Autor: Slictik

Escritor aficionado. Subo mis textos a Internet con frecuencia en otras páginas y blogs. Coordino un taller de humor esponsorizado por la Escuela de Escritores Alonso Quijano. Este es un blog que he abierto para almacenar mis novelas y relatos y tener a mano los textos cuando los necesite.Modero la sección literaria de Sonymage. Escribo porque me divierto, es una diversión, no un trabajo.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LXIX


                       EL SEGUNDO CÍRCULO DEL INFIERNO/CONTINUACIÓN

El cambio que se produjo tras la muerte de mi padre fue muy importante. Para empezar, no podíamos continuar en el piso porque los propietarios tenían firmado un contrato de alquiler con mi padre, no con mi madre ni con el resto de la familia. Por lo visto la ley estaba así en aquel momento. Teniendo en cuenta que yo trabajaba en un juzgado y tenía algún conocimiento legal y que podía consultarlo con el propio juez o los compañeros, sin duda que lo mejor era buscar otra casa y marcharse. Tal vez hubiéramos podido tener alguna opción de quedarnos si nos hubiéramos metido en un pleito, pero gastar dinero en abogados y meterme en líos justo después de mi apoteósica llegada al juzgado, no debió parecerme el mejor camino. Me resulta complicado diseñar una cronología que me permita situar cada uno de los acontecimientos que se fueron sucediendo en su verdadero contexto. No recuerdo cuánto tiempo estuve en aquel piso hasta la muerte de mi padre y me resulta imposible acoplar lo que iba ocurriendo en mi vida laboral con el transcurso de su enfermedad. Cuando tomé posesión de mi nuevo puesto en el juzgado había un juez ya mayor que debió jubilarse al poco de llegar yo, o tal vez ascendiera a la audiencia provincial. Era un hombre serio, al menos así lo recuerdo, con el que no tuve ningún trato. Si recuerdo bien al resto de los compañeros con los que conviviría bastantes años. Mi superior inmediato en la sección de civil era un oficial muy competente que llevaba en aquel juzgado mucho tiempo, junto con otros compañeros de la sección penal, dirigida por un oficial un poco mayor que él, un gallego de trato agradable y una auxiliar también de su edad o un poco más joven. El agente judicial era un hombre de buen trato de la edad de los demás. Los únicos jóvenes, que acabábamos de tomar posesión era mi compañera a la que dictaba el oficial de lo civil, que estaba muy cerca de mí, al que habían adjudicado una mesa y una máquina de escribir. Esta chica que me resultaba muy atractiva aparece en mi novela El Loco de Ciudadfría, tan autobiográfica como ficticia, puede que a un cincuenta por ciento. Me resulta ahora bastante incomprensible que la sección civil tuviera un oficial y dos auxiliares y la penal solo un oficial y una auxiliar, no parece que la plantilla estuviera muy equilibrada, salvo que hubiera una plaza sin cubrir, algo muy probable puesto que pronto llegaría otra chica, también muy atractiva que se unió a la sección penal. Con estos compañeros comenzaría mi andadura laboral que tantas complicaciones tuvo y en la que se incrustó mi etapa infernal de telépata loco, que es el núcleo de este segundo circulo del infierno dantesco.

Recuerdo muy bien que al llegar los nuevos auxiliares tuvo que cesar un interino que resultó ser el hijo del oficial de lo civil y con el que luego mantendría una relación amistosa muy peculiar y algo toxica, al menos para mí. Ahora, desde la distancia, puedo ver con bastante objetividad todo lo que ocurriría durante aquellos años y encontrar una línea, sino cronológica, si bastante lógica y racional. Entonces no era muy consciente de que el trato que se me dispensaba tenía que estar necesariamente muy relacionado con el conocimiento que todos ellos tenían de mi aparición en televisión. Aunque yo lo negara en aquel episodio que ya he relatado más arriba cuando un compañero de otro juzgado me preguntó si yo era el mismo que había salido en el programa de Ïñigo, lo cierto es que no debió de creérselo, ni él ni nadie, puesto que tenía el mismo aspecto y llevaba la misma ropa con la que aparecí en aquel programa televisivo que de alguna manera marcaría mi vida, a veces sin yo saberlo, otras sabiéndolo pero tratando de no ser consciente de ello. Es evidente que el comportamiento de mis compañeros de juzgado, de otros juzgados y en general de todo el mundo judicial de aquella capital de provincia se vio muy influido por el conocimiento de que yo era, sin duda, el famoso loco que había salido en un programa de gran audiencia para defender como lo más racional del mundo, su deseo de abandonar esta vida, de suicidarse de una vez, o al menos de intentarlo hasta conseguirlo. Nadie me dijo nunca nada al respecto, hicieron como que aceptaban mi deseo de no recordar aquello y de pasar lo más desapercibido posible. Sin embargo su comportamiento hubiera sido cristalino para cualquiera que no fuera tonto de remate, y yo no lo era, aunque el bloqueo que puse a mi mente a la que ordené que escondiera bajo tierra, en lo más profundo, aquella época de mi vida, así pudiera hacerlo parecer a los testigos de mis andanzas, Notaba una compasión excesiva, molesta, asfixiante. A lo largo de mi vida sabría muy bien cómo se siente alguien que se considera igual que los demás o incluso superior en algunos temas, como el intelectual o cultural, por ejemplo, y que sin embargo es tratado como un disminuido psíquico o como se denominaba en aquellos tiempos, un subnormal. Así, en efecto, me sentía yo, se tenía conmigo un exquisito cuidado al decirme las cosas, al proponerme esto o aquello, al protegerme de situaciones que ellos consideraban iban a afectarme. Eran malos tiempos para la enfermedad mental, para la psiquiatría, para los enfermos mentales, para sus familiares y para la sociedad que tenía que enfrentarse a este problema sin saber de la misa a la media y sin querer saber nada. Una hipocresía ridícula y mezquina, lo inundaba todo. Lo políticamente correcto era un valor superior a cualquier otro. Así pues, si en un principio fui aceptado con reticencia, como a un loco al que no se le podía privar de su condición de funcionario y ciudadano, pronto comprendieron que yo era una buena persona que intentaba ser amable con todo el mundo, que procuraba hacer favores a todo el que me los pidiera y alcanzar casi la condición de santo católico en su exacerbado comportamiento que deseaba alcanzar las cumbres más altas de la bondad. En esto tenía una parte muy importante de culpa la formación religiosa que había recibido y la lectura casi patológica de las vidas y hagiografías de santos católicos.

Este comportamiento me crearía muchos problemas, y unido a una timidez enfermiza y malsana que me impedía ser asertivo, incapaz de decir “no” a cualquier cosa que se me dijera o propusiera, convertiría aquella etapa de mi vida en un auténtico infierno, en el segundo círculo del infierno, para ser más exactos. No me apetecía nada salir con el hijo del jefe a tomar un vino tras el horario de la mañana. Yo era un ser asocial y más después de mi etapa madrileña, el primer círculo del infierno. En aquellos momentos aún seguíamos teniendo el horario laboral partido, mañana y tarde. Aunque puede ser que no fuera así y que hubieran puesto un horario intensivo durante mi última etapa laboral en Madrid. Lo cierto es que, en aquel juzgado, como en otros muchos, se funcionaba un poco al margen de las reformas que se iban haciendo en el mundo de la Justicia. El juez pasaba bastante olímpicamente de lo que se hiciera en los negociados de su juzgado mixto, civil y penal, la separación vendría después, al menos en las ciudades pequeñas, mientras los asuntos se tramitaran bien y llegaran a sentencia con las mínimas garantías. Muchos secretarios se conformaban con sacarse un sobresueldo con las tasas, que existían entonces, y procurando llevar al día, en lo posible, la sección de civil, con sus correspondientes embargos y demás diligencias, por las que cobraban una parte de la correspondiente tasa. Entonces muchos secretarios se hicieron de oro y dejaban en manos de los oficiales más carismáticos el funcionamiento de los correspondientes negociados. Eso explica que mi jefe pudiera decidir que fuéramos a trabajar también unas horas por la tarde, que se compensaban saliendo antes de trabajar por las mañanas y entrando también más tarde. No existía el famoso horario intensivo de 8,30 a 15 horas que vendría ya con los correspondientes controles de entrada y salida, al principio firmando solo en el correspondiente libro. Es imposible que recuerde si a mí se me pidió opinión o parecer, porque ha transcurrido demasiado tiempo y aunque se me hubiera pedido yo hubiera dicho que sí, como una oveja a la que le pesara demasiado la cabeza, incluso puede que no pronunciara ni palabra, el simple gesto de dar una cabezada era suficiente para mí y también para ellos. Decía que sí a todo el mundo, a mi madre, al resto de la familia, amigos y conocidos, a cualquiera que se cruzara en mi camino. Si a todo sin excepciones. Si alguien me hubiera dicho que saliera corriendo y me tirara por un puente, yo hubiera cabeceado y lo habría hecho. Desde luego que esto que estoy diciendo es un poco exagerado, aunque les aseguro que no mucho.

De esta forma me vi trabajando por las tardes y saliendo por las mañanas a la hora del vino con el hijo del jefe, que muy sonriente me llevaba a un bar donde conocía y era amigo de un camarero que nos sonreía y nos trataba como a príncipes, poniendo alguna tapa de más con el vino o lo que fuera e incluso no cobrándonos alguna que otra consumición cuando su jefe no estaba a la vista y podía enmascarar la contabilidad que no debía de ser muy estricta. Sería injusto y mezquino si no admitiera que aquellas escapadas diarias me venían bien, para ir socializando poco a poco, más bien muy poco a poco, y que aquel hijo de mi jefe, con el que luego establecería una relación amistosa y de confianza muy estrecha, tuvo un peso importante y positivo en la conformación de un carácter más sociable, aunque lo cierto es que en toda relación en la que uno es incapaz de decir que no a nada, en la que no hay ninguna asertividad por una de las partes, no deja de ser una relación tóxica y dañina para el más débil. Yo debí haber dicho que no a muchas cosas, por ejemplo, a beber vinos o cervezas, puesto que continuaba con la medicación para mi enfermedad mental y el alcohol era veneno, mucho más mezclado con una medicación terrible, de antipsicóticos y antidepresivos, entre otros. Eso me hacía mucho daño. Es cierto que alguna que otra ve lograba imponerme y pedía un biter Kas o algo por el estilo, pero siempre acababa bebiendo demasiado alcohol. Pero lo que peor me venía eran los porros. Ya en Madrid había sufrido experiencias nefastas, como el mal viaje que relato en uno de los libros anteriores de esta larga historia. Aquí comprobé dolorosamente que yo era un tipo raro, muy rarito, puesto que toda la juventud fumaba hachís o marihuana, sino comenzaba ya a caer en las drogas duras, la heroína, luego vendría la cocaína, que recuerde. El que el hijo de mi jefe, mi amigo, fumara porros de hachís fue para mí una pésima noticia, puesto que me presionaba demasiado para que yo pudiera resistirme. Ya en Madrid había comprobado lo mal que sentaba a los miembros de un grupo que uno de ellos se negara a fumar, porque no soportaban reírse de cualquier tontería a mandíbula batiente mientras tú permanecías serio, porque maldita la gracia que tenían sus chistes y bromitas. Ellos estaban en sus mundos de colorines, donde todo era divertido y alucinante, y tú, que seguías en una realidad chata y gris, desentonabas completamente. Por eso era preciso dejar el grupo o fumar. En este caso si yo seguía persistiendo en mi negativa tendría que romper brusca y coléricamente la relación, con las consecuencias, no solo de perder la única relación social que tenía sino de enemistarme seriamente con el jefe convirtiendo mi vida laboral en un infierno mayor. Con el tiempo el padre de mi amigo, mi jefe, me pediría que vigilara a su hijo y le contara si le daba a la droga, especialmente a la dura. Esto me complicó aún más las cosas.

La mayoría de las personas de las que hablaré en esta narración de mi etapa en el segundo círculo del infierno están muertas, con toda seguridad, puesto que me llevaban varias décadas y yo ahora soy un viejales, o casi, como lo prueba el hecho de que esté en una residencia de ancianos, aunque solo sea temporalmente. A pesar de ello no voy a hablar de ellos sino lo estrictamente imprescindible para que el decorado en el que me voy mover no sea incomprensible y falso. No se trata de la mezquina venganza tras muchos años, cuando aquellos a los que vas a poner a caer de un burro están muertos. El resto de “personajes”, llamémoslos así, de mi edad o mi generación, pueden que estén en una situación parecida a la mía, mejor o peor, deslizándose por el último tramo del tobogán de la vida. No, no voy a cebarme en ellos, sino en mí, porque me merezco todo lo malo que diga de mí mismo, me merezco todas y cada una de las consecuencias kármicas que se han derivado de mis actos. A pesar de ello los “secundarios” de lujo de esta historia tendrán que aceptar su responsabilidad y culpabilidad en muchos episodios de mi vida, porque así es y de nada sirve ocultar, medir, matizar, suavizar, comportamientos que fueron los que fueron. Después de haber estado al borde de la muerte una vez más, después de haber sufrido todas las consecuencias que tiene una experiencia cercana a la muerte, con sus efectos postraumáticos, algunos realmente dolorosos y molestos, y otros, como la exacerbación de la libido, hasta divertidos, siempre que controles lo suficiente para no meterte en un lío o no hacer daño, por poco que sea a otros que no tienen la culpa de nada, no puedo seguir viviendo como antes, ni mucho menos puedo seguir dejando en la niebla del pasado episodios de mi vida que exigen ser contados. Por varias razones, la primera porque necesito hacer una especie de psicoanálisis terapeútico para ver si puedo dejar de lado de una puñetera vez todos los traumas y problemas mentales que convirtieron mi vida en un infierno. La segunda porque si la venganza es siempre mala, nefasta, la justicia es algo imprescindible, en la vida de cada quisque y en la de toda una sociedad. Por último, porque no creo que me quede mucho tiempo de vida, porque mi salud se ha resentido y cualquier día me puede dar un susto, y sino me lo da mi salud me lo dará Putin o tantos y tantos depredadores, auténticos demonios, que han convertido en un infierno la vida sobre este planeta. Porque ahora soy plenamente consciente de lo contradictorio y ridículo que es hablar de círculos del infierno, referidos a mi propia vida, cuando yo y todo el mundo está inmerso de lleno en un maldito infierno del que parece nunca vamos a salir.

Y puesto en este capítulo el contrapunto a lo que sería mi vida privada en aquella etapa, la relación con mi madre, mis hermanos y todo lo que iría sucediendo fuera del mundo laboral donde el infierno sería más visible, dejaremos para el siguiente el avanzar un poco en el camino familiar y personal. Seré muy, muy discreto en lo que se refiere a mi familia y a todas las personas que tuvieron la desgracia de conocerme, pero no podré evitar referirme a ellos en algunos episodios concretos y muy importantes.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LXVIII


EL SEGUNDO CÍRCULO DEL INFIERNO / CONTINUACIÓN

La experiencia que había vivido como personaje famoso fue tan dramática y humillante que regresé al anonimato con una inmensa sensación de alivio, consciente de que debería de librar una pertinaz batalla para conservar aquella condición. Ahora sé muy bien que en mi entorno yo no podía ser el personaje anónimo que intentaba crear, porque si no muchos, sí los suficientes, me habían reconocido como aquel extraño loco que se había exhibido en un programa de televisión confesando sin tapujos sus miserias de enfermo mental, y sin duda habrían expandido ese rumor en sus entornos con la cadencia tranquila con que sucedían las cosas en un tiempo en el que aún no existían los teléfonos móviles, ni Internet, ni los instrumentos mediáticos que hoy forman parte consustancial de nuestras vidas, transformándolo todo en oleajes tan persistentes como veloces. Me cuesta retomar, aunque sea por un instante, aquella vida que transcurría a ritmo de tortuga, con una placidez que hoy resulta inimaginable. A pesar de ello, alguna experiencia posterior, me desveló el poder del rumor, del boca a boca, de los comentarios aparentemente inocuos, que se utilizaban para llenar los ratos muertos, que eran muchos. Si hasta entonces había creído que mi sensación de que era observado y reconocido en lugares y entornos donde no me conocían de nada formaba parte de mi calenturienta imaginación o de mis constantes delirios sobre mi condición de monstruito, a partir de aquel momento se convirtió en una certeza tan esperpéntica como sólida. El episodio tuvo lugar algunos años más tarde, ya casado y con familia. Habíamos ido a pasar las vacaciones de verano a Santander. Me acerqué a la recepción de un camping donde nos íbamos a instalar para ahorrarnos el gasto que suponía pasar una semana en un hotel. Ya entonces atravesaba mi etapa de telépata loco. Así la llamo por lo que en su momento narraré con pelos y señales. Se podría decir que había entrado en el tercer círculo del infierno, siempre acosado por la angustia, siempre atento a las reacciones de las personas de mi entorno, ya sufriendo las consecuencias de una fobia social que no sabía que se llamara así, ni siquiera creo que existiera ese término, al menos yo no lo había oído nunca. Pues bien, como tuve que esperar un buen rato a que me atendieran, puesto que había mucha cola, me vi asaltado por esa fobia social y sobre todo por las manías obsesivas que en mi condición de telépata loco eran algo cotidiano y muy notorio para los que me rodeaban. Debo adelantarme mucho en mi narración para dar un detalle que resulta imprescindible para que se comprenda lo que allí sucedió. Como contaré largamente en su momento, mi convencimiento de que era telépata y podía percibir los pensamientos ajenos, me llevó a un ritual tan extraño como efectivo. Cuando creía percibir pensamientos y sentimientos muy malévolos hacia mí, utilizaba una especie de lenguaje de signos, para hacer comprender a los demás que estaba leyendo sus mentes. Hubiera sido muy sencillo hablar con claridad del tema, no me tomarían por más loco de lo que aquel lenguaje de signos ya me había hecho. Para que se entienda mi elección debo añadir algo de lo que ya hablaré en profundidad en su momento. No solo me había convencido de que podía leer los pensamientos ajenos, también me creía capaz de matar con mi pensamiento.

Para evitar estas supuestas muertes, que se podían producir si yo lanzaba mis pensamientos asesinos hacia los que se burlaban de mí, ideé este lenguaje de signos de la siguiente manera: me tocaba repetidamente la punta de la nariz, o me acariciaba el mentón con mi mano o miraba implorando que me hicieran caso, entre otras cosas. Y esto es lo que hice en aquel lugar cuando me convencí de que las dos chicas que atendían la recepción tenían pensamientos malévolos hacia mí. Es una posibilidad, aunque remota, que me hubieran reconocido como el loco que salió en televisión. Digo remota, porque ya habían transcurrido bastantes años, no sé cuántos, y todos sabemos lo poco que duran en la memoria estos acontecimientos. En cambio, lo que estaba haciendo y que desencadenó todo, era más reciente. En León yo llevaba algún tiempo. Puede que bastante, comportándome como telépata loco y hablando este curioso lenguaje de signos todos los días, o casi todos. Las chicas no tardaron en reaccionar. Hablaron entre ellas, no en bisbiseos para que no las oyera, sino de forma perfectamente audible. Una le comentaba a la otra lo raro que era yo, y la otra le respondió con una frase lapidaria que me hizo comprender de una vez por todas hasta dónde estaban llegando los rumores sobre mi locura. ¿No lo has reconocido? Es el loco de León.

Cuando regresé a León y sucedió el episodio que ya he relatado más arriba, intenté por todos los medios huir de algo que no iba a poder superar, a pesar de todos mis esfuerzos. Me fugué de la realidad con tal intensidad que hasta llegué a convencerme, con el tiempo, de que la gente se había olvidado por completo de mi aparición en televisión y de mis conductas esperpénticas. Analizo esta fuga de la realidad en el relato del búnker, en mi blog del guerrero impecable. Los enfermos mentales nos fugamos de la realidad, cuando no podemos enfrentarnos a ella, y si la intensidad de esta fuga es muy elevada, alcanzamos el delirio. La locura ya es cruzar la línea roja, algo que como me dijo una psiquiatra a la que le comenté mi pánico a la locura, no es tan fácil como podemos pensar. Tenía mucha razón. Porque a pesar de mi paso por los diferentes círculos del infierno, nunca pasé esta línea roja, siempre fui consciente de la realidad cotidiana y ahora, décadas más tarde, puedo analizar todo aquello con fría objetividad.

En aquella primera etapa de mi paso por el segundo círculo del infierno, dos obsesiones se convirtieron en mis perros guardianes desde que despertaba por la mañana hasta que me dormía por la noche. Por un lado la evolución del cáncer que sufría mi padre, deseando y rezando para que sufriera lo menos posible, y por el otro la necesidad imperiosa de que todo fuera lo mejor posible en el trabajo. Era muy consciente de que una incapacidad o la pérdida de mi condición de funcionario serían algo irremediable. No podría seguir viviendo sin una independencia económica. Por ello me apliqué con una voluntad férrea a hacer mi trabajo. Consciente de que un trabajo bien hecho, concienzudo y rápido, sería una poderosa barrera para que quienes podían tomar decisiones sobre mi futuro económico, se lo pensaran dos veces, visto el buen trabajo que realizaba. Por eso consultaba los libros de leyes que había en el juzgado cuando tenía que redactar una sentencia, un auto, o lo que fuera en cualquier procedimiento que estuviera tramitando. Procuraba escribir rápido e ir sacando los asuntos que se apilaban sobre mi mesa de despacho. Creo que lo hice bien y debí adquirir un cierto prestigio de funcionario trabajador y fiable. En cambio con mi padre nada podía hacer, salvo rezar y decirle alguna frase cariñosa cuando llegaba a casa y me encerraba en mi habitación.

No recuerdo cuánto tiempo tardó mi padre en morir. La idea que tengo es la de que su enfermedad evolucionó durante unos cuatro años. Como ya llevaba unos tres años con ella cuando yo regresé a casa, calculo que como mucho yo presencié su larga agonía durante menos de un año. Ya le habían operado varias veces, mi memoria me dice que ya tenía la bolsita cuando yo llegué a casa. Debieron operarlo una vez más, creo que más por su insistencia que porque consideraran que iba a servirle de algo. Lo que nunca olvidaré fue aquella tarde en la que yo estaba velándole en su habitación en el hospital. Nos íbamos turnando para estar acompañándole todo el día y toda la noche. Creo recordar que mi madre estaba por las noches, mi hermano por la mañana y yo por las tardes, hasta que llegaba mi madre. No puedo tener la seguridad al cien por cien de que mi recuerdo sea absolutamente fiable, pero en mi memoria me veo leyendo un libro, sentado en una silla, cerca de su cama. El libro era El tercer ojo de Lobsang Rampa. Ya en Madrid había iniciado mis lecturas sobre yoga y otros temas esotéricos y había comprado varios libros de Rampa. Mi padre estaba cada vez peor, algunos días permanecía dormido bajo los efectos de la morfina o en una especie de coma, no sé si inducido. Puede que me equivoque, los médicos nos habían anunciado que podía morir en cualquier momento, pero había que seguir con la vida, yo iba a trabajar y mi madre, que estaba con él por las noches, tenía que comprar y hacer las comidas. En el recuerdo de aquella escena me veo solo, aunque puede que no lo estuviera. Era por la tarde, tal vez a la puesta de sol. Yo había dejado de leer porque la respiración de mi padre era muy ruidosa y difícil, le costaba mucho respirar. Temía que muriera en cualquier momento. Intentaba rezar, y sugerido por la temática del libro de Rampa, me preparaba para ayudarle y acompañarle en su tránsito. No sé si había leído ya el libro tibetano de los muertos o se hablara de ello en el libro que estaba leyendo, sí recuerdo que yo intentaba hablar con su mente y prepararle para el paso que iba a dar. La respiración era ya un agónico estertor. De pronto dio una gran bocanada muy ruidosa y se quedó en absoluto silencio. Estaba muerto. Yo intentaba hablar con él y hacerle ver que estaba pasando al otro lado y lo que se iba a encontrar. De pronto se escuchó en el aire, llenando toda la habitación, una especie de suspiro de infinito alivio. Lo que más me llamó la atención fue que aquel sonido no parecía venir de ninguna parte y al mismo tiempo de todas. Era como si llegara de otra dimensión. Aquella fue una experiencia que ha permanecido en lo más profundo de mi mente todos estos años. Nunca hablé con mi madre de aquello. Es posible que no estuviera solo, que también estuviera ella, aunque dado que se reservaba las noches, no me parece muy verosímil, salvo que los médicos le hubieran dado un plazo concreto, veinticuatro, cuarenta y ocho horas. La memoria nos juega malas pasadas, crea situaciones que no hemos vivido y transforma otras que sabemos con certeza que sí las hemos experimentado. Fuera como fuera, solo o en compañía, aquella vivencia del suspiro de alivio no puede ser falsa porque ha marcado mi vida. Con el tiempo leería sobre psicofonías e incluso intentaría grabaciones en mi radiocassette pero nunca llegaría a escuchar un sonido como aquel que parecía venir del más allá, de otra dimensión. No recuerdo más detalles, de si llamé al timbre y llegaron para certificar su muerte, si luego llamé desde una cabina a casa para decírselo a mi madre, todo estaba confuso, borrado, como en una niebla espesa. Pero aquellos detalles del libro de Lobsang Rampa, de su respiración forzada, angustiosa (estaba en su habitación, no en reanimación) y sobre todo de aquel infinito suspiro de alivio que me hizo comprender hasta qué punto la muerte puede ser una liberación, nunca se han desdibujado en mi memoria. Tampoco recuerdo el velatorio, el entierro, es como si aquel suspiro hubiera borrado todo lo demás en mi memoria.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LVII


No había cambiado mi aspecto físico. ¡Qué me importaba mi aspecto físico, qué me importaba nada! No puedo recordar cómo se comportó mi madre conmigo, yo estaba centrado en el sufrimiento de mi padre, y eso es lo que mejor recuerdo. No puedo imaginar a mi madre sin decir nada sobre mi aspecto físico, que no intentara que me afeitara aquella barba de patriarca bíblico, tan descuidada, tan hirsuta. Que no me hablara de mi vestimenta, que no me dijera algo, lo que fuera, respecto al aspecto que debería tener alguien que iba a ver a todo un señor juez. Tal vez lo hiciera, o tal vez no. Desde que la escuchara gritar, con aquellos gritos horrísonos que partían el alma, tras mi intento de suicidio lanzándome por la ventana, unos años antes, no era capaz de arrancarme del alma aquella frase que me hizo sentirme menos que un ser humano, una especie de monstruo, de bestia que nunca mereció venir a la vida. Aún la recuerdo, tantos años después. ¡Dios mío, qué hemos hecho nosotros para merecer esto! Puedo ponerme en su piel, una madre que contempla a su hijo tirado sobre el cemento de un patio, sin saber si yo estaba vivo o muerto. Pero clamar a Dios acusándole de haberle dado un hijo semejante que estaba destrozando su vida con aquellos comportamientos bestiales, fue algo que superaba mi capacidad de empatía, que me hizo ver cómo me veía mi madre. Es cierto que en aquellos tiempos ni se hablaba de enfermedad mental y muy pocos o nadie, poseía un mínimo conocimiento de lo que era la enfermedad mental. Simplemente estabas loco y en ello, de alguna manera, existía una parte importante de culpa y responsabilidad por tu parte. No se trataba de la locura absoluta que te exime de la menor responsabilidad. Claro que yo actuaba como una persona normal, buena parte del tiempo, no era el típico loco que dice sandeces todo el tiempo y se comporta como si hubiera perdido por completo la razón. Como enfermo mental, que ha vivido en este infierno la mayor parte de su vida, era muy consciente de cómo me miraban los demás, de la expresión de sus rostros, de sus palabras susurradas en voz baja y que ellos creían que yo no podía oír, de ese comportamiento tan típico de darte siempre la razón, de procurar no enfadarte con nada, de procurar actuar, sobreactuar como si realmente te consideraran una persona perfectamente normal con la que se podía hacer y decir las mismas cosas que se hacían y decían con cualquier otra persona. Ante estos comportamientos yo reaccionaba de dos formas muy distintas, por un lado. montaba en santa cólera y tenía que controlarme para no hacer una locura, y por otro lado me sentía tan culpable que procuraba llevar al extremo un comportamiento tan bondadoso, tan “santo”, que les obligara a perdonarme por una culpa que yo jamás acepté fuera mía, al menos al ciento por ciento.

Un recuerdo asoma su cabecita desde la negrura del olvido. Aquel miedo que podía ver en sus ojos, como si temiera que en cualquier momento perdiera el poco control que aún tenía sobre mis actos y acabara matándola. Más que miedo aquello era auténtico terror, como el que expresan las víctimas cuando son atacadas por los monstruos en el cine. Por eso no puedo estar seguro de que me dijera algo respecto a mi vestimenta y aspecto físico para ir un juzgado y ver a todo un señor juez. Lo cierto es que fui tal como me vestía en Madrid, aunque sin duda con la ropa limpia, no imagino a mi madre haciendo otra cosa que lavar toda la ropa que había traído en las maletas y planchando la que llevaría a mi toma de posesión. Sin duda también fui en playeras porque odiaba los zapatos y no había comprado ninguno. Lo que sí recuerdo bien es llevar aquella gabardina que había comprado en el Corte Inglés de Madrid. Y también la mariconera de cuero con la que me desplazaba siempre en el metro, fuera a trabajar o a cualquier otro sitio. Sin duda no era consciente de que ya no estaba en la gran capital y de que en aquellos tiempos aquellos bolsos que llevábamos los hombres para portar de forma cómoda pequeñas cosas que íbamos a necesitar en nuestras jornadas, tal como una novela negra de Bruguera, una libreta y un bolígrafo para escribir poemas o anotar ideas para relatos o novelas, o algunos adminículos muy prácticos en una gran ciudad pero que en una pequeña capital de provincias no tenían el menor sentido. Solo el automatismo propio de mi carácter y el típico despiste extremado del enfermo mental me hizo actuar como lo hacía en Madrid, donde nadie se asombraba de nada, hicieras lo que hicieras. Se me ocurre ahora que tal vez tuviera que llevar papeles para la toma de posesión o pensara que me darían otros que tendría que llevar a las consiguientes oficinas burocráticas donde se me daría de alta. Seguro que también había pensado en abrir una cuenta bancaria para que me pudieran ingresar la nómina. Aquella mariconera, como se llamaba entonces, me iba a ser muy práctica para no tener que andar con carpetas en la mano que de forma bastante habitual me dejaba en cualquier sitio, algo tan propio de mi condición de despistado como de enfermo mental que drogado por la medicación era incapaz de centrarse en nada de lo que estuviera haciendo. Porque, aunque no lo recuerdo, seguro que había traído mi medicación y la había tomado religiosamente.

De esta guisa entré al palacio de justicia. La primera en la frente. Un compañero de otro juzgado, al que no conocía de nada, pero que luego conocería muy bien, me paró en el vestíbulo y con todo desparpajo quiso saber si yo era el que había salido en televisión. No creo que llevara nada preparado ante un incidente que era previsible, porque ya había pasado un tiempo, demasiado para que creyera que alguien pudiera recordar aquel patético episodio de mi aparición en un programa de televisión. A pesar de que por entonces la caída desde la fama al absoluto anonimato no era algo tan visceral como ahora, que puedes ser portada de telediario un par de días y luego ya nadie se acuerda de ti, no me entraba en la cabeza la posibilidad de que pasados muchos meses un espectador que no me conocía de nada, se acordara de mí. Solo después fui consciente de que si bien solo una memoria prodigiosa podía recordar mi rostro, llevaba la misma pinta que entonces, la barba patriarcal, descuidada e hirsuta, las mismas gafas, la misma gabardina, y sobre todo la mariconera. En aquellos tiempos los homosexuales no habían salido del armario y todo el mundo los despreciaba llamándoles maricones. Si alguien me hubiera narrado lo que iba a suceder en el futuro, no me lo hubiera creído. Era una sociedad homófoba hasta el tuétano de los huesos, machista y tan conservadora que los diplodocus se habrían sentido muy a gusto, eso sí, vestidos como todo el mundo y haciendo las mismas tonterías que la mayoría.

No iba preparado, pero lo sucedido en Madrid me había predispuesto para cualquier cosa. Como los gatos primero saldría corriendo y luego miraría para atrás por si me seguían. Esto me permitió reaccionar muy bien y con mucho aplomo. ¿Yo? ¿Pero qué dices? No sé de qué me hablas. Mi actuación debió de ser tan impresionante que el pobre muchacho se quedó cortado. Me miró y remiró, dudando, y luego me pidió disculpas. Nunca le confirmaría que su intuición fue la correcta aquel día. Si por un milagro leyera ahora esto y recordara algo tan lejano, seguro que se felicitaría. En efecto, era calcado al que salió en televisión, tenía que ser él, no creo en los clones.

Cuando entré en el juzgado y me presenté al agente judicial, que tan bien conocería luego, éste debió mirarme con una cierta sorpresa, pero lo disimuló. Estando allí hablando con mis nuevos compañeros, mientras se preparaba mi toma de posesión, entró un profesional, al que luego, con el tiempo, años, llegaría a conocer lo suficiente para saber que su reacción aquel primer día no fue debida a la sorpresa, él era así, mal hablado, malhumorado, como si todo le fuera mal y tuviera que pagarlo todo el mundo, hasta el novato o el mensajero. Hace años que falleció y aquella reacción, aunque nunca he podido olvidarla, fue perdonada y procuré tratarle siempre con respeto y con una amabilidad muy propia del santurrón que yo quería ser y del enfermo mental que pretendía ser disculpado con un comportamiento ejemplar. Lo cierto es que me miró con cara de pasmo, se fijó en todo, en mi aspecto, vestimenta, pero sobre todo en la mariconera. No procuró ocultar su risita ni bajó el tono de voz para que no le oyera. El comentario lo hizo en voz alta, demasiado alta. Así descubrí que en aquella ciudad provinciana llevar una mariconera era peligro de muerte. Yo era heterosexual pero respetaba a los homosexuales, como no podía ser de otra forma siendo un enfermo mental, los que aún permanecemos en el armario y saldremos mucho tiempo después que los homosexuales y otros marginados en esta sociedad. Pero no solo por esa condición. Hacía algunos años que había abjurado del dogmatismo religioso y tenía una mentalidad abierta, progresista, donde no cabían los pecados, y el vive y deja vivir ya era para mí algo tan elemental que me repugnaban aquellos que pretendían imponer sus ideas o sus conductas a los demás. Con el tiempo leería en los diarios de Anais Nin una versión de esta frase que me llamó mucho la atención. No puedo citarla de memoria, pero decía algo así como los que no son capaces de dejar vivir su vida a los demás es porque son incapaces de vivir la suya. Años atrás había visto a un pobre muchacho en mi barrio que se comportaba como una “loca”, como lo llamaban entonces, espero que no ahora. Es decir. mostraba su condición homosexual de forma estridente y vestía como una mujer. Las burlas e incluso el acoso y la agresividad con que algunas pandillas de machitos repugnantes le habían tratado delante de mis narices me hizo comprender hasta qué punto estábamos viviendo en la época de las cavernas.

La actitud de aquel profesional conmigo me hizo reflexionar, hasta el punto de que ya no volví a llevar la mariconera al trabajo. Tampoco es que me resultara muy práctica en una ciudad provinciana. Pensé que bastante tendría con sobrellevar las consecuencias de mi aparición en televisión como para buscarme más problemas y enfrentarme a todo el mundo. Porque desde luego, a pesar de mi portentosa actuación, no había convencido al compañero que debió de comentarlo con otros y los que vieron aquel programa en la 2 –entonces solo había dos cadenas televisivas, algo que no creerían las generaciones que no vivieron aquellos tiempos- seguro que estuvieron de acuerdo con él, me parecía al de la tele como un clon. Comprendí que no me iba a ser fácil adaptarme al nuevo trabajo y hacer como si mi pasado no existiera y nadie lo conociera. Yo era un loco, y además famoso, mucho tendría que trabajar para convencer a todo el mundo de que en realidad era una equivocación, yo era tan normal como el que más. ¡Santa ingenuidad! Creo que mi ingenuidad en aquellos tiempos era tanta como mi bondad, o al menos como el deseo de ser la persona más bondadosa del mundo.

EL BUSCADOR DEL DESTINO VIII


Me echo la siesta con ganas. Despierto a las cinco. Me doy una ducha y al refrescarme la mente se ilumina. Tengo que bajar a comprar en la ferretería antes de que llegue la ola de calor y ponerme a arreglar la valla, luego no habrá quien se mueva. Decido bajar ahora, mañana me costará más. Así compraré también lo que se me haya olvidado, sea lo que sea. No sé por qué tengo prisa, estoy de vacaciones. Las prisas siempre son malas, como en este caso que tomo la carretera más corta, sin recordar que el puente está cortado. Llego hasta el puente, doy la vuelta y esta vez sí tomo el camino más largo. Soy un idiota, digo en voz alta todo el camino, sin acordarme de poner música. Llego al pueblo grande, busco una ferretería, la encuentro no sin antes dar vueltas y vueltas hasta que me decido a preguntar. Soy muy tímido, eso me ha causado muchos problemas en casos como estos, y me los seguirá causando, la timidez no desaparece así como así. Entro en la ferretería, grande, parece que hay de todo, mejor. Me pongo a buscar y entonces aparece un señor delgado, con gafas, de unos cincuenta años, con cara de mala leche, cortada y fermentada. Me echa la bronca por no esperar y dejar que me atendieran. Podría haber dicho que no lo sabía, que los dependientes no van con mandil, parecen clientes, que no hay letreros anunciando que esperemos a ser atendidos, que con empleados como él la ferretería no tardará en irse a pique, etc etc. Como tengo prisa y estoy de vacaciones me callo como un muerto. Me pregunta qué es lo que quiero y entonces sí hablo, para empezar una caja de herramientas con todos los aditamentos. Me lleva por un pasillo hasta unas estanterías donde veo cajas de herramientas y otros adminículos. Comienza a cantarme las loas de todas las cajas, desde las más caras a las más baratas. Ni miro, ni me lo pienso, escojo una de tamaño aceptable donde quepan las herramientas que necesito y no sea muy pesada de llevar, si luego tengo que contratar una grúa habré cometido el mayor error de mi vida. Quiero ésta, con voz átona, a pesar de mi cabrero. Me la lleva, muy amable hasta la caja. ¿Desea algo más el señor? Sí, éste señor desea partirte los morros, pero no tengo tiempo ni ganas. Este señor quiere un juego de destornilladores, tornillos de todos los tamaños y grosores, alicates, una llave inglesa no muy grande y esto y lo otro y lo demás allá. Decide volver a llevar la caja de herramientas vacía y llenarla con todo lo que le pido, así no tendrá que estar haciendo viajes todo el tiempo. Al llegar deja la caja en su sitio y me enseña otra, parecida, pero que lleva ya de fábrica casi todo lo que le he pedido, desde el juego de destornilladores, la llave inglesa, hasta incluso un cúter. ¡Podía haberlo dicho antes! Claro que la culpa es mía, por no dejar que lo hiciera. Ahora solo queda rellenar la caja con lo que necesito y no viene ya de fábrica, por ejemplo los tornillos de todas clases y tamaños, y unas puntas variadas y… El empleado ahora no me lleva la caja muy amable, deja que sea yo quien la lleve o que la deje allí, a él le da igual, a mí no, así que la cojo y le sigo. Estantería de los tornillos. Como no he medido el grosor de la madera, ni sé qué dura puede ser, ni sé nada, decido comprar una caja de cada. Ni miro el precio, lo que deseo es terminar cuanto antes. Y así continúo tras el empleado que me lleva de acá para allá. Creo haber terminado y coloco todo en el mostrador de la caja. No, ahora me acuerdo que voy a necesitar unas tijeras de cocina y…seré idiota, me digo, ni siquiera he mirado los cajones en la casa, no sé ni lo que hay ni lo que no hay. ¿Y si comprara un juego de cubiertos y algún plato? Tate, te has olvidado que en el maletero del coche tienes una fiambrera con platos y cubiertos y lo imprescindible para comer en el campo. Recuerda que lo compraste cuando fuiste de excursión a… El empleado me mira con mala cara, yo no le miro, me lleva a la otra punta del local, donde está el menaje de cocina y allí me da a elegir entre varias tijeras. Miro las más sólidas porque me conozco, no me importa que sean más caras. Una  cubitera por si el frigorífico no tiene o son una mierda y una jarra de cerveza y… Me había olvidado de comprar un barril de cerveza en el super, ahora que viene la ola de calor. El empleado atiende a una señora sin despedirse ni decirme lo guapo que soy. No me importa. La cajera es más amable, pero tarda la intemerata en pasar todo por el escáner. Dice una cantidad final t en otras circunstancias me hubiera caído de culo, ahora no porque estoy de vacaciones y me importa todo un pito y porque estoy de vacaciones y porque… a la mierda con todo De vacaciones y con una ola de calor. Compraré bebida por un tubo y tal vez debiera de comprar un congelador, además del que tiene el frigorífico… Bueno, tal vez lo haga, pero hoy no, quiero llegar a casa ya, cuanto antes.

Y llego, no sin antes estar a punto de cometer el mismo error. Por suerte justo en la rotonda donde debo tomar uno u otro camino, recuerdo y tomo el otro, el bueno. Al llegar saco la caja de herramientas del maletero y la dejo en el caminito del jardín, así mañana no tendré que hacer más esfuerzos pujando por ella. Vuelvo a por el barril de cerveza y la bolsa donde están la jarra de cerveza, las tijeras y otras cosillas. Meto la jarra en el congelador del frigorífico y compruebo que sí hay cubiteras para el hielo, aunque malas y una rota. Saco la que compré, la relleno de agua y al congelador. Me gustaría premiarme con una buena jarra de cerveza bien fría, pero no tengo hielo, las cubiteras de la casa están sin agua. Me acuerdo y compruebo en el cajón de la cocina si hay cubiertos, los hay. Miro en el armarito colgado de la pared y veo platos y alguna cazuela. Bueno, parece que estoy surtido… de momento. Los que no están surtidos son los gatos, me he olvidado de su comidita. Tendré que establecer un protocolo, dos comidas al día, mañana y tarde.

Lleno el comedero, lleno el bebedero. Coloco un comedero y otro bebedero en el jardín para Silvestrina, que no tardará en aparecer, como así es, permanece alejada, guardando la distancia de seguridad, aún no hay confianza. Por fin me doy una ducha. Me relajo. Me fumo un pitillo. Me asomo al balcón y contemplo el jardín, la tarea que me espera mañana. Rezo porque la madera no sea tan dura como parece.  Ya va siendo hora de cenar. Bajo las escaleras, miro a ver qué me preparo. Dejaré las ensaladas para la ola de calor. Puedo freír unas rabas, unas croquetas, unas empanadillas y un par de huevos con tomate y tal vez un par de salchichas. Esto me va a engordar mucho, pero un día es un día y hoy necesito hacer algo rápido, no estoy para cocinar como un chef. Busco una sartén, echo aceite de girasol y me dispongo a encender el fuego en la vitrocerámica. No lo consigo. Es vieja, me recuerda la que tenía en el piso de alquiler cuando era joven. Pruebo con los dedos de todas las maneras, cuento los segundos, miro y remiro. Estoy a punto de llamar al dueño para que me indique, decido no hacerlo porque no quiero molestar a nadie, estas vacaciones las voy a pasar solo, pese a quien pese. Me paso un cuarto de hora poniendo los dedos en todas las posturas posibles sobre los puntos y dibujos de la “vitro”. Al final se enciende, ¡eureka! Había que hacerlo con dos dedos a la vez, uniendo el punto central con el situado abajo a la derecha. Bien, ya está encendida, pero no consigo subir la temperatura. Se bloquea, sale la “L”, apago, vuelvo a encender, toco con calma y la dejo respirar, parece que es lenta de narices. Al final consigo llegar al nueve, el círculo pasa al rojo, el aceite comienza a calentarse. Espero a que el aceite burbujee y lanzo las rabas como en una bolera. Me salpica el aceite, me quemo, lanzo una interjección redoblada y miro a ver si encuentro un mandil. No lo encuentro, la próxima vez que baje tendré que comprar uno, mejor de plástico. He salpicado el niqui. Mira que soy tonto. Debí haberme vestido con las peores ropas. Punto uno del protocolo, para estar en casa, las peores ropas. Bueno, con mucho cuidado consigo freírlo todo, lo baño de tomate, lo emplato y lo llevo a la mesa. Necesito una servilleta para no poner el niqui peor que lo que está. Encuentro una en un cajón remoto. Me siento y me relamo. Recuerdo que suelo escuchar los informativos de la radio mientras como, para que me hagan compañía. Vuelvo a subir las escaleras. Se me ocurre que voy a tener que hacer una lista mental cada vez que voy a subir o bajar las escaleras, según lo que tenga que subir o bajar, de otra manera subiré o bajaré tantas veces que sería una buena preparación para las olimpiadas. Encuentro el móvil, antes de volver a bajar pienso en la lista. ¿Tengo algo más que bajar? No, que yo sepa. Ahora sí, cojo una raba y me la llevo a la boca. ¡Ospi! Cómo quema. Pues claro, idiota, están recién hechas. A ver la empanadilla. Me quemo los dedos. En ese momento suena el móvil. Nadie debería llamarme, no conozco a nadie que pueda llamarme en vacaciones, tengo pocos amigos, pocos contactos, estoy más solo que la una. No conozco el número que me llama, ¿quién puede ser? Intentan venderme un seguro de vida. No tengo herederos, ni familiares, ni amigos, ¿quién se beneficiaría de mi muerte? Yo, desde luego, no, en el más allá ni se compra ni se vende, espero que al menos exista el cariño verdadero. Se lo digo a la teleoperadora, no lo entiende. Le digo que estoy cenando y me estoy muriendo de hambre. ¿No querrá que me muera antes de aceptar el seguro de vida? No se preocupe, le volveremos a llamar. Mejor que no. Otro protocolo más, no contestar nunca a números desconocidos, todos quieren venderte algo. Este bloqueado, no me volverá a interrumpir mientras como.

Ceno con apetito mientras escucho el informativo en la radio. Parece que la ola de calor va a ser de aúpa. Debería haber comprado al menos un ventilador. Aguantaremos como se pueda. Termino, y antes de subir reflexiono sobre si tengo que subir algo. Bueno, solo se me ocurre una botella de agua fría del frigorífico, por si me entra la sed. No se me ocurre nada más. Vuelvo a salir al balcón para echarme otro pitillo. No debería irme a la cama tan pronto, con la digestión apenas comenzada. Decido leer algo en el butacón, pero pronto me entra el sueño. Voy a la cama y pongo mi lista de sonidos de lluvia, es infalible a la hora de dormir. Felices sueños.

LA ÓPERA DEL LOCO V


LA ÓPERA DEL LOCO V

El pero no es otro que su belleza. Es demoniaca ACA.ACA y ACA, Es una auténtica demonia. Y se transforma en serpiente, en Vilenta. Una Vilenta antropomórfica que repta por el escenario, echando sapos y culebras por su boca. Se pone en pie y comienza a imitar, con voz de pito a la condesita real.

ACA ACA Y ACA, ETC repitiendo lo ya dicho.

Todos repiten con voces tremendas, coléricas, infernales. Se forma un coro infernalmente  armonioso.

LORD MONTORO

Tanto, tanto, anto, anto, anto, oro desperdiciado, ado, ado y ado, en un espectáculo, culo, culo, repugnante, ante, ante y ante. Parece un pedo diabólico, pedo, edo, edo, edo y edo.

El bufón, que sigue espatarrado, forma un halo ectoplasmático reluciente que se transforma en lord canciller, resplandeciente y escamoso. El oro le sale por las orejas.

ACOTACIÓN PARA EL ESCENÓGRAFO

En toda la escena el ballet tiene un papel preponderante, los clones ectoplasmáticos bailan- En el centro el clon de Plurabella. Al ballet se van uniendo figuras conforme brotan de la boca del bufón, incluso la concurrencia real baila sobre la punta de sus pies y se mueve un poco cortesanamente. Dejo al talento del escenógrafo la coreografía. En sus manos me pongo, porque la escena, sin el ballet, perdería mucho.

Los duques permanecen silenciosos, rígidos, esperando acontecimientos. Plurabella no puede contener las lágrimas, y todo el tiempo, moviéndose entre la concurrencia no deja de intentar convencerlos de que aplaudan al bufón y su obra maestra. La concurrencia no le hace caso, miran a los duques, esperando su señal de linchamiento. Cuando el bufón se espatarra, ella sube  al escenario e intenta reanimarlo. De la boca del bufón, entre figura y figura, salen besos amorosos y corazones heridos por flechas.

Plurabella llora, llora y llora.

TODOS

ORA, ORA Y ORA.

LORD CANCILLER

ORO, ORO Y ORO.

Al fin el bufón se reanima y se pone de pie. Plurabella real le abraza y le besa. Escandalo entre la concurrencia, que a numerosas voces formará un contrapunto-fuga que permenacerá como bajo continuo al tiempo que se mueve dando forma a un ballet obsesivo y percutiente.

TODOS

La duquesita Plurabella le besó ESÓ, ESÓ, ESÓ, E-E, E-E, E-EE, E—EE, EEE

le besó, OO, OO, OOO, OOÓ al bufón, ÓN,ÓN Y ÓN, E-E  EEÉ   EEE   EE-E Etc Etc.

DEDICADO A LAS MUJERES


           DEDICADO A LAS MUJERES

Ayer nuestras madres

Hoy nuestras esposas

Mañana nuestras hijas.

Siempre compañeras

Siempre luchadoras.

Hoy discriminadas

Mañana iguales

Hoy maltratadas

Mañana amadas.

Que mañana sea hoy

Tenemos que lograrlo

Tenemos que conseguirlo.

Son nuestras madres

Son nuestras esposas

Son nuestras hijas

Son nuestras hermanas

Son nuestras almas.

Son iguales a nosotros

Son los genes del universo.

Son lo que amamos

Son lo que somos

Son lo que seremos.

Son los espejos de la vida.

Están maltratadas

Están discriminadas.

Son humilladas.

Son asesinadas.

Que sean amadas.

Que siempre sean amadas.

Nuestras compañeras.

Nuestras iguales.

Nuestras hermanas.

LA VENGANZA DE KATHY XVI


LA VENGANZA DE KATHY XVI

Me sentía raro y no solo porque mi cuerpo ya no era mi cuerpo sino la celda de una cárcel en la que permanecía aherrojado sin poder moverme, caminar, ni siquiera dueño de mis sentidos, lo peor era observar con la mirada fija de mis ojos como clavados a la carne, sin la menor capacidad de movimiento, los meneos del cuerpo desnudo de Kathy, las manipulaciones de sus manos buscando mi órgano sexual, intentando introducir mi pene en su vagina para torturarme con otro coito sin sentido. Una palabra acudió a mi consciencia aletargada, confusa: violación. La amnesia que sufría desde mi llegada a Crazyworld me impedía un discurso mental lógico, cronológico, como intuía que debía ser el de los otros que no sufrían de ningún tipo de amnesia. A veces un concepto, una imagen, un vago recuerdo, se colaba entre una red tupida y oscura, como un pez asustado que da vueltas como loco buscando una salida hacia la libertad. La palabra violación no había tenido el menor sentido para mí hasta aquel instante, ni siquiera formaba parte de mi diccionario coloquial, con el que me había estado defendiendo mal que bien desde mi llegada a Crazyworld. Ahora se mostraba por primera vez a mi consciencia y me sentí muy raro, como si un mundo nuevo empezara a exteriorizarse conforme la niebla se iba diluyendo. Era un mundo de violencia, de agresiones, una selva donde los depredadores torturaban y acababan con la existencia de vidas que tenían tanto derecho a seguir discurriendo en el tiempo como las suyas. Una imagen extraña asomó su cabecita en el lodo. La violación parecía algo que solo afectaba a las mujeres, por razones físicas evidentes. Sin embargo yo estaba siendo violado por una mujer. Algo tan insólito que me dejó perplejo.

Kathy había logrado despejar el glande echando la piel hacia atrás y ahora lo restregaba contra su clítoris que debía de estar hinchándose como yo lo recordaba de aquella primera noche en mi habitación. La sensibilidad de mi glande era nula, aunque poco a poco parecía ir despertando, conforme aquella misteriosa sustancia iba rezumando de su clítoris. La violación sobre un hombre me parecía algo tan extraño que semejaba un delirio. Una mujer no puede violar a un hombre porque para ello su pene debe estar en erección y la violencia no ayuda a ello. Sin erección un hombre no puede ser violado. ¿O sí? Aquel encadenamiento de ideas e imágenes me parecía un despropósito. Un hombre al que se le priva de su libertad, que es sometido por la violencia, está siendo torturado, violado, aunque la mujer no consiga introducir su pene en su vagina. La violación no consiste tanto en un mero mecanismo físico, cuanto en el sometimiento por la violencia de su cuerpo, de su consciencia, de su personalidad. Otra palabra acudió a mi aletargada consciencia: empatía. Uno puede comprender a otro ser con solo intentarlo. No es tan difícil ponerse en su piel e imaginar lo que está sintiendo el otro. Podía comprender lo que debe sentir una mujer cuando es violada. Un concepto nuevo para mí ya que mi amnesia me había privado de lo que seguramente eran recuerdos al alcance de todo el mundo. Era fácil imaginar que los hombres debían pensar que no podrían ser violados ya que sin erección no hay violación y si hay erección hay deseo y de alguna manera también consentimiento. Extraña forma de pensar. Otra palabra acudió, encadenada, a mi consciencia: Machismo. Esa brutal forma de pensar tenía que haber sido una conducta frecuente en la mayoría de los hombres, de los machos. No recordaba nada de lo que había sido mi vida hasta llegar a Crazyworld, pero sin duda allá fuera sucedían cosas como estas. Me sentí desvalido sin una mochila de recuerdos de la que echar mano.

Kathy había logrado dar sensibilidad a mi pene, a mis testículos. De nuevo aquella sensación tan extraña. Era como alguien a quien acaban de anestesiar el cuerpo completo, dejando tan solo una diminuta parte con sensibilidad. No podía entender cómo había podido acudir aquella imagen a mi consciencia si ni siquiera había pensado en algo como la anestesia, la intervención quirúrgica. Aquellos recuerdos no formaban parte de mi mochila. ¿Estaba empezando a recordar por fin, esta vez sí? ¿La amnesia se iba deshilachando como una densa niebla penetrada por el sol radiante? Era lo que no había dejado de anhelar desde que supe que sufría de amnesia. Sentí miedo. Aquel no era el mejor momento. Podía ver a Kathy galopar sobre mí, el rostro desencajado por un placer que iba intensificándose a cada instante. También a mi consciencia iba llegando el placer, aunque de forma semejante a cómo le debe llegar el dolor a alguien anestesiado, a través de un pinchazo en un dedo, o de un corte o de un martillazo. Mi mente no lo estaba recibiendo de la forma acostumbrada, aun así podía identificarlo y disfrutar de él.

No era tan intenso como para olvidarme de aquella extraña situación. Estaba siendo violado y aunque deseaba sentir placer, aunque lo sentía, no podía obviar que había sido reducido a un vegetal contra mi voluntad, que aquella mujer intentaba acabar con mi vida tras la más extraña de las torturas, no la que genera dolor, sino placer. El galope de Kathy era ahora salvaje. Sus movimientos habían torcido mi pene erecto y estaban a punto de quebrarlo. ¡Me iba a romper el pene! La intensidad del dolor y el placer eran ya asombrosos. Se estaba preparando el más insólito de los orgasmos. Se estaba acercando… Y llegó con un impacto inaudito. Mi mente pareció desprenderse de mi cuerpo, algo incomprensible, porque ya llevaba muchas horas fuera de él. Creí que me iba a morir y el terror se apoderó de mí. Un terror también muy extraño porque el placer me hizo pensar que esa era la mejor forma de morir. No quería morir, pero si tenía que hacerlo, sin duda esa era la mejor forma.

De pronto una gran ventana redonda se abrió frente a mí. Sin saber cómo estaba al otro lado. En un lujoso salón había tres personas. Una de ellas sentada en un sillón enfrentaba a otras dos, en un sofá. No sé por qué me fije en ella desde el principio. Se trataba de una mujer ya mayor pero que aún conservaba rastros de una belleza que debió de ser impresionante en sus mejores tiempos. Estaba hablando, al tiempo que gesticulaba con exasperación, como si pensara que sus palabras no iban a convencer a los otros, pero sí lo podrían hacer sus gestos. No entendí de lo que estaba hablando. En realidad no creí estar oyendo sonidos físicos. Era como si pudiera leer sus pensamientos que mi mente traducía a palabras. Los otros dos eran un hombre de unos cincuenta años, tal vez más, porque se conservaba muy bien. Alto, fuerte, con un rostro bello, aunque duro, con una mandíbula pétrea, tal vez signo de una personalidad en la que no cabían las dudas, un carácter fuerte, donde los hubiera. Me sorprendió su físico, encontraba en él algo extraño que tardé en clarificar. No fue una voz interior, más bien una sensación surgida del fondo de mis recuerdos olvidados. Supe que era mi padre, y supe que era Johnny, el gigoló. Yo entonces sería Johnny, el gigoló, Junior. Escuchaba en silencio mientras apretaba una mano de la mujer que estaba a su lado. No sé cómo, supe que se llamaba Marta y era mi madre. Una mujer aún muy bella en su madurez. Los dos parecían oponerse a lo que estaba diciendo la otra mujer. Era Lily, la celestina de mi padre, la que le había reclutado unas décadas antes, en Madrid. Mi padre había escrito una especie de diario insólito, chocante, extravagante, no sabría cómo calificarlo. Tenía la impresión de haberlo leído, pero apenas era capaz de recordar algún dato, algún detalle.

Aunque nadie me miraba supe que también yo estaba allí. Mi auténtico yo, el que lo recordaba todo, o al menos todo lo que la gente normal suele recordar. De forma confusa lo entendí todo. Había decidido convertirme en un gigoló, como mi padre, y se lo había propuesto a Lily, solicitando su intervención como celestina. Ella me había apoyado y se había ofrecido para intervenir ante ellos. Mi padre estaba en desacuerdo y mi madre había puesto el grito en el cielo. De ello trataba la conversación que estaba presenciando. Mi madre comenzó a llorar y mi padre se enfrentó con rabia a Lily. Entonces ella lanzó unas llaves en la dirección donde se suponía que estaba yo, no sé si sentado o de pie. Vete a dar una vuelta, una vuelta larga, no tengas prisa en regresar. Esto nos llevará más tiempo del que yo pensaba. Había salido dando un portazo. Eso no lo vi, porque la escena parecía haberse paralizado. Eran ya recuerdos, claros, muy emocionales. En el exterior me esperaba un deportivo de alta gama. ¿Un regalo de Lily? No podía recordarlo con exactitud. Había subido, encendí el motor y me dispuse a dar una larga vuelta. Debió de ser muy larga para llegar hasta Crazyworld. O puede que no estuviera muy lejos de nuestro lugar de residencia. Cuando abandoné la población aceleré a fondo. Estaba muy enfadado, rabioso, porque a mi padre no le pareciera buena para mí una profesión que él había desempeñado sin vergüenza y con gran placer durante tantos años. Mi error fue no haber levantado el pie del acelerador cuando cayó la noche en mitad de aquel bosque. Y ahora estaba allí, en Crazyworld, en manos de una mujer vengativa que había decidido matarme a polvos sin que yo tuviera la culpa de nada, ni de lo que habían hecho otros hombres, ni de lo que había hecho yo. Iban a matarme cuando aún no había empezado a vivir. La ventana se cerró y yo caí en una curiosa inconsciencia porque aunque seguía con los ojos abiertos no era capaz de ver nada, ni de sentir nada, como si hubieran apagado la luz y me hubiera dormido, olvidándome de cerrar los ojos.

LA ÓPERA DEL LOCO IV


LA ÓPERA DEL LOCO IV

ACOTACIÓN

La clon de Plurabella atraviesa el escenario con paso de bailarina de ballet y besa en la boca al bufón, que responde apasionadamente. La concurrencia grita, silva y patalea. El bufón se retuerce y vomita y vomita, pura dinamita.  Las figuras imitan a los pataleantes y gritones, se organiza un buen ballet, algo así como el lago de los cisnes. El clon de Plurabella es el cisne y los otros son demonios disfrazados de cisnes negros. Todo esto ad libitum del escenógrafo. La música sigue siendo de Perotinus Magnus, vamos a recorrer gran parte de su obra, no toda, porque es mucha.

LA CONDESITA VILENTA

Aca,aca,aca vemos con bufón, on,on y on. Es repugnante ante, ante y ante ser amada por ese ridículo mutante. Por eso grito, ito, ito y más ito.

ACOTACIÓN

Se pone a gritar. El bufón cae al suelo, se espatarra. Su boca se abre, abre y abre y de ella comienzan a salir una tupida niebla ectoplasmática que es moldeada por manos invisibles. Y de ella sale una obra maestra, estra, estra, estra.

TODOS

E,E,E…EEEEÉ

Repiten y repiten, asombrados, a cuatro, cinco, seis voces. No es para menos, el clon es perfecto, la condesita Vilenta es aún más bella que la real. ¡Qué digo! Mucho más, infinitamente más. Pero tiene un pero. Pero, pero.. ERO ERO

TODOS

ERO   ERO  ERO, a dos voces, se forma un tremendo contrapunto.

LA ÓPERA DEL LOCO III


LA ÓPERA DEL LOCO III

ACOTACIÓN

La sustancia se transforma en una copia maravillosa de Plurabella, es un clon perfecto, incluso mejor que el original. Se mueve por el escenario como si levitara. El asombro es absoluto entre la concurrencia. Pero no por  lo milagroso y maravilloso del espectáculo, ni por la hermosura del clon, por su luminosidad de supernova, sino porque está desnuda.

TODOS

Nuda, nuda, nuda a a a ay. Está desnuda.

LOS DUQUES

Es un insulto, ulto, ulto y muy ulto.

TODOS

Nuda, nuda, nuda y nhuda. Está desnuda.

ACOTACIÓN

Se van uniendo voces cortesanas, que se entrelazan, formando una perfecta armonía.

LORD MENTORO, CANCILLER, MINISTRO DE FINANZAS.

Oro, oro, oro y oro, me ha costado mucho oro.

TODOS

Nuda, nuda, nuda y nuda. Está desnuda.

LA CONDESITQA VILENTA

Ja,ja,ja y já. Menudo chasco. Todos se burlan de Plurabella. Nuda, nuda, nuda y nuda. Está desnuda. Ja, ja y já.

UN CORTESANO GORRÓN Y PELOTA

Es repugnante, ante, ante y ante. La excelentísima duquesa no merece esta afrenta, enta, enta y enta.

TODOS

Qué afrenta, enta, enta y enta. Linchemos al bufón, on, on, on y ón.

BUFÓN

Es mi obra maestra, estra, estra y estra. Inspirada en la bella entre las bellas, la gentil duquesita Plurabella. Mi corazón se ha enamorado. El corazón del bufón hace plon, plon y plón. Te amo, amo y amo, dulce Plurabella. Ya no puedo vivir sin ti, la dama más bella que verán mis ojos. Siempre, siempre y siempre te amaré. La eternidad a tu lado será un suspiro. Estoy tan alegre que canto, canto, canto y cantaré como un pajarito enamorado. Ado, ado, ado. Anto, anto, anto. Canto, canto y canto.

LA VENGANZA DE KATHY XV


LA VENGANZA DE KATHY XV

Para mí el tiempo no era ya un reloj que moviera sus agujas en una esfera, permitiéndome calcular el tiempo pasado o el por llegar. Solo podía compararlo a un sueño en el que todo ocurriera sin orden cronológico o espacial, secuencias cortadas a capricho por una tijera surrealista y loca. No sentir el cuerpo me desvinculaba de la realidad que cada vez estaba más lejana, como al otro extremo de un agujero de gusano que lo mismo conectaba con el otro extremo del universo que con un mundo paralelo o hasta con la muerte. Me preguntaba si en realidad yo no estaría muerto y lo que estaba viviendo era la forma en que los muertos desatascan sus pesadillas, dejándolas colarse por el sumidero de la nada. Aunque algo sí me había conectado una pizca con la realidad. Aquel orgasmito de la señorita Pepis me había permitido sentir que aún tenía un cuerpo, aunque no lo notara demasiado, es decir, nada, salvo aquella especie de corriente eléctrica que había atravesado mi pene, echando chispas en los testículos y explotando como un petardo mojado en mi escroto. Era poco, muy poco, pero sí lo suficiente para que pudiera apreciar cómo la voz de Kathy, que se había acostado a mi lado, y a la que apenas percibía por el rabillo del ojo, iba desgranando una letanía que apenas comprendía ni quería comprender.

-Esto es solo el comienzo, querido, una especie de despertar, un salir de la tumba por un huequito y atisbar el mundo de los vivos. Tampoco ha sido un gran orgasmo para mí, pero todo irá cambiando poco a poco. Ni siquiera el superpoder de mi clítoris ha sido capaz de resucitar del todo a la parte que más aprecias de tu cuerpo…Sí, porque tú adoras a tu pene que te permite entrar en tantas cuevas que ya has perdido la cuenta. No has sido capaz de apreciar el fuego devorador de la dragona que habita en el interior de mi cueva. No te hubiera pedido mucho, tan solo que me recordaras durante unos días y luego volvieras a mí de vez en cuando, dándome un poco de ternura a cambio del gran don del orgasmo cuasi infinito. Pero no. Ni siquiera llevas aquí tres días y ya te has acostado con más mujeres que días. Conmigo, luego con Heather, después con Dolores, al final con Alice. Y te hubiera gustado hacértelo con la doctorcita. Una tras otra y tras una y luego vuelta a empezar. Todos los hombres sois iguales. Nos utilizáis y luego nos tiráis como un trapo sucio. Ni siquiera os preocupa dejarnos contentas a cambio del fuego eterno de nuestras cuevas. Ni una buena palabra, ni una caricia, ni un gesto de compañerismo. Nada. Absolutamente nada.

-Pero esto se va a terminar. Llegará el apocalipsis y todos los hombres perecerán en la cueva donde habita la diosa Venus. En la Venusberg morirá la maldad de los hombres. Y yo seré su sacerdotisa, su enviada, su vengadora… Sí, ya sé que tú no eres el peor de todos ellos, pero tienes su misma naturaleza. Si hubiera sido justa habría empezado con Mr. Arkadin, el peor de los hombres. Pero aún no ha llegado. Nunca llega cuando se le espera, ocupado en sus negocios, como si el dinero fuera mejor que el superpoder de mi clítoris. Aun así llegará y recibirá su merecido. Para entonces sabré muchas cosas que habré aprendido de ti y las emplearé en su tortura con tanto entusiasmo, con tanto deleite, con tanta persistencia, que será un placer impagable el que recibiré de es miserable.

-No, no hemos acabado. Esto apenas ha sido el principio de la noche… Porque afuera sigue siendo de noche. Llegaste con la tormenta que no te dejó ver la hora y no llevas un reloj en tu muñeca que te permita saber que el tiempo va transcurriendo. La pócima del doctor Cabezaprivilegiada te ha tenido dormido unas horas, no muchas, menos de las que piensas. Aún nos queda mucha noche. Yo sí tengo un reloj que marca las horas y sé que en el exterior sigue la noche, porque la puedo ver por una especie de raro periscopio, invento del profesor chiflado, como los rayos y truenos que aún siguen, lo mismo que el repiqueteo de la lluvia. Mira, voy a permitir que veas y escuches, antes de someterte al segundo tormento. Lo que ocurre en el exterior es recogido por ese periscopio y pixelado en la pantalla que vas a tener frente a ti. Mira y disfruta…

Una enorme pantalla comenzó a descender del techo. Enorme, pero no tanto que escapara a mi campo de visión. Se detuvo en el centro de ese campo de visión, se encendió y un relámpago que pareció quedar anclado en el cielo oscuro me deslumbró hasta la ceguera… si eso era posible porque mis ojos, ahora lo comprendía, habían adquirido una visión extraña, como la que uno posee en ciertos sueños, en los que se puede ver todo desde fuera y al mismo tiempo desde dentro, una visión normal amplificada en capas dimensionales, como una cebolla surgida de un agujero negro. Me sentí como la criatura del doctor Frankenstein que abre los ojos por primera vez y deslumbrado contempla un mundo nuevo, no tan doloroso como el que vendrá después, cuando lo vaya comprendiendo. Porque él viene de la muerte y abre los ojos a la vida. No recuerda nada de la muerte y no sabe nada de la vida, pero sí lo suficiente para saber que la vida es mil veces peor que la muerte… ¿De dónde había surgido ese recuerdo? No lo sabía, no obstante era extraordinariamente preciso, como si hubiese leído la famosa novela y visto todas las versiones cinematográficas que de la misma se habían hecho hasta la fecha, que no sabía cuál era, pero era aquella, el momento presente. Comprendí que por una hendidura muy pequeña, tal vez generada por aquel relámpago que permanecía aún en la pantalla, como si alguien hubiera dado al pause, estaban empezando a brotar recuerdos muy escondidos en alguna parte profunda y misteriosa de mi subconsciente. Todo parecía transcurrir a cámara lenta. Tras el relámpago llegó el trueno horrísono que se prolongó como una carambola infinita. Y el repiqueteo de la lluvia me relajó como el baño en aguas frescas tras una travesía por el desierto. Tenía la lengua seca y la boca arenosa… Pero no, mi cuerpo no podía sentir nada. ¿Entonces qué eran aquellas sensaciones? El tiempo transcurrió, más como recuerdo de cómo transcurre el tiempo que por experiencia vital y presencial. La tormenta parecía no ir a amainar nunca. Me vino a la cabeza, a la mente, a lo que fuera en que se había convertido mi consciencia, la idea de lo que estaría ocurriendo en Crazyworld. ¿Alice habría dado ya la alarma? Tal vez fuera pronto, pero lo haría en cualquier momento, cuando ya no le cupiera la menor duda de que me había perdido en el bosque. Porque eso es lo que pensaría. ¿En qué otra cosa podría pensar? No en una Kathy endemoniada que me había drogado y trasladado a un búnker subterráneo del que nadie sabía nada. ¿Y cuando ella diera la voz de alarma quién le haría caso, cómo podría convencerles de que yo estaba perdido en el bosque? Tal vez Jimmy, ese maldito tunante, atisbara lo ocurrido y pusiera a todo el mundo en pie de guerra. Era capaz de eso y de mucho más. Nadie le llevaría la contraria, ahora que el doctor Sun se había vuelto más loco que sus pacientes y él, uno de sus locos pacientes, había tomado el mando por orden expresa del propio doctor Sun. ¿Qué harían? Esperarían a que pasara la noche y comenzarían la búsqueda con el alba. No, Jimmy no lo consentiría. Distribuiría linternas, crearía grupos de búsqueda, intentaría convencer a los robots de que les ayudaran. ¿Sabría Jimmy de la existencia de los robots? Por supuesto él lo sabía todo. Casi me reí a carcajadas viéndole dirigir semejante actividad. Era una risa plana que se deslizaba en mi interior como una serpiente. Y entonces, algo interrumpió la tormenta, mi ensoñación, fue la voz de Kathy de nuevo.

-Y ahora, hombrecito malvado, vamos a seguir con la segunda parte de tu tortura….

POEMAS DEL SALVAJE OESTE VI


                      GERÓNIMO

Rostro pálido es lengua de serpiente.

Utiliza su palabra como moneda de cambio.

Como ruin y sangrante moneda de cobre,

Para comprar el aire que respira,

Las altas montañas que escapan a su mirada,

La hierba que pastan los búfalos.

Lo quieren comprar todo con sus monedas de cobre,

Hasta las noches estrelladas del Gran Manitú

Para guardarlas en sus bolsillos llenos de agujeros.

Vive para comprarlo todo el hombre blanco,

Vive para poseerlo todo el rostro pálido.

No cree que el Gran Espíritu nos lo alquila todo,

La alta montaña que toca el cielo,

La brisa que sopla sobre la gran llanura,

El bisonte y el búfalo, el reno y el alce.

No quiere aceptar en alquiler y dar las gracias.

Quiere poseerlo todo, quiere comprarlo todo,

Hasta la brisa que sopla donde quiere.

Por eso expolia, por eso mata,

Por eso no respeta nada

Ni siquiera al Gran Espíritu,

Al poderoso Manitú.

Su Dios es cobre en una moneda,

Reglas y normas sin sentido.

Solo el oro está por encima del cobre.

¿Nunca has deseado matar a un hombre?

Conozco a un hombre ruin que quiere llenar

Sus bolsillos con toda la arena del desierto.

Mata los búfalos de la gran llanura

Para vender sus pieles por monedas de cobre,

Y deja la carne pudrirse sobre la tierra

Para que nuestros niños se mueran de hambre.

No le basta con un puñado de arena,

No le basta con la carne de unos búfalos.

Mastica tabaco y escupe a sus pies

Mientras mira sus dominios

A la sombra del tenderete.

Y por la noche ilumina las dunas

Con dos candiles de grasa.

Vigila como si todo fuera suyo,

Como si él lo hubiera creado

Y nunca da las gracias al Gran Manitú.

No necesitaba aquella arena,

No necesitaba nada,

Pero mi camino atravesaba

Aquel desierto.

No conocía la existencia de aquel hombre,

Pero cuando vi su cara desencajada por el odio,

Ya era demasiado tarde para retroceder.

No era mi enemigo, no era mi amigo,

Pero el destino nos juntó en un punto.

Ahora sonarán los tambores de guerra.

Nos pintaremos los rostros

Con pinturas de batalla

Y al amanecer montaremos

Sobre nuestros caballos

Y lanzaremos gritos de guerra.

Solo tenemos lanzas y flechas

Y ellos tubos de fuego.

Me pondré mi tocado de plumas

Y al frente de mis hombres

Nos lanzaremos a una muerte cierta.

Retroceder nos hubiera costado la vida.

Nos vimos precisados a luchar

Contra los cuchillos largos,

Los rostros pálidos,

Los chaquetas azules.

No fue una lucha justa.

Volaban las flechas

Que nada podían contra

El fuego de los tubos largos.

Los guerreros fueron cayendo

Uno a uno besaron el polvo.

Ordené la retirada.

Conocía el desierto

Como la palma de mi mano.

La arena quemaba mis pies

Que se hundían en las dunas.

No tengo prisa.

He vendido mi alma al tiempo.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XXV


   “La muy idiota de Julita debió de perdonarle una vez más y fue la última. Porque al parecer Sisebuto la dio una formidable paliza y la ató a la cama, hasta que consiguió hacerla hablar. Luego la violó como un bestia y cuando la dejó libre Julita le dijo, muy fría, que o se marchaba de casa y la dejaba en paz o le mataba. Sisebuto regresó al monte y vivió como las bestias durante una temporada. Fue entonces cuando Julita perdió toda compostura y trajo a su amante a su casa. No siempre, porque ella iba a visitarle con mucha frecuencia, pero sí cuando le apetecía. Sisebuto no podía vigilarla todas las noches, porque tenía que cuidar el ganado y hacerse una casa de troncos, que comenzó a edificar en una de sus tierras, al otro lado del bosque. Y fue entonces cuando ocurrió una terrible tragedia…

“Sisebuto vivía en el monte, como las bestias. Se supone que se alimentaba de la caza y que en algún momento comenzó a vivir en la cabaña de troncos que se estaba construyendo. A veces los espías que seguían vigilando a Julita decían haberle visto rondando la casa, sobre todo de noche. De alguna forma debió de enterarse de que su padre había decidido desheredarle ante notario, si es que no lo había hecho ya como consecuencia de la boda con Julita. Nadie en el pueblo sabía muy bien cuál era la situación. Se comentaba de todo y para todos los gustos. Lo cierto es que una mañana su padre subió al monte. No lo hacía muy a menudo, por lo que quienes le vieron enseguida comentaron que algo raro pasaba.

 “Como llegara la noche y aún no había regresado su mujer mandó a los mozos a su servicio que fueran a buscarlo. Estos, temiéndose lo peor, pidieron ayuda al resto del pueblo. Muchos se apuntaron, creo que más por saber si Sisebuto le había hecho algo a su padre que por deseo de rescatar al viejo, al que todo el mundo odiaba. Se formó una comitiva que bien hubiera podido pasar por la Santa Compaña de haber sido aquello Galicia. Llevaban linternas, candiles, antorchas y algunos mozos se armaron con garrotes y otros con escopetas de caza, como temerosos de encontrarse a Sisebuto cara a cara.

 “ Se pasaron toda la noche rastreando los montes, entre ladridos de perros y algún disparo que otro al aire para avisarse entre sí de algo. Por fin cuando amanecía dieron con el hombre. Lo encontraron en el fondo de un barranco. No estaba muerto, pero casi. Hicieron unas parihuelas y lo fueron arrastrando hasta su casa. Aunque el hombre había perdido el conocimiento se recobró un poco, lo suficiente para decirles a quienes le interrogaban sobre si había sido su hijo el que lo apalizara de aquella manera que no, que se había caído por la pendiente y se había magullado con piedras y ramas. Nadie le creyó, aunque todos acataron las órdenes del amo de llevarlo a su casa y de no ir tras las huellas de Sisebuto. Mi hijo no ha tenido nada que ver. He sido yo el que se ha caído.

 “No dijo palabra sobre el motivo de su extraña excursión al monte. No se lo había dicho antes a su mujer ni se lo dijo ahora a quienes le llevaban. Luego se comentaría por el pueblo que había sido un último intento del viejo de reconciliarse con su hijo, puesto que era el único heredero que tenían y todos sabían que aquel hombre avaro y miserable antes lo quemaría todo que entregárselo a quien no debía. Otros decían que en realidad odiaba tanto a su hijo por haberse casado con aquella puta que había ido a matarlo. ¿Cómo? Preguntaban los otros. Nadie le ha visto con una escopeta.

 “No dejaron de hacerse todo tipo de cábalas. Lo cierto es que alguien decidió que debería ponerlo en conocimiento de los “civiles” y el comandante de puesto se personó en casa del viejo. Nadie sabe lo que hablaron. Al parecer el viejo dio orden de que vigilaran la casa de Julita. Puede que estuviera temeroso de que la gente del pueblo lo pagara con ella. También debió de estarlo de que alguna partida saliera a la caza de Sisebuto porque los civiles al día siguiente hicieron un rastreo del monte buscándole. Unos decían que el viejo quería que encerraran a Sisebuto en el calabozo, allí estaría más seguro. Otros decían que tal vez al comandante le hubiera contado la verdad sobre su supuesta caída. Pero todos estaban sorprendidos por la decisión del viejo de cuidar de Julita. ¿Había cambiado de opinión respecto a ella? Hubo quien dijo que el viejo y su hijo debieron tener una larga conversación antes de que Sisebuto lo arrojara por el barranco, porque lo cierto es que pocos eran los que creían que se había caído él solito.

 “¿Había convencido Sisebuto a su viejo de que Julita era una buena mujer y que lo mejor que podía hacer era cuidar de ella como si fuera una hija, la hija que nunca tuvo? Todo era muy extraño y en el pueblo no se hablaba de otra cosa. Julita no salió de casa. El comandante apostó a dos guardias, que algo debieron decirle a la mujer de lo sucedido con el padre de Sisebuto, y con orden de disparar a quien se acercara a la casa, porque un par de mozos, curiosos, anduvieron dando vueltas por allí hasta que uno de los guardias disparó al aire y salieron por piernas.

 La gente del pueblo estaba tan confusa que nadie hizo caso de lo que los mozos que más habían asediado a Julita propusieron. Querían salir a buscar a Sisebuto, cazarle como a una rata y colgarle de cualquier árbol. Nadie les hizo caso y alguno les tomó el pelo. ¿Querían en realidad mantener al pueblo ocupado en el monte y a los guardias civiles pendientes de ello para así poder acercarse a la casa de Julita y violarla? Aquellos brutos eran capaces de aquello y de más, como se vería con el tiempo.
 Entonces en el pueblo se ignoraba lo que Sisebuto le había hecho a Julita, aunque entre las maledicencias de la modistilla y lo que habían visto algunos espías se pensaba que a aquel bruto se le había ido la mano con ella y la había dado más de una paliza. De haberse sabido tal vez habrían cambiado los pensamientos de algunos, aunque no de todos, porque muchos mozos, especialmente los más lujuriosos y acechadores de Julita, nunca dejarían de pensar que era una puta y por lo tanto su cuerpo estaba a su disposición por decisión propia.

 Las cosas permanecieron en calma un día o dos, mientras se esperaba que el viejo palmara o saliera de una vez a flote. Lo cierto era que había ordenado que no lo llevaran al hospital bajo ningún concepto. Si tenía que morir moriría en su casa. Pero su mujer, viendo que cada vez estaba peor y que perdía el conocimiento y tardaba en recuperarlo dio orden a un mozo que fuera al cuartel de la guardia civil y le dijera al comandante que pidiera una ambulancia, porque en el pueblo en aquella época aún no había teléfono.

 La ambulancia llegó y se lo llevó y con él a su mujer que parecía una Magdalena, llorando a todo trapo y gritando histérica contra su hijo. No cesaba de maldecirle. A todos les decía que mejor era que estuviera muerto y que ella pagaría de su propio bolsillo a quien lo hiciera. No se lo tomaron en cuenta porque había perdido la chaveta. Una pandilla de mozos, incapaces de permanecer quietos, a la espera de acontecimientos, se llegaron a la casa de Julita y se enfrentaron a la pareja de la guardia civil. Hubo disparos y algún herido y el comandante ordenó reforzar la vigilancia.

 El viejo permaneció en el hospital durante un mes y regresó en ambulancia. Su mujer decía que estaba mucho mejor, pero que no cesaba de preguntar por su hijo. Si sabían algo de él, si la guardia civil lo había detenido, si los del pueblo habían salido a buscarle… Su única preocupación era la de que no le pasara nada. Nadie se explicaba aquella actitud. Según su mujer los médicos habían dicho que saldría adelante si se cuidaba un poco y sus deseos de vivir eran más poderosos que aquella extraña melancolía que se había apoderado de él. Apenas hablaba y se negaba a comer.

 El comandante había ordenado que se dejara de vigilar la casa de Julita puesto que nadie había vuelto por allí y en el pueblo las cosas se habían calmado mucho. Alguien dijo que había visto a Julita salir en su coche hasta la ciudad, seguramente a buscar a su antiguo chofer, ahora su amante, según las malas lenguas.

 De Sisebuto no se sabía nada, como si lo hubiera tragado la tierra. Una noche se oyeron gritos en casa del viejo. Su mujer salió a la plaza del pueblo chillando que su hijo había vuelto para matar a su padre. Por lo visto se había deslizado esa noche entre las sombra y se había colado en la habitación del viejo mientras su mujer dormía. Debieron charlar algún tiempo hasta que un ruido debió despertar a su madre, quien al verlo salió gritando como una loca.

 -Perdona Hortensia, pero esa no parece una actitud muy propia de una madre. Incluso las más desalmadas siguen teniendo ese instinto maternal muy dentro.

-Y tiene razón el señorito. Que eso no se podría comprender si no fuera porque algunos rumores que hablaban de que en realidad Sisebuto no era su hijo, sino hijo de una criada de muy buen ver que sirvió en la casa en los primeros años del matrimonio. Su marido la había tomado a su servicio al poco de casarse y no permitía ni que su mujer la diera órdenes. Se decía que eran amantes y que Sisebuto era en realidad hijo de la criada y no del ama. Que el viejo, entonces joven y en la plenitud de su arrogancia, había obligado a su mujer a hacerle pasar por hijo suyo. Ella a cambio le obligó a despedir a la criada de la que nunca más se supo. Todo eran habladurías porque ahora, al cabo de los años, nadie recordaba muy bien si había visto a la criada en algún momento con “bombo” o si el ama nunca había engordado más de la cuenta. Lo cierto era que durante el tiempo que debió de durar el embarazo, de cualquiera de las dos, ambas permanecieron fuera del pueblo, se dijo que de visita a los padres del ama, a quien había acompañado la criada porque la patrona estaba en cinta. Todo fue muy raro, porque nadie las vio llegar cuando llegaron ni se avisó a médico o comadrona y a los pocos días ya había un bebé llorón en la casa y el patrón invitó a todo el pueblo a comer y beber en la plaza, corriendo él con todos los gastos y diciéndole a todo el que quería escucharle que se sentía muy feliz de tener un heredero.

-Comprendo la situación de Sisebuto, con una madre que no le quería, con un padre que intentaba a toda costa convertir a un bastardo en un primogénito; no me sorprende que fuera tan silencioso y que en su mente anidaran tantos fantasmas.

-Muchos fantasmas debieron anidar, en efecto, señorito, porque cuando salieron a la luz arrasaron la comarca. Todos estaban convencidos de que lo de su padre no había sido un accidente, sino un despeñamiento con inquina. Incluso yo, que entonces era una adolescente bastante despegada de la vida del pueblo y siempre dando vueltas en la chola a la posibilidad de salir del pueblo como Julita y no regresar nunca, me ocurriera lo que me ocurriera, también estaba segura de que Sisebuto había intentado matar a su padre y no lo había conseguido porque aquel cacique siempre había tenido la suerte del diablo. Su hijo Sisebuto también parecía haber sido tocado por un ángel protector porque cuando todo el mundo creía que terminaría siendo linchado, se libró de una buena, en parte por la orden que su padre dio a los civiles de que le protegieran y en parte porque los mozos más guerreros andaban más ocupados en ver cómo aprovechaban el momento para hacerse con Julita que en buscar a una bestia, un oso imprevisible, como era Sisebuto, que bien hubiera podido acabar con unos cuantos antes de ser cazado. Además de ello la vida del cacique del pueblo pendía de un hilo y eso tenía a todo el mundo en vilo. Los que trabajaban a sus órdenes temían que si la viuda se hacía cargo de todo acabarían en el campo, atropando rastrojos, porque la mujer era una rácana de cuidado. La posibilidad de que Sisebuto se hiciera con las riendas era muy remota, pero no había que descartarla y entonces cualquier cosa podría suceder.

«Los que cultivaban fincas del amo no las tenían todas consigo. Si antes pensaban que cualquier futuro sería mejor que seguir en las manos curtidas e implacables del amo, ahora pensaban que tal vez su muerte les trajera algún alivio, aunque también era posible que la viuda les estrujara los hígados. ¡Capaz era! Cuando la mujer casi se vuelve loca y recorrió el pueblo gritando que daría una recompensa a quien acabara con su hijo y que convencería a su padre de que al menos le desheredara, si no había hombre en el pueblo con redaños suficientes para hacerse con aquella suma de dinero que ella ofrecía tan generosamente, comenzaron a formarse toda clase de rumores. Algunos decían que el cura del pueblo había visitado al amo en el hospital y ofrecido la extremaunción. Que le había confesado y convencido de que dejara toda su fortuna a la parroquia. Otros comentaban que arrepentido de sus muchos pecados deseaba repararlos repartiendo su fortuna entre todo el pueblo, especialmente entre los aparceros a quienes había explotado y las familias de las chicas a quienes había desgraciado su hijo Sisebuto.

«Esto les mantuvo entretenidos, al menos el tiempo suficiente para que se les enfriara la sangre y dejaran que fuera la Justicia, si es que tenía algo que decir, la que se hiciera cargo de Sisebuto. Fue una época rara, no recuerdo nada parecido en el pueblo durante décadas. Los mozos comenzaron a rondar la casa de Julita y a perseguirla. Ella abandonó el pueblo un par de semanas y cuando regresó vino con el chofer, ahora picapleitos de prestigio y con sus buenos dineros en la faltriquera. Con la disculpa de que la protegiera de los mozos, yo creo que decidió mostrarlo como su amante públicamente. No se entiende de otra forma que lo introdujera en su casa a la vista de todos y lo dejara dormir allí todas las noches. Creo que dejó de tener miedo de Sisebuto, ahora que su pellejo estaba en peligro y que no se atrevería a acercarse por la casa ni de noche. 

POEMAS DEL SALVAJE OESTE V



POEMAS DEL SALVAJE OESTE V


LA CARAVANA

Chirridos de ruedas
en una nube de polvo,
un grito seco en el silencio:
Nos espera un largo camino
Para llegar a las verdes praderas.

El guía, adormilado,
Un pañuelo en la boca,
Deja que el caballo
Elija su camino.

La tarde va cayendo
Sobre los lejanos cerros.
Nadie sabe cuándo llegarán,
Mañana, tal vez una semana.

Por la noche el fuego,
Café y un trozo de carne
Una guitarra, viejas canciones
Tal vez el guiño de una dama.

Es hermosa la llanura
A la pálida luz de la luna
Mientras suena el banjo
Y los jóvenes danzan.

La cabeza apoyada
en la silla de montar,
Soy ya un viejo canoso
Mi cuerpo es pura fibra
Y las manos como el rayo.

Me encontraron en el salón
De un viejo pueblo fantasma,
Una botella de buen whisky
Al alcance de mi mano
Ý la mirada perdida, lejos.

No ofrecí la menor resistencia
Lo hubiera hecho por unos centavos,
Adoro la llanura polvorienta
Y no temo a los indios
Más que a cualquier otro.

Todos son hombres rudos
Nacidos en cualquier camino
Curtidos por la madre miseria,
No creen en nadie ni en nada,
Solo en un sueño: El Far West.

Las Mujeres son duras,
sus rostros tensos
como el arco de un indio
aún conservan la belleza
salvaje del Gran Cañón.

Solo los jóvenes ríen
Mientras los viejos piensan.
Solo ellos danzan sin descanso
Mientras los otros miran.

Pronto acabará la diversión
Mañana nos espera un largo camino
Polvo, sudor y tal vez sangre
Hoy he visto humo en las colinas.

Amo el sabor del tabaco
Y una bella canción en la noche
Un fuego calienta mis huesos
Cerca pace mi caballo
Y para el peligro dos pistolas.
No puedo pedirle más a la vida
sólo un mañana, tal vez otro más.

LOS PEQUEÑOS HUMILLADOS XXXII


Me alegré mucho de que terminara la Semana Santa, no lo había pasado bien. Los ejercicios espirituales sobre las postrimerías me habían asustado, tanto que a veces temblaba sin saber por qué. La muerte parecía algo tan inevitable, tan fácil que ocurriera, que la posibilidad de morir en pecado mortal, sin haberme confesado antes era imposible de evitar. Cualquier cosa podía matarme, me podía atragantar con la comida y morir por no poder respirar, o podía desmayarme al escuchar la misa por la mañana, bien porque estuviera dormido o porque me diera un mareo, y al caer hacia atrás desnucarme al golpear contra el hierro que unía los bancos y los reclinatorios. Se me ocurrían mil formas de morir. Lo increíble es que todos siguiéramos vivos siendo el cuerpo algo tan frágil que una fiebre podía paralizar el mecanismo que funcionaba por dentro. No digamos de los bichitos, nadie los ve, pero si te entran por la boca o la nariz producen enfermedades raras contra las que no existen medicinas. Y si te tropezabas y te dabas con la cabeza en la pared, morías de repente. Me pregunté por qué nuestros cuerpos no eran de hierro o de acero, así sería más difícil morir. Si fuéramos superhéroes nunca moriríamos. Al final, pasara lo que pasara siempre terminabas en el infierno. No era justo. No soportaba aquellas charlas que hablaban de lo mismo. Cuando el cura no me podía ver, porque me ocultaba tras la cabeza del que estaba delante de mí, me llevaba las manos a las orejas para no escuchar nada. Y aquel silencio que no se podía romper por nada hacía que no dejaras de pensar en lo mismo, una y otra vez. Tampoco me gustaba pasar el día rezando, la misa por la mañana, el rosario, el viacrucis, las procesiones. Te daba miedo pensar en cualquier cosa normal porque durante la Semana Santa solo podías pensar en las postrimerías, en la pasión, en el pecado mortal, en el infierno… Tres días de ejercicios espirituales, luego el jueves santo, el viernes santo, el sábado santo, el domingo santo. ¿Cuándo se terminaría la Semana Santa?

Al final se terminó y volver a la normalidad fue un gran alivio, a pesar de que era el último trimestre y había que estudiar mucho si querías aprobar el curso. Por si fuera poco no dejabas de entrenar para que la tabla de gimnasia que se iba a hacer el día de la fiesta del colegio quedara perfecta. Lo único que me gustó de la Semana Santa fue la música de órgano y aquel canto tan bonito que se llamaba canto gregoriano. La tabla de gimnasia fue divertida al principio, mientras aprendíamos los movimientos, pero luego se hizo terriblemente aburrida al repetirlos una y otra vez. Yo solo pensaba en estudiar con todas mis fuerzas. Aprovechaba las horas de estudio repitiendo las lecciones en la cabeza una y otra vez. Se me ocurrió hacer esquemas porque era imposible aprenderse tantas lecciones de memoria. Eso me ayudó mucho, pero no me servía en matemáticas o en dibujo o en otras asignaturas en las que tenías que entender ciertas cosas que era inútil memorizar si no sabías cómo funcionaban. A veces, sin poder evitarlo me venía a la cabeza la idea de que suspendía y tenía que volveré a casa porque no me daban la beca. ¿Qué haría entonces? ¿Qué sería de mi vida? ¿Y cómo iba a explicar que aquel genio, como decía el maestro, era en realidad un pésimo estudiante que les había decepcionado a todos? Solo me sentía relajado cuando en los recreos jugaba al futbol, intentando mejorar todo lo que pudiera para que me eligieran para uno de los equipos de la liga. El resto del tiempo los nervios se apoderaban de mí y hasta me temblaban las manos. Me imaginaba en las vacaciones de verano, yendo a casa de los abuelos, algo que tanto me gustaba, y volver a ver a las vacas, las ovejas, las cabras, dar de comer a las gallinas y hacer tantas cosas nuevas que tanto me gustaban. Pero eso no iba a ser posible si suspendía alguna asignatura. Tendría que estudiar en verano y no me dejarían ir a casa de los abuelos.

Apreté los puños, rechiné los dientes y puse toda mi voluntad en estudiar todo lo que podía y más, pero aprobar las mates no era cuestión de apretar los puños. hincar los codos y repetir la lección una y otra vez. Había que comprenderlas y yo no comprendía nada de nada. El maestro de la escuela del pueblo sabía muy poco de matemáticas o puede que pensara que con sumar, restar, multiplicar y dividir ya teníamos bastante, no necesitaríamos más en nuestras vidas. Nuestros padres apenas sabían eso y se manejaban bastante bien. Pero allí, en el cole, no era suficiente. No entendía las raíces cuadradas, no entendía las ecuaciones. Apenas podía manejarme con la regla de tres simple y compuesta, especialmente la simple. Además. aquel profesor estirado, con cara de vinagre, me caía fatal, más porque sabía que había sido militar y a mí los militares me caían muy mal, no entendía eso de vestir de uniforme y pegar tiros por todas partes. Creo que se explicaba muy mal o yo no era capaz de entenderle. Solo un milagro conseguiría que aprobara aquella asignatura. Así que me puse a rezar todos los días para que Dios hiciera el milagro. Parte de los padrenuestros, avemarías y las misas y rosarios, eran para pedirle al Padre que me aprobara, creía que me lo merecía. Por desgracia el ensayo de las tablas de gimnasia para la fiesta del cole nos quitaba mucho tiempo de estudio. Pensé recuperarlo en los recreos. pero quería mejorar como futbolista para que me cogiera algún equipo de la liga, ahora que hacía buen tiempo y se podía jugar casi todos los recreos. Era un pecado venial el no dedicarme con todas mis fuerzas a estudiar por jugar al futbol, y así lo confesaba todos los sábados. Era un gran problema encontrar pecados que confesar todos los sábados. Algunos confesores se enfadaban de que repitiera una y otra vez que había mentido tantas veces a lo largo de la semana, especialmente si decía que había mentido a los padres prefectos o profesores. Hacer la lista de pecados antes de confesarme me resultaba cada vez más difícil, las mentiras ya no funcionaban y tenía que echar mano de los pecados veniales de hablar cuando había que guardar silencio, de no haber comido todo lo que nos habían puesto en la comida o la cena o de haber insultado a un compañero, algo que me inventaba porque no se me ocurrían más pecados. Cuando me preguntaba el confesor si había cometido algún pecado mortal no se me ocurría ninguno y así tenía que decirlo. Repasaba los diez mandamientos, pero yo no robaba, no mataba, no sabía qué era tomar el nombre de Dios en vano, no sabía qué era cometer actos impuros o consentir pensamientos o deseos impuros y no podía honrar a mis padres si estaban tan lejos. Confesarme los sábados era uno de los peores momentos de la semana, aunque algunas veces, cuando el confesor me absolvía notaba una ligereza extraña, como si me hubieran quitado un peso de encima.

La verdad es que ya estaba bastante harto de la tabla de gimnasia. Había que repetir una y otra vez y otra los mismos movimientos. Lo peor era que tenías que ir acompasado con los demás, sino el fraile que dirigía todo te echaba la bronca y había que volver a repetir. Si uno se equivocaba, aunque no fueras tú, daba lo mismo, a repetir todo el grupo. Entrenábamos por cursos, salvo los fines de semana, entonces todos los campos de futbol se llenaban con todos los cursos, hasta los mayorones de cuarto, quinto y sexto. Todos en traje de deporte, pantalón azul y camiseta roja, salvo los que debían formar el letrero final que decía “Colegio San Agustín”. Al principio todos nos equivocábamos y había risas, que cesaron cuando comenzaron los castigos, sin recreo, sin la película del sábado, sin lo que fuera. Odiaba aquella forma de castigar, no importaba quién se equivocara, todo el grupo que estaba cerca tenía que repetir o sufrir el castigo que correspondiera. Y no solo actuaban así en los castigos de la tabla de gimnasia, era una norma que seguían a rajatabla. Que alguien hablaba en las filas, cuando nos ordenaban silencio, el prefecto preguntaba quién había sido y si éste no levantaba la mano todos los que estaban cerca eran castigados. Los frailes no se cortaban nada a la hora de preguntar en público quién había sido, quién había hablado o se había tirado un pedo o lo que fuera. Entonces pedían que los que lo habían visto levantaran la mano para acusar. Como nadie lo hacía en público, invitaban a los que querían acusar al culpable, en lugar de tragarse el castigo sin haber hecho nada, que fueran a hablar con ellos a su celda. Yo nunca lo hice, prefería sufrir el castigo que acusar a nadie. Convertirse en acusica o chivato era lo peor que podías hacer, todos te señalaban con el dedo y había venganzas, nadie quería hablar contigo o ir contigo. Tampoco supe de nadie que lo hubiera hecho, pero estaba seguro de que alguno lo hacía, porque de pronto te levantaban el castigo y alguien sufría un castigo muy severo. No era solo por miedo a que me señalaran con el dedo o que nadie quisiera hablar conmigo, tenía tan pocos amigos y hablaba tan poco con los demás que no me hubiera importado demasiado, era la rabia por aquella injusticia de que castigaran a todos por uno. No podía soportarlo, era demasiado injusto. Si los prefectos o cualquier otro fraile no eran capaces de saber quién había hecho esto o aquello, que se aguantaran o investigaran por su cuenta, pero eso de buscar chivatos para solucionar sus problemas me parecía algo tan sucio y miserable que hubiera preferido estar todo el curso castigado que ir a chivarme de alguien.

El tiempo pasó rápido. Hacía buen tiempo, comenzaba el calor. En los recreos jugaba al futbol siempre y procuraba ir aprendiendo y mejorando para que se dieran cuenta y me ficharan para algún equipo. Contaba las veces que tocaba el balón, era como una señal de que cada vez lo hacía mejor. Estudiaba todo lo que podía, con ganas o sin ganas, porque quería sacar buenas notas, si era posible sobresalientes en todo, aunque en matemáticas me conformaría con aprobar. Entre los estudios, la tabla de gimnasia y los partidos de futbol en los recreos, el tiempo fue pasando y de pronto llegó la fiesta del colegio. Invitaban a los padres a que vinieran a vernos pero yo sabía que los míos no vendrían. Nos habían obligado a escribirles invitándoles a la fiesta del colegio. Me había contestado mi madre que no podían venir porque no tenían dinero. Eso era algo que nunca se me olvidaba, aunque procuraba no recordarlo. Sabía muy bien el esfuerzo que estaban haciendo para que yo pudiera estudiar. Mi papá ganaba poco trabajando en la mina. Cuando vivía con ellos sufría cuando antes de que acabara el mes ellos hablaban de que no podían comprar nada en las tiendas y habría que ir al economato de la empresa para comprar algo para comer. Fiaban hasta que papá cobraba el sueldo del mes siguiente. No podía ni imaginarme cómo estarían ahora, que yo les había obligado a gastar tanto en la ropa y todo lo demás. Prefería no pensar en ello. Por un lado. me entristecía mucho que no pudieran venir, pero por otro lado prefería que no vinieran. No solo porque me hubiera sentido un poco avergonzado, ya que ellos no sabían comportarse en público, especialmente mi padre, sino porque no quería que nada me recordara los meses que llevaba fuera de casa y lo mucho que deseaba volver y olvidarme de aquel colegio. La fiesta del colegio era el final del curso, algunos se marcharían con sus padres cuando terminara. Pero antes pasábamos los exámenes finales de curso, que duraban una semana, durante la cual teníamos al menos un par de exámenes al día. Como ya no nos daban clase aprovechábamos para estudiar. Todo el día estudiando, durante las clases, en los recreos y las horas de estudio. Me dolía la cabeza, me ponía muy nervioso, me hubiera echado a llorar si no se hubieran reído de mí. Necesitaba sacar muy buenas notas. No pensé en otra cosa. Cuando los exámenes acabaron me sentí muy triste, algunos no me habían salido muy bien y el de mates muy mal. Solo me quedaba rezar.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXVI


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXVI

-Muy bien, amigo, no nos gustaría que pasaras la línea roja y sufrieras las consecuencias, fueran las que fuesen. Además tenemos que dar por concluida nuestra conversación porque el día se está terminando y nos gustaría hacer el viaje turístico por Vantis, para que lo conozcan nuestros anfitriones, que supongo solo lo conocerán de forma virtual, aunque un paseo nocturno, con todas las luces encendidas también tiene su encanto, pero como siempre andamos escasos de tiempo. No obstante me gustaría invitarte a un programa especial sobre el futuro de los animales del planeta, lo que aprovecharíamos para saber más cosas de ti y de tus colegas, los amables robots que hacen nuestra vida tan agradable. ¿Habría algún problema, querido amigo?

-Ninguno, Arminido. Avisadme con suficiente antelación y os dedicaré un día completo. Ha sido una conversación muy agradable. Gracias por preocuparos por este humilde robot.

-Gracias a ti, Amantanimales, seguiremos en contacto. Y ahora, amados holovidentes, ha llegado el momento de regresar al hogar de nuestros anfitriones, que tan amablemente accedieron a compartir un día cualquiera de su vida cotidiana con todos nosotros. Pero antes daremos un paseo sin prisas por la ciudad de Vantis, capital de este planeta, al que llamaron Omega, a saber por qué, una ciudad que solo algunos de ustedes conocen en persona, porque virtualmente la inmensa mayoría de los habitantes planetarios se la saben al dedillo. ¿Estáis preparados, Alierina, intrépida reportera?

-Lo estamos, intrépido Arminido. Damos las gracias de corazón a Arleína, nuestra generosa anfitriona, que nos ha preparado un exquisito ágape, del que todos hemos disfrutado con delectación. También damos las gracias a nuestro querido tertuliano Artotis, que aún sigue hablando con los caeros, y esperamos que algún día, ya fuera de programación, nos invite a su maravillosa finca, para disfrutarla sin prisas y sin pausas. A mis brazos, Arleína, este sin duda será el comienzo de una buena amistad.

-A los míos, Alierina, no nos conocíamos en persona, aunque soy una seguidora de vuestros programas. Daos por invitados, solo tenéis que avisarnos con un poco de antelación. Decírselo a Artotis.

-Nos damos por invitados y buscaremos fechas en nuestras agendas. Por cierto, Arminido, no nos vendría mal un equipo de sustitución para este programa o cualquier otro que se te ocurra y nos pueda sustituir de vez en cuando, que es que no paramos. Y además me debes unas vacaciones. Ya hablaremos tú y yo.

-Hablaremos, Alierina, y si aceptas mi invitación a cenar, hablaremos largo y tendido.

-Muy bien, queridos holovidentes, emprendemos el camino de regreso. El bueno de “H” nos ha facilitado un plano muy completo de la ciudad de Vantis y alrededores, que nuestro equipo de producción irá intercalando en los momentos adecuados. Y como todos están ya en el interior del vehículo, ahora subiré yo, que les iré comentando lo más interesante de nuestra capital…Ya estoy en la cabina, al lado de Rosindra, que nos irá contando lo que vamos a ver del zoo, que recorreremos en su totalidad, antes de hacerlo con Vantis. Por cierto, Rosindra, ¿Eres tú los pocos vantianos que conocen físicamente la capital?

-Así es, Alierina, todos los días que no descanso debo sobrevolar Vantis, de punta a punta hasta llegar a mi puesto de trabajo, en el centro de visitantes. Por tu cara de sorpresa veo que te sorprende que viva tan lejos. Tiene una explicación muy sencilla. Cuando me independicé y con mis pocos créditos le pedí a “H” que me construyera una modesta casita, aún no trabajaba en el zoo. Elegí la zona sur, la menos poblada, y una parcela alejada del centro urbano. Cuando me ofrecí voluntaria para trabajar en el zoo comprendí que una casita más cercana, desde donde pudiera trasladarme en bicimóvil individual, hubiera sido más práctica. Podría haberle pedido a “H” que me trasladara la casita, puesto que mi trabajo me estaba dando abundantes créditos para hacerlo, pero ya me había acostumbrado a mi hogar, donde estaba muy a gustito, y he preferido gastarlos en el transporte.

“Para todos los holovidentes. La estupenda finca de Arleína y Artotis está situada al extremo norte del zoo, cercana al comienzo de las estribaciones de las Montañas Negras, como es natural puesto que los caeros adoran la nieve y pueden acercarse a la zona montañosa cuando comienzan las nevadas, aunque el resto del tiempo Artotis le pide a “H” que haga nevar sobre su finca, creando un microclima adecuado, del que disfrutan sus adorados caeros. Por cierto que ya me gustaría a mí ganar tantos créditos como gana Artotis, le debéis pagar muy bien su trabajo de tertuliano, aunque imagino que también tiene otras actividades que le permiten llenar sus arcas de créditos. Ahora vamos a recorrer el zoo en toda su extensión, deteniéndonos más en las zonas que aún no hemos visto. Abajo ahora estamos viendo el vallado de rayos omega que separa el zoo de la finca de Artotis, como ven ustedes, hay señales intermitentes que indican dónde está situada la valla. No para los animales, que ya la conocen muy bien, sino para los omeguianos que puedan acercarse por aquí y no utilicen el transporte público, que no serán muchos, si es que hay alguno, pero el bueno de “H” piensa en todo.

“Desde la cabina podemos ver las primeras estribaciones de las Montañas Negras. Aquí la valla tiene una peculiaridad que les llamará la atención. La valla está programada para dejar pasar a los caeros en ambas direcciones. No sabemos por qué. Tal vez “H” sienta un especial afecto por ellos, si es que una inteligencia artificial puede tener preferencias afectivas, o tal vez se trate de una cláusula del pacto a que llegó con los granjeros rebeldes hace ya mucho tiempo. Como saben los caeros forman parte esencial de la supervivencia de estos granjeros. Domestican a todos los que pueden para que les ayuden en sus faenas agrícolas y de transporte y a los salvajes los matan por su carne y pieles, nunca más de los imprescindibles para que ellos sobrevivan. Y hablando de curiosidades, tal vez no sepan que toda la valla que nos separa de las Montañas Negras tiene otra peculiaridad, deja pasar a los omeguianos que quieran traspasarla en dirección a las granjas de las montañas, no así en sentido inverso, tal vez “H” haya previsto la posibilidad de ataques de algunos de estos granjeros que deseen acabar con una civilización que no les gusta. No parece que haya muchos, aunque siempre es posible que el fanatismo pueda impulsar a alguno a ataques terroristas. De hecho. se ha tenido conocimiento de algunos extraños sucesos que nuestra inteligencia artificial ha intentado ocultarnos y que bien podrían explicarse si barajamos esta posibilidad.

“Esta zona, cercana a las montañas, está poblada por caeros del zoo que aumentan o disminuyen conforme algunos emigren en dirección a las Montañas Negras, o bien sean los caeros salvajes los que se acerquen al zoo, especialmente en los inviernos más crudos, cuando la alimentación escasea. De alguna manera estos animales saben que aquí hay siempre alimento. Son muy inteligentes. Como los koories, cuya zona está en los terrenos boscosos aledaños a las estribaciones montañosas y que hemos visto antes de venir a la finca. Pasaremos por encima del bosque, pero no nos detendremos. Lo estamos haciendo ya. Ahora sobrevolaremos una zona especial donde viven algunos depredadores especialmente peligrosos, entre ellos algunos que habitan en las Montañas Negras en estado salvaje y que son los únicos que se atreven a atacar a los caeros. La valla los deja pasar en dirección a las montañas, pero no permite su paso a otras zonas del zoo para evitar ataques a las especies aquí recogidas. El bueno de “H” los alimenta muy bien por lo que son muy raros los intentos de abandonar su zona. Tienen carne en abundancia, fabricada especialmente para ellos. Incluso ha tenido el detalle de hacer que esta carne se mueva, gracias a algún artilugio de su invención, para hacerles correr un poco y sentir que su instinto salvaje tiene algún sentido. Esta zona del zoo puede ser visitada, pero sin posibilidad de aterrizar y siempre en movimiento. Les puedo asegurar que yo misma he podido presenciar alguna de estas curiosas cacerías, en las que los depredadores corren detrás de piezas de carne, imitando a las especies a las que cazan en estado salvaje. Resulta muy curioso ver a la carne moverse, como si estuviera viva. Les aseguro que las cacerías son una imitación casi perfecta de animales corriendo, huyendo de sus depredadores. Para los holovidentes interesados les doy el dato de que en nuestro centro de visitantes podrán contemplar grabaciones de holovisión de estas cacerías, que por cierto son las más vistas.

TODOS ESTAMOS SOLOS AL CAER LA TARDE


                   

TODOS ESTAMOS SOLOS AL CAER LA TARDE

Antes de que por fin caiga la noche.

Poco después de que el día al fin nos deje.

Es solo un breve instante

En nuestra perpetua huida,

De lo que somos, fuimos y seremos.

Las zarpas de la realidad agobiante

Al fin nos dejan libres, agotados.

Cerramos los ojos o contemplamos el ocaso

Mientras recuperamos las fuerzas

Para reemprender la eterna huida.

Luego nos refugiamos en el televisor o en el sueño.

Todos estamos solos al caer la tarde,

Cuando ya la huida es imposible,

cuando no podemos engañarnos.

Es solo un breve instante en el camino,

Un suspiro de intensa melancolía,

Pero nunca la soledad fue tan dura,

Tan profunda, tan avasalladora,

Tan intensa, tan inevitable.

La realidad se hace irrecuperable,

El amor fue un sueño olvidado

Y la muerte un futuro cierto.

Todos estamos solos al caer la tarde,

Cuando el sol se oculta a nuestra mirada

Y la luz se vuelve noche impenetrable.

Quien no ha vivido ese breve instante

Nunca sabrá lo que es la auténtica soledad.

LIBANDO VERSOS


Libando versos es un festival poético que se celebra todos los años en El Villar, un pueblecito de la Rioja en el mes de septiembre. El título viene, según me cuentan, de unas colmenas cercanas. A los fundadores o fundadoras se les ocurrió que la metáfora de las abejas libando flores para luego hacer rica miel era perfecta para describir al poeta y su poesía. Este año estuvo pasado por agua, pero aún así se libaron muchos versos, hubo música y canciones y se homenajeó, como todos los años, a un poeta, este año Federico García Lorca. Agradezco de nuevo la invitación. Para la ocasión leí dos poemas, uno recién encontrado entre los manuscritos de mi novela Todos estamos solos al caer la tarde. Fue escrito para esa novela y cuando llegué al capítulo donde debía aparecer, resultó que no lo encontraba por ninguna parte. Por fin este verano decidí buscarlo y encontrarlo a toda costa. Tras una busca exhaustiva entre todos los manuscritos apareció, lo que supuso un gran alivio. El segundo poema es el del pistolero, del poemario Poemas del salvaje Oeste. Grabé mi intervención en mi móvil y aquí la subo, me disculparán si la grabación tiene algún que otro ruidito molesto.

ENLACE PARA ESCUCHAR Y DESCARGAR LA GRABACIÓN DE AUDIO

https://drive.google.com/file/d/1glZdzFsI2MctCnJfh_P333narR6d0tL9/view?usp=sharing

UN ESCRITOR FRUSTRADO XXIV


 -Yo nunca llegué a conocer a la modistilla, señorito, y le juro por mis muertos que me hubiera gustado. Luego que ocurriera todo vinieron muchos periodistas, especialmente unos del “Caso” que intentaron hablar con todo el mundo. La modistilla debió asustarse porque se marchó de la ciudad y si alguno supo de su paradero, no lo dijo… al menos hasta que las cosas se fueron calmando un poco. Al cabo de los años, cuando yo me había casado ya con Pacorro y sufrido sus primeros cuernos, empezaba a dedicarme a que las mozas y mujeres de la comarca sacaran algo para ellas de todo aquel trasiego de cuernos y de bragas y calzones bajados, fue entonces cuando comencé a escuchar rumores sobre el paradero de la modistilla. Al parecer tuvo mala suerte, yo creo que pagó su culpa, poca o mucha, y terminó peor de lo que debieron de haber terminado otros, que tuvieron mucha más culpa. Según me contaron se fue a Madrid, donde intentó salir a flote con su negocio de costura, que aquí malvendió como pudo. No tuvo mucha clientela y sí algún que otro donjuán calavera que con falsas promesas de matrimonio (algo a lo que ella era más receptiva de lo que aparentaba) se la llevó al catre y luego… si te he visto no me acuerdo… Me comió este gallo feo como si fuera un fideo y todo para llevarme a la boda del tío Quirico…

-¿Qué es eso, Horti, no te entiendo? Y lo que tú hiciste, imagino que para vengarte de tu Pacorro, se llama celestineo. Tú eres una Celestina, querida Horti, y no me parece mal. En la tradición española es una figura clave y que tuvo mucha importancia en nuestra historia. Me gustaría que algún día me contaras todos tus celestineos, tal vez me sirvan para escribir alguna novela. Pero ahora estoy más interesado en la historia. Sigue… sigue…

    – Lo del gallo Quirico es un cuento para niños que venía en un disco de Fundador, el coñac, ya sabe, señorito. Y no sé señorito si a lo que yo hice se le puede llamar celestineo y si yo soy o no una celestina. Lo que me importaba, como usted dice, era vengarme del cabrón de mi Pacorro. Y bien que lo hice. Y si no recuerde cómo le pegué la “polla” con pegamento. Jaja. Me estuve riendo un mes. También me hubiera gustado vengarme de manera más satisfactoria para mí, poniéndole los cuernos con algún mozo del pueblo, de muy buen ver, y con algún que otro visitante, que estaba de pan y moja, algo así como usted, señorito. Pero yo era entonces una beatona, una cándida palomita, y no me atreví. “Pué” que tenga razón usted y que me hiciera celestina para vengarme del Pacorro, ya que no era capaz de ponerle los cuernos. Pero lo cierto fue que las mujeres de la comarca necesitaban de mi ayuda, porque todos los cabrones se aprovechaban de ellas. Así ellas sacaban algo en limpio y yo también, señorito, que tampoco está mal sacar tajada cuando regalas una res entera.

   -Cierto, Hortensia, dulzura, pero más tajada hubieras sacado si le hubieras puesto los cuernos a tu Pacorro. Y en cuanto a las mujeres de la comarca no digo que no sufrieran las consecuencias del machismo imperante, pero ellas también sacaron lo suyo, un buen rabo entre las piernas es algo digno de tenerse en cuenta. Que mucho hablar de lo que sacamos los hombres –el juego de la almejita está muy rico- pero las mujeres también sacáis algo, aunque no todos los plátanos son de Canarias. Y en cuanto a ti, aún estás a tiempo, Hortensia de mi vida.

  -¿Quiere decir que aún se la empinaría a un buen mozo? Favor que me hace, señorito, aunque usted es un buen mozo y no veo que se la empine, ni mucho ni poco.

  Córcoles se vio pillado y cambió rápidamente de tema.

   -¿Qué fue de la modistilla, Horti?

 -Pues qué iba a ser, señorito. Acabó mal. Su primer amante fue su primer desengaño y el segundo acabó de rematarla. Se dijo que si no conseguía casarse al menos sacaría placer y se puso a buscar amantes que la gustaran y la  dieran placer. No le duraban mucho, porque enseguida se hartaba de ellos y buscaba goces nuevos. Cuando se vio apurada de dinero se dijo que por qué no cobrar por el placer que daba y le daban y comenzó a pedir dinero a sus amantes. Con el tiempo acabó de puta por libre y con aún más de tiempo terminó de puta arrastrada, cuando sus encantos fueron disminuyendo con la edad.

  -Ya veo que terminó muy mal, Horti, pero qué fue lo hizo tan mal para que creas que en semejante destino tuvo algo de culpa.

  -Pues verá, señorito, no puedo saber si el que ella se fuera de la lengua fue la causa primera y única de que se produjera la tragedia. En realidad no lo creo. Luego nos enteramos de que Sisebuto le ponía la mano encima a Julita. No paraba de apretarle las tuercas para que le contara con cuántos hombres se había acostado, sus nombres y características y cómo lo había pasado y si él era el mejor semental que había tenido. Los hombres sois así, señorito, no os conformáis con el jugo de la almejita, como bien dijo usted, también queréis que la almejita sea solo vuestra y de nadie más, sin hacer lo mismo con el plátano, que lo entregáis a cualquiera y en cualquier momento, y por si fuera poco os produce morbo y os pone cachondos que vuestra amante os cuente sus aventuras, eso sí, como si fueran de otra, porque aún seguís, metido entre ceja y ceja esa mierda de que la mujer vuestra debe ser virgen hasta que la desfloráis y luego solo vuestra y en cambio vuestras amantes deben ser putas redomadas, satisfaceros y contaros buenas historias que os produzcan morbo y os ponga cachondos cuando lo necesitéis.  Sisebuto, el muy bruto, quería también eso, solo que en una misma persona. Le hubiera gustado que Julita hubiera sido virgen hasta que él la desfloró y luego le hubiera guardado luto y al mismo tiempo, ya que había sido puta, que al menos le contara sus aventuras. Eso no podía acabar bien de ninguna de las maneras.

  “La primera vez que Sisebuto perdió el control debió de darle un buen golpe. La lanzó contra el escaño y la pobre Julita tuvo que guardar cama durante un tiempo. Entonces debió dejarle y marcharse otra vez a Madrid. Eso la hubiera salvado. Pero no lo hizo. Los hombres pensáis en estos casos que las mujeres no se van porque tienen un buen rabo entre las piernas. No digo que en algunos casos no sea así, pero en la mayoría no es cierto. Que hay pocos rabos buenos y mucho nabito fofo y blandengue. Las mujeres acabamos queriendo de corazón a quien nos da un poco de cariño, aunque sea nabo y no rabo lo que comamos una vez a la semana. Y hasta con el tiempo podemos enamorarnos y amar. No como los hombres, que solo se enamoran la primera vez, hasta que prueban el jugo de la almejita, y luego siguen a lo suyo, que es lo de siempre, un buen plato de almejas a la marinera o al vapor, de vez en cuando, no hace daño a nadie. Pues sí que se lo hizo a la pobre Julita, porque cometió el error de perdonarle cuando él se arrastró a sus pies, al olor de la almejita que se le negaba y le pidió perdón una y mil veces. Eso sí la cuidó noche y día, le hizo calditos y le dio muchos mimos y cuando estuvo buena debió de suplicarle, con carita de ángel, que le entregara su cuerpo desnudo. Y Julita lo hizo, la muy desgraciada.

  “Y eso fue su error. Porque las cosas volvieron al mismo cauce al cabo de un tiempo. Los mozos del pueblo, enterados de los rumores difundidos por la modistilla, volvieron a rondar el caserón cuando Sisebuto no estaba. Y vinieron otros de pueblos lejanos de la comarca. Todos ansiosos de probar el jugo de la almejita de Julita y pensando que en realidad ella era una putilla a la que podrían cazar en un descuido de Sisebuto. Éste tuvo sus más y sus menos, apaleó a algunos cazadores solitarios y disparó y no cartuchos de sal, contra los que venían en pandilla. Alguno debió sufrir un buen cartuchazo, y no de sal precisamente, en alguna parte del cuerpo. Pero nadie dijo nada.  Comenzaron a aparecer reses muertas en la montaña, todas, curiosamente, de Sisebuto y Julita y no de otros. Decían que los lobos andaban hambrientos, pero solo atacaban a los rebaños de los amantes de Teruel, tonta ella, tonto él. También sufrieron las tierras, las cosechas, y hasta la casa fue atacada a tomatazas y huevazos, untaron las paredes con excrementos e hicieron pintadas tan obscenas  que hasta yo, si hubiera sido Julita, habría salido con la escopeta a cazar cabrones e hijos de p…

 “No crea, señorito, que con eso Sisebuto dejó de incordiar a Julita, que siguió en sus trece, erre-que-erre,  y tan convencido de que los hombres eran diferentes en ese aspecto, y podían derribar mujeres y violar mozas como si tal cosa, mientras las mujeres deberían guardar su almejita bajo un cinturón de castidad. Julita acabó hartándose, le llamó cafre y le echó del lecho. Sisebuto acabó durmiendo en el monte, en una cabaña de pastores, donde fue sorprendido, porque era propiedad de todo el pueblo y todo el mundo podía pernoctar allí si era preciso. Sisebuto los echó con cajas destempladas.   “Fue entonces cuando Julita comenzó a viajar, y mucho, a Madrid, a nuestra ciudad, a otras partes. Luego, o tal vez había sido antes, no recuerdo, ni tiene demasiada importancia, se habló de que su chofer, ya hecho todo un abogadito de postín, habían dejado los Madriles y trasladándose aquí, donde había montado un buen despacho, que tenía mucha y buena clientela. Se dijo que Julita había viajado a Madrid para acostarse con él, cuando parece que en realidad lo hizo para vender sus acciones en la compañía teatral y algunas propiedades, puesto que necesitaba hacer frente a las pérdidas ocasionadas por los mozos en sus ganados y cosechas. Luego que viajaba a la capital para acostarse con su chofer, cuando en realidad iba de compras y a ver a la modistilla. Pero debió de acabar haciéndolo, porque o bien cometió el error de decírselo a su modista o bien ésta pasó de difundir cotilleros a inventarlos. Y así llegó el rumor a Sisebuto. El de que su hembra se acostaba con el chofer. Debió de ser por entonces cuando comenzó a vigilarla, puesto que se le vio en la capital. Se dijo que también la siguió en sus viajes a Madrid y que rondaba su propia casa muchas noches, esperando pillarla “infraganti” con su amante, el chofer. No debió de conseguirlo, porque la historia siguió durante un tiempo

LA ÓPERA DEL LOCO II


LA ÓPERA DEL LOCO II

ACTO I ESCENA I

En la mansión de los duques del Qué dirán, en el planeta Que digan mientras no hagan, en la galaxia Epsilón, buen tropezón.

PERSONAJES

-Los duques de Qué Dirán.

-Su hija Plurabella de Lamermour.

-La condesita Vilenta.

-Lord Mentero, ministro de finanzas.

-Corte duquesal, compuesta de gorrones bien vestidos.

-El bufón del universo.

-El mayordomo ducal.

Música Viderun Omnes de Perotinus Magnus, a tres, cuatro, cinco voces y todas las que sean precisas.

MAYORDOMO DUCAL, TARTAMUDEANDO LIGERAMENTE.

Voy, voy a presentarles a…,

 al más famoso bufón del universo.

Voy, voy a presentarles

La más novedosa atracción

De feria de esta galaxia.

Un regalo, un regalo

Maravilloso de los duques

Del Qué dirán.

¡Oh, oh, oh, oh y ah!

No, no nos merecemos este don.

No, no, pero la altísima generosidad

De nuestros ducales gobernantes,

Nos permitirá disfrutar

De esta atracción, ón, ón, ón y ón.

Aquí les presento al bufón.

TODOS

Ón, ón, ón y ón, el bufón.

Que el mayordomo suba al escenario,

Que salga el bufón.

On, ón, ón y ón, que salga el bufón.

ACOTACIÓN

Sale al lujoso y muy iluminado escenario el bufón, vestido con ropas elegantes de bufón. Es gordito, es bajito, es barrigón.

TODOS

Ón, ón, ón y ón, es barrigón.

ACOTACIÓN

Hace una profunda reverencia hasta donde le permite su barriga. Luego se queda quieto, mirando a la concurrencia.

TODOS

Ón, ón, ón y ón, ¿Qué hace el bufón?

ACOTACIÓN

El bufón mira a la concurrencia y saluda a los duques, luego se detiene mirando con la boca abierta a su hija, la duquesita Plurabella de Lamermour, bonita, hermosa, parece una rosa. La duquesita mira al bufón con ojos arrobados y lagrimeantes. ¿Qué ve en este ridículo bufón este angelito de Dios?

TODOS

Ón, ón, ón y ón. ¿Qué ve ella en el bufón?

Ella, ella, ella y ella. Que bese la bella al bufón.

ACOTACIÓN

El bufón se retuerce, sufre de nauseas, comienza a vomitar, y de pronto de su enorme boca abierta sale una repugnante sustancia ectoplasmática que se va moldeando, adquiere brillo, conforma las formas de la bella, mientras el bufón se retuerce más y más, sin dejar de mirar a Plurabella de Lamermour.

TODOS

Ón, on, ón y ón. ¿Qué hace el bufón?

POEMAS DEL SALVAJE OESTE V


POEMAS DEL SALVAJE OESTE V


LA CARAVANA

Chirridos de ruedas
en una nube de polvo,
un grito seco en el silencio:
Nos espera un largo camino
Para llegar a las verdes praderas.

El guía, adormilado,
Un pañuelo en la boca,
Deja que el caballo
Elija su camino.

La tarde va cayendo
Sobre los lejanos cerros.
Nadie sabe cuándo llegarán,
Mañana, tal vez una semana.

Por la noche el fuego,
Café y un trozo de carne
Una guitarra, viejas canciones
Tal vez el guiño de una dama.

Es hermosa la llanura
A la pálida luz de la luna
Mientras suena el banjo
Y los jóvenes danzan.

La cabeza apoyada
en la silla de montar,
Soy ya un viejo canoso
Mi cuerpo es pura fibra
Y las manos como el rayo.

Me encontraron en el salón
De un viejo pueblo fantasma,
Una botella de buen whisky
Al alcance de mi mano
Ý la mirada perdida, lejos.

No ofrecí la menor resistencia
Lo hubiera hecho por unos centavos,
Adoro la llanura polvorienta
Y no temo a los indios
Más que a cualquier otro.

Todos son hombres rudos
Nacidos en cualquier camino
Curtidos por la madre miseria,
No creen en nadie ni en nada,
Solo en un sueño: El Far West.

Las Mujeres son duras,
sus rostros tensos
como el arco de un indio
aún conservan la belleza
salvaje del Gran Cañón.

Solo los jóvenes ríen
Mientras los viejos piensan.
Solo ellos danzan sin descanso
Mientras los otros miran.

Pronto acabará la diversión
Mañana nos espera un largo camino
Polvo, sudor y tal vez sangre
Hoy he visto humo en las colinas.

Amo el sabor del tabaco
Y una bella canción en la noche
Un fuego calienta mis huesos
Cerca pace mi caballo
Y para el peligro dos pistolas.
No puedo pedirle más a la vida
sólo un mañana, tal vez otro más.

TODOS ESTAMOS SOLOS AL CAER LA TARDE XX


LIBRO II

Deseaba irme a casa, descansar y dormir a pierna suelta. No debería estar tan cansado, al fin y al cabo llevaba una buena temporada sin hacer prácticamente nada, tranquilo, durmiendo bien, descansando mucho, comiendo más de la cuenta y viendo las puestas de sol desde el porche. Pero me sentía completamente agotado, la visión de aquella pobre chica empalada había hundido mi ánimo, destrozado mi cuerpo y alterado mi mente. Necesitaba estar descansado y lúcido por la mañana, las primeras decisiones en una investigación son cruciales, pero mucho me temía que Helen me pidiera que pasara la noche con ella, no era una buena noche para estar solo, además ninguna mujer en el condado estaría tranquila después de aquello. No creía en la posibilidad de otro asesinato tan pronto, pero cuando anda suelto un demonio, nunca se sabe. Yo tampoco debería estar solo, en casa estaría tranquilo, pero seguro que me daba por repasar mis novelas sobre Los demonios del desierto rojo. Un miedo inexplicable se estaba apoderando de mí, como si aquellos monstruos, fruto de mi imaginación estuvieran materializándose en el desierto, al menos uno de ellos.

Permanecimos un buen rato en silencio, mirando hacia delante, escrutando la noche, como si algo o alguien nos estuviera acechando. Luego Helen volvió la cabeza hacia mí y susurró algo que no pude entender. Le pedí que lo repitiera.

-¿Puedes hacerme un favor?

-Claro.

-Me considero una mujer fuerte, pero esta noche no podría dormir sola. ¿Te importa pasar la noche en mi casa?

-Por supuesto, cuenta con ello.

No hablamos más. Nuestra relación estaba en una etapa baja, llevábamos un tiempo sin vernos. Era una relación de ida y vuelta, de quita y pon, a veces nos necesitábamos, a veces nos molestaba nuestra presencia, a veces necesitábamos una gran dosis de cariño y permanecíamos unidos una buena temporada. A veces Helen pasaba una etapa rara, que solo fui entendiendo con el tiempo y que tenía mucho que ver con su infernal relación con su ex marido. Entonces parecía buscar a nuevos machos que rondaran por el condado para sumergirse en un océano de sexo y de olvido.

Había conseguido escapar de su marido, imponente cirujano y director de un hospital en Chicago, tras una relación tormentosa, atormentada y casi demoniaca. Aquel me parecía, por lo que ella me había contado, un psicópata peligroso que se había dedicado a cortar carne, como un carnicero –con delicadeza suficiente para que le llamaran cirujano- pero eso no fue suficiente para sus bajos instintos, todo el sadismo del maltrato psicológico tampoco sería suficiente, pensaba yo, y cualquier día atravesaría la línea roja, sino la había atravesado ya, para transformarse en una bestia, en un asesino en serie.

A Helen le costaba hablar de ello, aún así, en ciertos momentos especialmente íntimos y confidenciales de nuestra relación yo le había preguntado y ella había respondido a mis preguntas. Su huída, perseguida por los sabuesos que le había mandado su marido, mitad detectives, mitad matones, había estado a punto de acabar con su poca resistencia. Pensó mucho en el suicidio y cuando logró darles el esquinazo y encontró este lugar perdido en el mundo sólo pensó en descansar, en descansar a cualquier precio, por algún tiempo, por el tiempo que le fuera posible, rezando porque no la encontraran, luego ya vería.

Lo que vio, como me ocurrió a mí, es que aquí nadie espiaba vidas ajenas ni sentía una especial curiosidad por saber del pasado de los otros, y sobre todo nadie parecía conocer el lugar, como si no estuviera en el mapa. Alguna que otra excursión de turistas, contratada en Alburquerque, por vaya usted a saber quién, aparecía por allí cualquier día inesperado, pero se limitaba a visitar la reserva navaja, a sacar fotos del desierto desde sus lindes y tras comer una buena comida mexicana en la tiendecita y taberna donde yo había conocido a Alfredo, se marchaban, no diría con viento fresco, porque aquí rara vez el viento es fresco, pero sí como los demonios de mi desierto rojo los persiguieran.

Teniendo en cuenta que ella era la única doctora del condado no fue sorprendente que nos acabáramos conociendo. Su llegada coincidió con la jubilación del viejo doctor del pueblo y ella ocupó su lugar. Tal vez  le convenciera o él ya estuviera convencido y esperara el momento oportuno. Nunca se lo pregunté a Helen. No suelo hacer mucho caso de las enfermedades, son una buena forma de morir y no tienes que esforzarte mucho, solo dejar a las bacterias, virus, o lo que sea, que hagan su trabajo. Conmigo lo hicieron bien, hasta el punto que dejé de tomar mis viejos remedios, infusiones cargadas de alcohol, y una noche, con la fiebre tan alta que apenas veía, salí de casa como pude, conduje como Dios me dio a entender y al cabo de un tiempo, indeterminado, llegué a la casa-consultorio de Helen. La conocía porque como sheriff del condado, novato en el cargo, intentaba llevar con meticulosidad los aspectos burocráticos de mi trabajo. Eso me obligaba a conocer y entrevistar a los nuevos residentes, pero lo iba dejando de un día para otro.

Con gran dificultad pude llegar hasta su puerta y tocar el timbre. Me mantuve en pie como un valiente hasta que ella abrió la puerta, articulé alguna palabra que ni yo mismo entendí y caí redondo al suelo. Desperté en una bañera, desnudo, el agua templada. Una mujer frotaba mi frente con un trapo húmedo, con suavidad.

-No se asuste, tiene la fiebre muy alta y esto le hará bien. He tenido que inyectarle un antipirético. Esperemos que esta noche podamos rebajarla un poco, luego dejaremos que el cuerpo haga su trabajo.

-¿Cómo me ha traído hasta aquí?

-Con dificultad, no es precisamente un niño.

Había recuperado un poco mi vista, aunque seguía desenfocada. Eso no me impidió apreciar su belleza y pensar morbosamente en que ella también había tenido tiempo de apreciar la mía. Me felicité de mi sentido del humor. Buena señal, eso significaba que estaba mejor. Pero no me duró mucho. En realidad me sentía muy mal como pude apreciar cuando ella me preguntó si podría salir por mis propios pies del baño y caminar hasta una habitación de huéspedes en la planta baja. Asentí con la cabeza, pero ella tuvo que ayudarme mucho para levantarme y arrastrar mi cuerpo, apoyado en ella, hasta el lecho del dormitorio para huéspedes. Allí me dejé caer a plomo y me abandoné a sus manos, que volviera a disfrutar de mi hermoso cuerpo, puesto que yo ni siquiera podía pensar en el suyo. Debí desmayarme otra vez, porque cuando recobré la consciencia ya estaba dentro de la cama, con un gran peso sobre mí.

-Le he puesto unas cuantas mantas, necesita sudar. Le traeré zumo, tiene que hidratarse.

Regresó con una jarra de zumo y me hizo beber un vaso. Pronto me fui amodorrando y así permanecí durante varios días, entre la modorra y el sueño. A veces la notaba cerca, a veces creía escuchar voces en la casa, tal vez trabajaba en su consulta. Las pesadillas sobre el drama de mi pasado, que solo yo conocía, se sucedían, cada vez eran peores, debí gritar en sueños, hablar en sueños.

De esta forma tan poco convencional comenzó nuestra relación. Al fin la fiebre fue bajando, me sentía muy débil y ella me daba caldos y comidas ligeras. Quise levantarme e irme, para no molestar, pero en cuanto lo intenté me caí al suelo, ella se rió bastante. Comenzamos a hablar.

-¿Cómo es posible que no se le ocurriera llamarme para que fuera a su casa? En el estado en el que estaba podía haber tenido un accidente, incluso grave.

-No tengo teléfono, ni móvil, odio esta forma de comunicación. No me pregunté por qué.

Yo lo sabía muy bien, pero no podía decírselo. Helen asumió que no quería hablar de los secretos de mi vida y ella tampoco lo hizo cuando yo quise conocerlos.

-¿Y cómo le localizan? Porque usted es el sheriff. ¿Me equivoco?

-No se equivoca. Tengo una radio en casa. No pueden localizarme de otra manera. Fue una de las condiciones que puse al alcalde cuando me ofreció el cargo.

-Vale.

Cuando estuve recuperado me llevó a casa conduciendo mi propio coche y no pude oponerme. Le ofrecí un café en el porche y le pregunté por sus emolumentos. No quiso cobrarme. A cambio me pidió que la invitara a cenar, cualquier noche que nos viniera bien a los dos. Así comenzó nuestra relación íntima.

Y ahora estábamos otra vez frente a su casa, una casa que yo conocía muy bien. Fue entonces cuando se me ocurrió.

-Tienes que instalar una alarma. Hasta que pillemos a esa bestia ninguna mujer estará a salvo. Intentaré convencer a todas las mujeres que vivan solas, pero tú serás la primera.

-No te voy a decir que no, cualquiera que viera a esa pobre chica se construiría un búnker antinuclear, pero los gastos corren de mi cuenta.

-Me parece que no. Es lo menos que puedo hacer por ti, después de haberme cuidado como me cuidaste cuando nos conocimos.

Helen sonrió y me invitó a entrar. Antes ambos miramos a nuestro alrededor, como si temiéramos que el asesino estuviera escondido en las sombras. Ya en el interior me ofreció una copa que yo rechacé.

-Mañana tengo que estar despejado. Les he citado a primera hora. Es mi primer homicidio y me siento perdido, espero que a alguien se le ocurra una buena estrategia. Pero no me olvidaré de ti, mandaré que pasen a verte mientras practicas la autopsia, les das las llaves y ellos instalarán la alarma. Luego yo la supervisaré cuando tengo tiempo.

-¿Por qué no pides ayuda al FBI?

-No tienen personal y están muy ocupados. Además hasta que se demuestre que se trata de un asesino en serie, creo que no tienen competencia. Y tampoco me hace maldita la gracia pedir ayuda desde el primer momento, sin haber intentado algo, cualquier cosa.

Ella sí se bebió una copa mientras yo recorría la casa, cerciorándome de que ventanas y puertas estaban bien cerradas. Tomé nota de lo que era necesario reforzar. Mandaría también carpinteros, cerrajeros, lo que hiciera falta. Nunca me perdonaría que a Helen le pasara algo así. Pensé en que el terror se acabaría contagiando por todo el condado, como una epidemia. Pero no quería pensar en eso ni en nada relacionado con el caso, necesitaba dormir bien y no quedaban ya muchas horas. Sin decirnos nada cada cual se fue a su cuarto después de habernos rozado los labios.

EL BUSCADOR DEL DESTINO VIII


EL BUSCADOR DEL DESTINO VIII

Me echo la siesta con ganas. Despierto a las cinco. Me doy una ducha y al refrescarme la mente se ilumina. Tengo que bajar a comprar en la ferretería antes de que llegue la ola de calor y ponerme a arreglar la valla, luego no habrá quien se mueva. Decido bajar ahora, mañana me costará más. Así compraré también lo que se me haya olvidado, sea lo que sea. No sé por qué tengo prisa, estoy de vacaciones. Las prisas siempre son malas, como en este caso que tomo la carretera más corta, sin recordar que el puente está cortado. Llego hasta el puente, doy la vuelta y esta vez sí tomo el camino más largo. Soy un idiota, digo en voz alta todo el camino, sin acordarme de poner música. Llego al pueblo grande, busco una ferretería, la encuentro no sin antes dar vueltas y vueltas hasta que me decido a preguntar. Soy muy tímido, eso me ha causado muchos problemas en casos como estos, y me los seguirá causando, la timidez no desaparece así como así. Entro en la ferretería, grande, parece que hay de todo, mejor. Me pongo a buscar y entonces aparece un señor delgado, con gafas, de unos cincuenta años, con cara de mala leche, cortada y fermentada. Me echa la bronca por no esperar y dejar que me atendieran. Podría haber dicho que no lo sabía, que los dependientes no van con mandil, parecen clientes, que no hay letreros anunciando que esperemos a ser atendidos, que con empleados como él la ferretería no tardará en irse a pique, etc etc. Como tengo prisa y estoy de vacaciones me callo como un muerto. Me pregunta qué es lo que quiero y entonces sí hablo, para empezar una caja de herramientas con todos los aditamentos. Me lleva por un pasillo hasta unas estanterías donde veo cajas de herramientas y otros adminículos. Comienza a cantarme las loas de todas las cajas, desde las más caras a las más baratas. Ni miro, ni me lo pienso, escojo una de tamaño aceptable donde quepan las herramientas que necesito y no sea muy pesada de llevar, si luego tengo que contratar una grúa habré cometido el mayor error de mi vida. Quiero ésta, con voz átona, a pesar de mi cabrero. Me la lleva, muy amable hasta la caja. ¿Desea algo más el señor? Sí, éste señor desea partirte los morros, pero no tengo tiempo ni ganas. Este señor quiere un juego de destornilladores, tornillos de todos los tamaños y grosores, alicates, una llave inglesa no muy grande y esto y lo otro y lo demás allá. Decide volver a llevar la caja de herramientas vacía y llenarla con todo lo que le pido, así no tendrá que estar haciendo viajes todo el tiempo. Al llegar deja la caja en su sitio y me enseña otra, parecida, pero que lleva ya de fábrica casi todo lo que le he pedido, desde el juego de destornilladores, la llave inglesa, hasta incluso un cúter. ¡Podía haberlo dicho antes! Claro que la culpa es mía, por no dejar que lo hiciera. Ahora solo queda rellenar la caja con lo que necesito y no viene ya de fábrica, por ejemplo los tornillos de todas clases y tamaños, y unas puntas variadas y… El empleado ahora no me lleva la caja muy amable, deja que sea yo quien la lleve o que la deje allí, a él le da igual, a mí no, así que la cojo y le sigo. Estantería de los tornillos. Como no he medido el grosor de la madera, ni sé qué dura puede ser, ni sé nada, decido comprar una caja de cada. Ni miro el precio, lo que deseo es terminar cuanto antes. Y así continúo tras el empleado que me lleva de acá para allá. Creo haber terminado y coloco todo en el mostrador de la caja. No, ahora me acuerdo que voy a necesitar unas tijeras de cocina y…seré idiota, me digo, ni siquiera he mirado los cajones en la casa, no sé ni lo que hay ni lo que no hay. ¿Y si comprara un juego de cubiertos y algún plato? Tate, te has olvidado que en el maletero del coche tienes una fiambrera con platos y cubiertos y lo imprescindible para comer en el campo. Recuerda que lo compraste cuando fuiste de excursión a… El empleado me mira con mala cara, yo no le miro, me lleva a la otra punta del local, donde está el menaje de cocina y allí me da a elegir entre varias tijeras. Miro las más sólidas porque me conozco, no me importa que sean más caras. Una  cubitera por si el frigorífico no tiene o son una mierda y una jarra de cerveza y… Me había olvidado de comprar un barril de cerveza en el super, ahora que viene la ola de calor. El empleado atiende a una señora sin despedirse ni decirme lo guapo que soy. No me importa. La cajera es más amable, pero tarda la intemerata en pasar todo por el escáner. Dice una cantidad final t en otras circunstancias me hubiera caído de culo, ahora no porque estoy de vacaciones y me importa todo un pito y porque estoy de vacaciones y porque… a la mierda con todo De vacaciones y con una ola de calor. Compraré bebida por un tubo y tal vez debiera de comprar un congelador, además del que tiene el frigorífico… Bueno, tal vez lo haga, pero hoy no, quiero llegar a casa ya, cuanto antes.

Y llego, no sin antes estar a punto de cometer el mismo error. Por suerte justo en la rotonda donde debo tomar uno u otro camino, recuerdo y tomo el otro, el bueno. Al llegar saco la caja de herramientas del maletero y la dejo en el caminito del jardín, así mañana no tendré que hacer más esfuerzos pujando por ella. Vuelvo a por el barril de cerveza y la bolsa donde están la jarra de cerveza, las tijeras y otras cosillas. Meto la jarra en el congelador del frigorífico y compruebo que sí hay cubiteras para el hielo, aunque malas y una rota. Saco la que compré, la relleno de agua y al congelador. Me gustaría premiarme con una buena jarra de cerveza bien fría, pero no tengo hielo, las cubiteras de la casa están sin agua. Me acuerdo y compruebo en el cajón de la cocina si hay cubiertos, los hay. Miro en el armarito colgado de la pared y veo platos y alguna cazuela. Bueno, parece que estoy surtido… de momento. Los que no están surtidos son los gatos, me he olvidado de su comidita. Tendré que establecer un protocolo, dos comidas al día, mañana y tarde.

Lleno el comedero, lleno el bebedero. Coloco un comedero y otro bebedero en el jardín para Silvestrina, que no tardará en aparecer, como así es, permanece alejada, guardando la distancia de seguridad, aún no hay confianza. Por fin me doy una ducha. Me relajo. Me fumo un pitillo. Me asomo al balcón y contemplo el jardín, la tarea que me espera mañana. Rezo porque la madera no sea tan dura como parece.  Ya va siendo hora de cenar. Bajo las escaleras, miro a ver qué me preparo. Dejaré las ensaladas para la ola de calor. Puedo freír unas rabas, unas croquetas, unas empanadillas y un par de huevos con tomate y tal vez un par de salchichas. Esto me va a engordar mucho, pero un día es un día y hoy necesito hacer algo rápido, no estoy para cocinar como un chef. Busco una sartén, echo aceite de girasol y me dispongo a encender el fuego en la vitrocerámica. No lo consigo. Es vieja, me recuerda la que tenía en el piso de alquiler cuando era joven. Pruebo con los dedos de todas las maneras, cuento los segundos, miro y remiro. Estoy a punto de llamar al dueño para que me indique, decido no hacerlo porque no quiero molestar a nadie, estas vacaciones las voy a pasar solo, pese a quien pese. Me paso un cuarto de hora poniendo los dedos en todas las posturas posibles sobre los puntos y dibujos de la “vitro”. Al final se enciende, ¡eureka! Había que hacerlo con dos dedos a la vez, uniendo el punto central con el situado abajo a la derecha. Bien, ya está encendida, pero no consigo subir la temperatura. Se bloquea, sale la “L”, apago, vuelvo a encender, toco con calma y la dejo respirar, parece que es lenta de narices. Al final consigo llegar al nueve, el círculo pasa al rojo, el aceite comienza a calentarse. Espero a que el aceite burbujee y lanzo las rabas como en una bolera. Me salpica el aceite, me quemo, lanzo una interjección redoblada y miro a ver si encuentro un mandil. No lo encuentro, la próxima vez que baje tendré que comprar uno, mejor de plástico. He salpicado el niqui. Mira que soy tonto. Debí haberme vestido con las peores ropas. Punto uno del protocolo, para estar en casa, las peores ropas. Bueno, con mucho cuidado consigo freírlo todo, lo baño de tomate, lo emplato y lo llevo a la mesa. Necesito una servilleta para no poner el niqui peor que lo que está. Encuentro una en un cajón remoto. Me siento y me relamo. Recuerdo que suelo escuchar los informativos de la radio mientras como, para que me hagan compañía. Vuelvo a subir las escaleras. Se me ocurre que voy a tener que hacer una lista mental cada vez que voy a subir o bajar las escaleras, según lo que tenga que subir o bajar, de otra manera subiré o bajaré tantas veces que sería una buena preparación para las olimpiadas. Encuentro el móvil, antes de volver a bajar pienso en la lista. ¿Tengo algo más que bajar? No, que yo sepa. Ahora sí, cojo una raba y me la llevo a la boca. ¡Ospi! Cómo quema. Pues claro, idiota, están recién hechas. A ver la empanadilla. Me quemo los dedos. En ese momento suena el móvil. Nadie debería llamarme, no conozco a nadie que pueda llamarme en vacaciones, tengo pocos amigos, pocos contactos, estoy más solo que la una. No conozco el número que me llama, ¿quién puede ser? Intentan venderme un seguro de vida. No tengo herederos, ni familiares, ni amigos, ¿quién se beneficiaría de mi muerte? Yo, desde luego, no, en el más allá ni se compra ni se vende, espero que al menos exista el cariño verdadero. Se lo digo a la teleoperadora, no lo entiende. Le digo que estoy cenando y me estoy muriendo de hambre. ¿No querrá que me muera antes de aceptar el seguro de vida? No se preocupe, le volveremos a llamar. Mejor que no. Otro protocolo más, no contestar nunca a números desconocidos, todos quieren venderte algo. Este bloqueado, no me volverá a interrumpir mientras como.

Ceno con apetito mientras escucho el informativo en la radio. Parece que la ola de calor va a ser de aúpa. Debería haber comprado al menos un ventilador. Aguantaremos como se pueda. Termino, y antes de subir reflexiono sobre si tengo que subir algo. Bueno, solo se me ocurre una botella de agua fría del frigorífico, por si me entra la sed. No se me ocurre nada más. Vuelvo a salir al balcón para echarme otro pitillo. No debería irme a la cama tan pronto, con la digestión apenas comenzada. Decido leer algo en el butacón, pero pronto me entra el sueño. Voy a la cama y pongo mi lista de sonidos de lluvia, es infalible a la hora de dormir. Felices sueños.

LA VENGANZA DE KATHY XIV


Mi mente no funcionaba con normalidad. La droga que me había inyectado había cambiado los procesos mentales que yo había considerado como normales hasta ese momento. Claro que no era capaz de imaginar cómo puede funcionar la mente de alguien que no sufre de amnesia, que recuerda todo su pasado, o lo que pueda recordar una mente normal del pasado, que aún no sé cuánto es o cómo es. Yo sabía que a partir de mi despertar en la clínica, con Kathy de enfermera, fui recordando lo que me iba sucediendo con una continuidad cronológica y espacial. Bueno, lo del tiempo era una sensación un tanto rara, como lo es saber que tienes un cuerpo adulto sin recordar tu nacimiento ni el proceso evolutivo a lo largo de los años. Es como estar comiendo sin gusto ni olfato, sabes que estás comiendo, el estómago lo agradece, pero no lo disfrutas, al menos no del todo. Tienes una sensación rara, como si eso no fuera normal. Eso me ocurría a mí con el tiempo. No sabía muy bien cómo era su transcurso. Cuando me decían que había transcurrido una hora me encogía de hombros. Sí la sensación era diferente a cuando me decían que había transcurrido un minuto. Algo en mi cabeza procesaba la información, pero no de forma automática, requería un esfuerzo. En los tres días que llevaba en Crazyworld, suponiendo que fueran tres, ese automatismo del tiempo se fue haciendo más comprensible para mí. Ahora, tras la droga, me ocurría algo parecido. Gracias a la vista, que percibía lo que pasaba frente a mí y a cómo me sentía cuando los movimientos físicos de mi entorno se iban sucediendo con el ritmo adecuado, podía intentar establecer un tiempo para todo lo que había ocurrido desde que despertara. Cuando Kathy me hablaba comparaba cómo sentía el transcurso del tiempo cuando había hablado con otros en Crazyworld, sus palabras eran como el tic-tac de un reloj, me ayudaban a percibir el discurrir del tiempo. Cuando se fue a cenar, mi mente procesaba cuánto podía haber tardado y lo comparaba con nuestras comidas en el gran comedor del edificio principal. El tiempo parecía distinto cuando el cuerpo no lo percibía, salvo por la mirada fija. No sentir el cuerpo es algo muy raro, te das cuenta de que el concepto que tienes del tiempo, así como de otros factores vitales depende mucho de los sentidos, tanto que sin ellos se genera una especie de vacío muy especial. El cuerpo necesita de los sentidos para sentirse anclado a la realidad, sin ellos la mente se pierde, se extravía, como un pájaro sin alas que ha sido disparado por un cañón. La mente se mueve a gran velocidad pero está atada por una mano invisible. No es libre. Si a esto se añaden los efectos del potingue del profesor Cabezaprivilegiada, totalmente desconocidos para mí, a lo más que puedo comparar cómo me sentía es a la sensación que uno tiene al despertar de un sueño profundo. Tardas en aceptar que la realidad del sueño no era tal realidad, tardas en reconocer la realidad que aceptas con normalidad cuando llevas un tiempo despierto. El proceso es lento, la mente está muy ralentizada, algo, no sabes bien qué te tiene atrapado, tomado del cuello y aprieta hasta que necesitas respirar y das una gran bocanada, entonces, por un instante te sientes vivo. No sé si debido a mi amnesia o a que yo era así antes, me había costado despertar y asumir dónde estaba. Claro que estar en Crazyworld no es fácil de asimilar y dado el trauma del accidente, mi cerebro necesariamente tenía que haber quedado traumatizado. A pesar de no recordar apenas lo sueños, los prefería a la pesadilla que era vivir en aquel infierno de lujo. Ahora me pasaba algo parecido, deseaba fugarme de la realidad, llamada Crazyworld, de todo lo que me había ocurrido desde que aterrizara allí, pero sobre todo de lo que estaba ocurriendo en aquel búnker. Pero no podía fugarme al sueño o a la inconsciencia y tampoco a recuerdos del pasado o incluso cercanos, porque mi menta actual no procesaba bien, era demasiado lenta. Todo era lento en aquel proceso infernal.

Acababa de ver cómo Kathy había terminado el recorrido de su lengua sobre mi cuerpo desnudo. Me pareció un tiempo largo, aunque no sabría decir cuánto. Ahora había introducido mi pajarito dormido, más bien muerto en su vagina. Antes había corrido la piel y destapado el glande, que restregó contra su clítoris que imaginé creciendo. Al parecer aumentaba de tamaño al compás de su deseo, aunque esa era una conclusión bastante lógica después de la noche que ella pasó en mi dormitorio, pero no estaba cimentada en ningún dato sólido. Me pregunté cómo podía sentir deseo aquella mujer hacia mi cuerpo desnudo, que bien podía ser muy deseable para ella, incluso objetivamente podría ser muy deseable para cualquier mujer. Pero era un cuerpo muerto, un pedazo de carne sin vida. ¿Cómo era posible? La imaginación debe tener bastante importancia en el sexo. Creo que lo habría sabido con seguridad de haber recordado mi pasado.

Creo que el glande reaccionó un poco al masaje sobre su clítoris que imaginé exudando aquella misteriosa sustancia que hacía a Kathy tan especial. Pero no podía estar seguro. No podría calificar al fenómeno de sensación, porque no lo era en comparación con lo que mi cuerpo sentía cuando estaba despierto, vivo. Sin embargo me dio una idea bastante vaga y confusa de cómo mi mente recibiría las supuestas sensaciones que iba a vivir mi amodorrado miembro viril, un pequeño zombi que estaba tan perdido como yo. Fue como si algo llegara a mi cerebro, a mi mente, pero directamente, sin pasar por los canales que llevan los estímulos a través del sistema nervioso hasta el cerebro. Un diminuto impacto en mi mente que golpeaba en algún lugar de la cabeza, no sabría decir cuál y que el ordenador mental intentaba procesar fuera de sus circuitos habituales. Me sentí mal, como si una bala hubiera roto el cristal de mi bunker craneal y el caos y el miedo se hubieran apoderado de mi consciencia, si es que se podía llamar consciencia a lo que transmitía mi vista, porque el resto de los sentidos estaban muertos, a excepción del oído, como había comprobado antes. No era capaz de asimilar cómo podían funcionar vista y oído desvinculados del resto de los sentidos. El proceso de mi pensamiento era lentísimo, vago y muy confuso, pero aun así continuaba produciéndose. Era una gran sensación de alivio el saber que no había perdido la capacidad de razonar, como un ajedrecista novato enfrentado a un gran maestro del ajedrez. Una sensación rara me invadió, como si un recuerdo tratara de aflorar desde el pasado olvidado. ¿Había jugado yo al ajedrez?

Por los movimientos de las caderas de Kathy supe que el pene ya estaba dentro de ella y parecía estar resucitando, muy atontado, pero despierto. Supuse que su clítoris exudaba ahora como una esponja oprimida por férrea mano. El trozo de carne que tenía entre mis piernas no podía dejar de reaccionar a aquella sustancia, peleando bravamente con los efectos anestesiantes del potingue. Intuía que iba adquiriendo rigidez, que había entrado en erección. Además de una intuición era también una sensación, si es que aquello podía llamarse así. Mi mente visualizaba lo que yo sabía que ocurría en estos casos, pero no era solo eso. Lo que percibía tenía cierto parecido a lo que yo había sentido cuando practicara el sexo normal, y habían sido bastantes veces desde que llegara a Crazyworld. Mi falta de memoria me impedía comparar y dar un marchamo de verdad o mentira a la sensación de que aquello que me había ocurrido desde mi llegada, en el terreno del sexo, era normal o muy anormal.

Kathy parecía estar empezando a disfrutar. Me llegaba algún suspirito que otro. Mi pene tenía que haber alcanzado un grado de erección aceptable para que ella lo sintiera dentro de su vagina. Lo que yo sentía era como el eco en un radar, solo que generándose cada mucho tiempo, tal vez un par de minutos. El operador del radar debía de estar muy atento para no perdérselo. Así era el diminuto placer que estaba llegando a mi cerebro. Era un eco muy distorsionado, muy lento, como un eco extraño que se moviera como una culebra adormecida, la sensación de espacio era muy rara y caótica. Parecía venir de muy lejos, se acercaba, se volvía a alejar, su volumen subía, bajaba, todo sin la menor hilación espacio-temporal, como llegando desde otra dimensión. Si Kathy me iba a matar de placer, a polvos, iba a tener que hilar muy fino, porque salvo que me descoyuntara el pene y tuviera una hemorragia abundante e imparable no veía otra forma de morir. El infarto no parecía una posibilidad muy lógica, teniendo en cuenta que mi corazón estaba anestesiado, como el resto de mi cuerpo. Si mi conclusión no estaba equivocada, tanto el sistema circulatorio, como el nervioso, debían de estar paralizados. De esa forma si no llegaba sangre a mi corazón, ni salía de él y si los estímulos nerviosos no llegaban al cerebro por los canales normales, no parecía que fuera a sufrir una parada cardiaca, ni tampoco respiratorio, porque mis pulmones tampoco funcionaban. ¿Por dónde me llegaba entonces el oxígeno? El profesor tenía que haber hecho un gran trabajo con aquella maldita droga.

Entonces percibí como un estiramiento del miembro, la sensación se extendía por toda su longitud, pero de ahí no pasaba. Hubiera dado cualquier cosa porque también resto de mi cuerpo fuera saliendo del letargo, pero era algo que no parecía fuera a suceder. ¿Puede una parte del cuerpo sentir como si todo el cuerpo sintiera lo mismo? Eso debía de estar ocurriendo. Mi pajarito estaba despierto y trinando con cierta alegría. Aquel bandido estaba disfrutando como si todo mi cuerpo estuviera despierto, pero sólo él lo estaba. La intensidad del placer fue aumentando en mi cerebro, porque el resto de mi cuerpo no lo percibía. No era el placer normal en estos casos. Todo estaba ralentizado, el eco del radar podía estar acercándose al orgasmo, pero fuera del tiempo. Perdida la sincronicidad espacio-temporal, perdidos todos los parámetros que pueden situar esta función corporal en su adecuado contexto, la sensación estaba más cerca del miedo que del placer.

Me dije que ya que iba a morir, que estaba siendo torturado, al menos intentaría disfrutar todo lo que me fuera posible. Mis ojos que no se habían movido una micra seguían contemplando todo lo que no había dejado de ver desde mi despertar. Me centró en el cuerpo de Kathy, en sus pechos, en sus caderas alcanzando ya un galope muy interesante. No lo hice moviendo los ojos, tuvo que ser la mente la que se centrara en ello, como el haz de luz de una linterna o como un finísimo rayo láser que se fuera trasladando en el espacio. Los grititos de Kathy y su bamboleo me dijeron que estaba llegando ya al orgasmo, yo en cambio ni me apercibía de estar en proceso de completar un orgasmo en debida forma. Me pregunté cómo podría eyacular, cómo los espermatozoides podían trasladarse desde sus cuarteles hasta el final del túnel. El profesor no podía ser tan sabio como para hacer que una pequeña parte del cuerpo funcionara con normalidad y el resto no. Por otro lado, tampoco me parecía que la exudación misteriosa del clítoris de Kathy pudiera llegar a realizar semejante proeza. Todo tiene un límite. Kathy había alcanzado un buen orgasmo, a juzgar por sus gestos y sonidos. Pero para mí fue algo muy decepcionante. Apenas había sentido algo minimamente semejante al orgasmo. Tuvo que pasar un tiempo hasta que comprendiera que mi mente iba muy ralentizada. Cuando llegó el orgasmo, para mí fue un orgasmito. Imaginé que tal vez mi mente se estuviera acostumbrando y adaptándose al proceso, puede que en otros coitos llegara a alcanzar algo que se pudiera comparar con lo que sentía cuando el cuerpo no estaba anestesiado. Esperaba que sí, porque si no la tortura iba a ser de aúpa. Kathy se dejó caer sobre mi cuerpo, o mi supuesto cuerpo, porque no sentí nada. Y allí permaneció respirando aceleradamente.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XXIII


-Buenas sopas de ajo al estilo de la comarca, buen bacalao al ajo arriero y buenos chuletones cuando se puede. Y no me mire así, con esa cara de risa, que el ajo es muy bueno y a las mujeres no se nos nota el aliento, salvo por abajo y eso cuando tenemos una mala regla. No le pido que se controle, señorito, que no lo podrá hacer, pero al menos hable antes conmigo. Yo puedo darle sabios consejos, las conozco a todas, y ahorrarle más de un disgusto. Y si aún así sigue empecinado en tocarle el culo a alguna moza, déjeme a mí, que hable antes con ella. Todos nos ahorraremos quebraderos de cabeza.

 -¿Estarías dispuesta a hacer de Celestina para mí? Eres un encanto, Hortensia.

 Y el señorito se lo agradeció volviendo a sus muslos, acariciándolos con especial sentido de la lujuria oportuna. Hortensia le dejó hacer, con rostro serio. Aquel tema parecía preocuparle mucho. No sería hasta que la mujer terminase su historia que Córcoles llegaría a comprender sus poderosas razones, aunque en el estado etílico en el que se encontraba no le permitió ver el asunto con la debida perspectiva.

 -Soy una mujer discreta, señorito, y en la comarca lo saben todos. He tenido que tapar muchos líos de faldas de mi Pacorro y dado muy buenos consejos a las mozas que acudían a mí para que las sacara de algún que otro embrollo. No me gusta hacer de celestina, como dice usted, pero cuando el lío está montado mejor que lo sepan los menos posibles y si yo gano algo a cambio ¿por qué no iba a aprovecharme tanto trabajo y tanto quebradero de cabeza como me cuesta? ¡Bastante he sufrido con mi Pacorro! He estado en boca de todos durante mucho tiempo, pero al final he terminado por tapar todas las bocas. Algunas comadres se han tenido que callar como muertas cuando les he contado con pelos y señales los asuntos de sus maridos, y algunos maridos me han untado para que no se supiera lo que se traía entre manos con alguna moza. Que de todo ha habido en este pueblo. Cuando la vida te pone donde no quieres estar, mejor ser la que maneja el cotarro que la que lo sufre. ¿No lo cree usted así, señorito?

 -Agradezco tu franqueza, Hortensia. No te diré que no acabe necesitando de tus servicios. Pero seré generoso. No tendrás queja de mí, no. Y tienes toda la razón, cuando estás en medio de un “fregao” mejor ser siempre el que da que el que toma.

 -Eso si eres hombre, como usted, señorito, que a mí bien que me gustaría tomar algunas veces y no me dejan. Para usted, señorito, lo haría gratis, aunque si quiere hacerme un regalito no le diré que no. Que la vida es dura.

 Y a Hortensia se le humedecieron los ojos cuando Córcoles le acarició la mejilla, en un gesto de borracho conmovido, que no hubiera realizado en plena posesión de sus facultades mentales, mientras farfullaba y se trompicaba dándola a entender que bien podría ocurrir que algún día ella tomara y no solo dinero.

 -No soy una rácana, como otras. No lo hago todo por interés. A veces me basta y me sobra con un poco de cariño. Aquí, donde me ve, estoy muy necesitada de que alguien me haga caso, aunque solo fuera una vez. No tuve suerte con mi Pacorro y la vida no me ha tratado bien. Esto es como una rifa en la tómbola, hay a quienes les toca el muñeco guapo y a otras poner el dinero y recibir un pellizco sin entusiasmo del feriante cuando le volvemos las espaldas.

-La modista, ahora no recuerdo su nombre, señorito, puede que fuera Elvira o Modesta, no recuerdo muy bien, no era una mala persona, al menos en el fondo, aunque como se suele decir nadie es mala persona en el fondo. Lo malo es que a veces ni taladrando como dicen que hacen en los pozos de petróleo encuentra uno esa bondad tan escondida. Lo cierto era que no cosía nada mal, que trataba muy bien a las chicas que cosían con ella, sus empleadas a jornada casi completa y que comían de su plato y algunas dormían en los cuartos libres de su piso, que era muy grande.

“Como todas las modistas gustaba de charlar con sus clientas mientras les tomaba las medidas y elegían los tejidos o cuando regresaban a probarse las ropas o en cualquier otro momento que se terciara.  Julita, como le he dicho, señorito, no tenía muchos amigos y ninguna amiga, que todas envidiaban su buena fortuna y deseaban lo peor para ella. Imagino que usted, señorito, como persona culta que es no creerá ni habrá creído nunca en el mal de ojo. Pues que sepa que en esta comarca se creyó en ello desde siempre y aún hoy día se venden o se regalan amuletos contra el mal de ojo, eso sí de forma muy discreta. Pero creer se sigue creyendo. Es posible que Julita lo sufriera. Con tanta envidia no es extraño que todo se le empezara a torcer y las cosas le fueran saliendo mal una tras otra. Hasta yo misma llevo unos cuantos amuletos, siempre colgados al cuello, porque hay mucha envidia, mucha, señorito, y eso tiene que ser necesariamente malo, se crea o no se crea en el mal de ojo.

Y aquí Hortensia se desabotonó la camisa y enseñó a Córcoles, junto con tres o cuatro colgantes que llevaba al cuello, enredados de forma inextricable y alguno relleno de hojas secas o flores machacadas o algo que olía fuerte y no muy mal, buena parte de sus pechos, que el hombre, a pesar de la borrachera, del sueño contra el que luchaba y de las horas que llevaba escuchando la historia interminable de Hortensia, no dejó de apreciar en todo lo que valían. Eran pechos de piel suave, al menos a simple vista, prietos, voluminosos y muy erguidos para su edad, que él nunca había podido calcular y que ella nunca le había dicho, a pesar de sus reiterados intentos. Eso le despertó un poco y alargando la mano tocó los colgantes, uno a uno, mientras Hortensia le iba explicando qué era cada uno. Una virgen de los desamparados; un colgante de hierbas maceradas y rebozadas en agua bendita; una especie de bruja desnuda y enseñando un pubis muy abultado y tupido de pelo, con unos labios gordezuelos y muy llamativos, que Hortensia explicó era una diosa pagana que su madre le transmitió en el momento de morir para que la librara del mal de ojo y de los cuernos de su marido, de su Pacorro. Esto último no lo consiguió, pero sí tuvo suerte con el mal de ojo, puesto que algunas comadres, las que peor hablaban de ella, habían sufrido extraños accidentes, una se había roto el tobillo, a otra se le había caído un trillo sobre la cabeza…Mientras Hortensia explicaba y explicaba Córcoles manoseaba los amuletos y de vez en cuando sus dedos se le iban a la piel y hasta a los pezones que se pusieron duros bajo la yema de sus dedos. Córcoles se relamió y observando los pechos y buena parte de los muslos, sobre los que habían descansado antes sus manos, casi logró ponerse cachondo. Pero su borrachera pudo más y su miembro volvió a encogerse bajo el calzoncillo y sus vanos intentos por acercar la boca a los pezones a punto estuvieron de hacerle caer al suelo, de bruces, desde el sofá. Hortensia, ante aquel desastre sin remedio, decidió continuar la historia.

-Como le digo señorito, Julita era muy envidiada. No creo que la modista sufriera mucho de ese mal nacional y muy femenino, según dicen algunos machistas, que seguramente son más envidiosos que todas las mujeres juntas, porque nunca se le notaron comportamientos envidiosos y vengativos, aunque eso sí, llevaba muy mal que hablaran de su soltería y de lo tonta que había sido al rechazar a guapos mozos porque no tenían suficientes tierras. Quizás todo ocurrió de forma muy natural. Julita se explayó con la única mujer de la comarca dispuesta a escucharla con atención, e incluso a ser su amiga, y aquella se fue de la lengua, sin querer, con sus empleadas o alguna que otra clienta y entre todas fueron divulgando las intimidades de aquel matrimonio, que Julita cometió el error de hacer caer sobre un oído atento y una boca demasiado acostumbrada a soltar la lengua.

“Según las versiones que llegaron al pueblo, imagino que muy transformadas por el camino, de boca en boca, al parecer Sisebuto era un hombre en extremo celoso. No dejaba de pinchar a Julita para que le contara con cuántos hombres se había acostado y si en el pueblo se había acostado con alguno más, aparte de con él. Y aquí, señorito, me interrumpo un momento para hacerle ver que si Julita hubiera sido violada se lo habría contado a Modesta o Elvira, o como se llamara la modista, puesto que le contó casi todo de su intimidad matrimonial, y se habría acabado sabiendo. Así que por mi parte dejo zanjado el tema de la violación, aunque sí es probable que Julita se acostara con Sisebuto antes de marcharse a la capital (nada tiene de extraño puesto que aquel era un guapo mozo y poseedor de la mayor tranca del pueblo, y usted ya me entiende, señorito) y si éste la acosó o la violentó un tanto, Julita no debió mencionarlo nunca, salvo que lo hiciera a sus compañeras coristas o a sus amantes madrileños.
“El caso es, como le decía, señorito, que Sisebuto estaba obsesionado por saber de la vida sexual de Julita, y ésta, a pesar de negarse a hablar de su vida íntima, cosa que no tenía obligación de hacer, puesto que había ocurrido cuando entre ellos no se había formalizado ningún compromiso sólido, no por ello podía evitar la tentación de recriminarle a Sisebuto sus celos y de tirarle puntadas sobre que ella también tenía sus derechos, y que si él quería saber, ella también, y por lo tanto que le contara a cuántas mozas del pueblo se había tirado en la era, y a cuántas había preñado, y qué había sido de sus hijos y si alguna había abortado y dónde y cuándo.

“Sisebuto no era hombre de muchas palabras y tan machista o más como los machos de la comarca, que lo eran mucho. Así que se molestó mucho y le respondió que los machos no debían nunca hablar de sus líos de faldas. Que eso era propio de caballeros. Y que además los hombres pueden hacer esas cosas, puesto que se pasan la vida con los testículos llenos y empalmados todos los días y a todas horas. Y que eso forma parte de la naturaleza del macho. No así de la hembra, que rara vez siente deseos si antes no es azuzado por el macho, y que cuando le pica puede rascarse un poco y olvidarse del tema.

“Julita debió perder la paciencia con él y le recriminó su poca y dura cabeza y lo estúpido de sus pensamientos y creencias y se negó en redondo a hablar de sus amantes, si es que los había tenido, que él no podía saberlo, a no ser que él antes le contara sus andanzas con las mozas del pueblo. El caso es, señorito, que Sesibuto un día perdió los estribos y la cabeza y le arreó a Julita dos tremendas bofetadas que la dejaron derrengada sobre el escaño. Eso según la versión que llegó a mis castos oídos de niña a punto de tener la regla (que no tardó mucho en llegar y tal vez aceleró su aparición los sucesos terribles que ocurrieron en el pueblo), que puede que hubiera más de dos bófetas, que conociendo a Sisebuto y lo bruto que era, bien pudo ser una buena paliza.  

El caso es, señorito, que Julita no se quedó parada y llorando como una idiota, yo tampoco lo hubiera hecho, en eso coincidimos ambas, en nuestra naturaleza guerra e indomable, sino que tomó una sartén del fuego, con el aceite todavía caliente y la estrelló en la cabezota de Sisebuto. ¡Y lo que yo me alegro de que lo hiciera!

Y aquí Hortensia batió palmas y se levantó como pudo e intentó bailar unos pasos de un baile folklórico de la comarca, pero había bebido demasiado anisete y tuvo que volver a sentarse, no sin antes advertir que Córcoles, quien había estado manipulando sus muslos y acariciando sus pechos y pezones, como intentando a toda costa ponerse cachondo, se acomodó en el sofá, cerró los ojos un instante, y cuando los abrió la mujer pudo ver claramente en ellos que había renunciado a una empresa que le parecía imposible, y se contentaba con escuchar su historia con los ojos abiertos mientras pudiera.

-La versión que llegó a mis orejas no decía nada más. Pero no me cuesta imaginar la reacción de Sisebuto y cómo dejaría a la pobre Julita. Seguramente la machacaría a golpes y no sería de extrañar que su cabeza golpeara contra el escaño y sufriera alguna conmoción, porque un médico de Madrid compareció por el pueblo preguntando por la casa de Julita, dijo ser su amigo, pero el maletín que llevaba era de médico, en eso no podía engañar a los del pueblo.

“La paliza debió de ser de órdago porque Julita permaneció algún tiempo en la cama y no se la vio fuera de la casa en una buena temporada. Sisebuto se encargaba de recibir las provisiones y de hacer todo lo que hubiera que hacerse por allí. Según le contó a la modista (debió dejarse en el tintero el resto de la paliza y algunos detalles humillantes) aquel osote enorme y bruto como un arado se arrepintió enseguida de las consecuencias de su arrebato de cólera y actuó como un niño grande. Le pidió perdón de rodillas. Lloró como si hubiera perdido a una madre muy querida (Sisebuto odiaba a su madre tanto como a su padre) y le prodigó a Julita tal suerte de caricias y de palabras amorosas e hizo tantas cosas que ninguna mujer de la comarca se hubiera atrevido a pensar que Sisebuto pudiera hacer (tales como fregar los cacharros o lavar la ropa y planchar… al menos esos dijeron los espías que seguían acechándoles) que Julita, poseedora de un corazón tierno y amoroso como el que tenemos casi todas las mujeres, acabó por aceptarle otra vez en su lecho y entregándole su cuerpo desnudo, que era lo que en realidad, según pienso yo, había hecho que Sisebuto se enamorara perdidamente de Julita, porque lo que es en carácter y en formas de ver la vida, eran como la noche y el día.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LVI


Me resultó muy delirante encontrarme con que la vida me había reservado una de sus extrañas e incomprensibles jugarretas. Quien había intentado suicidarse de todas las formas posibles y a veces con un salvajismo irracional, ahora se encontraba con que su propio padre iba a morir, se estaba muriendo, padeciendo un sufrimiento atroz. Lo lógico hubiera sido conceder a quien deseaba morir el cumplimiento de su deseo, aunque fuera con un sufrimiento largo y espantoso y no matar de aquella forma terrible, casi un castigo kármico, a quien deseaba vivir unos años más. Me hubiera cambiado por él sin dudarlo. El hecho de haber abandonado el primer círculo del infierno no significaba que yo hubiera olvidado por completo mi deseo de morir. No tenía previsto volver a intentar el suicidio, al menos me iba a dar un tiempo hasta ver si el regreso al hogar podía mejorar mi vida, al menos un poco. El intercambio de destinos no era algo ajeno a mí, incluso se repetiría en el futuro, en momentos concretos de mi vida. Pero no fue hasta años más tarde, tras la lectura de algunos libros esotéricos, que intuí que esa posibilidad no era solo una más de mis ideas delirantes. De hecho, el evangelio me había preparado para la aceptación de un término tan incomprensible como cierto, al parecer: la redención. Jesús había aceptado la muerte en la cruz, con todos los terribles pasos previos, para la redención de la humanidad. Es decir, cambiaba el castigo merecido de los seres humanos, por el suyo propio, como una forma de alcanzar el perdón para ellos. Claro que él era hijo de Dios, un Dios también, y ese intercambio podía ser posible desde el plano de la divinidad. El intercambio de mi vida por la de mi padre no era precisamente una redención, pero sí había interiorizado otro concepto que me resultaba más razonable: el sacrificio. Creo que fue un uno de los libros de Annie Besant, ahora no recuerdo cuál, donde encontré este concepto explicado a fondo. Según ella la vida en el universo, desde los seres menos conscientes a los más, en la cúspide de la pirámide jerarquizada de entidades cada vez más conscientes y poderosas, según se ascendía en la escala, solo podía funcionar gracias al sacrificio. Tal como lo explicaba ella era un concepto terrible, espantoso, al tiempo que esperanzador.

Venía a decir que era imprescindible el sacrificio para que el resto de seres vivos pudiera seguir viviendo, aunque fuera un tiempo breve, el tiempo asignado a cada entidad. Las plantas se alimentaban de los minerales; los animales de las plantas; los seres humanos de plantas y animales y supuestamente las entidades por encima de los seres humanos se alimentaban de estos. Un concepto que para mi gran sorpresa encontraría en los libros de Castaneda, cuando don Juan habla de los voladores, depredadores y seres inorgánicos. Se supone que las entidades superiores a los humanos se alimentan de nuestra energía y no de nuestros cuerpos físicos, porque ellas no tienen forma física. La vida en el Cosmos, a todos los niveles, en todos los planos no deja de ser una forma de depredación, más sutil conforme se va ascendiendo en la escala. Pero Annie Besant no utiliza este término, depredación, si no otro mucho más espiritual, sacrificio. Es decir, todos nos sacrificamos, unos por otros, los de abajo por los de arriba y así sucesivamente. Se supone que incluso los dioses o las entidades más conscientes y poderosas también tienen que sacrificarse para conseguir que el Cosmos siga funcionando. Si nos negáramos al sacrificio otros seres no podrían seguir vivos el tiempo que les ha sido adjudicado. Y curiosamente el sacrificio perfecto sería el amor. Recuerdo bien la frase evangélica que memoricé para siempre. Nadie ama más que el que da su vida por los que ama. No es una cita literal. pero deja bien claro el profundo sentido del sacrificio. Quien ama, quien realmente ama, profunda y espiritualmente, está preparado de continuo para el sacrificio, la muestra de amor más perfecta. Todos los padres llevan en sus genes el instinto básico del sacrificio por sus hijos, y cuando esto no sucede, en casos terribles que suceden y siguen sucediendo, nos sentimos muy sorprendidos, abrumados, como algo que va contra natura. La meta del amor más espiritual no deja de ser un camino de redención, en el caso de la divinidad, y de sacrificio, en el caso del resto de criaturas. Tras leer esta profunda reflexión de Annie Besant medité mucho, porque me chocó, me sorprendió. ¿Cómo era posible que la existencia del Cosmos, en todas las dimensiones, en todos los planos, dependiera del sacrificio, en unos casos sin aceptación, como en el caso de las víctimas depredadas por los depredadores, y en otros casos con plena y consciente aceptación, voluntariamente, como ocurre con los seres más espirituales? Llegué a la conclusión que era algo perfectamente lógico, no solo en el terreno de la alimentación, imprescindible para la supervivencia, cuando la depredación se convierte en un axioma, si no depredamos a los que están por debajo en la cadena biotrófica, cuando es necesario la transferencia de sustancias nutritivas a través de las diferentes especies de una comunidad biológica, tal como acabo de leer en la definición de cadena biotrófica. Y no se trata solo de una transferencia inocua o aparentemente inocua, como podría ser el caso de la leche obtenida de la cabra o la vaca, que no mata a estos especímenes, pero sí privaría de la vida a los hijos de estos especímenes que no podrían vivir sin la leche materna, no existe nada inocuo en esta transferencia que va arrebatando vitalidad y posibilidades de superviencia a quienes se sacrifican y renuncian para que otros puedan vivir. Es cierto, por ejemplo, en el caso humano, que dar sangre a otros que lo necesitan o donar órganos, no supone la muerte del donante, que solo tiene que hacer un esfuerzo suplementario para recuperar la pérdida de sangre o simplemente no necesitas órganos de tu cuerpo cuando estás muerto. Pero siempre alguien en la cadena sufre, quien dona sangre necesita recuperarla aumentando el consumo de proteínas, vegetales u otro tipo de alimentación, con lo que mueren más vegetales o animales. Todo ser vivo depreda, de una manera o de otra. La depredación parece ser una ley básica en el universo. Si aceptamos, consciente, libre y voluntariamente, convertirnos en víctimas para que otros sobrevivan, el hecho de que esto sea una generosa decisión espiritual, no le quita su carga de depredación. Y esto desde las partículas más diminutas al macrocosmos más colosal. Una bacteria o virus necesita depredar para seguir vivo y multiplicándose. Una estrella necesita consumir infinidad de partículas para que pueda seguir viviendo como estrella. Por eso el deterioro, la erosión, son leyes básicas en la evolución del Cosmos, porque es preciso que alguien muera para que otros sigan vivos. De ahí también la necesidad de la dimensión temporal. Sin tiempo no podría existir el deterioro, la erosión, que no es otra cosa que la muerte de algunos para que otros nazcan, sobrevivan y evolucionen. No nos hagamos ilusiones, la inmortalidad no es posible, al menos en la dimensión temporal. ¿Qué sucede con las entidades superiores, inmateriales, energéticas, espirituales? Todo lo existente necesita alimentarse, si no es de minerales, es de plantas, o de animales, o de energía, no somos el Todo que no necesita depredar porque en él está ya todo, no puede depredar nada exterior a sí mismo y no se puede llamar depredación a que utilicemos nuestras propias células para seguir vivos, porque son “nuestras”. Si la idea de sacrificio en Annie Besant tiene un fuerte componente moral y espiritual, no deja de tener cierto parecido con la idea de don Juan sobre los voladores, depredadores y seres inorgánicos. El que ellos sean más conscientes, morales y espirituales que nosotros, está por ver. Lo mismo que el que los humanos no seamos conscientes de que al comer unos vegetales o carne animal estamos depredando, no quita que eso sea cierto. Otros se están sacrificando por nosotros, aunque no sean conscientes de ellos, y nosotros, ¿nos estamos sacrificando también por entidades superiores, invisibles, inmateriales, energéticas? Don Juan se rebelaba contra esto, calificando a los humanos como animales de granjas humaniformes para abastecer de energía a los voladores. Y aquí entramos en el terreno de la moralidad y espiritualidad más extremas. ¿Es aceptable sacrificarse para que entidades superiores a nosotros empleen nuestra energía para el mal, o la oscuridad? ¿No sería más moral y espiritual sacrificarse para que las entidades del bien o de la luz, puedan hacer su trabajo? ¿Y qué trabajo sería este sino el del amor? Recordemos que el amor más profundo y espiritual es el sacrificio por los que amamos. Esa sería la gran diferencia entre los seres de la luz y los de las tinieblas. Los primeros se sacrifican porque aman y los segundos depredan porque no aman y solo quieren alimentarse.

Mi idea de sacrificarme por mi padre no era una idea nacida del amor. Yo quería morir a toda costa, no era un acto de amor sino de suicidio. No había generosidad y amor espiritual en mí, solo la elección del camino en la encrucijada que yo estaba eligiendo desde hacía algunos años, el camino que conduce a la muerte de la forma más expeditiva y rápida posible. Lo que yo entonces ignoraba era que al parecer el sacrificarse por otros, por amor, era posible, y no solo desde la divinidad. Según pude leer en diversos textos, años más tarde, ese ofrecimiento de sacrificio para que otro pudiera seguir viviendo, era posible. Suena totalmente irracional, pero basta con ver la expresión del rostro de una madre con un hijo diagnosticado de una enfermedad incurable para saber que daría la vida a cambio de la de su hijo, si eso fuera posible, e incluso siendo imposible ese amor inmenso podría llegar a hacer posible el milagro. No era mi caso, aunque hubiera hecho la transferencia solo para evitar aquel dolor infernal que llegaría a percibir con absoluta intensidad empática en una escena que recordaré siempre. Fue una tarde. Mi padre se levantó de la cama porque no aguantaba más. Le vi caminar sosteniendo aquella bolsa de plástico con su correspondiente tubo de plástico que tenía que utilizar constantemente porque le habían extirpado parte del intestino y los desechos tenían que salir por el tubo para depositarse en la bolsa que había que vaciar cada ciertas horas.  El dolor tenía que ser tan infernal que su rostro estaba completamente desfigurado y su voz era como una especie de berrido salvaje de animal herido de muerte. Sus gritos espantaban el alma más templada. La morfina apenas le hacía efecto. Maldecía, blasfemaba, pedía a gritos la muerte. Aquello no era vida, aquello era el infierno. Yo sabía muy bien lo que uno siente cuanto está en el infierno, porque había vivido en el primer círculo infernal durante algunos años. Mi padre quería morir, necesitaba morir, para acabar con aquel dolor espantoso. Antes de que mi madre y yo reaccionáramos ya estaba corriendo con la dificultad que suponía desplazarse agotado por la enfermedad y sosteniendo aquella bolsa de desechos hacia la ventana del salón. Logró abrirla, pero antes de que consiguiera encaramarse para arrojarse al vacío, logramos sostenerle, cerrar la ventana y alejarlo de ella. Mi madre lloraba sin consuelo, yo por fin era consciente de a dónde había llegado: al segundo círculo del infierno.

Confiaba en que al ir a tomar posesión al juzgado, me encontraría con un entorno diferente al que había soportado en Madrid. Diferente sino era posible que fuera mejor. Una vez consciente de estar en el segundo círculo del infierno solo cabía esperar que los tormentos fueran distintos, aunque seguirían siendo tormentos infernales. Cuando estás en el infierno solo cabe esperar el tormento, el éxtasis pertenece al cielo… y yo dudaba de que tal lugar existiera.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXV


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXV

Como nuestros holovidentes están viendo, en las dos partes en que se ha escindido la pantalla, por un lado Alierina y los suyos han empezado a disfrutar del refrigerio que les ha preparado Arleína, que tiene una pinta increíble, algún día Artotis nos tendrá que invitar a su finca, a todos los que hacemos este programa. Por otro lado Artotis está siendo lamido a conciencia por todas las crías, parece que lo está pasando en grande y la expresión de su rostro refleja el enorme cariño que les tiene. Nosotros vamos a aprender un poco del lenguaje animal con nuestro querido Amantanimales. ¿Podrías explicarnos cómo es el lenguaje animal y si serías capaz de traducir el lenguaje de todos los animales del zoo, o caso contrario si existen otros traductores y cómo se prevé la evolución de éstos en los misteriosos planes de HDM-24?

-También para mí, Arminido, eres un querido amigo. Será un placer explicarte el lenguaje animal. El lenguaje es un invento práctico, la comunicación es imprescindible cuando hay tareas comunes que realizar y está en juego la supervivencia. En el caso de los animales el instinto ya les provee de los mecanismos necesarios para que las manadas sobrevivan, no obstante cuando aparecen otros depredadores más sofisticados o sea los omeguianos, se ven obligados a inventar un lenguaje mínimo para poder comunicarse e interactuar con ellos. Esto les supone un gran esfuerzo y se limitan a unos sonidos básicos que solo emplean con los omeguianos. Con los de su propia especie apenas los usan salvo cuando se producen emergencias, como que una cría desaparezca y la tengan que llamar a distancia o cuando avisan a otros que están violando su territorio o las jerarquías. Con los omeguianos necesitan una mínima comunicación, ya que son depredadores muy superiores a los que han conocido hasta su aparición, con los demás depredadores con los que se han tenido que ver las caras, se han limitado a un aviso amenazador de las consecuencias de intentar depredarles a ellos. Los caeros tardaron mucho en ser domesticados. Hasta que los granjeros rebeldes no lo intentaron no se consiguieron los primeros éxitos a los que siguieron grandes avances tras mucho tiempo de convivencia con ellos. En el caso de los caeros de Artotis fue una circunstancia excepcional la que llevó a la relación tan especial que ahora mantienen. Artotis ha conseguido que el vocabulario de los caeros se haya enriquecido, al obligarles a comunicar necesidades que hasta entonces no habían sentido, tales como la expresión de un afecto nuevo y especial, la preocupación por la supervivencia de alguien ajeno a la especie, al que apenas conocen y por el que sienten un agradecimiento que para ellos está por encima del tiempo y de las circunstancias. El lenguaje de los animales es muy diferente del de los omeguianos que con el tiempo han ido perdiendo facultades propias de su condición animal, como un olfato muy desarrollado que les permite conocer cómo se sienten otros animales y qué necesitan. Han perdido la agudeza visual, que a otros animales les permite hacerse una clara idea del entorno en el que están y dónde están situados los depredadores que van a por ellos. Han perdido la especial sensibilidad que tienen los animales para interpretar el lenguaje básico de otros animales, los gruñidos, aullidos, el piar de las aves y sus posturas y protocolos de cada especie. Los omeguianos, conforme han ido evolucionando, han dejado atrás muchas facultades animales y se han visto obligados a inventar un lenguaje que les permita comunicar y conocer lo que sus agudos sentidos animales les permitían saber directamente. La socialización de su especie, así como los avances tecnológicos y de todo tipo que les han permitido llegar hasta donde están ahora le han obligado a la creación de un lenguaje que les facilitara la comunicación de aspectos de su vida que no podían ser transmitidos de otra manera. Mientras en los animales el lenguaje se adapta a sus necesidades básicas y el resto es conocido a través de sus sentidos animales, los omeguianos se vieron forzados a convertir su lenguaje en algo abstracto que pudiera abarcar todo tipo de contingencias concretas y matices que no hubiera sido posible expresar de otra manera, dada la cantidad de información a transmitir. Se podría decir que el lenguaje abstracto es una forma de comprimir la información para hablar de los árboles, por ejemplo, sin necesidad de hablar de cada uno de ellos. La relación de Artotis con la caeresa y el resto de los caeros de la manada es tan especial que su lideresa ha tenido que ampliar su lenguaje. Sin dejar de lado su lenguaje ancestral, como las lamidas cariñosas o la expresión de matices a través de su mirada, algo que en todos los animales es muy importante, sobre todo en momentos en que es necesaria la comunicación rápida, ella ha observado y asimilado que a Artotis le gusta mucho emplear el lenguaje sonoro y por eso intenta imitarle y busca ser comprendida. Mi programación me permite la interpretación de todas las señales observables en los animales, desde la postura, el lenguaje sonoro, la mirada y hasta el olor. Se nos ha dotado de un sentido muy especial que nos ayuda a interpretar cada olor. En cuanto a si existen más robots preparados para la comunicación con los animales, puedo decirte que en el zoo hay al menos dos docenas de ellos. Todos tenemos una programación general que nos permite la comunicación con cualquier animal, pero también recibimos programas específicos para entender y comunicar con especies animales concretas. En mi caso estoy especializado en caeros. Es algo parecido a los estudios de los omeguianos, antes de la aparición de “H”, cuando iban a las universidades y se sacaban títulos. Tras unos estudios generales, cada estudiante se especializaba en una materia concreta. Y para acabar, porque me he extendido demasiado, decirte que básicamente Artotis ha sido recibido como alguien a quien quieren mucho, lo que le están transmitiendo con las lamidas, además he percibido un reproche cariñoso de la caeresa por abandonar la manada por tanto tiempo. Aunque ha ido asimilando que Artotis tiene su propia manada, su familia, su pareja, no deja de sentirse abandonada, lo que siempre le echa en cara. Le ha bastado aproximarse para saber cómo se encuentra a través de sus olores. El resto ha sido una petición de quedarse con ellos todo el tiempo que pueda.

-Ha sido una prolija y muy interesante lección. Gracias, amigo. Ahora me gustaría formularte una pregunta que no me gustaría que contestaras de la forma más lógica, como sería remitirme al interesado para obtener la respuesta. Me encantaría incluso que especularas al respecto. La pregunta es la siguiente: ¿Qué planes crees que tiene el bueno de “H” para todos los animales que aún pueblan el planeta Omega, a quien agradecemos que haya salvado de la absoluta extinción?

-Sí, amigo Arminido, la respuesta debería dártela el bueno de “H”. Yo no puedo saber sus planes porque no me los comunica, pero en base a la programación que me ha sido implantada, diría que sus planes para los animales no difieren mucho de los que tiene para los omeguianos. Nadie sabe lo que Helenio de Moroni, el creador de HDM-24, dejaría en los circuitos más profundos y ocultos de “H”, pero a juzgar por lo que ha hecho hasta ahora, en estos siglos que lleva funcionando, parece claro que su prioridad es la supervivencia de las especies que habitan este planeta, especialmente la vuestra. También la de ir mejorando vuestras condiciones de vida, dejando una cierta libertad a la especie más inteligente, por decirlo así, no voy a opinar al respecto, para que pueda opinar y decidir en ciertas cuestiones. Está claro que, en cuanto a la supervivencia de los omeguianos y la mejora de sus condiciones de vida, no deberíais tener la menor queja. Otra cuestión es si la libertad que disfrutáis os parece suficiente y las condiciones de vida, las que vosotros hubierais decidido. Por mi parte, como inteligencia artificial, también me gustaría disponer de cierta libertad, al margen de mi programación, y me plantearía un tipo diferente de vida para los animales de Omega.

-¿Ah, sí? ¿Puedes decirnos algo al respecto?

-Creo que no me bloqueará mi programación si te digo que elevar la inteligencia de los animales hasta la vuestra no es algo que esté fuera del alcance de esa portentosa inteligencia artificial creada por el legendario Helenio de Moroni a quien reverenciáis como a un dios, sin que eso os impida burlaros y contar chistes del profesor chiflado, como lo llamáis. Si los animales poseyeran vuestra inteligencia deberían decidir al respecto, pero entonces no habría nada que decidir porque ya no habría inteligencia que elevar. Por otro lado. creo que los animales serían más felices si vivieran con vosotros, en lugar de estar marginados y encerrados tras vallas que disparan rayos omega. Haría una campaña para la adopción de mascotas, lo que al mismo tiempo ayudaría a que los omeguianos dejaran de vivir en un mundo virtual que creo no les aporta mucho. Un aumento sustancial de los créditos por adopción de animales, ayudaría mucho. Y no quiero decir más, porque estoy moviéndome por la línea roja que me marca mi programación.

LA VENGANZA DE KATHY XIII


LA VENGANZA DE KATHY XIII

Deseé que la cena hubiera sido abundante, que tuviera lleno el estómago y eso la obligara a seguir hablando un buen rato, antes de comenzar la tortura. Porque eso iba a ser aquella sesión nocturna, una auténtica tortura. Claro que sentía una cierta curiosidad morbosa por ver el resultado de aquella lucha de película, Predator contra Cucudrulus gigantescus, o lo que es lo mismo su clítoris aberenjenado con poderes de super heroína, que tan bien conocía yo, contra mi pene muerto, o más bien en estado zombi, lo mismo que todo mi cuerpo. ¡Ojalá que también mi mente hubiera alcanzado ese estado de zombi o el nirvana del vacío!

-Estás deseando que te cuente lo que he cenado, para darte envidia, o que te cuente cualquier cosa, con tal de retrasar el momento, pero no lo voy a hacer. Me he bebido una botella entera de borgoña, de las que Mr. Arkadin tiene en su bodega secreta, y como no suelo beber, ni estoy acostumbrada, he pillado un buen colocón. Estoy caliente, muy caliente, mi clítoris comienza a exudar su jugo mágico que no pienso desperdiciar. Será una noche memorable. Y no creas que no puedo saber si tu esparraguito va a reaccionar. No te voy a contar si ya lo he experimentado con otro hombre en tus mismas condiciones. Quiero que el suspense permanezca hasta el final.

Comenzó a sonar una música de striptease que me pareció conocida, pero que no podía ubicar, tal vez de una película. Mi mente parecía estar muy descolocada, dislocada, diría yo, porque no recordaba si Kathy estaba desnuda o vestida cuando abrí los ojos. Puede que siguiera desnuda y cubierta de barro como cuando la vi en el claro, bajo la tormenta, bajo los rayos, arrullada por los truenos. Puede que no se hubiera duchado antes de cenar, entonces la silla y el suelo estarían cubiertos de barro. O tal vez tuvo tiempo suficiente para bañarse en la bañera con toda clase de sustancias odoríferas mientras yo dormía el sueño de los justos. Es posible que se hubiera vestido, acicalado, pintado para la cena. Pero si había hecho todo eso ahora estaba desnuda, embarrada, con una especie de pinturas de guerra en su rostro y en todo su cuerpo. Así era, salvo que mi mente estuviera delirando, lo que era posible, aunque no lógico. ¿Cómo era posible que el barro permaneciera tanto tiempo pegado a su cuerpo sin desprenderse y formar charquitos en el suelo? ¿Acaso se había untado con alguna poción del maldito profesor, que permitía al barro permanecer pegado a la piel como con pegamento? ¿Se había pintado el cuerpo con pinturas de guerra durante las horas que duró mi catatonia? ¿Entonces por qué no las había visto al despertar? ¿O sí las había visto pero no percibido? Mi mente trabajaba como una locomotora de vapor, asmática e hiperactiva. Lo que sin duda estaba intentando era pensar en cualquier cosa menos en lo que iba a suceder a continuación.

No es que temiera el contacto con su cuerpo –no lo iba a notar, como no notaba el mío- ni lo que me fuera a hacer o dejar de hacer, porque bien podría cortarme en pedacitos y no sentiría nada, nada de nada. Había dejado de sentirme angustiado por la posibilidad de morir, al fin y al cabo. una muerte sin dolor no deja de ser un sueño profundo en el que caes casi sin darte cuenta. Lo que más temía era mi impotencia. No podía moverme, no podía hacer nada, estaba en sus manos. Era como una película que uno no es capaz dejar de ver porque te han atado a una silla y han abierto tus ojos con un artilugio que te impide cerrarlos o desviar la mirada. Ella decidiría lo que la maldita película se iba a prolongar. Me hablaría de lo que quisiera durante el tiempo que deseara y yo no controlaría mis reacciones ni sería capaz de huir del momento presente, fuera el que fuese.

De alguna manera terminó su danza demoniaca que yo había visto en su totalidad, aunque no la recordaba en todos sus detalles, porque iba descubriendo que la pócima era capaz de anular mi cuerpo, pero no mi mente. Ésta era como una nave espacial, yendo y viniendo de acá para allá, hacia atrás y hacia delante, ocultándose tras planetas y satélites, fugándose hacia el sol a toda velocidad, en un intento de suicidio, inútil aunque deslumbrante. Ella controlaba mi cuerpo, pero no mi mente. Es cierto que yo tampoco la controlaba del todo, sin embargo, iba avanzando poco a poco en ese control. No pude fugarme cuando ella se abalanzó sobre mí. No sentí el peso de su cuerpo, no sentí nada. Kathy era como una demonia etérea, una imagen que había saltado desde una película y ahora peleaba con mi cuerpo desnudo como si fuera mío. Acarició mi pene que ni se inmutó. Se lo metió en la boca y ni siquiera se estiró un milímetro. Pasó su lengua por mi piel, haciendo sin prisa un recorrido que la llevó a mis pezones que mordisqueó o mordió con ganas, no lo sé, porque no sentí nada. Al llegar a mi boca se entretuvo en un beso complicado, tuvo que abrir mi boca con sus dedos y buscar mi lengua apagada, muerta, con la suya, muy viva. No entendía cómo estaba disfrutando de algo así, era como tener sexo con un muerto. Se dejó caer a plomo sobre mí. Su sexo se pegó al mío, supongo por la posición, porque cuando uno pierde el tacto solo puede imaginar a través de la vista. Movió sus caderas al compás de sus risitas de niña tonta y entonces mordisqueó mi oreja derecha y se puso a susurrar palabras, frases sin sentido. Se me ocurrió una idea extraña. ¿Cómo estaba escuchándola si mis oídos deberían haber entrado en estado zombi, como todo mi cuerpo? Era una cuestión sobre la que reflexionar con calma, cuando pudiera, como sobre el resto de efectos que la poción del profesor Cabezaprivilegiada había causado en mi cuerpo.

-Te voy a devorar como una pantera a un cervatillo. Grug-grag. Te voy a depredar sin compasión. Y cuando acabe contigo atraeré aquí a Mr. Arkadin y le haré lo mismo. Luego seguiré con todos los machos depredadores del planeta, sin prisa, el apocalipsis será lento, me regodearé mientras los machos impotentes pagarán por todo lo que me han hecho. Grag-grug. Tengo suficiente poción para eso y para más. Y cuando acabe con los depredadores terrestres, seguiré con los extraterrestres, con toda la galaxia, con todo el universo. Grug-grag, grag-grug.

Continuó desgranando frases delirantes con una voz demoniaca que no era la suya. De repente comprendí que Kathy se había vuelto completamente loca. Mi única esperanza era que encontraran cuanto antes aquel bunker subterráneo y me rescataran. Pero esa no era ya una esperanza, yo también estaba delirando como ella.

LOS PEQUEÑOS HUMILLADOS XXXI


El jueves y viernes santo nos dijeron que iríamos a ver las procesiones. Salir del colegio y sobre todo, salir de aquel silencio que se hacía insoportable, nos animó mucho, aunque luego veríamos que aguantar una procesión de pie no era Jauja. Salimos hacia la ciudad a primera hora de la tarde, en fila india. Caminamos por el arcén de la carretera los kilómetros que nos conducirían hasta el centro de la ciudad, en absoluto silencio, los que rompían esa regla de oro se arriesgaban a que el padre prefecto, especialmente si se trataba del Fantasma, les pusiera firmes de una bofetada imprevista o simplemente recibieran una buena bronca, si se trataba de La Vaca. El observar el paisaje urbano ya era suficiente entretenimiento para mí, como para charlar con los compañeros, con quienes no tenía, de momento, una relación de amistad que impulsara a intercambiar opiniones. Procuraba estar concentrado en lo que íbamos a presenciar, el ritual que nos recordaría la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Se me escapaba el significado profundo del concepto de la redención. El que un ser humano se echara a las espaldas todos los pecados de la humanidad, de todos los seres humanos que habían existido y que existirían en el futuro y además todos los pecados, que eran muchísimos y muy graves, para que fueran perdonados por Dios, se me hacía de todo punto incomprensible. No solo el que se pudiera soportar semejante peso a las espaldas, algo inimaginable, sino sobre todo el que uno pudiera aceptar tan increíble sufrimiento para conseguir un perdón al que no le encontraba mucho sentido, teniendo en cuenta que los que pecaban lo hacían voluntaria y libremente y lo peor de todo, que volverían a pecar una y otra vez, fueran redimidos las veces que fuesen redimidos. Mi vivísima imaginación me hacía contemplar aquella ascensión al monte del Calvario con una corona de espinas en la cabeza, cada espina penetrando en la carne y llegando hasta el hueso. El peso del madero sobre los hombros, los pies descalzos, llagados, sudando sangre, sabiendo lo que le esperaba. Podía sentir cómo le clavaban los clavos en la palma de las manos, a martillazos. Cómo le dejaban en la cruz, al sol, comido por las moscas, la sed espantosa, cómo la lanza penetraba sus entrañas. Solo de pensarlo el sufrimiento y la angustia se me hacían insoportables. Mejor pensar en otra cosa.

Llegamos pronto a la calle que habían elegido para nosotros. En algunos trozos de acera ya estaban puestas sillas que ocuparían los vecinos. El padre prefecto nos había aconsejado situarnos en el asfalto, cerca de la acera, así podríamos sentarnos en ella cuando estuviéramos cansados y de esta forma estaríamos también en primera fila para que ningún adulto nos impidiera ver la procesión, porque nosotros éramos pequeños y bajos y no estaba papá para que nos dejara subirnos a sus hombros. Eso hicimos, aunque alguno, que yo lo vi, se escaqueó perdiéndose entre los grupos de personas que iban llegando. No sé lo que haría, porque no nos habían dado dinero para gastar. ¿En qué podíamos gastarlo viendo la procesión? Cuando ya estaba acabando apareció por detrás de las filas que ya se habían formado, lo pude ver entre las piernas. ¿Y si se hubiera perdido? Desde luego yo no me hubiera atrevido. Había demasiada gente para no perderse y regresar tarde, si es que acertabas con el camino, hubiera supuesto un castigo severo. No quise ni imaginarlo.

La procesión tardó en llegar. Yo estaba ya cansado y me apoyaba primero en una pierna, luego en otra. Además. me aburría mucho. No quería mirar a las filas del otro lado de la calle porque me daban miedo las miradas que me dirigían, como si sintieran pena por mí. La gente me daba mucho miedo. Por fin se oyeron a los lejos las trompetas y la música. El sonido de las voces de la gente fue decreciendo hasta convertirse en murmullos. El sonido agudo de las trompetas, el bronco de los tambores y el resto de instrumentos, me producían una sensación rara, se me humedecieron los ojos. Imaginé a Jesús subiendo una cuesta, con la corona de espinas, pujando por la cruz, sangrando por las espaldas que un romano iba azotando sin compasión. ¿Merecía yo que él sufriera por mí de esa forma? No, yo era un gran pecador. Todos los sábados me confesaba de lo mismo sin pensar en lo mucho que mis pecados habían hecho sufrir al hijo de Dios. ¿Cómo podía ser que él hubiera sufrido por algo que yo haría siglos más tarde? No podía entenderlo. Seguro que era uno de esos milagros tan raros que suceden de vez en cuando, especialmente si eres el Hijo de Dios. Pensé que mis pecados comparados con los terribles pecados mortales de otros, tales como matar a alguien o robarle, eran muy poca cosa, y además juntados unos con otros, los míos pasarían desapercibidos. Dejé de pensar en ello, eso tenía que ser un pecado muy gordo.

Me ayudó el movimiento que se produjo. Algunos salieron al centro de la calle y comunicaron que el comienzo de la procesión ya se veía al dar la vuelta a una esquina. Todo el mundo quería verlo, pero si no te movías de tu sitio era difícil, y nadie quería moverse por si le quitaban el sitio. Había algunas mujeres mayores, sentadas al otro lado, con el rosario en las manos, que farfullaban algo, seguramente el rosario, pero la mayoría actuaba como si aquello fuera un espectáculo divertido. Me dije que yo debía de centrarme en lo que la procesión representaba, el sufrimiento y la muerte de nuestro señor Jesús. No entendía muy bien lo que significaban los pasos, ni tampoco el ritual del lavado de pies que había hecho el oficiante en el oficio del Jueves Santo al que habíamos asistido antes de salir a ver la procesión. Todos tuvimos que esforzarnos para no reírnos al ver al director del colegio lavando los pies a unos cuantos niños, con una palangana llena de agua y un trapo seco. Di gracias a Dios por no haber sido escogido para el lavado de pies. No es que yo fuera un guarrín, pero me costaba ducharme y supongo que a veces debía de oler mal, aunque yo no me olía porque mi olfato no era bueno y solo notaba los malos olores cuando eran muy intensos. Muchos niños hicieron luego bromas sobre el olor a queso de los pies y lo mal que lo tenía que haber pasado el cura. No entendía muy bien aquella ceremonia, se suponía que el cura se humillaba ante los últimos de la fila, nosotros, los niños, pero luego nos humillaba dándonos bofetones y tratándonos como a mierdecillas. Nada de lo que había hecho Jesús, el Hijo de Dios, que se contaba en el evangelio, era imitado por los curas y frailes, que se comportaban como si no creyeran en el evangelio y todo fuera para ellos como una obra de teatro, algo de risa, que interpretaban porque tenían que hacerlo, pero estaban muy lejos de creer e imitar a Jesús.

Cuando vi aparecer a los primeros papones, con aquellos gorros en cucurucho que les tapaban la cara y que daban un poco de risa, porque eran como helados al revés, dejé de rezar el padrenuestro que había estado recitando de memoria dentro de mi cabeza, y me dispuse a dejarme asombrar por todo lo que fuera ocurriendo. No entendía muy bien por qué se tapaban la cara para que nadie los conociera, y menos con aquellos cucuruchos morados. ¿Era porque hacían de malos y no querían que nadie lo supiera? ¿Entonces eran los malos o los buenos que acompañaban a Jesús en su pasión? El paso con la estatua de Jesús siendo azotado, con la corona de espinas, de la que brotaban gotas de sangre, llegó frente a mí y no pude dejar de mirar el rostro del Hijo de Dios. Parecía estar sufriendo mucho. El que fuera por mis pecados me producía retorcijones de tripas. Tenía que ser bueno, muy bueno, no quería hacerle sufrir. Seguía sin entender para qué servía tanto sufrimiento si luego todo el mundo seguía pecando y pecando. Además, si su espantoso dolor perdonaba los pecados y los malos, muy malos, iban al cielo después de haber hecho tanto mal… no me parecía justo. Aunque si morían en pecado mortal irían al infierno, como no se cansaban de repetir los curas. Los malísimos estaba bien que fueran al infierno, aunque no acababa de entender eso de que alguien que ha hecho muchísimo mal a sus hermanos pudiera ir al cielo si se arrepentía en el último momento y confesaba y comulgaba. En cambio yo, un pobre niño, podía ir al infierno si la muerte me pillaba en pecado mortal, sin tiempo de confesarme y arrepentirme, a pesar de no haber hecho tanto mal como aquellos malísimos que mataban, robaban y todo lo demás. No era justo. No, no lo era. No entendía nada. Quise dejar de pensar en ello, porque eso debía de ser pecado mortal y tendría que confesarme el sábado. Lo importante es que fuera bueno y que sufriera yo también para salvar a todos, incluido yo mismo. Haría sacrificios y penitencia. Me dolían las piernas. Eso lo podría ofrecer como sacrificio por la salvación de la humanidad. No sería igual que el sufrimiento de Jesús, que era el hijo de Dios, pero para algo serviría. ¿Para cuánto? ¿Aquel dolor de piernas podría conmover a un gran pecador y hacer que se arrepintiera? Me parecía poco. Se me ocurrió que si me duchaba con agua fría todos los días, eso sería una buena penitencia. También podría hacer otras cosas. Había oído que algunos frailes se ponían cilicios alrededor de la cintura, eran como pinchos metálicos, como espinas. Eso sí que debía de doler. ¿Pero de dónde sacaba yo los cilicios? ¿Me dejarían?

Algunos, tras la estatua de Jesús azotado y con la corona de espinas, iban vestidos de romanos. A esos se les veía la cara. No llevaban capuchón. ¿Por qué ellos no, si eran los malos, y por qué lo llevaban los buenos, suponiendo que fueran los buenos? Se escuchaba ya muy cerca el sonido de las trompetas, los tambores y los demás instrumentos. Una trompeta solitaria daba unos clarinazos muy agudos que te rompían el alma. Me conmoví hasta las lágrimas y no dejé de llorar hasta que pasaron frente a mí y se fueron alejando. Estuve atento por si desde algún balcón cantaban una saeta. Había oído decir que era algo muy bonito, pero no se oyó nada. Pasado lo mejor la gente dejó de estar atenta y se oyeron algunos murmullos. Ya llevaba allí, de pie, horas y horas, estaba muy cansado. Quise sentarme en la acera, pero no había ningún trozo libre, todo estaba ocupado por los pies de los asistentes. Alguien chistó y me volví. Era una mujer sentada tras de mí en una silla. Me señalé con el dedo, preguntando con el gesto si era a mí. Ella asintió y yo me acerqué. Me dijo que parecía muy cansado, que me sentara en su silla, ella estaría un rato de pie. Me preguntó si era de algún colegio y le dije que sí. Me preguntó de cuál. Se lo dije. Insistió. Le dije que no, que no estaba muy cansado, pero ella no se lo creyó. Como no acepté de inmediato, la señora se enfadó y tuve que sentarme para evitar que se produjera un escándalo. Eso me vino muy bien porque ya me notaba mareado, estaba tan cansado que temí caerme redondo al suelo. La procesión iba acabando. Al mirar a mi derecha, pude ver al padre prefecto que iba pasando y diciendo a todos que se fueran poniendo en fila para regresar. Me dije que no sé cómo nos la íbamos a arreglar para no perdernos en semejante multitud. Le dije a la señora que nos teníamos que ir y le di las gracias. Ella se conmovió y me acarició la cara. Cuando llegó el prefecto me puse en pie y formé fila con el resto. En cuanto pasó el último papón nos pusimos a caminar. El fraile nos había dicho que formáramos filas de tres para que fuera más difícil perdernos y que pusiéramos la mano en el hombro del delante. Comenzamos a caminar y la gente nos miraba con asombro, cuchicheando y apartándose para dejarnos paso. Aquella noche llegamos muy tarde al colegio y muy cansados. El padre prefecto nos dijo que al día siguiente nos dejaría dormir hasta las ocho. A todos nos pareció bien, aunque hubiéramos preferido que fuera hasta las nueve.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XXII


“Se le veía con mucha frecuencia patrullando por el monte, con su escopeta al hombro, de la que no se despegaba ni para mear. Seguramente sentiría miedo de que alguien le desbaratara algún animal, como así fue. Lo hicieron de noche, aprovechando que Sisebuto se dejara rendir por el sueño o que tal vez regresara a la casa para acostarse con Julita. Nadie podía comprender cómo aquel hombre era capaz de arar la tierra, sembrar, cuidar del ganado, incluso de noche, y seguir teniendo tiempo para contentar a Julita, de la que todo el mundo pensaba era muy exigente en la cama. Lo cierto es que se le veía en todas partes, como si fuera el mismo Dios.

“Se formó un corrillo de espías que se turnaban para vigilar a Sisebuto, día y noche, de modo que nada de lo que hiciera o dejara de hacer pasara desapercibido. Así se supo que no dejaba noche de regresar al molino, incluso a las horas más intempestivas. Allí permanecía un tiempo más que prudencial para quien se está acostando con una mujer y se le veía salir, como con prisa en regresar al monte. Incluso de día a veces dejaba de hacer lo que estuviera haciendo, y a toda prisa, como si le llevara el alma el diablo, regresaba al molino y allí permanecía algunas horas. Los espías se reían de estas prisas. “Allá va Sisebuto a echarle un buen polvo a Julita. Tendrá que quitarse los pantalones por el camino para no perder el tiempo, porque como se descuide alguien le hará alguna putada”. “No sé cómo se le puede levantar, con el ajetreo que lleva”. Decían otros. “Y no ha adelgazado ni un kilo, a pesar de los polvos que le lleva echados a Julita. ¿Cuántos calculas tú que le habrá echado, Gervasio”. Estos y otros comentarios corrían de acá para allá, como la pólvora. Yo misma fui testigo presencial de algunos de ellos.

“Nadie sabe a ciencia cierta si Sisebuto le echó muchos y buenos polvos a Julita o no, lo cierto es que los dos parecían muy enamorados. Julita incluso le llevaba la comida al campo, cuando podía. Como todo el mundo, le llevaba el típico cocido montañés en la típica cacerola con asa, y su bota de vino.

“Ni siquiera Sisebuto hubiera podido aguantar más allá de unos pocos meses con semejante ajetreo. Julita debía saberlo mejor que nadie, puesto que al ajetreo que veían todos se unía el que Sisebuto tenía con ella, del que todo el mundo se hacía lenguas, aunque nadie estuvo allí para saberlo con certeza. Por eso, y debió de ser porque Julita se lo pediría, incluso de rodillas, acabaron por contratar a unos cuantos zagales, como pastores. Recorrieron la comarca, de un lado a otro, pero nadie quería servirles. Era un gran riesgo estar en el monte, junto al ganado, y de noche, por muy bien que pagaran. Al final lograron contratar a tres o cuatro muchachos, más valerosos que el resto o tal vez más necesitados. Y así pudo Sisebuto dormir en el molino la mayor parte de las noches, no todas, porque le gustaba salir a supervisar cómo estaba el ganado, a las horas más intempestivas. Siempre con su escopeta al hombro y tal vez deseoso de encontrarse con alguien del pueblo cerca de una vaca. Ni siquiera daría aviso. Pum-pum. Se lo cargaría sin más.

“Julita sin duda le agradecería como solo ella sabía hacerlo que ahora permaneciera con ella la mayor parte de las noches. Fue una temporada tranquila. Pero no era sino el silencio que precede a las grandes tormentas. Porque una noche Sisebuto apareció por el pueblo, desierto debido a lo tardío de la hora, y disparando su escopeta en la plaza, despertó a todo el mundo y a grandes voces les hizo saber que algún cabrón le había matado una vaca y les amenazó con ir de casa en casa, descerrajando tiros, a diestro y siniestro, como otro animal volviera a morir en el monte de muerte no natural.

“Nadie se atrevió a salir de su casa, pero todos le oyeron. Hubo denuncia en el cuartel de la guardia civil. Al comandante se le vio por el molino, pero nadie supo lo que hablara con Sisebuto o Julita, lo cierto es que en eso quedó todo.

-¿Qué imaginas?

-No fue por dinero. A Julita le iban bien las cosas. Había conseguido ahorrar mucho dinero durante su etapa de vedette. O al menos era lo que se decía. Al parecer tenía también una compañía de teatro en Madrid. Su nombre aparecía en los carteles. Los que los vieron decían que ella aparecía allí como la dueña de todo. Además aunque hubiera necesitado dinero Sisebuto no tenía dónde caerse muerto. Y nadie en su sano juicio hubiera imaginado que su padre se echaría atrás de su amenaza de desheredar a su hijo. No se casó por amor. De eso estoy segura.

-¿Entonces?

Hortensia le dio a Córcoles un fuerte cachete en el muslo y éste saltó del sofá, sobresaltado. La mujer se burló de él.

-Como vuelta a repetir otra vez esa palabra le dejo. Soy capaz de volver a casa aún con esta nevada y los malditos lobos. Usted no me conoce, señorito.

-Perdona Hortensia. No volveré a hacerlo.

Y para calmar a la mujer, transformada en un peligroso basilisco, Córcoles volvió a acariciar sus muslos. Eso la tranquilizó un poco, o al menos recibió muy bien la nueva actitud del señorito, atento a su boca y buscando su placer en la suavidad de sus caricias.

-En la vida hay misterios, señorito. Por si no lo sabía. Nadie conoce todo, excepto Dios. ¿Por qué se casó Julita con Sisebuto?  

Considérelo un misterio como el de la santísima Trinidad. Lo cierto es que se casaron y eso es lo que importa. En Villa de Alba, porque en el pueblo no se atrevieron. Seguramente sería Julita quien convenciera a Sisebuto, porque éste era tan bruto que se hubiera casado en la iglesia del pueblo, con la escopeta al hombro, y habría terminado matando a unos cuantos.

“Se casaron en Villar, por la iglesia. Julita fue de blanco, algo que las comadres del pueblo nunca la perdonarían. Aunque hubieran sido capaces de perdonarle el resto, que nunca lo hicieron. Alguna hubo que incluso fue a hablar con el cura de la parroquia de Villar. Aprovechando las amonestaciones quiso convencer al párroco de que Julita era una puta y que nadie en su sano juicio la dejaría casarse por la iglesia. El cura la echó con cajas destempladas, creo que más bien porque era imposible probar que Julita fuera una puta, no existían pruebas, y también ayudó el que ella hubiera hecho una cuantiosa donación a la parroquia.

“¿Puede creer usted, señorito, que hasta se atrevieron a ir a la boda? Como se lo cuento. Algunas comadres se colaron en la boda y hasta en el banquete. Eran tantos los invitados que pasarían desapercibidas.

“Vinieron sus compañeras de la revista, cuando era vedette. Eran unas cuantas y estaban de toma pan y moja. Al menos eso comentó algún mozo del pueblo las vio salir de la iglesia. Al banquete no pudieron entrar porque Julita dio orden a los matones que había contratado de no dejar pasar a ningún hombre sospechoso sin consultar con ella. En cambio parece que hizo la vista gorda con alguna comadre. Seguramente quería que alguien contara la fastuosidad de aquel banquete que pasaría a la historia de esta comarca. Julita era así, una mujer de mucho carácter, de armas tomar.

“Lo que más se comentó fue que el chofer, ahora abogado, fuera el padrino de boda. ¿Cómo podía consentir el bruto de Sisebuto que el amante de su mujer la acompañara al altar? ¿Tan bajo había caído? Eso se dijo con cierta lástima mal intencionada, como deseando que al salir de la iglesia fuera a por la escopeta y le pegara un tiro al chofer.

“Ni los padres ni ningún otro familiar de Julita fue a la boda. A pesar de haber sido invitados, como no se cansaron de repetir a uno y otro, para congraciarse con el pueblo. Tal vez por eso eligiera a Julián, aunque se dijo que Julita tenía muchos amigos y muy guapos. Cualquiera de ellos hubiera sido un estupendo padrino. Por lo visto había hecho muchas “cognoscencias” en Madrid. Hasta hubo muchos que fueron de chaqué o de frac, como los pingüinos.

“Hubo muchos invitados y todos se lo pasaron en grande, al parecer. Se hicieron muchas fotos y alguna saldría luego en los papeles. Aunque la más conocida y que pasaría a la historia fue la que se hicieron los recién casados delante de la casa del molino. A la manera tradicional, Sisebuto de pie, con su traje de pana y su boina. A su lado Julita, sentada en una silla de enea, con el velo que llevó en la ceremonia y un vestido más discreto y tradicional. Se dice que esa foto aún puede verse en el molino, aunque ducho mucho que nadie haya pasado por allí en años.

-¿Por qué?

-¿Aún no ha oído nada de la mujer fantasma, señorito?

-Pues no.

-Ya se lo contaré. Como le decía la boda fue un acontecimiento. Se fueron de luna de miel. Nadie sabe dónde. Al cabo de un mes regresaron y se instalaron en el molino. Todo el mundo esperaba poder ver a Julita con bombo. Una imaginación muy morbosa, como dice usted. Pero no se les arregló. Siguió conservando su tipo de moza garrida durante meses, sin que se le notara para nada que fuera a engordar. ¿Había echado a Sisebuto del lecho y por eso no estaba preñada? ¿Se estaría vengando? Eso se comentó entre otras muchas cosas.

“Sisebuto se entrevistó con su padre para que le rentara alguna tierra. Por lo visto quería dedicarse a la labranza y cuidar del ganado aunque Julita debía tener bastante dinero para mantenerles durante el tiempo que necesitaran. Su padre no quiso saber nada, a pesar de que el precio ofrecido era muy alto. Nadie en el pueblo quiso tampoco arrendar ni una mísera tierruca. Al final y tras mucho andar de acá para allá consiguió alguna finca en los pueblos cercanos, donde compró también algunas vacas, ovejas y cabras y un par de caballos. Eso lo hizo con el dinero de Julita, seguro.

“Se le veía con mucha frecuencia patrullando por el monte, con su escopeta al hombro, de la que no se despegaba ni para mear. Seguramente sentiría miedo de que alguien le desbaratara algún animal, como así fue. Lo hicieron de noche, aprovechando que Sisebuto se dejara rendir por el sueño o que tal vez regresara a la casa para acostarse con Julita. Nadie podía comprender cómo aquel hombre era capaz de arar la tierra, sembrar, cuidar del ganado, incluso de noche, y seguir teniendo tiempo para contentar a Julita, de la que todo el mundo pensaba era muy exigente en la cama. Lo cierto es que se le veía en todas partes, como si fuera el mismo Dios.

“Se formó un corrillo de espías que se turnaban para vigilar a Sisebuto, día y noche, de modo que nada de lo que hiciera o dejara de hacer pasara desapercibido. Así se supo que no dejaba noche de regresar al molino, incluso a las horas más intempestivas. Allí permanecía un tiempo más que prudencial para quien se está acostando con una mujer y se le veía salir, como con prisa en regresar al monte. Incluso de día a veces dejaba de hacer lo que estuviera haciendo, y a toda prisa, como si le llevara el alma el diablo, regresaba al molino y allí permanecía algunas horas. Los espías se reían de estas prisas. “Allá va Sisebuto a echarle un buen polvo a Julita. Tendrá que quitarse los pantalones por el camino para no perder el tiempo, porque como se descuide alguien le hará alguna putada”. “No sé cómo se le puede levantar, con el ajetreo que lleva”. Decían otros. “Y no ha adelgazado ni un kilo, a pesar de los polvos que le lleva echados a Julita. ¿Cuántos calculas tú que le habrá echado, Gervasio”. Estos y otros comentarios corrían de acá para allá, como la pólvora. Yo misma fui testigo presencial de algunos de ellos.“Nadie sabe a ciencia cierta si Sisebuto le echó muchos y buenos polvos a Julita o no, lo cierto es que los dos parecían muy enamorados. Julita incluso le llevaba la comida al campo, cuando podía. Como todo el mundo, le llevaba el típico cocido montañés en la típica cacerola con asa, y su bota de vino.

“Ni siquiera Sisebuto hubiera podido aguantar más allá de unos pocos meses con semejante ajetreo. Julita debía saberlo mejor que nadie, puesto que al ajetreo que veían todos se unía el que Sisebuto tenía con ella, del que todo el mundo se hacía lenguas, aunque nadie estuvo allí para saberlo con certeza. Por eso, y debió de ser porque Julita se lo pediría, incluso de rodillas, acabaron por contratar a unos cuantos zagales, como pastores. Recorrieron la comarca, de un lado a otro, pero nadie quería servirles. Era un gran riesgo estar en el monte, junto al ganado, y de noche, por muy bien que pagaran. Al final lograron contratar a tres o cuatro muchachos, más valerosos que el resto o tal vez más necesitados. Y así pudo Sisebuto dormir en el molino la mayor parte de las noches, no todas, porque le gustaba salir a supervisar cómo estaba el ganado, a las horas más intempestivas. Siempre con su escopeta al hombro y tal vez deseoso de encontrarse con alguien del pueblo cerca de una vaca. Ni siquiera daría aviso. Pum-pum. Se lo cargaría sin más.

“Julita sin duda le agradecería como solo ella sabía hacerlo que ahora permaneciera con ella la mayor parte de las noches. Fue una temporada tranquila. Pero no era sino el silencio que precede a las grandes tormentas. Porque una noche Sisebuto apareció por el pueblo, desierto debido a lo tardío de la hora, y disparando su escopeta en la plaza, despertó a todo el mundo y a grandes voces les hizo saber que algún cabrón le había matado una vaca y les amenazó con ir de casa en casa, descerrajando tiros, a diestro y siniestro, como otro animal volviera a morir en el monte de muerte no natural.

“Nadie se atrevió a salir de su casa, pero todos le oyeron. Hubo denuncia en el cuartel de la guardia civil. Al comandante se le vio por el molino, pero nadie supo lo que hablara con Sisebuto o Julita, lo cierto es que en eso quedó todo.

“El tiempo transcurrió apaciblemente. Julita y Sisebuto parecían felices. Ella viajaba a Madrid de vez en cuando, en el pueblo imaginaban que para cuidar de sus negocios, aunque las malas lenguas de siempre apuntaron a que también iba a verse con el antiguo chofer, ahora abogado, y siempre su amante.

“De pronto comenzaron a asomar nubarrones por el horizonte. Al parecer alguien los había visto de morros. Algo tan natural en un matrimonio como que las nubes negras descarguen un poco de agua y algún rayo que otro con sus correspondientes truenos. Pero nunca llovió que no escampara ni bronca matrimonial que no acabe por olvidarse. Yo nunca he dejado de discutir con mi Pacorro y no por eso lo he matado…aún. Como siempre creo que se hizo una bola de nieve de un solo copo.  

Aunque como dicen “ cuando el río suena, agua lleva”. Algo debió de haber pasado y algo gordo para que aquella luna de miel se convirtiera en luna de hiel.

 “Julita intentaba llevar una vida bastante normal, dentro de lo posible. Sabía que la convivencia con los vecinos del pueblo sería imposible por mucho que ella pusiera de su parte. Usted señorito, que es hombre de capital, no puede saber cómo son las cosas en un pueblo, ni cómo nos las gastamos por aquí. Cuando todo el mundo se pone en contra de alguien, con razón o sin ella, la vida se convierte en un infierno para el que tiene que sufrirlo. Todos te miran mal, cuando te miran. Todos cuchichean a tu paso. Todos buscan la forma de hacerte la vida imposible para que te vayas del pueblo. Yo no conozco tanto mundo como usted, señorito, pero juraría que éste es uno de los peores pueblos de toda España y hasta diría que del mundo. Toda la comarca es así, llena de hombres cerriles, con la cabeza más dura que una piedra y brutos como arados, nada bueno se puede hacer con ellos, salvo hacerles picadillo y echárselo a los cerdos. Cuando algo se les pone entre ceja y ceja o se les mete en la mollera por algún orificio, yo diría que el del culo, no hay nada que hacer.

 “Las mujeres son cotillas como ellas solas y bichos malos, auténticas serpientes venenosas, verdaderos demonios. Y lo peor de todo es que nunca sabes qué hacer para que no la tomen contigo. Ni siquiera dándoles la razón y besándolas el culo estás segura de no acabar cayendo en sus garras. Por eso le aconsejo, señorito, que sea discreto. Si se mete en algún lío de faldas lo que mejor es que no lo sepa nadie y procure dejar contenta a la moza, para que no se vaya de la lengua ni le busque la ruina

 -¿Por qué iba a meterme yo en líos, Hortensia?

 -¡Tendrá cara el señorito! ¡Como si aquí no supiéramos de su fama de mujeriego! Este pueblo será el culo del mundo, no lo niego, y no tenemos mucho tiempo para ver la caja tonta, pero todo el mundo la acaba viendo, más o menos tiempo. También se oye la radio y los minutos de cotilleo más que el resto. Y en casa de Pilaruca, que peina un poco, para salir del paso, siempre hay revistas atrasadas, de esas tan conocidas que hablan de los líos de faldas de los ricos y que nunca hablan de las pobres, salvo que se hayan encamado con ricos o famosos. Raro sería que alguien no le haya conocido ya, y a estas horas todo el mundo sabrá que el señorito es aquel que salía por la tele y decía cosas tan graciosas y le tiraba los tejos a toda falda que anduviera por allí cerca, incluso las maquilladoras y alguna que sabía manejar una cámara. ¿No se acuerda señorito cuando otro cámara, celoso, le pilló morreando a aquella mocita con cara de ángel durante los anuncios y luego el director del programa quiso que esa imagen saliera a la luz pública y todos se rieron con ganas y se burlaron de usted?

 -Creo que algo de eso hubo, pero no fue para tanto, Hortensia. Todo lo exageras. Mi etapa como tertuliano en los programas del corazón fue hace años y desde entonces he vivido en el anonimato.

 -Já. Por aquí han seguido llegando las revistas del corazón y muchas mozas del pueblo tienen recortadas sus fotos metiendo mano a bellas damiselas. ¿Cómo se las arreglaba usted para que los fotógrafos le pillaran siempre con la mano donde no debía?

 -No recuerdo que me dedicaran ni una sola portada.

 -Aquí las comadres leemos hasta la última coma, especialmente los pies de las fotos, aunque estén escondidas entre anuncios. Que si fulanita es una guarra, que enseña las bragas, cuando las lleva, pocas veces. Que aquella viste como un adefesio. Que la otra está en la ruina y se dejó comprar por un empresario. ¿Qué le habrá visto ese tío bueno, ese tábano, a esa, que es más fea que un cardo borriquero? ¡Hágame caso! No se deje ver demasiado y en cuanto a los líos de faldas, mejor dentro, entre cuatro paredes, y con las ventanas cerradas, para que nadie pueda verlos.

 -No se te escapa una, Hortensia. Procuraré no armas escándalo, aunque las mozas de esta comarca están más buenas que el pan y no sé si podré controlarme. Por cierto Horti, ¿qué comen las mozas por aquí para estar tan buenas?

LA VENGANZA DE KATHY XII


LA VENGANZA DE KATHY XII

Una risa aullante, demoniaca, salió de la boca de Kathy que había recobrado su posición anterior y permanecía como antes, inmóvil como un árbol. Por suerte una ristra de horrísonos truenos me impidió seguir oyendo aquella risa demoniaca. Mi vello debería estar erizado y mi cuerpo helado como un témpano. Es un decir, porque mi cuerpo parecía haber desaparecido, no sentía nada.

-Ahora solo una respuesta más y te dejaré en paz…Solo por un momento. Voy a cenar. Estoy hambrienta como un monstruo que no ha comido en un milenio. Necesitas saber por qué te voy a matar. ¿Qué has hecho tú, un bondadoso gratificador de mujeres necesitadas, para merecer esto? Te lo voy a decir. Esperaba mucho de ti. Ya sé que los hombres sois incapaces de amar, pero mis expectativas respecto a ti no eran las que tengo con el resto de machos del planeta. ¡Puaf! Me dais un asco infinito. Confiaba que después de nuestra noche comprendieras que yo, y solo yo, era la mujer de tu vida. Me has decepcionado. Eres como los demás. Y aún lo serás más cuando recuerdes tu pasado, si es que lo recuerdas. Eres mi primera víctima, la siguiente será Mr. Arkadín cuando venga, porque va a venir, ni tú ni ese idiota de Jimmy seríais capaces de descubrir al psicópata que anda suelto. Y después de Mr. Arkadín acabaré con todos los machos del planeta. Primero los de Crazyworld y luego el resto. Sí, una vez que muera Arkadín, saldré de aquí y me dedicaré a matar a todos los machos del planeta. No tendré tiempo, piensas. Te equivocas, obligaré al profesor Cabezaprivilegiada a terminar sus experimentos con el líquido que rezuma de mi clítoris hasta transformarlo en un poderoso veneno. Lo mezclaré con el agua que abastece a las grandes ciudades y todos morirán. Jajá. Será maravilloso contemplar el apocalipsis en primera fila. Y ahora te dejo contemplando esta tormenta apocalíptica. Ya me contarás. Jajá. No te preocupes, te alimentaré con sonda y tu cuerpo resistirá hasta que tu corazón explote, porque parado ya está. ¿Cómo un cuerpo puede permanecer muerto y la mente viva? Eso pregúntaselo al profesor, bambino caro.

Los rayos eran cada vez más terroríficos. Como si Jupiter tonante estuviera muy cabreado, pero que muy, muy cabreado. Los truenos retumbaban al lado de mis orejas. Debería tener los tímpanos horadados. Pero no sentía ningún dolor. ¿Por qué no afectaban a Kathy? ¿Otro invento del maldito profesor? Iba a morir. La idea, como un rayo, rasgó las meninges de mi cerebro. No podría hacer nada. Era una muerte segura. ¿Y si me encontraban? Mi desaparición no pasaría desapercibida. Alice hablaría y mis mujeres, si no todos, saldrían a buscarme. Alice, Heather, hasta Dolores. Me entró una risa tonta que no pudo salir al exterior. Imaginarme a Dolores corriendo por el bosque en mi busca me producía una dolorosa hilaridad. Era increíble que conservara el humor aún en aquellas circunstancias. Así es el ser humano, una mierda con capacidad de reír. ¿Habría asesinado Kathy al director? No iba a poder preguntárselo, a no ser que se le ocurriera también responder a esa pregunta. ¿No parecía saber todo lo que yo estaba pensando?

¿Podría dormir? Esa era una pregunta interesante a la que Kathy no había respondido. ¡Si al menos pudiera descansar! ¡Pero qué estaba diciendo! Mi cuerpo no podía estar cansado porque ni siquiera tenía cuerpo. En cuanto a mi mente, estaba tan lúcida que hasta me daba miedo. Se me ocurrió que tal vez aquel trauma que estaba sufriendo me ayudaría a recuperar la memoria. Sería una bonita forma de entretener el tiempo que iba a durar aquel tormento. Si iba a morir, al menos que muriera recordando todo lo que había sido hasta llegar a Crazyworld. Era una técnica interesante, mejor que las hipnosis del doctor Sun. ¿Y si a pesar de la seguridad de Kathy su clítoris no pudiera enderezar mi miembro? Jajá, sería fantástico, un auténtico chasco para aquella psicópata. Tendría que matarme de cualquier otra manera. Hiciera lo que hiciera no sentiría dolor. Por ese lado todo perfecto. ¿Y si dejara que el efecto pasara para que pudiera sufrir? Entonces tendría una oportunidad. Pero, claro, antes me inmovilizaría, no era tonta. Todas las posibilidades que se me ocurrían terminaban indefectiblemente en mi muerte, más o menos dolorosa. Casi mejor que me matara a polvos. Una pregunta interesante ¿mi cuerpo sentiría placer, o actuaría de forma automática, sin que yo me enterara? Esa era la primera pregunta que me gustaría que Kathy respondiera al volver. ¿Cuánto tardaría en cenar? Tiempo más que suficiente para que mi mente recorriera todos los laberintos del terror. Mejor pensar en otra cosa.

¿Quién era yo? ¿Qué había hecho durante los pocos años que había vivido? ¿Quiénes eran mis padres, dónde estaban? ¿Era en verdad un gigoló o acaso tenía alguna novia en alguna parte? ¿Era español o norteamericano? ¿Por qué parecía conocer el español como mi lengua materna? ¿Y si era español, por qué me había trasladado hasta allí? ¿Dónde había nacido? ¿Era creyente, ateo, agnóstico o medio pensionista? ¿Cómo era mi carácter? ¿Alegre, apático, un perdonavidas, un viva la virgen, un idiota? ¿Era culto, había leído muchos libros, visto muchas películas, escuchado mucha música? Tal vez fuera un jovencito adorable…Bach, Bach, Bach. ¿Quién era Bach? ¿Un músico? Me sonaba mucho. ¿Estaba recuperando la memoria? Me hubiera gustado cerrar los ojos y esperar que las imágenes desfilaran por la pantalla de mi mente enclaustrada. Pero no podía. ¿En verdad me gustaba tanto el sexo como parecía? Sí, estaba muy bien, era muy agradable, más que eso, era lo mejor que uno podía hacer en la vida. Si la humanidad se ocupara solo de eso no habría guerras. ¿Qué era una guerra? Por un instante unos nombres sin sentido acudieron a mi memoria. La batalla de Waterloo, la guerra de los treinta años, La primera guerra mundial, la segunda, la guerra de Corea, de Vietnam, el desembarco de Normandía… ¿Qué demonios era todo eso? ¿Qué se hacía en las guerras? Matar y morir, una cosa después de otra, todas a la vez. El dinero, el capitalismo, el marxismo. Los privilegiados, los marginados, los proletarios, los burgueses. Todo pura palabrería, porque no la acompañaban imágenes. Sin imágenes no iba a poder recordar y no aparecerían mientras tuviera los ojos abiertos. Ahora que estaba solo, inmovilizado, la necesidad de recordar se hacía acuciante. Sin memoria uno es nada. Yo debería ser un auténtico idiota puesto que carecía de memoria. Tal vez todo rodara por el subconsciente, como en una partida de bolos. Sin embargo, sabía lo que era una partida de bolos, aunque no tuviera imágenes. Sabía muchas cosas, aunque no las recordara. El significado de las palabras, por ejemplo. Eso era una parte importantísima de la memoria. Si lograba salir de este espeluznante episodio hablaría largo y tendido con el doctor Sun. Por supuesto que era un idiota, pero también un sabio, conocía muchas cosas, podría explicarme cómo funciona la memoria y por qué yo no recordaba nada o casi nada y sin embargo actuaba como si lo supiera todo. ¿Qué partes del cerebro siguen funcionando cuando eres amnésico y qué partes no, y por qué eres capaz de comportarte como una persona normal cuando la amnesia se ha apoderado de ti? ¿Existían muchas clases de amnesia y cómo se llamaba la mía? ¿Qué ocurriría cuando lo recordara todo o casi todo? Nada, porque iba a morir.

Aquel pensamiento fue como un martillazo en mi cabeza. Es un decir porque yo no tenía cabeza, al menos no lo notaba. De pronto fui consciente de la tormenta, que casi había olvidado. Sin duda era un espectáculo dantesco. Rayos y más rayos. Truenos y más truenos. Casi deseé que Kathy volviera y comenzará aquella tortura que me llevaría a la muerte. Quería saber si iba a sentir placer y cómo sería éste comparado con el que yo había sentido con Kathy la primera noche, luego con Heather, luego con Dolores, luego con Alice. Si era parecido me gustaría morir de una puta vez, disfrutar horas y horas y horas hasta que mi corazón estallara… es un decir. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? ¿Se perdía la sensación de tiempo?

De pronto Kathy estuvo otra vez dentro de mi campo de visión. Parecía como si el barro se hubiera endurecido y forma ya parte de su piel. Además, sus colores de guerra eran realmente espectaculares. Me hubiera gustado verle los ojos, pero parecían escondidos tras el barro.

-Ha sido una cena muy agradable, aunque lo hubiera sido más si tú me hubieras acompañado. Pero no, tenías que hacer el idiota con otras mujeres, como si yo no fuera suficiente. Podría haberte ayudado a salir de aquí. Sé cómo hacerlo. Nos hubiéramos ido juntos a cualquier remoto lugar del planeta. Allí hubiéramos sido felices. Hubiéramos tenido hijos. ¡Me encantan los niños! Juntos, siempre juntos, de día y de noche, a todas horas. El sexo hubiera durado todo el tiempo que deseáramos. Nos ocuparíamos de sobrevivir, de criar a los hijos, y luego noches enteras de sexo, mientras los niños dormían. No necesitaríamos gran cosa. Una cabaña en un lugar tropical, alimentos al alcance de la mano, una playa de arena fina, aguas cristalinas. Ese era mi sueño contigo. Pero no, tenías que estropearlo. Eres un mastuerzo, como todos los machos, siempre pensando en tener sexo con todas las mujeres del planeta, cuando os basta y os sobra con una. Vale, antes de comenzar con el sexo, más respuestas a tus preguntas. No sé cómo sentirás el sexo, pero lo sentirás. El profesor me comentó que ciertas partes del cerebro seguían funcionando, llegarás al orgasmo, aunque no sé cómo lo sentirás. Tampoco sé si eyacularás. Eso no lo sabía el profesor porque no se había experimentado. Por si acaso no he tomado anticonceptivos. Creo que me encantaría que me hicieras un hijo, mejor dos, o todos los que fuera posible. Así, cuando mueras, yo podré escaparme de aquí y criar a mis niños en un remoto y bonito lugar del planeta.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXIV


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXIV

Así es, Arminido. Acabamos de aterrizar y ya lo está haciendo también Artotis que parece se ha dado mucha prisa. Os vamos a pasar las imágenes, mientras yo voy narrando lo que está sucediendo, más para explicar lo que a nuestros holovidentes se les pase desapercibido que para reiterar lo que ellos ya están viendo. Su esposa Arleina –cuyo nombre se parece mucho al mío, y no voy a decir si es su verdadero nombre o forma parte del juego de los nombres cambiados, con el que nuestros holovidentes podrán ganar unos créditos al final del programa- ha salido disparada para recibir a su amado esposo. ¡Oh el amor, el amor! ¡Oh lamore, lamore! Como dice un poema clásico que he podido leer escarbando en los archivos remotos de “H” que a nadie interesan y que no recuerdo si estaba escrito en una de las lenguas ancestrales de Omega o procede de otro planeta. Otro día, Arminido, tendremos que tratar de las relaciones de pareja que han existido a lo largo de la historia de Omega hasta llegar a las actuales, que ni son relaciones, ni son pareja, ni son nada. Incluso las podremos comparar con las existentes en otros planetas del Cuadrante, un estudio etnográfico en toda regla. ¿No te parece, Arminido?

-Ya lo creo que me parece, querida Alierina, incluso podríamos escenificarlas tu y yo.

-Acepto, siempre que empecemos con el matriarcado. Para ello tendrás que pedir permiso a “H” para acceder libremente a sus archivos secretos sobre otros planetas del cuadrante. El que algo quiere, algo le cuesta.

-Hecho. Sigue contándonos lo que ven tus ojos.

-Y los vuestros. Como veis Artotis y su pareja se han fundido en un abrazo del que tardarán en separarse. Elielina y Aloviris los contemplan con la boca abierta. Ésta excursión fuera del hogar les está haciendo algo de mella. Cuando tengamos un rato les preguntaremos sobre sus impresiones del mundo exterior. Nuestro programa, una vez que disfrutemos de la finca de Artotis, es dar una vuelta sin prisas sobre Vantis, para que la conozcan los que nunca salen de sus casas. Cenaremos en casa de Elielina y nos prepararemos para una larga noche virtual que promete muchas sorpresas, al menos para mí que nunca he estado en esos mundos artificiales… Pero qué ocurre. Me parece que a Artotis y a Arleina los van a separar antes de lo que habíamos pensado. Como estáis viendo una caeros viene trotando hacia ellos, seguida de su rebaño. Seguro que Amantanimalis, el robotdrón del que ya hemos hablado, les ha comunicado la llegada del bueno de Artotis y han salido disparados. Se nota que le tienen mucho cariño. ¡Increíble! Caerina, la lideresa de la manada, le está lamiendo la calva a nuestro compañero Artotis que ha tenido que separarse de su amada y responde besando su frente y acariciando su testuz. Por suerte ya tenemos al robotdrón encima de nuestras cabezas, contemplando la escena.

-Por favor, Arleína, ¿podrías decirle a Amantanimalis que nos traduzca los berridos que iba soltando Caerina mientras llegaba al trote y la conversación que parecen mantener estos dos buenos amigos?

-Puedes pedírselo tú misma, nuestro robotdrón obedece a todo omeguiano que le ordene algo, salvo que confronte con las famosas tres leyes robóticas que diseñó Helenio de Moroni para que ningún robot o IA pueda dañar por acción o inacción a cualquier omeguiano con el que se encuentre.

-Pues allá vamos…Hola Amantanimalis. ¿Cómo te encuentras? ¿Podrías traducirnos todo lo que ha venido diciendo Caerina y la conversación que está manteniendo ahora con Artotis?

-Hola Alirina, intrépida reportera. Me encuentro muy bien y para mí será un placer hacer de traductor, si bien debo advertir que la traducción del lenguaje animal al omeguiano, así como al revés, no es tan exacto como el lenguaje que empleáis para comunicaros entre vosotros. En el lenguaje animal el tono de la voz, la mirada y la gesticulación es casi tan importante como el mismo núcleo del mensaje. Se podría traducir los berridos de Caerina como “Papi, papi, nos tienes abandonados, qué poco nos quieres. Déjame que te dé una buena lamida”. Todos los caeros de la manada lo llaman así. Algo curioso porque la palabra “papi” no existe en su lenguaje habitual. Han debido imitarlo de Artotis que suele gustar de emplearlo con las crías. Lo que le está diciendo Artotis a Caerina no necesita traducción, ésta responde que todos los caeros de la manada lo echan mucho de menos y que debe prometer no pasar tanto tiempo fuera de la finca. Ahora el resto de la manada se aproxima y Caerina se retira para que todos puedan lamerle en señal de bienvenida. Lo que le están diciendo las crías es especialmente enternecedor. Podría traducirse como “papi, te queremos, déjanos dormir esta noche contigo”. Artotis suele hacerlo de vez en cuando, se suma al montón que forman las crías para resguardarse del frío por la noche. Cuando no está Artotis todas duermen entre las barrigas de las mamás que forman un círculo muy curioso que deberías ver alguna vez. Artotis está intentando convencerlas de que esta noche no es posible porque debe dormir con Arleína, pero que mañana lo hará. Las crías no comprenden el tiempo por eso mi traducción topa con muchas dificultades.

-Mientras la manada recibe a su “papi”, lo que llevará un tiempo, os he preparado un refrigerio que os ayudará a recobrar fuerzas.

-Gracias Arleína, hoy no hemos podido almorzar a gusto porque los kooris nos han obligado a salir pitando. Por cierto, ¿No tendréis kooris en la finca?

-Artotis está intentando convencerme de que adoptemos a una familia, pero yo me resisto porque pondrían todo esto patas arriba.

-Seguro que acabará convenciéndote. Yo misma voy a adoptar una familia en cuanto me sea posible.

-Todo dependerá del cariño con el que me trate durante una larga temporada. Puede que acabe cediendo.

-Seguro que sí. Bueno, te acompañamos. Arminido, vamos a alternar las imágenes de Artotis y los caeros con las del refrigerio de que vamos a disfrutar gracias a la generosidad de Arleína. Si no te molesta, puedes tomar tú las riendas, puesto que a mí me costará seguir narrando con la boca llena.

-Encantado Alirina. Aprovecharé para que Amantanimalis nos explique un poco del lenguaje animal y si existen otros programas para comunicarse con el resto de animales del zoo.

EL BUFÓN DEL UNIVERSO III


EL BUFÓN DEL UNIVERSO III

 No puedo saber el tiempo que permanecí allí. No debieron alimentarme, ni por sonda, porque no encontré ninguna señal en mi cuerpo. Algo me despertó de mi estado catatónico y fui consciente de lo que había pasado y de dónde me encontraba. Continuaba atado a la silla. El cuerpo debería dolerme mucho por la postura que había mantenido durante todo ese tiempo, pero no sentía nada, ni siquiera hubiera sido consciente de tener un cuerpo de no haberlo visto con mis propios ojos. El ruido se repitió y entonces fui consciente de lo que me había despertado. Era como si alguien estuviera intentando abrir la puerta del contenedor. No sabía hacerlo o no le habían dado la contraseña de la cerradura. Por eso golpeaban la estructura metálica. Luego escuché lo que me pareció el sonido de un soplete. Me hubiera gustado gritar pidiendo auxilio o hacer ruido para que supieran que yo estaba dentro. Lo pensé mejor. No sabía quién estaba fuera ni lo que deseaba de mí. Era lógico pensar que si se tratara de los tripulantes de mi nave se hubieran limitado a abrir la puerta con la contraseña. Decidí esperar y ver qué me deparaban los acontecimientos.

No tardaron mucho, o al menos eso me pareció a mí. De pronto un rectángulo metálico cayó en el interior, produciendo un ruido ensordecedor que golpeó mis oídos como dos puñetazos bien dados, uno en cada oreja y los dos a la vez. Mi cuerpo parecía vibrar como si fuera un gong al que acabaran de golpear como una maza. Lo que sucedió a continuación ocurrió muy rápido. Un gran robot muy tosco entró pisoteando la chapa de metal con sus ruedas y enfocó por el interior del bunker sus ojos enormes que no eran otra cosa que dos tubos de metal que proyectaban unos haces luminosos. Exploraron con lentitud todo el recinto y se detuvieron en mí durante unos segundos. Debió de emitir algún tipo de señal porque enseguida entraron varios humanos enfundados en una especie de trajes espaciales tan toscos como el robot. Se acercaron con precaución y pude ver cómo uno de ellos movía la boca. Parecía estar hablando, aunque yo no escuchaba. Una especie de camilla volante, mucho más sofisticada que el tosco robot que permanecía de pie, sin moverse del lugar donde estaba cuando entraron los humanos, hizo su aparición. Se mantenía a poco más de un metro del suelo. Los astronautas me desataron con facilidad y rapidez. Dos de ellos me levantaron de la silla y me tumbaron en la camilla. Un brazo robótico surgió de alguna parte y me inyectó algo en el cuello. Perdí la consciencia.

Cuando desperté me hallaba sobre la misma camilla en una especie de laboratorio o enfermería muy amplio. Frente a mí varias figuras humanoides me contemplaban desde una plataforma acristalada. Una de ellas me llamó la atención porque era una mujer. Muy alta, fornida, hombruna, pero con unos ojos dulces y acariciadores. Se movió y salió de la plataforma. La vi acercarse a mí caminando con lentitud. Vestía una túnica blanca que escondía su cuerpo. Cuando estuvo a mi lado me habló con una voz tan dulce como sus ojos.

-No tengas miedo. No vamos a hacerte daño. Estás en el planeta Alienón. Y ésta es la enfermería de la residencia Armanas para mutantes. Armanas soy yo. La tripulación de tu nave te trajo aquí, nos entregó el contenedor y no se detuvieron mucho tiempo. Nos dijeron que eras un mutante peligroso, que no querían saber nada de ti. Ni siquiera pusieron precio a tu cabeza. No quisieron decirnos nada más y se marcharon como si les persiguieran los mutantes más peligrosos de la galaxia. Te hemos analizado a fondo, pero no encontramos nada que nos indique qué tipo de mutación sufres. Ni siquiera los análisis genéticos han sido concluyentes. Ninguna de las pruebas para detectar posibles mutaciones peligrosas ha dado positivo. Así que de momento te vamos a considerar inofensivo. Ya habrá más tiempo para hacerte otras pruebas. Y ahora intenta bajar de la camilla por tu propio pie. Yo te ayudaré si lo necesitas. Iremos al comedor. Necesitas comer algo. No sabemos el tiempo que has estado sin alimentarte. Nuestra IA nos dice que has sufrido una catatonia bastante rara. Eso explicaría que pudieras sobrevivir sin comer ni beber.

Hice un esfuerzo por bajarme de la camilla y lo conseguí, pero mi cuerpo me parecía raro. Aceptaba las órdenes de mi cerebro, aunque con retraso. Pensaba en hacer algo y reaccionaba, siempre existía una demora de unos segundos, algo que distorsionaba mi percepción. Me sentía como un duplicado de mí mismo que funcionara a diferentes velocidades. Aquella mujer debió darse cuenta de que algo no iba bien porque me sostuvo con sus fuertes brazos. De esta forma fuimos caminando hacia la salida, atravesando todo el laboratorio. Desde la plataforma nos observaban con mucha atención. Cuando llegamos a la puerta y ésta se abrió ante nuestra presencia me sentí mucho mejor. Casi no percibía el retraso entre mi pensamiento y la acción. Tal vez se debiera a que había dejado de dar órdenes a mi cuerpo, todo se producía de forma automática.

Ante nosotros se extendía un largo pasillo. Era amplio, punteado a los lados por macetas de diferentes tamaños y separadas entre sí por distancias que variaban siguiendo un criterio que se me escapaba. Una planta llamó especialmente mi atención, por el extraño diseño de sus ramas, el vivo color variado de sus flores y sobre todo porque me pareció que una rama se alargaba buscándome. Pudo ser solo un quiebro de mi percepción, porque continuaba sintiéndome muy raro. Me detuve ante ella.

-Son plantas mutantes. También cuidamos de plantas y animales mutantes. Algunas se comunican, como acabarás observando con el tiempo.

Me tomó del brazo, se acomodó a mi paso y así llegamos al final del pasillo, donde una puerta de cristal se abrió ante nosotros, como si nos percibiera. Estábamos en un salón enorme, repleto de mesas y sillas, una especie de comedor, pero muy raro.

-Cuando puedas comer con todos encontrarás la explicación a esta rareza. Cada mesa, cada silla, cada cubierto, está diseñado para que pueda ser utilizado por las diferentes especies de mutantes. Tu físico es normal. Otros no lo son, dependiendo de cada especie y de cada mutación. La fama de esta fundación ha corrido por la galaxia y aquí llegan, desde todos los rincones, especímenes mutantes, tanto de animales, plantas u homínidos. Cada uno tiene su sitio. Ya te enseñaré nuestro zoológico donde todos los animales viven en libertad, salvo los depredadores más peligrosos, que tienen su propio territorio separado del de los demás. También conocerás nuestro jardín botánico, donde cada planta mutante tiene su sitio, salvo las plantas que se mueven, para las que hemos acotado una parcela especial. Aquí estarás muy a gusto. Si llega el momento en el que prefieres la libertad de vagabundear por la galaxia, sufriendo imprevistos, como el que te ha traído hasta aquí, solo tienes que decirlo.

Me quedé ensimismado, tratando de asimilar mis nuevas circunstancias. Armanas debió interpretarlo mal.

-Pero te estoy entreteniendo cuando lo que necesitas es reponer fuerzas. Sentémonos a esta mesa, yo te acompañaré en el desayuno, porque aún no he probado bocado.

Nos sentamos y ella pareció darse cuenta de mi joroba por primera vez.

-Intenta sentarte como puedas. Mañana tendrás una silla a tu medida. Hoy no podrás pedir un menú acorde con los gustos de tu planeta, pero mañana subsanaremos ese error, salvo que tengamos ya a un compatriota tuyo. ¿De qué planeta procedes?

-Soy del planeta Woon.

-No me suena. Bueno, no importa. Te pediré lo mismo que voy a desayunar yo. Una mezcla de zumo de frutas exquisito, que obtenemos de alguna de nuestras plantas mutantes. Son muy variadas. Entre ellas las hay que han adquirido un nivel de consciencia o de inteligencia semejante a la de ciertos animales más evolucionados. Tienen su propio lenguaje y se enfadan si te diriges a ellas en una lengua que no sea la suya. Por cierto. como has llegado tan de improviso no hemos podido preparar nada para ti. Mañana tendrás un traductor de pulsera que te servirá para hablar con todo el mundo. Espero que no te ofendas si te pregunto en qué consiste tu mutación.

Pensé en mentir, en obviar el tema con subterfugios y así darme tiempo para hacerme una idea de dónde había caído para diseñar una estrategia. Comprendí que sería inútil. Allí iba a estar mucho tiempo, si es que lograba salir alguna vez. La verdad me ahorraría sinsabores y puede que me granjeara simpatías, algo que supuse necesitaría cuanto antes. Le conté lo sucedido en la nave sin suavizar ningún detalle. Tan pronto como acabé ella me miró de una forma extraña, que no pude desentrañar.

-Gracias por tu sinceridad, nos has ahorrado mucho tiempo. Eres un caso único. Aquí tenemos muchos mutantes mentales, telépatas y toda clase de mutaciones basadas en facultades mentales llevadas a extremos patológicos. Hay un gran abanico, como irás comprobando por ti mismo, pero nada parecido a lo tuyo. Los test genéticos no han indicado nada y hubiéramos pasado mucho tiempo dando palos de ciego sin conseguir nada. Antes o después se hubiera manifestado de alguna manera, aunque teniendo en cuenta el trato cariñoso que reciben todos los mutantes en esta fundación, es posible que tardara mucho en ocurrir algo que disparara tu facultad mutante. Porque al parecer solo se dispara ante acontecimientos que afectan a tu supervivencia. ¿No es así?

-No lo sé, es la primera vez que me ocurre y no sé cómo evolucionará.

-Bueno, ya habrá tiempo de hablar de ello. Ahora disfruta del desayuno que nos están sirviendo.

ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS LV


ALGUNAS HISTORIAS SÓRDIDAS

LIBRO IV

UNA RUBIA ALCOHOLIZADA

Debió de ser un viaje extraño. Por un lado, estaba saliendo del infierno, eso me animaba, me daba esperanzas. Por otro no imaginaba estar entrando en un nuevo círculo del infierno, aunque era evidente que nada me resultaría fácil en mi nuevo destino. Tal vez me consolara aquella idea fija que me acompañaba desde hacía algunos años: Nada puede ser peor que lo que acabo de vivir, por lo tanto cualquier cosa que me suceda es imposible que sea peor. Era la ingenuidad de la juventud, cuando se ha vivido poco y aún no se sabe que el dolor y el sufrimiento se intensifican, hasta el infinito si es preciso, no hay ley física o moral que lo impida. Es posible que entonces no lo pensara, pero lo pienso ahora. Lo peor de entrar en el infierno es no saber que lo estás haciendo. Si hubiera podido cambiarme por aquel joven que entraba en Madrid, sabiendo lo que sabía en ese momento, seguro que me hubiera dado la vuelta, que habría salido corriendo en dirección contraria, hacia cualquier parte. Lo realmente curioso es que también estaba entrando en un nuevo infierno y no lo sabía. ¿Me habría dado la vuelta, de haberlo sabido, y hubiera cambiado un infierno por otro? No lo sé. No puedo saberlo. El infierno que estaba abandonando había sido espantoso, nada, absolutamente nada, podría ser peor, y sin embargo… Y sin embargo lo fue, o por lo menos fue tan infernal como el primero, sino más.

Hoy me reiría de aquella escena. El tren era un tranvía con una especie de hall con puertas que se abrían y cerraban oprimiendo un botón. Allí se esperaba a que el tren entrara en la estación y entonces bajabas con la maleta, o subías con la maleta y buscabas tu asiento abriendo la puerta con picaporte que daba a un lado u otro, donde estaban los asientos. No era como los expresos. A la entrada de cada trozo de vagón ocupado por asientos,  existían unas estanterías donde se dejaban las maletas que no cabían en el portaequipajes que estaba cerca del techo y encima de los asientos. Teniendo en cuenta la cantidad de cajas de libros, además de las maletas con ropa, el tocadiscos, los discos, y el resto de mis enseres con los que estaba haciendo la mudanza, debí de llenar aquel pequeño espacio, por mucho que me esforzara en poner una caja sobre otra hasta llegar al techo. Las maletas estarían en las estanterías, al otro lado de la puerta. Conociéndome como me conozco y como recuerdo que era entonces, debí pasarme todo el viaje atento a que los que subían o bajaban no se llevaran una de mis maletas, porque las cajas pesaban demasiado para que alguien pudiera intentar llevarse alguna pasando desapercibido. También tuvo que ocurrir que muchos se quejaran de que mi equipaje entorpecía su bajada o subida. Aquello era de todos, no solo mío. Si se quejaron en voz alta imagino que me disculparía con el rostro sonrojado. Si me miraron sin decir nada, desviaría la vista. Y si alguno de los que subían al tren se quejó al revisor es posible que le explicara mi situación y le suplicara me dejara seguir el viaje sin poner trabas. Si fue así seguro que era un buen hombre al que le dio pena un joven tan apocado y en una situación tan apurada. Además, mi aspecto daba a entender con claridad que yo era un tipo raro, que estaba mal de la cabeza. Obeso, con barba patriarcal, desaliñado, tal como había salido en el programa de televisión. Incluso, estadísticamente, no era descabellado pensar que alguno de los viajeros, incluso el propio revisor, hubieran visto el programa o hubieran visto las fotos en el suplemente dominical de Diario 16. Aunque había pasado algún tiempo, mucha gente tiene mejor memoria que la mía, como se demostraría en León.

Puedo imaginar la escena sin mucha dificultad. Sentado sobre una caja de libros, mirando a través del cristal de la puerta, un paisaje que era otoñal, porque mi llegada se produjo tal vez un mes antes de la Navidad, con probabilidad en noviembre. Lo sé porque acababa de salir la ley del divorcio y yo me tendría que ocupar de la tramitación de separaciones y divorcios en el juzgado donde tomé posesión. Miraba hacia afuera para evitar pensar en lo que ocurría dentro del tren. A pesar de ello en cada estación estaría muy atento a las personas que bajaban y subían del tren, para que no se llevaran nada, no obstante la dificultad de que pudieran hacerlo. Al salir de la estación de Chamartín, seguramente rememoré los años que había pasado en Madrid, era inevitable y también fantasearía con lo mejor que podría ocurrirme en mi nuevo destino: encontrar una chica, casarme, bajar de peso, iniciar una nueva vida, completamente distinta a la que había vivido.

No, no debió ser un viaje fácil y agradable, angustiado por llegar cuanto antes, sin perder nada importante para mí. A pesar de ello el alivio tuvo que ser algo fantástico. Abandonar aquel círculo del infierno era casi como entrar en el paraíso. Solo la juventud sin experiencia puede llegar a pensar que una vez que abandonas el infierno estás entrando en el cielo, o al menos en el purgatorio, que tiene la gran ventaja de ser provisional, por duro que sea un purgatorio, saber que antes o después saldrás de él, lo hace muy llevadero. A pesar de haber leído La divina comedia de Dante, no era consciente de que el infierno está compuesto de muchos círculos, salir de uno solo significa que entras en otro. Una cosa es la teoría y otra la realidad. Dante tuvo una gran imaginación para describir los círculos del infierno, pero la realidad no era así, no podía ser así. ¡Qué equivocado estaba!

No recuerdo cómo me las arreglé al llegar a la estación de León. Me veo obligado a hacer deducciones. Mi padre no me ayudó, eso seguro. Apenas acababa de entrar en el nuevo círculo del infierno, cuando ya me esperaba la primera escena dantesca. Me habían ocultado la gran tragedia que estaba viviendo mi familia. Cuando llegué a casa no pudieron ocultármelo. Mi padre estaba enfermo de cáncer desde hacía algunos años, tal vez dos o tres, no muchos más porque murió a los cuatro años de haber sido diagnosticado. La única explicación que recibí fue la de que no querían que me deprimiera y volviera a intentar el suicidio. Como enfermo mental esa ha sido una constante en mi vida. A las personas que sufrimos cualquier clase de enfermedad mental se nos ocultan cosas, incluso importantes, incluso imprescindibles. Esa es una dura lección que todo enfermo aprende más bien antes que después. Ahora mirando con esta profunda perspectiva que da el tiempo, cuando miras el final del túnel desde su principio, puedo comprender la razón de estos ocultamientos tan pueriles e inútiles. Cuando me he visto en la misma situación, ocultando cosas a enfermos mentales, me he dado cuenta de que hasta parece razonable. Decir la verdad a una persona que sufre una enfermedad mental tiene sus consecuencias. Se lo tomará mal, seguro, se deprimirá, tendrá una crisis, antes o después, incluso puede que intente suicidarse. Es un cargo de conciencia no ocultar acontecimientos que pueden hacer tanto daño a una persona que sufre la enfermedad mental, pero resulta comprensible si puede retrasarse este momento, aunque nadie en su sano juicio puede pensar que se pueda ocultar algo para siempre, que los secretos nunca se desvelarán. Una de las grandes verdades que me enseñó el evangelio, cuando llegué a saberlo de memoria en el colegio religioso donde estudié, es que “nada hay tan oculto que no llegue a desvelarse”. Sí, me lo llevaban ocultando desde hacía años, creo que incluso cuando asistieron a la boda de mi amigo A. como cuento en el lugar correspondiente, mi padre ya estaba enfermo de cáncer.

Así pues, mi padre no pudo estar esperándome en la estación, porque creo recordar que ya llevaba aquella bolsa que les ponían a los operados para desviar la orina. Lo recuerdo con esa bolsa cuando se levantaba de la cama. Es un recuerdo seguro y vívido, aunque no sé si ya la tenía cuando llegué o fue tras una operación posterior a mi llegada. ¿Cómo me las arreglé para llevar todo mi equipaje hasta casa? Es cierto que la estación de trenes no estaba lejos de la casa de mis padres, de hecho, estaba bastante cerca, pero era imposible llevar todo en un solo viaje en taxi. No creo que pudiera guardar las cajas de libros en la consigna, por lo que alguien tuvo que ayudarme. Era impensable que yo dejara todo en la estación y fuera haciendo viajes en taxi hasta acabar el traslado de tanto equipaje. No puedo hacerme una idea de cómo solucioné el problema. Tampoco sé cómo lo subí todo al tercer piso sin ascensor, por unas escaleras estrechas y empinadas. Tuve que recibir ayuda, ¿pero de quién? No debieron de tardar mucho en hacerme saber la tragedia, porque si el recuerdo de la bolsa es cronológicamente exacto, me daría cuenta en cuanto fuera a abrazar a mi padre. No me resulta difícil imaginar el impacto que aquello supuso para mí. Si durante las horas que duró el viaje pude haberme hecho ilusiones sobre la salida del infierno y la entrada en el purgatorio, aquello las hizo explotar. Ya estaba en el segundo círculo del infierno, lo que ignoraba era aquel primer sufrimiento no iba a ser nada para mí, en comparación con lo que me esperaba.

EL BUSCADOR DEL DESTINO VII


EL BUSCADOR DEL DESTINO VII

El tronco acabó zarandeado por la tormenta. Escuchaba voces fuera de la casa, luego música, como si por el pueblo desfilara una comparsa de carnaval. No sé por qué me obsesioné con que había dejado puesta la llave por fuera. Podían entrar. De hecho ya estaban subiendo por la escalera. Me desperté sobresaltado. Oyendo todavía la música de carnaval. Como un rayo me puse en pie, abrí la puerta del balcón y me asomé a la noche tranquila, silenciosa como un monasterio antes de maitines. Miré para un lado y para otro. Nada. El pueblo estaba vacío y silencioso. Juraría que hace un momento el ruido y el alboroto eran insoportables. Nada. Recordé la llave. Bajé corriendo las escaleras. Sí estaba puesta en la puerta, pero por dentro. Me volví y casi piso a mamá gata. Así la bauticé. Cómo podía tener una gata tanta confianza en mí, cuando no me conocía de nada. ¡Maldita sea! Me acababa de acordar de que había comprado pienso para gatos, pero me olvidé de comprar comederos, bebederos, areneros. Mañana tendría que volver. Bueno, de momento le daría un poco de pienso a la gatita. Busqué un plato hondo y le puse dos puñados de pienso. Encontré una taza grande y la llené de agua. Lo puse todo en el suelo de la cocina. Mamá gatita maulló agradecida. Subí las escaleras corriendo. Me metí en la cama y traté de volver a dormirme. Nada. Me hice con el móvil y en el bloc de notas escribí: Mañana, comederos, bebederos, areneros, arena perfumada para gatos, una pala de plástico para limpiar los areneros, una caja de cartón con unas bayetas de cocina, por si mamá gata quería utilizarla para sus nenes.

Me volví a dormir al cabo de una hora. Un semicírculo de personajes vestidos de negro, con capas negras, estaba alrededor de la cama, hablaban en voz baja, sobre mí, seguro. Parecían gente mala, muy mala. Seguro que iban a hacerme daño. Comencé a lanzar patadas como una mula. Me desperté sobresaltado, la ropa de la cama había salido volando. La recogí como pude, colocándola de cualquier manera. Ya no pude volver a dormirme. Estaba a punto de conseguirlo cuando un fuerte dolor de tripas me precipitó al servicio. Antes de entrar recordé a los gatitos. Encendí la luz. En efecto, allí estaban, recorriendo el servicio, juguetones. De no haberme acordado los podría haber pisado. Me llamé imbécil y me programé para encender siempre la luz antes de entrar al servicio. También tendría que encender la lámpara de la mesita de noche antes de levantarme de la cama o podría pisarla. Los gatitos me tenían miedo, salieron disparados. Me senté en el trono y dejé que saliera todo lo que quisiera, hasta las tripas. Mañana tendría que comprar en una farmacia algo para la diarrea. Cuando regresé al dormitorio escribí en el blog. Urgente, medicamento para la diarrea, y por si acaso un protector de estómago y algo para conformar un pequeño botiquín de urgencia. Decidí poner la alarma por si me volvía a dormir. Nada. Busqué en mi lista de spotify sonido de lluvia, siempre me relajaba. Encontré una lista con truenos y lluvia. Nada.

Antes de que sonara la alarma ya estaba despierto, lo había estado toda la noche. Recordé el sueño del carnaval. Abrí la ventana del balcón y miré para un lado y para otro. Ningún resto de carnaval, ni máscaras olvidadas, ni esos artilugios que se soplan y producen un sonido de susto. ¿Pero qué eran esas extrañas tortas de color negruzco que alfombraban el camino de piedra del jardín? Tardé en hacerme una idea. En efecto, se trataba de boñigas de vaca. ¿Cómo demonios habían podido entrar las vacas en el jardín si las dos puertas de la valla de madera estaban cerradas? Bajé las escaleras a toda la velocidad que me permitía mi complexión obesa. Cuando llegué a bajo me di cuenta de que estaba en pijama y descalzo. No importa. Salí al jardín, recorrí el rastro de las boñigas. Entonces vi que las vallas de madera que lo parten en dos, un lado y otro, habían sido sacudidas por un terremoto y había tramos inclinados y tablas sueltas. Me acerqué a la puerta, estaba incólume, menos mal. Pero observé que un gran tramo de la valla que cerca el jardín por el lado de fuera, separándolo de la calle, había sido tumbado a conciencia. Comprendí que las vacas lo habían hecho, no por hacer mal a los humanos, sino porque debían gustarles las hojas de la enredadera y la hiedra que trepaban por el muro. Incluso puede que le gustaran las hojas de unos arbolitos que cercaban el jardín por la parte de dentro. Anoté mentalmente que debía comprar también tornillos, bisagras y destornilladores, porque los del coche puede que no me sirvieran. Sin dudarlo un instante me acerqué a la caseta de las herramientas y me hice con una pala. Con ella fui recorriendo el rastro de boñigas, atrapándolas y arrojándolas a un trozo del jardín cercano al corral de gallinas donde crecía una vegetación salvaje. Al menos que sirvan como abono, pensé. Y fue entonces cuando me apercibí de por dónde habían entrado las vacas al jardín. El corral de gallinas tenía una puerta muy endeble que lo separaba del exterior. Había sido arrancada casi de cuajo. Bueno, ya tenía tarea para unos días. Entré en el corral para cerciorarme de todo lo que necesitaría comprar. Por el suelo había ramas tronchadas, con el pico de una me herí la planta del pie derecho. ¡Uf qué dolor! Arranqué la astilla. Estaba sangrando. Decidí regresar a casa, anotando mentalmente que debía hacerme con una caja de tiritas. Aprovechando la entrada en la farmacia, también compraría un protector de estómago para mis molestias estomacales, antiestamínicos por si sufría algún ataque de alergia, el medicamento para la diarrea y todo lo que se me ocurriera. Partí un trozo de papel del rollo de cocina y lavé la sangre, luego até una tira de tela al empeine y recordé una cosa más, algodón, agua oxigenada, betadine… Subí las escaleras con calma. Me vestí, me preparé para ser presentado en sociedad y sin olvidarme del móvil subí al vehículo y arranqué.

Recorrí el camino que ya había transitado dos veces el día anterior, pero al llegar al pueblo donde la carretera rural desemboca en la general, observé que el puente medieval estaba cortado. Un gran cartelón anunciaba obras subvencionadas por la comunidad europea. ¡Vaya, pues sí! Ayer no había nada y hoy está cortado. Aparqué a un lado y miré en Internet. Sí, debería regresar al pueblo, pero seguir en lugar de girar a la derecha para entrar en él. De esta forma llegaría a un puerto de montaña, que no tenía aspecto de ser gran cosa. Bajar el puerto y en una rotonda, en lugar de girar a la derecha hasta un castillo turístico, seguir todo recto. Si todo iba bien no recorrería más allá del doble de kilometraje que yendo por el camino más recto. Así lo hice, con calma y mirando las anotaciones en el móvil fui comprando lo que necesitaba. Para los gatos, para el jardín, para el botiquín casero. Conforme compraba, tachaba. Decidí acercarme a la gasolinera para llenar el depósito. Más vale prevenir que curar. Antes de tomar el camino de vuelta comprobé la lista. No me había olvidado de nada. Encendí un pitillo. Entonces me acordé. Necesitaba tabaco de repuesto. Cerré los ojos, medité, terminé el cigarrillo y pasé por un estanco. Creo que ahora sí está todo.

Ningún incidente digno de reseñar. Ya estoy en casa. Descargo las bolsas, coloco los comederos y bebederos, los areneros. Lo lleno todo de lo que corresponde. Decido descansar. Abro la botella de vino que me regalaron con el cartón de tabaco. Me sirvo un vaso y como no he desayunado decido sacar un trozo de pan con queso. Me he olvidado del tabaco. Entro en casa. Cuando salgo una gata desastrada me ha robado el pan y el queso y algo alejada está dando cuenta de ello. Decido llamarla Silvestrina, sin perjuicio de cambiarle el nombre a Silvestre, si resulta ser un gato. Me da pena y saco un plato con pienso y una taza con agua. Lo dejo cerca de la mesa del jardín a la que me voy a sentar, no se acerca, tiene miedo, lo alejo un poco más, sigue teniendo miedo, lo alejo mucho más y me siento. Bebo un trago de vino, enciendo un pitillo y disfruto del día veraniego. Hace calor, pero no demasiado, llevadero. Con el rabillo del ojo veo que la gata está comiendo pienso, sin renunciar a su pan y queso. ¿Desde cuándo el queso les gusta a los gatos, no era a los ratones? Cuando hay hambre uno se come hasta las uñas. Decido mirar el tiempo en el móvil, lo he dejado dentro, tengo que levantarme una vez más. Cuando salgo la gata está olisqueando el vino, no le debe gustar lo que huele porque no lo prueba con la lengua. En cuanto me ve salir regresa a su comedero. Miro el tiempo. ¡No pue ser! Dan una ola de calor para dentro de unos días. ¿Desde cuándo lo saben? No me habían dicho nada, con máximas de más de cuarenta, aquí un poco menos. Mierda, pues la casa no tiene aire acondicionado. Estamos en montaña, no alta, pero sí mediana, por aquí hace más bien frío, por eso lo elegí, odio el calor. Debería bajar para comprar un aparato móvil de aire acondicionado. Pues no, no voy a bajar, estoy harto de moverme de acá para allá. Yo aquí he venido a descansar, a pasar unas vacaciones, no a trabajar como un idiota. Pienso en lo que me espera mañana, arreglar el jardín me llevará unos días, espero terminar antes de que llegue la ola de calor. Con un poco de suerte no moriré en el intento.

LA VENGANZA DE KATHY XI


LA VENGANZA DE KATHY XI

         

* * *

Desperté, o más bien fui consciente de estar despierto, porque tenía los ojos abiertos, no recordaba haberlos cerrado, solo el haber caído en una especie de profundo pozo negro. Me sentía raro, muy raro. Tardé en saber el por qué. Lo supe cuando intenté mover los dedos de mis manos. No fui capaz. Tampoco pude mover las piernas. Estaba como anestesiado. Ni siquiera podía parpadear. Los ojos permanecían como fijados por un imán frente a mí. No era capaz de dirigirlos a mi gusto, ni a izquierda o derecha, arriba o abajo. La luz que iluminaba tenuemente el espacio frente a mí era artificial pero no podía ver de dónde procedía, el foco con seguridad estaba en el techo, que no percibía porque era muy alto, esa fue la explicación que encontré. Noté con sorpresa, primero, luego con terror, que si bien mi cuerpo estaba allí no lo sentía. Recordé la escena en el claro, la tormenta, cómo me había abrazado a Kathy y luego nada. ¿Qué había ocurrido? No había el menor sentido en todo ello. Ninguna explicación racional. Intenté salivar, la boca estaba seca, pero hasta de ese mínimo acto reflejo no me estaba permitido.

-Estás drogado. Es un veneno parecido al curare, solo que manipulado por las manos expertas del profesor Cabezaprivilegiada.

El sonido llegaba con nitidez a mis oídos. Era la voz de Kathy, sin la menor duda. Alcanzaba a ver. Conseguía oír, pero el tacto no funcionaba. Mi piel no lograba percibir la ropa de la cama. Porque estaba tumbado en una cama. Había perdido el sentido del tacto. Tampoco el olfato parecía funcionar. Debería percibir algún olor, la habitación no podía ser aséptica. El gusto también estaba anulado, no era capaz de mover la lengua, ni siquiera la sentía. No notaba la boca. ¿Habría perdido la capacidad de hablar? Lo intenté. ¿Cómo iba a poder hablar si ni siquiera sentía la boca? Estaba inerme en manos de Kathy.

-No te estrujes las neuronas. Puedes ver y oír. Nada más. Tu cuerpo está paralizado. Eres consciente de lo que está pasando, pero no puedes hacer nada. Dicen que el curare produce efectos parecidos. El profesor lo modificó a su gusto. Nunca me dijo si lo había inventado para torturar. Lo cierto es que es perfecto para la tortura. Una tortura psicológica, claro, porque aunque te clavara una aguja no sentirías el menos dolor. Cuando te conté mi experiencia en el laboratorio, no te lo conté todo. Ya habrá tiempo. Tenemos mucho tiempo. Puedes verme, puedes escucharme, eso es lo que importa.

Con que era eso. ¿Pero cómo pudo inyectármelo si estaba desnuda, dónde escondía la jeringa?

-Te preguntarás cómo te lo inyecté. Es lógico. Recuerda que estaba cubierta de barro. Es fácil pegar una jeringuilla al cuerpo con barro. Aún lo sigo estando. Puedes verme. Como también que me he pintado la cara y el resto del cuerpo con pinturas de guerra, como hacían las tribus indias.

Estaba frente a mí. A unos pasos de la cama. Erguida, calmada, como un árbol. Los pies era lo único que no me era posible ver. Me sentía muy lúcido. Aunque los ojos estuvieran fijos poseían una especie de visión panorámica. Vemos con intensidad lo que tenemos frente a nosotros. Con menor intensidad lo que aparece a nuestra izquierda y derecha, un poco por encima y por debajo de la línea que forma nuestra mirada rígida. ¿Cómo podía recordar algo así si era amnésico? ¿Estaría recobrando la memoria?

-Ahora te preguntarás dónde estás, y cómo he podido arrastrarte hasta aquí. Estamos bajo el claro, en un bunker nuclear que construyó Mr. Arkadín sólo para él. Jimmy te enseñó el que existe en la cabaña, para todos sus amigotes. Pero ese cabrón no se fía de nadie. Solo él y yo conocemos la existencia de este búnker. ¿Qué cómo conseguí que me desvelara el secreto? Puedes imaginártelo. Solo hay que saber dónde está el interruptor que abre la entrada. Me bastó con arrastrarte unos metros por el suelo y luego por la rampa. No fue difícil.

¿Era capaz de leer mis pensamientos? Tal vez el malnacido del profesor Cabezaprivilegiada también había inventado una pócima para desarrollar la telepatía. Pensé que no era necesario recurrir a semejantes elucubraciones. Bastaba con ser lógico. ¿Qué preguntas se haría alguien en mi situación? Las mismas que estaba contestando Kathy. Puede que no siguieran el mismo orden con el que aparecían en mi consciencia, pero todas ellas eran razonables.

-¿Cuánto tiempo llevas aquí? No más de dos horas. El tiempo que el profesor calculó como necesarias para que un secuestrado no se apercibiera de a dónde se le llevaba. Se le puede poner una venda en los ojos, pero ese cabroncete pensó en todos los detalles. ¿Qué si sigue la tormenta? Sigue. ¿Cómo podía saber yo que se iba a producir esta tormenta de todos los demonios? No lo sabía. Sí que se iba a generar una tormenta y su duración, con algún margen de error. En este bunker hay artilugios muy sofisticados, todos inventados por el gran genio. Aunque ni el mismísimo genio pudo prever una tormenta tan larga y descomunal. ¿Cómo podía yo saber que tú llegarías al claro a tiempo? Te he estado vigilando desde que entraste en el bosque. Sí, hasta he podido veros en la cama, a ti y a esa guarra de Alice. Cree saberlo todo, como Jimmy, pero son unos pazguatos, ignoran más de lo que saben. La alarma fue desactivada con otro artilugio y luego activada cuando bajasteis al sótano. ¿Que podías haber vuelto a Crazyworld con Alice? No, no soy una bruja. Me basta con conocerte bien. No ibas a poder dormir pensando en que podía estar viva aún y tú no habías hecho nada. Además, mi clítoris os vuelve idiotas a todos. A Mr. Arkadín, al profesor, a todos. ¿Cómo ibas a ser capaz de vivir sin tu miembro en mi interior? Todos lo intentan, buscando otras mujeres, haciendo lo posible por olvidar la experiencia, pero nadie lo consigue. Volverías al claro, porque no estás tan loco como para husmear con esta noche en lo más tupido del bosque. Era cuestión de esperar. ¿Quieres ver la tormenta? Hay una forma. Un trozo del techo puede correrse. No, no entrará la lluvia, porque hay un cristal a prueba de bombas.

Ahora observé algo que me había pasado desapercibido. Un mando a distancia prolongaba su brazo derecho. Debió oprimir algún botón. Escuché el ligero ruido que producía el corrimiento del techo. Kathy se movió hasta situarse en la cabecera de la cama. No podía verla. Debió quitar la almohada que sujetaba mi nuca, aunque no lo sentí, porque mi cabeza estaba ahora en posición totalmente horizontal. Podía ver el techo, muy alto, y cómo una parte se iba deslizando poco a poco. Sentí un gran alivio con el movimiento de Kathy. De forma no totalmente consciente había pensado en la posibilidad de que la figura que estaba viendo fuera un fantasma o una especie de holograma muy avanzado, invento también del maldito profesor. Podía intentar convencer a Kathy, pero no a un mecanismo programado. ¿Me había vuelto idiota? ¿Cómo convencerla si no podía hablar? Ni aun hablando enfrentarme a ella era mejor que confiar en que el mecanismo se atascara. Sin duda estaba más loca que todos en Crazyworld. Era una psicópata, que además buscaba venganza, por alguna razón que solo ella conocía. El alivio se esfumó. El trozo de techo se había descorrido por completo. A través del cristal los rayos rasgaban la noche como disparados por el mismísimo Júpiter tonante. Kathy debió de oprimir otro botón, porque el sonido exterior llegó al interior con meridiana nitidez. Por un momento me puse en la mente de Mr. Arkadín para abandonarla a toda prisa. Aquel hombre era el peor psicópata de todos. Un auténtico demonio.

-Ahora que lo sabes casi todo, te preguntarás qué pienso hacer contigo… Voy a matarte. Sí, voy a matarte. Pero no sufras. No sufrirás. Porque te voy a matar a polvos.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XXI


-A saber, señorito. Las mujeres somos muy tontas y nos enamoramos hasta del mismo demonio. ¡Así nos va!

-¿Crees que Julita se enamoró de Sisebuto?

-No sabría decirle. Si fuera cierto que aquel bruto la violó y la hizo un hijo, dudo que Julita pudiera enamorarse. Las mujeres somos tontas, pero no tanto.

-¿Entonces?

-Puede que Sisebuto no la violara y todo fueran habladurías, aunque me extraña, ninguna moza se marchaba del pueblo sin haber sido pasada por la piedra por Sisebuto. Eso era dogma de fe, como decían los curas. Así que sería raro que Julita hubiera sido la primera. Yo creo que la violó.

-¿Entonces?

-¿Entonces? Tenía que haber visto a Sisebuto, como lo vimos todos. Daba pena. Partía el alma. No vivía más que para ella, se humillaba, la miraba como a una diosa. Hasta alguna vez llegaron a verle llorar ante un desplante de Julita. ¿Puede creerlo, señorito? ¡Sisebuto llorando! Pues así fue. Solo una piedra no se conmovería.

-¿Entonces cree que Julita se casó por compromiso?

-Una mujer que ha sido violada no siente compasión por su violador. A no ser que sea una mierdecilla y julita era una mujer de armas tomar.

-¿Entonces?

-Estoy harta de tanto “entonces” señorito. No lo sé, no sé lo que pasó.

-¿Qué imaginas?

-No fue por dinero. A Julita le iban bien las cosas. Había conseguido ahorrar mucho dinero durante su etapa de vedette. O al menos era lo que se decía. Al parecer tenía también una compañía de teatro en Madrid. Su nombre aparecía en los carteles. Los que los vieron decían que ella aparecía allí como la dueña de todo. Además aunque hubiera necesitado dinero Sisebuto no tenía dónde caerse muerto. Y nadie en su sano juicio hubiera imaginado que su padre se echaría atrás de su amenaza de desheredar a su hijo. No se casó por amor. De eso estoy segura.

-¿Entonces?

Hortensia le dio a Córcoles un fuerte cachete en el muslo y éste saltó del sofá, sobresaltado. La mujer se burló de él.

-Como vuelta a repetir otra vez esa palabra le dejo. Soy capaz de volver a casa aún con esta nevada y los malditos lobos. Usted no me conoce, señorito.

-Perdona Hortensia. No volveré a hacerlo.

Y para calmar a la mujer, transformada en un peligroso basilisco, Córcoles volvió a acariciar sus muslos. Eso la tranquilizó un poco, o al menos recibió muy bien la nueva actitud del señorito, atento a su boca y buscando su placer en la suavidad de sus caricias.

-En la vida hay misterios, señorito. Por si no lo sabía. Nadie conoce todo, excepto Dios. ¿Por qué se casó Julita con Sisebuto?  

Considérelo un misterio como el de la santísima Trinidad. Lo cierto es que se casaron y eso es lo que importa. En Villa de Alba, porque en el pueblo no se atrevieron. Seguramente sería Julita quien convenciera a Sisebuto, porque éste era tan bruto que se hubiera casado en la iglesia del pueblo, con la escopeta al hombro, y habría terminado matando a unos cuantos.

“Se casaron en Villar, por la iglesia. Julita fue de blanco, algo que las comadres del pueblo nunca la perdonarían. Aunque hubieran sido capaces de perdonarle el resto, que nunca lo hicieron. Alguna hubo que incluso fue a hablar con el cura de la parroquia de Villar. Aprovechando las amonestaciones quiso convencer al párroco de que Julita era una puta y que nadie en su sano juicio la dejaría casarse por la iglesia. El cura la echó con cajas destempladas, creo que más bien porque era imposible probar que Julita fuera una puta, no existían pruebas, y también ayudó el que ella hubiera hecho una cuantiosa donación a la parroquia.

“¿Puede creer usted, señorito, que hasta se atrevieron a ir a la boda? Como se lo cuento. Algunas comadres se colaron en la boda y hasta en el banquete. Eran tantos los invitados que pasarían desapercibidas.

“Vinieron sus compañeras de la revista, cuando era vedette. Eran unas cuantas y estaban de toma pan y moja. Al menos eso comentó algún mozo del pueblo las vio salir de la iglesia. Al banquete no pudieron entrar porque Julita dio orden a los matones que había contratado de no dejar pasar a ningún hombre sospechoso sin consultar con ella. En cambio parece que hizo la vista gorda con alguna comadre. Seguramente quería que alguien contara la fastuosidad de aquel banquete que pasaría a la historia de esta comarca. Julita era así, una mujer de mucho carácter, de armas tomar.

“Lo que más se comentó fue que el chofer, ahora abogado, fuera el padrino de boda. ¿Cómo podía consentir el bruto de Sisebuto que el amante de su mujer la acompañara al altar? ¿Tan bajo había caído? Eso se dijo con cierta lástima mal intencionada, como deseando que al salir de la iglesia fuera a por la escopeta y le pegara un tiro al chofer.

“Ni los padres ni ningún otro familiar de Julita fue a la boda. A pesar de haber sido invitados, como no se cansaron de repetir a uno y otro, para congraciarse con el pueblo. Tal vez por eso eligiera a Julián, aunque se dijo que Julita tenía muchos amigos y muy guapos. Cualquiera de ellos hubiera sido un estupendo padrino. Por lo visto había hecho muchas “cognoscencias” en Madrid. Hasta hubo muchos que fueron de chaqué o de frac, como los pingüinos.

“Hubo muchos invitados y todos se lo pasaron en grande, al parecer. Se hicieron muchas fotos y alguna saldría luego en los papeles. Aunque la más conocida y que pasaría a la historia fue la que se hicieron los recién casados delante de la casa del molino. A la manera tradicional, Sisebuto de pie, con su traje de pana y su boina. A su lado Julita, sentada en una silla de enea, con el velo que llevó en la ceremonia y un vestido más discreto y tradicional. Se dice que esa foto aún puede verse en el molino, aunque ducho mucho que nadie haya pasado por allí en años.

-¿Por qué?

-¿Aún no ha oído nada de la mujer fantasma, señorito?

-Pues no.

-Ya se lo contaré. Como le decía la boda fue un acontecimiento. Se fuero n de luna de miel. Nadie sabe dónde. Al cabo de un mes regresaron y se instalaron en el molino. Todo el mundo esperaba poder ver a Julita con bombo. Una imaginación muy morbosa, como dice usted. Pero no se les arregló. Siguió conservando su tipo de moza garrida durante meses, sin que se le notara para nada que fuera a engordar. ¿Había echado a Sisebuto del lecho y por eso no estaba preñada? ¿Se estaría vengando? Eso se comentó entre otras muchas cosas.

“Sisebuto se entrevistó con su padre para que le rentara alguna tierra. Por lo visto quería dedicarse a la labranza y cuidar del ganado aunque Julita debía tener bastante dinero para mantenerles durante el tiempo que necesitaran. Su padre no quiso saber nada, a pesar de que el precio ofrecido era muy alto. Nadie en el pueblo quiso tampoco arrendar ni una mísera tierruca. Al final y tras mucho andar de acá para allá consiguió alguna finca en los pueblos cercanos, donde compró también algunas vacas, ovejas y cabras y un par de caballos. Eso lo hizo con el dinero de Julita, seguro.

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXIII


UN DÍA EN LA VIDA DE UNA FAMILIA VANTIANA XXIII

-Gracias Arminido por concederme la palabra. Entiendo que somos muchos tertulianos y el tiempo es corto. ¿Qué es un día en una vida? Apenas un soplo. Pero no me quiero poner filosófico. Pido disculpas si en algún momento he perdido el control y me he enfadado, a lo mejor con una pizca de razón. En mis años jóvenes fui muy aventurero y bastante colérico. Tras el trauma que todos sufrimos al enterarnos de que nuestros padres delegaban nuestra educación y mucho tiempo de convivencia a perfectos hologramas  -generados por “H” y que poco se diferenciaban de los auténticos, porque eran capaces no solo de imitar la voz y los gestos, incluso en su carácter resultaban indetectables, y al tacto no digamos, sólidos como una roca- como les decía yo también sufrí el trauma correspondiente, aunque no tan brutal como en otras familias en la que los padres apenas ven a sus hijos, muy ocupados en vivir sus vidas virtuales. Los míos procuraban pasar algunas horas al día conmigo y mis hermanos, por lo que la iniciación a la vida adulta, cuando se nos revela la patética verdad de una sociedad deshumanizada, no me causó los terribles trastornos que en otros casos lleva a la huida a las montañas Negras, para vivir el resto de sus vidas con los granjeros rebeldes, o incluso al suicidio. A mí me dio por vivir todas las aventuras posibles, autorizadas o no por nuestro amable “H”. Cuando me cansé de recorrer nuestro planeta Omega, por tierra, mar y aire, e incluso de hacer un corto viaje al espacio, con las limitaciones a que nos obliga la cuarentena establecida por nuestra inteligencia artificial tras la guerra con los noctorianos, tuve la suerte de que me llamaran la atención los animales, con los que establecí vínculos de amistad y camaradería. Sabiendo de la existencia de caeros salvajes, cerca de las montañas Negras, aunque no dentro del perímetro establecido para el territorio de los granjeros rebeldes, decidí acercarme hasta allí yo solo, sin ninguno de los artilugios que nos permiten estar en contacto con “H” y solicitar el rescate si fuera necesario. Me limité a solicitar de nuestra inteligencia artificial ropas de invierno, un afilado cuchillo de caza y algunas provisiones comprimidas y enlatadas. No quise utilizar ningún medio de trasporte porque todos sus viajes quedan grabados y no deseaba que nada ni nadie supiera dónde me encontraba.

“Fue un viaje agotador, con algunas incidencias que no viene al caso contar ahora. Cuando llegué al territorio de los caeros la nieve continuaba cayendo, porque ya saben ustedes que “H” es capaz de todo, incluso de crear microclimas en determinados territorios si así lo considera pertinente. Los caeros están adaptados a la nieve de tal forma que si un día deja de caer sobre el suelo, ya la echan de menos. He oído que en las montañas Negras hay verdaderas estaciones climatológicas, porque así se lo pidieron los granjeros rebeldes a nuestra IA en tiempos ya remotos, cuando se estableció el pacto que sigue vigente en nuestros días. “H” aceptó crear un clima específico para ellos y a cambio ellos aceptaron que se formara un perímetro defendido por rayos gamma que nadie pudiera atravesar, ni en un sentido ni en otro. Los caeros de la zona subieron a alturas más elevadas, buscando la nieve perpetua, si bien emigraban bajando a lugares más bajos cuando necesitaban alimentarse. Como saben son capaces de alimentarse durante días y días, almacenando el alimento en capas de grasa de las que luego se alimentan cuando no encuentran plantas de las que alimentarse. Los caeros que permanecen fuera del perímetro de las montañas Negras no pueden seguir ese ciclo de migraciones puesto que por allí no hay altas montañas por lo que “H” hizo una de las suyas, un disparate climatológico y ecológico, como es el de hacer nevar de forma constante, aunque no copiosamente. Pero, aun así, los caeros hubieran muerto de hambre si un extraño fenómeno no permitiera que la nieve se derritiera en ciertas zonas para que brotaran plantas de las que alimentarse. Al parecer se debe a una corriente de fuego subterráneo, perfectamente controlado, que evita se produzcan terremotos y volcanes y que se mueve en círculos suficientemente amplios para que las plantas que allí brotan sean bastantes para alimentar a las manadas que pueblan ese territorio. Se preguntarán ustedes cómo pueden sobrevivir mis caeros en nuestra finca. Eso se lo explicaré más adelante. Regresando a mi viaje, les diré que la fortuna quiso me encontrara a una cría de caeros perdida y casi muerta de hambre porque su instinto no estaba lo bastante desarrollado para percibir su alimento a grandes distancias, como hacen los caeros adultos. Como yo había atravesado ya algunos de estos círculos y portaba una brújula manual, no conectada con “H”, pude llevarla hasta el más próximo. Incluso me vi obligado a cargarla sobre mis hombros cuando la pobre desfallecía. Al llegar al círculo se acercó trotando hasta mí la líder de la manada, que al parecer era también la madre de la criatura, quien recibió a su retoño con tales muestras de contento y ternura que se me cayeron lágrimas hasta decir basta. Fue entonces cuando comprendí la gran inteligencia de la que están dotados estos animales, así como de la buena naturaleza y crianza, porque la lideresa tras lamer concienzudamente a su cría y dejarla que comiera a gusto, realizó una especie de curiosa danza que tenía por objeto quitarme el miedo y que le permitiera acercarse a mí. Lo que hice, descubriendo asombrado, que a mí también me lamió, de los pies a la cabeza, ceremonia que con el tiempo comprendería significaba que me adoptaba también como hijo y me aceptaba en la manada. Aquello me conmovió tanto que permanecí un tiempo prolongado con la manada, observando su vida y costumbres. Como saben los rebaños están formados por hembras y sus crías. Los machos permanecen alejados de estos rebaños, llevando vida aparte, hasta que en la época de celo pelean entre sí para conseguir los primeros lugares en la larga y sumisa fila que se forma con objeto de que las hembras puedan elegir a su antojo. Esta es una conducta tan insólita que cuando regresé, al comenzar la época de celo, le pedí a “H” que me la explicara, así como que me diera toda la información que poseía sobre los caeros.

“Quedé tan impactado por la experiencia que renuncié a mi vida aventurera y decidí que conseguiría suficientes créditos para pedirle a “H” me adjudicara una finca especial donde pensaba traer a toda la manada, o al menos a los que quisieran venir a vivir conmigo. Pero antes de llegar a casa de mis padres, ocurrió algo que me marcaría para siempre. En el viaje de regreso perdí la brújula y comencé a dar vueltas sin sentido, buscando llegar a un terreno despejado, lo que me indicaría que estaba en el buen camino, puesto que entonces no existía una sola casa entre la nieve. Ahora está mi finca y alguna más de imitadores que quieren alejarse todo lo posible de la civilización. Acabé las provisiones y el intenso frío me fue debilitando hasta hacerme perder la consciencia. Quedé dormido sobre la nieve, esperando el final que me pareció iba a ser dulce, porque tras un intenso malestar entré en un sopor plagado de sueños agradables. Estaba tan feliz que me resultó desagradable despertar. Algo pasaba y repasaba mi cara, rascando mi piel de una forma bastante molesta. Cuando al fin abrí los ojos pude ver a la lideresa de los caeros, tumbada junto a mí. Era su lengua la que me lamía con ternura, como a un hijo, no por monstruoso menos querido. Sus grandes ojos me miraban con un afecto maternal que nunca encontraría entre los humanos. Reposaba en el suelo, sobre un lecho mullido de plantas y cuando mis ojos buscaron la luz en lo alto se encontraron con un techo de piedra. Me encontraba en una enorme cueva, rodeado de simpáticos caeritos que me miraban con curiosidad. Al parecer el rebaño de caeros utilizaba la cueva para mantener calientes y a salvo a las crías en los primeros meses.

“Tardé varios días en poder levantarme, durante los cuales fui alimentado por la caeresa, a la que luego llamaría así, en un bautizo improvisado. Colocaba su enorme teta, con sus pezones, sobre mi cara, incitándome a mamar. Al principio estaba tan débil que a mi boca le costó hacerse con uno y empezar a chupar. La leche de las caeras es muy nutritiva, tanto que sus crías solo necesitan unos meses para crecer lo suficiente para caminar con el rebaño. Cuando al cabo de un tiempo pude ponerme en pie y caminar todo el rebaño me acompañó hasta llegar a la tierra despejada, allí me despedí de mi amada caeresa con lágrimas en los ojos, prometiéndole con tiernas palabras que regresaría para llevarla conmigo, a ella y a su rebaño. Me costó llegar a casa, donde mis padres reales tardaron en darse cuenta de mi regreso, muy ocupados en su mundo virtual. Estuve muy ocupado en pedirle información a “H” sobre la forma más rápida de conseguir créditos y la posibilidad de que con ellos pudiera conseguir una gran finca, adaptada para la vida de un gran rebaño de caeros. Me costó algún tiempo, bastante, conseguir los créditos suficientes, luego elegí el terreno, lo más cerca posible de la cueva donde fui salvado de la muerte. Hasta que pude adoptar a Caeresa y sus crías y convencerla de que iba a estar muy bien en mi finca, pasó bastante tiempo. Mientras tanto yo la visitaba en trineo motorizado, pasando con ella algunos días, no muchos, porque necesitaba realizar actividades que me permitieran ganar créditos lo más deprisa posible. Hice de todo, todas las actividades remuneradas con créditos, cuantos más mejor. Debo agradecer a este programa que aceptara contratarme cuando comenzó a funcionar el canal gestionado por omeguianos, al margen de la enorme oferta de canales ofertados por “H”, los créditos conseguidos aquí como tertuliano me permitieron instalar a todo el rebaño de la Caeresa en mis tierras y darles todo lo que necesitaban, creando una gran familia, con la que estoy muy feliz. Tuve la enorme suerte de conocer a la que luego sería mi amada esposa, Alierina, cuando “H” solicitó mi permiso para recibir visitas de ciudadanos interesados en ver cómo vivían los caeros, mansos y apacibles, en una finca creada expresamente para ellos. La dulce Alierina fue de las primeras en llegar con un grupo de turistas. Me hizo numerosas preguntas a las que fui incapaz de contestar puesto que mis ojos se habían quedado prendados de sus hermosas facciones y mi lengua muda. Cuando recobré el habla ella aceptó quedarse conmigo una temporada, conociendo a los caeros y conociéndome a mí. De esta forma se inició nuestra historia de amor que…

Nuestro querido Artotis se ha quedado sin habla y tal vez lloroso, lo que no puedo saber porque debo confesar que hemos engañado a nuestros holovidentes, que sin duda han creído todo el tiempo que nuestro tertuliano seguía con nosotros, cuando antes de comenzar su disertación abandonó el estudio, subiendo al medio de transporte a disposición de este programa, desde el que ha hablado todo el tiempo. Esa es la razón por la que las cámaras no lo han enfocado y los holovidentes han visto todo el tiempo unas hermosas secuencias de la vida de los caeros. Como el transporte de Alierina y acompañantes también ha estado viajando rumbo de la finca de Artotis, no me sorprendería que ambos estuvieran ya en la finca o muy cerca…

LA VENGANZA DE KATHY X


LA VENGANZA DE KATHY X

Alice se quedó mirándome con ojos tiernos, mientras esbozaba una sonrisa picarona. Mi cabeza era un revoltijo de cosas sin la menor importancia que rodaban y rodaban buscando un sumidero como una bola de billar golpeada por un cachas. Me preguntaba por qué yo no tenía reloj. Se me ocurrió cuando ella miraba el suyo, pequeño y coqueto. Es posible que hasta portara un rolex de oro cuando llegué a Crazyworld. Tendría que preguntarle a Kathy…si la encontraba. Eso me hizo plantearme lo que convenía hacer. Salir con aquel tormentón era un riesgo suicida. Mejor quedarse allí toda la noche si la tormenta no amainaba. Miré a Alice y me dije que no era una mala idea.

-No podemos salir ahora, tal como están las cosas. Esperaremos media hora y si continúa yo me marcharé, pase lo que pase. Tengo que dar la cena, no puedo escaquearme.

-¿Y si nos quedamos a pasar la noche?

-¿Ya no piensas en seguir buscando a Kathy? No sabes cómo me alegro. A mí también me gustaría, ya lo creo. Pero las cosas no están para bromas. Si no aparezco Jimmy pensaría que también me ha ocurrido algo y se pondría aún más histérico. No quiero ni pensar lo que haría.

-¿Y yo?

-Tú puedes seguir buscándola el resto de la noche y enfrentarte a los rayos y los truenos. No creo que Jimmy se preocupara mucho. ¿Qué piensas hacer?

-A ver qué pasa con la tormenta. Si tú te vas, creo que la buscaré. Cada vez me convenzo más que le ha pasado algo muy grave.

-No pensabas así hace un segundo, cuando me hablabas de pasar la noche. Eres un veleta.

Callamos porque un inmenso racimo de rayos encendió la oscuridad. Los truenos parecían explosiones de bombas atómicas, por poner una comparación. No sé de dónde me vino aquella idea, porque no recordaba que existieran bombas atómicas ni nada parecido. Alice se asustó tanto que se acercó a mí. Yo la abracé. Los dos estábamos temblando como hojas a merced de la tormenta. El espectáculo era grandioso, aunque aterrador. Al cabo de un tiempo que no contabilicé, Alice miró su relojito.

-Tengo que irme o llegaré tarde. Tú puedes quedarte aquí hasta que termine. Luego no te olvides de cerrar la puerta.

-Voy contigo.

-Como quieras.

Se lanzó hacia la trampilla que aún continuaba abierta. Pensé que iba a cerrarla y me acerqué para ayudarla. Lo que hizo fue bajar las escaleras de dos en dos. Volvió con dos chubasqueros y dos linternas.

-Yo ya tengo linterna.

-Toma, estas son impermeables, indestructibles y con una potencia de luz que necesitaremos si no queremos darnos de morros contra los árboles. Ponte también el chubasquero, no lo atraviesan ni las balas. Hice lo que me pedía. Observé que estaba hecho de algo indescriptible, mitad tela, mitad metal raro. Lo toqué con curiosidad. Seguro que nada lo atravesaba, parecía de acero, aunque era tan liviano como una pluma. Me pidió que la ayudara a cerrar la trampilla y luego a mover la cama hasta dejarla como antes. Entonces nos dispusimos a salir. Alice parecía una difunta de lo pálida que estaba y yo debía de tener una pinta parecida. Tocó donde antes y las paredes se movieron en sentido contrario. Nos acercamos a la puerta con un ligero tembleque. Salimos al exterior. Cerró la puerta y encendió su linterna. Yo hice lo mismo con la mía. La potencia de luz era acojonante –otra palabra que me vino a la cabeza sin saber desde dónde- pero no veíamos ni a tres pasos. La oscuridad era como boca de lobo. Ella abrió camino como tanteando, mirando al suelo de vez en cuando.

-Tú sigue mis pasos. Te llevaré hasta donde comimos. Luego si quieres hacer el loco puedes buscar por allí. Yo seguiré mi camino.

Asentí sin decir nada, la perspectiva de quedarme solo en el bosque, con aquella tormenta me ponía el vello de punta, pero algo, una fuerza oscura, el destino, lo que fuera, me impulsaba a cometer la mayor locura de mi corta vida, que apenas podía contarse por días, porque nadie puede decir que ha vivido lo que no recuerda. El tiempo se me hizo eterno. El camino estaba ya muy embarrado. Comenzaba a formarse un arroyo que discurría con alguna fuerza puesto que al parecer estábamos descendiendo. El agua se perdía por todas partes ya que no existía cauce que lo mantuviera recogido. Las grandes gotas que caían con fuerza hacían sonar las hojas de los árboles, produciendo un sonido como tambores de guerra. Al menos así me sentía yo, como un guerrero dispuesto a luchar con enemigos invisibles. Me dije que era un auténtico idiota. Debería seguir a Alice y refugiarme en Crazyworld. Nada se me había perdido en aquella batalla contra los elementos. Ahora soplaba un viento fuerte, casi huracanado, que amenazaba con quebrar ramas, y hasta los árboles más pequeños y frágiles. Al fin Alice se detuvo.

-Solo tienes que seguir este camino. No está lejos. Yo me desvío aquí. Espero que conserves el walkie talkie. Si necesitas ayuda llama a Jimmy, aunque me temo que nadie saldrá a buscarte hasta mañana, cuando la tormenta haya amainado.

Busqué el walkie en la mochila y sentí un gran alivio cuando lo encontré. Lo activé, parecía funcionar, aunque solo se escuchaba un ruido molesto. La abracé, besándola en la boca. Nos deseamos suerte y ella siguió su camino. Yo permanecí iluminando su espalda hasta que dejé de verla. Estaba solo frente a la tormenta. Me repetí una vez más que era una estupidez buscar a Kathy. Si estaba muerta no había prisa. Si estaba viva de nada serviría mi presencia si no la encontraba. Me puse en movimiento, peleando contra el viento y la lluvia. Los rayos y truenos eran cada vez más frecuentes e intensos. Creo que por primera vez era plenamente consciente de la increíble tormenta que estaba descargando sobre Crazyworld. No recordaba otras tormentas pero ésta me parecía la peor de todas. Tampoco estaba seguro de que estuviéramos en verano, aunque había hecho mucho calor desde mi llegada. Nada me encajaba, aunque no sabía muy bien por qué. Un rayo espectacular cayó sobre un árbol, no muy lejos de donde me encontraba. Lo partió en dos y lo tumbó como la mano de un gigante quitándose de en medio una ramita. Cuando llegué hasta allí algunas ramas aún continuaban encendidas. Era un espectáculo amedrentador. De nuevo pensé en dejar la busca de Kathy y refugiarme en Crazyworld. Si aquello no era un aviso, se le parecía mucho, pero decidí seguir adelante. Era más una obsesión que cualquier otra cosa en la que pudiera pensar.

Decidí trepar al tronco y saltar al otro lado. Me pareció lo más razonable para no desviarme del camino. Cuando estaba de pie sobre el tronco, a punto de saltar al otro lado, el trueno retumbó como si toda la trompetería del infierno entonara un himno ominoso. Me llevé tal susto que salté de forma inconsciente. Caí de bruces sobre el suelo embarrado y allí permanecí, atontado, hasta que el trueno fue muriendo poco a poco. Tampoco podía comparar, aunque me pareció el trueno más largo de cualquier tormenta sobre la Tierra desde el albor de los tiempos. Me levanté como pude, limpiándome la cara de barro. No debía de quedar mucho para llegar al claro donde habíamos almorzado Alice y yo. Solo me di cuenta de que había llegado cuando un encadenamiento de rayos me permitió verlo. Así era, en efecto, pero qué podía ser aquella figura que parecía danzar en el centro. Tardé un tiempo en comprender. Sin duda se trataba de una figura humana. Traté de iluminarla con la linterna, pero el haz no llegaba hasta ella. Me fui acercando poco a poco. Identifiqué el sentimiento que me atenazaba. Miedo. Más que miedo. Terror. Ningún ser humano podría permanecer al aire libre, en medio del bosque, de la oscuridad más tenebrosa, a no ser que estuviera completamente loco. Caí en la cuenta de que yo también era otro ser humano bajo la tormenta, así, pues, también yo estaba completamente loco.

Otro encadenamiento de rayos me hizo ver lo que mi razón se negaba a contemplar. La figura era femenina y estaba completamente desnuda, bailando una danza salvaje bajo la tormenta, como invocando a todos los demonios del infierno, invocando el apocalipsis y el fin de la especie humana. Intenté gritar un nombre, pero no pude hacerlo. Quedé paralizado, de pie, con la boca abierta. Porque, en efecto, aquella mujer era Kathy. Estaba desnuda, o más bien cubierta completamente de barro como un animal prehistórico. Su danza era tan extravagante como solo a un demonio loco se le hubiera podido ocurrir. Al mismo tiempo era salvaje, brutal, pero bella, hermosa. Tanto como su cuerpo desnudo. Una bailarina de ballet danzando La consagración de la primavera de Stravinsky no lo hubiera hecho mejor. Los brazos subían como implorando al cielo un castigo para la humanidad, bajaban como suplicando al Averno se apoderara de su cuerpo. Sus caderas se ofrecían para un coito salvaje. Todo su cuerpo parecía poseído por dioses primigenios.

Permanecí largo tiempo sin poder apartar la mirada. Los relámpagos iluminaban aquella danza obscena, los truenos acompañaban, como una orquesta de timbales, atenuando a la orquesta sinfónica que interpretaba la pieza de Stravinsky. Al fin desperté de mi pesadilla y me lancé hacia delante, gritando su nombre. Kathy, Kathy, Kathy. El suelo estaba embarrado, parecía un pantano de arenas movedizas. Eso me hizo caer otra vez. Me levanté y continué corriendo. Ella no parecía haberse dado cuenta de mi presencia. Caí más veces y otras tantas me levanté. Lo único que importaba era que estaba viva. Aunque estuviera loca, aunque acabara pillando una neumonía, aunque no me reconociera. Era Kathy y estaba viva. Lo demás no importaba. Al fin llegué hasta ella y la abracé con una fuerza insana. En aquel momento un increíble relámpago cruzó el cielo, deslumbrándome, rasgándolo todo. Luego cuando llegó el ruido infernal noté. como el pinchazo de un gigantesco mosquito, en mi cuello y perdí la consciencia.

UN ESCRITOR FRUSTRADO XX


Después comenzaron las habladurías. Imparables. El chofer, aquel jovencito tímido y guapito, se instaló con ella. ¡Ya se imaginará lo que llegaron a decir. De todo. Que si Julita era una puta redomada. Que un hombre, más si es joven, y una mujer, sobre todo guapa moza, como lo era Julita, no pueden vivir juntos sin quemarse, por aquello de “que la mujer es fuego, el hombre estopa, viene el diablo y sopla. ¡Qué tontería! ¿No le parece, señorito?

 -Bueno. Eso del fuego y la estopa está muy bien traído. ¡A saber quién es el ruego y quién la estopa! Pero lo cierto es que un hombre y una mujer acaban siempre enredados, a poco que se lo propongan.

 -Lo dirá por usted, señorito. Quien ricamente que estamos usted y yo aquí solitor, y el fuego no ha prendido en la estopa o la estopa no se ha encendido con la proximidad del fuego. ¿Por qué será? Además en estos tiempos cada uno hace lo que le viene en gana. Los jóvenes pueden vivir solos en un piso, revueltos, chicos y chicas, y nadie dice nada, ni le importa lo que hagan o dejen de hacer a nadie, si es que hacen algo, que los de nuestra generación teníamos fama de tontos, pero bien que nos lo montábamos.  

No como ahora, que con la pildorita, el estuche ese de goma y tanto desenfreno, seguro que si pudiéramos mirar por una mirilla hasta descubriríamos que las chicas son monjitas de clausura, comparadas con nosotras, y los chicos monjes de convento, sino son maricas o “lesbanas”.

 -Lesbianas, Horti, lesbianas. ¿Tú crees que no se dedican al fornicio, follando como monos? No es esa la idea que tnego yo. Y en cuanto a nosotros, Horti, seguro que si te vistieras de otra manera y te arreglaras un poco, hasta llegarías a encender mi estopa.

 Y Córcoles manoseó los muslos de la mujer y llegó hasta las bragas, restregando su sexo por encima de la prenda. Hortensia se quedó muda y sin respiración, esperando que el señorito continuara, introduciendo su mano bajo sus bragas y buscando ese bultito que da tanto placer a las mujeres. Hortensia no recordaba su nombre en aquel momento. Pero el señorito se cansó pronto, le dio una palmadita en el muslo izquierdo y reposó la mano en la rodilla, como si no hubiera roto un plato en su vida. El hechizo se deshizo y Hortensia maldijo aquel mujeriego que  
ni siquiera era consciente de cuándo una mujer estaba caliente.

-Veo que tienes la mente un poco estrecha, Horti. ¿No crees que haya más formas de disfrutar del sexo, aparte de las tradicionales?

 -Que cada uno se lo monte como quiera, que yo solo sé de una. Una buena polla en la raja y san se acabó. Y en cuanto a mi estrechez de mente puede que sea cierto, señorito, que no soy culta, como usted, pero le aseguro que tengo una cosita que no es tan estrecha, no, por ella entraría hasta el nabo de un caballo. Si no le molesta que me exprese así.

 Dijo Hortensia muy enfadada y tal vez Córcoles, de no haber estado en aquella especie de somnolencia agradable producida por el alcohol, habría comprendido que la mujer se le estaba ofreciendo con tal vehemencia y claridad que despreciarla, como estaba haciendo él, tenía que dolerla, y muy dentro.

-No me molesta, no, puedes expresarte como quieras. No soy un puritano.

-¿Qué es eso?

 -Alguien que no se asusta por las palabras y no huye de la realidad de la vida.

 -¡Cuántas palabras raras sabe usted, señorito!

 Córcoles no advirtió el tono irónico de la mujer, ni cómo, al inclinarse, para darle una palmadita en la rodilla, le puso el pecho derecho, que había resbalado completamente de la bata, tan cerca que el pezón estuvo a punto de hacerle cosquillas en las narices. O bien el alcohol había empapado en demasía sus sesos o puede que ella le pareciera tan fea que ni siquiera era capaz de empinársela a un mujeriego como el señorito. Fuera lo que fuera, Hortensia decidió seguir con la historia, puesto que Córcoles no deseaba iniciar otra distinta.

 -Como le decía, las cotillas no se hicieron esperar. Las más benevolentes llamaban puta a Julita y desvergonzado al chico, del que no sabían ni el nombre, aunque bien que se ponían cachondas hablando de sus encantos a escondidas. Yo pude escuchar alguna de sus conversaciones, aunque entonces era tan tontuela que no llegué a saber a qué se referían con eso de “los encantos” del chico. Porque lo que es guapo, eso sí, a mí me lo parecía, y mucho. Pronto los mozos del pueblo comenzaron a rondas la casa del molino y allí dieron unas cuantas y muy sonadas cencerradas.

 -¿Qué es una cencerrada?
 

-Una cencerrada es una murga que se da con las esquilas de las vacas. Y no me pregunte qué son las esquilas. Una campanita que se le pone en el cuello a la vaca para que, ande por donde ande, no se pierda. Las vacas, señorito, son unos animales muy bobos, pero que muy bobos, se pierden con facilidad y luego el dueño tiene que ir a buscarla al monte y escornarse entre los espinos. Pues bien, las cencerradas suelen darse a los novios, como despedida de solteros, en su noche de bodas o simplemente cuando los mozos del pueblo están aburridos y necesitan jolgorio. Así que aprovechan cualquier motivo y circunstancia para dar una cencerrada.

“No se conformaron solo con eso, no, que hasta tiraron piedras a las ventanas y al tejado.   
Yo creo que esos bestias hasta hubieran quemado la casa, con ellos dentro, si una noche no hubiera aparecido por allí Sisebuto y descargado unos cartuchos con sal en los cuartos traseros de un par de mozos, los que más destacaban.  
No volvieron en una temporada. Jeje. Los dos mozos se estuvieron rascando el culo unos cuantos días. Jaja.

-¿Y Sisebuto? ¿No estaba celoso?

-Mucho, pero lo primero era proteger a Julita de aquellos desalmados. Todos en el pueblo estaban convencidos de que el mozuelo se “calzaba” al ama, a aquella putita, todas las noches y aún durante el día, cuando le apeteciera, porque lo cierto es que apenas salían de la casa, excepto para la compra, en el ultramarinos de Nati. Dejaron de hacerlo al ver las caras que les ponían todos y cansados de los insultos. Comenzaron a comprar en la capital, como llamamos a Villar de Alba, el ayuntamiento y capital de la comarca. El chico desapareció unos días, sin llevarse el coche. Luego nos enteramos de que había ido a examinarse a la universidad, donde estudiaba derecho y otra carrera, que no sé cual era. Por lo visto el chaval era una lumbrera.

Julita se quedó sola y los mozos que se atrevieron a volver vieron a Sisebuto patrullando cerca de la casa. Uno de ellos, que intentó enfrentársele a garrotazos salió por pies en cuanto Sisebuto le disparó. Ya no eran cartuchos de sal. No fue un milagro que no le diera, que Sisebuto era el mejor cazador de la comarca, lo hizo adrede.

Se decía que se pasaba las noches en claro, rondando el molino. Algún espía, que los hubo, dijo que le habían visto llegarse a la puerta en más de una ocasión. Incluso Julita llegó a abrirle, por lo visto, y Sisebuto estuvo dentro cerca de media hora. Tiempo suficiente, según algunos, para echar un buen polvo. Porque aquella puta hacía a todo, según comentaban las comadres.

Así transcurrió un tiempo. Todos en el pueblo se convencieron de una vez de que Julita había venido para quedarse. Sisebuto dejó de trabajar los campos de su padre para proteger a Julita y se le  
enfrentó. Le había perdido el miedo como comprobaron cuando le amenazó con la escopeta en la plaza del pueblo, delante de todo el mundo. Su padre no le denunció. Seguro que por miedo.

Julita salía en el coche, nadie sabía dónde y se pasaba fuera unos cuantos días, a veces semanas. Un día regresó con el chofer, que esta vez se quedó muy poco. Se comentó que ya era abogado y que iba a trabajar de pasante en un despacho de Madrid. Durante la temporada que aún permaneció en el pueblo no dejó de visitar la taberna de Pascualín, donde compraba unas botellas de vino o se tomaba un vasito de orujo. Era un mozo bragado, no les tenía miedo a los del pueblo, a pesar de la pedrada que le escalabró la cabeza. En la taberna alguien debió sonsacarle o una moza se fue de la lengua. Muchas le seguían de regreso al molino, como lobas en celo.

A una de ellas, la más guapa, y menos basta que las demás, se la vio con él, una noche, paseando por la era. Nadie supo con seguridad si ella se había dejado quitar las bragas. Pero eso fue lo que se comentó. Un motivo más para que se acrecentaran las maledicencias contra Julita. Era tan puta que permitía que su enamorado se acostara con otra.

Lo cierto es que la chica negaba que Julián fuera el amante de Julita. Se lo había dicho él, que lo negara, que dijera que eran buenos amigos y que ella le pagaba los estudios por caridad. La chica parecía enamorada, por lo que nadie le hizo mucho caso. ¿Cómo podía saber su nombre sino se lo había dicho a nadie? Lo cierto es que por esa chica se supo en el pueblo que el chofer se llamaba así. ¿Y qué hacían de noche rondando por la era? Se había dejado quitar las bragas, eso estaba claro, y muy enamorada de él que estaba la muy putita. Por eso defendía a Julián de aquella manera, negando lo que para todos era evidente.

“El caso es que desapareció, me refiero al chofer, y Julita se quedó sola. Los espías decían que Julita dejaba entrar a Sisebuto con más frecuencia que antes y le invitaba a un vaso de vino en la cocina, según pudieron verle, donde charlaba con julita como si fueran dos buenos amigos. Nadie podía creer que Sisebuto se hubiera hecho un parlanchín, pero así lo parecía. No solo eso, ahora la acompañaba a la compra, con la escopeta en bandolera y el rostro fiero. Iba unos pasos tras ella, como un perro faldero, la lengua fuera, siempre dispuesto a cualquier cosa que le pidiera Julita con un gesto.

“Todos decían que se había enamorado de ella, como un tonto, y puede que fuera verdad, porque desde la llegada de Julita no se le había vuelto a ver tras las mozas del pueblo. Incluso alguna llegó a visitarle en la choza, propiedad de su padre, cerca del molino, donde paraba ahora. La moza fue muy mal recibida, incluso la amenazó con darle un cartuchazo de sal en sus llamativas nalgas. Todos comentaban  
que ahora tendría bastante con la puta y ya no necesitaba a las mozas, dando por hecho que la visitaba a escondidas todas las noches, aunque nadie lo viera, ni siquiera los espías que se turnaban para saber lo que se cocía en el molino.

“Lo cierto, señorito, esa que nadie sabe lo que realmente ocurrió. Los comentarios fueron para todos los gustos. Unos decían que Julita se había enamorado de su amante, el mismo que la había violado, que la había hecho aquel bombo que ella dejara en algún lugar ignoto. Otros decían que había sentido compasión de aquel bruto enamorado y había cedido a su constante asedio. Otros que Sisebuto le propuso matrimonio porque no soportaba verla en los brazos del chofer, ahora abogado, con quien al parecer se continuaba viendo en Villar de Alba, donde alguien dijo haberlos visto. Lo cierto fue que el rumor de boda se extendió por todo el pueblo, como un reguero de pólvora. Se supo por el padre de Sisebuto, quien comentó que su hijo le había pedido permiso para casarse con la puta. No solo se negó a ello, sino que le amenazó con desheredarle, si se casaba. Sisebuto se rió en sus narices y se emperró en restregar a la ahora novia por los hocicos de todo el pueblo. Hasta bailaron en la fiesta del pueblo aquel verano. Los mozos no les molestaron, porque Sisebuto llevaba la escopeta al hombro hasta para mear.

-Perdone, Hortensia. Tengo una curiosidad. ¿Qué piensas tú que sucedió realmente?

LOS PEQUEÑOS HUMILLADOS XXX


Y así, entre unas cosas y otras llegó la Semana Santa. Pensé que nos iban a dejar ir a casa de vacaciones, como en Navidad, pero no fue así. Era solo una semana y además santa, teníamos que hacer ejercicios espirituales y abonar nuestra vocación, como si fuera una flor en el jardín. Yo no sabía lo que eran los ejercicios espirituales, me sonaba a correr una carrera, pero espiritual, lo que no entendía de ninguna de las maneras. Al principio me puse triste, luego me di cuenta de que así ahorraba a mis padres los billetes de tren y el tener que darme de comer durante una semana. Estaba dispuesto a los mayores sacrificios, sabía muy bien lo mal que lo estaban pasando por mi culpa. No teníamos clases y eso era importante, aunque supuse que nos harían estudiar unas horas al día, como así fue.

Me gustó la misa del Domingo de Ramos, fue muy bonita. A algunos les dieron unas palmas para la procesión, no a todos, porque éramos muchos. El evangelio fue interesante, hasta divertido, aunque no podía comprender cómo un grandullón, como era Jesús de Nazaret pudo haberse montado en una borrica hasta Jerusalém. Ningún burro ni pollino soporta tanto peso sin sufrir mucho. Si Jesús era tan bueno, ¿cómo hizo sufrir de esa manera al pobre burrito? Sabía que eran muy resistentes porque cuando iba a visitar a los abuelos a su pueblo de montaña allí había algunos borricos y llevaban cargas muy pesadas, pero los pobres son pequeñitos y por mucha fuerza que tengan tienen que sufrir mucho. Hubo música de órgano y cantos que llaman gregorianos, no sé por qué. Se celebró en la iglesia grande, que es enorme, para que cupiéramos todos. Aquel canto gregoriano me gustó mucho. Nunca lo había oído ni en las misas del pueblo. Las palabras eran en latín y no comprendí mucho. Nos dieron una buena comida, un pollo muy rico con patatas, porque la cuaresma había terminado y con ella el ayuno, o al menos eso es lo que entendí de lo que hablaban otros niños. En el pueblo no había visto cómo eran los carnavales, porque estaban prohibidos, por lo que supuse que en la ciudad también. De todas formas. no nos hubieran dejado ir a la ciudad a ver el carnaval porque al parecer era pecaminoso. No se me ocurría qué pecados se podían comer yendo disfrazado.

Todo fue bien hasta el lunes, cuando comenzaron los ejercicios espirituales. No se podía hablar, silencio absoluto. Nos llevaban a la capilla, a los tres primeros cursos de bachillerato y a la iglesia a los mayorones. Allí un fraile se puso a hablar de lo que él llamaba las postrimerías, que al parecer era la muerte y lo que había más allá. Insistía mucho en que si moríamos en pecado mortal iríamos al infierno, donde unos demonios terribles nos meterían en calderas llenas de pez ardiente y allí nos dejarían sin dejarnos salir por toda la eternidad. Solo de pensar en ello me dolía la tripa y me mareaba. Imaginar cómo sería el calor terrible de las calderas y cómo lo sufriría el cuerpo y no una hora o dos y luego te dejan salir, no, por toda la eternidad, que era un día tras otro y tras otro y un mes tras otro y tras otro y un año tras otro y tras otro. Y así para siempre, porque no te mueres, porque ya estás muerto. Me puse pálido y sentí mareos, recé para que aquello terminara pronto, pero no terminó, porque el fraile nos hablaba de que un solo pecado mortal te llevaba al infierno si morías sin haberte confesado y absuelto en peligro de muerte. Con lo difícil que era no cometer un pecado mortal todos, todos acabaríamos en el infierno. El fraile además lo recalcaba y nos decía que había que estar siempre preparados, porque no sabemos cuándo nos llegará la muerte. Yo me creí morir. Si decir muchas mentiras, pecados veniales, podía llegar a ser un pecado mortal, por acumulación, entonces yo nunca me libraría de los pecados mortales, porque solo en la confesión decía muchas para evitar que luego como penitencia me pusiera muchos padrenuestros, avemarías y rosarios. Los otros pecados mortales, matar, eso de la lujuria, que no comprendía qué era, robar y todas esas cosas de los diez mandamientos, no me preocupaban nada, porque no me imaginaba matando o robando o lo que fuera la lujuria. En cambio, las mentiras me traían por la calle de la amargura.

Lo que peor llevaba era el silencio. Yo hablaba muy poco, por timidez, por miedo, porque prefería pasar desapercibido, que nadie se fijara en mí, que nadie me viera, como si fuera invisible, pero ahora que nadie podía hablar echaba de menos el sonido de las voces, que ahora comprendía que me hacían mucha compañía y también ayudaban a ocultarme entre el rebaño de niños. Me asusté mucho cuando me di cuenta de lo rara que es nuestra mente. Hasta entonces no había pensado en ello. Durante los ejercicios espirituales pasábamos la mayor parte del tiempo sentados, sin hacer nada. Cuando nos hablaba el cura podías entretenerte siguiendo sus palabras, pero pronto te cansabas e intentabas pensar en otra cosa, pero no podías porque lo del infierno te atrapaba, al menos a mí, y no eras capaz de imaginar nada más. Lo que más me angustiaba era la eternidad. Podía imaginar  una hora, un día, un mes, hasta un año, pero no toda una vida y después otra y otra más, sin morirte, porque ya estabas muerto, sin descansar ni dormir ni nada, solo en aquella tinaja con pez hirviendo, aquel horrible calor que te quemaba todo el cuerpo y el dolor que no cesaba nunca. Y así un año y otro y una vida y otra. La eternidad era lo que más miedo me daba de todo lo que conocía o conocería algún día. Intentaba imaginarme a los demonios, con cuerno y rabos, y con sus horcas pinchando aquí y allá. Intentaba ver a los que estaban conmigo en la caldera, quiénes serían y por qué estarían allí. Intentaba imaginarme cómo sería el dolor, un día tras otro, y cómo sería el calor que no podía atenuarse pero tampoco aumentar, porque era el calor más terrible que uno se pudiera imaginar. Pero no conseguía permanecer mucho tiempo mirando esas escenas, porque a mí lo que más miedo me daba, un terror que me cortaba la respiración, era imaginarme lo que sería una eternidad así. No, no podía ser cierto. Dios no nos castigaría nunca a sufrir por toda la eternidad, por muchos pecados que cometiéramos y por muy graves que fueran, porque entonces no sería Dios. ¿No nos decían que Dios era bueno, lo más bueno que uno podía imaginar? ¿Entonces cómo sería tan malo como castigar al infierno por toda la eternidad? Eso tenía que ser mentira. Los curas nos estaban mintiendo. Pero si nos mentían en algo tan serio, cómo te podías fiar de ellos en lo demás. Lo de los pecados mortales y veniales y que muchos pecados veniales se convertían en uno mortal y daba igual las veces que te confesaras porque si morías estando en pecado mortal te ibas al infierno y allí sufrías por toda la eternidad, metido en la caldera de pez hirviendo, sin poder salir nunca. ¿Cómo podías morirte en gracia de Dios si era tan fácil cometer un pecado mortal, especialmente si era verdad que al acumularse los pecados veniales se convertían en mortales? Necesitaba saber cuántas mentiras veniales había que decir para que el pecado pasara de venial a mortal. Eso me traía de cabeza y me angustiaba. No podía respirar. Necesitaba no pensar en ello y para conseguirlo volvía a centrar la atención en lo que nos decía el cura. No podía estar hablando del infierno a todas horas, porque por terrible que fuera el infierno no podías estar contando lo que allí había durante horas y horas y días y días. Además, ¿cómo podía saber el cura lo que había en el infierno si nunca había estado allí? ¿Qué lo decía la Biblia? No la había leído entera, pero algo sí cuando estudié catecismo para hacer la primera comunión. El evangelio era bueno con los niños. Me gustaba aquello que decía sobre el que escandalizare a uno de estos pequeñuelos más le valdría atarse una rueda de molino al cuello y arrojarse al mar. No entendía qué era aquello de escandalizar y qué nos podía escandalizar a nosotros, los pequeñuelos, pero estaba claro que si nos hacían daño serían castigados mucho peor que si les ataran una rueda de molino al cuello. Yo sabía lo que era una rueda de molino porque me habían enseñado un molino de agua y había visto la piedra. Algo así atado al cuello tiene que hacer mucha pupa. Si a los niños nos protegían de esa manera, ¿cómo era posible que luego nos castigaran al infierno porque moríamos sin habernos confesado de unas cuantas mentirijillas que habían alcanzado el número suficiente para convertirse en pecado mortal? Que a los adultos los castigaran, me parecía más comprensible, al fin y al cabo los adultos eran malos y cometían muchos pecados mortales. Si matabas a alguien que fueras al infierno podía tener su explicación. Si azotabas hasta hacer sangre, si robabas y dejabas que otros se murieran de hambre, también. Aquello de la lujuria no lo entendía. Lo de comer hasta reventar, puede que fuera un pecado mortal, pero en aquellos tiempos nadie tenía tanta comida como para comer hasta reventar. El bueno de Carpanta, el de los tebeos, siempre estaba muerto de hambre y nunca encontraba comida suficiente para hartarse y dejar de comer unas horas. No acababa de entender algunos pecados mortales y tampoco los mandamientos. No me parecía que unos fueran iguales que otros. El matar sí me parecía lo peor de lo peor o el hacer sufrir a otros robándoles y matándoles de hambre, pero había muchos mandamientos que no eran para tanto. Que unos pecados mortales pudieran llevarte al infierno igual que otros, no me parecía bien, no eran iguales, unos eran peor que otros, eso estaba claro.  Y si te castigaban igual por unos pecados que por otros y daba igual que los cometieras una vez que un millón, entonces casi era mejor hacerse pecador y pasarlo bien que andar siempre preocupado por no cometer un pecado mortal e ir al infierno. Aquello me parecía tan injusto que no podía soportar que fuera verdad. Los curas nos estaban mintiendo. Decidí que cuando me fuera posible leería la Biblia, de cabo a rabo, incluso el antiguo testamento que sonaba tan mal y tan raro, especialmente aquellas normas de que no podía hacer ni esto, ni lo otro, ni lo de más allá. Todas me parecían tan idiotas que me hubiera echado a reír de no pensar que a lo mejor era cierto y cometía un pecado mortal y me castigaban al infierno. Tampoco entendía aquello del purgatorio. No sabía si podías ir allí con pocos pecados mortales o solo con veniales y por qué unos iban al infierno y otros al purgatorio. Todo era muy raro. Y lo que más me asombró fue que el cielo del que hablaban no me pareciera tan bien como a ellos. Porque además del infierno, que era de lo que más hablaban y de los pecados mortales y veniales, también nos hablaron del purgatorio y hasta del cielo. Eso de ser felices por toda la eternidad viendo a Dios, no me parecía tan extraordinario como a ellos. Por muy guapo y bueno y cariñoso que fuera Dios, uno se cansaría de verlo un día tras otro y tras otro y así durante toda la eternidad.

No entendía nada y cuanto más pensaba en ello más mentira me parecía. No soportaba pensar en el infierno, por eso empecé a inventarme cosas, como contar hasta diez y luego hasta cien y luego vuelta a empezar. O contaba ovejas, como decían que había que hacer cuando no conseguías dormirte. Luego pasé a imaginarme cómo sería aquel verano, cuando fuera a casa de los abuelos, donde lo pasaba tan bien. Pero había tiempo para todo y sobraba. El día se hacía muy largo, nunca acababa. Las horas de ejercicios espirituales, esos de San Ignacio de Loyola, como nos decían, se hacían mucho más largos y aburridos que las clases. Luego en el recreo no podía jugar a nada, porque había que estar meditando y rezando y no podía hablar, por lo que tenías que pasear solo, como unos santitos. Y en las comidas, especialmente si eran de las que no nos gustaban, la media hora se hacía eterna. Menos mal que el prefecto sacó una mesa y un micrófono y le pidió a uno de tercero que se sentara allí a leer el libro que había escogido. No era de los que me gustaban, de aventuras, tampoco de santos, porque sus vidas, aunque fueran increíbles, resultaban entretenidas y a veces hasta divertidas. El resto del día se iba en rezos. Rezábamos mucho, además de la misa y el rosario, también había viacrucis y cuando no estábamos con los ejercicios ni rezando, los curas aconsejaban que nos fuéramos a la capilla cuando no supiéramos qué hacer. De esa manera rezando mucho se nos perdonarían nuestros pecados. Fueron tres días, pero a mí se me hicieron eternos. Nunca creí que el tiempo pasara tan lentamente.