UN ESCRITOR FRUSTRADO XXV


   “La muy idiota de Julita debió de perdonarle una vez más y fue la última. Porque al parecer Sisebuto la dio una formidable paliza y la ató a la cama, hasta que consiguió hacerla hablar. Luego la violó como un bestia y cuando la dejó libre Julita le dijo, muy fría, que o se marchaba de casa y la dejaba en paz o le mataba. Sisebuto regresó al monte y vivió como las bestias durante una temporada. Fue entonces cuando Julita perdió toda compostura y trajo a su amante a su casa. No siempre, porque ella iba a visitarle con mucha frecuencia, pero sí cuando le apetecía. Sisebuto no podía vigilarla todas las noches, porque tenía que cuidar el ganado y hacerse una casa de troncos, que comenzó a edificar en una de sus tierras, al otro lado del bosque. Y fue entonces cuando ocurrió una terrible tragedia…

“Sisebuto vivía en el monte, como las bestias. Se supone que se alimentaba de la caza y que en algún momento comenzó a vivir en la cabaña de troncos que se estaba construyendo. A veces los espías que seguían vigilando a Julita decían haberle visto rondando la casa, sobre todo de noche. De alguna forma debió de enterarse de que su padre había decidido desheredarle ante notario, si es que no lo había hecho ya como consecuencia de la boda con Julita. Nadie en el pueblo sabía muy bien cuál era la situación. Se comentaba de todo y para todos los gustos. Lo cierto es que una mañana su padre subió al monte. No lo hacía muy a menudo, por lo que quienes le vieron enseguida comentaron que algo raro pasaba.

 “Como llegara la noche y aún no había regresado su mujer mandó a los mozos a su servicio que fueran a buscarlo. Estos, temiéndose lo peor, pidieron ayuda al resto del pueblo. Muchos se apuntaron, creo que más por saber si Sisebuto le había hecho algo a su padre que por deseo de rescatar al viejo, al que todo el mundo odiaba. Se formó una comitiva que bien hubiera podido pasar por la Santa Compaña de haber sido aquello Galicia. Llevaban linternas, candiles, antorchas y algunos mozos se armaron con garrotes y otros con escopetas de caza, como temerosos de encontrarse a Sisebuto cara a cara.

 “ Se pasaron toda la noche rastreando los montes, entre ladridos de perros y algún disparo que otro al aire para avisarse entre sí de algo. Por fin cuando amanecía dieron con el hombre. Lo encontraron en el fondo de un barranco. No estaba muerto, pero casi. Hicieron unas parihuelas y lo fueron arrastrando hasta su casa. Aunque el hombre había perdido el conocimiento se recobró un poco, lo suficiente para decirles a quienes le interrogaban sobre si había sido su hijo el que lo apalizara de aquella manera que no, que se había caído por la pendiente y se había magullado con piedras y ramas. Nadie le creyó, aunque todos acataron las órdenes del amo de llevarlo a su casa y de no ir tras las huellas de Sisebuto. Mi hijo no ha tenido nada que ver. He sido yo el que se ha caído.

 “No dijo palabra sobre el motivo de su extraña excursión al monte. No se lo había dicho antes a su mujer ni se lo dijo ahora a quienes le llevaban. Luego se comentaría por el pueblo que había sido un último intento del viejo de reconciliarse con su hijo, puesto que era el único heredero que tenían y todos sabían que aquel hombre avaro y miserable antes lo quemaría todo que entregárselo a quien no debía. Otros decían que en realidad odiaba tanto a su hijo por haberse casado con aquella puta que había ido a matarlo. ¿Cómo? Preguntaban los otros. Nadie le ha visto con una escopeta.

 “No dejaron de hacerse todo tipo de cábalas. Lo cierto es que alguien decidió que debería ponerlo en conocimiento de los “civiles” y el comandante de puesto se personó en casa del viejo. Nadie sabe lo que hablaron. Al parecer el viejo dio orden de que vigilaran la casa de Julita. Puede que estuviera temeroso de que la gente del pueblo lo pagara con ella. También debió de estarlo de que alguna partida saliera a la caza de Sisebuto porque los civiles al día siguiente hicieron un rastreo del monte buscándole. Unos decían que el viejo quería que encerraran a Sisebuto en el calabozo, allí estaría más seguro. Otros decían que tal vez al comandante le hubiera contado la verdad sobre su supuesta caída. Pero todos estaban sorprendidos por la decisión del viejo de cuidar de Julita. ¿Había cambiado de opinión respecto a ella? Hubo quien dijo que el viejo y su hijo debieron tener una larga conversación antes de que Sisebuto lo arrojara por el barranco, porque lo cierto es que pocos eran los que creían que se había caído él solito.

 “¿Había convencido Sisebuto a su viejo de que Julita era una buena mujer y que lo mejor que podía hacer era cuidar de ella como si fuera una hija, la hija que nunca tuvo? Todo era muy extraño y en el pueblo no se hablaba de otra cosa. Julita no salió de casa. El comandante apostó a dos guardias, que algo debieron decirle a la mujer de lo sucedido con el padre de Sisebuto, y con orden de disparar a quien se acercara a la casa, porque un par de mozos, curiosos, anduvieron dando vueltas por allí hasta que uno de los guardias disparó al aire y salieron por piernas.

 La gente del pueblo estaba tan confusa que nadie hizo caso de lo que los mozos que más habían asediado a Julita propusieron. Querían salir a buscar a Sisebuto, cazarle como a una rata y colgarle de cualquier árbol. Nadie les hizo caso y alguno les tomó el pelo. ¿Querían en realidad mantener al pueblo ocupado en el monte y a los guardias civiles pendientes de ello para así poder acercarse a la casa de Julita y violarla? Aquellos brutos eran capaces de aquello y de más, como se vería con el tiempo.
 Entonces en el pueblo se ignoraba lo que Sisebuto le había hecho a Julita, aunque entre las maledicencias de la modistilla y lo que habían visto algunos espías se pensaba que a aquel bruto se le había ido la mano con ella y la había dado más de una paliza. De haberse sabido tal vez habrían cambiado los pensamientos de algunos, aunque no de todos, porque muchos mozos, especialmente los más lujuriosos y acechadores de Julita, nunca dejarían de pensar que era una puta y por lo tanto su cuerpo estaba a su disposición por decisión propia.

 Las cosas permanecieron en calma un día o dos, mientras se esperaba que el viejo palmara o saliera de una vez a flote. Lo cierto era que había ordenado que no lo llevaran al hospital bajo ningún concepto. Si tenía que morir moriría en su casa. Pero su mujer, viendo que cada vez estaba peor y que perdía el conocimiento y tardaba en recuperarlo dio orden a un mozo que fuera al cuartel de la guardia civil y le dijera al comandante que pidiera una ambulancia, porque en el pueblo en aquella época aún no había teléfono.

 La ambulancia llegó y se lo llevó y con él a su mujer que parecía una Magdalena, llorando a todo trapo y gritando histérica contra su hijo. No cesaba de maldecirle. A todos les decía que mejor era que estuviera muerto y que ella pagaría de su propio bolsillo a quien lo hiciera. No se lo tomaron en cuenta porque había perdido la chaveta. Una pandilla de mozos, incapaces de permanecer quietos, a la espera de acontecimientos, se llegaron a la casa de Julita y se enfrentaron a la pareja de la guardia civil. Hubo disparos y algún herido y el comandante ordenó reforzar la vigilancia.

 El viejo permaneció en el hospital durante un mes y regresó en ambulancia. Su mujer decía que estaba mucho mejor, pero que no cesaba de preguntar por su hijo. Si sabían algo de él, si la guardia civil lo había detenido, si los del pueblo habían salido a buscarle… Su única preocupación era la de que no le pasara nada. Nadie se explicaba aquella actitud. Según su mujer los médicos habían dicho que saldría adelante si se cuidaba un poco y sus deseos de vivir eran más poderosos que aquella extraña melancolía que se había apoderado de él. Apenas hablaba y se negaba a comer.

 El comandante había ordenado que se dejara de vigilar la casa de Julita puesto que nadie había vuelto por allí y en el pueblo las cosas se habían calmado mucho. Alguien dijo que había visto a Julita salir en su coche hasta la ciudad, seguramente a buscar a su antiguo chofer, ahora su amante, según las malas lenguas.

 De Sisebuto no se sabía nada, como si lo hubiera tragado la tierra. Una noche se oyeron gritos en casa del viejo. Su mujer salió a la plaza del pueblo chillando que su hijo había vuelto para matar a su padre. Por lo visto se había deslizado esa noche entre las sombra y se había colado en la habitación del viejo mientras su mujer dormía. Debieron charlar algún tiempo hasta que un ruido debió despertar a su madre, quien al verlo salió gritando como una loca.

 -Perdona Hortensia, pero esa no parece una actitud muy propia de una madre. Incluso las más desalmadas siguen teniendo ese instinto maternal muy dentro.

-Y tiene razón el señorito. Que eso no se podría comprender si no fuera porque algunos rumores que hablaban de que en realidad Sisebuto no era su hijo, sino hijo de una criada de muy buen ver que sirvió en la casa en los primeros años del matrimonio. Su marido la había tomado a su servicio al poco de casarse y no permitía ni que su mujer la diera órdenes. Se decía que eran amantes y que Sisebuto era en realidad hijo de la criada y no del ama. Que el viejo, entonces joven y en la plenitud de su arrogancia, había obligado a su mujer a hacerle pasar por hijo suyo. Ella a cambio le obligó a despedir a la criada de la que nunca más se supo. Todo eran habladurías porque ahora, al cabo de los años, nadie recordaba muy bien si había visto a la criada en algún momento con “bombo” o si el ama nunca había engordado más de la cuenta. Lo cierto era que durante el tiempo que debió de durar el embarazo, de cualquiera de las dos, ambas permanecieron fuera del pueblo, se dijo que de visita a los padres del ama, a quien había acompañado la criada porque la patrona estaba en cinta. Todo fue muy raro, porque nadie las vio llegar cuando llegaron ni se avisó a médico o comadrona y a los pocos días ya había un bebé llorón en la casa y el patrón invitó a todo el pueblo a comer y beber en la plaza, corriendo él con todos los gastos y diciéndole a todo el que quería escucharle que se sentía muy feliz de tener un heredero.

-Comprendo la situación de Sisebuto, con una madre que no le quería, con un padre que intentaba a toda costa convertir a un bastardo en un primogénito; no me sorprende que fuera tan silencioso y que en su mente anidaran tantos fantasmas.

-Muchos fantasmas debieron anidar, en efecto, señorito, porque cuando salieron a la luz arrasaron la comarca. Todos estaban convencidos de que lo de su padre no había sido un accidente, sino un despeñamiento con inquina. Incluso yo, que entonces era una adolescente bastante despegada de la vida del pueblo y siempre dando vueltas en la chola a la posibilidad de salir del pueblo como Julita y no regresar nunca, me ocurriera lo que me ocurriera, también estaba segura de que Sisebuto había intentado matar a su padre y no lo había conseguido porque aquel cacique siempre había tenido la suerte del diablo. Su hijo Sisebuto también parecía haber sido tocado por un ángel protector porque cuando todo el mundo creía que terminaría siendo linchado, se libró de una buena, en parte por la orden que su padre dio a los civiles de que le protegieran y en parte porque los mozos más guerreros andaban más ocupados en ver cómo aprovechaban el momento para hacerse con Julita que en buscar a una bestia, un oso imprevisible, como era Sisebuto, que bien hubiera podido acabar con unos cuantos antes de ser cazado. Además de ello la vida del cacique del pueblo pendía de un hilo y eso tenía a todo el mundo en vilo. Los que trabajaban a sus órdenes temían que si la viuda se hacía cargo de todo acabarían en el campo, atropando rastrojos, porque la mujer era una rácana de cuidado. La posibilidad de que Sisebuto se hiciera con las riendas era muy remota, pero no había que descartarla y entonces cualquier cosa podría suceder.

«Los que cultivaban fincas del amo no las tenían todas consigo. Si antes pensaban que cualquier futuro sería mejor que seguir en las manos curtidas e implacables del amo, ahora pensaban que tal vez su muerte les trajera algún alivio, aunque también era posible que la viuda les estrujara los hígados. ¡Capaz era! Cuando la mujer casi se vuelve loca y recorrió el pueblo gritando que daría una recompensa a quien acabara con su hijo y que convencería a su padre de que al menos le desheredara, si no había hombre en el pueblo con redaños suficientes para hacerse con aquella suma de dinero que ella ofrecía tan generosamente, comenzaron a formarse toda clase de rumores. Algunos decían que el cura del pueblo había visitado al amo en el hospital y ofrecido la extremaunción. Que le había confesado y convencido de que dejara toda su fortuna a la parroquia. Otros comentaban que arrepentido de sus muchos pecados deseaba repararlos repartiendo su fortuna entre todo el pueblo, especialmente entre los aparceros a quienes había explotado y las familias de las chicas a quienes había desgraciado su hijo Sisebuto.

«Esto les mantuvo entretenidos, al menos el tiempo suficiente para que se les enfriara la sangre y dejaran que fuera la Justicia, si es que tenía algo que decir, la que se hiciera cargo de Sisebuto. Fue una época rara, no recuerdo nada parecido en el pueblo durante décadas. Los mozos comenzaron a rondar la casa de Julita y a perseguirla. Ella abandonó el pueblo un par de semanas y cuando regresó vino con el chofer, ahora picapleitos de prestigio y con sus buenos dineros en la faltriquera. Con la disculpa de que la protegiera de los mozos, yo creo que decidió mostrarlo como su amante públicamente. No se entiende de otra forma que lo introdujera en su casa a la vista de todos y lo dejara dormir allí todas las noches. Creo que dejó de tener miedo de Sisebuto, ahora que su pellejo estaba en peligro y que no se atrevería a acercarse por la casa ni de noche. 

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