UN ESCRITOR FRUSTRADO XXIV


 -Yo nunca llegué a conocer a la modistilla, señorito, y le juro por mis muertos que me hubiera gustado. Luego que ocurriera todo vinieron muchos periodistas, especialmente unos del “Caso” que intentaron hablar con todo el mundo. La modistilla debió asustarse porque se marchó de la ciudad y si alguno supo de su paradero, no lo dijo… al menos hasta que las cosas se fueron calmando un poco. Al cabo de los años, cuando yo me había casado ya con Pacorro y sufrido sus primeros cuernos, empezaba a dedicarme a que las mozas y mujeres de la comarca sacaran algo para ellas de todo aquel trasiego de cuernos y de bragas y calzones bajados, fue entonces cuando comencé a escuchar rumores sobre el paradero de la modistilla. Al parecer tuvo mala suerte, yo creo que pagó su culpa, poca o mucha, y terminó peor de lo que debieron de haber terminado otros, que tuvieron mucha más culpa. Según me contaron se fue a Madrid, donde intentó salir a flote con su negocio de costura, que aquí malvendió como pudo. No tuvo mucha clientela y sí algún que otro donjuán calavera que con falsas promesas de matrimonio (algo a lo que ella era más receptiva de lo que aparentaba) se la llevó al catre y luego… si te he visto no me acuerdo… Me comió este gallo feo como si fuera un fideo y todo para llevarme a la boda del tío Quirico…

-¿Qué es eso, Horti, no te entiendo? Y lo que tú hiciste, imagino que para vengarte de tu Pacorro, se llama celestineo. Tú eres una Celestina, querida Horti, y no me parece mal. En la tradición española es una figura clave y que tuvo mucha importancia en nuestra historia. Me gustaría que algún día me contaras todos tus celestineos, tal vez me sirvan para escribir alguna novela. Pero ahora estoy más interesado en la historia. Sigue… sigue…

    – Lo del gallo Quirico es un cuento para niños que venía en un disco de Fundador, el coñac, ya sabe, señorito. Y no sé señorito si a lo que yo hice se le puede llamar celestineo y si yo soy o no una celestina. Lo que me importaba, como usted dice, era vengarme del cabrón de mi Pacorro. Y bien que lo hice. Y si no recuerde cómo le pegué la “polla” con pegamento. Jaja. Me estuve riendo un mes. También me hubiera gustado vengarme de manera más satisfactoria para mí, poniéndole los cuernos con algún mozo del pueblo, de muy buen ver, y con algún que otro visitante, que estaba de pan y moja, algo así como usted, señorito. Pero yo era entonces una beatona, una cándida palomita, y no me atreví. “Pué” que tenga razón usted y que me hiciera celestina para vengarme del Pacorro, ya que no era capaz de ponerle los cuernos. Pero lo cierto fue que las mujeres de la comarca necesitaban de mi ayuda, porque todos los cabrones se aprovechaban de ellas. Así ellas sacaban algo en limpio y yo también, señorito, que tampoco está mal sacar tajada cuando regalas una res entera.

   -Cierto, Hortensia, dulzura, pero más tajada hubieras sacado si le hubieras puesto los cuernos a tu Pacorro. Y en cuanto a las mujeres de la comarca no digo que no sufrieran las consecuencias del machismo imperante, pero ellas también sacaron lo suyo, un buen rabo entre las piernas es algo digno de tenerse en cuenta. Que mucho hablar de lo que sacamos los hombres –el juego de la almejita está muy rico- pero las mujeres también sacáis algo, aunque no todos los plátanos son de Canarias. Y en cuanto a ti, aún estás a tiempo, Hortensia de mi vida.

  -¿Quiere decir que aún se la empinaría a un buen mozo? Favor que me hace, señorito, aunque usted es un buen mozo y no veo que se la empine, ni mucho ni poco.

  Córcoles se vio pillado y cambió rápidamente de tema.

   -¿Qué fue de la modistilla, Horti?

 -Pues qué iba a ser, señorito. Acabó mal. Su primer amante fue su primer desengaño y el segundo acabó de rematarla. Se dijo que si no conseguía casarse al menos sacaría placer y se puso a buscar amantes que la gustaran y la  dieran placer. No le duraban mucho, porque enseguida se hartaba de ellos y buscaba goces nuevos. Cuando se vio apurada de dinero se dijo que por qué no cobrar por el placer que daba y le daban y comenzó a pedir dinero a sus amantes. Con el tiempo acabó de puta por libre y con aún más de tiempo terminó de puta arrastrada, cuando sus encantos fueron disminuyendo con la edad.

  -Ya veo que terminó muy mal, Horti, pero qué fue lo hizo tan mal para que creas que en semejante destino tuvo algo de culpa.

  -Pues verá, señorito, no puedo saber si el que ella se fuera de la lengua fue la causa primera y única de que se produjera la tragedia. En realidad no lo creo. Luego nos enteramos de que Sisebuto le ponía la mano encima a Julita. No paraba de apretarle las tuercas para que le contara con cuántos hombres se había acostado, sus nombres y características y cómo lo había pasado y si él era el mejor semental que había tenido. Los hombres sois así, señorito, no os conformáis con el jugo de la almejita, como bien dijo usted, también queréis que la almejita sea solo vuestra y de nadie más, sin hacer lo mismo con el plátano, que lo entregáis a cualquiera y en cualquier momento, y por si fuera poco os produce morbo y os pone cachondos que vuestra amante os cuente sus aventuras, eso sí, como si fueran de otra, porque aún seguís, metido entre ceja y ceja esa mierda de que la mujer vuestra debe ser virgen hasta que la desfloráis y luego solo vuestra y en cambio vuestras amantes deben ser putas redomadas, satisfaceros y contaros buenas historias que os produzcan morbo y os ponga cachondos cuando lo necesitéis.  Sisebuto, el muy bruto, quería también eso, solo que en una misma persona. Le hubiera gustado que Julita hubiera sido virgen hasta que él la desfloró y luego le hubiera guardado luto y al mismo tiempo, ya que había sido puta, que al menos le contara sus aventuras. Eso no podía acabar bien de ninguna de las maneras.

  “La primera vez que Sisebuto perdió el control debió de darle un buen golpe. La lanzó contra el escaño y la pobre Julita tuvo que guardar cama durante un tiempo. Entonces debió dejarle y marcharse otra vez a Madrid. Eso la hubiera salvado. Pero no lo hizo. Los hombres pensáis en estos casos que las mujeres no se van porque tienen un buen rabo entre las piernas. No digo que en algunos casos no sea así, pero en la mayoría no es cierto. Que hay pocos rabos buenos y mucho nabito fofo y blandengue. Las mujeres acabamos queriendo de corazón a quien nos da un poco de cariño, aunque sea nabo y no rabo lo que comamos una vez a la semana. Y hasta con el tiempo podemos enamorarnos y amar. No como los hombres, que solo se enamoran la primera vez, hasta que prueban el jugo de la almejita, y luego siguen a lo suyo, que es lo de siempre, un buen plato de almejas a la marinera o al vapor, de vez en cuando, no hace daño a nadie. Pues sí que se lo hizo a la pobre Julita, porque cometió el error de perdonarle cuando él se arrastró a sus pies, al olor de la almejita que se le negaba y le pidió perdón una y mil veces. Eso sí la cuidó noche y día, le hizo calditos y le dio muchos mimos y cuando estuvo buena debió de suplicarle, con carita de ángel, que le entregara su cuerpo desnudo. Y Julita lo hizo, la muy desgraciada.

  “Y eso fue su error. Porque las cosas volvieron al mismo cauce al cabo de un tiempo. Los mozos del pueblo, enterados de los rumores difundidos por la modistilla, volvieron a rondar el caserón cuando Sisebuto no estaba. Y vinieron otros de pueblos lejanos de la comarca. Todos ansiosos de probar el jugo de la almejita de Julita y pensando que en realidad ella era una putilla a la que podrían cazar en un descuido de Sisebuto. Éste tuvo sus más y sus menos, apaleó a algunos cazadores solitarios y disparó y no cartuchos de sal, contra los que venían en pandilla. Alguno debió sufrir un buen cartuchazo, y no de sal precisamente, en alguna parte del cuerpo. Pero nadie dijo nada.  Comenzaron a aparecer reses muertas en la montaña, todas, curiosamente, de Sisebuto y Julita y no de otros. Decían que los lobos andaban hambrientos, pero solo atacaban a los rebaños de los amantes de Teruel, tonta ella, tonto él. También sufrieron las tierras, las cosechas, y hasta la casa fue atacada a tomatazas y huevazos, untaron las paredes con excrementos e hicieron pintadas tan obscenas  que hasta yo, si hubiera sido Julita, habría salido con la escopeta a cazar cabrones e hijos de p…

 “No crea, señorito, que con eso Sisebuto dejó de incordiar a Julita, que siguió en sus trece, erre-que-erre,  y tan convencido de que los hombres eran diferentes en ese aspecto, y podían derribar mujeres y violar mozas como si tal cosa, mientras las mujeres deberían guardar su almejita bajo un cinturón de castidad. Julita acabó hartándose, le llamó cafre y le echó del lecho. Sisebuto acabó durmiendo en el monte, en una cabaña de pastores, donde fue sorprendido, porque era propiedad de todo el pueblo y todo el mundo podía pernoctar allí si era preciso. Sisebuto los echó con cajas destempladas.   “Fue entonces cuando Julita comenzó a viajar, y mucho, a Madrid, a nuestra ciudad, a otras partes. Luego, o tal vez había sido antes, no recuerdo, ni tiene demasiada importancia, se habló de que su chofer, ya hecho todo un abogadito de postín, habían dejado los Madriles y trasladándose aquí, donde había montado un buen despacho, que tenía mucha y buena clientela. Se dijo que Julita había viajado a Madrid para acostarse con él, cuando parece que en realidad lo hizo para vender sus acciones en la compañía teatral y algunas propiedades, puesto que necesitaba hacer frente a las pérdidas ocasionadas por los mozos en sus ganados y cosechas. Luego que viajaba a la capital para acostarse con su chofer, cuando en realidad iba de compras y a ver a la modistilla. Pero debió de acabar haciéndolo, porque o bien cometió el error de decírselo a su modista o bien ésta pasó de difundir cotilleros a inventarlos. Y así llegó el rumor a Sisebuto. El de que su hembra se acostaba con el chofer. Debió de ser por entonces cuando comenzó a vigilarla, puesto que se le vio en la capital. Se dijo que también la siguió en sus viajes a Madrid y que rondaba su propia casa muchas noches, esperando pillarla “infraganti” con su amante, el chofer. No debió de conseguirlo, porque la historia siguió durante un tiempo

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