soportar la rijosidad de los señoritos de turno, con perdón, que eran todos unos pendones.

 Córcoles la perdonó de corazón mientras se atrevía a posar la mano un poco más arriba y apoyaba su nunca en el sofá, buscando un sostén para su borrachera, cada vez más evidente y más difícil de controlar.

 -Una mujer como ella habría sufrido el acoso hasta del abuelo de la casa. ¿Cómo iba a atreverse ella a dar un paso así? Así que aguantó carros y carretas. De vez en cuando recibía alguna paliza de su padre, quien le echaba a ella toda la culpa, por puta y por mala. Aquel bestia la zurraba la badana con tantas ganas que ella se pasaba temporaditas sin salir de casa y cuando lo hacía era renqueando y tapándose el rostro y los ojos con una gran pañoleta.

  Las comadres más desalmadas comentaban que después de cada paliza se iba a la era con unos cuantos mozos y les dejaba que hicieran con ella lo que quisieran. Con una vida tan desvergonzada era de esperar que antes o después ella apareciera con barriga. Era mentira, por supuesto, pero ninguna comadre quitaba ojo de aquella parte de su anatomía en cuanto ella aparecía por las calles del pueblo. Por desgracia sucedió…

 Antes de que ninguna de aquellas víboras pudiera notar crecer su barriga la chica desapareció. Hubo rumores de todo tipo. Se señaló con un dedo a un mozo con el que se decía que había estado en la era y todo el mundo intentó sonsacarle. El pobre chico no mintió para contentarles, dijo la verdad, ¡que ya le gustaría, ya! Pero que no se lo permitió.

 También se dijo que Sisebuto, el hijo del cacique del pueblo, la había violado. El tiempo daría la razón sobre esta posibilidad en la que pocos habían pensado, por miedo a su padre, claro, puesto que el bruto de su hijo, un mozo alto como un chopo y tan fuerte como Sansón había dejado preñadas a la flor y nata del pueblo.

  Ella era demasiado lista para dejarse embarazar, comentaría el médico del pueblo uniéndose al comadreo general. Pero que hubiera sido violada… eso lo explicaría todo. Y así quedó la cosa de momento.

Como usted sabe, señorito, en aquellos tiempos existían caciques en todos los pueblos de la comarca y de España. El nuestro no iba a ser una excepción.

Poseía las mejores fincas del pueblo y casi diría que de la comarca, mucho ganado y se decía que prestaba dinero con usura. Cuando no podían pagarle se quedaba con sus tierras, apresurándose a llevarles ante el notario y firmar lo que hubiera que firmar, que no sé muy bien de trámites legales. Era rico, avaro y un mal nacido. Trataba a su hijo peor que a cualquier mozo de cuadra. Le obligaba a trabajar de sol a sol hasta deslomarle y le negaba hasta los menores caprichos, como una merendola con sus amigotes, aplazando siempre la recompensa para el día en el que al fin pudiera recibir la herencia que tanto se merecía.

Sisebuto era un mozo muy fuerte y más bruto que un arado, en frase hecha y muy utilizada en aquel tiempo. En la escuela, desde niño, no cesaban de insultarle con aquella frase que debió inventar un idiota pero que luego copiaron hasta los listos. “Sisebuto, so bruto”. Así le llamaban todos y con el mote se quedó. De joven era un hombre muy cerrado, apenas pronunciaba palabra y siempre le veíamos malhumorado. Muy cabrón en el trato con los vecinos del pueblo, solo las buenas mozas lograban que se le desarrugara el ceño, aunque fuera por unos segundos. Todo el mundo le odiaba y él respondía a sus miradas, gestos o palabras tramando terribles venganzas que llevaba a cabo cuando podía hacerlo y nadie se lo esperaba ya.

 Durante un tiempo se dedicó a perseguir a las mozas del pueblo, como un mastín rijoso, en época de celo, que ha olvidado ladrar y meter miedo. Era tan bruto piropeando a las mozas como rompiendo las narices de los mozos. Todas le rechazaban, al menos en público y de cara a la galería. Todas decían entre ellas que antes se dejarían montar por el toro semental que acababa de comprar el padre de Sisebuto y cuyos servicios cobraba en oro molido (un toro enorme, mal encarado, de terribles cuernos y muy agresivo, que montaba a las vacas con tal fiereza que luego todas tenían que ser remendadas por el veterinario  y alguna hasta acabó reventando) que dejar que Sisebuto pusiera su instrumento entre sus muslos. ¡Qué asco! Decían todas, pero yo pude sorprender alguna vez en sus miradas que bien podría ser un asco muy rico si la ocasión se presentaba.

 Señorito, yo en aquellos tiempos apenas era una mozuela a la que dejaban ir a la escuela porque no hacía gran labor en los campos, no sabía nada de nada y era tontísima en estas cuestiones, pero le aseguro que se me quedaron clavadas aquellas miradas de las mozas del pueblo mientras hablaban de Sisebuto y cuando años más tarde supe lo que toda mujer debe saber alguna vez comprendí muy bien que más de una y más de dos estaban loquitas porque aquel toro malhumorado les pusiera la colita (creo que todas pensaban más bien en una “colaza” como la del toro de su padre) entre las piernas y se la metiera hasta la empuñadura.

  Estoy segura de que algunas cedieron a escondidas sin ninguna contrapartida por parte de Sisebuto; otras debieron hacerse las tontas e imaginar que se creían sus promesas de matrimonio y seguro, seguro, que alguna que otra fue violada. Era tan bruto que nunca debió tomar la menor precaución, ni esperar los momentos más adecuados para no dejarlas embarazadas. Muchas quedaron en cinta y su padre se las vio y se las deseó para arreglar los desaguisados de su hijo con dinero. Como no podía matrimoniarlo sin una buena dote, iba retrasando ese momento todo lo que podía. Seguro que muchos embarazos le salieron baratos, porque todos le temían en el pueblo y nadie hubiera osado denunciarlo a la guardia civil, que tenía comprada, según era voz pópuli.

 Cuando una moza desaparecía del pueblo una temporada se comentaba que había quedado preñada del toro de Sisebuto y la habrían mandado a la ciudad, para desprenderse del bulto. Allí lo darían en adopción, lo dejarían en un orfanato o incluso puede que utilizaran los servicios de alguna matrona para desprenderse del feto, porque regresaban antes de que se cumplieran las cuentas.

Sisebuto era deslomado por el padre a cintazos, vergajazos e incluso a patadas y puñetazos. La desaparición de la moza coincidía con unos días en los que nadie veía al joven trabajando en el campo o por el pueblo y cuando regresaba a la actividad habitual solía intentar esconder algún ojo morado o cicatriz en la cara. Durante un tiempo se le veía poco, aún menos que de costumbre, y cuando se encontraba con alguien bajaba la vista hasta las alpargatas y no respondía a los saludos ni las bromas.

Pero esto no duraba mucho, pronto se le pasaba el miedo y volvía a las andadas. Escuchaba con orgullo los comentarios sobre su verga saltarina y las barrigas que se iban produciendo y se creía el macho más macho del universo. Creo que fue ese orgullo estúpido lo que le llevó a pensar que ninguna moza en su sano juicio le negaría sus favores, terminando por violar a cuanta se oponía a sus deseos.

-¿Cómo es que Sisebuto no acabó en chirona, Hortensia?

Córcoles medio borracho, aunque con la mente muy centrada en la historia, alargó el brazo para servirle una copita de aguardiente a la narradora, a ver si se le aclaraba un poco la garganta. Hortensia cada vez tenía la voz más ronca, debido al agua de fuego, que hubieran dicho los indios, y al largo rato que llevaba hablando sin parar. Eso al menos pensaba Córcoles que ni siquiera se había apercibido de que su ama de llaves estaba pegada a su figura, costado con costado, y él, de forma totalmente inconsciente, no había dejado en ningún momento de subir con su mano derecha muslo arriba, para dejarse resbalar cuando la historia perdía su intensidad erótica y subir de nuevo, en una caricia larga, cuando Hortensia se refería a la fermosa doncella mitológica de su cuento. De haber estado menos borracho y más lujurioso no se le hubiera pasado el detalle de la ronquera de Hortensia.  Puede que el aguardiente influyera, pero sin duda lo que más la enronquecía era el deseo que desde el trozo de muslo que Córcoles acariciaba se extendía hacia arriba, buscando su sexo, que no por ser de mujer madura estaba menos dispuesto a encenderse, y desde allí, en oleadas de calor se expandía por todo su cuerpo en un oleaje irregular pero de una intensidad tal que la buena mujer sudaba por la frente y por otros poros más escondidos.

Córcoles estuvo a punto de caer de bruces. Se lo impidió la mano de Hortensia, siempre atenta, que logró sujetarle a tiempo. Con harta dificultad llenó la copita de su acompañante, hasta el borde y un poco más allá, y la suya, que rebosó hasta que la buena mujer sujetó su brazo para que no siguiera desperdiciando el líquido sagrado. Esto hizo que el hombre perdiera el equilibrio totalmente y cayera sobre la mujer, mojando sus pechos con aguardiante y echándole tal peste sobre la nariz que Hortensia hubiera vomitado de no estar ya tan contenta, que hasta su fino olfato se había atenuado.

Córcoles logró dejar la botella en el suelo e intentó limpiar la mancha en la bata de Hortensia y hasta secar sus pechos. La mujer se dejó hacer sin poner el menor reparo, tal vez pensando que la borrachera del hombre había alcanzado tales extremos que llegaría a violarla, si ella ayudaba un poco, sin ser consciente de lo que hacía. Hortensia gemía con voz ronca y con sus manos ayudaba a la bata a resbalar un poco, dejando sus dos pechos al aire, y sus muslos se tensaron aguardando la acometida del macho… que no llegó.

LOS PEQUEÑOS HUMILLADOS XXVII


               DIARIO DEL AUTOR

No recuerdo cuánto tiempo hace que me diagnosticaron de Alzheimer. Aquí en la residencia el tiempo no pasa ni deja de pasar. Cuando nada esperas, nada buscas, nadie te visita, no va a ocurrir nada en un tiempo determinado, te limitas a hacer lo que no te queda otro remedio que hacer. Si no me levantara llamarían al médico y si éste no me encuentra nada me obligarían a salir de la cama, me vestirían, me bajarían a desayunar y me traerían a pasar el rato en el jardín si es verano o me llevarían al salón o al comedor y me dejarían allí, sentado en una silla, sillón, butacón o sofá. Hoy le he preguntado a Bea si llevo mucho tiempo con el Alzheimer y si éste evoluciona muy deprisa. Me ha sonreído y pedido que no le haga esas preguntas, que son muy tristes. Como insistiera, a su vez me ha preguntado cuánto tiempo creo yo que ha pasado. Hemos jugado un rato, hasta que me he dado por vencido. Estoy convencido de que hace más tiempo del que yo pensaba. Tampoco ha querido responder a mis preguntas sobre por qué no me visita nadie, si alguna vez estuve casado, si tengo familia, hijos, algo. Una vez que me ha dejado en el banco del jardín –señal que es verano- me ha rogado que acabe de una vez mi novela para poder mandarla por correo electrónico. Mucho me temo que cree que mi deterioro se está haciendo ya muy grande y que un día no muy lejano ya no podré seguir hilvanando a retazos la novela que me he empeñado en terminar como si me fuera en ello la vida.

No sé por qué he sentido curiosidad por saber si estaba escribiendo otras novelas y en qué estado han quedado y por qué he elegido ésta para rematar y no otra. Me he pasado un buen rato mirando carpetas y viendo lo que contenían. Me he asombrado del gran número de novelas que tengo por acabar, de todo tipo, longitud e incluso textura, si se me permite la metáfora. También tengo relatos, poesía, ensayos, algo de teatro y un sinfín de cosas que no me cabe en la cabeza que haya podido escribir yo, por muchos años que haya dispuesto para hacerlo. Ya estaba a punto de abandonar mi busca y centrarme en pegar párrafos de las diferentes copias de trabajo o versiones que tengo de la novela, cuando algo ha llamado mi atención. En una carpeta, oculta dentro de otra, con el título de Diarios y otras tonterías, he encontrado un archivo que me ha llamado la atención. Se titula “Bea y el erotismo”. He sentido una gran curiosidad por saber si se trata de la misma Bea que me cuida con tanto cariño como si yo fuera su abuelo querido. Lo he abierto y comenzado a leer. Es una especie de diario erótico de un abuelo que acaba de ingresar en una residencia y conoce a una jovencita que está de muy buen ver. Forma parte del personal de la residencia. El abuelo –no se dice la edad- es bastante rijosillo y comienza a tirarle los tejos con un descaro y sinvergonzonería que me ha resultado hasta desagradable. Según he avanzado en la lectura me he dado cuenta de que tiene que tratarse de la misma Bea y en cuanto al autor del diario o bien soy yo o es un personaje inventado por mí que se me parece bastante.

He sentido la necesidad de saber cuándo estaba escrito. Aunque no me manejo demasiado bien con estas cosas –puede que nunca fuera muy experto, ni siquiera cuando estaba bien- sí he recordado que en las propiedades del archivo viene la fecha de cuándo se ha creado, cuándo se ha modificado y cuándo se ha accedido a él por última vez. Lo he cerrado, he mirado en las propiedades y he visto su fecha de creación. Como no sé el día en el que vivo he tenido que mirar la fecha actual que aparece en mi portátil. El archivo se creó hace casi diez años. No recuerdo cuándo ingresé en la residencia, por lo que no puedo tener la certeza de que lo comenzara a escribir aquí. He decidido que mañana, si me acuerdo, le tengo que preguntar a Bea cuándo ingresé y la edad que tengo. Espero que se lo tome como una fase más de mi manía por hacer preguntas y la pille de buenas. Eso me dará la oportunidad de contrastar la fecha del archivo con la de mi entrada aquí. Si lo empecé antes, la Bea del texto no puede ser mi amable nietecita, como la llamaré de ahora en adelante…si me acuerdo. Me gustaría saber cuándo, cómo ingresé en esta residencia, y por qué. Si tenía familia y qué hizo ella al respecto, o si estaba y estoy solo, como pienso, o si alguna vez estuve casado, tuve hijos y cómo fue mi vida, en qué trabajé, dónde viví. Seguro que buena parte de las respuestas deben constar en el expediente que nos abren al entrar, junto con el historial médico. O puede que no haya tal expediente o tal vez, si lo hay, Bea no quiera decirme nada. Estoy elucubrando mucho porque lo más probable es que mañana no me acuerde de nada.

He decidido dejar por hoy el puzle de la novela y dedicarme a este relato o lo que sea. Ya he visto que entre mis novelas y relatos hay bastantes con temática erótica. No me sorprende, porque si ahora, con los achaques y fallos de memoria que tengo sigo mirando a las mujeres con deseo e imaginando todo tipo de cosas guarras –que parece que la libido nunca me abandonó y no lo hará hasta que me muera- la lógica me dice que debí ser así toda la vida, con más intensidad y mucho peor de lo que ahora soy. Sigo leyendo y no acabo de concluir nada al respecto, sobre si es una historia real, una aventurilla que tuve al principio y de ahí que Bea me trate ahora con tanto cariño, o si se trata de una historia inventada, como tantas otras nacidas de mis fantasías eróticas.

Hay razones de peso para ambas hipótesis. La Bea del relato se parece mucho a la real, tanto en el físico como en la psicología, pero no me imagino que ella aceptara una relación erótica o sentimental con un hombre ya mayor, casi un abuelo. No me encaja para nada. En cuanto al autor o personaje, por un lado se parece bastante a mí, pero por otro la historia parece inventada, pura fantasía. Al parecer, según se cuenta en esta especie de diario por capítulos, el personaje o yo mismo, decide buscar una residencia para pasar los últimos años de su vida y morir a gusto. Le lleva a ello el estar muy cansado de vivir solo, de cuidar de sí mismo, haciendo la compra, cocinando, limpiando la casa…Un lector avispado podría leer entre líneas lo que no se dice, tal vez por vergüenza. Cómo las mujeres que ha contratado para que le hagan lo imprescindible, acaban despidiéndose de malas maneras. Se sobreentiende que porque lo que les paga no es suficiente para lo que les exige, cada vez más. Aunque también podría interpretarse que el sinvergüenza ha intentado aprovecharse de ellas, intentando seducirlas o que les dará un extra si se acuestan con él. Entre las mujeres que han trabajado en su casa hay un poco de todo, mujeres mayores, menos mayores, maduras, jóvenes, feas, guapas, hacendosas, aprovechadas… Al fin ha tirado la toalla y ha comenzado a buscar residencias. En una de ellas conoce a Bea y eso le hace decidirse, además de que su pensión le llega para pagarla y le pueden facilitar una habitación individual y le dejan llevarse su portátil y conectarse a la wifi del centro.

De alguna manera el protagonista consigue que Bea le acompañe en sus salidas, cuando tiene el día libre, al cine, a comer en un restaurante o simplemente a dar un paseo por algún parque. La chica le cuenta un poco de su intimidad. Al parecer ha tenido un serio disgusto y está muy deprimida porque su novio la ha dejado sin más. Puede que haya otra chica o puede que no. Se siente rebajada, humillada, celosa. Ha pensado en ponerle los cuernos con otros hombres, pero no se atreve. El habla de su vida solitaria, de sus novelas y de su nulo éxito con las mujeres. La confianza se va intensificando poco a poco. Entonces él-yo, diseña una estrategia para llevarla a su casa. Un día utiliza el pretexto de haber dejado algo en casa y la invita a ir con él. Así le podrá ayudar también a coger algo de ropa en una bolsa de viaje. Ya en la casa él-yo, con total desvergüenza, le hace la proposición que ha estado rumiando desde su llegada a la residencia. Le habla de su soledad y su necesidad de un poco de cariño y de sexo. Como ella está pasando esa mala racha y siente la necesidad de tener sexo con hombres para darle en el morro a su ex novio, podrían llegar a un acuerdo. Incluso él le daría alguna cantidad mensual, de lo que le sobra tras pagar la residencia. Ella se pone roja como un tomate y no es capaz de moverse, ni siquiera de balbucear. Él insiste. Si llegan a un acuerdo hasta le dejaría la casa en el testamento. A cambio solo le pide que tengan sexo una vez por semana o cuando ella tenga un día libre. Ahora reacciona. Le da un tremendo bofetón y sale corriendo. A partir de ese día no le dirige la palabra y cambia con otra compañera su atención en la residencia.

Pasa el tiempo, en la historia no se sabe muy bien cuánto, tal vez semanas o incluso meses. Un día ocurre algo sorprendente. Bea se sienta a su lado en el banco del jardín, donde él está organizando sus novelas, en una carpeta especial pone aquellas novelas aún sin rematar que a él le gustaría terminar antes de su muerte. En aquella época pensaba que con un poco de suerte aún le quedarían algunos años para llevar a cabo aquella ingente tarea. En la narración describe el caos de carpetas repletas de textos que ha intentado ordenar por géneros, por temáticas, por orden cronológico, novelas largas, cortas, relatos largos, relatos cortos, poesía; textos inacabado, textos terminados y aún no corregidos, otros definitivos una vez corregidos. Hay muchos textos repetidos, versiones diferentes de la misma historia. Conserva todo, desde historias que son simples copias de trabajo que debería haber eliminado una vez que, transformadas y corregidas, han pasado a formar parte de la novela o el relato definitivos. Pero no, tal vez el miedo a perder algo interesante ha hecho que quiera guardarlo todo por si alguna vez lo necesita. Como los nombres de los archivos de texto son a veces idénticos y otras veces se nombran y renombran sin el menor sentido, bien pudiera ocurrir que en una novela hubiera avanzado mucho en la historia y sin embargo no lo recuerda ni ha puesto a buen recaudo ese archivo y en el texto sobre el que trabaja va enmendando lo ya escrito, cambiando personajes, modificando la narración. A veces, por casualidad, reencuentra el viejo texto avanzado y entonces se ve obligado a decidir si es mejor que el nuevo que está reescribiendo sin saberlo o si debe tomar de uno y de otro lo mejor para hacer una narración mezclada. Según se cuenta en aquella delirante historia de Bea está intentando organizar con algún método todo lo que ha escrito hasta llegar a la residencia. Hay de todo, hojas de cálculo convertidas en índices de relatos, de películas vistas, de libros leídos, diccionarios sin terminar, algunos apenas empezados, sobre todo lo habido y por haber. Aquello es un caos absoluto, un laberinto del que nunca podría salir ni con la ayuda de un millón de secretarias –piensa en mujeres porque su disparatada imaginación solo le permite pensar en féminas para cualquier cosa relacionada con su vida- por lo que debería dejarlo, priorizar, olvidarse de lo que no es importante. Está confeccionando una lista, un índice de tareas urgentes, prioritarias, cuando llega Bea.

Me detengo un momento para asimilar la información que es nueva para mí. Recuerdo que tengo un archivo de texto en el escritorio que pone: urgente, leer todos los días. Allí anoto lo que me parece imprescindible recordar al día siguiente, pero imagino que muchos días ni me acuerdo de él, ni lo abro, ni siquiera lo veo en el escritorio del portátil porque las fechas dan grandes saltos y algunas anotaciones mencionan lo subrayado en rojo otros días y en cambio en otras es como si no hubiera leído nada del archivo y me hubiera limitado a poner en letras mayúsculas alguna cosa que me parece importante recordar al día siguiente. Mi portátil debe ser una especie de almacén sin el menor orden ni concierto. Decido anotar en el archivo urgente de anotaciones diarias que mañana debería hacer una búsqueda exhaustiva de todo lo que hay en ese almacén, tal vez encuentre algo tan interesante como el diario de lo sucedido con Bea o del relato erótico delirante, porque no sé si se trata de algo realmente ocurrido o de una de mis fantasías eróticas que me he empecinado en escribir como literatura cuando solo son masturbaciones mentales. Porque ahora sí recuerdo haber escrito un culebrón titulado “Diario de un gigoló”, además de otros relatos eróticos sin el menor sentido. Mañana tendría que buscar esos relatos. Me pregunto por la razón de haberme emperrado en terminar esta novela precisamente y no otras. Tal vez he pensado que mi verdadero yo está en esta historia de infancia y adolescencia. Releo la anotación de ayer y veo que ni siquiera recordaba mi nombre. En letras mayúsculas y en color rojo dejo bien claro que además de mirar y organizar todos los archivos debo preguntarle a Bea para que me confirme algo que me ha llegado a la cabeza como un mazazo. Porque me doy cuenta de que estoy conectado a Internet, supongo que a través de la wifi gratuita de esta residencia. Ella tiene que saber si en algún momento he dejado comentarios en alguna parte o escrito correos electrónicos a alguien o hecho cualquier disparate que no recuerde. Me parecen detalles importantes, como la posibilidad de que me corten la conexión a la wifi. Aunque es algo que voy a pensármelo, es muy posible que necesite utilizar Internet para algo importante. Ideas terribles se van conectando unas con otras. ¿Le habré hablado a Bea de este texto, lo habrá leído? Se me ocurre utilizar contraseña para iniciar sesión. Es un disparate, porque ningún día la recordaría y decírsela a Bea para que la recuerde sería una tontería porque la única utilidad de la contraseña es impedirle que lea el texto que se refiere a ella y que acabo de encontrar. Aún se me ocurren más ideas terribles. Decido dejarlas de lado y centrarme en esta narración. Estoy casi convencido de que se trata de una ficción erótica, Bea no es como aparece aquí y me cuesta creer que yo sea o haya podido ser como aparezco en esta narración. Que sea o haya podido ser libidinoso, lujurioso y cuantos sinónimos pudiera encontrar en un diccionario de sinónimos para expresar lo mismo, vale, me lo creo, pero no que haya actuado con ella como en este texto se describe o con otras mujeres o que mi vida haya sido la de un inmoralista sin principios ni la menor ética. El niño y adolescente que aparece en esta novela no pudo convertirse en un cínico inmoral con el paso de los años. No me lo creo.

Bea se acaba de marchar. Dice que no tiene tiempo. La residencia es un manicomio. Me ha dejado completamente traumatizado. Ha llegado con una mascarilla y a mis preguntas ha respondido que al parecer hay un extraño virus que se ha convertido en pandemia y afecta a todo el planeta. Le he dicho que no me lo creo y se ha enfadado un poco. Al parecer también me lo dijo ayer y antes de ayer y antes-antes de ayer. Ha buscado en el bolsillo de mi camisa, ha encontrado una mascarilla que me ha puesto. Me dice que han muerto algunos residentes. Que no es una broma. Que a pesar de mi enfermedad debo hacer un esfuerzo, porque está en juego mi vida. Luego se ha marchado corriendo. Si no recordara bien cómo es Bea pensaría que se trata de una broma macabra, de pésimo gusto. ¿Será verdad que nos vamos a morir todos, primero nosotros, los viejos? No me lo puedo creer y me he quedado sin saber si reír o llorar. Puede que me muera y al día siguiente no recordaría si estoy vivo o muerto.

LA VENGANZA DE KATHY IV


LA VENGANZA DE KATHY IV

Caminamos en silencio. Yo había tomado la iniciativa y me dirigía en la dirección que Jimmy había seguido cuando me enseñó la cabaña en el bosque. Al acercarnos a los primeros árboles caí en la cuenta de la enormidad del bosque y que buscar allí a Kathy iba a ser como encontrar una aguja en un pajar. Aquello más parecía un picnic con chica guapa, para el que había encontrado la excusa perfecta.

-Perdona, Alice, se me acaba de ocurrir que buscar a Alice en este bosque sin saber los lugares que frecuentaba es una pérdida de tiempo.

-Vaya, ¿No se te había ocurrido antes?

-¿Y a ti sí?

-Claro. Vengo más por acompañarte que porque piense que vamos a encontrar a esa zorrita. De todas formas imagino que Jimmy te habrá enseñado la cabaña de refocile del señor Arkadín y sus amigotes.

-¡Cielos! Me hizo jurar que no se lo diría a nadie y el muy capullo ha debido de llevar allí a todas las mujeres de Crazyworld. ¿También a ti?

-Por supuesto. Solo que en mi caso le salió el tiro por la culata, porque después de habérmelo enseñado todo con pelos y señales intentó aprovecharse de mí, pero le di un rodillazo en las ingles y salí corriendo. ¿Por qué crees que me odia de esa forma desaforada que has visto?

-¿Crees que Kathy estará allí?

-Si Jimmy ha buscado en todos los edificios sin encontrarla y te ha mandado al bosque es porque piensa que es lo más probable.

-¿Y por qué ese cabroncete no me pidió directamente que fuera a la cabaña?

-Es así de retorcido y vengativo. Seguro que imaginó que te perderías y pasarías varios días y noches en este maldito bosque. A mí me produce un repeluzno muy desagradable, tanto de día como de noche, pero especialmente de noche. Tiene algo malvado que no podría definir. Aunque tal vez solo sean los efluvios de los pedos de ese gordo tragón y pervertido de Mr. Arkadín.

Y comenzó a reírse con una risa cantarina que me puso los pelos de punta. No sé si me estaba tomando el pelo, pero a mí también me producía ese repeluzno más bien aterrorizante que no confesaría nunca.

-Si conoces tan bien el camino sería prudente que te pusieras delante. Yo solo estuve una vez y no creo que pudiera encontrar la cabaña salvo por un golpe de suerte.

-Yo en cambio me lo conozco a pies juntillas, incluso he marcado con señales todo el recorrido. No te las voy a decir porque esa cabaña no me parece un buen sitio para nadie, y en tu caso seguro que llevarías a tus conquistas. Yo te quiero solo para mí.

De nuevo su risa cantarina. Se puso en vanguardia, algo que le agradecí, no solo porque me facilitaba mucho las cosas, también porque podía contemplar su esplendorosa vanguardia a mi gusto. Ella debió de tenerlo también en cuenta porque juraría que movía sus caderas y su popa con más gracia salerosa de lo que correspondía a un sendero lleno de piedrecitas y ramitas.

-Perdona Alice, pero el camino va a ser largo. Se me haría más corto si continuáramos hablando. ¿Puedo hacerte algunas preguntas?

-Sí, por supuesto, pero siempre que tú también contestes a las mías.

-Ya sabes que me he quedado amnésico, no podría contarte mucho de mi pasado, más bien nada.

-Pero sí del presente. Por ejemplo, ¿Has pasado la noche con Dolores?

-Nos has visto besándonos.

-No, estaba muy atareada poniendo las cosas en el lavavajillas. Pero salta a la vista. No sé qué le encuentras a esa mujer. Entiendo lo de Kathy, con ese coño mágico que tiene no hay hombre que se le resista. También entiendo lo de Heather, es muy hermosa. ¿Pero Dolores?

-Es una mujer muy bondadosa, una verdadera madraza y yo necesito una madre, me siento como un niño perdido. En cuanto al sexo siempre es delicioso cuando es cariñoso. Y por cierto, ¿cómo puedes saber lo de Kathy? No creo que ella lo fuera pregonando por ahí.

-Yo también puedo hacer de madre, aunque sea joven. Me gustaría que lo tuvieras en cuenta. Y en cuanto a Kathy todo el mundo sabe en Crazyworld su peculiar anatomía. Todos los hombres con los que se ha acostado aquí, que son muchos o todos, o casi todos, lo han comentado luego, como no podía ser menos. Los hombres sois así. También sabemos todos que Kathy tiene por norma tirarse la primera a los hombres que pisan por primera vez Crazyworld. No se le ha escapado ni uno. En tu caso lo tenía difícil porque estabas encerrado en tu habitación, como no podía ser menos, porque la señorita Ruth es un perro de presa y la habitación está muy alta. Pero todos sabemos de sus proezas circenses. Si te lo ha contado a ti, piensa que se lo ha podido contar a los demás. Kathy no se caracteriza precisamente por su discreción. Bueno, dejemos el tema. Me has contestado y tienes derecho a hacerme las preguntas que quieras.

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO


Me invitaron a participar en el día del libro de la biblioteca de mi ayuntamiento. Hablé un poco del Quijote y de mi novela Luis Quixote y Paco Sancho. Grabé con el móvil mi intervención. Quien desee escucharla puede hacerlo cliqueando en este enlace.

https://drive.google.com/file/d/1N8LpIitnqYYZroTyitlVWrlKDvOh12Qb/view?usp=sharing

LA VERDADERA HISTORIA DE MIZI Y ZAPI


      LA VERDADERA HISTORIA DE MIZI Y ZAPI

DEDICADA ESPECIALMENTE A ZAPI QUE DESAPARECIÓ DE MI VIDA HACE CUATRO MESES. DONDE QUIERA QUE ESTÉS GRACIAS POR ACOMPAÑARME EN EL CAMINO. TE QUIERO MUCHO Y SIEMPRE TE QUERRÉ

Dedicada a todos los gatos del mundo, personitas encantadoras, con quienes tengo una deuda impagable, con mi infinito agradecimiento y como petición de perdón por mis errores. Ellos saben muy bien que un error de un dios humano puede ocasionarles la muerte, algo que los humanos no comprendemos porque no creemos en los dioses que manejan nuestros destinos, ni en las fuerzas poderosas que controlan y dirigen el universo.

CÓMO CONOCÍ A MIZI Y ZAPI

Hace ya muchos años, en una conversación familiar, expresé mi cálido amor por los animales y la tristeza por no haber tenido ninguna mascota. Fue entonces cuando mi madre me recordó algo que había sepultado en el fondo de mi subconsciente y bloqueado con paredes de hormigón. De niño yo había tenido una perrita, Tula, que murió atropellada por un camión al cruzar la carretera. Tendría yo unos tres años, cuatro como mucho. Residíamos en un pueblecito de la montaña de León, a donde la familia había llegado siguiendo a mi padre, asturiano, minero del carbón, huyendo de una dramática experiencia. Mi padre trabajaba en el famoso pozo Maria-Luisa, donde se produjo una huelga salvaje. Estábamos en pleno franquismo, años cincuenta. Los mineros se encerraron en el fondo de la mina y la guardia civil rodeó el pozo. No dejaban pasar a nadie. Mi madre fue a llevarle comida y tuvo que regresar, deshecha en llanto. El trato recibido fue inhumano. Aquello la afectó tanto, que cuando terminó la huelga le suplicó a mi padre que se marcharan de allí. Cosa que hizo, buscando trabajo en las minas de la montaña de León, primero por la zona de Sabero y luego en la Hullera Vasco-Leonesa, en Santa Lucía de Gordón.

Todo esto lo sé porque así lo escuché comentar muchas veces a mis padres. Por lo visto mis padres se conocieron cuando mi madre dejó la casa de los abuelos, por el puerto de Tarna, en León, y se marchó a servir en un mesón asturiano de un pueblo playero. Allí se conocieron, se hicieron novios y se casaron. Yo fui el primogénito y nací en casa de un tío de mi padre. Al parecer el piso era cochambroso y según contaba mi madre el suelo de madera estaba tan podrido que temían caerse abajo en cualquier momento. Eran malos tiempos, tiempos de posguerra, cuando aún no había comenzado el desarrollismo franquista. Vivían con el tío porque el sueldo de mi padre no daba para más. Por lo visto era un hombre bastante seco, huraño, malhumorado y con quien no se podía hablar, en expresión de mi madre. Estaban muy a disgusto, como es normal viviendo en casa ajena, más cuando no eres bien recibido.

Cuando se trasladaron al pueblecito cercano a Sabero, yo debía tener poco más de un año. Conservo muy pocos recuerdos, pero algunos quedan. El más vívido ocurre en el portal del edificio de la empresa, pisos para mineros. Vivíamos en un bajo, tal vez en el bajo derecha, porque recuerdo que según entraba tenía que girar a la derecha para llamar a la puerta de casa. En aquel portal viví la primera experiencia dramática sobre la vida y la maldad humana. Yo estaba allí jugando cuando salió una vecina, no sé de qué piso, con un caldero de ceniza que echó a la puerta de nuestros vecinos de enfrente. También arrojó excrementos humanos. Aunque este último recuerdo no es muy fiable. Por primera vez en mi vida fui testigo de un acto delictivo sobre el que sería interrogado por el guardia de seguridad de la mina, si es que lo llamaban así, que no creo. Era un hombre alto, vestido con un uniforme peculiar que no recuerdo muy bien. Tengo el vago recuerdo de que llevaba un sombrero de ala ancha. Lo que sí recuerdo muy bien es que llevaba una escopeta colgada al hombro, posiblemente una escopeta de caza. Aquello me aterrorizó. Fui interrogado a presencia de mi madre y como pude conté lo que había visto. El error de aquella vecina fue pensar que un crio tan pequeño no sería capaz de contar lo que había visto y mucho menos que sería creíble, hasta el punto de que sería expulsada del piso. Recuerdo vagamente que mi madre lo contaba, orgullosa de su primogénito.

Otro recuerdo, doloroso, fue un entierro de la sardina que salió mal. Un grupo de niños mayores que yo me cogieron por manos y piernas y me llevaron como en el entierro de la sardina. Tal vez no lo hicieran adrede, puede que a alguno de ellos se le escapara un miembro y los demás me dejaran caer al suelo. Lo cierto es que tuve la mala fortuna de pillar un cristal, es muy posible que el culo de una botella, con un saliente en forma triangular que se clavó en mi rodilla. Fue tanto el susto y el asombro que no debí gritar mucho, solo al ver salir tanta sangre comencé a chillar como un cerdo llevado al matadero. No recuerdo mucho más. Deduzco que fui llevado al hospital donde me pusieron varios puntos. Al recordarlo me chirrían los dientes, porque como contaba mi madre, bien hubiera podido quedarme cojo o perder tanta sangre que habría muerto. Teniendo en cuenta la sanidad de la época eso no me parece imposible, más con las infecciones que se pescaban por entonces.

Un tercer recuerdo es también terrorífico. Una noche me despertaron unas voces. Mi padre discutía con otro hombre. Al día siguiente pude enterarme de lo ocurrido porque mis padres discutían a voz en grito. Lo que no entendiera aquel niño aterrorizado en su habitación, llegué a saberlo con detalle cuando años más tarde escuché contar aquella historia de nuevo a algunos familiares de confianza. Por lo visto la hermana de mi padre, que acabaría muy mal, estaba casada o era pareja de hecho, como se dice ahora, de un atracador de bancos. Historia tan peregrina no me casaba por lo que en cierta ocasión se lo pregunté directamente a mi madre, quien me lo contó con pelos y señales. El cuñado de mi padre había atracado un banco en Asturias y venía huyendo con su esposa o novia, o lo que fuera, la hermana de mi padre. Querían que mi padre les escondiera durante unos días, hasta que pasara lo peor. Mi madre puso el grito en el cielo y al final el atracador y la cuñada de mi madre se acabaron largando con viento fresco, no sin generar una buena dosis de terror, porque al parecer les enseñó la pistola que portaba e imagino que les amenazó con ella. La hermana de mi padre debió de intervenir y convencer a su amado atracador de que no insistiera. Es una de las historias más rocambolescas de la familia, y hay algunas.

Todo esto viene a cuento porque mi memoria grabó estos acontecimientos, con bastante intensidad y precisión, y en cambio durante años no recordé la muerte de mi querida perrita Tula. Cuando mi madre me lo contó me vinieron a la cabeza algunos vagos fragmentos de lo que debió de ser mi corta vida con mi amiga, la perrita. Creo recordar que era pequeña, blanca, y que la tenía tanto cariño que no dejaba de darle besitos. Cerca de casa pasaba la carretera y me daba un pálpito de que iba a ocurrir una desgracia, como ocurrió. Fue un trauma espantoso el que viví, de tal intensidad que mi mente de niño bloqueó el recuerdo y aún está sepultado muy hondo en mi subconsciente.

Tula, Tulita, fue mi primera mascota y aunque luego amé con pasión a los animales, nunca se me pasó por la cabeza volver a tener mascotas, entre otras razones porque en los pisos no se podían o no se debían de tener. Miento. Recuerdo que con ocho o nueve años, viviendo en Santa Lucía de Gordón, mi padre se empeñó en comprarme un pollito de colores en una feria, con la oposición de mi madre, desde luego. También le di muchos besitos y le quería mucho, pero se hizo grande y hubo que matarlo. Cuando me lo dijeron me morí de pena y no dejaba de llorar. Tanto que mi padre se enfadó y si no me obligó a presenciar su degüello debió faltar poco. Lo que sí recuerdo es que luego me lo tuve que comer. No era capaz, vomité y mi padre volvió a enfadarse tanto que temí que ocurriera algo terrible. Lo que sucedió tiempo más tarde, tal vez meses o un par de años.  Un domingo, solíamos comer sopa y fabada asturiana de lata, me negué a comer la fabada que me gustaba mucho, como ahora, lo que enfureció tanto a mi padre que me lanzó un cuchillo a la cabeza. Me libré por los pelos, y nunca mejor dicho, porque moví la cabeza en un gesto instintivo y el cuchillo se clavo en el aparados, tras de mí, o al menos así lo recuerdo, puede que no fuera tan dramático y que en realidad el cuchillo cayera al suelo tras golpear con la madera porque no tenía punta. Eso parece más versosímil.Yo era un niño muy rarito, muy tristón, muy depresivo, como un enfermo mental en ciernes. Ya entonces cuando me enfadaba mucho o me deprimía, una emoción que entonces no se llamaba así, una de mis primeras reacciones era dejar de comer, lo que se ha repetido a lo largo de toda mi vida como enfermo mental. Otra reacción era gritar, patalear y montar en santa cólera hasta que recibía un par de cachetes.  La santa cólera es otra de las reacciones patológicas que como enfermo mental me ha perseguido casi hasta la vejez. Recuerdo que odié la carne de pollo durante mucho tiempo, tal vez años, hasta que aquel recuerdo quedó sepultado, como la muerte de mi perrita Tula.

De niño quería mucho a los animales y los he seguido queriendo a lo largo de toda la vida, para lo bueno y para lo malo, lo que eres de niño no deja de manifestarse durante la edad adulta, aunque de otra forma.  No quedó ahí mi relación con los animales. Durante las vacaciones que pasábamos con los abuelos maternos, en un pueblecito de la montaña de León, yo disfrutaba mucho yendo con la vecera de vacas, jatos e incluso puede que en alguna ocasión con las ovejas y las cabras. La vecera es la reunión de los animales del pueblo, dividida por especies y edades. Así los terneros y jatos iban en una vecera, las vacas en otra o en otras dos, las novillas o vacas jóvenes no regresaban a casa, se quedaban en un valle lejano, pastando hasta que llegaba el invierno. Había otra vecera de ovejas y cabras. Las familias del pueblo se turnaban para guardarlas como pastores. Creo que cada semana le tocaba a varias  “casas” tal vez dos, ibas por la mañana, temprano, regresabas para la comida y volvías a salir por la tarde, salvo en el caso de las ovejas y cabras que se pasaban el día fuera y regresaban por la noche y el de las novillas que los pastores iban durante una temporada, puede que quince días o tal vez un mes y solo regresaban al terminar su turno. Dormían en una cabaña de pastores y lo llevaban como podían. De muy niño mi abuela preparaba un zurrón de piel, donde metía un trozo de hogaza, un trozo de chorizo, un poco de jamón y cecina y nada más, yo no podía llevar la bota de vino como hacían los adultos. El que yo fuera con la vecera de terneros aliviaba a la “casa” que estaba muy ocupada segando hierba o con la recogida del trigo y la trilla en la era, según la época. Como no iba solo y los de las otras casas solían mandar a un adulto, parece que mis abuelos cumplían mandándome a mí. Conforme fui creciendo, fui ascendiendo, ya podía ir con las vacas. Puede que alguna vez también fuera con las ovejas, nunca con las novillas, un adolescente no podía pasarse quince días durmiendo en una choza de pastor y sufriendo las “calamidades” de la vida al aire libre, aunque a mí me hubiera gustado.

Pronto aprendería que cada animal, ternero, vaca, oveja, cabra, o lo que fuera, tenía su propia carácter, como las personas. Mi abuelo estaba resabiado con una vaca negra que tiraba del carro junto con otra vaca blanca. Recuerdo muy bien que la blanca se llamaba Paloma, pero no puedo recordar el nombre de la negra, suelo tener mejor memoria para los buenos, animales o humanos, que para los malos. Mi abuelo juraba en arameo y le metía buenos varazos a la negra, con aquella vara de avellano que llevaba en el extremo una punta afilada. Cuanto más la pegaba y renegaba de ella, peor se portaba la vaca. Tiraba de la otra y se iba a la cuneta, o intentaba adelantarse o atrasarse, a pesar de ir uncidas por el yugo. Siempre estaba haciendo alguna y justo en los momentos más inesperados y delicados. Mi abuelo sudaba y un color se le iba y otro se le venía. Yo, a pesar de mi corta edad, ya vislumbraba que el método de mi abuelo, de palo y tente tieso no funcionaba y no iba a funcionar nunca. A mí me parecía mucho mejor acariciarla y decirla palabras tiernas. Seguro que así se convertía, pero nunca me atreví a decírselo al abuelo.

Recuerdo a una cabra, el abuelo tenía muchas, que, por lo que fuera, la tomó conmigo, no sé por qué, ya que yo era un niño muy buenín, muy buenín. El caso es que cada vez que me veía bajaba la cabeza y se lanzaba contra mí con los cuernos en ristre. Llegué a enfadarme con ella y planeé una estratagema malévola. Cuando la veía bajar la cabeza, daba un salto hasta el muro que había delante de la casa y la pobre cabrita se daba un buen testarazo contra la piedra.  Para que aprendas, le decía, o lo pensaba para mi copete. Era un niño muy buenín, pero no podía aceptar que me tratara de aquella manera, yo que no le había hecho nada y que la quería mucho como a todos los animales del abuelo. Cuando se lo pregunté a éste, me respondió que era una cabra resabiada y que tuviera cuidado. Nunca supe si la habían maltratado, porque ahora nadie se le acercaba mucho, por si los cuernos.

También me gustaban las gallinas y los gallos y acompañar a la abuela cuando iba a coger los huevos del gallinero. Recuerdo que también tuvieron conejos, aunque los dejaron tras una peste que los mató a todos. Me enternecían los corderitos y las ovejas con las que trataba de hablar. Cuando decían beee, yo respondía, beee, pero no me entendían. Lo que nunca pude soportar era la matanza del marrano, o cerdo, que alimentaban todo el año con berzas y patatas y que luego sacrificaban por San Martín. Por suerte casi nunca estábamos, pero un año debió de llevarme mi madre porque tenía que ayudar en la matanza. Los berridos de aquel cerdo me taladraron el alma y no pude soportar ver cómo le clavaban el cuchillo. Me metí en la casa y me tapé las orejas. Luego se burlaban de mí, pero para mí fue como si estuvieran matando a un ser humano, nunca lo olvidaré.

Como tampoco podré olvidar mi primer crimen animal. Mi padre, al que le gustaba jugar a la lotería de vez en cuando, tuvo la suerte de cara, algo poco habitual, y le tocó una cantidad, importante para los recursos de la familia. Tuvo que serlo para comprar una tumbona, unas gafas de sol, unos prismáticos, una escopeta de perdigón y no sé qué más. La escopeta era para mí. Me puse tan contento que me fui al monte con una caja de balines. Para hacer puntería no se me ocurrió otra cosa que apuntar a un pajarillo que estaba piando en un árbol. Le disparé, cayó al suelo, y allí comenzó a piar tan desesperadamente que tuve que rematarlo. Me sentí tan mal, tan criminal, lloré tanto, que cuando se lo conté a mi padre y le dije que no quería la escopeta, éste me tuvo que consolar y me compró unas dianas de papel, para colgarlas del tronco de un árbol y así podría disparar sin matar a ningún animal. Todo esto viene a cuento porque antes de contar la verdadera historia de Mizi y Zapi quiero que el lector tenga unos antecedentes necesarios. Hace un par de años me dije que utilizaría mis experiencias con los gatos para escribir un relato infantil, mitad ficción, mitad realidad  y si pudiera ser, todo mezclado. Las experiencias dramáticas que he vivido en los últimos tiempos me han hecho reflexionar y he decidido contar la verdadera historia, como un sentido y amoroso homenaje a estas personitas encantadoras, que considero solo un escalón por debajo de los humanos, su consciencia puede que no esté a nuestro nivel, pero estoy convencido de que solo nos separa un escalón y a veces ni eso. Una vez terminado este preámbulo, paso a contar una historia verdadera, a veces dramática, a veces divertida y humorística, y siempre tierna. Pero eso lo haré en el siguiente capítulo

LA VIOLENCIA


LA VIOLENCIA

Odio toda violencia,
la que brota de la carne
como una mala hierba
y la que exhala el espíritu
como una vaharada infernal.

La violencia de la carne
que conoce la tortura
del látigo del poder y del miedo.
La que espera agazapada
el paso tranquilo de la víctima.

La violencia del espíritu
que no conoce el perdón,
que no reconoce padres,
hermanos, esposos
hijos, amigos.
Que no sabe de lazos 
de sangre.



La violencia de la carne,
la del corazón-motor
del tanque acorazado
aplastando a tu hermano.
La de manos de pistolero
la de ojos de halcón.

Pero aún temo más la violencia del espíritu
la que nunca se mancha de sangre,
la que afila las palabras-cuchillo,
la que se oculta en un silencio cobarde.

La violencia del espíritu,
la que mira desde las celosías,
la que observa en silencio
el trazo candente de las balas.

La violencia del espíritu,
enmascarada en razones,
en deformes sentimientos.
La que se oculta detrás
de una falsa alegría.



Odio toda violencia:
La violencia ciega,
la violencia sin nombre,
la violencia absoluta,
la violencia sin padre,
la violencia religiosa,
la violencia serpiente,
la violencia cuchillo,
la violencia misil,
la violencia silencio,
la violencia razonable,
la violencia interminable.


La violencia se arrastra
sobre charcos de sangre,
deglute la carne,
no sufre, no descansa,
no espera ni desespera,
no se angustia ni padece,
no tiene frío ni calor.
No come, no bebe,
no nace, no muere.

La que está en todas partes,
la que te alcanza sigilosa,
la que te habla en la noche,
la que rompe tu ventana,
la que quema tu coche,
la que mira con odio
al niño que juega,
la que no respeta al anciano,
la que no responde a tu ruego,
la que se carcajea mientras otros lloran.

En el principio era el silencio,
las tinieblas lo cubrían todo.
La violencia se agazapaba
en el útero de la nada,
fiera y acechante, esperando
el anunciado Apocalipsis.

Cuando al fin la muerte se hizo carne
ella se retiró a su cubil infame.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XVIII


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XVIII

-Muchas gracias, Artemoisa. Ha sido una exposición larga, pero muy instructiva. Y ahora damos paso a nuestra intrépida reportera  Alirina, porque ya están llegando al bosque de los kooris y en cuanto lleguen no tendremos respiro porque estos monitos armarán un gran alboroto en cuanto los descubran. Creo que tenéis previsto almorzar en un claro para así atraer a estos simpáticos amiguitos. ¿No es así?

-Intrépida reportera el holograma de tu madre, Arminido. Que es que no espabilas. Aquí te quería yo ver, siendo objeto de las bromas pesadas de estos simpáticos amiguitos. Que la idea de almorzar aquí fue tuya y nos la impusiste. Que no sé cómo te aguantan nuestros anfitriones. Paciencia que tienen los pobres. ¿No es así, querida Elielina?

-No sabría decirte, simpática Alirina. Este día está siendo especialmente entretenido. Nunca imaginé que uno se pudiera divertir tanto sin el casco virtual, sin el sexo virtual y sin viajar por el Omostron, nuestro Internet holovisivo. Creo que de ahora en adelante saldré más al mundo real, como decís vosotros, y también veré vuestro canal, que antes apenas veía. Sé que eso os puede ofender, pero las cosas son así. Cuando nos propusisteis este programa tuve que informarme de quiénes erais. Creo que os merecéis sinceridad después de este maravilloso día que nos estáis proporcionando.

-Sinceridad por sinceridad. Vuestro adorable esposo no parece estar disfrutando tanto como tú. ¿No es así, Oloviris?

-Si tan adorable te parece, te lo regalo. Jajá.

-Ella siempre tan divertida y dicharachera. Bueno, ahora que puedo hablar diré que para mí está siendo toda una experiencia, aunque confieso que no salgo de un susto para caer en otro. Me dan miedo los animales y me da miedo un entorno que no puedo controlar. En cuanto a dejar nuestro mundo mental y virtual por esta realidad, debo decirte, adorable Alirina, que hubiera preferido encontrarte en Omostron que aquí.

-Olvídese de ello, Oloviris, no pienso convertirme en una durmiente a tiempo completo.  Y ahora, mientras ven las imágenes de nuestro aterrizaje en el claro Rosindra nos explicará los planes para las próximas horas.

-Pues son unos planes muy sencillos, Alirina. A través del monolito de nuestro transporte recibiremos a un robot doméstico que instalará una mesa de camping, sillas ergonómicas y una red electrificada que dará pequeñas sacudidas a los kooris que pretendan penetrarla. De esta forma podremos jugar con los kooris cuando nos apetezca y comer tranquilamente cuando se vuelvan pesados. Cada uno pedirá el menú que quiera y hablaremos de nuestras cosas.

-Buen plan, Rosindra. En cuanto empecemos a comer puedes ir a publicidad, Arminido, que a nuestros espectadores no les va a divertir vernos comer como hace todo el mundo. Y ahora, mientras los holovidentes ven las interesantes imágenes de la instalación del merendero y de los primeros kooris que se están acercando, te devuelvo la conexión para que comentéis lo que os plazca.

-Muchas gracias, Alirina. Para los holovidentes que hayan decidido apagar la imagen y quedarse con el sonido, como hacían nuestros ancestros cuando solo podían disfrutar de ondas sonoras a través de un aparato que al parecer llamaban radio, no sé por qué, les describiré someramente lo que está ocurriendo.

“Habrán visto el suave aterrizaje de nuestro vehículo en el hermoso claro de este bosque que se extiende casi hasta el infinito. Si han apagado la imagen, les diré que un robot doméstico MX ha sido teletransportado hasta el interior del vehículo y ha esperado que fuera apareciendo el mobiliario desplegable. Lo ha trasladado hasta el exterior sin ninguna prisa, lo ha desplegado y colocado con mimo y luego, tras instalar un enorme parasol para proteger a nuestra expedición del sol, ha extendido una red electrificada sobre el techo del vehículo y en un círculo de varios metros. Aún no ha electrificado la red para permitir que los primeros koories se puedan acercar a nuestros invitados y jugar con ellos. De hecho estamos viendo a un diminuto koori, seguramente una cría de la última camada, por eso es tan pequeño, que ha levantado la red y se ha colado por debajo. Sin pensarlo un instante ha trepado por el cuerpo de Alirina ha intentado quitarle su casco donde están situadas varias cámaras y su cabecita ha aparecido en una de ellas. Habrán visto –los que no han apagado la imagen- que sus ojos son enormes y tan expresivos que da risa. Se ha tocado con un dedito su bigotito de cerdas muy sensibles, como pensando, y visto que no podía arrebatarle el casco se ha colado por el escote de Alirina. ¡Simpático koori! No, no se preocupen por la bronca que me voy a llevar, porque nuestra intrépida reportera ha cortado totalmente el sonido, de ida y de vuelta, por lo que no puede oírnos. Como cariñosa amante de los animales que es, ha tomado con delicadeza al koori con sus manos y le ha dado un besito. Seguro que le gustaría adoptarle, pero si lo hace tendrá que hacerlo también con toda su familia, como nos han explicado antes.

“Observen la gran inteligencia y astucia de este animalito que se ha hecho el dormido. Alirina se ha sentado con él en brazos, acunándole como un bebé. En cuanto nuestra intrépida reportera se ha descuidado un segundo ya lo tenemos otra vez en su escote. Ha buscado una postura cómoda entre sus senos y se ha quedado dormidito como un ángel. Puede que no lo esté, lo sabremos si hace alguna de las suyas. El resto de intrépidos aventureros se ha ido sentando alrededor de la mesa conforme nuestro simpático robot-mayordomo ha situado las sillas. Ha servido unos vasos con refresco de frutas que los sedentes se han apresurado a apurar. Debe hacer mucho calor en ese claro, a pesar de que el gigantesco parasol no deja pasar ni un rayo de sol. Tampoco parece que sople la menor brisa agradable. Una vez que todos han saciado su sed parece que se acaba de iniciar una jugosa conversación que van a escuchar en directo porque acabo de hacer un gesto a control para que restablezcan el sonido de llegada, no así el de ida, porque no queremos que Alirina sepa que les estamos escuchando. ¡Qué pillines somos! Escuchemos su conversación a hurtadillas.

-Bueno, ahora que no nos escuchan, podemos hablar como buenos amigos que celebran una merienda campestre. ¿Lo está pasando bien, Elielina?

-Muy bien. Es algo novedoso. Reconozco que la vida que ustedes llaman real tiene también sus encantos.

-¿Tantos como para renunciar al casco virtual y probar nuestra forma de vivir?

-Eso no, Alirina. El mundo real tiene algunas cosas interesantes que viene bien probar de vez en cuando, pero el encanto del mundo virtual es incomparable. No se puede comparar.

-Esta noche la vamos a seguir con un avatar para conocer cómo es ese mundo. ¿Pero ahora puede adelantarnos algo? Aparte del sexo promiscuo y sin restricciones ¿qué otros alicientes tiene ese mundo para quienes aún no lo hemos probado?

-Solo con el sexo ya sería suficiente, pero es que además uno puede viajar a donde quiera, a la playa de una isla desierta, por ejemplo, tomar el sol, bañarse y si te sientes sola puedes contactar con alguno de tus amigos o amigas que vendrán a hacerte compañía, a charlar, a pasar el día contigo. Los que gustan de practicar deportes pueden hacerlo en el sitio que elijan. Puedes ir a un hotel de lujo para celebrar un cumpleaños o sin motivo alguno, con tu grupo de amigos y disfrutar de un spa de lujo. No hay nada que sea imposible, jugar en un casino y ganar o perder, según prefieras. Incluso hacer un viaje espacial a cualquier planeta habitado y deshabitado y correr todo tipo de aventuras. Hay quienes prefieren el riesgo, otros la placidez de no hacer nada. Te pueden crear una película a tu medida, siguiendo tus instrucciones, y vivirla como si fuera absolutamente real. Puedes hacerlo de día o de noche, despierta o dormida. Sí, porque está permitido elegir sueños o pesadillas. Una de las cosas que elegiré esta noche seré tener a esta simpático koori entre mis pechos.

-Si quieres puedo pasártelo.

-¡Oh, no! En la vida real te pueden pasar las cosas más inesperadas y nadie controla eso.

-Bien, qué me dice usted, Oloviris. ¿Lo está pasando bien? Perdone que se lo diga, pero no ha abierto la boca, parece muy aburrido.

-No, en absoluto, Alierina. Como ha dicho mi esposa, esto tiene su encanto, especialmente si está usted, y me disculpo por la sinceridad. No estoy acostumbrado a relacionarme. Imagino que ustedes, los que viven de continuo en el mundo real deben mentir más que hablan.

-¡No lo sabe usted bien, Aloviris! Jajá. ¿Y usted, Rosindra, también prefiere el mundo virtual cuando no está trabajando?

-Sí confieso que me lo paso bien, aunque prefiero este mundo mientras pueda simultanear los dos.

-Perdone la intromisión en su intimidad, ahora que no nos oyen, ¿puedo preguntarle si está soltera, si tiene familia, si se relaciona con otras personas en el mundo físico, si visita a sus padres o demás familiares, si piensa tener niños?

“Disculpen los oyentes y holovidentes, pero esta conversación puede convertirse en cualquier momento en un cotilleo sin sentido, de hecho ya está ocurriendo. Vamos pues a aprovechar para endilgarles nuestra ración de publicidad y enseguida volvemos. Ni se les ocurra cambiar a otro canal del bueno de “H” por mucho que se haya publicitado. Volvemos enseguida.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS L


Su piel era suave, cálida. Una auténtica delicia masajear su espalda. Me estaba excitando más y más. Era de todo punto imposible que ella no notara mi miembro erecto empujando contra la hendidura entre sus nalgas. Para disimular no cesaba de hablar, de soltar patochadas. La tentación de bajar sus braguitas, de bajarme el pijama y los calzoncillos y clavarle aquella insufrible erección, se hacía insoportable por momentos. Apreté los dientes y continué con el masaje. No sé el tiempo que pude estar así, hasta que de pronto ella se volvió y me dio las gracias. Estaba mucho mejor. Ha pasado demasiado tiempo para que pueda recordar si en su cara se mostraba la decepción y el enfado. Seguro que sí.

Regresé a mi cuarto con la sensación de ser el tonto más tonto del mundo. Me llamaba idiota y toda clase de improperios. Mi cabeza era un hervidero, mi corazón un grifo chorreando sangre y la erección se había volatilizado por completo. De buena gana me hubiera dado cabezazos contra la pared o me hubiera liado a puñetazos y patadas. Me sentía desesperado. No era posible que R. hubiera organizado todo aquello para confirmar mis ideas sobre la relación hombre-mujer, tampoco tenía el menor sentido ponerse una negligé transparente para luego pedirme que le diera un masaje en la espalda. Estaba más claro que el agua que ella me invitaba a su dormitorio para tener sexo. No era precisamente una virgen reprimida y beata la que me había invitado a su apartamento, me había contado intimidades y tras ofrecerme un cuarto para dormir aparecía ante mí con la maldita negligé negra y transparente pidiéndome que le diera un masaje en la espalda. Yo era el idiota, el tímido, el ingenuo, el virgen, el loco, porque yo era un loco para despreciar semejante ocasión.

Intenté leer, porque me iba a costar mucho conciliar el sueño, si es que lo conseguía. Al final apagué la luz, busqué una postura cómoda y luché contra mi mente hirviendo a brazo partido. Procuraba hacer el menor ruido posible, ni una tos, mientras escuchaba lo que ocurría en el dormitorio de al lado. Aquello no podía quedar así. Esperé inútilmente una reacción por su parte. Pero no la hubo. Según mi filosofía de la relación hombre-mujer, lo lógico hubiera sido que ella me hubiera hablado con claridad. Que si me gustaría dormir con ella, que yo le gustaba y deseaba tener sexo conmigo. Que nos acabábamos de conocer en persona, pero la correspondencia que mantuvimos durante varios años y sobre todo la larga e íntima conversación de la tarde nos había aproximado mucho, habíamos roto el hielo, éramos buenos amigos. ¿Por qué no dar el siguiente paso y convertirnos en amantes, sin compromiso, de momento, pero con esperanzas de llegar a algo más? Solo ahora, muchas décadas después, puedo hacer una aproximación empática a lo que pudo sentir R. aquella noche. A pesar de mi timidez, de mi virginidad, de mi condición de enfermo mental, ella había puesto mucho de su parte. Me había preparado una deliciosa comida, me había introducido en su intimidad, su sinceridad no era precisamente muy habitual y para rematar había escenificado una invitación en toda regla para convertirnos en amantes. Lo lógico es que se tomara mi falta de atrevimiento como un rechazo en toda regla. Y eso tuvo que herirla mucho, hasta el fondo. Tal vez llegó a pensar que mi rechazo se debía a que yo la consideraba una puta, puesto que después de haberme contado su relación con su amante casado, con el que tenía dos hijos, y su situación de mantenida, la rechazaba porque en el fondo era un mierdecilla, incapaz de aceptarla como una mujer que se me entregaba, dejándome llevar por una conducta hipócrita, miserable, como si tuviera las mismas ideas de aquellos burguesitos beatones a los que yo tanto despreciaba. Claro que después de lo que yo había expresado sobre mis ideas respecto a la relación hombre-mujer, sobre la hipocresía social, sobre las estúpidas y rígidas ideas católicas y el resto de temas, semejante conclusión no procedía en buena lógica. Tal vez pensara que mi rechazo se debía al miedo a comprometerme con una mujer que tenía un amante, unos hijos, que carecía de trabajo, de cultura, de futuro. Esto ya tenía más sentido, aunque en ningún momento pensé en ello. Yo estaba obsesionado por perder mi virginidad y ella era una mujer atractiva, deseable, por mi parte solo esperaba un sí claro, una invitación sin medias tintas.

Cuando en estos tiempos escucho lo de “no es no”, me sorprende darme cuenta de lo cerca que estaba yo entonces de esa forma de pensar. Si “no es no” y si seguir adelante tras una advertencia tan tajante, es una violación, también debería ser verdad lo contrario. Sí, tiene que ser sí, no dame un masaje en la espalda que me duele mucho, me voy a poner una negligé transparente y eso te va a indicar lo que pretendo, etc etc. Si no es no y si sí es sí. ¿Por qué no hablar claro, con total sinceridad y dejarse de subterfugios y del estúpido juego de la seducción, del cortejo? Es algo que, pasados tantos años, sigo creyendo que es más razonable que todo lo demás. Me pregunto qué hubiera ocurrido si mientras le daba el masaje hubiera deslizado mi mano bajo sus braguitas y acariciado sus nalgas o intentado tocar sus pechos una vez que me había centrado en desentumecer sus hombros. Lo peor que pudo haber pasado es que ella se enfadara, me diera un bofetón y me hubiera invitado a salir de su casa por piernas. Yo hubiera pedido disculpas, lo siento, pensé que era una invitación al sexo. Y eso hubiera tenido mucho sentido. Si no lo hice debió de ser debido a mi timidez extremada, a mi virginidad, falta de experiencia y creo, con sinceridad, que también al temor a unas consecuencias muy desagradables para mí. Éramos amigos, sentía un gran afecto hacia ella y perder su amistad, teniendo en cuenta mi dificultad para las relaciones sociales y mi carencia casi total de amigos habría sido un duro golpe. Sí, todo eso es cierto, pero perder una amistad semejante, después de aquella escena teatral, hubiera sido lo mejor que me podría haber pasado. Eso lo sé ahora, lo pienso ahora, pero entonces yo era muy joven, unos veintidós o veintitrés años. Hacía cuatro o cinco años desde mi abandono de la vocación religiosa en un colegio de la época, represivo, dogmático. Aún no había superado del todo aquella represión, aún me costaba mirar a una mujer de frente y olvidarme de aquellas estupideces de que las mujeres eran demonios que querían tentarnos y apartarnos de la vocación religiosa. Por si fuera poco no hacía mucho desde mi intento de suicidio y la estancia en los dos psiquiátricos, en el segundo sufrí la mayor humillación que puede sufrir un ser humano: ser tratado peor que las bestias. Ahora sé que atreverme a dar el paso, en semejantes circunstancias, habría sido un milagro. Mientras escribo me digo que si pudiera comunicarme con mi yo de aquel tiempo, desde el presente-futuro al presente-pasado, me diría con rabia, casi con ensañamiento: No seas imbécil, mete tu mano bajo sus braguitas, intenta tocar sus pechos. Si te da un bofetón lo recibes con ecuanimidad. Si te dice que eres un aprovechado, le contestas que todo te indicaba que habías recibido una invitación al sexo. Si se limita a decir que no, pides disculpas, creí que…y te vuelves a tu habitación y santas pascuas. Cuando no hay un “no es no”, ni un “si es sí” hay que bandearse como buenamente se pueda. Con esto no quiero decir que me parezca mal lo del “no es no”, me parece perfecto y todo hombre sensible y humano debe aceptarlo, lo contrario es transformarse en un violador, en un depredador de la peor especie, en una bestia que no respeta nada. El machismo es una mentalidad troglodítica –aunque puede que los trogloditas fueran más humanos de lo que pensamos y les atribuimos nuestra mentalidad machista- y mucho me temo que la sociedad no ha avanzado mucho desde mis tiempos –décadas atrás- hasta la actualidad.  Nunca fui capaz de entender eso del cortejo y la seducción, ni a los donjuanes o marqueses de Bradomín, ni las famosas “técnicas de seducción”. Para mí todo debería ser mucho más sencillo. Un hombre y una mujer se conocen, se hacen amigos, y llega un momento que uno de los dos, o los dos a la vez, se plantean ir más allá. Entonces se habla en el momento adecuado, se busca la mejor forma y momento para decir lo que hay que decir. Se hace y se espera la respuesta. Que puede ser: vamos a dejarlo de momento, aún es pronto, o pues no, no me interesa, aprecio nuestra amistad, pero el sexo es algo distinto. No debería costar tanto como cuesta. Mucho me temo que en nuestra sociedad aún sigue siendo un tabú el sexo. No hay educación sexual, hay mucha represión, falta madurez, se cree que libertad sexual equivale a pornografía, promiscuidad, o comportamientos perversos. Libertad es asumir el sexo como algo natural y en el que uno decide libremente lo que quiere o no quiere hacer, con madurez, con responsabilidad. Esta falta de madurez, de responsabilidad, de verdadera libertad, lleva a embarazos no deseados en una época con tantos medios anticonceptivos, a manadas depredadoras que intentan aprovecharse de chicas que se han pasado bebiendo o que se han drogado o que simplemente desearían vivir una experiencia sexual un tanto salvaje y que luego les da miedo y se arrepienten. No es no, siempre, en cualquier circunstancia. Uno tiene derecho a equivocarse y dar marcha atrás, a repensarlo, a saber que un paso no tiene por qué ser irremediable. La depredación es salvajismo, psicopatía, es un verdugo torturando a una víctima.

Mientras no exista la libertad, la madurez, personal y social en el terreno del sexo, puede que no quede otro remedio que “jugar” un poco, jugar a seducir, al cortejo, a lo que sea, pero los límites son simples y claros, quien los traspase está violando y no seduciendo. Pido disculpas por enfocar el tema desde el punto de vista heterosexual, que es el mío, pero no puedo hablar de otras opciones sexuales que no conozco, aunque respeto, comprendo y asumo con la misma naturalidad que el uso de mi cuerpo para lo que quiera, mientras no me introduzca en terreno ajeno, sin respetar la libertad y derechos de los demás. Me hubiera ahorrado aquella noche infernal si R me lo hubiera propuesto con sinceridad. Yo también podría haberlo hecho, pero la verdad es que no estaba preparado, era de una timidez enfermiza, era virgen y no estaba muy seguro de cómo ella había asumido mi condición de enfermo mental. La famosa seducción nunca estuvo a mi alcance, ni entonces, ni ahora. De haberlo hablado con naturalidad en el curso de aquella tarde, hubiéramos podido llegar a un acuerdo…o no. Ella podía haber expuesto su necesidad de cariño, de afecto, de sexo amable y cariñoso. Podía haber planteado la posibilidad de iniciar una relación sexual a la espera de cómo se fueran desarrollando las cosas. Podríamos haber hablado de cómo enfocar el tema de su amante y de sus hijos, de posibles futuros. Yo hubiera sido sincero al respecto y habríamos llegado a una decisión conjunta. Si ella deseaba librarse de su amante y encontrar a un hombre que cuidara de sus hijos, habría que enfrentarse a la reacción de un hombre casado que la había puesto un piso y la mantenía, a las dificultades económicas que acarrearía semejante decisión. Yo ni siquiera había cobrado mi primer sueldo, que además era paupérrimo. De todo eso podríamos haber hablado o simplemente asumir que éramos amigos, que nos gustábamos y que deseábamos una noche de sexo placentero y afectuoso. Si con el tiempo nos enamorábamos o asumíamos que estábamos bien juntos y había que tomar una decisión, pues se tomaba. Lo realmente complicado era dar por supuesto algo que tal vez no resultaba tan claro como parecía.

Aquella noche me costó dormir y muchas de las reflexiones que acabo de hacer seguramente pasarían por mi cabeza. Me desesperé pensando que había desaprovechado la mejor ocasión que seguramente se me presentaría de perder mi virginidad con una mujer atractiva, con una amiga por la que sentía un gran afecto. Hasta es posible que fantaseara con lo que hubiera podido pasar si yo hubiera metido mi mano bajo sus braguitas y si ella hubiera reaccionado bien. Si ocurrió de esta manera debí de calentarme mucho y acabar masturbándome…eso sí, con mucho cuidado de no hacer ruido. Por desgracia perdería la virginidad unos meses más tarde y con una mercenaria del sexo. No fue una experiencia dramática, pero hubiera sido infinitamente mejor de haber ocurrido con R. Los hombres de mi generación habitualmente perdíamos la virginidad con prostitutas. Es una mala forma de iniciación al sexo. Mucho me temo, salvo que esté muy equivocado y no sepa de la misa a la media, que en estos tiempos de aparente libertad sexual siguen siendo muchos los hombres que acaban perdiendo su virginidad entre los brazos de una mujer a la que tienen que pagar antes. Luego se habla del problema de la prostitución, una lacra social, es cierto, y a la que debería ponerse remedio, pero no se dice nada de una buena educación sexual –y cuando se intenta en los colegios, o se hace mal o se hace bien y los puritanos de siempre ponen el grito en el cielo- de acabar con la represión sexual y mental, de buscar fórmulas afectivas y respetuosas de que hombres y mujeres se conozcan y decidan, y no esas fórmulas, en muchos casos esperpénticas, de conocerse hombres y mujeres para “ligar” o lo que se tercie. La famosa frase que escuché en mi infancia y adolescencia, sin saber muy bien a qué se refería, de “siempre hay un roto para un descosido” me parece mezquina y falsa. No es verdad y envilece las relaciones hombre-mujer. Soy muy consciente de que aquel episodio juvenil dejó profunda huella en mi vida, y la prueba está de cómo estoy hablando de él. Se me quedó clavado en la mente y el corazón y me llevaría a perder la virginidad de una forma muy triste. Puede que el sexo no sea lo más importante de la vida, pero sí es lo suficientemente importante como para que te pueda llevar a una madurez feliz o al contrario, a sufrir traumas que pueden parecer ridículos a primera vista, pero que marcan la vida de muchas personas para la desgracia.

LA VENGANZA DE KATHY III


LA VENGANZA DE KATHY III

Recorrí el pasillo a buen paso, admirándome del silencio que reinaba en todo el edificio, parecía un monasterio. ¿Era posible que todos los pacientes continuaran en las celdas de aislamiento? Que se encargara el idiota de Jimmy, yo iba a desayunar. Suponiendo que el comedor estuviera abierto, que hubiera alguien en las cocinas. ¿Dónde estaba el personal? Al menos Dolores debería estar en las cocinas. Entré en el comedor con una sensación de apocalipsis, el vacío del lugar me golpeó en el estómago, que se encogió. Alguien movió la puerta y escuché una voz muy dulce que recordaba muy bien. Era la de Alice, la dulce camarerita que tanto me había impresionado.

-¿Hay alguien ahí?

-Soy yo, Alice.

-¿Y quién eres tú?

Escuché una risita y la puerta se abrió.

-Vaya, vaya, el guapo que no recuerda nada.

Me acerqué con cierto comedimiento, pensando que tal vez ella pensara que yo era un amigo de verdad de Jimmy, su bestia negra. Estaba dispuesto a hacer todos los esfuerzos necesarios para sacarla de su error.

-Bueno, aún no recuerdo mi nombre, puedes llamarme Johnny si quieres, pero voy recordando algunas cosillas.

-¿Cómo cuales?

-Bueno… En fin, puede sonar a chirigota, pero creo que antes de llegar aquí yo era un gigoló.

Su estrepitosa risa me molestó. Podía haberle dicho cualquier otra cosa, pero no, tenía que sacar a colación lo más ridículo. Mi ingenuidad no tenía límites. Me llamé idiota y esperé a que se le pasara su atragantón de risa.

-Bueno, bueno, con tu aspecto no resultaría tan extraño. ¿Cuánto me cobrarías por una noche?

-Te lo haría gratis.

Esta vez casi se ahoga. Tuve que colocarme por detrás y darle palmaditas en la espalda. Al hacerlo noté su culo bajo su uniforme y tuve una erección. Me aparté como si de entre sus nalgas pudiera salir un escorpión. Mucho me estaba temiendo que aquel no iba a ser mi día. Y todo porque el gilipollas de Jimmy me había sacado de mis casillas.

-Te tomo la palabra. ¿A qué has venido?

-Tengo hambre.

-Pobre nene. ¿Nadie te ha dado de desayunar?

Y se coló en la cocina. Yo me senté a la mesa más cercana. No tuve que esperar mucho. Alice salió don dos bandejas que colocó sobre la mesa.

-No son las dos para ti, nene, yo tampoco he desayunado.

Y se sentó frente a mí. Miré mi bandeja y sin poder controlarme tomé el tenedor y el cuchillo y comencé a cortar el beicon y los huevos. Me tragué un buen bocado.

-Vaya, vaya con el nene. Pues sí que tienes hambre. Ni siquiera eres capaz de esperar a que esta bella dama haga los honores.

-Perdona, perdona, es que ese cabrón de Jimmy me ha puesto de los nervios.

-Y también te ha dado algún que otro mamporro. Tienes un cromo en la cara. ¿Ya habéis descubierto al asesino?

-Ya te contaré esa historia en otro momento. Ahora estoy demasiado cabreado para hablar de ello. En cuanto al asesino, que lo siga buscando Jimmy. Yo tengo que encontrar a Kathy.

-Pues es cierto, yo tampoco la he visto. Pensaba que estaría en las celdas de aislamiento, con los demás.

-Al parecer no es así. Allí es donde ha debido mirar primero El Pecas. Si me ha encomendado que la busque es porque no está.

-¿Tienes que buscarla tú?

-Lo que diga el jefe. Ambos pensamos que ha podido caer en manos del asesino y podemos tener otro asesinato en Crazyworld. Aunque yo aún no he descartado que pueda ser una asesina. Al parecer todas las mujeres de esta mierda de sitio tienen sobrados motivos para cargarse a ese cabrón que en paz descanse en el infierno.

-Yo no. Lo intentó, como con todas, pero lo solté un buen rodillazo en salva sea esa parte que tanto apreciáis los hombres y no me ha vuelto a dirigir la palabra. Ya no lo hará más. No siento ninguna pena por ese cabrón idiotizado. Es cierto que aquí hay muchas mujeres que tenían sobrados motivos para cargarse a ese malnacido, pero yo pienso también que tiene que ser un hombre.

-No sé qué pensar. Al parecer los psicópatas no suelen cambiar de género, si comienzan con hombres siguen con hombre, si con mujeres, continúan con mujeres. No me digas de dónde lo he sacado, porque aunque he comenzado a recordar, eso es algo que no aparece en mi memoria. Es preciso encontrar a Kathy. Si está viva será un gran alivio. En cuanto termine el desayuno comenzará a buscarla en el bosque, es el único lugar donde aún no ha buscado Jimmy.

-Esa estúpida nunca me cayó bien, pero me gustaría acompañarte. Hoy me temo que va a ser un día muy aburrido y aquí no tengo nada que hacer.

Yo había terminado ya de desayunar, más bien diría que de trasegar, incluso había comido con la boca llena, pero ella apenas había picoteado su desayuno.

-Agradecería la compañía, pero puede ser peligroso.

-Teniendo a mi lado a un mocetón como tú, no temo a nadie. Por cierto, lo de tu pasado como gigoló es una broma. ¿Es así?

-No sabría decirte. He tenido un sueño muy raro al respecto, parecía muy real.

-Pues si es así tienes que ser todo un experto en la cama, eso no se olvida, como el andar en bicicleta.

-¡Ojalá recordara! Al menos eso. Bueno, si quieres acompañarme al menos deberías cambiarte el uniforme y el calzado.

-No te preocupes por mí. Sé manejarme bien en el bosque.

Callé para que ella terminara su desayuno. En cuanto lo hizo se dispuso a recoger las bandejas.

-Si vamos a pasar el día en el bosque deberíamos pedirle a Dolores que nos haga un buen almuerzo. Así podremos hacer un picnic en la hierta.

-¿Está Dolores en la cocina?

-¿Dónde iba a estar sino?

-Te ayudo.

Tomé mi bandeja y la seguí. Las cocinas estaban casi desiertas, solo se escuchaba ruido de cacerolas al fondo. En efecto, Dolores estaba fregando unas cacerolas en un gran fregadero. Mientras Alice colocaba el contenido de las bandejas en el lavaplatos yo me acerqué por detrás a Dolores, que no se había apercibido de nuestra presencia, la tomé por la cintura y besé su nuca. Se volvió sorprendida y al ver que era yo me estampó un largo beso en la boca. Luego vio a Alice y me guiñó un ojo. Yo hice lo mismo. En un primer momento había pensado en ser comedido, pero el afecto que sentía por Dolores y la intimidad que ahora nos unía me hizo mandar todo a la mierda. Puede que eso me quitara chance con Alice que me gustaba mucho, aunque lo más probable es que ya supiera en qué camas había estado, al fin y al cabo Crazyworld era un gigantesco mentidero donde todo el mundo sabía todo de todo el mundo.

-¿Qué te trae por aquí, mi niño?

-Verás, necesito que prepares una mochila con comida. Me voy a pasar el día en el bosque, buscando a Kathy a la que nadie ha visto. Jimmy cree que el asesino ha podido hacer de las suyas. Por cierto, comida para dos. Alice me acompaña.

-¿Cómo es eso?

Preguntó tras echarle una mirada aviesa a la dulce camarerita que acababa de poner el lavaplatos en marcha y ahora miraba a Dolores con cierta sorpresa. Como si hubiera visto nuestro saludo, que seguro que lo había visto.

-Alice dice que aquí no tiene nada que hacer y me vendrá bien un poco de compañía.

-Si no fuera porque soy un tonel andante yo también te acompañaría. Estoy haciendo algo de comida por si alguien viene a almorzar, aunque no lo creo. El doctor Sun tiene a los pacientes en ayunas en las celdas de aislamiento, no sé si como castigo o porque cree que si están en ayunas le resultará más fácil acceder a su subconsciente. Ahora mismo os preparo un buen picnic.

Y mientras lo hacía Alice se quitó el mandil y me dijo que iba a buscar un calzado más adecuado a su vestuario. Me esperaba fuera. Cuando quedamos solos Dolores se me acercó y volvió a besarme.

-No te voy a decir que seas un chico bueno y te alejes de esa zorrita, porque entre nosotros no hay ningún compromiso y sé muy bien que aquí hay muchas mujeres guapas y no vas a poder resistir la tentación, pero al menos prométeme que buscarás a Kathy y no te pasaras el día retozando con ella. Kathy es una buena chica, aunque tenga el problema que tiene y no se merecería un mal final.

-Te lo prometo.

Y esta vez fui yo quien la besó con apasionamiento. Lo tuvo todo listo en cinco minutos. Me despedí de ella con otro beso, me eché la mochila a la espalda y de pronto recordé que se nos podía hacer de noche. Le pregunté si tenía una buena linterna y se fue al almacén. Regresó con una linterna, una brújula y un machete en su correspondiente funda, con su correspondiente cinturón para atármelo a la cintura. No quise preguntarle nada al respecto. Ni se me había ocurrido la posibilidad de tener que enfrentarme a un supuesto asesino armado. Dolores me deseó buena suerte, no sin antes preguntar por el walkie. Se lo enseñé.

-Preguntaré a Jimmy de vez en cuando si sabe algo de ti. Regresa antes de que se haga de noche.

-Sí mamá.

Y volví a besarla. Salí al exterior donde me esperaba Alice y nos pusimos en marcha.