UN ESCRITOR FRUSTRADO XX


Después comenzaron las habladurías. Imparables. El chofer, aquel jovencito tímido y guapito, se instaló con ella. ¡Ya se imaginará lo que llegaron a decir. De todo. Que si Julita era una puta redomada. Que un hombre, más si es joven, y una mujer, sobre todo guapa moza, como lo era Julita, no pueden vivir juntos sin quemarse, por aquello de “que la mujer es fuego, el hombre estopa, viene el diablo y sopla. ¡Qué tontería! ¿No le parece, señorito?

 -Bueno. Eso del fuego y la estopa está muy bien traído. ¡A saber quién es el ruego y quién la estopa! Pero lo cierto es que un hombre y una mujer acaban siempre enredados, a poco que se lo propongan.

 -Lo dirá por usted, señorito. Quien ricamente que estamos usted y yo aquí solitor, y el fuego no ha prendido en la estopa o la estopa no se ha encendido con la proximidad del fuego. ¿Por qué será? Además en estos tiempos cada uno hace lo que le viene en gana. Los jóvenes pueden vivir solos en un piso, revueltos, chicos y chicas, y nadie dice nada, ni le importa lo que hagan o dejen de hacer a nadie, si es que hacen algo, que los de nuestra generación teníamos fama de tontos, pero bien que nos lo montábamos.  

No como ahora, que con la pildorita, el estuche ese de goma y tanto desenfreno, seguro que si pudiéramos mirar por una mirilla hasta descubriríamos que las chicas son monjitas de clausura, comparadas con nosotras, y los chicos monjes de convento, sino son maricas o “lesbanas”.

 -Lesbianas, Horti, lesbianas. ¿Tú crees que no se dedican al fornicio, follando como monos? No es esa la idea que tnego yo. Y en cuanto a nosotros, Horti, seguro que si te vistieras de otra manera y te arreglaras un poco, hasta llegarías a encender mi estopa.

 Y Córcoles manoseó los muslos de la mujer y llegó hasta las bragas, restregando su sexo por encima de la prenda. Hortensia se quedó muda y sin respiración, esperando que el señorito continuara, introduciendo su mano bajo sus bragas y buscando ese bultito que da tanto placer a las mujeres. Hortensia no recordaba su nombre en aquel momento. Pero el señorito se cansó pronto, le dio una palmadita en el muslo izquierdo y reposó la mano en la rodilla, como si no hubiera roto un plato en su vida. El hechizo se deshizo y Hortensia maldijo aquel mujeriego que  
ni siquiera era consciente de cuándo una mujer estaba caliente.

-Veo que tienes la mente un poco estrecha, Horti. ¿No crees que haya más formas de disfrutar del sexo, aparte de las tradicionales?

 -Que cada uno se lo monte como quiera, que yo solo sé de una. Una buena polla en la raja y san se acabó. Y en cuanto a mi estrechez de mente puede que sea cierto, señorito, que no soy culta, como usted, pero le aseguro que tengo una cosita que no es tan estrecha, no, por ella entraría hasta el nabo de un caballo. Si no le molesta que me exprese así.

 Dijo Hortensia muy enfadada y tal vez Córcoles, de no haber estado en aquella especie de somnolencia agradable producida por el alcohol, habría comprendido que la mujer se le estaba ofreciendo con tal vehemencia y claridad que despreciarla, como estaba haciendo él, tenía que dolerla, y muy dentro.

-No me molesta, no, puedes expresarte como quieras. No soy un puritano.

-¿Qué es eso?

 -Alguien que no se asusta por las palabras y no huye de la realidad de la vida.

 -¡Cuántas palabras raras sabe usted, señorito!

 Córcoles no advirtió el tono irónico de la mujer, ni cómo, al inclinarse, para darle una palmadita en la rodilla, le puso el pecho derecho, que había resbalado completamente de la bata, tan cerca que el pezón estuvo a punto de hacerle cosquillas en las narices. O bien el alcohol había empapado en demasía sus sesos o puede que ella le pareciera tan fea que ni siquiera era capaz de empinársela a un mujeriego como el señorito. Fuera lo que fuera, Hortensia decidió seguir con la historia, puesto que Córcoles no deseaba iniciar otra distinta.

 -Como le decía, las cotillas no se hicieron esperar. Las más benevolentes llamaban puta a Julita y desvergonzado al chico, del que no sabían ni el nombre, aunque bien que se ponían cachondas hablando de sus encantos a escondidas. Yo pude escuchar alguna de sus conversaciones, aunque entonces era tan tontuela que no llegué a saber a qué se referían con eso de “los encantos” del chico. Porque lo que es guapo, eso sí, a mí me lo parecía, y mucho. Pronto los mozos del pueblo comenzaron a rondas la casa del molino y allí dieron unas cuantas y muy sonadas cencerradas.

 -¿Qué es una cencerrada?
 

-Una cencerrada es una murga que se da con las esquilas de las vacas. Y no me pregunte qué son las esquilas. Una campanita que se le pone en el cuello a la vaca para que, ande por donde ande, no se pierda. Las vacas, señorito, son unos animales muy bobos, pero que muy bobos, se pierden con facilidad y luego el dueño tiene que ir a buscarla al monte y escornarse entre los espinos. Pues bien, las cencerradas suelen darse a los novios, como despedida de solteros, en su noche de bodas o simplemente cuando los mozos del pueblo están aburridos y necesitan jolgorio. Así que aprovechan cualquier motivo y circunstancia para dar una cencerrada.

“No se conformaron solo con eso, no, que hasta tiraron piedras a las ventanas y al tejado.   
Yo creo que esos bestias hasta hubieran quemado la casa, con ellos dentro, si una noche no hubiera aparecido por allí Sisebuto y descargado unos cartuchos con sal en los cuartos traseros de un par de mozos, los que más destacaban.  
No volvieron en una temporada. Jeje. Los dos mozos se estuvieron rascando el culo unos cuantos días. Jaja.

-¿Y Sisebuto? ¿No estaba celoso?

-Mucho, pero lo primero era proteger a Julita de aquellos desalmados. Todos en el pueblo estaban convencidos de que el mozuelo se “calzaba” al ama, a aquella putita, todas las noches y aún durante el día, cuando le apeteciera, porque lo cierto es que apenas salían de la casa, excepto para la compra, en el ultramarinos de Nati. Dejaron de hacerlo al ver las caras que les ponían todos y cansados de los insultos. Comenzaron a comprar en la capital, como llamamos a Villar de Alba, el ayuntamiento y capital de la comarca. El chico desapareció unos días, sin llevarse el coche. Luego nos enteramos de que había ido a examinarse a la universidad, donde estudiaba derecho y otra carrera, que no sé cual era. Por lo visto el chaval era una lumbrera.

Julita se quedó sola y los mozos que se atrevieron a volver vieron a Sisebuto patrullando cerca de la casa. Uno de ellos, que intentó enfrentársele a garrotazos salió por pies en cuanto Sisebuto le disparó. Ya no eran cartuchos de sal. No fue un milagro que no le diera, que Sisebuto era el mejor cazador de la comarca, lo hizo adrede.

Se decía que se pasaba las noches en claro, rondando el molino. Algún espía, que los hubo, dijo que le habían visto llegarse a la puerta en más de una ocasión. Incluso Julita llegó a abrirle, por lo visto, y Sisebuto estuvo dentro cerca de media hora. Tiempo suficiente, según algunos, para echar un buen polvo. Porque aquella puta hacía a todo, según comentaban las comadres.

Así transcurrió un tiempo. Todos en el pueblo se convencieron de una vez de que Julita había venido para quedarse. Sisebuto dejó de trabajar los campos de su padre para proteger a Julita y se le  
enfrentó. Le había perdido el miedo como comprobaron cuando le amenazó con la escopeta en la plaza del pueblo, delante de todo el mundo. Su padre no le denunció. Seguro que por miedo.

Julita salía en el coche, nadie sabía dónde y se pasaba fuera unos cuantos días, a veces semanas. Un día regresó con el chofer, que esta vez se quedó muy poco. Se comentó que ya era abogado y que iba a trabajar de pasante en un despacho de Madrid. Durante la temporada que aún permaneció en el pueblo no dejó de visitar la taberna de Pascualín, donde compraba unas botellas de vino o se tomaba un vasito de orujo. Era un mozo bragado, no les tenía miedo a los del pueblo, a pesar de la pedrada que le escalabró la cabeza. En la taberna alguien debió sonsacarle o una moza se fue de la lengua. Muchas le seguían de regreso al molino, como lobas en celo.

A una de ellas, la más guapa, y menos basta que las demás, se la vio con él, una noche, paseando por la era. Nadie supo con seguridad si ella se había dejado quitar las bragas. Pero eso fue lo que se comentó. Un motivo más para que se acrecentaran las maledicencias contra Julita. Era tan puta que permitía que su enamorado se acostara con otra.

Lo cierto es que la chica negaba que Julián fuera el amante de Julita. Se lo había dicho él, que lo negara, que dijera que eran buenos amigos y que ella le pagaba los estudios por caridad. La chica parecía enamorada, por lo que nadie le hizo mucho caso. ¿Cómo podía saber su nombre sino se lo había dicho a nadie? Lo cierto es que por esa chica se supo en el pueblo que el chofer se llamaba así. ¿Y qué hacían de noche rondando por la era? Se había dejado quitar las bragas, eso estaba claro, y muy enamorada de él que estaba la muy putita. Por eso defendía a Julián de aquella manera, negando lo que para todos era evidente.

“El caso es que desapareció, me refiero al chofer, y Julita se quedó sola. Los espías decían que Julita dejaba entrar a Sisebuto con más frecuencia que antes y le invitaba a un vaso de vino en la cocina, según pudieron verle, donde charlaba con julita como si fueran dos buenos amigos. Nadie podía creer que Sisebuto se hubiera hecho un parlanchín, pero así lo parecía. No solo eso, ahora la acompañaba a la compra, con la escopeta en bandolera y el rostro fiero. Iba unos pasos tras ella, como un perro faldero, la lengua fuera, siempre dispuesto a cualquier cosa que le pidiera Julita con un gesto.

“Todos decían que se había enamorado de ella, como un tonto, y puede que fuera verdad, porque desde la llegada de Julita no se le había vuelto a ver tras las mozas del pueblo. Incluso alguna llegó a visitarle en la choza, propiedad de su padre, cerca del molino, donde paraba ahora. La moza fue muy mal recibida, incluso la amenazó con darle un cartuchazo de sal en sus llamativas nalgas. Todos comentaban  
que ahora tendría bastante con la puta y ya no necesitaba a las mozas, dando por hecho que la visitaba a escondidas todas las noches, aunque nadie lo viera, ni siquiera los espías que se turnaban para saber lo que se cocía en el molino.

“Lo cierto, señorito, esa que nadie sabe lo que realmente ocurrió. Los comentarios fueron para todos los gustos. Unos decían que Julita se había enamorado de su amante, el mismo que la había violado, que la había hecho aquel bombo que ella dejara en algún lugar ignoto. Otros decían que había sentido compasión de aquel bruto enamorado y había cedido a su constante asedio. Otros que Sisebuto le propuso matrimonio porque no soportaba verla en los brazos del chofer, ahora abogado, con quien al parecer se continuaba viendo en Villar de Alba, donde alguien dijo haberlos visto. Lo cierto fue que el rumor de boda se extendió por todo el pueblo, como un reguero de pólvora. Se supo por el padre de Sisebuto, quien comentó que su hijo le había pedido permiso para casarse con la puta. No solo se negó a ello, sino que le amenazó con desheredarle, si se casaba. Sisebuto se rió en sus narices y se emperró en restregar a la ahora novia por los hocicos de todo el pueblo. Hasta bailaron en la fiesta del pueblo aquel verano. Los mozos no les molestaron, porque Sisebuto llevaba la escopeta al hombro hasta para mear.

-Perdone, Hortensia. Tengo una curiosidad. ¿Qué piensas tú que sucedió realmente?

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